25 de octubre de 2016

RIMAS DE BÉCQUER

13.30 de la tarde. La clase de Literatura va a empezar. La primera fila del aula, siempre desierta durante las demás asignaturas, está ahora repleta de alumnos. Hoy he tenido suerte y he conseguido el sitio más privilegiado, el que está justo delante de la mesa de la profesora Carmen. Las hormonas adolescentes están en plena ebullición a la espera de que ella entre. Y al fin aparece por la puerta: sonriente como cada día, radiante, preciosa y espectacular. Es la primera jornada del curso en la que lleva puesta unas medias. Es lo que tiene el inicio del descenso de las temperaturas. Son negras, finas y transparentes y resaltan todavía más la belleza de esas sensuales piernas, que lucen en buena parte al descubierto debido a la escueta falda que Carmen trae hoy puesta.
Mientras camina hacia su mesa, la docente contonea ligeramente las caderas y el ruido de los tacones de sus zapatos al pisar el suelo resuenan por todo el aula. Miro a mi profesora embelesado y con ojos cargados de deseo. A mi compañero de al lado se le ha quedado la boca abierta por la impresión y tengo que golpearle con el codo en el brazo para que reaccione y la cierre. Carmen suelta sus libros y su carpeta en la mesa y coge una tiza con la que escribe en la pizarra el nombre del tema del que vamos a tratar hoy. Ni siquiera hago ademán de tomar el boli: la redondez y firmeza del culo que tengo un par de metros delante de mí atrae toda mi atención. La docente habla pero no la escucho, no retengo ninguna de sus palabras. Mi mente está en otra parte, imaginando, fantaseando.

La profesora regresa pronto a su sitio y coge uno de los libros. Retira la silla y, cual guardián vigilante, fijo mi mirada en los muslos de Carmen con perversas intenciones y esperando a que se siente. 



Mi corazón palpita a mil y lo noto rebotar en mi pecho con fuerza. A la par que de sus labios salen pronunciadas y entonadas las primeras palabras de un poema de Bécquer, mis ojos recorren cada milímetro de esos imponentes muslos hasta penetrar por la abertura de la falda. Se me corta de pronto la respiración al observar la blonda de las medias y las tiras negras del liguero que las sujetan. Mi miembro, ya semierecto desde hace un rato, se empalma definitivamente y lo siento aprisionado bajo el bóxer y los jeans. Impaciente y ansioso subo más la vista, mientras los versos becquerianos entran y salen por mis oídos sin efecto ni provecho alguno. Carmen prosigue, extasiada, la lectura del poema; yo suspiro y resoplo y me muerdo el labio inferior ante el espectáculo que contemplo.

¿Qué me importa ahora Bécquer? ¿Qué sus famosos versos y rimas? Lo único que deseo ahora es gozar de ese tanga rojo y transparente que lleva Carmen y tras el cual contemplo con deleite la raja del sexo depilado de mi profesora favorita.


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