13.30
de la tarde. La clase de Literatura va a empezar. La primera fila del
aula, siempre desierta durante las demás asignaturas, está ahora
repleta de alumnos. Hoy he tenido suerte y he conseguido el sitio más
privilegiado, el que está justo delante de la mesa de la profesora
Carmen. Las hormonas adolescentes están en plena ebullición a la
espera de que ella entre. Y al fin aparece por la puerta: sonriente
como cada día, radiante, preciosa y espectacular. Es la primera
jornada del curso en la que lleva puesta unas medias. Es lo que tiene
el inicio del descenso de las temperaturas. Son negras, finas y
transparentes y resaltan todavía más la belleza de esas sensuales
piernas, que lucen en buena parte al descubierto debido a la escueta
falda que Carmen trae hoy puesta.
Mientras
camina hacia su mesa, la docente contonea ligeramente las caderas y
el ruido de los tacones de sus zapatos al pisar el suelo resuenan por
todo el aula. Miro a mi profesora embelesado y con ojos cargados de
deseo. A mi compañero de al lado se le ha quedado la boca abierta
por la impresión y tengo que golpearle con el codo en el brazo para
que reaccione y la cierre. Carmen suelta sus libros y su carpeta en
la mesa y coge una tiza con la que escribe en la pizarra el nombre
del tema del que vamos a tratar hoy. Ni siquiera hago ademán de
tomar el boli: la redondez y firmeza del culo que tengo un par de
metros delante de mí atrae toda mi atención. La docente habla
pero no la escucho, no retengo ninguna de sus palabras. Mi mente está
en otra parte, imaginando, fantaseando.
La
profesora regresa pronto a su sitio y coge uno de los libros. Retira
la silla y, cual guardián vigilante, fijo mi mirada en los muslos
de Carmen con perversas intenciones y esperando a que se siente.
Mi
corazón palpita a mil y lo noto rebotar en mi pecho con fuerza. A
la par que de sus labios salen pronunciadas y entonadas las primeras
palabras de un poema de Bécquer, mis ojos recorren cada milímetro
de esos imponentes muslos hasta penetrar por la abertura de la
falda. Se me corta de pronto la respiración al observar la blonda de
las medias y las tiras negras del liguero que las sujetan. Mi
miembro, ya semierecto desde hace un rato, se empalma definitivamente
y lo siento aprisionado bajo el bóxer y los jeans. Impaciente y
ansioso subo más la vista, mientras los versos becquerianos entran y
salen por mis oídos sin efecto ni provecho alguno. Carmen prosigue,
extasiada, la lectura del poema; yo suspiro y resoplo y me muerdo el
labio inferior ante el espectáculo que contemplo.
¿Qué
me importa ahora Bécquer? ¿Qué sus famosos versos y rimas? Lo
único que deseo ahora es gozar de ese tanga rojo y transparente que
lleva Carmen y tras el cual contemplo con deleite la raja del sexo
depilado de mi profesora favorita.
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