31 de diciembre de 2016

CRÓNICA DE UN INCESTO (7)

La melodía de la canción se entremezclaba con las palmas y el griterío de los presentes, que nos jaleaban a mi hijo y a mí para animarnos a bailar mejor y más pegados.

  • ¡Vamos, vamos!- oí gritar a Priscila, que hacía aspavientos con las manos.

Yo miraba hacia un lado y hacia otro y veía aquellas caras sonrientes, casi como de burla. Escuchaba las risas, el ruido de las palmas, la música a más volumen en cuanto mi amiga decidió que había que aumentar los decibelios....Los efectos del alcohol ingerido empezaban ya también a pasarme factura y la cabeza me daba vueltas. No sé lo que terminó por empujarme a ello, pero cogí a Sandro por la cintura y lo estreché con fuerza contra mí. Se oyó entonces una enorme y conjunta exclamación de sorpresa por parte del resto de invitados y de la propia anfitriona. Vi cómo ésta, incluso, se llevaba la mano a la boca ante mi acción. A continuación, miré a mi hijo y comprobé su rostro de incredulidad ante lo que acababa de hacer. En ese momento sí que noté toda su tranca, todo su grueso paquete, apretado a mi cuerpo. Conforme nos movíamos, nos rozábamos todavía más y podía notar aquella dureza restregarse por todo mi bajo vientre. Pegué mi frente a la suya y bajé mis manos lentamente hacia los glúteos de mi hijo, hasta que los palpé. Sentí la suavidad de la licra de su disfraz y, a través de ella, el calor que desprendían las nalgas. Con la palma de las manos recorrí varias veces el firme y macizo trasero de Sandro y terminé deslizando con cierto disimulo uno de mis dedos por toda la raja del culo, desde abajo hasta arriba.

Intensifiqué el contoneo y el movimiento de mis caderas y me di cuenta de que mi hijo también comenzaba a hacerlo: estaba perdiendo la timidez inicial y comenzaba a integrarse realmente en el ritmo del baile. Experimenté cómo la dureza de su bulto se había hecho mayor y cómo mis blancas braguitas empezaban a mojarse absorbiendo las primeras gotas de flujo vaginal que manaban ya de mi sexo. En ese instante decidí girarme y continuar con el baile dándole la espalda a Sandro, para que la parte delantera de su cuerpo rozara con la parte trasera del mío. Los giros de mis caderas y los movimientos acompasados de la cintura de Sandro provocaron que yo sintiera en mis glúteos la erguida e hinchada forma de la polla de mi hijo, bajo aquella roja y ceñida licra. Estuvimos así pegados unos segundos, mientras los demás nos vitoreaban enfervorecidos.

Le di una vuelta de tuerca más a la situación e incliné un poco mi torso y mi cuerpo hacia delante, dejando mi trasero en pompa y a merced de mi hijo.

  • ¡Sí, vamos; eso es! ¡Así, seguid así!- se oyó a Priscila.

Al ponerme en esa postura, el primero de los botones de la bata que tenía abrochado estalló en su costura y salió despedido, cayendo al suelo. Inevitablemente, la prenda se abrió más por delante y dejó al descubierto la práctica totalidad del sujetador. Pero no interrumpí el baile: todavía quedaba una parte de la canción y no estaba dispuesta a parar en ese momento. Mi hijo, al ver mi culo en pompa, todo para él, no desaprovechó la ocasión: con la perfecta excusa de la danza, me metió un buen arrimón y me restregó con fuerza el paquete. Las manos de Sandro ascendían despacio desde mi cintura hasta los pechos, donde se detuvieron con disimulo y se agarraron a ellos. La intensidad que yo le estaba imprimiendo a mi cuerpo en el baile y la postura que había tomado hicieron que la parte baja de mi bata de enfermera se subiera un poco, dejando al aire el inicio de las bragas. No sé si quedaron a la vista de los asistentes, porque Sandro estaba tan pegado a mí que igual no permitió la visibilidad desde ningún ángulo. Lo que sí noté inmediatamente fue la verga de mi hijo sobre mis bragas: ahora sólo la licra del disfraz de Sandro y el finísimo tejido de mi prenda íntima se interponían entre mi piel y la suya. Pude gozar de esa increíble sensación unos segundos más, pero el final de la canción cortó de raíz toda aquella situación excitante. Los invitados comenzaron a darnos una sonora ovación, mientras yo miraba a mi vástago y veía cómo trataba en vano de ocultar su enorme erección: su tremenda polla se marcaba desde la punta a la base sobre la licra, que aparecía con una ligera mancha a la altura de donde reposaba la esfera del glande de mi hijo. Me encontraba completamente acalorada y sudorosa. Recompuse mi bata y me acerqué a la zona de las bebidas para buscar algo que me calmara la sed. Lo primero que encontré fue un par de copas de champán. Cogí una de ellas y me la bebí de golpe. Luego me llevé otras dos, una más para mí y la otra para Sandro, hacia el sitio en el que se encontraba Priscila, pues había llegado el momento de la entrega de regalos para dar ya por concluida la fiesta.

Mientras los asistentes le fueron entregando a mi amiga los obsequios, mi hijo y yo apuramos sorbo a sorbo nuestras copas de champán. Finalmente, llegó nuestro turno y le hice entrega a Priscila de su regalo. Cuando abrió la bolsa y el envoltorio que lo cubrían, su cara se llenó primero de asombro y luego de una amplia y pícara sonrisa. Entonces, mostró sin complejo alguno el obsequio a los presentes.

  • ¿Veis? Esto es un regalo original y muy práctico. Se puede usar a solas, en compañía...Creo que no tardaré en emplearlo- comentó feliz ante algún que otro comentario jocoso por parte de los invitados.

Tras la entrega de regalos y después de unos minutos más de charla, los asistentes comenzaron a marcharse. Algunos iban bastante perjudicados por el alcohol ingerido y caminaban con dificultad. A mí me sucedía algo parecido: me había pasado bastante de la raya y a duras penas podía mantenerme ya en pie. Una vez que todos los demás se marcharon, me quedé a solas con mi hijo y con Priscila, quien me dijo:

  • No pienso dejar que te vayas así a casa. Ya has visto que mis hijos no han podido asistir a la fiesta, porque se fueron a Barcelona para ver el Gran Premio de Fórmula Uno tras conseguir in extremis las entradas. Así que sus habitaciones están libres y podéis quedaros en ellas a pasar la noche. Me da igual que viváis cerca: no voy a consentir que te vayas así.

Al principio me opuse a la propuesta de Priscila y le comenté que tampoco estaba tan mal y que podría caminar hasta casa haciendo un esfuerzo, pero ante la insistencia de mi amiga que, además, contaba con el apoyo de mi hijo, terminé aceptando. Continuaba aturdida por los efectos del alcohol, pero de mi cabeza no se iba el baile que me acababa de marcar con Sandro y, ni mucho menos, la sensación de sentir pegada a mi cuerpo la dureza de la entrepierna de mi hijo. Mientras más pensaba en ello, más me excitaba y más ardor notaba en mi húmedo sexo. Sentada en uno de los sofás, fantaseaba con la polla de mi hijo, a la vez que observaba cómo él y mi amiga ponían un poco de orden en el salón, retirando los restos de la fiesta. Cada vez que Sandro pasaba por delante de mí, le miraba el bulto y la mancha de líquido preseminal sin secar. Y Sandro no desaprovechaba ninguna de las ocasiones para dirigir sus ojos a mi entrepierna y deleitarse con la visión de mis bragas blancas.
Una vez que Priscila y mi hijo pusieron algo más en orden el salón, llegó el momento de retirarnos a descansar. Mi amiga le indicó a Sandro dónde estaba la habitación que él ocuparía. Antes de entrar en ella, mi hijo se despidió de Priscila y me dio también a mí también un beso de buenas noches. Cuando él ya accedió al dormitorio, mi amiga me acompañó hacia la estancia en la que yo dormiría.

  • Has cogido una buena. ¿Mira que no controlarte?- me comentó en tono de regañina amistosa.
  • Tú tienes la culpa con ese bailecito que te has inventado- le respondí.
  • ¿Yo? Has bebido más durante el resto de la noche, no sólo por el baile. Además, no soy la responsable de que te desataras por completo bailando con tu hijo.
  • ¿Ah, no? ¿Y quién fue la que mandó repetir el inicio y nos llamó “sosos”?- le repliqué, dejándola en evidencia.
  • Bueno, está bien, tienes razón. Algo de culpa sí que tengo. Anda, quítate el disfraz y duerme, que seguro que lo necesitas.
  • ¿Necesitar? Lo que necesito ahora es otra cosa bien distinta. El maldito baile me ha dejado...
  • ¿Cómo te ha dejado?- quiso saber mi amiga.
  • Caliente- contesté con una risa floja típica de la borrachera.
  • ¿Ahhhh, sí? ¿Así estás entonces?

Priscila se acercó a mí sin decir nada más, extendió los brazos y empezó a desabrocharme la bata. Botón a botón la fue abriendo hasta ir desnudando mi torso. El sujetador blanco quedó ya entero a la vista. Pese a mi estado, me di perfectamente cuenta de cómo Priscila clavaba sus ojos en mi prenda íntima y observaba con detenimiento la redondez de mis pechos bajo el sostén. Dudé en un primer momento de si no sería mi estado de embriaguez el que me estaba haciendo interpretar erróneamente la situación, pero pronto se disiparon las dudas: mi amiga dejó mi bata entreabierta y empezó a quitarse la blusa del disfraz de policía. Ante mí aparecieron sus grandes tetas tapadas por un sujetador negro semitransparente. Arrojó la blusa al suelo y volvió a agarrar mi bata, mientras yo permanecía inmóvil y estupefacta ante lo que estaba ocurriendo. Continuó desabrochando los botones y terminó de abrir por completo la bata. Tiró de ella y me la quitó, dejándome únicamente en lencería. Con su mirada recorrió de arriba a abajo mi cuerpo y sonrió complacida ante lo que veía. A continuación, se bajó lentamente la falda del uniforme policial, que resbaló por los muslos hasta quedar inerte a los pies de Priscila.

  • ¿Qué...qué haces?- le pregunté tartamudeando.
  • Psssttt...No te hagas la inocente, que ya he captado la indirecta y era algo que venía deseando desde hacía bastante tiempo.
  • No me refería a ti, Priscila. Me refería a una buena polla. Me has interpretado mal.

Pero mis palabras fueron en vano: mi amiga estaba ya lanzada.

  • Cuando pruebes todo lo que te voy a ofrecer, ya me dirás si no te has quedado satisfecha- me comentó, mientras abría el cierre trasero de su sujetador.

Como un imán, sus tetas, coronadas por unas oscuras areolas y por sendos pezones erguidos y carnosos, atrajeron mi atención.

  • Te gustan, ¿verdad? Sólo hace falta ver tu cara para ver la expresión de deseo que hay reflejada en ella. ¡Tócalas, vamos!- me ordenó.

Dudé un instante pero, cuando quise darme cuenta, mis brazos se estaban extendiendo y mis manos, temblorosas, se dirigían hacia los voluptuosos pechos de mi amiga. Ella suspiró al notar el tacto de mis manos sobre sus senos y cómo empezaban a ser acariciados suave y delicadamente. Las palmas de mis manos se deslizaban por las tetas en ligeros círculos que se repetían una y otra vez, de izquierda a derecha y cambiando el sentido alternativamente. A medida que las caricias iban ganando en intensidad, también crecía el sonido de los suspiros de Priscila, cuyas manos empezaron a quitarme el sujetador. Cuando me quedé con las tetas al aire, comencé a friccionar con la yema de los dedos los tiesos pezones de mi amiga, que ahora se relamía contemplando la sensualidad de mis pechos. Priscila gimió en cuanto me puse a tirar de de los alargados pezones que sobresalían de las areolas y me pidió que los lamiera. Con la punta de la lengua los rocé una y otra vez, dejándolos empapados de saliva, antes de oprimirlos entre mis labios, de tirar de ellos y de succionarlos luego. Priscila tenía la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados de placer y no dejaba de suspirar y de gemir ante cada nueva acometida de mi boca. Besé y chupé a continuación cada milímetro de sus senos y los masajeé con las manos, apretándolos uno contra otro.

Durante varios minutos seguí jugueteando con los pezones y los pechos de mi amiga, hasta que ella comenzó a bajarse el tanga. Su coño, con una fina y cuidada tira de vello sobre la raja vaginal, quedó ante mi vista. Brillaba humedecido por los flujos que segregaba debido a la excitación. Priscila me puso el tanga en la cara, pegado a la nariz, y me obligó a olerlo: el intenso aroma que desprendía la prenda penetró por mis orificios nasales y prendió todavía más la llama que me quemaba por dentro. Mi amiga empujó entonces mi cabeza contra su entrepierna y la apretó contra ella.

  • ¡Cómemelo, vamos! ¡Cómetelo entero!- me gritó, mientras yo en mi rostro notaba ya la humedad de aquel coño palpitante.

Me agarré a las nalgas de Priscila y empecé a restregar mi boca contra su sexo.

  • ¡Más fuerte, más, mucho más!- me ordenaba, no conforme con mis impulsos.

Imprimí más vigor a los movimientos de mi cara y atrapé el labio vaginal derecho con mi boca. Tiré de él hacia el lateral, abriéndole el coño a Priscila y saboreando el rico flujo que manaba cada vez de forma más abundante. Ese sabor fuerte, ácido, me estaba volviendo loca y me puse a lamerle con la lengua su raja, recorriéndola de manera incansable.

  • ¡Ahhh...Sííí...! ¡Así, más, sigue más!- me pedía extasiada.

Mis bragas hacía rato ya que estaban empapadas de mis fluidos y el color blanco se había convertido ya en transparente, al absorber la prenda todo el flujo de mi sexo. Me apoderé con los labios del rojizo clítoris de Priscila y comencé a apretarlo y a friccionarlo con mis dientes. Mi amiga no paraba de gemir y apretaba sus dedos contra mi espalda, intentando reprimir así todo el placer que le estaba proporcionando.
Con las manos le abrí bien el sexo y de forma rítmica y sin pausa mi lengua empezó a penetrarlo.

  • ¡Ohhh...Dios! ¡Sigueeee....Sigueeeee!- exclamó Priscila.

Aumenté el ritmo todo lo que pude y ya casi no podía respirar. No era capaz de tragar saliva, que me chorreaba por la boca, porque no quería perder ni un solo segundo a la hora de meterle y de sacarle la lengua a mi amiga. Di un último y desesperado arreón y, por fin, Priscila alcanzó el orgasmo ansiado, mientras me agarraba del pelo y se sujetaba a él.

Abierta de piernas y con el coño empapado, se dejó caer en la cama. Yo, por mi parte, trataba de recuperar el ritmo normal de mi corazón y de mi respiración jadeante.

  • Nadie me había comido el coño como tú. Me has dejado....Uffff...- comentó Priscila, todavía con los ojos cerrados por el placer.

Cuando volvió a abrirlos, me arrancó de golpe las bragas.

  • ¡Mira cómo están de mojadas y pringosas! ¡Y cómo huelen!- dijo antes de comenzar a lamer la parte delantera de la prenda y mirando con atención mi coño desnudo.

De repente, Priscila hizo un gesto extraño con su brazo y golpeó, involuntariamente, mi bolso, que se encontraba sobre la mesita de noche del dormitorio. Con el golpe, el bolso cayó al suelo y de él asomaron las verdes esferas de las bolas anales que yo había comprado en el sexshop y que había dejado en el bolso para poder usarlas cuando me apeteciera. Mi amiga miró las bolas un tanto sorprendida y las sacó del bolso.

  • ¡Qué calladita te lo tenías! ¿Así que la señora usa bolas anales para su culito?- preguntó sarcásticamente.
  • Las compré el mismo día que tu regalo. Las vi y se me antojaron. Pero aún no las he estrenado- le respondí, sin darme cuenta de que con mis palabras lo que acababa de hacer era, prácticamente, ponerle en bandeja a Priscila la posibilidad de dicho estreno. Y ella, sagaz e inteligente como siempre, no desaprovechó la ocasión.
  • ¿No las has estrenado todavía? ¿Y a qué esperas?- dijo mi amiga, agarrando el conjunto de las bolas por la anilla y observándolas con deseo.

No me dio tiempo a comentar nada más: Priscila se situó detrás de mí, me puso la mano en la espalda y me la golpeó suavemente un par de veces, indicándome que pusiera mi culo en pompa.
No sé si fue el alcohol ingerido o la excitación por el baile con mi hijo, pero accedí a la petición de mi amiga sin rechistar. Incliné mi cuerpo hacia delante y dejé mi culo y mi ano a su entera disposición. Noté primero la mano de Priscila acariciando mis nalgas. Con sus dedos recorrió varias veces la raja de mi culo desde abajo hasta arriba y luego hizo lo mismo cambiando de sentido. Una de esas veces se detuvo en mi orificio anal y ya no lo dejaría: sentí cómo con la yema de uno de los dedos hacía círculos sobre mi ano, primero despacio, luego ya con algo más de rapidez y de presión. De pronto, enterró ligeramente la punta del dedo en mi agujero, la sacó y la volvió a hundir. Repitió la acción en varias ocasiones, comenzando así a follarme el culo y provocando que yo comenzase a emitir gemidos de placer.

  • Te gusta, ¿verdad? Sé que quieres que siga y que te folle el culo- dijo Priscila.

Justo después de hablar, su dedo empezó a entrar poco a poco en el interior de mi ano hasta quedar totalmente metido en él. De mi coño no paraban de gotear perlas de flujo, que se hicieron más abundantes conforme mi amiga metía y sacaba su dedo de mi orificio anal. Aceleró más el ritmo y yo suspiraba de puro gozo. Priscila estuvo varios minutos jugando con su dedo y enloqueciéndome de placer, hasta que decidió sacarlo. Separó, entonces, con las manos mis nalgas para abrir perfectamente mi ano y dejó caer en él un chorreón de saliva. Noté cómo el líquido impactaba en el agujero del culo y cómo a continuación resbalaba con parsimonia hacia dentro. Priscila apretó mis glúteos, los juntó con fuerza y los masajeó antes de comenzar a introducir en mi ano la primera de las esferas. Una a una fue empujando todas hacia dentro hasta dejarlas bien alojadas en mi interior. Mi culo ardía de excitación y mi coño no paraba de echar flujo que resbalaba por la cara interna de mis muslos. En cuanto Priscila empezó a tirar de la anilla y a poner en movimiento las bolas, comencé a suspirar y a jadear de gusto. Notar dentro de mi culo el desplazamiento de esas esferas de diferente tamaño me estaba haciendo perder la razón. Mi amiga no dejaba de tirar de la anilla y de volver a empujar hacia el interior, follando mi culo constantemente y mis intensos gemidos la animaban a aumentar más el ritmo de penetración, que pronto se convirtió en frenético.

Avisé a Priscila de que, si no paraba, no tardaría en correrme, pero a ella no pareció importarle mi advertencia, sino todo lo contrario: imprimió mayor velocidad a sus movimientos y me arrancó un par de gritos. Varios chorros de flujo manaron, entonces, de golpe de mi coño, empapando las sábanas de la cama de Priscila, que continuaba tirando de la anilla hacia afuera y desplazándola otra vez hacia dentro. Hasta que no paré de chorrear no detuvo mi amiga su ímpetu. Luego extrajo las bolas lentamente y las fue chupando una a una con la lengua, saboreando el aroma que había quedado impregnado en las esferas.

Caí rendida en la cama unos instantes, pero Priscila no me concedió apenas tregua. Sacó de la caja el dildo que yo le había regalado y empezó a lamerlo como si chupara una auténtica polla real. Yo la observaba y veía cómo a continuación lo metía entre sus labios y lo empujaba y sacaba constantemente. Bajó la otra mano a su coño y comenzó a acariciarlo sin dejar de impulsar el dildo. Al fin lo liberó de su boca y deslizó despacio el juguete por el cuello, descendiendo hacia el seno derecho. Una vez allí, trazó pequeños círculos con la punta del dildo sobre la teta hasta que el juguete entró en contacto con el ya tieso pezón. Lo rozó varias veces y lo oprimió con la punta del dildo, mientras ella suspiraba de placer. Tras repetir la misma acción sobre el seno izquierdo, me entregó el juguete y se abrió por completo de piernas.

  • ¡Fóllame! ¡Tú me lo has regalado y tú lo vas a estrenar conmigo!- me ordenó mi amiga, cuyos dedos rozaban los húmedos labios vaginales a la espera de que fuese yo quien penetrase aquel coño.

Cogí el dildo y fui aproximándolo despacio hacia la vagina de Priscila. Yo ya ni sentía los efectos de la borrachera: lo único que quería era follar a mi amiga. La punta del juguete contactó inmediatamente con su raja vaginal, pero esperé unos instantes más para introducirla. Primero me dediqué a recorrer toda la superficie exterior del coño: los hinchados labios y sus alrededores, la húmeda raja de arriba a abajo, todo su contorno....
Mi amiga resoplaba de gusto y esperaba impaciente a que la penetrase de una vez, mientras acariciaba con las manos sus pechos. No esperé más y comencé a hundir el dildo en el coño de Priscila. Centímetro a centímetro el juguete fue desapareciendo, engullido por el palpitante sexo que lo iba pringando de flujo blancuzco. Cuando enterré por completo el objeto, mi amiga dio un pequeño respingo, dejó tranquilas sus tetas y agarró las mías a la vez que me daba la orden de que empezase ya a mover el dildo.

La obedecí y comencé un tranquilo movimiento hacia dentro y hacia fuera, suave y sin prisas. El dildo resbalaba en el interior del coño, llegando hasta lo más profundo. Progresivamente fui aumentando el ritmo, al mismo tiempo que ella apretaba también con más fuerza mis senos entre sus manos y sus jadeos volvían a inundar la habitación.

  • ¡Más rápido! ¡Fóllame más rápido!- exclamó mi amiga, desesperada por sentir todavía más los efectos del juguete.

Con fuerza me puse a empujar el dildo: lo metía hasta dentro, lo retorcía varias veces, lo extraía y volvía a repetir la acción. Priscila soportaba mis acometidas agarrando y apretando más intensamente mis tetas, cuya piel comenzaba a enrojecerse con la marca de los dedos de mi amiga. Empecé a restregar mi coño contra el colchón de la cama, tratando de calmar el ardor que sentía, y ese roce y el olor del líquido que manaba del sexo de Priscila, junto con los gemidos de ésta y la imagen del dildo penetrando incansable la vagina de mi amiga, me estaban llevando al éxtasis. Aceleré con la mano para darle el impulso definitivo al juguete: con un ritmo endiablado y con toda mi fuerza machaqué el coño de Priscila durante varios minutos. Ella gritaba, se retorcía y jadeaba y no aguantó mucho más: los dedos dejaron de tirar de mis pezones y, con el dildo aún invadiendo su sexo, mi amiga se corrió y soltó un interminable chorro de flujo que empapó mi vientre por completo. No paré de mover el juguete hasta que Priscila no terminó de expulsar todo el líquido vaginal. Cuando lo hizo, la cama quedó hecha un auténtico desastre, totalmente mojada por mi corrida previa y por la de Priscila.

Solté el dildo, metí la cabeza entre las piernas de mi amiga y lamí su sexo durante unos instantes antes de tumbarme en la cama junto a ella. Nos quedamos en esa postura, boca arriba, mirando hacia el techo, hasta que fuimos recuperando la respiración. Una vez que nos rehicimos, Priscila acarició con delicadeza varias veces mi cuerpo y besó cada uno de sus recovecos.

  • Necesito refrescarme un poco y beber algo de agua antes de dormir. Voy al baño un momento- le dije.
  • Muy bien. Yo trataré de arreglar todo este desastre y cambiaré la ropa de la cama. Nos vendrá bien a las dos dormir un rato. Pero quiero que te quedes aquí, en la cama conmigo y durmamos juntas esta noche- me comentó Priscila, invitándome a pasar el resto de la madrugada con ella.

Era ya bastante tarde y supuse que Sandro descansaría en su dormitorio desde hacía un buen rato, así que no me cubrí con nada y salí desnuda al pasillo. La puerta de la habitación de Priscila había permanecido encajada, casi cerrada del todo pero con una pequeña rendija abierta. Así que salí y volví a encajar la puerta. Al plantar el pie fuera, noté algo en la planta: había pisado algo húmedo y de textura cremosa. Miré al suelo y vi varios pegotes blancos que yacían allí en forma de goterones. Me agaché para comprobar de qué podría tratarse y enseguida penetró por mi nariz un olor fuerte y ácido. Ese aroma inconfundible me dio una pista inequívoca de aquello de lo que podría tratarse, pero no terminaba de creerme que fuera eso. Con un dedo retiré parte de uno de los goterones del suelo y acerqué esa viscosidad a mi nariz. Ya no hubo más lugar a dudas: lo que había en el suelo, delante de la puerta de Priscila, era semen de una corrida reciente. Até rápidamente cabos y supuse lo que había ocurrido: Sandro debió despertarse con los gemidos de mi amiga y míos o, directamente, estando aún despierto, nos oyó mientras teníamos sexo. Se habría acercado a la habitación de Priscila y la rendija de la puerta le habría valido para contemplar lo que había sucedido entre mi amiga y yo. Excitado ante lo que veía, no habría dudado en pajearse mientras nos observaba y, tras correrse y pensando que el semen se secaría rápido, se habría despreocupado de limpiar los restos dejados.

Pensé unos instantes, tratando de imaginar en qué momento habría llegado para espiarnos, si lo habría visto prácticamente todo o sólo la última parte y, en especial, pasaba por mi cabeza qué concepto tendría mi hijo ahora de mí tras verme follar con otra mujer, con una de mis mejores amigas y que lo había tratado a él mismo desde pequeño. Me tranquilicé al considerar que, si se había masturbado, era porque se había calentado y había disfrutado viéndonos. Me relajé tras llegar a esa conclusión y en mi rostro se dibujó una ligera sonrisa. Recogí con mi dedo más cantidad de esperma, saqué la lengua y de nuevo lamí el flujo blanco hasta saborearlo y tragármelo todo. De esa forma fui limpiando cada una de las manchas que tenía ante mis ojos, hasta dejar completamente limpio el suelo de delante de la puerta del dormitorio de Priscila. Por fin me dirigí luego al baño y me aseé. Regresé a la habitación y me acosté en la cama donde ya se encontraba Priscila descansando. Yo también caí rendida.

Sin embargo, en la tarde del día siguiente, ya en casa, me enteré de que durante el final de la noche en casa de mi amiga había ocurrido algo completamente inesperado.








LOS SOLOSEXUALES

Hay personas que sólo tienen sexo consigo mismos. ¿Cómo son?

http://smoda.elpais.com/placeres/asi-son-los-solosexuales-los-que-solo-tienen-sexo-consigo-mismos/

16 de diciembre de 2016

MADRUGADA DE ESTUDIO

Calurosa madrugada de finales de mayo. En la habitación que comparten Lucía y Melania el olor a café recién hecho lo inunda todo. Cualquier ayuda es buena para poder mantenerse despiertas y continuar estudiando para el examen de Química de la mañana siguiente en la Universidad.
Con la vista clavada en sus apuntes, ambas chicas se lamentan de no haber arrendado un piso con aire acondicionado. Cada una, sentada ante una mesa-escritorio diferente, soporta la elevada temperatura como buenamente puede. La suave brisa nocturna que penetra por la ventana de vez en cuando apenas consigue refrescar tímidamente la piel de ambas estudiantes, cuyos cuerpos se encuentran cubiertos tan sólo por una fina camiseta rosa de tirantes y un tanguita blanco, en el caso de Lucía, y por un sedoso y escueto camisón negro de encaje, en el de Melania.

Las horas transcurren lentas y pesadas y el cansancio y el sopor cada vez aumentan más. Varios minutos pasan ya de las cuatro, cuando Melania resopla y dice:

  • No puedo más. Estoy agotada. Hasta aquí he llegado. Que sea lo que Dios quiera mañana. Además, tengo un dolor de cuello terrible. No sabes lo que daría ahora por un buen masaje.

Tras hablar, cierra los apuntes, endereza su cuerpo y gira despacio la cabeza hacia un lado y hacia otro, intentando relajar la musculatura. Al oír y ver esto, Lucía se levanta de su silla, se acerca a su compañera de piso y le comenta:

  • No soy ninguna experta en masajes, pero supongo que algo te podré ayudar.

Coloca a continuación sus manos sobre los hombros de Melania y con mucha suavidad empieza a masajear la zona afectada. Con habilidad y eficacia los dedos de Lucía rozan la piel de su amiga, quien suspira reconfortada.

  • Ummmm....¡Qué alivio! Sigue, por favor, no pares- le pide Melania.

El aroma a champú de vainilla procedente del cabello castaño de la joven entra por la nariz de Lucía, que prosigue moviendo magistralmente los dedos. Ella también disfruta, aunque en silencio y en secreto: tantos meses deseando sexualmente a su compañera, sin atreverse a decirle lo más mínimo y hoy por fin ha logrado tocarla y acariciarla por medio del masaje, sin tenerse que esconder ni disimular. Desde su posición, de pie tras Melania, que permanece sentada, puede mirar sin obstáculo alguno por dentro del escote del camisón de su amiga y verle el canalillo y buena parte de los medianos y firmes senos. Bajo el finísimo tejido del níveo tanga el sexo de Lucía comienza a palpitar y un cosquilleo y ardor interno recorren el cuerpo de la chica de abajo a arriba.

  • Qué bien lo haces. Deberías haber estudiado para masajista. ¡Ahhh, qué gusto, ummmm...!

Las palabras de Melania no llegan casi a los oídos de Lucía: la mente de ésta se halla en otra parte, fantaseando, imaginando escenas morbosas y obscenas. De repente, las manos de la chica bajan un poco más hacia delante, introduciéndose por el escote del sensual camisón. 



No tarda en palpar los pechos desnudos de Melania, quien emite un suspiro más intenso que los anteriores y no hace nada por evitar el avance manual de su compañera.
Los tirantes de la prenda resbalan por los hombros y los brazos, quedando el torso de la estudiante en plena y total desnudez y a la vista de Lucía, cuyas manos ansiosas envuelven de inmediato las tetas. Excitada y llena de placer, Melania termina de quitarse el camisón y descubre su coño perfectamente depilado y húmedo. Se gira, le arranca la camiseta y de un fuerte tirón despoja a Lucía de su empapado tanga.


Mientras Melania recibe en su carnoso clítoris los sutiles y estudiados movimientos de la lengua y de los labios de su amiga y mientras los gruesos y tiesos pezones oscuros de ésta son asaltados por una impaciente Melania, el maduro vecino de enfrente inmortaliza hasta el final con su potente videocámara la desbordada y lésbica pasión estudiantil.

14 de diciembre de 2016

PORNO DE CALIDAD POR Y PARA MUJERES

Las películas porno no deberían ser sólo cosa para hombres. Afortundamente, en la actualidad ya existen diferentes directoras femeninas de películas X. La famosa actriz Susan Sarandon promete unirse a este grupo.

http://smoda.elpais.com/placeres/susan-sarandon-directoras-porno-feminista/




6 de diciembre de 2016

CRÓNICA DE UN INCESTO (6)

Aquel sábado amaneció soleado. Desperté temprano, pues antes de ir por la noche a la fiesta de Priscila tenía en mente realizar varias cosas, entre ellas comprar el regalo de cumpleaños para mi amiga. Como es un mujer a la que le gustan las sorpresas y a la que conozco desde hace años y con la que tengo mucha confianza, decidí hacerle un regalo un tanto especial.

La cena de la noche anterior había transcurrido con normalidad y opté por darle una breve “tregua” a mi hijo tras lo sucedido cuando nos probábamos los disfraces. El bizcocho de doña Luisa resultó estar delicioso y Sandro y yo dimos buena cuenta de él.

Al abrir los ojos me noté un tanto pesada por la cena. Desde la cama miré a mi alrededor y contemplé el pequeño desorden que reinaba en el dormitorio: esparcidas por el suelo se encontraban todavía las prendas íntimas que había usado la noche anterior para hacerme las fotos que mi hijo me había solicitado. La sesión de autofotos había resultado muy excitante y ya estaba impaciente por saber qué opinaría mi hijo. Aún no se las había mandado, así que cogí el móvil y las adjunté en un email en el que escribí únicamente: “Espero que sean de tu agrado. Disfrútalas y goza de una buena paja...o de todas las que quieras”. Acto seguido decidí levantarme ya. No podía permanecer más tiempo en la cama. Me vestí, desayuné y me puse con las diferentes tareas que tenía previstas. Sandro todavía dormía: no era habitual que se quedara hasta tan tarde en la cama, pero supuse que habría tenido una noche “movidita”.

Justo cuando me disponía a salir de casa para comprarle el regalo a Priscila, mi hijo despertó. Lo saludé y le comenté que iba a salir y que estaría de vuelta a la hora de comer.
Pensando en si ya habría visto mis fotos, abandoné la vivienda y me dirigí al sexshop. En efecto, ése era el lugar elegido para adquirir el regalo de mi amiga. Estaba segura de que un juguete erótico la dejaría totalmente sorprendida y, a la vez, le agradaría y le daría bastante uso.

Accedí al establecimiento y me encaminé directa a la zona de juguetes eróticos para mujeres. Había un par de clientes en el local, pero el ambiente era tranquilo. La gama y el colorido de los objetos que fueron apareciendo ante mi vista eran enormes. Estuve echando un vistazo a todo lo que allí se encontraba expuesto y me di cuenta de que existían cosas que jamás hubiese pensado que se pudiesen fabricar . Sin embargo, ya llevaba más o menos claro lo que le iba a regalar a Priscila: un dildo que simulase a la perfección una polla. Encontré varios de diferentes tamaños, pero me decanté por uno de color azul marino, de unos 18 cm de largo y de bastante grosor. No le faltaba ningún detalle: los pliegues de la piel, las venas, el pellejo del prepucio y el glande fuera...
Evidentemente el hecho de verme rodeada de tantos dildos, vibradores, balas y demás objetos provocó que me fuese excitando. Sabía que, si seguía allí más tiempo, la excitación aumentaría y no estaba segura de poder controlar, entonces, mis impulsos. Cuando estaba ya a punto de alejarme de los juguetes eróticos y de dirigirme a la caja para pagar la compra, me fijé en las bolas chinas. De dos y tres esferas, rojas, rosas, negras...Pero las que más despertaron mi interés fueron unas destinadas a ser introducidas en el ano. Eran cinco bolas en total, metidas en una tira que acababa en una anilla. Las bolas estaban dispuestas de menor a mayor tamaño y eran de color verde fosforito. Cogí la caja y eché mi imaginación a volar. Esas bolas tenían que ser seguro muy placenteras y me acordé de lo sucedido en el gimnasio el día anterior. No pude resistirme y opté por darme un pequeño capricho y comprarlas.

Con el dildo para mi amiga y con las bolas anales me acerqué hasta la caja. Justo en el momento en que abrí el bolso para sacar el dinero y pagar las compras, sonó el aviso de la llegada de un correo electrónico: me lo enviaba Sandro y llevaba como asunto: “Tus fotos”.
Le pedí al dependiente que esperase un momento para cobrarme y empecé a leer el correo:
Antes de hablarte de tus fotos, me gustaría contarte las últimas novedades acontecidas entre mi madre y yo. Casi me estoy volviendo loco. ¿Sabes lo que es estar pensando en sexo las 24 horas del día? Pues eso es lo que me ocurre a mí: no puedo parar de pensar en lo mismo, en mi madre, en tener la posibilidad algún día de follar con ella. No sé si esa especie de locura que se ha apoderado de mí es la que me está llevando a creer o a interpretar que mi progenitora se me está insinuando. Hoy vamos a ir a una fiesta de disfraces y ella se vestirá de enfermera. ¡No te imaginas el modelito que se ha comprado! Casi no deja nada a la imaginación. Pero eso no es todo: a mí me ha comprado un disfraz de superhéroe, de esos que quedan ceñidos. Me obligó a probármelo delante de ella y no paraba de mirarme el paquete. Incluso, me aconsejó que no usara ropa interior debajo.

Yo también jugué mis cartas y conseguí que se probase su disfraz ante mis ojos. Ver esa bata tan corta y escueta, las medias, las bragas.....Me empalmé como un bestia y ella no paraba de sonreír y de hacer posturas sensuales. Hasta me permitió que le tomase unas fotos después de que mi ella hiciera lo mismo conmigo. Ya te puedes imaginar lo que hice luego en mi habitación: me desnudé por completo, saqué las bragas sucias que le robé en su día a mi madre y envolví con ellas mi pene para empezar a masturbarme. El roce del fino tejido de la prenda sobre la piel de mi miembro se sentía delicioso. Una y otra vez deslizaba la mano sobre mi ya hinchada verga, arrastrando las bragas que empezaron a humedecerse con el flujo que bañaba y recubría mi glande. Mientras me agitaba la polla, empecé a mirar la fotos que le había hecho a mi madre con su disfraz de enfermera: mi vista se clavó primero en su generoso escote, luego en su entrepierna para deleitarme con la contemplación de las bragas. Hice “zoom” y agrandé esa parte de la anatomía. Con la foto ampliada, observé una mancha de humedad en la zona delantera de las braguitas: mi madre se había excitado también durante la sesión de fotos y lo había hecho hasta el punto de mojar su prenda íntima. Lleno de deseo hacia ella aceleré más y la mano machacaba sin compasión alguna mi falo.

Sin apartar ni un instante la vista del móvil, continué jugando con mi verga: mis huevos se bamboleaban al ritmo marcado por mi mano. Los sentía ya duros y cargados de leche, ansioso por descargar todo el esperma y aliviar la presión y el peso acumulados. Mi pene no dejaba de palpitar, su punta me quemaba por la continua fricción a la que la estaba sometiendo y eso no hacía más que aumentar el placer. Noté varias contracciones en el abdomen y un par de sacudidas en los testículos. Era consciente de que se acercaba el momento de la eyaculación. Intenté frenar para prolongar un poco más la paja pero ya era demasiado tarde: tras un último y vehemente arreón sobre toda la longitud endurecida de mi miembro, no aguanté más y ni siquiera me dio tiempo a retirar de mi polla la prenda íntima de mi madre. Mi glande escupió sobre la braguita varios prolongados chorros de leche blanca y caliente. Me dejé caer en la cama, mientras aún notaba cómo las últimas y pegajosas gotas de esperma salían de mi verga y terminaban de convertir las bragas en algo totalmente empapado y pringoso. Tras unos instantes tumbado, recuperé el aliento y lo primero que hice luego fue limpiar como pude la prenda íntima.

Si la cosa sigue así con mi madre, voy a enloquecer: no sé el tiempo que voy a resistir más sin buscar la ocasión de abalanzarme a ella y follármela. Hasta ahora lo estoy consiguiendo con mucha fuerza de voluntad, pero su actitud no ayuda en nada. Hasta hace poco era algo más sencillo, pero últimamente parece como si estuviera “torturándome”. Todo lo que ha ocurrido estos días pasados ha podido ser coincidencia, no lo niego. Sin embargo, nunca he creído en casualidades. Tengo un lío enorme en la cabeza: por un lado, pienso que una madre y una mujer sensata jamás coquetearía así con su hijo, nunca lo provocaría de esa manera; pero por otra, pienso también en la posibilidad, por pequeña que sea, de que ella me desee a mí como yo a ella. Ojalá pudieras aconsejarme: te ofreciste a ello y ahora no me vendría mal conocer tu opinión al respecto o recibir algún consejo.

Hace un rato he recibido tus fotos: son increíbles y superan con creces lo que hubiese podido imaginar. ¿Sabes? Hoy pensaba intentar tener una mañana tranquila, tratar de mantenerme sereno y de no pensar en sexo, pues, después de lo que me dijo mi madre sobre mi disfraz y lo que ocurrió mientras nos los probábamos, me da la impresión de que la fiesta de cumpleaños de su amiga será un tanto movidita, al menos para mí. Pero tus fotos han despertado en mí de nuevo el deseo sexual y me ha sido imposible cumplir la promesa que me había hecho. Al verte en lencería y tan provocativa, con esas poses tan estudiadas y sensuales, al contemplar tu cuerpo prácticamente desnudo, he liberado mi polla, que se había ido hinchando conforme contemplaba tus fotos, y he comenzado a masturbarme. Mi madre no está en casa, ha salido hace unos minutos, de manera que he podido pajearme a gusto, sin reprimir los jadeos ni los gemidos. Pensé que la presión y el roce que sentía en mi verga era los que me provocaban tus propias manos; que tus dedos rozaban mi glande sin parar; que lo friccionaban y retiraban de él con delicadeza todo el líquido preseminal, que a modo de pequeñas burbujas blancas manaba sin cesar del pequeño agujero central. Aceleré la masturbación imaginando que tus manos soltaban mi miembro para dejarle vía libre a tu boca, que se abría y engullía toda mi venosa e hinchada polla. Fantaseé con que me lamías y mordisqueabas las bolas y que con la lengua empezabas a lamer desde debajo de los huevos lentamente hasta el glande, recorriendo cada milímetro del pene.

A la vez que pensaba en todo eso, mi mano agitaba como una loca mi verga y ejercía una fuerte presión sobre la punta. Con la yema de uno de mis dedos hice círculos sobre la húmeda y rojiza esfera y el placer que eso me proporcionaba era infinito. Acerqué el móvil a la punta de la polla y estallé, salpicando de leche la pantalla del dispositivo en la que aparecía una de tus fotos, ésa en la que te cubres el sexo con la mano. Fue una delicia imaginar que había eyaculado sobre tu cuerpo, que te lo había regado y cubierto de leche. La pantalla del móvil quedó hecha un desastre, pero ya la he limpiado, así que mereció la pena.

Ahora debo ir terminando. Te escribiré y te contaré si pasa algo especial durante la fiesta de disfraces de esta noche. Buscaré también tiempo para redactar un nuevo relato: te lo has ganado a pulso con tu envío fotográfico”.

Con esas palabras finalizaba Sandro el correo. Indudablemente, al leer con todo lujo de detalles lo que había hecho con mis fotos, sus pensamientos y la forma en que se había masturbado y se había corrido, me calenté muchísimo: ese email fue la puntilla que me hizo perder el control en aquel momento. Había tardado un par de minutos en leer el mensaje y, cuando alcé la mirada, me encontré con que el dependiente del establecimiento aún estaba esperando que le pagase mis compras. Sumida en las palabras de mi hijo, me había olvidado por completo de dónde me encontraba. El hombre me estaba mirando fijamente, tal vez intuyendo a través del gesto de mi rostro el ardor y la excitación que me invadían. Mi sexo se había humedecido de forma exagerada y me moría de ganas por tocármelo. Ansiosa por hacerlo, pagué las compras y, mientras le entregaba el dinero al dependiente, le pregunté:

  • ¿Hay aquí algún probador o aseo?

El tipo me miró con cara de sorpresa, pues no había comprado nada que tuviera que probarme.

  • Aseo no hay, ni probador tampoco, pues la lencería no se puede probar ni descambiar. No sé lo que pretende ni si le servirá o no, pero hay un pequeño almacén ahí detrás- me respondió, señalándome hacia una puerta.

Le agradecí su ofrecimiento y lo acepté sin darle mayores explicaciones. Me dirigí hacia dicha puerta encajada, la empujé, encendí la luz y entré en el reducido espacio que hacía las veces de almacén. Estaba un tanto desordenado, con algunas cajas vacías en el suelo y otras amontonadas en una estantería. Pero con eso me conformaba: no necesitaba nada más. Intenté, entonces, cerrar la puerta, pero ésta no se cerraba del todo. Tras un par de intentos desistí y la deje estar, con una rendija abierta, tal y como estaba al principio. Saqué de la caja las bolas anales que acababa de comprar y dejé la cajita sobre la estantería del almacén. Mi propósito era metérmelas allí mismo e irme a casa con ellas en el culo. Necesitaba sentir placer en mi cuerpo y qué mejor manera que aquella de estrenar el juguete erótico adquirido. No resistí ni un segundo más: me bajé la falda que llevaba y me deshice del tanga rojo y húmedo, que arrojé al suelo. Sólo me dejé puesta la blusa y los zapatos. Cogí la caja de las bolas y la abrí. Mis manos impacientes extrajeron la tira con las esferas verdes. Puse mi culo en pompa y acerqué a él el juguete, agarrándolo por la anilla. No tardó la primera bola en rozar el agujero de mi ano. Empujé con suavidad y la bolita fue penetrando en él de forma deliciosa. Suspiré de placer y volví a hacer lo mismo con la segunda y tercera esfera. Comencé, entonces, a tirar levemente de la anilla hacia fuera y a deslizarla de nuevo hacia dentro. Con cada entrada gemía de placer y decidí que era el momento de de dar un último impulso para enterrar el resto de las bolas. Eso hice y las dos últimas esferas del conjunto quedaron alojadas en mi ano. El gusto que proporcionaban era enorme. Las mantuve en mi interior unos instantes sin moverlas, quietas, para sentir mi culo totalmente lleno y penetrado.

De repente y en pleno goce, noté cómo alguien me apartaba la mano y empezaba a tirar de la anilla, sacando las primeras bolas de mi trasero. Contuve la respiración y giré la cabeza: detrás de mí, con su polla tiesa e hinchada al aire, se hallaba el maduro y canoso dependiente del sexshop. Había agarrado con varios dedos la anilla y tiraba de ella hacia fuera. Antes de que la última esfera saliera, empezó de nuevo a empujar hacia dentro. No me opuse, no hice nada para evitarlo: sólo quería sentir placer y no me importaba ni cómo ni quién me lo proporcionase. El tipo, al ver que tenía vía libre para seguir actuando, continuó con el mete y saca de las bolas. El pausado ritmo inicial iba aumentando poco a poco, de forma que la penetración era cada vez más rápida y enérgica y eso no hacía más que incrementar mi placer. Jadeaba y gemía ante cada irrupción de las bolas y mi culo ardía. Enardecida, empecé a desabrocharme la blusa violeta botón a botón hasta que ésta cayó al suelo, dejando al descubierto mi torso. Mientras continuaba sintiendo el constante trasiego de las esferas en mi ano, solté el cierre del sujetador negro que cubría mis pechos y los dejé al aire. Inmediatamente comencé a sobarlos con las manos, envolviéndolos y apretándolos con fuerza. Con la yema de los dedos atrapé ambos pezones y los friccioné con ganas, antes de tirar de ellos suavemente hacia delante. Se encontraban ya totalmente erguidos, sobresaliendo varios centímetros del redondel de las areolas.

El dependiente proseguía, incansable, metiendo y sacando las bolas pero, de repente, dio un tirón a la anilla y extrajo todas las esferas de mi ano.

  • ¡Chúpalas, vamos! ¡Saborea lo calientes que están y prueba el aroma de tu propio culo!- me ordenó.

Cogí las bolas y con la lengua empecé a lamerlas una a una degustando así el intenso sabor de mi propio ano. Luego me giré para devolvérselas y, a la vez que el individuo volvía a introducirlas en mi orificio anal, le agarré la maciza y empalmada polla y empecé a agitársela. Sentir aquella verga en mi mano me estimuló todavía más y recorrí varias veces toda la longitud del miembro de arriba a abajo, desde el ya húmedo glande hasta los testículos. El tipo gemía con cada una de mis sacudidas e imprimía ya un mayor ritmo al movimiento de entrada y salida de las bolas. Me estaba llevando a límites insospechados de excitación pero yo no me quedé atrás y, conforme él incrementaba la velocidad, mi mano se movía también más rápida, machacando su duro miembro. Mi mano izquierda, que aún estaba libre, descendió hasta mi palpitante sexo y se detuvo sobre él. Empecé a restregarlo, pasando la palma abierta en varias ocasiones sobre la raja vaginal, oprimiendo los labios y el clítoris. Poco a poco fui ejerciendo mayor presión y la piel de la mano no tardó en empaparse de flujo. Mientras tanto y de forma simultánea, mi mano derecha seguía pajeando al dependiente, que no paraba de jadear ni de masturbarme el ano con las bolas. Un par de secos y enérgicos arreones del individuo me llevaron casi hasta el clímax y noté que estaba a punto de correrme. Introduje un par de dedos en mi coño y los moví violentamente hacia dentro y hacia fuera. Estaba a punto de explotar y esa sensación hizo que apretase todavía más la polla del hombre. La agité con fuerza tres veces más y, de forma repentina y en medio de los gemidos del dependiente, sentí aterrizar sobre mis nalgas sudorosas su semen caliente. Éste no detuvo en ningún momento el empuje de las bolas y, una vez que acabó de correrse sobre mi culo, dio un par de vehementes arreones que, rematados con movimientos de mis dedos en mi sexo, me produjeron el ansiado orgasmo.

Caí, exhausta, al suelo y permanecí tumbada un par de minutos hasta que logré recuperar el aliento y parte de mis energías. Ni siquiera recuerdo en qué momento después de correrme el dependiente extrajo las bolas de mi culo. Las encontré a mis pies y observé también cómo el desconocido había recompuesto ya su vestimenta. Me levanté y cogí el sujetador para ponérmelo. Mientras me lo abrochaba, el tipo alzó mi tanga del suelo y limpió con él el semen derramado en mis glúteos. Luego me entregó la prenda totalmente pringosa y me obligó a ponérmela, sucia y mojada como estaba. Lo hice sin rechistar y terminé de vestirme, antes de guardar las bolas en su caja y en la bolsa junto al regalo para mi amiga.

Cuando me disponía a abandonar el sexshop, el dependiente abrió la caja registradora y me dijo:

  • Toma, aquí tienes el dinero que te había cobrado por tus compras. Hoy invita la casa.

Sonreí y guardé el dinero en mi bolso y salí del establecimiento rumbo a casa y con el culo dolorido pero colmado de placer.

En cuanto llegué a mi vivienda y antes de empezar a preparar la comida, me di una ducha. Necesitaba relajarme y, además, olía a semen seco. Sandro no estaba en casa y llegó un rato después de que yo lo hiciera. Tras degustar ambos la paella que preparé, descansamos un poco, pues había que reponer fuerzas para la fiesta de Priscila. Logré conciliar el sueño durante unos minutos, pero al despertar de la siesta y aún tumbada en la cama, comenzó a entrarme de nuevo ese cosquilleo de deseo sexual que venía invadiéndome con frecuencia en los últimos días. Pensé en mi hijo y en las ganas que tenía de estar con él en la fiesta de mi amiga; le di mil vueltas a lo ocurrido en el sexshop y volví a excitarme; recordé también todo lo experimentado tanto con Sandro como con mi forma de comportarme debido al estado de excitación que mi hijo me había ido provocando: mis exhibiciones ante él, ante el taxista, ante el tipo de la cafetería, la forma salvaje en la que el monitor deportivo me folló el culo....Y, especialmente, seguía pensando en los relatos de Sandro, en esas historias que tanto me calentaban.

Me levanté de la cama y encendí el portátil con la esperanza de que mi hijo hubiese publicado algún relato nuevo en la página, al margen de los que venían a narrar sus vivencias conmigo. Tuve suerte: en su perfil aparecía una historia nueva, en la que yo volvía a ser la protagonista pero en este caso, todo era pura ficción ideada por la mente calenturienta de Sandro. Me entusiasmó saber que había vuelto a fantasear conmigo, ya que tendría la posibilidad de leer algo completamente nuevo. Sin embargo, opté por dejar el texto reservado para otra ocasión, pues deseaba conservar y reservar todas las fuerzas y el ansia sexual para la fiesta.

Al fin llegó el momento de prepararnos para asistir a la celebración del cumpleaños de Priscila. Se nos presentaban dos opciones para acudir a su domicilio: o salir ya disfrazados de casa o pedirle a Priscila que nos dejara disfrazarnos en la suya. Tanto mi vástago como yo consideramos esta segunda opción como la más lógica, ya que de la otra forma iríamos por la calle dando el “cante”. Llamé a mi amiga para hacerle la petición pero me respondió que no, que nada de disfrazarse en su casa, que de eso se trataba también: de ver cómo nos las apañábamos para llegar disfrazados. Entre risas y bromeando con esa circunstancia, mi amiga me colgó el teléfono. No nos quedaba más remedio que salir ya de casa con el disfraz puesto.
Sandro cogió de la bolsa su disfraz y se dirigió a su habitación. Yo me metí en la mía y puse el atuendo de enfermera sobre la cama. Allí quedaron ante mi vista la bata blanca y las medias a juego. Abrí el cajón de la ropa interior y busqué un sujetador blanco de encaje. Una vez que lo encontré, lo coloqué en la cama justo al resto de prendas. Posteriormente tomé también unas braguitas blancas que completaban el conjunto de lencería: finas, suaves al tacto, de encaje por delante y transparentes por detrás. Las dejé caer sobre la cama y me desnudé por completo.

  • Ahora nada de tocamientos, aunque lo desees, pero nada de eso ahora- repetí para mí varias veces, intentando cumplir con lo planeado de reservar todo el vigor para la fiesta.

Me percaté, entonces, de que el vello púbico de mi sexo había crecido un poco, por lo que cogí mi pequeña pero eficiente maquinilla de depilación y, tras dar varias pasadas, dejé mi pubis y mi sexo completamente rasurados. Cuando me apliqué una ligera capa de crema hidratante sobre la zona, rozando inevitablemente los labios vaginales, se me escapó un suspiro de placer que no hizo más que anunciar el grado de excitación que ya se acumulaba de nuevo en mí. No sé cómo pude resistir sin tocarme, pero lo logré a duras penas. Me puse las braguitas y luego el sujetador. Luciendo ya el conjunto de lencería me miré en el espejo, de frente y de perfil: estaba imponente, jamás antes me había visto tan sensual o, al menos, ya no lo recordaba. A continuación cubrí mi pierna derecha con la media y luego hice lo propio con la izquierda. Ambas quedaron con un aspecto envidiable. Me puse la bata y dejé sin abrochar el último botón: el ya de por sí generoso escote se ampliaba de esa forma todavía más y dejaba al descubierto buena parte del canalillo y el inicio del sujetador blanco.
Por último, me calcé unos zapatos rojos de tacón y dediqué unos minutos a maquillarme. Antes de salir de la habitación, me volví a a mirar de arriba a abajo en el espejo para darme el definitivo visto bueno. Cuando comprobé que estaba todavía más sensual de lo que había imaginado, cogí mi bolso y el regalo de cumpleaños de Priscila y abandoné el dormitorio. Una vez que llegué al salón, Sandro estaba ya esperándome. Los ojos de mi hijo recorrieron mi cuerpo despacio, de arriba a abajo, desde la cabeza a los pies. Yo lo observé con detenimiento antes de clavar mi mirada en el bulto que el ceñido disfraz de superhéroe le hacía en la entrepierna. No había que ser adivina para saber que había seguido mi consejo de no usar bóxer debajo del disfraz: la redondez de sus testículos se le marcaban a la perfección, al igual que la silueta de su pene. Lo tenía en reposo pero, en cuanto mi hijo se percató de que le estaba mirando el paquete, su miembro se puso semierecto.

  • Estás espectacular, mamá- comentó Sandro, rompiendo así el silencio de la situación.
  • ¡Pues anda que tú! ¡A ver si te voy a tener que dejar aquí! Ya sabes cómo son Priscila y algunas de sus amiga, que ven a un tío buenorro y se desmadran por completo- exclamé riéndome.

Luego me acerqué a mi hijo y le dije:

  • Anda, vámonos que, si no, se nos echará el tiempo encima. ¡A mover ese culito!

Mientras pronunciaba estas palabras, aproveché para pellizcarle cariñosamente la nalga derecha y pude sentir entre mis dedos la dureza del glúteo de Sandro, cubierto por la excitante textura suave de la licra del disfraz.

Al salir a la calle, juré vengarme de Priscila en cuanto pudiera por hacernos llegar hasta su casa disfrazados. No vivía muy lejos, sólo a un par de calles de distancia, por lo que fuimos caminando. Evidentemente, durante el breve trayecto a pie los viandantes con los que nos cruzamos nos miraban alucinados: no todos los días ve uno por la calle a un superhéroe y a una enfermera. De manera que decidí reservarme alguna revancha contra mi amiga por la vergüenza que me había hecho pasar.
Pero no todo fueron risas por parte de los demás: las miradas a mi escote y a mis piernas de varios hombres eran la prueba evidente de lo acertado y sexy de mi disfraz. Cuando al fin llegamos a la vivienda de Priscila y nos abrió la puerta, me quedé de piedra: apareció disfrazada de policía, sin faltarle ni un solo detalle: gorra, placa, porra.....Me di cuenta de que tendría una dura rival en cuanto al disfraz más sensual.

Mi hijo y yo la saludamos efusivamente y la felicitamos por su cumpleaños. Después de examinarnos de arriba a abajo, se quedó sorprendida por los buenos disfraces que lucíamos y vi perfectamente cómo mantuvo durante unos instantes la mirada clavada en el bulto que se apreciaba en la entrepierna de Sandro. Él tampoco se cortó mucho y se deleitó pasando revista al escote y a los pechos de Priscila. Jamás la había mirado así, con esa cara de deseo, pero era evidente que mi hijo tenía las hormonas totalmente revolucionadas y que estaba con el ardor sexual a flor de piel.

Pasamos al interior de la vivienda, donde ya se encontraba la práctica totalidad de los invitados. La variedad de disfraces era grande, especialmente entre las féminas, ya que los hombre estaban encasillados en tener que emular a superhéroes en cuanto a la vestimenta. Había mujeres disfrazadas de azafatas de vuelo, otras de profesoras, de colegialas, de soldados....De todo podía verse en el amplio salón de la casa, donde la música ya sonaba a través del potente equipo de sonido instalado. Eché un vistazo a los hombres, todos ellos en sus ajustadas vestimentas de superhéroes: algunos daban un poco de risa, pues cualquier parecido con la realidad era una quimera, en especial por el físico descuidado. Otros no estaban nada mal y presentaban un interesante paquete, pero ninguno le hacía sombra a Sandro, cuyo culo marcado en la licra empezaba a atrae miradas femeninas.

Pronto empezamos a degustar la comida y las tapas que Priscila había preparado. Algunos asistentes habían contribuido llevando botellas de vino, de cerveza, de champán y de todo tipo de licores. Yo también aporté una botella de buen vino de Rioja. Conforme la fiesta iba desarrollándose, el alcohol ingerido iba causando los primeros estragos: algunos de los presentes comenzaron a mostrarse más desinhibidos, bromistas y expresivos de lo normal y, cuando terminamos de cenar y llegó el momento del baile, protagonizaron escenas bastantes subidas de tono.

A Priscila se le ocurrió entonces hacer una especie de concurso para la elección del mejor disfraz, tanto masculino como femenino: nos entregó unas hojas en blanco para que cada uno votase al respecto. Luego recogió las hojas e hizo el recuento de votos. Antes de comunicar los ganadores, dejó claro que los elegidos tendrían que protagonizar un baile al ritmo de una canción que ella misma había seleccionado. Cuando pronunció el nombre de mi hijo como vencedor en la categoría masculina, el corazón se me encogió: conocía de sobra a Priscila y sabía que el baile ideado no sería un baile “inocente”. Estaba convencida de que había programado un pequeño espectáculo subidito de tono a través del baile. Durante los segundos que tardó en comunicar la ganadora femenina, deseé con todas mis fuerzas escuchar mi nombre: no quería tener que pasar por el trago de tener que ver a Sandro bailando muy arrimado a cualquiera de las otras mujeres, ni a la propia Priscila. Lo quería pegado a mí, sería la excusa ideal para poder rozarme con él y sentir su cuerpo pegado al mío.

Por fin Priscila dio a conocer a la vencedora:

  • El premio al mejor disfraz femenino es para el de la sensual y ardiente enfermera. ¡Enhorabuena!

Di un respingo de alegría y, entre aplausos, tuve que pasar al centro del salón, donde se encontraba la improvisada pista de baile.

  • ¡Vaya! Resulta que tenemos como ganadores a madre e hijo. Y yo que tenía preparado un baile cargado de erotismo. ¿Ahora qué hacemos? ¿Cambiamos el plan?- preguntó mi amiga al resto de asistentes.

Éstos, con sus copas y vasos de bebida en la mano, negaron con la cabeza.

  • ¡Adelante con lo programado!
  • ¡Sí! ¡Que bailen juntos!
  • ¡Nada de cambios!

Todas estas exclamaciones se oyeron en medio de un enorme jolgorio y griterío. Priscila, mientras, se acercó al reproductor de música para poner la canción con la que Sandro y yo debíamos bailar. Todos aguardaban impacientes escuchar los sones de la canción elegida. De repente, comenzó a sonar la melodía de la Lambada, canción ya de hacía unos años, pero cargada de altas dosis de sensualidad y de erotismo. Yo la había bailado alguna que otra vez y comencé a mover el cuerpo, pero mi hijo, que no conocía la canción, no sabía cómo hacerlo.

  • ¡Pero qué sosos! ¡Vamos, bien pegaditos! ¡Hay que bailarla como Dios manda!- exclamó Priscila, antes de parar la música.

Esperó a que Sandro y yo juntásemos nuestros cuerpos. Inmediatamente mis pechos se pegaron al torso de mi hijo y sentí también estrujado contra mi anatomía el bulto que Sandro tenía en la entrepierna. Los dos nos miramos a los ojos sin decirnos nada y la música comenzó de nuevo a sonar desde el principio.

Aquel baile que acababa de comenzar, aquella ocurrencia de mi amiga, iba a traer consigo algo totalmente inesperado.





5 de diciembre de 2016

EL CLÍTORIS: ASIGNATURA EN COLEGIOS FRANCESES

Creo que España debería tomar buena nota de esta noticia. Y también aquellos que se rasgan las vestiduras y se escandalizan por el hecho de que los jóvenes lean y se informen sobre sexo.

http://smoda.elpais.com/placeres/sexo/clitoris-asignatura-colegios-franceses/

26 de noviembre de 2016

DELICIOSO COÑAC

  • Una copa más de coñac. La última, lo prometo.

Irene, completamente borracha, sentada en la parte de atrás del lujoso vehículo de su amiga Silvia, suplicaba por un poco más de alcohol. Aún no había tenido suficiente con todo el que había ingerido en la fiesta de la que acababan de salir. Ahora, dentro de ese coche gris metalizado que se encontraba estacionado en aquel aparcamiento público vacío, mendigaba por un trago más. Silvia, también bajo los efectos del alcohol pero todavía con cierto control sobre sus actos, observaba de arriba a abajo a Irene, en medio de la oscuridad de la cálida madrugada veraniega.

  • No pienso darte esa copa. ¿Acaso no te has visto? Una mujer decente como tú, toda una señora y mírate: me has hecho parar aquí el coche porque no aguantabas más y has echado una meada kilométrica ahí fuera. No puedes casi ni articular palabra ni mantenerte en pie. Tienes el rimmel corrido, el maquillaje desdibujado y el vestido descolocado y descompuesto. Cualquiera que te viese así pensaría que eres una puta en lugar de una exitosa y acaudalada empresaria- le replicó Silvia, mientras contemplaba el tanga rojo de su amiga, que asomaba nítidamente entre la piernas de ésta, bajo el vestido negro y corto de lentejuelas.

Silvia jamás se había sentido atraída por una mujer, pero ahora notaba una sensación extraña: tal vez era culpa del vino, de la ginebra y del coñac que había bebido, o del calor asfixiante de la noche, o de ese tanga de encaje del que no podía apartar la mirada y a través del cual divisaba la fina y cuidada tira de vello púbico sobre la raja del sexo de su amiga.
Irene, sin embargo, seguía insistiendo de forma incansable, hasta que trató de arrebatarle la botella a Silvia.

  • ¿Quieres más alcohol, no?- la cara de Irene se iluminó al oír la pregunta pero pronto cambió a gesto de asombro al ver cómo Silvia comenzaba a desabrocharse su blusa azul botón a botón: primero, todo el escote; luego, los duros y firmes pechos desnudos sin sujetador quedaron al descubierto. Silvia abrió la botella, la inclinó un poco sobre su torso y bañó los senos de coñac. El líquido empapó los oscuros y tiesos pezones y resbalaba hacia abajo, llegando al vientre y humedeciendo la cinturilla de la falda negra de la mujer.
  • Si quieres beber, tendrás que hacerlo sobre mi piel, lamiéndola con tu lengua para aprovechar el coñac- dijo Silvia.

Irene sonrió y no lo dudó ni un instante: acercó su rostro al cuerpo de su amiga, abrió la boca y con la húmeda lengua comenzó a chupar el coñac en los redondos pechos de Silvia, haciendo círculos, bordeándolos lentamente para, por fin, continuar hacia la cima de las tetas y rozar los pezones. 



De la boca de Silvia empezaron a abrirse paso gemidos que se hicieron más intensos en cuanto notó los labios de su acompañante aprisionando aquellos dos carnosos botones y al sentir cómo la mano de Irene se metía entre sus muslos abiertos y avanzaba hacia la entrepierna. Ningún obstáculo encontró al llegar la meta: no había bragas ni tanga que le impidiese tocar y acariciar el coño húmedo, palpitante y depilado de Silvia.

Y así, mientras Irene le comía a su amiga intensamente los pechos, saboreando el coñac, y le metía varios dedos en el coño penetrándolo una y otra vez con vehemencia, a escasos metros el vigilante del aparcamiento se hacía una soberana y, a la postre, muy lechosa paja contemplando a escondidas el espectáculo lésbico.




21 de noviembre de 2016

18 de noviembre de 2016

CRÓNICA DE UN INCESTO (5)

Al día siguiente, tras regresar del trabajo, decidí aceptar por fin la propuesta que mi amiga Jéssica me venía haciendo desde hacía tiempo para que me pasara alguna vez por el gimnasio al que ella acudía y del que era monitor su joven pareja. Ese día lo necesitaba realmente: tenía que despejarme y relajarme. Así que me desnudé y busqué alguna prenda deportiva que ponerme. Llevaba años sin hacer ejercicio pero sabía que conservaba en alguna parte un par de camisetas y algunas mallas de fitness. Después de un par de minutos de búsqueda localicé dichas prendas. Me vestí con una camiseta roja de manga corta y ceñida al cuerpo y con unas mallas negras con franjas rojas en el lateral de los muslos. Era el conjunto que más solía usar antes aún me quedaba bastante bien. Me calcé las zapatillas deportivas y me dirigí al gimnasio caminando. No estaba muy lejos de casa y llegué a los pocos minutos. Enseñé en recepción la tarjeta de invitada que en su día me entregó Jéssica y pregunté por Miguel, la pareja de mi amiga. A los pocos minutos apareció y me saludó con dos besos.

  • ¡Dichosos los ojos! ¡Creí que nunca te vería por aquí!- exclamó Miguel riéndose.
  • Es que llevo unos días con un ritmo de trabajo asfixiante, además de algunos otros asuntos. ¿No te importa que haya venido así, sin avisar?
  • Claro que no, mujer. Sabes de sobra que puedes venir cuando te apetezca.
  • Muchas gracias, Miguel. Sólo será un ratito: mi condición física no creo que dé para más- le comenté
  • Como quieras. ¿Y qué prefieres: hacer ejercicio a tu aire o que te oriente yo un poco?
  • ¿No estás ahora ocupado?- le pregunté.
  • No, acabo de terminar una clase de spinning y hasta dentro de una hora no empiezo con la siguiente.
  • Entonces, si no es molestia, me encantaría que me ayudaras: no tengo mucha idea de cómo funcionan estos aparatos y máquinas y, con lo torpe que soy, no quiero provocar ningún desastre- le indiqué.

Miguel rió y luego me pidió que lo acompañara a una pequeña sala. Estaba dotada con un par de aparatos, una cinta para correr y una bicicleta de spinning.

  • Aquí podremos estar tranquilos. Es una sala reservada para los monitores- me dijo Miguel.

Yo ya conocía al joven de las veces en que habíamos salido Jéssica, él y yo a comer o a cenar, pero no lo había visto nunca vestido con ropa deportiva. El sensual cuerpo de Miguel, con esa camiseta negra ajustada a su torso, marcando los pectorales, y ese short deportivo rojo que permitía ver su perfecto y macizo culo, no ayudaba precisamente a calmar la excitación en la que yo andaba sumida desde hacía días. Mientras me daba algunas instrucciones, aproveché también para mirarle con disimulo el considerable paquete de la entrepierna. Miguel me hablaba y me aconsejaba, pero yo cada vez escuchaba menos sus palabras y observaba más sus atributos masculinos. Me sentía un tanto despreciable por estar ahí mirando con ojos de deseo a la pareja de una de mis mejores amigas, pero no podía evitarlo. Y esos ojos marrones color miel, grandes, dulces y ardientes al mismo tiempo me desarmaban por completo.

Comencé entonces a hacer unos ejercicios de pesas que el monitor me había indicado, mientras él seguía atento mis evoluciones. Pronto rompí a sudar y más todavía cuando empecé a correr sobre la cinta. Mi camiseta mojada se pegaba cada vez más a mi torso, lo que hacía que la redondez de mis pezones se reflejasen con claridad sobre el húmedo tejido de la prenda. Notaba también el sudor empapando mis muslos y fluyendo por mi espalda hasta llegar a mis nalgas, mojando las mallas. Sentí, además, cómo la licra de mi pantalón era engullida por la raja de mi culo debido al movimiento de mis piernas al correr. Al girar una vez la cabeza para preguntarle a Miguel si lo estaba haciendo bien, lo pillé mirándome con descaro el trasero. Bajé la vista a su paquete y lo tenía aun más abultado que antes. Entre el sofoco por el ejercicio y aquello que lucía el joven entre sus piernas, , me invadió un enorme calor y agradecí en parte que Miguel me comentase que dejase de correr y que hiciera algunas flexiones. Tenía que que inclinar el torso y tocar la punta de los dedos con las manos. Debía repetir veinte veces ese ejercicio. Tras la indicación, se situó detrás de mí y me ordenó que comenzara. Seguí sus órdenes y comencé a realizar el ejercicio. A la cuarta o quinta flexión corporal caí en la cuenta de que la posición que tenía Miguel le permitía ver mi culo en pompa al inclinarme para tocar mis pies. Y estaba plenamente convencida de que durante mis flexiones, las ya de por sí ajustadas mallas daban un poco más de sí, marcando más mis glúteos y la raja de mi culo y que Miguel, probablemente, se estaba dando un auténtico atracón visual.

De nuevo me vino ese cosquilleo de los últimos días a mi coño y esa sensación de deseo y de ganas de sexo. De repente, una de las veces que me encontraba justo con el culo en pompa, sentí sobre él la mano del monitor. Me quedé en esa postura, paralizada y sin moverme. La mano empezó a recorrer con suavidad mis nalgas sobre la licra, despacio y haciendo círculos. Tragué saliva varias veces y guardé silencio. Miguel, al ver que yo no reaccionaba ni oponía resistencia a su acción, continuó unos instantes más acariciando mi trasero, hasta que me susurró al oído:

  • He visto antes cómo no parabas de observar mi polla. ¿Tanto te gusta? ¿tan necesitada estás de una así? Y no vayas a hacerte ahora la inocente, porque no tienes excusas: me la estabas comiendo con los ojos.

Mientras pronunciaba estas palabras, uno de sus dedos comenzó a recorrer de arriba a abajo la raja de mi trasero hasta perderse entre mis piernas, buscando mi coño. No tardó en hallarlo y allí, por encima de las mallas, estuvo ese hábil dedo rozando mi ya húmeda vagina y mi clítoris. Empecé a suspirar y a gemir de placer ante esos placenteros tocamientos y deseando que Miguel me follase de una vez el coño. Pero él tenía otros planes.

  • A Jéssica no le gusta mucho que le penetre el ano. Pero estoy convencido de que a ti sí que te place: teniendo ese culo tan prieto, esos glúteos tan macizos, seguro que te encanta que te penetren el culito, ¿verdad?- dijo Miguel.

Yo asentí. Me daba igual ya el agujero que me follase. Tan sólo deseaba sentir dentro de mí esa tremenda verga que se le adivinaba bajo el pantalón. Noté rápidamente cómo las manos del monitor me bajaban las mallas hasta dejarlas en mis tobillos. Me dio un par de cachetadas en cada glúteo y luego sentí su saliva aterrizar sobre orificio anal para lubricarlo. De inmediato empezó a restregar su tieso falo por mis nalgas y mi boca y mi sexo se hacían agua, mientras yo percibía la redondez del húmedo y pringoso glande circular por mi culo. Miguel separó mis nalgas con las manos y su pene comenzó a entrar de forma lenta en mi culo, centímetro a centímetro, milímetro a milímetro, hasta que quedó perfectamente encajado dentro. Sí, aquella polla era bien gorda y larga, eso seguro, pues el placer que me ofrecía era inmenso.

Miguel se puso a bombear en mi trasero y metiendo su miembro de forma cada vez más rápida e intensa. Mis gemidos aumentaban, al igual que los jadeos del monitor en cada una de sus fuertes embestidas. El flujo vaginal manaba ya de mi coño y resbalaba por la cara interna de mis muslos, a la vez que Miguel imprimía ya un ritmo alocado. Entonces lancé un de grito:

  • ¡Joder, me vas a partir el culo!
  • ¿No te gusta? ¿Quieres que pare?
  • ¡Ahhh....No, por Dios, sigue, sigue más!
  • ¡Pídemelo por favor, vamos, quiero que me lo supliques. Pídeme que te reviente el culo y que te lo llene de leche.
  • ¡Por favor, te lo suplico, fóllame, no dejes de follarme, ahora no!

Miguel retomó todavía con más fuerza que antes el bombeo y su falo entraba y salía con una fuerza descomunal y a una velocidad endiablada. Cada vez me daba más la sensación de que profundizaba más, hasta mi vientre. Dio un par de arreones secos y con mi mano frotando el coño me corrí como una auténtica perra, dejando el suelo del gimnasio encharcado de flujo. Segundos más tarde de mi corrida, el monitor soltó un par de alaridos que precedieron al momento en que su caliente semen inundó de lleno mi ano y mi culo. No sacó la verga hasta que no soltó la última gota y luego tuve que chupársela con la lengua de arriba a abajo para limpiarle los restos de esperma.

  • Te vas a librar de que siga hoy porque se acerca el comienzo de la próxima sesión de spinning. Pero ya habrá otro día, estoy seguro- fueron las últimas palabras del monitor antes de subirse el short, de secarse el sudor con una toalla y de salir de aquella pequeña sala.

Yo me tumbé unos instantes en el suelo para recuperarme, mientras notaba cómo el semen de Miguel resbalaba por mi culo. Luego recompuse mi ropa y abandoné el gimnasio pensando en la putada que acababa de hacerle a mi amiga, aunque dudando también de si el polvo ocasional que Miguel me acababa de echar no era algo habitual en él con otras usuarias del gimnasio y de que Jéssica no estuviera tal vez al tanto de las correrías sexuales de su pareja e hiciera, en cierta forma, la vista gorda ante ellas con tal de seguir teniendo a su lado a ese chico bastante más joven que ella.
Al menos, esta última posibilidad fue la que me sirvió para no tener remordimiento de conciencia por lo sucedido e intentar poder mirar a la cara a mi amiga el próximo día que la viera.

Cuando llegué a casa, me refresqué el rostro y bebí varios vasos de agua antes de pasar a mi dormitorio. Ya en la tranquilidad de mi habitación, leí el relato que Sandro había escrito sobre lo sucedido la tarde de las compras. Como siempre, de forma magistral detallaba y narraba cada escena ocurrida. En esta ocasión no lo adornó con nada de ficción, sino que se atuvo a la realidad. La lectura del texto me puso muy caliente: pese a lo sucedido un rato antes con Miguel, seguía teniendo más ganas de sexo. Me encontraba desnuda y empecé a acariciar mi coño, pero una inoportuna llamada al móvil cortó bruscamente mis intenciones. Era mi buena amiga Priscila, que llamaba para invitarme, como cada año, a su fiesta de cumpleaños. Se iba a celebrar el próximo sábado en su casa e iba a ser algo especial: pretendía organizar una fiesta de disfraces, para la que las mujeres tendrían que ir disfrazadas de algún tipo de profesión y los hombres de superhéroes. El número de invitados no sería muy amplio, unas veinte personas como máximo. También invitaba a Sandro, al que había tratado desde su nacimiento y que era para ella como una especie de sobrino. Le confirmé mi presencia y le dije que le preguntaría a mi hijo si quería venir.

Los cinco minutos que Priscila me tuvo al teléfono cortaron de raíz el clímax creado con la lectura del relato de Sandro. Aun así, iba a retomar los tocamientos, cuando de nuevo sonó el móvil, pero en este caso no con una llamada, sino con la alerta de la llegada de un email. Se trataba de mi hijo:

  • Gracias por las fotos. Posas muy bien, con posturas increíblemente sensuales. Eres la culpable de que mi polla esté roja de las veces que me la estoy machacando estos últimos días. Me acabo de correr y, en cuanto termine de escribirte, volveré a pajearme mientras te miro en las fotos. ¿Ya has leído el relato del probador? No tardes en mandarme un email. Tengo lista la primera solicitud de fotos concretas que deberás enviarme. Muchos besos ardientes- rezaba el breve correo de Sandro.

Tras la lectura del mismo, decidí aplazar mi masturbación para otro momento, sin interrupciones, en la calma nocturna. Había un par de cosas urgentes que hacer: la primera, contestarle a mi hijo; la segunda, empezar a buscar un disfraz para la fiesta de Priscila y otro para Sandro, si finalmente aceptaba ir. No tardé mucho en redactar el mensaje de respuesta. Le expresé cuánto me había excitado su texto y que cada vez conseguía encenderme más que en las ocasiones anteriores, al igual que lo hacían los comentarios que le dejaban otros autores o lectores sobre los relatos escritos y sobre mis fotos que incluía en cada una de sus historias. Le confesé, entre bromas, que se estaba convirtiendo en un auténtico pervertido y que me estaba empujando a mí a serlo también. Finalicé diciéndole que quedaba a la espera de su petición fotográfica y que, si no pedía un imposible, cumpliría con su solicitud.

Le envié el correo y caí en la cuenta de que mi hijo, si era verdad lo que me había escrito, estaría en ese momento tocándose en su habitación. Ante esa posibilidad, me puse una camiseta y un pantaloncito corto de estar por casa y salí de mi dormitorio. Recorrí despacio el pasillo y me acerqué a la habitación de Sandro. En efecto, la puerta se encontraba cerrada, cosa poco habitual a esas horas, y pegué la oreja a ella: dentro se escuchaban leves gemidos de mi hijo, señal inequívoca de lo que estaba haciendo. Conté hasta diez para no cometer la locura de abrir la puerta y apoderarme de la polla de mi hijo. De modo que regresé a mi habitación y, mientras esperaba a que Sandro terminase su trabajo manual, comencé a consultar en internet la tienda de disfraces más cercana. Una vez localizada, me puse a mirar un disfraz que me gustara y tardé poco en encontrarlo: con la idea de que Sandro aceptaría la invitación de Priscila, pensé en un disfraz que me permitiese insinuarme y provocar a mi hijo, siempre bajo la excusa de que se trataba de una fiesta distendida y desenfadada. Y fue entonces cuando apareció en la pantalla un precioso y sexy disfraz de enfermera, formado por una escueta bata blanca con escote generoso, y medias y liguero del mismo color. Justo lo que andaba buscando.

Como Sandro continuaba en “encierro”, aproveché para adelantar trabajo y busqué también un disfraz para él. Un par de minutos más tarde localicé en la página de la tienda un mono de licra rojo, con capa negra a los hombros y un antifaz del mismo color. Sería perfecto para él, y para mí: sin duda, su paquete se le marcaría en la entrepierna de ese mono ceñido y podría deleitar mi vista durante la fiesta de mi amiga.
Viendo que mi hijo seguía sin salir decidí “portarme” mal: iba a desnudarme y a vestirme para desplazarme a la tienda de disfraces y pensé entonces en mi lencería. ¿Por qué no lucir algunas prendas delante de mi hijo? Me quité la camiseta y el pantalón corto y abrí el cajón de mi ropa íntima. Allí había un gran universo de colores: negro, rojo, violeta, blanco...Además de lo que había comprado en el sexshop, figuraban también aquellas otras prendas que poseía desde hacía más tiempo y que había optado por conservar.

La braguita violeta, recién lavada y limpia, ya me la había visto puesta y la había tenido entre sus manos. Así que busqué y elegí un elegante pero, a su vez, sensual conjunto negro: sujetador, bragas y medias. Primero me puse las bragas de encaje y luego el sujetador. A continuación metí el pie derecho en la media y empecé a subirla lentamente. El fino y suave tejido rozaba mi piel y cubría centímetro a centímetro mi pierna, hasta que la media quedó ajustada a la parte alta de mi muslo. Por último, repetí la acción con la pierna izquierda y, ya con todo el conjunto puesto, me dirigí hacia el cuarto de baño. Entré, dejé la puerta abierta y cogí uno de mis peines. Me situé frente al espejo y comencé a cepillar mi cabello. Era cuestión de esperar a que Sandro apareciera, seguro que presuroso, para asearse después de su masturbación. Mientras me peinaba, observaba mi cuerpo con esa lencería negra que me quedaba de vicio: mis pechos realzados, el provocativo encaje en mi sexo y mi culo, el brillo y la transparencia de las medias negras...

No me equivoqué: cuando sólo llevaba en el cuarto de baño un par de minutos, Sandro hizo acto de presencia.

  • ¡Ohhh...! Mamá...Perdón. ¿Te queda mucho? - me preguntó con las mejillas enrojecidas y con el rostro sudoroso. Al reaccionar de verdad y ver lo ligera que yo andaba de ropa y el conjunto que lucía, se le abrió la boca de asombro y empezó a recorrerme con la mirada de arriba a abajo.
  • ¿Te ocurre algo, hijo? Estás sudando.
  • No, no es nada, mamá. No te preocupes. He estado en la habitación moviendo algunas cosas y estoy un poco acalorado- me respondió.
  • Ya me quedo más tranquila. Yo ya he terminado. Entra, si quieres.
  • Gracias, mamá.
  • Pero antes quiero comentarte una cosa- le indiqué, mientras él seguía embobado ante lo que estaba observando.
  • Dime.
  • Ha llamado Priscila y me ha invitado a su fiesta de cumpleaños. Me dicho que te pregunte si quieres venir. Es el sábado por la noche y hay que disfrazarse: las mujeres, de cualquier profesión; los hombres, de superhéroes. Ya sabes cómo es ella, siempre ideando cosas nuevas para sus fiestas.

Sandro permaneció callado unos segundos e inmediatamente respondió:

  • Sí, mamá, me apunto a la fiesta. Priscila me trata siempre bien y le tengo afecto, así que asistiré- me respondió.
  • ¡Excelente! Justo me estaba vistiendo para acudir a la tienda de disfraces a comprar uno para mí. Te buscaré algo relacionado con los superhéroes

Mi hijo parecía no cortarse ya ni un pelo y seguía mirándome con cierto descaro. Opté por darle otra vuelta de tuerca a la situación antes de salir del baño.

  • A ver si encuentro algún disfraz que me quede bien. He visto anunciado en la página web uno de policía, otro de alumna y otro de enfermera. Pero, no sé, son un poco sexys y, tal vez, demasiado atrevidos.
  • Mamá, ya sabes cómo es Priscila. No se va a asustar por nada. Además, te dije el otro día que todo te queda bien- me comentó Sandro.
  • ¿Estás seguro? Porque, mira: me parece que hasta me está saliendo algo de tripita- le indiqué, llevándome las manos a mi bajo vientre, antes de acercarme a mi hijo para que comprobase lo que le había dicho.

Él permanecía en el umbral de la puerta y yo me coloqué a escasos centímetros. Fue entonces cuando me percaté de que en su cómodo pantalón de deportivo azul, en la entrepierna, había extensa mancha de humedad y se apreciaba un considerable bulto. Además, su polla parecía suelta, como si no llevase slip o bóxer bajo el pantalón. Supuse que se había puesto la prenda tras la última paja y que la había manchado con los restos de semen de la punta de la polla y que el tamaño que lucía el paquete era debido a los minutos que llevaba viéndome en lencería. Vi cómo Sandro bajó la mirada hacia un vientre y luego hacia mi sexo. Mi cercanía con él hizo que yo comenzase a percibir el olor a esperma que manaba de su pantalón del chándal. Ese aroma despertó mis más bajos instintos y de nuevo tuve que contenerme.

  • Mamá, no digas tonterías. No hay rastro de de tripa gorda ni nada de eso. El disfraz de enfermera te quedará de lujo- me comentó.
  • ¿De enfermera? ¡No me digas que te gustaría ver a tu madre vestida de enfermera sexy! Tendré tu opinión en cuenta. Terminaré de vestirme e iré a la tienda de disfraces- le dije.

Mientras salía por la puerta, me arrimé más a mi hijo con la escusa de la estrechez del espacio y aproveché para rozar mi cuerpo semidesnudo con el suyo. De forma insinuante restregué mis pechos contra el cuerpo de mi hijo, a la vez que sentí la dureza y la humedad de su entrepierna en mi muslo derecho. Esos simples segundos de contacto me sirvieron para provocarlo más y para sentir su excitación en mi cuerpo. Tras salir to, Sandro cerró la puerta del baño. Por el momento había sido suficiente: era mejor dejarlo tranquilo para que se limpiase o se desahogase de nuevo. Me encaminé hacia la habitación y terminé de vestirme: una blusa blanca y una falda negra completaron mi vestuario junto con unos zapatos también negros. Quería lucir piernas y la falda era una no muy corta, pero con una larga abertura por el lado izquierdo que, al caminar, dejaba a la vista casi la totalidad del muslo.

Ya lista y preparada, salí de mi dormitorio y no pude evitar esbozar una sonrisa al pasar por delante del cuarto de baño y ver que mi hijo aún permanecía dentro. Con el pensamiento de que seguro que todavía seguiría con sus trabajos manuales, me dirigí hacia la tienda de disfraces. No tarde mucho en llegar, pues no estaba muy alejada de casa, aunque no solía pasar por la calle en la que se encontraba. Entré y comencé a buscar los dos disfraces: el de enfermera y el de superhéroe. El primero que vi fue el de mi hijo: escogí la talla de adulto y comprobé que fuera tal y como aparecía en la página web. Me moría ya de ganas por vérselo puesto. Luego me puse a la búsqueda del mío. Me costó algo más dar con él, debido a la gran cantidad de disfraces expuestos, pero, finalmente, lo hallé. Tuve suerte, pues sólo quedaba uno y era justo de mi talla. También era idéntico al anunciado en la web del negocio y sabía que con él estaría realmente sexy. Pagué las compras y fui a tomar un café a una cafetería próxima. Estando allí, mi móvil me avisó de la llegada de un email: era de Sandro y llevaba como asunto “petición fotográfica”. Aunque me invadió la intriga por leerlo, preferí dejarlo reservado para cuando regresase a casa. Cuando guardé de nuevo el móvil, me percaté de que en la mesa de enfrente había un tipo que no dejaba de mirarme. No apartaba la vista de mi pierna izquierda: sentada como yo estaba, la abertura de la falda permitía ver todo mi muslo hasta la blonda de la media negra. No me había dado hasta ese instante, pero lejos de cubrirme un poco, permití que aquel desconocido de mediana edad siguiera deleitándose. Para ello, me hacía la despistada, volvía a mirarlo y a sorprenderlo, apartaba de nuevo mi mirada....Fui consciente de que, a raíz del comienzo del “juego” con mi hijo y con el transcurso de los días, me había ido convirtiendo en una exhibicionista y que el sentirme observada y el exponerme me generaban un morbo indescriptible.

Con disimulo, para no aparentar ser una descarada, deslicé la falda hacia el centro, desplazando así la raja de la abertura. Agaché la cabeza y comprobé que parte de mis braguitas negras quedaban al aire y a disposición de cualquier mirada interesada. Alcé luego el rostro y constaté que el desconocido tenía sus ojos clavados en mi entrepierna y resoplaba ante la visión de parte de mi prenda íntima. Me moví otro poco y permití que me viese todas las bragas, mientras yo notaba cómo mi sexo empezaba a palpitar y a humedecer la braguita. Me mantuve en esa posición un par de minutos hasta que decidí recomponer la falda, levantarme y dar por terminada mi breve exhibición. Me marché de la cafetería dejando al hombre con un buen calentón en su polla.
Al llegar a casa y antes de ponerme con los preparativos de la cena, leí el email de mi hijo en el que realizaba su petición sobre las fotos. Era breve y muy concreto: quería que posara para él luciendo diferentes conjuntos de lencería y en distintas posturas, sin mostrarle mi rostro, tal y como habíamos acordado. Quería esas imágenes mías desde la tetas hacia abajo. Además, pedía algunas donde apareciese sin sujetador y con las manos cubriendo mis pechos y alguna sin braguita y tapándome el sexo de alguna forma. Por último, me insistía en que usase medias para la mayoría de imágenes, pues era su prenda fetiche.

Por supuesto que acepté su propuesta: eso de exhibirme ante él en lencería sería morboso y excitante. Supuse que la solicitud tenía algo que ver con lo ocurrido horas antes en el baño, cuando Sandro me vio en ropa íntima. Deduje que ese deseo de que le enviase dichas imágenes estaría relacionado con esa circunstancia. Le contesté inmediatamente a su mensaje, pero sólo para decirle que aceptaba su petición y que en unas horas, tal vez en un día, recibiría las fotos. Tras mandarle el correo, me acerqué a a la habitación de mi hijo para enseñarle su disfraz. Sandro estaba escribiendo en el ordenador y, al verme aparecer, apagó la pantalla con celeridad.

  • ¿Qué tal, hijo? ¿haciendo algún trabajo para clase?- le pregunté.
  • Ehhh...Bueno, no....Estaba escribiendo unas cosas.
  • Espero que sean cosas interesantes y útiles- le dije, soltándole una pequeña indirecta.
  • Son cosillas mías sin mucha importancia.
  • Vale, está bien, no tienes que contármelo. Ahora mira esto: ya tengo tu disfraz para la fiesta de Priscila.
  • ¿No habrás hecho que me tenga que vestir de Supermann o de algo así, no?- me preguntó expectante.
  • Tranquilo, no es de ningún superhéroe en concreto- le comenté mientas sacaba el disfraz de la bolsa.

Acto seguido se lo entregué a mi hijo y empezó a observarlo y a analizarlo:

  • No está mal. Me gusta: no es de ningún “musculitos” en concreto y además, así cumpliré con el requisito de Priscila.
  • Pruébatelo, a ver cómo te queda- le pedí.
  • ¿Ahora?- me preguntó Sandro un tanto extrañado.
  • Sí, ahora. Si no te está bien, habrá que descambiarlo mañana, pues el sábado es el cumpleaños y no queda casi tiempo- le indiqué.

Pero lo que realmente deseaba era inducir a Sandro a que se probase el disfraz delante de mí. Me miró fijamente y dudó unos instantes pero luego se quitó la camiseta: su torso desnudo apareció ante mis ojos, fibroso y con las tetillas de un intenso color marrón. Recorrí de arriba a abajo su pecho y su vientre y detuve la mirada en la cintura, esperando a que se bajara también el pantalón deportivo que llevaba. Con los dedos enganchó la cinturilla del short y empezó a bajarlo. Lentamente fue dejando al descubierto un bóxer azul donde se marcaba el bulto en la entrepierna. Mis ojos se fijaron de inmediato en aquella protuberancia formada por el pene y los testículos de mi hijo, aprisionados bajo la ajustada prenda. Un chispazo de calor saltó dentro de mí al contemplar semejante espectáculo. Cogió el mono rojo de licra y abrió la cremallera, mientras yo seguía observando aquella deliciosa polla oculta bajo el bóxer y que parecía que se agrandaba conforme pasaban los segundos. Cuando Sandro bajó casi entera la cremallera, metió sus pies y sus piernas en el disfraz. Para entonces, su miembro lucía ya una considerable erección y se marcaba perfectamente grueso y largo sobre el bóxer. No sé si sería su propia excitación al estar semidesnudo ante mí o era el haber descubierto alguna que otra mirada mía hacia su paquete. Lentamente fue ajustándose el mono y cerrando la cremallera. El sonido de la misma al ser subida y el brillo del rojo tejido pegado a la piel de mi hijo hicieron que mi corazón palpitase a mil y que en mi coño el cosquilleo empezara a ser incesante.

  • ¿Cómo me queda? ¿No estaré haciendo un poco el payaso?- me preguntó Sandro.
  • Te queda impecable, como si te lo hubieran hecho a medida- le respondí.

En efecto, la licra se ceñía de manera increíble a la espléndida anatomía de Sandro, pareciendo que el disfraz era, realmente, su piel. Y su bulto se le marcaba, a mi juicio, de manera exagerada. Pero, por supuesto, eso me encantaba, así que le di la aprobación.

  • Sólo le pondría una pequeña pega- le dije.
  • ¿Cuál?- me preguntó extrañado.
  • No me interpretes mal, Sandro: tú puedes hacer lo que quieras cuando te lo pongas para la fiesta, pero se marcan mucho las costuras del bóxer por la cintura, en los muslos, en el culo..No sé, tal vez deberías ponértelo sin bóxer el sábado. Esas costuras afean el resultado final.

Mi hijo guardó silencio unos instantes y temí haber sido demasiado directa con mi propuesta. Sandro agachó la cabeza, observó las marcas a las que le había hecho referencia y resopló.

  • Tienes razón. Se notan bastante. Pero es que ir sin nada debajo...No sé me da un poco de cosa.
  • Vamos, no va a pasar nada por no usar ropa interior durante un rato. Esa licra se te ajusta al cuerpo y te quedará todo bien ceñido. Irás cómodo y bien. Ya lo verás.
  • Bueno, ya veremos el sábado qué hago- terminó por comentar mi hijo, dejándome con la duda.

Me iba a marchar de su habitación para permitir que se desvistiese, cuando Sandro me lo impidió con sus palabras.

  • ¿Dónde vas? Ahora es tu turno. ¿Te has probado ya el disfraz de enfermera?

Sandro había pensado rápido y había jugado muy bien sus cartas, dándole la vuelta a la situación.

  • No, aún no me lo he probado. Pero sé que me queda bien- le indiqué, tratando de echar, disimuladamente, balones fuera.
  • Pues yo creo que deberías confirmar, por si acaso, que se ajusta bien a tu cuerpo y evitar sorpresas de última hora cuando te lo vayas a poner para la fiesta.
  • Vale, está bien, pero sólo con una condición.
  • ¿Cuál?- quiso saber Sandro.
  • Pues que me permitas hacerte unas fotos de recuerdo con tu disfraz puesto. Luego ya sí me pruebo el mío- le respondí.

Mi hijo puso al principio cara de cierta extrañeza ante mi petición, pero sus ganas de ver cómo me cambiaba de ropa delante de él hicieron que no se lo pensase más.

  • No sé a qué viene ahora eso de las fotos, pero si tanto interés tienes, adelante.

Saqué, entonces, mi móvil y le hice una primera foto a mi hijo. Luego una segunda y una tercera desde diferentes ángulos. Con esas imágenes había conseguido inmortalizar la extraordinaria forma en que se le marcaba el paquete y poder usarlas para mi propio interés, beneficio y placer.

  • El sábado te sacaré algunas más. Por hoy es suficiente- le indiqué.
  • Sí, sí, como quieras, pero no te demores más que deseo ver cómo queda mi madre de enfermera. Te advierto de que yo también te tomaré algunas fotos- comentó.

Sandro aprendía rápido y me copió la idea. La impaciencia que veía en mi hijo, esa ansiedad y esos ojos cargados de deseo hicieron que yo no esperase ni un segundo más para empezar a desvestirme.
Botón a botón fui desabrochándome la blusa. Conforme lo hacía, los ojos de mi hijo iban recorriendo la piel que la prenda dejaba al descubierto según se abría. Pronto apareció mi sujetador a la vista, que Sandro contemplaba sin pestañear. Terminé de sacarme la blusa y dejé el torso al descubierto, sólo con el sostén cubriendo mis pechos. Miré la entrepierna de mi hijo y ya evidenciaba el inicio de la reacción ante la escena. El bulto había adquirido mayor tamaño y la verga se había hinchado todavía más, aprisionada bajo la licra roja. Llegó el momento de desprenderme también de la falda: abrí lentamente la cremallera lateral y la prenda fue resbalando por mis muslos hasta caer al suelo. Sandro bajó inmediatamente la mirada, la dirigió hacia mis bragas negras y la mantuvo allí fija durante unos segundos. Luego fue recorriendo centímetro a centímetro mis piernas cubiertas por las medias también negras y de nuevo volvió hasta mis braguitas. Yo esbocé una sonrisa y Sandro me devolvió otra, pero leve y nerviosa.

  • ¿Hace falta que me ponga hoy las medias y el liguero que completan el disfraz o con la bata blanca te vale?- le pregunté con picardía.

Mi hijo se lo pensó unos instantes antes de responder:

  • Reserva mejor la lencería para el día de la fiesta. Con que te pruebes ahora la bata, estará bien.

Me acerqué un poco más a él, ya con la bata blanca en la mano, y la abrí. El color níveo e impoluto brillaba, adornado por algunas tiras rojas. Primero pegué la bata a mi cuerpo, sin ponérmela todavía.

  • ¿Crees que me quedará bien?- pregunté con aires provocativos.
  • Así, a simple vista, parece que sí.
  • ¿No crees que es demasiado corta?
  • ¡Vamos mamá! Es un fiesta de disfraces entre amigos. El tono será distendido y divertido. No pasará nada por el hecho de enseñar piernas. ¿A qué esperas para probártela?- me indicó mi hijo, en cuyo rostro se dibujaba la satisfacción por lo que veía y esperaba ver.

Empecé entonces a abrir la bata con cierta ansiedad. A continuación me la puse y comencé a cerrar uno a uno los botones. Dejé el último abierto y esto, sumado al generoso escote, que ya de por sí presentaba la prenda, hacía que buena parte de mis senos quedaran visibles, únicamente bajo el sensual sujetador negro.
Por abajo la bata tapaba poco, tal y como se suponía, llegando sólo un par de centímetros por debajo de mis nalgas. Casi no había terminado de ponerme la prenda, cuando Sandro, móvil en mano, me hizo una primera foto. La miró en la pantalla y dijo:

  • No está mal del todo. Pero te he pillado ahí, moviéndote. A ver, que te haga otra pero quieta y posando para la cámara.

Sonreí para la instantánea y permití que mi hijo tomase una segunda imagen.

  • Así está perfecto. Has salido espectacular. Serás el centro de todas las miradas en la fiesta, ya lo verás.
  • ¿Ah, sí? ¡Vaya! ¿qué tal, entonces, una postura un poco más insinuante y sexy?- le pregunté lanzándole una indirecta.
  • ¡Adelante! Si te animas, yo haré de fotógrafo.

Me puse de perfil y desabroché un botón más: mis tetas quedaron prácticamente enteras al descubierto, saliendo por la apertura creada en la bata. Sandro me fotografió así un par de veces, antes de que yo cambiase de postura. Levanté la pierna izquierda y la dejé doblada y suspendida en el aire, exhibiéndola así ante mi hijo. La bata se me subió un poco con ese gesto y la blonda de las medias quedaron al descubierto. La polla de Sandro se veía ya enorme y tiesa bajo la licra de su disfraz y no dejaba de encenderme.

-Unas últimas. Ya que estamos, seré una provocativa modelo por un día.
Me tumbé en el largo sofá con una mano puesta en la nuca y con la otra lanzando un beso a la cámara. Sabía de sobra que en esa postura y desde la posición en la que se encontraba mi hijo, me estaba viendo las bragas sin dificultad. Aprovechó la ocasión que se le estaba presentando y sacó tres o cuatro instantáneas antes de que me levantase del sofá y diera por finalizada la sesión fotográfica.

  • ¿Satisfecho, señor fotógrafo?
  • ¡Mucho! ¡Compruébalo tú misma1- me contestó, para acto seguido comenzar a mostrarme cada una de las imágenes en el móvil.

Me vi espectacular, bastante más de lo que había imaginado. Y, en efecto, en las últimas tomas salía mostrando mis braguitas sin tapujo alguno. Justo lo que había buscado para excitar a Sandro. Estando todavía los dos juntos después de ver las fotos, empezamos a quitarnos los disfraces. No sé cómo fui capaz de resistir la tentación de abalanzarme sobre mi hijo y arrancarle el bóxer cuando ambos nos quedamos a la vez en ropa íntima. Me fijé bien y tenía la parte delantera del bóxer húmeda: una pequeña mancha circular destacaba en el tejido, justo a la altura donde reposaba la punta del pene. Sandro, a su vez, miraba mis bragas sin parar y sin miedo alguno a ser descubierto por mí. No sé qué hubiese ocurrido en aquel momento entre nosotros, si no llega a sonar el timbre de la puerta de la casa. Cogí rápido mi albornoz del baño, me lo puse por encima y miré por la mirilla de la puerta para ver de quién se trataba a esas horas. Comprobé, entonces, que se trataba de doña Luisa, una vecina, señora ya mayor. Le abrí la puerta y la mujer me dijo:

  • Hola, mi cielo. He preparado un bizcocho y me he acordado de vosotros, así que os traigo estos trozos para que lo probéis. Seguro que os va a gustar.
  • Muchísimas gracias, doña Luisa. Ahora, después de cenar, nos los comeremos y ya le diré el próximo día que la vea mi veredicto. Tiene una pinta deliciosa. Gracias, de verdad.

Estuve un par de minutos más hablando con la vecina antes de que se marchase a su casa. Tras cerrar la puerta, me dirigí a la cocina para dejar allí el plato con los dos trozos de bizcocho. Al pasar por la puerta del cuarto de baño, me percaté de que Sandro estaba dentro, con la puerta cerrada a cal y canto. Pegué la oreja y escuché leves gemidos. Supuse lo que mi hijo hacía ahí dentro: estaba aliviándose el calentón que tenía encima tras la sesión de fotos. Yo también estaba encendida y me notaba las bragas húmedas. Respiré varias veces hondo, sabedora del riesgo que iba a tomar a continuación, y me quité el albornoz. No pude evitar tocar mi mojada entrepierna sobre las bragas, mientras seguía escuchando la manera cada vez más intensa en la que Sandro gemía. Casi fuera de control, no tardé en arrancarme la prenda íntima, sin importarme ya que mi hijo pudiera salir y sorprenderme en pelotas junto a la puerta. Empecé a rozar mi coño con la palma de la mano de forma enérgica recordando el día del probador en el centro comercial y lo dura que tenía mi hijo la polla allí. Mi mano no paraba de frotar mi sexo y lo hacía incrementando progresivamente la energía. Busqué mi clítoris y jugué deliciosamente con él, palpándolo y tocándolo sin cesar con los dedos. El placer que sentía aumentaba segundo a segundo, ayudado por el estímulo del sonido de los gemidos de Sandro.

Aceleré a continuación los movimientos manuales antes de meter ya un par de dedos en la raja vaginal. No aguanté mucho más: tras varias impetuosas y profundas penetraciones alcancé el placentero orgasmo. Justo después, y aún en pleno éxtasis, oí procedente del interior del baño un pequeño pero intenso grito de mi hijo y segundos más tarde suspiros de alivio que indicaban que Sandro acababa de eyacular. Tenía que darme prisa para no ser sorprendida allí fuera, de modo que cogí las bragas y el albornoz del suelo y me dirigí, rauda, a mi dormitorio. Cerré la puerta y, aún con la calentura de la masturbación encima, decidí que era un buen momento para satisfacer la petición fotográfica de mi hijo, realizada vía email. Así que, antes de cenar y de probar el bizcocho de doña Luisa, abrí el cajón donde guardo la lencería. Todavía con mi coño húmedo y con las medias negras puestas y el resto del cuerpo desnudo, elegí un par de conjuntos para la ocasión. Había llegado el momento de obedecer las pautas indicadas por Sandro en su correo y de ceder ante su chantaje de no volver a escribir relatos eróticos, si no satisfacía su petición.