UNA MADURA MEONA.
Hoy, sábado 11 de mayo, ha vuelto a ser un día afortunado para mí. De nuevo he tenido la suerte de vivir una de esas experiencias que tanto me gustan en mi parque talismán, en el mismo en el que sucedieron los hechos de “Sin bragas por el parque”.
Esta mañana opté por coger mi bicicleta y salir a rodar unas horas. Vestido con mi equipación ciclista (maillot, culotte y casco), partí de casa sobre las 9.30 y mi intención era dar varias vueltas por el parque y después continuar mi recorrido por las afueras de la ciudad.
Al llegar al parque, no había muchas personas dentro: un par de paseantes, varios corredores haciendo footing y algún que otro ciclista como yo.
Mientras me encontraba dando la primera vuelta al parque, me crucé con una mujer madura en bicicleta: tendría unos 50 años, llevaba una gorra gris por cuya parte trasera salía una cola de cabello rubio, gafas de sol negras, maillot ciclista blanco y un culotte negro. Seguí mi recorrido y tras unos 5 minutos volví a ver a la mujer desde lejos. Observé cómo se detuvo, se bajó de la bici, entró en la zona de césped y apoyó la bicicleta en un árbol. Yo había continuado avanzando y empezaba a aproximarme a la mujer. La madura miraba los matorrales que había cerca de ella en una actitud que me pareció un tanto extraña. Entonces optó por volver sobre sus pasos y subirse de nuevo sobre la bicicleta. En el instante en que ella volvía a pedalear me crucé con la madura. Desde hacía unos metros yo había ido bajando el ritmo de mi pedaleo a al expectativa de ver lo que tramaba la mujer. Unos metros más adelante me paré y eché pie a tierra. Volví la cabeza y comprobé que la madura se había vuelto a bajar de la bici y empujándola a pie se dirigía a otra zona distinta de césped y arbustos. La perdí de vista y por eso no lo dudé: con disimulo me encaminé hacia el lugar en el que se encontraba la mujer hasta que la volví a ver: su bicicleta estaba apoyada en el tronco de un árbol y la madura tenía metida la mano por dentro del maillot tocándose la parte de los hombros.
Lo que llevaba sospechando desde que vi a la mujer parecía que se confirmaba poco a poco: muchos culottes ciclistas llevan unos tirantes para que la prenda se adapte mejor al cuerpo y me daba la impresión de que la madura trataba de bajarse esos tirantes. Me acerqué un poco más sin que me viese, mientras ella seguía enfrascada en su intento, nerviosa y como si tuviese prisas.
Al final lo consiguió: por la parte baja del maillot empezaron a asomar los tirantes, que ahora colgaban por la cintura de la mujer. De forma apresurada dio unos pasos hasta meterse en la zona de matorrales. Desde mi ángulo de visión no veía lo que la madura hacía, aunque me lo imaginaba: estaba ya plenamente seguro de que estaría meando. Cambié mi posición y volví a verla: estaba de espaldas a mí, con el culotte bajado hasta los tobillos y con las piernas un poco inclinadas y bastante abiertas. La vegetación que había en el lugar le impedía ponerse en cuclillas, por lo que así, únicamente con las rodillas un poco flexionadas y con el culo desnudo casi en pompa comenzó a soltar un enorme chorro de orín por la vagina. Arriesgándome a que la mujer descubriera mi presencia, me aproximé un par de pasos más hasta colocarme a unos 5 metros detrás de ella. Mientras la mujer seguía orinado, yo tenía la suerte de observar los gruesos y carnosos labios vaginales de la madura, vistos desde atrás. Mi polla se encontraba totalmente tiesa bajo mi ceñido culotte ciclista debido a mi excitación.
Poco a poco el chorro de orín de la mujer fue menguando y no sabía si marcharme de allí sin más o si darme el gustazo de pasar al lado de la mujer para que se diera cuenta de que la había pillado meando. Me decidí por esto último.
En el momento en que la madura soltaba las últimas gotas de pipí pasé a su altura y giré con descaro la cabeza. Ahora le vi su coño de frente: lo tenía húmedo y con algo de vello púbico. Ella levantó la cabeza y me vio allí, a apenas tres pasos. Su cara de sorpresa era todo un poema. No la dejé reaccionar: antes de que dijera nada, rompí el silencio:
- Señora, la próxima vez busque un aseo en lugar de mear en medio del parque y ante los ojos de cualquiera que la pueda ver.
Se quedó totalmente cortada. Lo primero que hizo fue incorporarse, ofreciéndome sin quererlo la visión completa de su medio cuerpo desnudo. A continuación se subió el culotte hasta la cintura. Los tirantes le colgaban hacia abajo, pero no quiso perder tiempo en recolocárselos allí, delante de mí. Cogió su bicicleta y, antes de marcharse, todavía tuvo ganas de echarle un vistazo a la tremenda erección que se adivinaba bajo mi ajustado pantalón ciclista.
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