26 de noviembre de 2016

DELICIOSO COÑAC

  • Una copa más de coñac. La última, lo prometo.

Irene, completamente borracha, sentada en la parte de atrás del lujoso vehículo de su amiga Silvia, suplicaba por un poco más de alcohol. Aún no había tenido suficiente con todo el que había ingerido en la fiesta de la que acababan de salir. Ahora, dentro de ese coche gris metalizado que se encontraba estacionado en aquel aparcamiento público vacío, mendigaba por un trago más. Silvia, también bajo los efectos del alcohol pero todavía con cierto control sobre sus actos, observaba de arriba a abajo a Irene, en medio de la oscuridad de la cálida madrugada veraniega.

  • No pienso darte esa copa. ¿Acaso no te has visto? Una mujer decente como tú, toda una señora y mírate: me has hecho parar aquí el coche porque no aguantabas más y has echado una meada kilométrica ahí fuera. No puedes casi ni articular palabra ni mantenerte en pie. Tienes el rimmel corrido, el maquillaje desdibujado y el vestido descolocado y descompuesto. Cualquiera que te viese así pensaría que eres una puta en lugar de una exitosa y acaudalada empresaria- le replicó Silvia, mientras contemplaba el tanga rojo de su amiga, que asomaba nítidamente entre la piernas de ésta, bajo el vestido negro y corto de lentejuelas.

Silvia jamás se había sentido atraída por una mujer, pero ahora notaba una sensación extraña: tal vez era culpa del vino, de la ginebra y del coñac que había bebido, o del calor asfixiante de la noche, o de ese tanga de encaje del que no podía apartar la mirada y a través del cual divisaba la fina y cuidada tira de vello púbico sobre la raja del sexo de su amiga.
Irene, sin embargo, seguía insistiendo de forma incansable, hasta que trató de arrebatarle la botella a Silvia.

  • ¿Quieres más alcohol, no?- la cara de Irene se iluminó al oír la pregunta pero pronto cambió a gesto de asombro al ver cómo Silvia comenzaba a desabrocharse su blusa azul botón a botón: primero, todo el escote; luego, los duros y firmes pechos desnudos sin sujetador quedaron al descubierto. Silvia abrió la botella, la inclinó un poco sobre su torso y bañó los senos de coñac. El líquido empapó los oscuros y tiesos pezones y resbalaba hacia abajo, llegando al vientre y humedeciendo la cinturilla de la falda negra de la mujer.
  • Si quieres beber, tendrás que hacerlo sobre mi piel, lamiéndola con tu lengua para aprovechar el coñac- dijo Silvia.

Irene sonrió y no lo dudó ni un instante: acercó su rostro al cuerpo de su amiga, abrió la boca y con la húmeda lengua comenzó a chupar el coñac en los redondos pechos de Silvia, haciendo círculos, bordeándolos lentamente para, por fin, continuar hacia la cima de las tetas y rozar los pezones. 



De la boca de Silvia empezaron a abrirse paso gemidos que se hicieron más intensos en cuanto notó los labios de su acompañante aprisionando aquellos dos carnosos botones y al sentir cómo la mano de Irene se metía entre sus muslos abiertos y avanzaba hacia la entrepierna. Ningún obstáculo encontró al llegar la meta: no había bragas ni tanga que le impidiese tocar y acariciar el coño húmedo, palpitante y depilado de Silvia.

Y así, mientras Irene le comía a su amiga intensamente los pechos, saboreando el coñac, y le metía varios dedos en el coño penetrándolo una y otra vez con vehemencia, a escasos metros el vigilante del aparcamiento se hacía una soberana y, a la postre, muy lechosa paja contemplando a escondidas el espectáculo lésbico.




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