16 de diciembre de 2016

MADRUGADA DE ESTUDIO

Calurosa madrugada de finales de mayo. En la habitación que comparten Lucía y Melania el olor a café recién hecho lo inunda todo. Cualquier ayuda es buena para poder mantenerse despiertas y continuar estudiando para el examen de Química de la mañana siguiente en la Universidad.
Con la vista clavada en sus apuntes, ambas chicas se lamentan de no haber arrendado un piso con aire acondicionado. Cada una, sentada ante una mesa-escritorio diferente, soporta la elevada temperatura como buenamente puede. La suave brisa nocturna que penetra por la ventana de vez en cuando apenas consigue refrescar tímidamente la piel de ambas estudiantes, cuyos cuerpos se encuentran cubiertos tan sólo por una fina camiseta rosa de tirantes y un tanguita blanco, en el caso de Lucía, y por un sedoso y escueto camisón negro de encaje, en el de Melania.

Las horas transcurren lentas y pesadas y el cansancio y el sopor cada vez aumentan más. Varios minutos pasan ya de las cuatro, cuando Melania resopla y dice:

  • No puedo más. Estoy agotada. Hasta aquí he llegado. Que sea lo que Dios quiera mañana. Además, tengo un dolor de cuello terrible. No sabes lo que daría ahora por un buen masaje.

Tras hablar, cierra los apuntes, endereza su cuerpo y gira despacio la cabeza hacia un lado y hacia otro, intentando relajar la musculatura. Al oír y ver esto, Lucía se levanta de su silla, se acerca a su compañera de piso y le comenta:

  • No soy ninguna experta en masajes, pero supongo que algo te podré ayudar.

Coloca a continuación sus manos sobre los hombros de Melania y con mucha suavidad empieza a masajear la zona afectada. Con habilidad y eficacia los dedos de Lucía rozan la piel de su amiga, quien suspira reconfortada.

  • Ummmm....¡Qué alivio! Sigue, por favor, no pares- le pide Melania.

El aroma a champú de vainilla procedente del cabello castaño de la joven entra por la nariz de Lucía, que prosigue moviendo magistralmente los dedos. Ella también disfruta, aunque en silencio y en secreto: tantos meses deseando sexualmente a su compañera, sin atreverse a decirle lo más mínimo y hoy por fin ha logrado tocarla y acariciarla por medio del masaje, sin tenerse que esconder ni disimular. Desde su posición, de pie tras Melania, que permanece sentada, puede mirar sin obstáculo alguno por dentro del escote del camisón de su amiga y verle el canalillo y buena parte de los medianos y firmes senos. Bajo el finísimo tejido del níveo tanga el sexo de Lucía comienza a palpitar y un cosquilleo y ardor interno recorren el cuerpo de la chica de abajo a arriba.

  • Qué bien lo haces. Deberías haber estudiado para masajista. ¡Ahhh, qué gusto, ummmm...!

Las palabras de Melania no llegan casi a los oídos de Lucía: la mente de ésta se halla en otra parte, fantaseando, imaginando escenas morbosas y obscenas. De repente, las manos de la chica bajan un poco más hacia delante, introduciéndose por el escote del sensual camisón. 



No tarda en palpar los pechos desnudos de Melania, quien emite un suspiro más intenso que los anteriores y no hace nada por evitar el avance manual de su compañera.
Los tirantes de la prenda resbalan por los hombros y los brazos, quedando el torso de la estudiante en plena y total desnudez y a la vista de Lucía, cuyas manos ansiosas envuelven de inmediato las tetas. Excitada y llena de placer, Melania termina de quitarse el camisón y descubre su coño perfectamente depilado y húmedo. Se gira, le arranca la camiseta y de un fuerte tirón despoja a Lucía de su empapado tanga.


Mientras Melania recibe en su carnoso clítoris los sutiles y estudiados movimientos de la lengua y de los labios de su amiga y mientras los gruesos y tiesos pezones oscuros de ésta son asaltados por una impaciente Melania, el maduro vecino de enfrente inmortaliza hasta el final con su potente videocámara la desbordada y lésbica pasión estudiantil.

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