Calurosa
madrugada de finales de mayo. En la habitación que comparten Lucía
y Melania el olor a café recién hecho lo inunda todo. Cualquier
ayuda es buena para poder mantenerse despiertas y continuar
estudiando para el examen de Química de la mañana siguiente en la
Universidad.
Con
la vista clavada en sus apuntes, ambas chicas se lamentan de no haber
arrendado un piso con aire acondicionado. Cada una, sentada ante una
mesa-escritorio diferente, soporta la elevada temperatura como
buenamente puede. La suave brisa nocturna que penetra por la ventana
de vez en cuando apenas consigue refrescar tímidamente la piel de
ambas estudiantes, cuyos cuerpos se encuentran cubiertos tan sólo
por una fina camiseta rosa de tirantes y un tanguita blanco, en el
caso de Lucía, y por un sedoso y escueto camisón negro de encaje,
en el de Melania.
Las
horas transcurren lentas y pesadas y el cansancio y el sopor cada vez
aumentan más. Varios minutos pasan ya de las cuatro, cuando Melania
resopla y dice:
- No puedo más. Estoy agotada. Hasta aquí he llegado. Que sea lo que Dios quiera mañana. Además, tengo un dolor de cuello terrible. No sabes lo que daría ahora por un buen masaje.
Tras
hablar, cierra los apuntes, endereza su cuerpo y gira despacio la
cabeza hacia un lado y hacia otro, intentando relajar la musculatura.
Al oír y ver esto, Lucía se levanta de su silla, se acerca a su
compañera de piso y le comenta:
- No soy ninguna experta en masajes, pero supongo que algo te podré ayudar.
Coloca
a continuación sus manos sobre los hombros de Melania y con mucha
suavidad empieza a masajear la zona afectada. Con habilidad y
eficacia los dedos de Lucía rozan la piel de su amiga, quien suspira
reconfortada.
- Ummmm....¡Qué alivio! Sigue, por favor, no pares- le pide Melania.
El
aroma a champú de vainilla procedente del cabello castaño de la
joven entra por la nariz de Lucía, que prosigue moviendo
magistralmente los dedos. Ella también disfruta, aunque en silencio
y en secreto: tantos meses deseando sexualmente a su compañera, sin
atreverse a decirle lo más mínimo y hoy por fin ha logrado tocarla
y acariciarla por medio del masaje, sin tenerse que esconder ni
disimular. Desde su posición, de pie tras Melania, que permanece
sentada, puede mirar sin obstáculo alguno por dentro del escote del
camisón de su amiga y verle el canalillo y buena parte de los
medianos y firmes senos. Bajo el finísimo tejido del níveo tanga el
sexo de Lucía comienza a palpitar y un cosquilleo y ardor interno
recorren el cuerpo de la chica de abajo a arriba.
- Qué bien lo haces. Deberías haber estudiado para masajista. ¡Ahhh, qué gusto, ummmm...!
Las
palabras de Melania no llegan casi a los oídos de Lucía: la mente
de ésta se halla en otra parte, fantaseando, imaginando escenas
morbosas y obscenas. De repente, las manos de la chica bajan un poco
más hacia delante, introduciéndose por el escote del sensual
camisón.
No tarda en palpar los pechos desnudos de Melania, quien
emite un suspiro más intenso que los anteriores y no hace nada por
evitar el avance manual de su compañera.
Los
tirantes de la prenda resbalan por los hombros y los brazos, quedando
el torso de la estudiante en plena y total desnudez y a la vista de
Lucía, cuyas manos ansiosas envuelven de inmediato las tetas.
Excitada y llena de placer, Melania termina de quitarse el camisón y
descubre su coño perfectamente depilado y húmedo. Se gira, le
arranca la camiseta y de un fuerte tirón despoja a Lucía de su
empapado tanga.
Mientras
Melania recibe en su carnoso clítoris los sutiles y estudiados
movimientos de la lengua y de los labios de su amiga y mientras los
gruesos y tiesos pezones oscuros de ésta son asaltados por una
impaciente Melania, el maduro vecino de enfrente inmortaliza hasta el
final con su potente videocámara la desbordada y lésbica pasión
estudiantil.
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