Me
encantan las mañanas veraniegas en la playa con mamá. ¿El motivo?
Sorprendentemente este año le ha dado por hacer topless y dejar sus
preciosas tetas al aire. Y no sólo eso: lo único que se pone es un
minúsculo tanga rojo que apenas cubre su sexo y que, por detrás,
penetra en forma de triángulo en su culo macizo.
Todavía recuerdo
la carita que se le quedó a papá el primer día cuando la vio así:
un gesto de cierto enfado y disgusto, al contemplarla prácticamente
en pelotas en medio de la gente, echada en su toalla o bañándose.
Pero no le quedó más remedio que aguantarse pues, al fin y al cabo,
mi madre puede tomar el sol como le apetezca. Ahora, después de 15
días, mi padre ha tenido que regresar a la ciudad para incorporarse
de nuevo al trabajo, pero mamá y yo nos quedaremos en el pueblo
costero hasta finales de mes. Al fin a solas con ella, sin esos ojos
vigilantes y policiales de mi progenitor que me supongan cohibición.
Mientras
escribo, mi madre está tumbada bocarriba en su toalla rosa. Se
recoge su larga melena zaína en una cola y saca de su bolsa el bote
de loción de coco, que huele impresionantemente bien y que acelera
el bronceado. Yo me encuentro bocabajo sobre mi propia toalla, pegada
en diagonal a la de mamá, para poderla observar mejor, mientras
redacto todo lo que voy viendo. Comienza a aplicarse la crema por la
cara, el cuello y los hombros. La contemplo de reojo, puesto que no
quiero ser pillado, y mi deseo se cumple: enseguida sus manos
alcanzan los senos medianos, perfectamente redondos y coronados por
unos pezones oscuros que apuntan hacia delante, recibiendo el roce de
la brisa marítima. Los magrea por completo, extendiendo la loción y
dejándolos brillantes con la capa de crema aplicada.
El
vientre, la cintura...Nada queda sin restregar y el rico aroma a coco
penetra por mi nariz y aumenta mis sucias y perversas fantasías
hacia mi madre. Mi polla adolescente, atrapada entre mi cuerpo, la
toalla y los pequeños montoncitos de arena fina y dorada, palpita y
se hincha a pasos agigantados, a la vez que son ahora los muslos y
las piernas esbeltas los que acaparan la atención de mamá, antes de
incorporarse un poco y de sentarse en la toalla para acabar de
ponerse loción en la parte trasera de su cuerpo.
Sé
que no tardará mucho en tumbarse de nuevo y en relajarse durante un
largo rato, por lo que, con la excusa de sacudir la arena de mi
toalla, me levanto, la agito varias veces al viento y vuelvo a
colocarla sobre la arena, pero en esta ocasión justo delante de la
de mi madre, con la cabecera pegada a sus pies. Mamá se pone sus
gafas de sol de cristales azules cielo y se recuesta con las piernas
semiflexionadas. Inmediatamente me echo en mi toalla y la visión que
tengo es increíble: bocabajo y con la cabeza casi metida entre los
pies de mamá, contemplo a escasos centímetros su entrepierna y cómo
el tanga termina desapareciendo entre su coño y su culo. Los labios
vaginales se hacen presentes sobre la prenda marcando sobre ella sus
bordes. Al labio derecho le falta poco para escapar del tejido rojo y
hacerse visible ante mis ojos.
Comienzo
a restregar con disimulo mi bulto contra la toalla, moviendo
levemente la cintura y las caderas. Las piernas de mamá inician un
lento balanceo, abriéndose y cerrándose una y otra vez, como si
fueran unas tijeras, hasta que en uno de esos movimientos el tanga no
aguanta más y descubre el labio diestro de la vagina. Me excito
admirando su forma carnosa, su color rosado y cada uno de sus
pliegues cutáneos. Los rayos de sol penetran luminosos entre los
muslos de mi madre y con su brillo revelan con claridad su humedad.
El
calor aprieta y siento sofoco. Noto cómo mi piel empieza a bañarse
en sudor y la polla me quema y me arde. Mamá no deja de mover las
piernas y, de repente, veo una mancha en el tanga, primero pequeña,
luego algo más extensa, y me fijo en los pezones tan firmes y duros
que miran al cielo. No aguanto más y me levanto sin mediar palabra.
Me dirijo con paso acelerado a la orilla y me adentro en el mar.
Deslizo hacia abajo mi bañador azul y noto el contraste placentero
entre el frío del agua y el calor de mi verga y mis testículos.
Agarro mi endurecido falo y lo agito fuerte y rápido como un
desesperado, mientras observo cómo mi madre se pone en pie y bebe un
trago de agua de la botella. Mi mente vuela e imagina que no se trata
de una botella, sino de mi polla y que el redondel de apertura por el
que sale el agua no es tal, sino mi glande y que de él chupa y bebe
mi madre. Mi mano no para de moverse y continúo mirando a mamá:
así, de perfil como está ahora, la dureza de sus pezones resalta
todavía más, sobresaliendo de la piel de las tetas bronceadas.
Suelta la botella, se quita las gafas y se encamina hacia el agua.
¡Maldición! ¡Debo acelerar más en la paja! Como un bestia me
machaco ya la polla sin remisión, observando cómo mamá contonea
sus caderas a cada paso que da y cómo las tetas casi ni se inmutan
con el caminar de lo firmes que las tiene.
En
el preciso instante en que el agua marina empieza a mojar las piernas
de mamá, estallo y noto salir toda la leche, que se mezcla con el
líquido oceánico.
Tras
el baño, regresamos a nuestras toallas y permanecemos de pie
secándonos unos minutos al sol. Conozco de sobra lo que vendrá
ahora: en efecto, mi madre extrae un tanguita blanco y seco de su
bolso playero, se pone la toalla liada alrededor de la cintura y mete
la mano con dificultad por debajo, intentando quitarse el tanga
mojado. A duras penas lo consigue sin enseñar más de la cuenta y me
dice:
- Toma, ténmelo un momentito.
Con
la empapada prenda roja en la mano, contemplo cómo mamá comienza a
meterse por los pies el tanga blanco y cómo lo va subiendo con
cuidado para que no se abra la toalla. Pese a mis esfuerzos
continuos, no logro ver nada y me quedo un día más con las ganas de
apoderarme visualmente de su coño completo, si bien medianamente
satisfecho por el “logro” de haber apreciado antes el labio
vaginal. Terminamos de vestirnos y nos encaminamos hacia el coche.
Mientras recorremos el trayecto hacia casa, mamá me dice:
- Mañana iremos a otra playa distinta; ésta ya está un poco vista. Se llama “Flecha de Nueva Umbría”. Pero ni una palabra a papá de lo de mañana, ¿de acuerdo? Que ya sabes cómo se pone, hecho un auténtico basilisco.
Algo
extrañado por el interés de mi madre en que guardase silencio,
compruebo en el móvil cuál es exactamente la playa referida y me
quedo totalmente asombrado al leer la información que aparece en la
pantalla: “Preciosa y recóndita playa virgen. Paraíso nudista”.
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