16 de octubre de 2016

MI POLLA ENTRE TUS PIES

Me dejaste esta mañana ardiendo, anhelándote, deseándote. Mi verga ha estado dura durante las horas de trabajo, mientras mi mente recordaba cómo mi cuerpo estuvo entre tus manos, cómo me tomaste la polla y la mamaste incansablemente, empapándola entera con tu saliva. Luego te sentaste sobre mí, abriéndote de piernas y metiendo mi hinchado pene en tu depilado y húmedo coño. Cabalgaste sin cesar hasta la extenuación, alcanzando varios orgasmos antes de hacer que de mi glande rojizo chorreara a borbotones la espesa y blanca leche que llenó tu sexo palpitante.

Al regresar a casa del trabajo, todo está oscuro. Te llamo y no respondes. Me dirijo al dormitorio y enciendo la luz. Me sobresalto por la sorpresa de verte tumbada en la cama: estás casi desnuda, sólo unas medias negras y un liguero a juego cubren tu precioso cuerpo. Querías darme una sorpresa y me estabas esperando. Sin dejarme tiempo para reaccionar, me agarras de la camisa y me empujas, ansiosa, hacia la cama. Ni siquiera te tomas la molestia de desvestirme: te limitas a abrir, presurosa, la cremallera de mi pantalón. Metes la mano por la abertura, apartas mi bóxer y extraes mi miembro como si fuera un tesoro conquistado. Lo acaricias con delicadeza, que pronto se transforma en fogosidad. Haces que mi falo se empalme totalmente con tus vehementes agitaciones manuales. Cuando el glande asoma, mojado y oleroso, sueltas mi polla y acercas tus pies hacia ella. La aprisionas entre ambos y empiezas a masturbarme con ellos. El roce se siente delicioso; el tacto suave y sedoso de las medias en mi verga me vuelve loco. 



Continuamente resbalas los pies de arriba a abajo a un ritmo frenético y las medias comienzan a empaparse de los flujos que suelta la punta roja de mi pene.


Paras un instante para tocar el glande con la planta de tus pies y con los dedos de los mismos. Gimo de placer y mis bolas se endurecen. Sabes que estoy a punto de correrme y eso te envalentona todavía más. Vuelves a atrapar mi verga entre tus pies y, tras un par de movimientos bruscos y salvajes, haces que el semen brote a chorros, cubriendo de esperma la oscuridad de las aureolas y de los pezones de tus tetas. 

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