6 de octubre de 2016

LA JOVENCITA DE LA PIRULETA

Como cada atardecer, me disponía a salir a correr un rato por el parque cercano a casa. Era uno de los últimos días de agosto y el calor aún apretaba, por lo que me puse ropa ligera y corta: una camiseta celeste y unas ceñidas mallas de atletismo negras, además de unos calcetines y de mis zapatillas deportivas.

Al abrir la puerta para abandonar mi vivienda, me topé con la vecina de enfrente, Carolina, y con Jimena, su hija adolescente. Carolina era una mujer divorciada, de mediana edad, a la que la vida y su exmarido la habían tratado mal, por lo que siempre intentaba de ser amable y atento con ella. En muchas ocasiones, cuando nos encontrábamos por las escaleras, me hablaba de cómo le iban las cosas en general: su trabajo, su salud, los problemas con los estudios de su hija...Yo la escuchaba y dejaba que se desahogase conmigo. Incluso, algunos días ella me invitaba a tomar café en su casa.

Esa tarde Carolina tenía ganas de hablar: le había surgido un pequeño conflicto con un compañera de trabajo y comenzó a relatarme los hechos y a exponerme sus quejas. Yo aquel día tenía cierta prisa, pues no deseaba que se me hiciera tarde para el ejercicio, pero no quise ser grosero y me quedé en el descansillo de las escaleras oyendo a la vecina y tranquilizándola.
De repente, en medio de la conversación, miré a su hija Jimena: llevaba el pelo negro recogido en una cola y vestía una camiseta roja, que terminaba antes de llegar al ombligo, y una escueta minifalda vaquera. En su ombligo brillaba un piercing plateado y la chica degustaba una piruleta, cuyo fino palito blanco empujaba y sacaba de la boca para saborear el caramelo de fresa en forma de corazón. Tenía 16 años y la conocía desde que era una mocosa. Ahora su cuerpo esbelto y juvenil estaba terminando de desarrollarse hacia el de una guapa mujer.

De nuevo continué prestando atención a Carolina, pero no tardé mucho en volver a mirar a su hija, que permanecía junto a su madre, frente a mí. Al hacerlo, pillé a Jimena con sus ojos clavados en mi entrepierna sin dejar de mover el palo blanco con el caramelo dentro de su boca. Agaché un poco mi vista y me fijé en mi bulto: mi polla, desnuda bajo la fina licra del ajustado pantalón deportivo, se marcaba ligeramente junto con la forma redonda de mis testículos. Alcé la mirada y Jimena continuaba embobada con mis atributos, mientras giraba una y otra vez el palo con el caramelo y sin importarle lo más mínimo, cosas de la rebelde adolescencia, que me diese cuenta de su actitud.



El hecho de sentirme observado por aquella joven provocó que empezara a excitarme. Las palabras de Carolina continuaban llegando a mis oídos pero no a mi mente, pues ya no era capaz de estar atento a la conversación. Me limitaba a asentir o a negar con la cabeza y a pronunciar monosílabos. Sin embargo, Carolina hablaba y hablaba ajena a que su hija me estaba desnudando con la mirada y a que se fijaba con descaro en mi polla, que desde hacía ya un par de minutos había comenzado a palpitar y a agrandarse centímetro a centímetro. La traviesa Jimena esbozó una pícara sonrisa cuando comprobó cómo mi verga se estaba empalmando y cómo su silueta se marcaba ya de forma mucho más nítida y clara que antes. La chica se sacó el palito de la piruleta de la boca y pasó lentamente su húmeda lengua por los labios carnosos y cubiertos del color rojo pasión del caramelo, hasta dejarlos bien limpios.

El maldito calor que hacía en el descansillo de las escaleras y el que empezaba a invadir mi cuerpo hicieron que mi frente se cubriese de sudor. Otra vez esa mirada castaña llena de lascivia y de deseo fue a parar a mi paquete y la cabeza de mi polla, que se había humedecido. No tardó mi malla deportiva en mancharse y un pequeño cerco de humedad comenzó a hacerse visible sobre la licra para satisfacción de Jimena, que chupaba y relamía el caramelo de manera insinuante y provocativa.
Por fin, Carolina terminó de contarme su problema y, tras despedirme de ella y con un considerable calentón en mi cuerpo, bajé las escaleras del edificio y me fui a correr.

Durante la hora que estuve haciendo ejercicio, permaneció en mi mente lo que había ocurrido y el grado de excitación no bajó ni un ápice en mí. Concluida la carrera, regresé empapado de sudor a casa y subí las escaleras hasta llegar a la planta de mi vivienda.

  • Hola, vecino. ¿ha ido bien el entrenamiento?- escuché a mi espalda de forma sorpresiva.

Me giré y era Jimena, que estaba sentada en los escalones que conducen hacia la siguiente planta y que tenía un nuevo caramelo con palo en la boca.

  • ¡Jimena, vaya susto! ¿Cómo es que no estás dentro de casa?- le pregunté extrañado.
  • Mi madre ha tenido que salir a visitar a un familiar en el hospital y se quedará cuidándolo toda la noche, por lo que yo estaré sola en casa. Me aburría dentro y he preferido sentarme aquí a esperar a que llegaras. Así al menos me daba una alegría para la vista- respondió la adolescente mirando mi bulto con más descaro que nunca.

Se me cortó la respiración al oír esto y al ver la actitud tan lazada de la joven.

  • Estás sudando mucho, David. ¿No quieres que te ayude a secarte todo ese sudor que baña tu frente?- me preguntó a la vez que separaba las piernas.

No pude evitar mirar bajo la minifalda, entre aquellos muslos juveniles, y ver una cuidada línea de vello púbico sobre el desnudo y mojado coño de Jimena, quien reaccionó ante mi mirada abriendo un poco más sus piernas. La joven se levantó unos segundos más tarde, abrió su mano y con el tanga negro que ocultaba en ella comenzó a secarme el sudor que chorreaba por mi frente, por mi cara y por mi cuello, pegando su cuerpo al mío.

  • ¿Sabes, David? Este caramelo está riquísimo, pero ya soy toda una mujercita y empiezan a gustarme otro tipo de “golosinas”. ¿No piensas ofrecerme pasar a tu casa para terminar de secarte ese sudor por el resto de tu anatomía?- me comentó la adolescente antes de volver a meterse el caramelo en la boca y de colocar su mano derecha sobre mi bulto, apretándomelo y manoseándolo sobre la sudorosa y sucia licra.


Todavía hoy, varias semanas después, me sigo masturbando diariamente recordando todo lo que esa putita me hizo aquella noche en mi alcoba y la manera en que le arrebaté su virginidad. 

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