Como
cada atardecer, me disponía a salir a correr un rato por el parque
cercano a casa. Era uno de los últimos días de agosto y el calor
aún apretaba, por lo que me puse ropa ligera y corta: una camiseta
celeste y unas ceñidas mallas de atletismo negras, además de unos
calcetines y de mis zapatillas deportivas.
Al
abrir la puerta para abandonar mi vivienda, me topé con la vecina de
enfrente, Carolina, y con Jimena, su hija adolescente. Carolina era
una mujer divorciada, de mediana edad, a la que la vida y su exmarido
la habían tratado mal, por lo que siempre intentaba de ser amable y
atento con ella. En muchas ocasiones, cuando nos encontrábamos por
las escaleras, me hablaba de cómo le iban las cosas en general: su
trabajo, su salud, los problemas con los estudios de su hija...Yo la
escuchaba y dejaba que se desahogase conmigo. Incluso, algunos días
ella me invitaba a tomar café en su casa.
Esa
tarde Carolina tenía ganas de hablar: le había surgido un pequeño
conflicto con un compañera de trabajo y comenzó a relatarme los
hechos y a exponerme sus quejas. Yo aquel día tenía cierta prisa,
pues no deseaba que se me hiciera tarde para el ejercicio, pero no
quise ser grosero y me quedé en el descansillo de las escaleras
oyendo a la vecina y tranquilizándola.
De
repente, en medio de la conversación, miré a su hija Jimena:
llevaba el pelo negro recogido en una cola y vestía una camiseta
roja, que terminaba antes de llegar al ombligo, y una escueta
minifalda vaquera. En su ombligo brillaba un piercing plateado y la
chica degustaba una piruleta, cuyo fino palito blanco empujaba y
sacaba de la boca para saborear el caramelo de fresa en forma de
corazón. Tenía 16 años y la conocía desde que era una mocosa.
Ahora su cuerpo esbelto y juvenil estaba terminando de
desarrollarse hacia el de una guapa mujer.
De
nuevo continué prestando atención a Carolina, pero no tardé mucho
en volver a mirar a su hija, que permanecía junto a su madre, frente
a mí. Al hacerlo, pillé a Jimena con sus ojos clavados en mi
entrepierna sin dejar de mover el palo blanco con el caramelo dentro
de su boca. Agaché un poco mi vista y me fijé en mi bulto: mi
polla, desnuda bajo la fina licra del ajustado pantalón deportivo,
se marcaba ligeramente junto con la forma redonda de mis testículos.
Alcé la mirada y Jimena continuaba embobada con mis atributos,
mientras giraba una y otra vez el palo con el caramelo y sin
importarle lo más mínimo, cosas de la rebelde adolescencia, que me
diese cuenta de su actitud.
El
hecho de sentirme observado por aquella joven provocó que empezara a
excitarme. Las palabras de Carolina continuaban llegando a mis oídos
pero no a mi mente, pues ya no era capaz de estar atento a la
conversación. Me limitaba a asentir o a negar con la cabeza y a
pronunciar monosílabos. Sin embargo, Carolina hablaba y hablaba
ajena a que su hija me estaba desnudando con la mirada y a que se
fijaba con descaro en mi polla, que desde hacía ya un par de minutos
había comenzado a palpitar y a agrandarse centímetro a centímetro.
La traviesa Jimena esbozó una pícara sonrisa cuando comprobó cómo
mi verga se estaba empalmando y cómo su silueta se marcaba ya de
forma mucho más nítida y clara que antes. La chica se sacó el
palito de la piruleta de la boca y pasó lentamente su húmeda lengua
por los labios carnosos y cubiertos del color rojo pasión del
caramelo, hasta dejarlos bien limpios.
El
maldito calor que hacía en el descansillo de las escaleras y el que
empezaba a invadir mi cuerpo hicieron que mi frente se cubriese de
sudor. Otra vez esa mirada castaña llena de lascivia y de deseo fue
a parar a mi paquete y la cabeza de mi polla, que se había
humedecido. No tardó mi malla deportiva en mancharse y un pequeño
cerco de humedad comenzó a hacerse visible sobre la licra para
satisfacción de Jimena, que chupaba y relamía el caramelo de manera
insinuante y provocativa.
Por
fin, Carolina terminó de contarme su problema y, tras despedirme de
ella y con un considerable calentón en mi cuerpo, bajé las
escaleras del edificio y me fui a correr.
Durante
la hora que estuve haciendo ejercicio, permaneció en mi mente lo que
había ocurrido y el grado de excitación no bajó ni un ápice en
mí. Concluida la carrera, regresé empapado de sudor a casa y subí
las escaleras hasta llegar a la planta de mi vivienda.
- Hola, vecino. ¿ha ido bien el entrenamiento?- escuché a mi espalda de forma sorpresiva.
Me
giré y era Jimena, que estaba sentada en los escalones que conducen
hacia la siguiente planta y que tenía un nuevo caramelo con palo en
la boca.
- ¡Jimena, vaya susto! ¿Cómo es que no estás dentro de casa?- le pregunté extrañado.
- Mi madre ha tenido que salir a visitar a un familiar en el hospital y se quedará cuidándolo toda la noche, por lo que yo estaré sola en casa. Me aburría dentro y he preferido sentarme aquí a esperar a que llegaras. Así al menos me daba una alegría para la vista- respondió la adolescente mirando mi bulto con más descaro que nunca.
Se
me cortó la respiración al oír esto y al ver la actitud tan lazada
de la joven.
- Estás sudando mucho, David. ¿No quieres que te ayude a secarte todo ese sudor que baña tu frente?- me preguntó a la vez que separaba las piernas.
No
pude evitar mirar bajo la minifalda, entre aquellos muslos juveniles,
y ver una cuidada línea de vello púbico sobre el desnudo y mojado
coño de Jimena, quien reaccionó ante mi mirada abriendo un poco más
sus piernas. La joven se levantó unos segundos más tarde, abrió su
mano y con el tanga negro que ocultaba en ella comenzó a secarme el
sudor que chorreaba por mi frente, por mi cara y por mi cuello,
pegando su cuerpo al mío.
- ¿Sabes, David? Este caramelo está riquísimo, pero ya soy toda una mujercita y empiezan a gustarme otro tipo de “golosinas”. ¿No piensas ofrecerme pasar a tu casa para terminar de secarte ese sudor por el resto de tu anatomía?- me comentó la adolescente antes de volver a meterse el caramelo en la boca y de colocar su mano derecha sobre mi bulto, apretándomelo y manoseándolo sobre la sudorosa y sucia licra.
Todavía
hoy, varias semanas después, me sigo masturbando diariamente
recordando todo lo que esa putita me hizo aquella noche en mi alcoba
y la manera en que le arrebaté su virginidad.
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