LA VELA DE LA MADURA
Tu
mente de mujer madura imagina cosas que la mía, la de un joven
adolescente e ingenuo, no es capaz de pensar. Me tienes completamente
desnudo en tu cama de matrimonio, la que dentro de un rato ocupará
tu cornudo marido sólo para dormir. Me has mamado la polla con tanta
fiereza y gusto que me la has dejado hinchada, con cada una de las
venas verdosas marcadas sobre la piel. La saliva de tu fogosa boca
aún la recubre y todavía tengo los huevos empapados, después de
que te metieras mis duros cojones en la boca. Llevas puesto y estás
estrenando ese body transparente de cuerpo completo que has comprado
hace un par de horas en el sexshop. El fino tejido, similar al de las
medias, se ciñe a tu cuerpo como una segunda piel. Tus dos
deliciosas tetas parecen querer encontrar una escapatoria y agujerear
la prenda con la ayuda de los oscuros pezones, erguidos por la
excitación. De la raja de tu velludo coño asoma la anilla roja de
las bolas chinas que llevas dentro desde esta mañana cuando te
fuiste a trabajar. La entrepierna del body está húmeda, pues
absorbe el flujo que mana de tu penetrado sexo.
Tomas
una vela roja y la enciendes. No sé qué clase de juego tramas. La
llama arde y la cera empieza a consumirse. Inclinas ligeramente la
vela y dejas caer unas gotas de cera sobre mi torso. Suspiro al
sentir el calor sobre mi piel. Manteniendo la vela inclinada, vas
desplazando la mano sobre mi juvenil cuerpo. La cera impacta suave en
mi ombligo y en mi vientre. Se acerca peligrosamente a mi tieso
miembro. Trago saliva: empiezo a comprender lo que te traes entre
manos. Una ardiente gota de cera se posa sobre la redondez de mi
rojizo glande. Gimo al notar el tremendo calor de la gota en esa
parte tan sensible de mi cuerpo. No te detienes ahí: bajas un poco
la mano y continúas derramando cada vez más cera sobre el resto de
mi verga hasta llegar a la base y a mis huevos. La sensación de
ardor y de quemazón que siento en todo mi paquete no hace más que
aumentar el grado de placer. Mi respiración se acelera, los gemidos
aumentan en intensidad. Mi glande vuelve a atraer tu atención:
alternas reiteradamente una gota de hirviente cera y otra de tibia
saliva sobre la punta de mi rabo. Esa combinación de temperatura y
de sensaciones en el glande es demasiado para mí y, tras verter una
última gota de cera justo sobre el pequeño agujero que culmina la
cabeza de mi pene, varios chorros de espesa leche blanca se abren
paso por él hasta cubrir el sedoso tejido de tu body a la altura de
los muslos y del negro coño palpitante.
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