Sales
de clase y te diriges a casa. Durante el breve trayecto te llama tu
madre: necesita que compres un par de cosas en el centro comercial
que hay junto a vuestro domicilio. El día, soleado en sus primeras
horas, se ha tornado gris y amenaza tormenta. Empieza a levantarse un
molesto y fuerte viento. Mal día para haber decidido no usar
braguitas bajo tu escueta falda de vuelo del uniforme del instituto.
Pero la apuesta con tu mejor amiga así lo requería: ella te hacía
el trabajo de matemáticas, ése que tú tanto odiabas, si tú ibas
sin bragas a clase. Has ganado dicha apuesta, ya tienes el trabajo en
tu poder, pero ahora, de camino al centro comercial, el viento
comienza a levantar los bajos de tu falda de manera amenazante.
Mientras sientes la brisa meterse bajo tu prenda y acariciar la
desnudez de tu sexo, tratas de contener la falda con las manos. Aceleras
tus pasos, el viento se enrabieta cada vez más. Una ráfaga penetra
sin obstáculo alguno por tu parte trasera y llega hasta lo más
íntimo de tu culo. El maldito viento te lo acaba de dejar al aire en
mitad de la calle. Miras a tu alrededor y ha habido suerte:
aparentemente no hay nadie cerca que lo haya visto.
Pero
te equivocas: un maduro albañil, que salía justo en ese momento de
la obra, ha llegado a verte de refilón y le ha parecido que no
llevas nada bajo tu sensual faldita. Ajena a ello, entras en el
centro comercial sin percatarte de que el albañil te sigue. Aliviada
por poder dejar al fin de luchar contra el viento, subes por la
escalera mecánica con destino a la quinta planta. Giras de pronto la
cabeza y ves al obrero que comienza también a subir y que mira con
descaro y fijeza tu culo. ¿Tendrá ángulo suficiente para ver tus
nalgas? Te pones nerviosa, tu corazón se acelera. Quedan aún cuatro
plantas, una eternidad. Te vuelves y el tipo sigue con la vista
clavada en tu trasero. Su cara de asombro, deseo y lascivia es la
evidencia clara de que se está dando un auténtico festín visual a
costa de tus macizos glúteos. Sin saber el motivo, tus nervios
iniciales se convierten en excitación. Ya has pasado la segunda y la
tercera planta y asciendes por la cuarta. Te imaginas lo dura que
debe tener el maduro la polla, el enorme tamaño, ese rojo y redondo
glande.... Así lo confirma el tremendo bulto que se le marca bajo el
desgastado pantalón. La boca se te hace agua, tu coño depilado,
también.
Al
fin llegas a la quinta planta. Al salir de la escalera se te cae el
estuche de clase. ¿Accidental o intencionado? Te inclinas para
cogerlo y, mientras tienes todo tu culo en pompa y la falda subida
casi en las caderas por la postura, la mano del veterano albañil se
posa en tus calientes glúteos y, cuando sientes su hábil dedo
recorrer toda la raja de tu trasero de arriba a abajo y alcanzar tu
húmedo coño, eres incapaz de negarte a la invitación del obrero
para acompañarlo al servicio de caballeros, mientras le palpas su
enorme bulto bajo el pantalón.
7.30
de la mañana. Te despiertas sobresaltada y con las bragas empapadas.
Aturdida, te das cuenta de que todo ha sido un sueño. Pero hoy es el
día de cumplir el trato con tu amiga y tú no estás dispuesta a
tener que hacer el horrible trabajo de matemáticas.
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