Parecía
que nunca iba a llegar el momento de volver a ver a Luvy pero,
finalmente, llegó. A la hora fijada, en plena madrugada, me presenté
en el club. Fuera estaba todo tranquilo, sin gente en los
alrededores. Media hora llevaba ya el club cerrado y sólo se
respiraba calma. Antes de llamar a la puerta, pude observar a través
de los ventanales cómo dentro no se había luces encendidas. Toqué
el timbre pensando en si, tal vez, Luvy me habría hecho ir hasta
allí para nada, por querer gastarme una pesada broma. Pasaron unos
segundos sin que nadie me abriese la puerta, por lo que volví a
pulsar el botón. De repente, se oyeron unos pasos acercándose a la
puerta. El ruido de unos tacones golpeando sobre el suelo se hacía
cada vez más evidente. Mi respiración se aceleró, mientras yo
esperaba a que se abriese de una vez la puerta.
- ¿Contraseña?- se oyó desde el interior.
La
voz era inconfundible: se trataba de Luvy y supuse que estaba en tono
d ebroma al pedirme la contraseña, así que le seguí el juego.
- Ábreme, zorrita sin sujetador y sin bragas- le respondí.
Unos
segundos más tarde apareció ante mí, en medio de la oscuridad, la
imagen de la chica. Llevaba un provocativo minivestido negro de
rejilla. Completamente ceñido a su cuerpo, permitía ver con
absoluta claridad las dos enormes tetas desnudas de la joven. Los dos
pezones asomaban a través de sendas rejillas como si quisieran
escapar de aquella especie de ajustada red que era la prenda.
Mis
ojos permanecieron clavados en los senos de Luvy durante unos
instantes, captando hasta el más mínimo detalle de las areolas y de
los dos botones carnosos que las coronaban. Resoplé impresionado
ante lo que estaba viendo y contemplé cómo en le rostro de la chica
se dibujaba una sonrisa de satisfacción por el impacto que había
causado en mí la visión de aquellas tetas.
Cerré
la puerta y me acerqué un poco más a la joven, a la vez que con la
mirada continuaba recorriendo el resto de su cuerpo. Me quedé
sorprendido al comprobar que un tanga rojo cubría el sexo de Luvy.
Ella debió de darse cuenta de mi extrañeza por la presencia de
aquella prenda íntima tras lo que habíamos acordado sobre el hecho
de que no volvería a usar lencería.
- Tranquilo que no voy a incumplir lo pactado. Sólo quería que estuviese presente en el momento en que me quitase el último tanga que voy a usar- me aclaró.
Tras
pronunciar estas palabras, me preguntó haciendo alusión a su
vestido:
- ¿Te gusta el modelito con el que he trabajado hoy?
- Mucho. Es tan....- acerté a contestar antes de que ella me interrumpiera.
- Me alegro de que te guste. Quería sentirme sexy y caliente durante toda la noche hasta que pudiese verte. Y, créeme, ha funcionado. Ni te imaginas cómo me miraban los clientes. Casi se les caía la baba al suelo contemplando mis sinuosas tetas y mirándome el culo- reconoció Luvy al tiempo que se giraba para mostrarme su trasero.
El
fino hilo del tanga se perdía entre las redondas y macizas nalgas de
la joven, dejando aquellos dos glúteos completamente a la vista. El
espectáculo era fantástico y sólo de admirarlos me daban ganas de
arrancarle el tanga y sacarle de la raja del culo la delgada tira de
la prenda. Luvy pareció leerme el pensamiento porque rápidamente me
preguntó:
- ¿No quieres comprobar el grado de mi excitación? ¿No deseas ver lo caliente que está tu puta? Si me quitas el tanga, comprenderás que no exagero.
Extendí,
entonces, mis manos hasta la cintura de la chica, le subí un poco el
minivestido, agarré le tanga y lo fui deslizando poco a poco. Fue
una delicia ver cómo la tira de la prenda salía milímetro a
milímetro del interior del culo hasta quedar completamente fuera.
Bajé el tanga del todo y se lo saqué por los pies. Inmediatamente
noté en mis manos la humedad que que había en la prenda. La abrí y
me deleité observando la enorme mancha de flujos que empapaba el
tejido. No pude resistirme a oler y a lamer la entrepierna del tanga.
- Eso es, muy bien. Así me gusta, que lo limpies y que saborees todos los jugos de tu zorra.
Pero
no me permitió que lo hiciera por mucho tiempo: se giró y ordenó
que me pusiera de rodillas. Su sexo, brillante por la humedad, quedó
justo a la altura de mi cara. La joven me quitó de las manos el
tanga, lo arrojó al suelo y empujó mi cabeza contra su cuerpo. Mi
boca y mi nariz quedaron pegadas a su coño, que desprendía un aroma
atrayente e intenso. Moví despacio la cabeza y empecé a restregar
mi rostro contra el bajo vientre, contra las ingles y contra el
mojado sexo de Luvy, que suspiraba al sentir el roce. Con la punta de
la nariz comencé a acariciar la raja vaginal de la chica. Recorrí
la entrada del coño una y otra vez y mi nariz se iba cubriendo cada
vez más con el flujo que manaba de aquel sabroso sexo. El líquido
penetraba por mis orificios nasales, gracias a lo cual podía
disfrutar todavía más del intensísimo olor vaginal.
Luvy
se despojó del vestido y liberó sus tetas de la presión que sobre
ellas ejercían las rejillas. Mientras la joven comenzaba a
masajearse los senos, llevé mis manos a su entrepierna y froté en
repetidas ocasiones los carnosos labios vaginales. Luego, los separé
y abrí el coño de par en par, antes de volver a acercar mi boca y
de ponerme a jugar con la lengua sobre el clítoris. Mis labios lo
atraparon y provocaron que Luvy emitiera varios suspiros de placer.
Empecé a tirar del clítoris, primero con delicadeza, luego ya de
manera más enérgica. La joven no paraba de gemir y, en pleno goce,
me dijo:
- ¡Joder, para, para o me voy a correr ya! Vayamos arriba. Es hora de llevar a cabo aquello por lo que te he citado.
Me
dejó momentáneamente con el calentón y con toda mi polla bien
tiesa bajo mis jeans. Pero sólo sería por unos instantes. Luvy me
quitó la camisa y después el pantalón. Al ver la enorme erección
que se escondía bajo el bóxer negro que yo llevaba, se puso a
masajear mi paquete unos segundos y sonrió al comprobar cómo sus
caricias habían provocado que yo mojara el bóxer con líquido
preseminal. Toda la hinchada silueta de mi verga se marcaba la oscura
prenda íntima y la chica pasó varias veces uno de sus dedos desde
mi glande hasta la base del pene, antes de presionar mis testículos.
No quiso esperar más y me bajó de golpe el bóxer, dejando que mi
hinchado miembro viril quedara al descubierto y apuntando hacia
delante de manera desafiante. Lo envolvió con su mano y sin
miramiento alguno empezó a agitarlo.
Con movimientos bruscos y secos
me machacaba la polla haciendo que yo gimiese lleno de placer. Perdí
la cuenta de las ocasiones en que la joven recorrió mi pene con su
mano hasta que decidió parar.
- Tampoco tú debes correrte todavía. Ahora sí, subamos. No hay tiempo que perder- me indicó.
Luvy
se dirigió a las escaleras y yo la seguí. Cuando comenzó a subir
los escalones, me ofreció la imagen trasera de su culo y de su coño,
del que resbalaban sin cesar gotas de flujo. Intrigado por las
intención de la chica y con la atención puesta en su sexo, que
estaba a apenas unos centímetros de mi cara, terminé de subir las
escaleras y los dos avanzamos por el pasillo. Luvy se detuvo junto a
la puerta de una de las habitaciones. Sobre el marco de la puerta
había un letrero con las palabras “Sexo anal”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario