La
semana se desarrolló de forma un tanto extraña. Esperaba nuevas
provocaciones por parte de Patricia durante las clases, pero no se
produjeron. Debido a una serie de cambios que el Gobierno quería
introducir en los planes de estudio y que beneficiaban exclusivamente
a los alumnos económicamente más pudientes, los estudiantes
decidieron convocar tres días de huelga en señal de protesta. Los
profesores, considerando que dichos cambios eran totalmente injustos,
optamos por apoyar la huelga del alumnado y, además, convocar
nosotros mismos un día más de paro en la enseñanza. En total
fueron cuatro días de parón educativo, por lo que esa semana ya
no vi más a mi alumna en el aula.
En
un principio pensé que serviría para serenarme un poco y para
tratar de mantener la mente fría hasta el sábado. Pero esa
tranquilidad sólo me duró un día. A mediados de semana hubo un
efecto “boomerang” y el hecho de no ver a Patricia lo que me
causaba era pura ansiedad. La joven, por su parte, no dio señales de vida
a través de mensajes, lo que aumentaba mi desesperación. A la vez
que ésta crecía, se hacía mayor también mi deseo sexual: cada hora que
pasaba provocaba que pensase más en mi alumna y en todo lo que había
vivido con ella, en sus juegos, en cada una de sus palabras,
mensajes, en su cuerpo, en su desnudez y en lo que había ocurrido
sobre la mesa del aula y en mi despacho. Debo reconocerlo: no pasó
ni un solo día esa semana y hasta llegar al encuentro del sábado en
que no me masturbase pensando en Patricia. Llegaba un momento de la
jornada en el que no aguantaba más y sentía la irrefrenable
necesidad de tocarme. Y eso hacía: me agitaba el pene hasta que lo
ponía completamente tieso y empalmado, hasta que el glande escapaba
del prepucio y la bola roja y húmeda quedaba al descubierto. Sí, no
paraba de machacar mi miembro con el consiguiente bamboleo
acompasado de los testículos, que pesaban cada vez más conforme mi
excitación se hacía más grande. No me detenía hasta gemir de placer y
gritar extasiado en el momento en que mi leche manaba a chorros de mi
verga, mojando las sábanas de mi cama, el suelo del baño o el del
salón. Creo que todos los rincones de mi casa fueron testigos
silenciosos de mis múltiples pajas pensando en mi alumna.
Llegó
el viernes, el día previo a nuestro encuentro, y al fin tuve
noticias de Patricia. Fue a media tarde cuando recibí en el móvil
un mensaje. Sólo había una foto con el siguiente texto: “Preparando
mi culo para mañana. Quiero que te masturbes viendo la foto, estés
donde estés”. En la imagen se apreciaba el trasero de la joven en
primer plano, con un dildo rosa metido hasta el fondo del ano. No sé
si me alegró más volver a saber de ella o el erotismo y la
provocación de aquella imagen. Yo estaba en un centro comercial en
el instante en que leí el mensaje y no dudé en dirigirme a los
aseos de caballeros y entrar en uno de los habitáculos provistos de
puerta. La cerré, me bajé los pantalones y el bóxer hasta los
tobillos y me machaqué la polla con tal vehemencia observando la
foto de Patricia que dos minutos después de entrar allí dejé todo
ese pequeño y estrecho habitáculo lleno de semen.
Quise
corresponder a mi alumna con una instantánea mía y le envié una
de mi miembro tomada segundos antes de la eyaculación y otra
realizada justo después de correrme, donde se veían las
consecuencias de mis juegos manuales. Tras continuar con las compras
en el centro comercial, regresé a casa. Tenía pendiente de ver una
película así que aproveché para verla y matar un poco el tiempo
hasta la hora de la cena. Sólo conseguí evadirme en parte de pensar
en mi alumna: de vez en cuando aparecía en mi mente Patricia y
nuestra cita del sábado, para la que, por cierto, aún no me había
dado instrucciones precisas sobre la hora. Supuse que me la
comunicaría esa misma noche o el sábado por la mañana. En efecto,
una vez finalizada la película, cené y mientras fregaba los platos
recibí un mensaje de la chica: “A las nueve de la noche te
esperamos mañana en casa mi culito y yo. Por cierto, gracias por
obedecer mis órdenes. Pobre la limpiadora que tenga que recoger los
restos de tu corrida. Te quedarías seco, ¿no? Espero que hayas
reservado leche para mañana, que mi culito está muy sediento-
rezaba el texto que terminaba con la dirección del domicilio de mi
alumna. Le respondí con un “OK” para confirmar mi asistencia y
terminé de poner orden en la cocina.
No
tardé mucho en acostarme. Supuse que no conciliaría fácilmente el
sueño, por lo que me puse a leer un rato. Sin embargo, el cansancio
de la semana y la tensión acumulada entre las jornadas de huelga, lo
ocurrido en el centro comercial y lo que me esperaba al día
siguiente hicieron que me quedase dormido con el libro abierto y la
luz de la mesita de noche encendida. Sobre las cinco de la mañana
abrí los ojos y, aturdido, me di cuenta de que me había quedado
dormido en plena lectura. Solté el libro sobre la mesa, apagué la
luz y pude dormir varias horas más hasta que me levanté por la
mañana.
En
contra de lo que pensaba, el día transcurrió rápido. Estaba
tranquilo: no sentía los nervios del día en que follé con Patricia
en el aula. La verdad es que me extrañó en cierta forma ese estado
de tranquilidad, pero lo achaqué a que, tras haber roto ya el
“hielo” el lunes anterior, los nervios se habían aplacado.
Sentía un cosquilleo en el estómago, pero no tenía nada que ver
con lo de aquel otro día. Pasé la mañana haciendo un poco de
deporte en un parque cercano a casa y luego me duché y comí. Tomé
una pequeña siesta para reponerme del esfuerzo del ejercicio y, al
despertarme, sí empecé a notar una mayor intranquilidad. La hora de
ir a casa de mi alumna se acercaba y fue como si de repente me
hubiese entrado de golpe todo el miedo y el nerviosismo. Patricia me
había comentado, el primer día que me mencionó este encuentro, que
estaría sola en casa y que su madre se encontraría fuera todo el
fin de semana. Intenté serenarme a través de ese argumento y
conseguí relajarme algo, aunque la sensación de temor siguió
instalada en mí hasta que, pasadas las ocho y cuarto, abandoné mi
domicilio y me dirigí al de Patricia. Tomé un autobús que me dejó
relativamente cerca de la vivienda de la joven. El resto del camino
lo hice a pie. Llegué a la vivienda cinco minutos antes de la hora
fijada, por lo que opté por dar un pequeño paseo por los
alrededores hasta que dieran las nueve.
Puntual
llamé a la puerta. Era una vivienda unifamiliar y bastante coqueta,
situada en un barrio de clase media de la ciudad. Mientras pasaban
los segundos, el corazón se me aceleraba cada vez más y los nervios
por lo que podría suceder a partir de ese momento me tenían
prácticamente paralizado. De repente, la puerta se entreabrió y la
cabeza de Patricia se asomó por el hueco. Al ver que era yo, abrió
por completo la puerta con una sonrisa pícara dibujada en su rostro.
Se me quedó mirando de arriba a abajo.
- Vienes muy sensual, ¿lo sabes?- me dijo.
Realmente
yo iba vestido de forma cómoda y de “sport”: una camisa de
cuadros verdes y negros, unos jeans azules y zapatillas deportivas.
- Gracias por el piropo. Tú sí que estás tremendamente sexy- le repliqué.
Ella
llevaba una camiseta larga de color rojo que le cubría hasta un poco
más abajo del inicio de los muslos y unas medias negras. Lucía,
además, unos zapatos rojos de tacón a juego con la camiseta.
- Es que ya estaba impaciente por que llegaras- me comentó guiñándome un ojo e invitándome a pasar.
Sin
embargo, no me atreví en un primer momento y me quedé quieto.
- ¡Vamos, no seas tonto y pasa de una vez! Tenemos el terreno libre, no tienes nada que temer- me señaló Patricia.
Finalmente
entré dentro con ciertas reservas. Ella cerró la puerta, pasó
delante de mí y empezó a caminar por el pasillo. La seguí y mis
ojos se fijaron inmediatamente en su culo. Con el caminar, la
camiseta se le subía un poco y dejaba al descubierto las piernas de
la joven de forma completa y el comienzo de sus redondas y firmes
nalgas. Las tira del liguero que sujetaba las medias a éste también
estaban ya ante mi vista. Todo ese espectáculo que contemplaba
comenzó a excitarme y a despertar el hormigueo en mi polla. Patricia
me condujo hacia el salón de su casa y allí, sobre una mesa amplia,
había una botella de tequila y dos vasos.
- Siéntate, profesor. Bebamos un trago de una de las delicias de mi país. Verás cómo te vas a entonar todavía más para lo que viene a continuación- me indicó mi alumna.
- Pero yo no bebo alcohol. ¿Qué quieres, emborracharme? Te agradezco la invitación pero no pienso probar eso- le respondí.
- Vamos, no desprecies un tequilita. Estará un poco fuerte, sí, pero seguro que lo resistes- insistió la joven.
Antes
de tener tiempo para volver a negarme, Patricia ya había abierto la
botella y me estaba sirviendo en el vaso. Luego llenó el suyo y se
lo bebió de golpe.
La
miré extrañado al comprobar que el alcohol ingerido no causaba
aparentes estragos en ella. Me sonrió y me dijo:
- Estoy esperando a que apures tu vaso y no tenemos toda la noche. Hay cosas más importantes que debemos hacer. ¡Venga! ¿A qué esperas?- me preguntó.
En
cualquier otra circunstancia no me hubiese tomado aquel tequila, pero
lo único que deseaba ya en ese momento era empezar de una vez con
nuestro juego sexual. Así que me armé de valor, cogí el vaso, lo
levanté de la mesa y tomé un poco de aquella bebida.
- De golpe, profesor, no pares, bébelo de golpe- me indicó Patricia.
Volví
a inclinar el vaso hacia atrás y todo el tequila restante acabó en
mi garganta. Solté el vaso en la mesa y, al principio, sólo noté
un fuerte e intenso sabor en mi boca.
- Muy bien. Así se hace. Sabía que no me defraudarías- comentó la joven, satisfecha tras ver cómo yo había ingerido el alcohol.
Sin
embargo, pasados unos segundos, la boca y la garganta comenzaron a a
arderme y un poco más tarde esa misma sensación se apoderó de mi
estómago. El tequila había empezado a hacer sus efectos en mi
organismo, que no estaba acostumbrado a la ingesta de alcohol.
Parpadeé varias veces, los ojos me escocían y a duras penas podía
observar una sonrisa en la cara de Patricia.
- ¿Qué te ocurre, profesor? ¿Ha sido demasiado ese tequila?- me preguntó con ironía.
Ni
siquiera pude responder pues comencé a toser.
- Tranquilo, respira hondo. Verás que se te pasa pronto- dijo mi alumna acercándose a mí y colocando sus manos en mis hombros.
Todavía
en pleno ataque de tos, sentí cómo las manos de Patricia por dentro
de mi camisa rozando mi torso y masajeando mi pecho. La cabeza me
daba vueltas y estaba completamente mareado.
- Pobre profesor. El tequila de mi país ha sido demasiado para ti. Anda, vayamos a mi habitación. Seguro que tumbado en mi cama estarás mejor- me comentó ella.
Cuando
me levanté de la silla, las piernas me temblaban y el cuerpo se me
iba de un lado a otro. Estuve apunto de caerme un par de veces, pero
mi alumna me agarró por los brazos. Con su ayuda y a paso lento fui
avanzando hacia donde la joven me guiaba. Recorrimos el pasillo y, al
llegar a una puerta que estaba cerrada, Patricia se detuvo, giró el
pomo, abrió la puerta y me invitó a pasar. Con dificultad conseguí
entrar dentro y, al mover la cabeza hacia la derecha, me quedé
totalmente asombrado: no estaba seguro si era algo real o una
alucinación producto de los efectos del alcohol, pero tendida en la
cama había una mujer negra, de pelo largo y un par de años mayor
que mi alumna. Estaba totalmente desnuda: sus pechos eran enormes,
con unas areolas grandes del tamaño de galletas redondas y de un
intenso color oscuro. Sobre la raja vaginal lucía una fina capa de
vello púbico y con la mano derecha impulsaba lentamente un dildo
rosa dentro del coño, que brillaba de humedad. La mujer se rió al
verme entrar, pero no detuvo los movimientos de su mano. Sobre el
suelo había varias prendas que supuse que serían de la desconocida,
entre ellas un diminuto tanga de color amarillo chillón.
Me
quedé sin palabras, en silencio y sin reaccionar. Fue Patricia la
que habló para presentarnos:
- Ella es Selena y él es David, mi profesor de Latín.
Yo
seguía sin entender absolutamente nada de lo que estaba pasando y
creo que, debido a la impresión que me llevé, los estragos del
tequila comenzaron poco a poco a remitir.
- Hola, David, encantada- me saludó la negra alzando ligeramente la mano izquierda, mientras que con la derecha no paraba de penetrar su sexo.
- Hola- fue lo único que acerté a decir en voz baja.
- Selena es una chica cubana a la que conocí en la cafetería a la que acudo a veces a desayunar. Trabaja allí como camarera y nos hemos hecho buenas amigas- añadió Patricia.
Yo
permanecía en silencio, observando a Selena, cuyo coño estaba cada
vez más mojado. Volví a mirar a otra parte del suelo y vi un
juguete erótico en forma de pene azul, grande y grueso, manchado de
flujo blanco, y también la bala vibradora que había usado mi alumna
días atrás en clase. Sin duda, las dos chicas habían estado
teniendo sexo antes de que yo llegara.
- Solemos contarnos todos nuestros secretos y decidí mencionarle mis encuentros contigo- comentó Patricia.
La
miré un tanto enfadado, pues ella sabía de sobra que lo nuestro no
debía ser conocido por nadie más, para evitar cualquier tipo de
problemas o que saliera a la luz nuestra relación. Mi alumna se dio
cuenta de mi enfado y rápidamente intentó tranquilizarme:
- Tranquilo, profesor. Es una mujer muy discreta y guardará el secreto. Confía en ella y en mí, por favor.
- ¿Y por qué está aquí justo hoy?- le pregunté aún airado.
- Bueno, pues, es que le hablé de lo mucho que me haces disfrutar y de los ratos tan ardientes y apasionados que hemos vivido juntos y le entró la curiosidad por verlo y experimentarlo en sus propias carnes.
- Creí que estaríamos solos tú y yo- le indiqué, mientras Selena no paraba de masturbarse y tenía las piernas abiertas de par en par, ofreciéndome toda la impresionante imagen de su empapado coño.
- Ya lo sé, David. Pero me apetecía hacer este juego contigo: que hoy fuéramos tres en lugar de dos. Lo pasaremos bien, ya lo verás. Déjate llevar por tu deseo y tus impulsos- me señaló Patricia, a la vez que comenzaba a desabrocharme la camisa botón a botón.
En
un principio me preocupé: no quería que nadie más estuviese al
tanto de los encuentros entre mi alumna y yo, pero me fui
tranquilizando en parte al saber que Selena no formaba parte de los
alumnos del centro ni tenía ningún tipo de relación con éste.
Cuando
me di cuenta, Patricia ya había dejado mi torso al descubierto.
- Eres muy lista, Patricia. Has elegido a un profesor que está muy, pero que muy aprovechable y bueno. Se le ve sensual y fogoso. No exagerabas cuando me lo describías- dijo la cubana.
En
cuanto terminó de hablar, empezó a acelerar las embestidas con el
dildo, que ahora ya entraba y salía a una velocidad endiablada.
- Acércate a la cama. Quiero que veas cómo se corre Selena- me indicó Patricia.
Obedecí
a mi alumna, di unos pasos y me puse junto a la cama donde se
masturbaba la cubana. Patricia se metió la mano derecha bajo la
camiseta y empezó a tocarse su sexo. No llevaba nada bajo la prenda
y su coño depilado y de labios carnosos saltó a mi vista y a la de
Selena. Ésta dio un par de fuertes embestidas más, gimió y gritó
de placer y tras varias contracciones en su abdomen se corrió,
soltando un tremendo chorro de líquido que salpicó por completo las
piernas de Patricia. Las medias negras iban absorbiendo gota a gota
el flujo de Selena, hasta que quedaron totalmente empapadas. Noté mi
polla dura bajo el pantalón y cada una de las palpitaciones a
través de las cuales mi miembro iba aumentando de tamaño. La
cubana, con su sexo y la cara interna de los muslos aún húmedos, se
incorporó y se aproximó hasta mi alumna. Agarró su camiseta y se
la quitó, dejando a Patricia completamente desnuda, a excepción de
las medias. De nuevo gocé al ver aquellas dos preciosas y turgentes
tetas con el calor café oscuro de sus areolas y sus pezones tiesos.
Bajé la mirada lentamente, recorriendo toda la excitante anatomía
de mi alumna, deleitándome con la perfecta redondez de su ombligo,
con la vagina que brillaba mojada tras haber sido sobada y con las
macizas piernas cubiertas por las medias y de las cuales destilaban
las gotas de la corrida de Selena, que encharcaban poco a poco el
suelo de la habitación.
La
cubana comenzó a tocarle las tetas a mi alumna y ella le devolvió
el manoseo. Delante de mí jugaban con sus pechos, se los acariciaban
mutuamente y los juntaban hábilmente de manera que los negros
pezones de Selena contactaban con los marrones y duros de Patricia.
No aguanté más y me bajé la cremallera del pantalón para tratar
de liberar mi verga. Mientras metía mi mano por dentro del hueco
abierto, Selena se inclinó un poco y empezó a lamer con su lengua
los pechos de Patricia. Conforme la lengua de la cubana iba
recorriendo las tetas de mi alumna, dejaba una fina película de
saliva sobre ellas. Antes de que mi mano apartase el bóxer y
contactara al fin con mi falo, los labios de la negra aprisionaron
con fuerza los pezones de Patricia y tiraron de ellos una y otra vez.
Mi alumna gemía de placer y lo siguió haciendo mucho más en cuanto
sintió los dientes de su amiga mordisqueando la cima de sus senos.
Apenas pude tocar mi pene unos segundos, cuando ambas chicas se
abalanzaron sobre mí. Entre las dos comenzaron a quitarme el
pantalón, que no tardó en caer al suelo. Me despojaron, ansiosa,
del calzado y de los calcetines, cada una centrada en uno de mis
pies. Terminaron de sacarme el pantalón y quedé sólo con el bóxer
puesto, pero apartado de su posición natural, tal y como yo lo había
puesto para tener acceso a mi verga. La prenda estaba desviada hacia
mi izquierda y mi pene empalmado salía por el lateral derecho del
bóxer. La boca de Patricia fue la primera en probar la dureza de mi
polla y el sabor que de mi punta manaba. Tras deslizar los labios un
par de veces sobre mi miembro venoso, mi alumna provocó que el
glande saliera del prepucio. Gemí al notar mi redonda bola en
contacto directo con la lengua y la boca de Patricia.
Mi
alumna decidió, entonces, cederle los honores a su amiga, quien con
gran deseo engulló mi nabo entre sus labios y prosiguió la felación
iniciada por Patricia. La cubana me masajeaba a la vez mis testículos
jugando con ellos, apretándolos, soltándolos y volviéndolos a
apretar. De repente, sentí en mis nalgas un objeto largo y duro, que
golpeaba de forma alternativa uno y otro glúteo. De un fuerte tirón
Patricia me arrancó el bóxer, rompiéndolo en dos. Me dejó ya
totalmente en pelotas y, al girarme, vi que tenía en su mano un
dildo rosa, que era con el que me había estado azotando. Con más
fuerza todavía que antes, continuó haciendo impactar el objeto
contra mi desnudo culo, mientras que Selena no cesaba en su mamada ni
en su manoseo de mis endurecidos testículos. Segundos más tarde
sentí cómo por el agujero de mi ano empezaba a entrar la punta del
dildo. Lentamente Patricia lo estaba empujando hacia dentro y el
juguete se perdía centímetro a centímetro en mi interior. Jamás
me habían penetrado el culo y al principio me asusté un poco al no
saber si aquello terminaría doliéndome o no. En medio de mis dudas
estuve a punto de pedirle a mi alumna que no continuara pues temía
no poder soportar aquel juguete rosa insertado en mi culo. Pero me
callé, dispuesto a experimentar esa nueva sensación, que cada vez
se intensificaba más conforme la polla rosácea se deslizaba hacia
dentro. Lancé un leve suspiro y luego otro más fuerte, cuando la
noté clavada hasta el fondo.
- Te voy a follar ese culito que me vuelve loca, profesor. Voy a hacer que te corras de forma irrepetible- me indicó Patricia justo antes de comenzar a sacar y meter el dildo deslizándolo a una velocidad prudencial.
No
sé qué diablos estaba tocando ahí dentro, pero el placer que
sentía era enorme. Sumado al que ya por delante me daba la
insaciable boca de Selena, me encontraba al borde del éxtasis. Y
éste no tardó en llegar: Patricia fue acelerando segundo a segundo
los impulsos que con la mano le proporcionaba al objeto y mi ano lo
engullía hasta el fondo una y otra vez. Mis gemidos resonaban por
toda la habitación. Notaba mi culo ardiendo, mis huevos a punto de
reventar y mi polla a un paso de estallar.
- ¡Córrete ya, profesor! ¡Riega la boca de Selena con tu leche!- gritó Patricia.
Empujó
el dildo con una fuerza descomunal un par de veces más y exploté
por completo: un alarido precedió al primer chorro de semen que
salió disparado de mi verga y que llenaba la garganta de la cubana.
Una segunda descarga de esperma, igual de violenta que la anterior, y
una tercera algo más débil siguieron a continuación, mientras la
cubana tragaba a duras penas toda mi caliente y blanca leche. Un par
de goterones sueltos pusieron fin a mi corrida en la boca de la
sudorosa cubana, cuya piel de ébano resplandecía por el brillo de
la humedad del sudor. Patricia me extrajo, entonces, el dildo, se
puso delante de mí y empezó a chuparlo.
- ¡Qué rico sabe tu culo, David! ¡Está delicioso!- exclamó tras lamer el objeto de extremo a extremo.
Me
dejé caer en la cama: necesitaba recuperar fuerzas, aunque fuesen
unos segundos. Mientras lo hacía, contemplaba cómo Patricia y
Selena se besaban en la boca, transmitiéndole la cubana a mi alumna
los últimos restos de semen que quedaban en su boca y en sus labios.
Las dos estaban completamente desatadas y desenfrenadas y con ganas
de que aquello no terminase ahí. No tardaron en echarse también
sobre la cama en la postura del “69”. La boca de mi alumna quedó
a la altura del sexo de la cubana, pro cuya tira de vello púbico
resbalaban varias gotas de sudor procedentes de su vientre. Por su
parte, los labios de Selena rozaban la vagina palpitante de Patricia.
Opté por bajarme de la cama para que ellas estuvieran más cómodas
y para contemplar mejor el espectáculo de pie, mientras comenzaba a
acariciar mi miembro para que fuera recuperando la dureza que había
perdido en parte tras la reciente eyaculación.
Pronto
mi polla comenzó de nuevo a hincharse, no sólo gracias a las
agitaciones que le proporcionaba mi mano, sino también a lo que mis
ojos estaban observando: la hábil boca de Patricia jugaba,
incansable, con la vulva y con el clítoris de Selena. Por su parte,
la cubana penetraba con su larga y húmeda lengua el coño de su
amiga, rozando continuamente su botón de placer. Las venas se me
marcaban a la perfección sobre la piel de mi ya erguida y enhiesta
polla. Había llegado el momento de realizar aquello por lo que había
acudido a la casa de mi alumna: follarle el culo.
- Creo que es mi turno: me toca romperte ese culazo que tienes- le comenté, impaciente, a Patricia, cuyas mejillas estaban completamente rojas por la excitación y el calor que hacía en la habitación.
Mi
alumna se incorporó y se puso en cuclillas sobre la cama. Selena
permaneció tumbada boca arriba, bajo el cuerpo de Patricia. La cara
de la cubana quedó a escasos centímetros del sexo de su amiga y
viceversa. Ambas seguían teniendo al alcance el coño de la otra. Me
acerqué por detrás a Patricia y en el momento en que ella inclinó
un poco más el cuerpo para continuar comiéndole el chocho a Selena,
empecé a insertarle la punta pringosa de mi pene, aún sucia de
semen semiseco. El glande desapareció inmediatamente, tragado por el
orificio anal de la joven; luego la mitad de mi miembro y, por
último, el resto de la polla, hasta quedar alojada entera en su
culo. No perdí ni un segundo en comenzar a bombear dentro. El mete y
saca empezó siendo a un ritmo calmado, sintiendo yo enormemente cada
uno de los roces, cada penetración. Agarré las nalgas de Patricia
para impulsarme mejor y aceleré mis movimientos. Mi alumna y Selena
continuaban saboreando cada una el coño de la otra. Escuchaba los
jadeos y la respiración agitada de las dos jóvenes y ese sonido me
animaba a forzar más el ritmo y a imprimir mayor intensidad a la
penetración.
En
la habitación se mezclaba el olor a sudor, a flujos y a sexo, y ese
aroma se metía por mi nariz haciendo que mis ganas sexuales
aumentasen más. Atrapé, entonces, con las manos las tiras del
liguero de Patricia y tiré de ellas, mientras daba un nuevo cambio
de velocidad a a los embistes de mi grueso falo. Varios gemidos
escaparon de mi boca, anunciando que se acercaba el momento del
clímax. Me impulsé con todas mis fuerzas cuatro, cinco, hasta seis
veces más, oí un grito enorme de Patricia y, justo después, del
agujero de mi glande brotaron, imparables, varios chorros de leche
que inundaron el ano de mi alumna, quien, tras ese grito, retomó de
forma enérgica los juegos de su boca sobre el coño de Selena. Aún
no había terminado yo de derramar dentro del culo las últimas gotas
de esperma, cuando la eficaz lengua de Patricia provocó que la
cubana se mease de gusto por segunda vez aquella noche. Selena, con
su interminable squirt, mojó por completo la cama y parte de la
pared cercana.
Por
unos instantes se hizo el silencio. Sólo es escuchaban nuestras
aceleradas respiraciones. Y permanecía agarrado desde atrás a
Patricia y con mi pene aún dentro de su ano. Sin embargo, un
repentino ruido rompió la tranquilidad. Procedía de la entrada de
la casa de Patricia. Me pareció que era el sonido de la puerta al
cerrarse. Pero mi alumna viví sola en el domicilio con su madre y
ésta iba a estar fuera todo el fin de semana. Ninguno de los tres
reaccionamos ni dijimos nada. Luego me percaté de que Selena se
incorporaba ligeramente y miraba con extrañeza a mi alumna y
posteriormente a mí. No nos dio tiempo a mucho más.
- Patricia, ¿estás ahí?- se oyó preguntar a una voz femenina.
Inmediatamente
apareció por la puerta de la habitación una mujer de algo más de
cincuenta años y con bastante parecido físico a Patricia. Era su
madre (al día siguiente, mi alumna me contó a través de un mensaje
que su progenitora había regresado antes de lo previsto y sin
avisarla).
Cuando
entró en el dormitorio, el mundo se nos vino encima a Patricia, a
Selena y a mí. Todavía tengo grabada en mi retina la cara de
sorpresa de la madre de mi alumna. Yo aún tenía mi verga dentro del
culo de la estudiante y tardé unos instantes en reaccionar. Lo hice
en cuanto la madre empezó a gritar preguntado que qué era todo
aquello y lanzando todo tipo de insultos e improperios hacia
nosotros. Saqué, entonces, mi pene del ano de la joven e intenté
cubrirme con las manos. Selena fue quien más rápido reaccionó: se
levantó de la cama e intentó vestirse lo más rápido que pudo.
Recogió del suelo su blusa blanca y sus ceñido short vaquero y se
los puso, dejando sobre el suelo su sujetador y su tanga amarillo.
Salió a toda velocidad de la habitación, completamente avergonzada,
no sin antes escuchar otra batería de exabruptos de parte de la
madre de Patricia. Cuando la cubana cerró la puerta de la vivienda,
la progenitora de mi alumna levantó la persiana de la habitación,
abrió la ventana y le arrojó a la cubana el sujetador y el tanga
que había dejado abandonados, gritando:
- ¡Te olvidas de esto, puta!
Intenté
tranquilizar a la mujer, pero no había forma. Me pidió a gritos que
me vistiese de una vez y que no permaneciera allí ni un segundo más.
No quería oír nada de mí, ninguna explicación, sólo deseaba que
me marchase. Miré a Patricia y estaba aterrada, sentada en la cama y
con la cabeza agachada. No quería dejarla allí, en esas
circunstancias, pero un nuevo grito amenazante de su madre provocó
que me vistiese y abandonara precipitadamente el domicilio.
Aquella
misma noche, ya en casa, no pude conciliar el sueño. Le envié
varios mensajes a mi alumna, pero no respondía. Sólo quería saber
que se encontraba bien, tener alguna noticia de ella. Debí quedarme,
finalmente, dormido cuando ya empezaba a amanecer. Al abrir de nuevo
los ojos, eran casi las doce del mediodía. Con el paso de las horas
seguía sin tener novedades de Patricia y la preocupación se
apoderaba cada vez más de mí. Por fin a media tarde recibí un
extenso mensaje de la estudiante: se encontraba relativamente bien.
Su madre le había dado una tremenda bronca y le había soltado un
largo sermón. Le echó en cara que hubiese aprovechado su ausencia
para montar una “orgía” y le dedicó un par de “lindezas”
lingüísticas antes de salir de su habitación y dejarla dormir.
El
lunes Patricia volvió a las clases. Sin embargo, su actitud conmigo
pasó a ser desde ese día como la de cualquier otra alumna hacia mí.
Nada de más miradas especiales, ni de sonrisas provocativas, ni de
juegos. Así transcurrió el resto del curso, limitándonos ambos a
la relación normal entre profesor y alumna. Durante las semanas
posteriores a ser sorprendidos por su madre, le pregunté a la joven
varias veces en privado si la situación con ella se había ido
normalizando y me respondió que sí, que tras unos primeros días de
enfado grande y de no dirigirle la palabra, poco a poco la cosa se
había normalizado, aunque jamás habían vuelto a hablar de lo
ocurrido aquella noche, por lo que su madre jamás supo que el hombre
que había tenido sexo con su hija era uno de sus profesores.
El
curso finalizó y Patricia aprobó mi asignatura con la mejor nota de
todos los estudiantes, al igual que hizo con el resto de asignaturas.
A la joven aún le quedaba el siguiente curso para concluir
definitivamente sus estudios. Durante las vacaciones estuve pensando
que tal vez sería lo mejor hablar con el director del centro y pedir
mi traslado a otro de un ciudad diferente. Eso fue lo que finalmente
hice y comencé el siguiente curso a dar clases en una ciudad cercana
a la mía. Consideré que ese traslado mío también sería lo mejor
para Patricia, pues así podría centrarse completamente en sus
estudios estaría más tranquila. Cuando se lo comuniqué mediante un
largo mensaje de texto, pareció comprenderlo y estar en la misma
línea de opinión que yo.
El
día inicial del nuevo curso, ya en la nueva ciudad, entré en el
aula para dar mi primera clase de Latín. Tras presentarme y
dedicarles a los alumnos una breve charla orientativa, me giré a la
pizarra para poner un esquema del tema que iba a explicar esa
jornada. Me encontraba escribiendo, cuando, de repente, sentí que la
puerta del aula se abría.
- Perdón, profesor, por llegar tarde. ¿Puedo pasar?
Esa
voz era inconfundible y me quedé paralizado al oírla. Volví
lentamente la cabeza hacia la derecha y allí estaba ella, Patricia,
luciendo una blusa blanca escotada y una minifalda de cuadros muy
escueta.
Tuve que tragar saliva por culpa de la impresión, hasta que
fui capaz de decirle que pasara. Despacio caminó hacia la primera
fila y se sentó en el asiento de delante de mi mesa. Separó un poco
las piernas, mis ojos se perdieron entre ellas y contemplé su coño
libre de braguitas y del que sobresalía la anilla rosa de las bolas
chinas.
Pensé
que tras lo ocurrido en su casa y después de la calma de todo el
tiempo posterior, los juegos, las provocaciones y el acoso de
Patricia habrían terminado. Pero no fue así. Y es que la ardiente y
sensual Patricia, como los buenos carteros, siempre llama dos veces.
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