-¡Este
hijo mío es un desastre!- piensas al ver el desorden reinante en el
dormitorio de tu adolescente vástago.
Entras
para ordenarle un poco la habitación y, al elevar una caja
rectangular metálica que había en uno de los rincones, la tapa cae
al suelo, dejando a la vista el asombroso contenido de dicha caja:
una revista porno. Tus sospechas se habían confirmado: esos gemidos
que oyes algunas noches procedentes del cuarto de tu hijo Juanlu son
producto de sus múltiples masturbaciones, para las que se estimula
recurriendo a las impactantes fotos que ahora ves en la revista. La
imagen de la portada te deja con los ojos abiertos: una tremenda y
brillante polla negra está a punto de insertarse en ese coño
depilado con el tatuaje de un diablo justo a la altura de la ingle de
la chica. Admiras la perfecta anatomía del joven de color y sus
apetecibles y macizos glúteos. Te quedas embobada observando también
las dos turgentes tetas de la jovencita, cuyos pezones marrones son
friccionados por los dedos del negro.
Excitada,
con varias gotas de flujo siendo ya absorbidas por el tejido de tus
bragas, metes las manos en la caja y extraes la revista. La sorpresa
que te llevas es mayúscula: oculto bajo esa publicación
pornográfica aparece el tanga rosa al que llevabas echando de menos
varios días y al que ya dabas por perdido.
Tu hijo lo había sacado
del cesto de la ropa sucia y te lo había robado para dar rienda
suelta a sus más bajos y lascivos instintos. Hueles la prenda y
conserva el intenso aroma de tu sexo. Te imaginas a Juanlu
machacándose la verga y con el apestoso tanga pegado a su nariz,
recreándose con ese olor a hembra. Estás mojada sólo de pensarlo,
la humedad empieza a bañar completamente tu sexo. No puedes aguantar
más: te quitas la falda, apartas ligeramente las bragas e introduces
varios dedos en tu raja, con los que te follas el coño de tal manera
que no tardas ni tres minutos en correrte. Tu prenda íntima queda
manchada por tus flujos, te la quitas y la colocas en la caja junto
al tanga, antes de volver a poner encima la revista. Te pones de
nuevo la falda, sitúas la caja en el rincón y sales de la
habitación para dirigirte al cesto de la ropa sucia y sacar un bóxer
rojo de tu hijo impregnado de semen seco.
Llega
la noche. De la habitación de Juanlu se oyen intensos jadeos
mientras tú, tumbada en tu cama, lames y chupas su bóxer y hundes
hasta el fondo la mano en tu coño.
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