3 de septiembre de 2017

MI BODA PUEDE ESPERAR

Llegó el momento de vestirme para mi boda. Desde mi habitación de la casa familiar oigo, procedentes del salón, las voces de mis padres, de mi hermana y de una de mis tías. Se nota que están felices ante el enlace matrimonial y aguardan a que me vista para partir hacia la iglesia donde será oficiada la ceremonia religiosa.

La puerta de mi dormitorio permanece cerrada y me encuentro desnuda, de pie, junto a la cama, observando mi elegante y, a la vez, sensual traje de novia y el conjunto de lencería que mi madre me ha regalado para la ocasión: un sujetador, una braguitas, un liguero y unas medias, todo de color blanco inmaculado, a juego con el vestido. Paso el cepillo un par de veces más por mi cabello rubio y largo mientras observo al detalle las prendas y reflexiono sobre si portarme como la niña buena que se supone que he sido siempre o si, por el contrario, cumplo la petición que me hizo hace unos días mi novio de acudir a la boda sin sujetador ni bragas, únicamente con el traje, los zapatos, el liguero y las medias. Él siempre con su mente calenturienta y perversa, maquinando situaciones morbosas, cosa que, por cierto, me fascina. Esbozo una sonrisa pícara: no, hoy no seré la joven formal y recatada. Hoy seré la putita que mi pareja me ha pedido que sea, la que llevará el coño al aire bajo el vestido y aquella a la que sus duros pezones se le marcarán con seguridad y claridad en el tejido del traje, sin sujetador que pueda contenerlos o disimularlos.

Tomo el liguero y me lo ajusto a la cintura. Antes de ponerme las medias, me miro al espejo y contemplo mi anatomía: la turgencia de mis redondos y firmes senos, el tono marrón de las areolas, los botones que emergen de ellas coronándolas...Me veo guapa y sexy y, tras subirme las medias con lentitud y cubrir con ellas mis piernas, vuelvo a contemplar mi figura en el espejo: ahora luzco todavía más espectacular que antes, con esas prendas de lencería que le dan a mi coño recién depilado hace unos minutos un aspecto mucho más provocativo y atrayente. Los rosados y gruesos labios vaginales contrastan con la exquisita blancura de la lencería y, segundos más tarde, me percato de cómo mi raja empieza a brillar fruto de la excitación que he empezado a experimentar. Comienzo a sentir calor interior y un ligero cosquilleo invade, inmisericorde, mis genitales.

Las voces de mis familiares, ya un tanto impacientes, siguen sonando a lo lejos pero mi coño palpita cada vez con más fuerza. Sé que no resistiré esa sensación hasta la noche, cuando folle con mi esposo, de modo que abro mi bolso y me alegro de conservar en él mi dildo rosa, que aún no había dejado en mi futura casa matrimonial. Acerco el juguete a mi boca y lo lamo varias veces de arriba a abajo, haciendo pasar por toda su superficie mi húmeda lengua con total parsimonia. El objeto queda cubierto de saliva y brillante y me tumbo en la cama, frente al espejo. Separo mis piernas y, al hacerlo, el sexo se abre de par en par y el sensible clítoris asoma por él. Bajo la mano, la meto entre las piernas y aproximo el dildo a mi vagina. Con la punta del rosado objeto acaricio toda mi raja y realizo fricción sobre el clítoris. Repito la acción una segunda vez, una tercera y hasta una cuarta. Se me escapa un gemido justo antes de escuchar la voz de mi padre pidiéndome que me dé prisa en vestirme, porque se está haciendo tarde. Sin embargo, yo ni siquiera respondo: lo único que hago es empujar hacia dentro el dildo y alojarlo en mi sexo. Lo siento delicioso, perfectamente encajado. Después de unos segundos lo extraigo y, a continuación, comienzo a meterlo y a sacarlo con imparable continuidad a un ritmo lento. La cara de placer que se refleja en el espejo es indescriptible, al tiempo que incremento la velocidad de penetración. 



Jadeo de forma más que evidente debido a la cada vez más enérgica irrupción del dildo en mi coño. Cierro los ojos y vuelvo a cambiar la velocidad, con lo que el placer que el juguete me proporciona es inmenso. Observo en el espejo cómo las gotas de flujo manan de mi vagina ante cada nueva acometida del objeto y se deslizan por la parte interna de los muslos hasta alcanzar el inicio de las medias. El tejido de éstas se impregna inmediatamente de líquido y algunas gotas caen sobre las sábanas de la cama.

Gimo desesperada e imprimo un último acelerón y un cambio de velocidad definitivos. Mi mano desplaza el dildo con vehemencia y machaca el coño de forma vertiginosa. No aguanto más, doy un grito de placer y el coño bulle hasta explotar complacido.

Mientras trato de recuperar la respiración, mi padre toca con los nudillos en la puerta.

  • Hija, ¿aún no has terminado de vestirte?
  • Ya voy, papá. En cinco minutos salgo- le respondo con la voz entrecortada.


Cinco minutos más para volver a masturbarme y alcanzar un segundo orgasmo antes de ponerme el vestido de novia, salir hacia el salón y dirigirme con la familia a la iglesia, a la vez que noto cómo de mi sucio coño sigue resbalando el flujo vaginal. 

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