Llegó
el momento de vestirme para mi boda. Desde mi habitación de la casa
familiar oigo, procedentes del salón, las voces de mis padres, de
mi hermana y de una de mis tías. Se nota que están felices ante el
enlace matrimonial y aguardan a que me vista para partir hacia la
iglesia donde será oficiada la ceremonia religiosa.
La
puerta de mi dormitorio permanece cerrada y me encuentro desnuda, de
pie, junto a la cama, observando mi elegante y, a la vez, sensual
traje de novia y el conjunto de lencería que mi madre me ha regalado
para la ocasión: un sujetador, una braguitas, un liguero y unas
medias, todo de color blanco inmaculado, a juego con el vestido. Paso
el cepillo un par de veces más por mi cabello rubio y largo mientras
observo al detalle las prendas y reflexiono sobre si portarme como la
niña buena que se supone que he sido siempre o si, por el contrario,
cumplo la petición que me hizo hace unos días mi novio de acudir a
la boda sin sujetador ni bragas, únicamente con el traje, los
zapatos, el liguero y las medias. Él siempre con su mente
calenturienta y perversa, maquinando situaciones morbosas, cosa que,
por cierto, me fascina. Esbozo una sonrisa pícara: no, hoy no seré
la joven formal y recatada. Hoy seré la putita que mi pareja me ha
pedido que sea, la que llevará el coño al aire bajo el vestido y
aquella a la que sus duros pezones se le marcarán con seguridad y
claridad en el tejido del traje, sin sujetador que pueda contenerlos
o disimularlos.
Tomo
el liguero y me lo ajusto a la cintura. Antes de ponerme las medias,
me miro al espejo y contemplo mi anatomía: la turgencia de mis
redondos y firmes senos, el tono marrón de las areolas, los botones
que emergen de ellas coronándolas...Me veo guapa y sexy y, tras
subirme las medias con lentitud y cubrir con ellas mis piernas,
vuelvo a contemplar mi figura en el espejo: ahora luzco todavía más
espectacular que antes, con esas prendas de lencería que le dan a mi
coño recién depilado hace unos minutos un aspecto mucho más
provocativo y atrayente. Los rosados y gruesos labios vaginales
contrastan con la exquisita blancura de la lencería y, segundos más
tarde, me percato de cómo mi raja empieza a brillar fruto de la
excitación que he empezado a experimentar. Comienzo a sentir calor
interior y un ligero cosquilleo invade, inmisericorde, mis genitales.
Las
voces de mis familiares, ya un tanto impacientes, siguen sonando a lo
lejos pero mi coño palpita cada vez con más fuerza. Sé que no
resistiré esa sensación hasta la noche, cuando folle con mi esposo,
de modo que abro mi bolso y me alegro de conservar en él mi dildo
rosa, que aún no había dejado en mi futura casa matrimonial. Acerco
el juguete a mi boca y lo lamo varias veces de arriba a abajo,
haciendo pasar por toda su superficie mi húmeda lengua con total
parsimonia. El objeto queda cubierto de saliva y brillante y me tumbo
en la cama, frente al espejo. Separo mis piernas y, al hacerlo, el
sexo se abre de par en par y el sensible clítoris asoma por él.
Bajo la mano, la meto entre las piernas y aproximo el dildo a mi
vagina. Con la punta del rosado objeto acaricio toda mi raja y
realizo fricción sobre el clítoris. Repito la acción una segunda
vez, una tercera y hasta una cuarta. Se me escapa un gemido justo
antes de escuchar la voz de mi padre pidiéndome que me dé prisa en
vestirme, porque se está haciendo tarde. Sin embargo, yo ni siquiera
respondo: lo único que hago es empujar hacia dentro el dildo y
alojarlo en mi sexo. Lo siento delicioso, perfectamente encajado.
Después de unos segundos lo extraigo y, a continuación, comienzo a
meterlo y a sacarlo con imparable continuidad a un ritmo lento. La
cara de placer que se refleja en el espejo es indescriptible, al
tiempo que incremento la velocidad de penetración.
Jadeo de forma
más que evidente debido a la cada vez más enérgica irrupción del
dildo en mi coño. Cierro los ojos y vuelvo a cambiar la velocidad,
con lo que el placer que el juguete me proporciona es inmenso.
Observo en el espejo cómo las gotas de flujo manan de mi vagina ante
cada nueva acometida del objeto y se deslizan por la parte interna de
los muslos hasta alcanzar el inicio de las medias. El tejido de éstas
se impregna inmediatamente de líquido y algunas gotas caen sobre las
sábanas de la cama.
Gimo
desesperada e imprimo un último acelerón y un cambio de velocidad
definitivos. Mi mano desplaza el dildo con vehemencia y machaca el
coño de forma vertiginosa. No aguanto más, doy un grito de placer y
el coño bulle hasta explotar complacido.
Mientras
trato de recuperar la respiración, mi padre toca con los nudillos en
la puerta.
- Hija, ¿aún no has terminado de vestirte?
- Ya voy, papá. En cinco minutos salgo- le respondo con la voz entrecortada.
Cinco
minutos más para volver a masturbarme y alcanzar un segundo orgasmo
antes de ponerme el vestido de novia, salir hacia el salón y
dirigirme con la familia a la iglesia, a la vez que noto cómo de mi
sucio coño sigue resbalando el flujo vaginal.
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