10 de septiembre de 2017

DOMADO POR UNA PUTA (1)

Aquella noche de junio, con las manos apoyadas sobre el lavabo, me miré al espejo. Mis ojos marrones ya no tenían ese brillo de felicidad característico de antaño. Tampoco la expresión de mi rostro reflejaba esa personalidad vitalista y llena de energía típica en mí. Algo iba mal desde hacía tiempo y mi vida había entrado en una espiral de rutina, de asquerosa y vomitiva rutina.

A mis 42 años, uno después de que mi mujer me dejara por el cabrón de su rico jefe, pocas cosas tenían sentido para mí. Como un autómata iba de casa al trabajo y del trabajo a casa. Ni siquiera los ratos en los que practicaba deporte lograban motivarme o inyectarme una dosis de adrenalina que encendieran mis ganas de vivir. Me había vuelto arisco, introvertido, poco hablador.

Un rato más tarde, ya tumbado en la cama, algo se iluminó en mi mente y me hizo ver que no podía seguir así, en esa caída libre hacia mi autodestrucción. Debía dar un giro radical al curso de mi vida. Con la cabeza sobre la almohada y con los ojos abiertos mirando hacia el techo en medio de la oscuridad de mi dormitorio, tomé una decisión de que iba a cambiarme por completo. El chico sensible, al que en la adolescencia le habían roto un par de veces el corazón antes de que la mujer de su vida se lo hiciera estallar en mil pedazos y me dejara tirado como a un vagabundo o a un pobre perro abandonado, estaba dispuesto a ponerse la coraza de tipo duro y malo, de dejar a un lado los buenos sentimientos y disfrutar de una de sus pasiones olvidada y arrinconada desde hacía meses: el sexo. Pero ahora sería un sexo sin amor, sin sensibilidad, sólo por placer y goce, como si fuese un vicio. Por mi cabeza pasaron, entonces, una serie de fantasías, a cada cual más perversa y lasciva. Cosas que jamás me había atrevido a pedirle a mi ex esposa. Lo necesitaba: tenía que tener algo nuevo que me llenara las horas de vacío y el sexo liberal y sin compromiso sería, sin duda, la mejor opción.

La noche posterior salí de casa a las diez. Recuerdo que era domingo y que al día siguiente no tenía que trabajar porque también era festivo. Me monté en mi coche y conduje varios kilómetros hacia un barrio de la ciudad en el que residen personas bien posicionadas social y económicamente. Aparqué el vehículo a unos metros de un local de fachada sofisticada y moderna y en cuyo letrero luminoso se podía leer el nombre de “Hades club”. Pese a mi determinación por dar un giro radical a mi vida, noté cómo el corazón se me aceleraba conforme conforme terminaba de recorrer a pie la escasa distancia desde donde había estacionado el coche hasta la puerta del local. Sabía que, si atravesaba esa puerta, entraría en un mundo totalmente desconocido para mí pero, a su vez, morboso y atrayente: el “Hades club” era un lugar de encuentro para gente que buscaba sexo liberal y en el que se llevaban a cabo todo tipo de prácticas sexuales, desde intercambio de parejas hasta tríos, orgías y BDSM. 


Incluso, había habitaciones en las que se realizaban fiestas sexuales temáticas. Me había enterado de todo ello ese mismo domingo por la mañana vía Internet, en la página oficial del club, mientras buscaba un lugar de este tipo para acudir. Tras leer detenidamente toda la información que se ofrecía y contemplar las fotos sexuales ilustrativas, decidí rellenar el formulario para hacerme socio y abonar la cantidad correspondiente para tal efecto.

Finalmente, respiré hondo y accedí al local. Inmediatamente un tipo negro enorme y de cuerpo musculado, embutido en un elegante traje oscuro, salió a mi encuentro.

  • ¿La contraseña?- me preguntó en tono seco.

Le repetí uno tras otro los números de la misma, que había recibido a través de un email, tras cumplimentar el formulario de solicitud de socio por la mañana. El hombre la comprobó en un teléfono móvil que llevaba y luego me permitió pasar.
En cuanto entré, me percaté de que aquel sitio era todavía más espectacular de lo que se veía en la página. Lejos de ser un lugar vasto, cada detalle de luz y mobiliario estaba cuidado al máximo.
Enseguida eché un vistazo a las personas que estaban allí. Pese a que las había de todas las edades, predominaban las mayores de treinta años. La mayoría estaba en parejas o en grupos reducidos y únicamente un par de clientes estaban sentados solos. No había mucha diferencia entre el número de hombres y de mujeres presentes. Pocas mesas se encontraban vacías y me acerqué a una para tomar asiento y pedir una copa. Mientras esperaba a que me la sirvieran, comencé a observar con detalle la vestimenta que llevaban los clientes: los hombres lucían, en su mayoría trajes y parecían más galanes de telenovelas que otra cosa. Las mujeres iban elegantemente ataviadas, con vestidos que se apreciaban caros. Generosos escotes que dejaban poco a la imaginación, prendas ceñidas y cortas en muchos casos, mezcla de colores en los vestidos, principalmente rojo y negro, sensuales medias que daban un toque mayor de erotismo a los cuerpos femeninos......Todo esto pude contemplar delante de mí. Al tiempo que iba apurando la copa, me fijé en cómo entre algunos de los asistentes, aparentemente desconocidos entre ellos, se entablaban conversaciones tras las cuales algunos se levantaban y abandonaban el amplio salón del local en dirección hacia las escaleras que llevaban a la planta superior. Allí, según había visto en la página web, se encontraban las habitaciones para tener los encuentros sexuales. Algunas de ellas estaban equipadas y preparadas para juegos específicos.

Yo, sin embargo, me encontraba un poco perdido, pagando la novatada de acudir a ese local por primera vez y, además, haciéndolo solo, sin la compañía de alguien que ya hubiese estado antes, para que me pudiera guiar. Entre copa y copa la noche fue pasando sin atreverme a más que a unos cruces de miradas con algunas de las mujeres presentes y a una breve conversación que inició conmigo una madura que no terminó de convencerme y cuya propuesta de sexo terminé rechazando: no era el tipo de mujer que yo iba buscando. A altas horas de la madrugada el local se fue vaciando de clientela y, cuando me di cuenta, era yo el único que quedaba sentado. Con el ánimo un tanto decaído por el hecho de que mi primera visita no había satisfecho mis expectativas, estaba a punto de levantarme para regresar a casa. Notaba en mi cuerpo los efectos del alcohol ingerido, pues había tomado bastante más de la cuenta y los ojos me pesaban un poco.

De repente, una voz femenina se oyó a mi espalda, casi pegada a mi oído izquierdo.

  • Era tu primera visita, ¿verdad? Es normal que los novatos se sientan algo perdidos la primera vez. Para la próxima debes liberar tus miedos, tus prejuicios, tu timidez y lanzarte a por lo que desees y a por quien desees. Todos los que acuden aquí lo hacen por el mismo objetivo que tú.

Giré la cabeza y vi a una chica joven, de unos veinte años. El final de su pelo negro rizado reposaba sobre mis hombros y los labios carmín de la chica rozaban mi oído izquierdo. Inmediatamente llamó mi atención el tono canela de su piel, casi mulata, y también percibí cómo sus duros y grandes pechos estaban pegados a mi espalda. Me giré todavía más y la miré a la joven con detenimiento: el ajustado y escueto vestido rojo que llevaba le marcaba a la perfección su sensual silueta. Apenas le cubría un par de centímetros más abajo de las nalgas y, por delante, los pezones avisaban de su existencia a través de las dos redondas y gruesas marcas que producían. Era evidente que la chica no llevaba sujetador. Entonces, ella se sentó en el taburete de al lado y cruzó sus esbeltas piernas. Pese a esa posición de piernas cruzadas, las braguitas negras de encaje que llevaba eran visibles para mí. Sólo por lo que estaba viendo ante mis ojos empezó a valer la pena haber acudido al local aquella noche.

  • Vamos a cerrar en unos minutos. Espero que vuelvas pronto- me dijo la joven con una amplia y cautivadora sonrisa dibujada en sus labios.

Me comentó brevemente que trabajaba en la recepción del club desde hacía un año y que ya seguiríamos hablando con algo de más calma otro día, pero que ahora era el momento del cierre. Fui a levantarme y mi cuerpo se tambaleó debido al alcohol.

  • Espera, espera. Si has venido en coche, no puedo permitir que conduzcas así. Quédate aquí sentado mientras termino de cerrar y luego te acerco a tu casa en mi coche. Ya recogerás el tuyo mañana u otro día. Por cierto, me llamo Luvy- me indicó la chica.
  • Eres muy amable. Yo soy David- le comenté, tras lo cual la joven se levantó y se dispuso a terminar de cerrar el local.

Pero yo tenía ganas de orinar y, mientras esperaba a Luvy para que me llevara a casa, me dirigí a la zona de los aseos. Entré y me sorprendí al ver en el suelo un condón usado y un tanga rojo tirado junto a él. Empecé a mear sin dejar de observar el tanga y, cuando finalicé de miccionar, no pude evitar agacharme y tomar la prenda del suelo. La acerqué a mi rostro, a mi nariz y pude comprobar lo húmedo que estaba y el intenso aroma a sexo que desprendía. Aquel flujo vaginal que manchaba toda la parte de la entrepierna de la prenda me olía a gloria y mi polla empezó a reaccionar, palpitando. De pronto, mientras yo aún tenía el tanga pegado a mi cara, la puerta del aseo se abrió y apareció Luvy. Se quedó sorprendida al descubrirme en tal situación y no pudo finalizar la frase de “Ya podemos irnos”. Cerró la puerta, esbozó una sonrisa pícara en el rostro y se acercó a mí, contoneando su cuerpo de manera increíblemente sexy.


Yo aún no sabía que lo que estaba a punto de producirse en el interior de aquel aseo me iba a cambiar por completo la vida.

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