Luvy
se detuvo ante mí. Reaccioné retirando el tanga de mi rostro pero
ya era demasiado tarde.
- ¡Así que te gusta ir por ahí oliendo la ropa íntima de las mujeres! Y parecías antes, sentado fuera, una mosquita muerta- dijo la chica.
- Verás, yo....- intenté justificarme. Pero no había excusa posible: me había pillado con las manos en la masa.
- ¿Sabes? Me gustan más los hombres morbosos y “sucios” en el sexo que los tímidos y retraídos. De manera que lo que acabo de ver ahora mismo me ha encantado y observarte con ese tanga en la mano me ha dado mucho morbo. Huélelo otra vez delante de mí: quiero ver cómo inhalas el aroma de una de las putas que ha estado esta noche en el local.
Dudé
unos instantes, aunque luego seguí las indicaciones de la joven y
acerqué la minúscula prenda de nuevo a mi cara.
- Vamos, aspira con más fuerza, como hacías cuando entré- me pidió.
Respiré
hondo varias veces y el intensísimo olor a flujos y a sexo penetró
por mis fosas nasales. Mi polla reaccionó otra vez ante dicho
estímulo y se agrandaba más bajo el pantalón.
- Muy bien. Y ahora suéltalo. Deseo demostrarte que en este local la más puta de todas soy yo- me dijo Luvy, en cuyo rostro se reflejaba ahora una expresión de lascivia y lujuria, nada que ver con el aspecto angelical que me había mostrado fuera.
Tiré
el tanga al suelo e inmediatamente la chica se subió el vestido
hasta la cintura. Su bragas negras quedaron a la vista y resultaron
ser un cachetero muy sensual. El delicioso encaje tapaba
estratégicamente la raja del sexo de la joven pero no podía evitar
dejar claro que Luvy llevaba el sexo completamente depilado. Me quedé
esperando la reacción de la mujer para ver cuál era su verdadera
intención. Pronto me sacó de dudas: mientras mi verga seguía
empalmándose palpitación a palpitación ante el espectáculo visual
que tenía delante, Luvy se llevó las manos a la cinturillla de del
cachetero y comenzó a bajárselo. Milímetro a milímetro lo iba
deslizando y enseguida su sexo quedó al descubierto. En efecto,
totalmente rasurado, tenía unos labios vaginales carnosos y rosados.
De inmediato atrajeron mi atención y mi vista quedó clavada en
ellos durante unos segundos. Miré luego a Luvy y ella sonreía
complacida, sabedora de que estaba causando estragos en mí. A la vez
que terminaba de quitarse la prenda íntima, observaba mi
entrepierna, donde el bulto era ya enorme y más que evidente debido
al grado de mi excitación.
- ¡Qué pronto te calientas, papi! ¿Qué vas a dejar para luego, para cuando comience realmente lo bueno?- me preguntó.
Acababa
de dejarme claro que esto sólo estaba siendo el inicio. Tras
despojarse al fin del cachetero y con él en la mano derecha, la
joven dio un paso más hacia mí y pegó prácticamente su cuerpo al
mío. Situó su boca junto a mi oído izquierdo y me susurro de forma
sugerente:
- Ahora vas a oler esto. Notarás la diferencia entre el aroma del coño de una simple aspirante a puta, como lo es la dueña de ese tanga, y el de una auténtica zorra.
Nada
más terminar de hablar, me entregó el cachetero y yo lo tomé en la
mano. La prenda estaba húmeda y rápidamente sentí esa sensación
en mis dedos. Luvy se apartó unos centímetros de mí para tener
mejor ángulo de visión de la escena. Lentamente, y para regocijo de
la chica, fui moviendo mi brazo derecho y elevándolo hasta mi cara.
Antes incluso de llegar a las cercanías de la nariz, un penetrante y
fuerte olor comenzó a ser perceptible para mi olfato. Acerqué
definitivamente el cachetero a la nariz y aspiré con todas mis
ganas: un placer enorme recorría cada recoveco de mi cuerpo conforme
el olor de los fluidos y del coño de la chica entraba por mi nariz.
- Eso es, así, huélelo con ganas. Siente el aroma de una puta de verdad, inconfundible, genuino- me indicó Luvy, sin perder detalle de lo que yo estaba haciendo.
Estuve
alrededor de un minuto con esa actitud hasta que la joven me pidió
algo más:
- Abre la boca, saca la lengua y lame las bragas por la zona de contacto con mi vagina, la parte que está empapada. Después, haz lo mismo con el resto.
Obedecí
de inmediato y con la lengua empecé a recorrer el tejido de la
prenda por la zona en la que se encontraba húmeda. Los rastros y
surcos de saliva de mi boca comenzaron a mezclarse con el sabroso
líquido vaginal de la chica y el cachetero pronto quedó todavía
más mojado. Tragué varias veces para degustar en mi garganta el
rico néctar de Luvy y, posteriormente, tal y como me había pedido
la chica, lamí el resto de prenda, acabando por la parte de las
nalgas. Mi erección era ya total y, mientras me hallaba aún
chupando el cachetero, la joven acercó su mano a mi paquete y empezó
a masajearlo por encima del pantalón. De forma hábil restregaba
sobre mi bulto la palma de la mano, apretando cada vez más conforme
pasaban los segundos. Luego agarró mi entrepierna y la oprimió
suavemente, abriendo y cerrando la mano. Gemí en un par de ocasiones
al notar la creciente presión en mis genitales y cómo ésta se
incrementaba progresivamente. Fue entonces cuando Luvy me arrebató
de la mano su cachetero y lo lanzó al suelo, junto al tanga rojo.
- Basta ya de lamerlo. Ya has tenido suficiente. Ahora es momento de que sientas la boca de esta zorra sobre tu polla- me dijo, a la vez que bajaba la cremallera de mi pantalón.
No
tardó mucho más en meter la mano por el orificio que había creado
ni en palpar mi paquete sobre el bóxer negro que llevaba. La chica
debió sentir la mancha de humedad que mi polla había dejado ya en
la parte central de la prenda y se detuvo sobre dicho cerco unos
segundos, recorriéndolo en círculos con la yema de uno de los
dedos. A continuación, se llevó la punta de ese dedo a la boca y
lamió los restos de mis fluidos. Volvió a introducir la mano por el
hueco abierto en el pantalón y apartó el bóxer. Mis testículos
quedaron liberados, al igual que mi empalmada verga, que salió como
un resorte, apuntando directamente hacia el rostro de Luvy.
- Veamos si eres digno de que me convierta en tu putita- me indicó la chica antes de abrir la boca y aproximarla a la punta de mi pene.
Sacó
la lengua y se puso a recorrer cada centímetro de piel de mi tieso
miembro. Desde la base de mi falo, la lengua de Luvy se deslizaba con
suavidad y parsimonia sobre mi verga, al tiempo que iba dejando sobre
ella una fina capa de saliva. Las sensación de ardor que había en
mi polla contrastaba con el frescor del líquido bucal de la chica y
ese efecto calor-frío me provocaba un placer increíble. La punta de
la lengua de Luvy llegó hasta mi glande, al que le dedicó especial
atención y mimo.
Después
de trazar sobre él varios círculos, se cebó con el pequeño
agujero por donde sale expulsado el semen. Lo acarició innumerables
veces con la lengua hasta que con los labios comenzó a succionar el
glande. Suspiré de gusto y la chica no hacía más que apretar. Tras
un tiempo, decidió liberar mi carnosa bola rojiza pero la “tortura”
a la que me iba a someter no era cosa baladí: con la punta de los
dientes centrales, con las paletas, empezó de nuevo a recorrer mi
enhiesta verga. El roce suave del canto de esos dientes provocó que
se me escaparan varios gemidos, que aumentaron en intensidad en
cuanto la fricción alcanzó mi glande. Yo estaba desesperado,
ansioso por que la joven engullese de una maldita vez mi pene y me
practicara la mamada que parecía estar preparando. Intenté bajarle
la parte superior del vestido para dejar al aire las tetas y
tocarlas, pero Luvy me lo impidió.
- Hoy no. Si te lo ganas, ya tendrás ocasión de manosearme y de follarme. Pero ahora seré sólo yo quien te pruebe. Quiero que sueltes toda la leche que guardas dentro, que me llenes la boca de semen, que hagas que me lo tenga que tragar todo hasta ya no poder más.
Una
vez que acabó de hablar, atrapó mi maciza polla en la boca y empezó
a deslizar los labios sobre ella: de forma magistral la recorría sin
pausa desde la base a la punta, primero de forma despacio, luego a un
ritmo más veloz.
Mis testículos, que se bamboleaban ante cada
embestida de la chica, pronto fueron envueltos por la mano izquierda
de ésta para apretarlos. Yo resistía como podía, ya que no quería
correrme aún. De forma rápida, Luvy continuaba con la felación, a
la vez que con la mano derecha se acariciaba su coño. Al principio
lo hacía frotando sobre él la palma de la mano pero no tardó mucho
en introducir un par de dedos en la vagina y en comenzar a
penetrarse. Conseguí aguantar y retrasar la eyaculación unos
minutos más en los que la joven recorría mi falo llena de ansia.
Debido a tales acometidas, no aguanté más y, tras dar varios
gritos, un primer chorro de leche salió despedido hacia el interior
de la boca de la chica, al igual que el segundo, que Luvy tragó con
ganas. El tercer chorro fue demasiado para la joven, que tuvo que
abrir la boca, por lo que parte de mi semen cayó sobre el mentón y
el pecho de la chica. La última descarga de esperma aterrizó sobre
el bajo vientre, las ingles y los muslos de Luvy, cuya boca rezumaba
ya semen blanco.
La joven no había parado de masturbarse y, cuando
de mi glande aún brotaban gotas de leche, la joven alcanzó el
orgasmo gracias al frenético movimiento de sus dedos.
Los
dos guardamos silencio unos instantes. Tras un par de minutos de
recuperación, Luvy recogió con sus dedos todos los restos de mi
esperma que había en su rostro, en su vestido y en su cuerpo, los
chupó y los tragó, bebiéndose así toda mi leche derramada.
Recompusimos nuestro vestuario y salimos del local en dirección
hacia mi casa, montados en el coche de la chica. Mi siguiente
recuerdo es ya de la mañana del día posterior: amanecí desnudo en
mi cama y con una nota de la joven sobre la mesita de noche. En el
papel, además del número de teléfono de Luvy, ponía lo siguiente:
- Éstas son las condiciones que te exijo cumplir, si quieres que me convierta en tu putita.
Y
yo, intrigado por lo que pudiese contener el papel, fui leyendo una
por una cada una de esas exigencias.
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