24 de septiembre de 2017

DOMADO POR UNA PUTA (3)

Con ansiedad comencé a leer las condiciones que Luvy me imponía para convertirse en mi puta. Eran las siguientes:

- “Nada de tener sexo con otras mujeres sin que yo te dé mi consentimiento”.

- “Cuando te permita follar con otras, te prohíbo que te corras dentro de la zorra a la que te estés tirando (ni en su coño, ni en su ano, ni en el interior de su boca). Tampoco puedes derramar tu semen en su cuerpo: deberás usar preservativo o eyacular sin que tu leche bañe la piel de la mujer”.

- “Tendrás que participar conmigo en cuantos juegos y fiestas sexuales se me antojen, admitiendo, por supuesto, la participación de otras personas".






- “Cuando tengamos sexo tú y yo a solas, quiero que emplees conmigo un vocabulario soez, sucio y vulgar: me genera un morbo especial y me excita muchísimo”.

- “Deberás ayudarme a perder mi virginidad anal: aunque ya me han follado bastantes tíos, ninguno me ha penetrado con su polla el ano, debido a mi temor a sentir dolor. Pero ahora deseo que seas tú quien lo hagas”.

- “Me gusta el sexo salvaje: ataduras, dominación y sumisión, golpes en las nalgas y en los pechos....Será tu misión satisfacer mis necesidades en ese aspecto”.











- “El exhibicionismo me encanta y me enciende una enormidad. Asistirás conmigo a mis prácticas exhibicionistas en lugares públicos”.

- “Me enloquece que cubran mi cuerpo desnudo con cualquier tipo de dulce (chocolate, nata, miel, mermelada, caramelo líquido...) y que luego lo laman”.

- “Estarás sexualmente disponible para mí siempre que te necesite y te advierto de que soy bastante insaciable”.

- “Te concedo la posibilidad de que tú me escribas también una pequeña lista con algunas condiciones para que yo las cumpla. Me gusta dominar pero, igualmente, ser dominada. Intercambiaremos, por tanto, los papeles en más de una ocasión”.

Ésas eran las diez condiciones que Luvy me exigía cumplir para que fuese, como ella decía, “mi zorra”. Después de leer la nota con detenimiento varias veces y de reflexionar sobre cada uno de los puntos indicados, me tocaba decidir si aceptar todas las imposiciones o no. Estuve pensando un buen rato pues no me quería precipitar. Cuando acudí al “Hades Club”, lo hice buscando sexo liberal, salvaje, incluso, pero de una manera más libre sin comprometerme a nada ni con nadie, con la idea de ser yo mismo quien pudiese elegir con quién o quiénes tendría sexo y en qué tipo de juegos participar. Ahora, en cambio, me encontraba con que, por un lado, Luvy me ofrecía muchas de las cosas que yo anhelaba, pero también con que algunas de las condiciones impuestas me privaban, en parte, de su libertad sexual.

Durante un rato estuve poniendo en la balanza las ventajas y desventajas que aquella lista contenía, pero las palabras “mi zorra”, que había leído minutos antes, no se me iban de la mente, ni tampoco el hecho de que una de las condiciones fuera el uso de un vocabulario soez: al igual que le ocurría a Luvy, a mí también me excitaba ese tipo de palabras durante el sexo. Además, estaba lo del exhibicionismo, lo de los diferentes juegos sexuales....Finalmente sucumbí ante la tentación de chica y le envié un mensaje a su móvil en el que le comunicaba que aceptaba todo lo propuesto. La joven no tardó en responderme: se alegraba de que estuviera de acuerdo con sus exigencias y me pedía que le redactase de inmediato mi lista con las condiciones que ella debería cumplir. Rápidamente me puse con esa tarea. En el mensaje que le envié a Luvy le escribí lo siguiente:

Viendo la cantidad de condiciones que me has impuesto y que, en buena parte, coinciden con las que yo te iba a solicitar, me has aligerado bastante el trabajo. Posiblemente, con el transcurso de los días y conforme vayamos intimando se me ocurrirán más pero, de momento, sólo te voy a pedir una cosa: que desde hoy mismo dejes de usar ropa íntima. Deseo que prescindas de cualquier tipo de braguita, tanga o cachetero y que tampoco uses sujetador. Puesta a jugar a ser una puta, deberás empezar por ahí. Por no llevar nada debajo de la ropa. Esperaré tu respuesta”.

Minutos más tarde recibí la contestación de la chica: mostraba dudas sobre lo que yo le había pedido. Me decía que siempre, aunque hubiese sido una cosa minúscula, había llevado lencería y que no estaba segura de si se sentiría cómoda y a gusto en el caso de no utilizarla. Con estos pensamientos Luvy me decepcionó un poco: ella, que se había mostrado tan exigente en sus peticiones, dudaba ahora sobre lo único que yo le quería imponer. Volví a enviarle un nuevo mensaje insistiéndole en la necesidad de que aceptase mi propuesta, si quería convertirse en mi puta y un rato más tarde Luvy me contestó indicándome que seguía manteniendo ciertas reticencias en lo referido a dejar de usar sujetador debido al gran tamaño de sus tetas. Temía que perdieran su firmeza y que acabaran quedándole un tanto caídas. Tuve que ponerme más exigente y duro en la “negociación” y le dejé claro que lo de la posible caída de sus senos no me importaba lo más mínimo y que, si de verdad deseaba ser mi zorra, ya sabía lo que tenía que hacer.

Está bien, tú ganas: a partir de mañana nada de sujetador ni de bragas. Luego te escribiré de nuevo ya que tengo en mente algo que quiero que hagamos juntos”, fue el siguiente mensaje que recibí de la joven. Me alegré de haber conseguido mi objetivo y de que los dos hubiésemos aceptado definitivamente lo que el uno le pedía al otro.

Pero, ¿qué sería lo que Luvy había planeado con tanta inmediatez?



17 de septiembre de 2017

DOMADO POR UNA PUTA (2)

Luvy se detuvo ante mí. Reaccioné retirando el tanga de mi rostro pero ya era demasiado tarde.

  • ¡Así que te gusta ir por ahí oliendo la ropa íntima de las mujeres! Y parecías antes, sentado fuera, una mosquita muerta- dijo la chica.
  • Verás, yo....- intenté justificarme. Pero no había excusa posible: me había pillado con las manos en la masa.
  • ¿Sabes? Me gustan más los hombres morbosos y “sucios” en el sexo que los tímidos y retraídos. De manera que lo que acabo de ver ahora mismo me ha encantado y observarte con ese tanga en la mano me ha dado mucho morbo. Huélelo otra vez delante de mí: quiero ver cómo inhalas el aroma de una de las putas que ha estado esta noche en el local.

Dudé unos instantes, aunque luego seguí las indicaciones de la joven y acerqué la minúscula prenda de nuevo a mi cara.

  • Vamos, aspira con más fuerza, como hacías cuando entré- me pidió.

Respiré hondo varias veces y el intensísimo olor a flujos y a sexo penetró por mis fosas nasales. Mi polla reaccionó otra vez ante dicho estímulo y se agrandaba más bajo el pantalón.

  • Muy bien. Y ahora suéltalo. Deseo demostrarte que en este local la más puta de todas soy yo- me dijo Luvy, en cuyo rostro se reflejaba ahora una expresión de lascivia y lujuria, nada que ver con el aspecto angelical que me había mostrado fuera.

Tiré el tanga al suelo e inmediatamente la chica se subió el vestido hasta la cintura. Su bragas negras quedaron a la vista y resultaron ser un cachetero muy sensual. El delicioso encaje tapaba estratégicamente la raja del sexo de la joven pero no podía evitar dejar claro que Luvy llevaba el sexo completamente depilado. Me quedé esperando la reacción de la mujer para ver cuál era su verdadera intención. Pronto me sacó de dudas: mientras mi verga seguía empalmándose palpitación a palpitación ante el espectáculo visual que tenía delante, Luvy se llevó las manos a la cinturillla de del cachetero y comenzó a bajárselo. Milímetro a milímetro lo iba deslizando y enseguida su sexo quedó al descubierto. En efecto, totalmente rasurado, tenía unos labios vaginales carnosos y rosados. De inmediato atrajeron mi atención y mi vista quedó clavada en ellos durante unos segundos. Miré luego a Luvy y ella sonreía complacida, sabedora de que estaba causando estragos en mí. A la vez que terminaba de quitarse la prenda íntima, observaba mi entrepierna, donde el bulto era ya enorme y más que evidente debido al grado de mi excitación.

  • ¡Qué pronto te calientas, papi! ¿Qué vas a dejar para luego, para cuando comience realmente lo bueno?- me preguntó.

Acababa de dejarme claro que esto sólo estaba siendo el inicio. Tras despojarse al fin del cachetero y con él en la mano derecha, la joven dio un paso más hacia mí y pegó prácticamente su cuerpo al mío. Situó su boca junto a mi oído izquierdo y me susurro de forma sugerente:

  • Ahora vas a oler esto. Notarás la diferencia entre el aroma del coño de una simple aspirante a puta, como lo es la dueña de ese tanga, y el de una auténtica zorra.

Nada más terminar de hablar, me entregó el cachetero y yo lo tomé en la mano. La prenda estaba húmeda y rápidamente sentí esa sensación en mis dedos. Luvy se apartó unos centímetros de mí para tener mejor ángulo de visión de la escena. Lentamente, y para regocijo de la chica, fui moviendo mi brazo derecho y elevándolo hasta mi cara. Antes incluso de llegar a las cercanías de la nariz, un penetrante y fuerte olor comenzó a ser perceptible para mi olfato. Acerqué definitivamente el cachetero a la nariz y aspiré con todas mis ganas: un placer enorme recorría cada recoveco de mi cuerpo conforme el olor de los fluidos y del coño de la chica entraba por mi nariz.

  • Eso es, así, huélelo con ganas. Siente el aroma de una puta de verdad, inconfundible, genuino- me indicó Luvy, sin perder detalle de lo que yo estaba haciendo.

Estuve alrededor de un minuto con esa actitud hasta que la joven me pidió algo más:

  • Abre la boca, saca la lengua y lame las bragas por la zona de contacto con mi vagina, la parte que está empapada. Después, haz lo mismo con el resto.

Obedecí de inmediato y con la lengua empecé a recorrer el tejido de la prenda por la zona en la que se encontraba húmeda. Los rastros y surcos de saliva de mi boca comenzaron a mezclarse con el sabroso líquido vaginal de la chica y el cachetero pronto quedó todavía más mojado. Tragué varias veces para degustar en mi garganta el rico néctar de Luvy y, posteriormente, tal y como me había pedido la chica, lamí el resto de prenda, acabando por la parte de las nalgas. Mi erección era ya total y, mientras me hallaba aún chupando el cachetero, la joven acercó su mano a mi paquete y empezó a masajearlo por encima del pantalón. De forma hábil restregaba sobre mi bulto la palma de la mano, apretando cada vez más conforme pasaban los segundos. Luego agarró mi entrepierna y la oprimió suavemente, abriendo y cerrando la mano. Gemí en un par de ocasiones al notar la creciente presión en mis genitales y cómo ésta se incrementaba progresivamente. Fue entonces cuando Luvy me arrebató de la mano su cachetero y lo lanzó al suelo, junto al tanga rojo.

  • Basta ya de lamerlo. Ya has tenido suficiente. Ahora es momento de que sientas la boca de esta zorra sobre tu polla- me dijo, a la vez que bajaba la cremallera de mi pantalón.

No tardó mucho más en meter la mano por el orificio que había creado ni en palpar mi paquete sobre el bóxer negro que llevaba. La chica debió sentir la mancha de humedad que mi polla había dejado ya en la parte central de la prenda y se detuvo sobre dicho cerco unos segundos, recorriéndolo en círculos con la yema de uno de los dedos. A continuación, se llevó la punta de ese dedo a la boca y lamió los restos de mis fluidos. Volvió a introducir la mano por el hueco abierto en el pantalón y apartó el bóxer. Mis testículos quedaron liberados, al igual que mi empalmada verga, que salió como un resorte, apuntando directamente hacia el rostro de Luvy.

  • Veamos si eres digno de que me convierta en tu putita- me indicó la chica antes de abrir la boca y aproximarla a la punta de mi pene.

Sacó la lengua y se puso a recorrer cada centímetro de piel de mi tieso miembro. Desde la base de mi falo, la lengua de Luvy se deslizaba con suavidad y parsimonia sobre mi verga, al tiempo que iba dejando sobre ella una fina capa de saliva. Las sensación de ardor que había en mi polla contrastaba con el frescor del líquido bucal de la chica y ese efecto calor-frío me provocaba un placer increíble. La punta de la lengua de Luvy llegó hasta mi glande, al que le dedicó especial atención y mimo.
Después de trazar sobre él varios círculos, se cebó con el pequeño agujero por donde sale expulsado el semen. Lo acarició innumerables veces con la lengua hasta que con los labios comenzó a succionar el glande. Suspiré de gusto y la chica no hacía más que apretar. Tras un tiempo, decidió liberar mi carnosa bola rojiza pero la “tortura” a la que me iba a someter no era cosa baladí: con la punta de los dientes centrales, con las paletas, empezó de nuevo a recorrer mi enhiesta verga. El roce suave del canto de esos dientes provocó que se me escaparan varios gemidos, que aumentaron en intensidad en cuanto la fricción alcanzó mi glande. Yo estaba desesperado, ansioso por que la joven engullese de una maldita vez mi pene y me practicara la mamada que parecía estar preparando. Intenté bajarle la parte superior del vestido para dejar al aire las tetas y tocarlas, pero Luvy me lo impidió.

  • Hoy no. Si te lo ganas, ya tendrás ocasión de manosearme y de follarme. Pero ahora seré sólo yo quien te pruebe. Quiero que sueltes toda la leche que guardas dentro, que me llenes la boca de semen, que hagas que me lo tenga que tragar todo hasta ya no poder más.

Una vez que acabó de hablar, atrapó mi maciza polla en la boca y empezó a deslizar los labios sobre ella: de forma magistral la recorría sin pausa desde la base a la punta, primero de forma despacio, luego a un ritmo más veloz. 



Mis testículos, que se bamboleaban ante cada embestida de la chica, pronto fueron envueltos por la mano izquierda de ésta para apretarlos. Yo resistía como podía, ya que no quería correrme aún. De forma rápida, Luvy continuaba con la felación, a la vez que con la mano derecha se acariciaba su coño. Al principio lo hacía frotando sobre él la palma de la mano pero no tardó mucho en introducir un par de dedos en la vagina y en comenzar a penetrarse. Conseguí aguantar y retrasar la eyaculación unos minutos más en los que la joven recorría mi falo llena de ansia. Debido a tales acometidas, no aguanté más y, tras dar varios gritos, un primer chorro de leche salió despedido hacia el interior de la boca de la chica, al igual que el segundo, que Luvy tragó con ganas. El tercer chorro fue demasiado para la joven, que tuvo que abrir la boca, por lo que parte de mi semen cayó sobre el mentón y el pecho de la chica. La última descarga de esperma aterrizó sobre el bajo vientre, las ingles y los muslos de Luvy, cuya boca rezumaba ya semen blanco.





La joven no había parado de masturbarse y, cuando de mi glande aún brotaban gotas de leche, la joven alcanzó el orgasmo gracias al frenético movimiento de sus dedos.

Los dos guardamos silencio unos instantes. Tras un par de minutos de recuperación, Luvy recogió con sus dedos todos los restos de mi esperma que había en su rostro, en su vestido y en su cuerpo, los chupó y los tragó, bebiéndose así toda mi leche derramada. Recompusimos nuestro vestuario y salimos del local en dirección hacia mi casa, montados en el coche de la chica. Mi siguiente recuerdo es ya de la mañana del día posterior: amanecí desnudo en mi cama y con una nota de la joven sobre la mesita de noche. En el papel, además del número de teléfono de Luvy, ponía lo siguiente:

  • Éstas son las condiciones que te exijo cumplir, si quieres que me convierta en tu putita.

Y yo, intrigado por lo que pudiese contener el papel, fui leyendo una por una cada una de esas exigencias.





10 de septiembre de 2017

DOMADO POR UNA PUTA (1)

Aquella noche de junio, con las manos apoyadas sobre el lavabo, me miré al espejo. Mis ojos marrones ya no tenían ese brillo de felicidad característico de antaño. Tampoco la expresión de mi rostro reflejaba esa personalidad vitalista y llena de energía típica en mí. Algo iba mal desde hacía tiempo y mi vida había entrado en una espiral de rutina, de asquerosa y vomitiva rutina.

A mis 42 años, uno después de que mi mujer me dejara por el cabrón de su rico jefe, pocas cosas tenían sentido para mí. Como un autómata iba de casa al trabajo y del trabajo a casa. Ni siquiera los ratos en los que practicaba deporte lograban motivarme o inyectarme una dosis de adrenalina que encendieran mis ganas de vivir. Me había vuelto arisco, introvertido, poco hablador.

Un rato más tarde, ya tumbado en la cama, algo se iluminó en mi mente y me hizo ver que no podía seguir así, en esa caída libre hacia mi autodestrucción. Debía dar un giro radical al curso de mi vida. Con la cabeza sobre la almohada y con los ojos abiertos mirando hacia el techo en medio de la oscuridad de mi dormitorio, tomé una decisión de que iba a cambiarme por completo. El chico sensible, al que en la adolescencia le habían roto un par de veces el corazón antes de que la mujer de su vida se lo hiciera estallar en mil pedazos y me dejara tirado como a un vagabundo o a un pobre perro abandonado, estaba dispuesto a ponerse la coraza de tipo duro y malo, de dejar a un lado los buenos sentimientos y disfrutar de una de sus pasiones olvidada y arrinconada desde hacía meses: el sexo. Pero ahora sería un sexo sin amor, sin sensibilidad, sólo por placer y goce, como si fuese un vicio. Por mi cabeza pasaron, entonces, una serie de fantasías, a cada cual más perversa y lasciva. Cosas que jamás me había atrevido a pedirle a mi ex esposa. Lo necesitaba: tenía que tener algo nuevo que me llenara las horas de vacío y el sexo liberal y sin compromiso sería, sin duda, la mejor opción.

La noche posterior salí de casa a las diez. Recuerdo que era domingo y que al día siguiente no tenía que trabajar porque también era festivo. Me monté en mi coche y conduje varios kilómetros hacia un barrio de la ciudad en el que residen personas bien posicionadas social y económicamente. Aparqué el vehículo a unos metros de un local de fachada sofisticada y moderna y en cuyo letrero luminoso se podía leer el nombre de “Hades club”. Pese a mi determinación por dar un giro radical a mi vida, noté cómo el corazón se me aceleraba conforme conforme terminaba de recorrer a pie la escasa distancia desde donde había estacionado el coche hasta la puerta del local. Sabía que, si atravesaba esa puerta, entraría en un mundo totalmente desconocido para mí pero, a su vez, morboso y atrayente: el “Hades club” era un lugar de encuentro para gente que buscaba sexo liberal y en el que se llevaban a cabo todo tipo de prácticas sexuales, desde intercambio de parejas hasta tríos, orgías y BDSM. 


Incluso, había habitaciones en las que se realizaban fiestas sexuales temáticas. Me había enterado de todo ello ese mismo domingo por la mañana vía Internet, en la página oficial del club, mientras buscaba un lugar de este tipo para acudir. Tras leer detenidamente toda la información que se ofrecía y contemplar las fotos sexuales ilustrativas, decidí rellenar el formulario para hacerme socio y abonar la cantidad correspondiente para tal efecto.

Finalmente, respiré hondo y accedí al local. Inmediatamente un tipo negro enorme y de cuerpo musculado, embutido en un elegante traje oscuro, salió a mi encuentro.

  • ¿La contraseña?- me preguntó en tono seco.

Le repetí uno tras otro los números de la misma, que había recibido a través de un email, tras cumplimentar el formulario de solicitud de socio por la mañana. El hombre la comprobó en un teléfono móvil que llevaba y luego me permitió pasar.
En cuanto entré, me percaté de que aquel sitio era todavía más espectacular de lo que se veía en la página. Lejos de ser un lugar vasto, cada detalle de luz y mobiliario estaba cuidado al máximo.
Enseguida eché un vistazo a las personas que estaban allí. Pese a que las había de todas las edades, predominaban las mayores de treinta años. La mayoría estaba en parejas o en grupos reducidos y únicamente un par de clientes estaban sentados solos. No había mucha diferencia entre el número de hombres y de mujeres presentes. Pocas mesas se encontraban vacías y me acerqué a una para tomar asiento y pedir una copa. Mientras esperaba a que me la sirvieran, comencé a observar con detalle la vestimenta que llevaban los clientes: los hombres lucían, en su mayoría trajes y parecían más galanes de telenovelas que otra cosa. Las mujeres iban elegantemente ataviadas, con vestidos que se apreciaban caros. Generosos escotes que dejaban poco a la imaginación, prendas ceñidas y cortas en muchos casos, mezcla de colores en los vestidos, principalmente rojo y negro, sensuales medias que daban un toque mayor de erotismo a los cuerpos femeninos......Todo esto pude contemplar delante de mí. Al tiempo que iba apurando la copa, me fijé en cómo entre algunos de los asistentes, aparentemente desconocidos entre ellos, se entablaban conversaciones tras las cuales algunos se levantaban y abandonaban el amplio salón del local en dirección hacia las escaleras que llevaban a la planta superior. Allí, según había visto en la página web, se encontraban las habitaciones para tener los encuentros sexuales. Algunas de ellas estaban equipadas y preparadas para juegos específicos.

Yo, sin embargo, me encontraba un poco perdido, pagando la novatada de acudir a ese local por primera vez y, además, haciéndolo solo, sin la compañía de alguien que ya hubiese estado antes, para que me pudiera guiar. Entre copa y copa la noche fue pasando sin atreverme a más que a unos cruces de miradas con algunas de las mujeres presentes y a una breve conversación que inició conmigo una madura que no terminó de convencerme y cuya propuesta de sexo terminé rechazando: no era el tipo de mujer que yo iba buscando. A altas horas de la madrugada el local se fue vaciando de clientela y, cuando me di cuenta, era yo el único que quedaba sentado. Con el ánimo un tanto decaído por el hecho de que mi primera visita no había satisfecho mis expectativas, estaba a punto de levantarme para regresar a casa. Notaba en mi cuerpo los efectos del alcohol ingerido, pues había tomado bastante más de la cuenta y los ojos me pesaban un poco.

De repente, una voz femenina se oyó a mi espalda, casi pegada a mi oído izquierdo.

  • Era tu primera visita, ¿verdad? Es normal que los novatos se sientan algo perdidos la primera vez. Para la próxima debes liberar tus miedos, tus prejuicios, tu timidez y lanzarte a por lo que desees y a por quien desees. Todos los que acuden aquí lo hacen por el mismo objetivo que tú.

Giré la cabeza y vi a una chica joven, de unos veinte años. El final de su pelo negro rizado reposaba sobre mis hombros y los labios carmín de la chica rozaban mi oído izquierdo. Inmediatamente llamó mi atención el tono canela de su piel, casi mulata, y también percibí cómo sus duros y grandes pechos estaban pegados a mi espalda. Me giré todavía más y la miré a la joven con detenimiento: el ajustado y escueto vestido rojo que llevaba le marcaba a la perfección su sensual silueta. Apenas le cubría un par de centímetros más abajo de las nalgas y, por delante, los pezones avisaban de su existencia a través de las dos redondas y gruesas marcas que producían. Era evidente que la chica no llevaba sujetador. Entonces, ella se sentó en el taburete de al lado y cruzó sus esbeltas piernas. Pese a esa posición de piernas cruzadas, las braguitas negras de encaje que llevaba eran visibles para mí. Sólo por lo que estaba viendo ante mis ojos empezó a valer la pena haber acudido al local aquella noche.

  • Vamos a cerrar en unos minutos. Espero que vuelvas pronto- me dijo la joven con una amplia y cautivadora sonrisa dibujada en sus labios.

Me comentó brevemente que trabajaba en la recepción del club desde hacía un año y que ya seguiríamos hablando con algo de más calma otro día, pero que ahora era el momento del cierre. Fui a levantarme y mi cuerpo se tambaleó debido al alcohol.

  • Espera, espera. Si has venido en coche, no puedo permitir que conduzcas así. Quédate aquí sentado mientras termino de cerrar y luego te acerco a tu casa en mi coche. Ya recogerás el tuyo mañana u otro día. Por cierto, me llamo Luvy- me indicó la chica.
  • Eres muy amable. Yo soy David- le comenté, tras lo cual la joven se levantó y se dispuso a terminar de cerrar el local.

Pero yo tenía ganas de orinar y, mientras esperaba a Luvy para que me llevara a casa, me dirigí a la zona de los aseos. Entré y me sorprendí al ver en el suelo un condón usado y un tanga rojo tirado junto a él. Empecé a mear sin dejar de observar el tanga y, cuando finalicé de miccionar, no pude evitar agacharme y tomar la prenda del suelo. La acerqué a mi rostro, a mi nariz y pude comprobar lo húmedo que estaba y el intenso aroma a sexo que desprendía. Aquel flujo vaginal que manchaba toda la parte de la entrepierna de la prenda me olía a gloria y mi polla empezó a reaccionar, palpitando. De pronto, mientras yo aún tenía el tanga pegado a mi cara, la puerta del aseo se abrió y apareció Luvy. Se quedó sorprendida al descubrirme en tal situación y no pudo finalizar la frase de “Ya podemos irnos”. Cerró la puerta, esbozó una sonrisa pícara en el rostro y se acercó a mí, contoneando su cuerpo de manera increíblemente sexy.


Yo aún no sabía que lo que estaba a punto de producirse en el interior de aquel aseo me iba a cambiar por completo la vida.

3 de septiembre de 2017

MI BODA PUEDE ESPERAR

Llegó el momento de vestirme para mi boda. Desde mi habitación de la casa familiar oigo, procedentes del salón, las voces de mis padres, de mi hermana y de una de mis tías. Se nota que están felices ante el enlace matrimonial y aguardan a que me vista para partir hacia la iglesia donde será oficiada la ceremonia religiosa.

La puerta de mi dormitorio permanece cerrada y me encuentro desnuda, de pie, junto a la cama, observando mi elegante y, a la vez, sensual traje de novia y el conjunto de lencería que mi madre me ha regalado para la ocasión: un sujetador, una braguitas, un liguero y unas medias, todo de color blanco inmaculado, a juego con el vestido. Paso el cepillo un par de veces más por mi cabello rubio y largo mientras observo al detalle las prendas y reflexiono sobre si portarme como la niña buena que se supone que he sido siempre o si, por el contrario, cumplo la petición que me hizo hace unos días mi novio de acudir a la boda sin sujetador ni bragas, únicamente con el traje, los zapatos, el liguero y las medias. Él siempre con su mente calenturienta y perversa, maquinando situaciones morbosas, cosa que, por cierto, me fascina. Esbozo una sonrisa pícara: no, hoy no seré la joven formal y recatada. Hoy seré la putita que mi pareja me ha pedido que sea, la que llevará el coño al aire bajo el vestido y aquella a la que sus duros pezones se le marcarán con seguridad y claridad en el tejido del traje, sin sujetador que pueda contenerlos o disimularlos.

Tomo el liguero y me lo ajusto a la cintura. Antes de ponerme las medias, me miro al espejo y contemplo mi anatomía: la turgencia de mis redondos y firmes senos, el tono marrón de las areolas, los botones que emergen de ellas coronándolas...Me veo guapa y sexy y, tras subirme las medias con lentitud y cubrir con ellas mis piernas, vuelvo a contemplar mi figura en el espejo: ahora luzco todavía más espectacular que antes, con esas prendas de lencería que le dan a mi coño recién depilado hace unos minutos un aspecto mucho más provocativo y atrayente. Los rosados y gruesos labios vaginales contrastan con la exquisita blancura de la lencería y, segundos más tarde, me percato de cómo mi raja empieza a brillar fruto de la excitación que he empezado a experimentar. Comienzo a sentir calor interior y un ligero cosquilleo invade, inmisericorde, mis genitales.

Las voces de mis familiares, ya un tanto impacientes, siguen sonando a lo lejos pero mi coño palpita cada vez con más fuerza. Sé que no resistiré esa sensación hasta la noche, cuando folle con mi esposo, de modo que abro mi bolso y me alegro de conservar en él mi dildo rosa, que aún no había dejado en mi futura casa matrimonial. Acerco el juguete a mi boca y lo lamo varias veces de arriba a abajo, haciendo pasar por toda su superficie mi húmeda lengua con total parsimonia. El objeto queda cubierto de saliva y brillante y me tumbo en la cama, frente al espejo. Separo mis piernas y, al hacerlo, el sexo se abre de par en par y el sensible clítoris asoma por él. Bajo la mano, la meto entre las piernas y aproximo el dildo a mi vagina. Con la punta del rosado objeto acaricio toda mi raja y realizo fricción sobre el clítoris. Repito la acción una segunda vez, una tercera y hasta una cuarta. Se me escapa un gemido justo antes de escuchar la voz de mi padre pidiéndome que me dé prisa en vestirme, porque se está haciendo tarde. Sin embargo, yo ni siquiera respondo: lo único que hago es empujar hacia dentro el dildo y alojarlo en mi sexo. Lo siento delicioso, perfectamente encajado. Después de unos segundos lo extraigo y, a continuación, comienzo a meterlo y a sacarlo con imparable continuidad a un ritmo lento. La cara de placer que se refleja en el espejo es indescriptible, al tiempo que incremento la velocidad de penetración. 



Jadeo de forma más que evidente debido a la cada vez más enérgica irrupción del dildo en mi coño. Cierro los ojos y vuelvo a cambiar la velocidad, con lo que el placer que el juguete me proporciona es inmenso. Observo en el espejo cómo las gotas de flujo manan de mi vagina ante cada nueva acometida del objeto y se deslizan por la parte interna de los muslos hasta alcanzar el inicio de las medias. El tejido de éstas se impregna inmediatamente de líquido y algunas gotas caen sobre las sábanas de la cama.

Gimo desesperada e imprimo un último acelerón y un cambio de velocidad definitivos. Mi mano desplaza el dildo con vehemencia y machaca el coño de forma vertiginosa. No aguanto más, doy un grito de placer y el coño bulle hasta explotar complacido.

Mientras trato de recuperar la respiración, mi padre toca con los nudillos en la puerta.

  • Hija, ¿aún no has terminado de vestirte?
  • Ya voy, papá. En cinco minutos salgo- le respondo con la voz entrecortada.


Cinco minutos más para volver a masturbarme y alcanzar un segundo orgasmo antes de ponerme el vestido de novia, salir hacia el salón y dirigirme con la familia a la iglesia, a la vez que noto cómo de mi sucio coño sigue resbalando el flujo vaginal.