23 de julio de 2017

MI COMPAÑERA DE CLASE

Siempre me siento en el mismo sitio en el aula de clase. Por nada del mundo quiero dejar de estar situado detrás de ella, por lo que cada mañana procuro llegar unos minutos antes de que comience la primera clase para evitar que cualquier otro compañero me robe mi privilegiado lugar. Y es que todo esfuerzo vale la pena, si sabes que vas a obtener como recompensa poder deleitarte contemplando, a escasamente un metro delante de ti, la tremenda y sureña belleza de Hellen. Su media melena negra de cabello suave, brillante y sedoso, la perfecta figura de su cuerpo, el rostro adolescente pero, a su vez, ya de toda una mujer a punto de cumplir los 17 años.....Todo en ella es puro imán para mí.

Ahora que estamos en plena primavera, Hellen es como una flor en plena ebullición y resulta pura delicia para mis ojos. La agradable temperatura, que aumenta con el paso de los días, hace que mi compañera de estudios haya dejado ya olvidadas hasta el próximo otoño las prendas de abrigo. Me conozco de memoria y de punta a cabo cada una de las camisetas que usa ceñidas a su anatomía y que resaltan todavía más sus encantos femeninos. Adoro los momentos en que se gira un poco y puedo admirar la sinuosa y voluptuosa forma de sus senos y el canalillo que se escapa a través de la abertura del escote. Algunos días, aquellos en los que tengo más fortuna, luce camisetas de encaje o semitransparentes por la espalda y eso supone una excitante tortura para mis ojos, ya que gozan observando la tira del sujetador, su color y su forma. Sé, incluso, que Hellen ha venido a clase en más de una ocasión sin sujetador porque bajo el tejido de la camiseta transparente sólo se veía el tono de la piel de la chica. Son días en los que aprovecho que mi compañera se levanta de su silla durante las breves pausas entre clase y clase para fijar mi mirada en la parte delantera de la camiseta y contemplar con disimulo la extraordinaria manera en que se le marcan los pezones, duros y gruesos. La ausencia de ropa de abrigo me permite conocer, igualmente, la colorida y variada colección de braguitas y de tangas de Hellen. En efecto, cuando está sentada, le asoma inevitablemente por la parte superior del short, del pantalón o de la minifalda la cinturilla de su prenda íntima y, a veces, buena parte del triángulo trasero del tanga. Y es ahí cuando mi mente echa a volar y fantaseo con la posibilidad de tener esos tangas rojos, celestes, verdes, blancos..., en mis manos para luego oler y aspirar el aroma intenso que el sexo de mi compañera ha dejado impregnado en ellos y la humedad que los empapa.

Despertado de mis pensamientos eróticos por la voz ronca del profesor de turno, me doy cuenta de que estoy totalmente empalmado y con mi miembro tieso bajo el pantalón. He perdido la cuenta de las veces en que me he masturbado en los servicios del centro de estudios con Hellen como musa de mis pajas, con su cara, con sus pechos, con sus torneadas piernas, con sus tangas y con esos carnosos y húmedos labios de su boca, que imagino resbalando una y otra vez por mi hinchado miembro desde la base hasta la punta, alcanzando ansiosos el glande, jugando con él, chupándolo y mezclando la saliva con mi líquido preseminal. Esa viscosidad que recubre la roja bola de mi verga mana del agujero central en forma de pequeñas burbujas tras cada lametón de la lengua de Hellen, hasta que ella aprieta y presiona más y comienza a mover su rostro hacia delante y hacia atrás a mayor velocidad, mientras que con las manos masajea mis testículos que se han endurecido debido a la inminente eyaculación. Cuando la chica succiona, incansable, mi glande y noto el roce de los dientes sobre la sensible terminación de mi polla, no aguanto más, gimo desesperado y me corro por completo, soltando varios chorros de semen que llenan de caliente y blancuzca leche el suelo y la pared del aseo.

Hoy, antes de la última clase del día, ha sucedido algo inesperado: Hellen y su compañera de pupitre estaban cuchicheando sobre algo, por lo que agudicé el oído y he podido enterarme de cómo le comentaba a su amiga su gusto por la literatura erótica y su costumbre de leer por las noches relatos eróticos antes de dormir. También he escuchado cómo le confesaba que, excitada por las palabras que iba leyendo, por las descripciones de las situaciones y la narración de la acción, suele usar su mano para jugar con sus pechos y con su sexo durante la lectura. Las dos sonreían cómplices y Hellen, que se había sentado en la mesa mientras esperábamos a que llegase el profesor, estaba tan distendida en medio del diálogo que se descuidó y me permitió ver durante unos instantes el precioso y sugerente triángulo delantero de su tanga negro bajo la escueta minifalda que llevaba. Yo estaba tan absorto mirando la prenda íntima y la marca de la raja de la vagina que se dibujaba sobre ella que, cuando quise darme cuenta, Hellen me había sorprendido mirándole la entrepierna. Justo en ese momento entró el profesor y la situación se cortó de raíz. Me sentí mal por haber sido pillado por mi compañera con la mirada clavada en su bajo su falda. ¿Qué pensaría ahora de mí? Yo, que apenas me había atrevido a cruzar con ella unas pocas palabras durante el curso debido a mi timidez y por considerarla como una especie de amor platónico, acababa de quedar ante sus ojos como el típico pervertido que babea por verle las bragas a una chica.

Al final de la clase no lo he podido evitar y me he dirigido al baño: al tiempo que todos los alumnos se marchaban poco a poco a casa, yo cerraba la puerta del aseo y me metía en uno de los habitáculos. Me bajé el pantalón y observé la mancha de flujo que impregnaba el color azul de mi bóxer. De un fuerte tirón lo hice descender hasta los tobillos, liberando mi miembro ya parcialmente erecto. Lo envolví con la mano derecha, cerré los ojos y, pensando en Hellen, empecé a mover mi mano sobre toda la extensión de mi verga. No se me iba de la cabeza la raja del sexo de la chica marcada en el tanga. Sin dejar de pasar la mano por mi falo, logré pronto que éste se pusiera totalmente erguido. Cada una de las verdosas venas se dibujaban sobre la estirada piel de mi macizo pene, en cuya punta ya asomaba el pringoso y mojado glande.

De repente, noté una mano ajena recorriendo mis desnudas nalgas y otra desplazándose por mi cintura hasta tocar mi propia mano, que aprisionaba la polla. Asustado y sorprendido, abrí los ojos y giré la cabeza: el sonriente y, en ese momento, pícaro rostro de Hellen apareció ante mí. Me quedé inmóvil y sin pestañear y fue mi compañera la que siguió con la iniciativa: continuó restregando su mano por mis glúteos y con la otra me apartó mi mano y se apoderó así de mi polla. A la vez que Hellen empezaba a agitar lentamente mi miembro, aproveché para sacarme por los pies los pantalones y el bóxer y quedarme más cómodo.

Fue entonces cuando mi compañera rompió su silencio:

  • Sabía desde hacía tiempo que me mirabas, que me observabas con deseo, y eso me halaga y me da un morbo y una calentura increíbles. Lo de antes, lo de enseñarte el tanga, lo he hecho queriendo, no fue ningún descuido: el curso se está acabando y quería terminar de provocarte, dar una vuelta más de tuerca, ver en tus ojos una mayor expresión de deseo hacia mí. ¡Y vaya si lo he conseguido! Me estabas comiendo hace un rato el coño con los ojos. Ahora quiero que me lo comas pero con la boca- me comentó, al tiempo que proseguía pajeándome despacio.
Sin darme tiempo a reaccionar, se bajó la minifalda de forma provocadora, contoneando las caderas. El tanga quedó ya al descubierto y pude observarlo esta vez ya sin miedo ni temor. Un lacito rosa lo adornaba en la parte superior. Entonces, Hellen se dio la vuelta y me mostró su culo prácticamente desnudo, pues el tanga por detrás sólo constaba de un fino hilo que se enterraba en la raja que separa ambas nalgas. Éstas, a su vez, se veían respingonas y duras.
Mi miembro palpitaba y cada una de esas palpitaciones provocaba que e moviese como si tuviera vida propia. Mi compañera de clase no perdió el tiempo y se despojó de su camiseta, dejando a la vista un magnífico sujetador a juego con el tanga. Luego se acercó a mí y me quitó la camiseta. Tras deslizar sobre mi pecho sus dedos, trazar círculos alrededor de mis areolas marrones y tocar los pequeños pezones, se llevó la mano a la espalda y se abrió el cierre del sujetador. Resoplé cundo ante mis ojos aparecieron aquellas dos maravillosas y espectaculares tetas, tan firmes y redondas. Hellen dio un paso más y se pegó tanto a mí que los tiesos pezones de sus pechos golpearon mi torso y mi polla tiesa impactó primero contra el bajo vientre de mi compañera y después resbaló por su piel hasta que quedó aprisionada entre nuestros cuerpos, con el glande reposando entre mi ombligo y el de la chica y dejando gotas de flujo tanto en su piel como en la mía. Con habilidad Hellen se despojó del tanga, mientras yo agachaba la mirada y me deleitaba viendo la desnudez de su coño, sobre cuya raja había una pequeña y fina capa de vello púbico negro que, al contactar con mi piel, producía una deliciosa sensación de roce áspero.
Mi compañera olió el tanga y luego me lo ofreció para que hiciera lo mismo. El olor que tantas veces había imaginado en mis fantasías penetró hasta lo más profundo de mi nariz justo en el momento en que se puso en cuclillas y engulló mi polla en su boca, entre los labios carmín. Sin miramiento alguno comenzó a mamarla con una energía brutal a la vez que yo seguía gozando del aroma que el sexo de mi compañera había dejado impregnado en el tejido del tanga. Mi glande no se libró de los lametones, de las chupadas ni de las succiones de la boca de Hellen, que me arrancó así los primeros gemidos.

Después de unos instantes, liberó mi verga, besó y mordisqueó mis duros testículos dejándolos empapados de saliva y me pidió lo siguiente:

  • ¡Fóllame el culo! Nadie lo ha hecho todavía. Quiero que me lo desvirgues.

Una vez que pronunció estas palabras, se separó de mí un metro, inclinó su cuerpo y me ofreció su esplendoroso trasero en pompa, con todo el ano y el coño abiertos.

  • Humedece mi agujero del culo con saliva para lubricarlo y para que tu polla entre sin dificultad y sin causarme mucho dolor- me indicó la joven.

Obedecí y acerqué mi cara al culo de la chica. Desprendía un calor inmenso y excitante y no dudé en escupir varias veces en él, hasta que quedó totalmente mojado. Valiéndome de mis dedos, restregué la saliva por el orificio anal y luego lo acaricié antes de introducir en él un dedo de manera cuidadosa. Hellen gimió al sentirlo dentro y al notar cómo iba metiéndose centímetro a centímetro. Penetré el culo de esa forma un par de veces, en cada ocasión de manera más rápida y provocando nuevos suspiros y gemidos en mi compañera.
Mi corazón latía a mil y decidí que era el momento: extraje el dedo del ano, agarré a Hellen por la cintura y empujé hacia delante. El glande comenzó a perderse por el oscuro agujero y, tras él, la primera parte de mi polla. Con un segundo arreón le clavé el resto de mi tranca a la chica, que gritó enormemente al sentirla dentro. Ya no paré: con un ritmo siempre creciente taladré ese hambriento y virgen culo una y otra vez.

  • ¡Sigue! ¡Sigueeee....! ¡Dios.....!- gritaba Hellen en pleno éxtasis.

Aceleré más la velocidad de penetración, con el cuerpo empapado en sudor por el esfuerzo y embistiendo con todas mis fuerzas.

  • ¡Síííí! ¡Síííííííí! ¡Un poco más, vamos, dame más por el culo!- exclamó mi compañera.

Seis violentos arreones más de mi pene hicieron que Hellen alcanzara el orgasmo gritando de placer. Yo, por mi parte, aguanté unos segundos más antes de soltar varios chorros de semen dentro del culo de la chica. Mi polla permaneció dentro hasta que no soltó las últimas gotas de esperma.

Cuando tanto Hellen como yo recuperábamos poco a poco la respiración, oímos la voz del conserje del centro de estudios, procedente del pasillo:

  • ¿Queda alguien por ahí? Voy a cerrar.
Mientras escuchábamos cómo se alejaba de la zona de los servicios, Hellen me miró riéndose.

  • ¿Qué hacemos ahora? Hasta dentro de dos horas no abrirán de nuevo las puertas del centro para las clases del turno de tarde- le comenté.
  • ¿Tú qué crees que vamos a hacer? Aprovechar el tiempo- me respondió la chica para acto seguido agarrarme la cabeza por la nuca y empujarla hacia delante, metiendo mi cara entre sus muslos y estámpandola contra su húmedo y palpitante coño, continuando así la inolvidable sesión de sexo en aquel sucio aseo.


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