Siempre
me siento en el mismo sitio en el aula de clase. Por nada del mundo
quiero dejar de estar situado detrás de ella, por lo que cada mañana
procuro llegar unos minutos antes de que comience la primera clase
para evitar que cualquier otro compañero me robe mi privilegiado
lugar. Y es que todo esfuerzo vale la pena, si sabes que vas a
obtener como recompensa poder deleitarte contemplando, a escasamente
un metro delante de ti, la tremenda y sureña belleza de Hellen. Su
media melena negra de cabello suave, brillante y sedoso, la perfecta
figura de su cuerpo, el rostro adolescente pero, a su vez, ya de toda
una mujer a punto de cumplir los 17 años.....Todo en ella es puro
imán para mí.
Ahora
que estamos en plena primavera, Hellen es como una flor en plena
ebullición y resulta pura delicia para mis ojos. La agradable
temperatura, que aumenta con el paso de los días, hace que mi
compañera de estudios haya dejado ya olvidadas hasta el próximo
otoño las prendas de abrigo. Me conozco de memoria y de punta a cabo
cada una de las camisetas que usa ceñidas a su anatomía y que
resaltan todavía más sus encantos femeninos. Adoro los momentos en
que se gira un poco y puedo admirar la sinuosa y voluptuosa forma de
sus senos y el canalillo que se escapa a través de la abertura del
escote. Algunos días, aquellos en los que tengo más fortuna, luce
camisetas de encaje o semitransparentes por la espalda y eso supone
una excitante tortura para mis ojos, ya que gozan observando la tira
del sujetador, su color y su forma. Sé, incluso, que Hellen ha
venido a clase en más de una ocasión sin sujetador porque bajo el
tejido de la camiseta transparente sólo se veía el tono de la piel
de la chica. Son días en los que aprovecho que mi compañera se
levanta de su silla durante las breves pausas entre clase y clase
para fijar mi mirada en la parte delantera de la camiseta y
contemplar con disimulo la extraordinaria manera en que se le marcan
los pezones, duros y gruesos. La ausencia de ropa de abrigo me
permite conocer, igualmente, la colorida y variada colección de
braguitas y de tangas de Hellen. En efecto, cuando está sentada, le
asoma inevitablemente por la parte superior del short, del pantalón
o de la minifalda la cinturilla de su prenda íntima y, a veces,
buena parte del triángulo trasero del tanga. Y es ahí cuando mi
mente echa a volar y fantaseo con la posibilidad de tener esos tangas
rojos, celestes, verdes, blancos..., en mis manos para luego oler y
aspirar el aroma intenso que el sexo de mi compañera ha dejado
impregnado en ellos y la humedad que los empapa.
Despertado
de mis pensamientos eróticos por la voz ronca del profesor de turno,
me doy cuenta de que estoy totalmente empalmado y con mi miembro
tieso bajo el pantalón. He perdido la cuenta de las veces en que me
he masturbado en los servicios del centro de estudios con Hellen como
musa de mis pajas, con su cara, con sus pechos, con sus torneadas
piernas, con sus tangas y con esos carnosos y húmedos labios de su
boca, que imagino resbalando una y otra vez por mi hinchado miembro
desde la base hasta la punta, alcanzando ansiosos el glande, jugando
con él, chupándolo y mezclando la saliva con mi líquido
preseminal. Esa viscosidad que recubre la roja bola de mi verga mana
del agujero central en forma de pequeñas burbujas tras cada lametón
de la lengua de Hellen, hasta que ella aprieta y presiona más y
comienza a mover su rostro hacia delante y hacia atrás a mayor
velocidad, mientras que con las manos masajea mis testículos que se
han endurecido debido a la inminente eyaculación. Cuando la chica
succiona, incansable, mi glande y noto el roce de los dientes sobre
la sensible terminación de mi polla, no aguanto más, gimo
desesperado y me corro por completo, soltando varios chorros de semen
que llenan de caliente y blancuzca leche el suelo y la pared del
aseo.
Hoy,
antes de la última clase del día, ha sucedido algo inesperado:
Hellen y su compañera de pupitre estaban cuchicheando sobre algo,
por lo que agudicé el oído y he podido enterarme de cómo le
comentaba a su amiga su gusto por la literatura erótica y su
costumbre de leer por las noches relatos eróticos antes de dormir.
También he escuchado cómo le confesaba que, excitada por las
palabras que iba leyendo, por las descripciones de las situaciones y
la narración de la acción, suele usar su mano para jugar con sus
pechos y con su sexo durante la lectura. Las dos sonreían cómplices
y Hellen, que se había sentado en la mesa mientras esperábamos a
que llegase el profesor, estaba tan distendida en medio del diálogo
que se descuidó y me permitió ver durante unos instantes el
precioso y sugerente triángulo delantero de su tanga negro bajo la
escueta minifalda que llevaba. Yo estaba tan absorto mirando la
prenda íntima y la marca de la raja de la vagina que se dibujaba
sobre ella que, cuando quise darme cuenta, Hellen me había
sorprendido mirándole la entrepierna. Justo en ese momento entró el
profesor y la situación se cortó de raíz. Me sentí mal por haber
sido pillado por mi compañera con la mirada clavada en su bajo su
falda. ¿Qué pensaría ahora de mí? Yo, que apenas me había
atrevido a cruzar con ella unas pocas palabras durante el curso
debido a mi timidez y por considerarla como una especie de amor
platónico, acababa de quedar ante sus ojos como el típico
pervertido que babea por verle las bragas a una chica.
Al
final de la clase no lo he podido evitar y me he dirigido al baño:
al tiempo que todos los alumnos se marchaban poco a poco a casa, yo
cerraba la puerta del aseo y me metía en uno de los habitáculos. Me
bajé el pantalón y observé la mancha de flujo que impregnaba el
color azul de mi bóxer. De un fuerte tirón lo hice descender hasta
los tobillos, liberando mi miembro ya parcialmente erecto. Lo envolví
con la mano derecha, cerré los ojos y, pensando en Hellen, empecé a
mover mi mano sobre toda la extensión de mi verga. No se me iba de
la cabeza la raja del sexo de la chica marcada en el tanga. Sin dejar
de pasar la mano por mi falo, logré pronto que éste se pusiera
totalmente erguido. Cada una de las verdosas venas se dibujaban sobre
la estirada piel de mi macizo pene, en cuya punta ya asomaba el
pringoso y mojado glande.
De
repente, noté una mano ajena recorriendo mis desnudas nalgas y otra
desplazándose por mi cintura hasta tocar mi propia mano, que
aprisionaba la polla. Asustado y sorprendido, abrí los ojos y giré
la cabeza: el sonriente y, en ese momento, pícaro rostro de Hellen
apareció ante mí. Me quedé inmóvil y sin pestañear y fue mi
compañera la que siguió con la iniciativa: continuó restregando su
mano por mis glúteos y con la otra me apartó mi mano y se apoderó
así de mi polla. A la vez que Hellen empezaba a agitar lentamente mi
miembro, aproveché para sacarme por los pies los pantalones y el
bóxer y quedarme más cómodo.
Fue
entonces cuando mi compañera rompió su silencio:
- Sabía desde hacía tiempo que me mirabas, que me observabas con deseo, y eso me halaga y me da un morbo y una calentura increíbles. Lo de antes, lo de enseñarte el tanga, lo he hecho queriendo, no fue ningún descuido: el curso se está acabando y quería terminar de provocarte, dar una vuelta más de tuerca, ver en tus ojos una mayor expresión de deseo hacia mí. ¡Y vaya si lo he conseguido! Me estabas comiendo hace un rato el coño con los ojos. Ahora quiero que me lo comas pero con la boca- me comentó, al tiempo que proseguía pajeándome despacio.
Sin
darme tiempo a reaccionar, se bajó la minifalda de forma
provocadora, contoneando las caderas. El tanga quedó ya al
descubierto y pude observarlo esta vez ya sin miedo ni temor. Un
lacito rosa lo adornaba en la parte superior. Entonces, Hellen se dio
la vuelta y me mostró su culo prácticamente desnudo, pues el tanga
por detrás sólo constaba de un fino hilo que se enterraba en la
raja que separa ambas nalgas. Éstas, a su vez, se veían respingonas
y duras.
Mi
miembro palpitaba y cada una de esas palpitaciones provocaba que e
moviese como si tuviera vida propia. Mi compañera de clase no perdió
el tiempo y se despojó de su camiseta, dejando a la vista un
magnífico sujetador a juego con el tanga. Luego se acercó a mí y
me quitó la camiseta. Tras deslizar sobre mi pecho sus dedos, trazar
círculos alrededor de mis areolas marrones y tocar los pequeños
pezones, se llevó la mano a la espalda y se abrió el cierre del
sujetador. Resoplé cundo ante mis ojos aparecieron aquellas dos
maravillosas y espectaculares tetas, tan firmes y redondas. Hellen
dio un paso más y se pegó tanto a mí que los tiesos pezones de sus
pechos golpearon mi torso y mi polla tiesa impactó primero contra el
bajo vientre de mi compañera y después resbaló por su piel hasta
que quedó aprisionada entre nuestros cuerpos, con el glande
reposando entre mi ombligo y el de la chica y dejando gotas de flujo
tanto en su piel como en la mía. Con habilidad Hellen se despojó
del tanga, mientras yo agachaba la mirada y me deleitaba viendo la
desnudez de su coño, sobre cuya raja había una pequeña y fina capa
de vello púbico negro que, al contactar con mi piel, producía una
deliciosa sensación de roce áspero.
Mi
compañera olió el tanga y luego me lo ofreció para que hiciera lo
mismo. El olor que tantas veces había imaginado en mis fantasías
penetró hasta lo más profundo de mi nariz justo en el momento en
que se puso en cuclillas y engulló mi polla en su boca, entre los
labios carmín. Sin miramiento alguno comenzó a mamarla con una
energía brutal a la vez que yo seguía gozando del aroma que el sexo
de mi compañera había dejado impregnado en el tejido del tanga. Mi
glande no se libró de los lametones, de las chupadas ni de las
succiones de la boca de Hellen, que me arrancó así los primeros
gemidos.
Después
de unos instantes, liberó mi verga, besó y mordisqueó mis duros
testículos dejándolos empapados de saliva y me pidió lo siguiente:
- ¡Fóllame el culo! Nadie lo ha hecho todavía. Quiero que me lo desvirgues.
Una
vez que pronunció estas palabras, se separó de mí un metro,
inclinó su cuerpo y me ofreció su esplendoroso trasero en pompa,
con todo el ano y el coño abiertos.
- Humedece mi agujero del culo con saliva para lubricarlo y para que tu polla entre sin dificultad y sin causarme mucho dolor- me indicó la joven.
Obedecí
y acerqué mi cara al culo de la chica. Desprendía un calor inmenso
y excitante y no dudé en escupir varias veces en él, hasta que
quedó totalmente mojado. Valiéndome de mis dedos, restregué la
saliva por el orificio anal y luego lo acaricié antes de introducir
en él un dedo de manera cuidadosa. Hellen gimió al sentirlo dentro
y al notar cómo iba metiéndose centímetro a centímetro. Penetré
el culo de esa forma un par de veces, en cada ocasión de manera más
rápida y provocando nuevos suspiros y gemidos en mi compañera.
Mi
corazón latía a mil y decidí que era el momento: extraje el dedo
del ano, agarré a Hellen por la cintura y empujé hacia delante. El
glande comenzó a perderse por el oscuro agujero y, tras él, la
primera parte de mi polla. Con un segundo arreón le clavé el resto
de mi tranca a la chica, que gritó enormemente al sentirla dentro.
Ya no paré: con un ritmo siempre creciente taladré ese hambriento y
virgen culo una y otra vez.
- ¡Sigue! ¡Sigueeee....! ¡Dios.....!- gritaba Hellen en pleno éxtasis.
Aceleré
más la velocidad de penetración, con el cuerpo empapado en sudor
por el esfuerzo y embistiendo con todas mis fuerzas.
- ¡Síííí! ¡Síííííííí! ¡Un poco más, vamos, dame más por el culo!- exclamó mi compañera.
Seis
violentos arreones más de mi pene hicieron que Hellen alcanzara el
orgasmo gritando de placer. Yo, por mi parte, aguanté unos segundos
más antes de soltar varios chorros de semen dentro del culo de la
chica. Mi polla permaneció dentro hasta que no soltó las últimas
gotas de esperma.
Cuando
tanto Hellen como yo recuperábamos poco a poco la respiración,
oímos la voz del conserje del centro de estudios, procedente del
pasillo:
- ¿Queda alguien por ahí? Voy a cerrar.
Mientras
escuchábamos cómo se alejaba de la zona de los servicios, Hellen me
miró riéndose.
- ¿Qué hacemos ahora? Hasta dentro de dos horas no abrirán de nuevo las puertas del centro para las clases del turno de tarde- le comenté.
- ¿Tú qué crees que vamos a hacer? Aprovechar el tiempo- me respondió la chica para acto seguido agarrarme la cabeza por la nuca y empujarla hacia delante, metiendo mi cara entre sus muslos y estámpandola contra su húmedo y palpitante coño, continuando así la inolvidable sesión de sexo en aquel sucio aseo.
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