30 de julio de 2017

EL MADURO DEL ASCENSOR

Noche lluviosa, noche de insomnio y la mente de Anayd volando. Las gotas de agua que caen del cielo tintinean sobre los bordes metálicos de la ventana de la habitación de la adolescente. Pese a la lluvia, la temperatura es cálida y solamente un minúsculo tanga de color granate cubre el agraciado cuerpo de la joven. Realmente, no es el ruido de la lluvia lo que impide dormir a la chica, que no para de dar vueltas en la cama, sino su propia mente y las imágenes y fantasías eróticas que entran en ella y que van pasando como los fotogramas de una película llenando de calor y de ardor la anatomía y la piel de Anayd. Ella, en medio de la oscuridad de la madrugada, ni siquiera se ha percatado de que el tono rojo de su tanguita luce en la parte delantera, en esa pequeña porción de tejido triangular y fino, un oscuro cerco de humedad, justo a la altura de la raja de la vagina, cuyos labios se marcan de manera más que evidente sobre la sensual prenda. En efecto, el sexo de Anayd está mojado, incapaz de mantenerse al margen de los pensamientos lascivos que circulan por la mente de la adolescente. Cada gota de flujo que brota de su rasurado coño es absorbida por el tanga que se impregna así de del intenso olor de los genitales. Y es que Anayd lleva unos días turbada, atraída por el elegante y seductor hombre maduro al que se encuentra por las mañanas en el ascensor del edificio. Cada jornada, cuando ella sale de casa para dirigirse a las clases, allí está él esperando la llegada del ascensor. ¿Cómo no va a estarlo, si es la propia Anayd la que espera a que su nuevo vecino de enfrente cierre la puerta de su casa, en la que vive con su esposa, para salir ella también de la vivienda de sus padres y encontrarse con el maduro ante la puerta del ascensor?

Lo único que sabe de él es que es el nuevo director de una sucursal bancaria del barrio. Eso, al menos, es lo que le ha dicho a la joven su padre. Desde el primer día en que vio al maduro, Anayd quedó hipnotizada por los profundos y cálidos ojos marrones del hombre, por su exquisita barba de cuatro días, por la atrayente expresión de su rostro, por el cabello negro y corto en el que se mezclan ya algunas canas que le dan un toque todavía más interesante, por el impecable traje de chaqueta y por el delicioso y suave aroma del perfume que impregna la piel del vecino.

Ayer fue la primera vez que intercambió con él un breve diálogo, mientras bajaban en el ascensor. De esta forma, Anayd ya sabe que el hombre se llama Josué. Aún conserva la chica en la retina la imagen de los carnosos labios del maduro pronunciando “¿Anayd? Bonito nombre”, tras decirle ella cómo se llamaba. El recuerdo de ese instante provoca que el sexo de la adolescente se humedezca todavía más, pues ella no deja de imaginar cómo se sentiría esa provocativa boca en su coño, la manera en que haría presión sobre él, la lengua recorriendo una y otra vez la raja vaginal y lamiéndola de arriba a abajo.....Lo piensa y la mancha del tanga se extiende más y el sexo palpita en cuanto la chica fantasea con los labios de Josué apoderándose de su clítoris y tirando de él de manera incansable, provocando que en la garganta del vecino se mezclen la saliva de éste y los flujos vaginales de ella.

Sí, ayer fue, sin duda, un día especial porque, además de conocer por fin el nombre de su nuevo vecino, Anayd lo sorprendió por primera vez fijándose en ella. Lo pilló en una ocasión con los ojos clavados en su blusa blanca y en la redondez de sus pechos marcados en la prenda. Seguro que debió notar cómo se le transparentaba bajo la nívea blusa del uniforme colegial el color negro del sujetador que cubría sus medianos senos. Después, antes de salir del ascensor, se percató de cómo Josué recorría con su mirada las torneadas piernas que la escueta falda de vuelo dejaba en gran parte al descubierto. Y Anayd se sorprendió, gustosa, al observar el tremendo bulto que al hombre se le había formado bajo el pantalón gris oscuro del traje. Estaba excitado, se había empalmado mirándola.

Las gotas de lluvia no paran de caer y los minutos pasan muy lentos. Anayd está cada vez más ansiosa por que amanezca para volver a ver a Josué. La chica contempla por unos segundos en medio de la oscuridad, y con la única ayuda de la tenue luz de la luna llena que entra por el pequeño resquicio abierto de la persiana, su ropa ya lista para mañana y colocada sobre la silla. Al uniforme habitual le ha dado un par de cambios: ha sustituido los tradicionales zapatos de diario por unos de tacón, que suele usar en días festivos y más especiales. Las medias azules normales se han quedado en el cajón y en su lugar hay otras negras cargadas de sensualidad y de erotismo. Un tanga blanco y de encaje corona el montón de ropa dispuesto sobre la silla. Anayd no quiere dejar escapar ni un día más para impresionar al madurito y sabe que vestida así lo logrará sin duda alguna.

  • Buenos días, Anayd.
  • Hola, Josué- le responde la joven al vecino ya a la mañana siguiente junto a la puerta del ascensor.

A la adolescente se le escapa una sonrisa fruto de la satisfacción que nota al comprobar cómo el madurito se ha quedado asombrado al verla. Los ojos del hombre recorren centímetro a centímetro el cuerpo de la chica. Primero se detienen en los pechos, hoy desnudos bajo la blusa, sin sujetador que impida que los duros pezones de la estudiante se marquen sobre la parte superior del uniforme del colegio. Luego se fijan en el pronunciado escote de la prenda, más amplio de lo normal, ya que la adolescente ha dejado sin abrochar el segundo de los botones. Posteriormente, la mirada de Josué se desliza hasta las piernas de Anayd, tan sexys, tan espléndidas, cubiertas por las sensuales medias negras. Por último, al maduro no le pasan desapercibidos los sugerentes zapatos oscuros de tacón.

Anayd observa al hombre de reojo pero sintiendo el ardor de las deseosas y deseadas miradas de éste. El banquero abre la puerta del ascensor y educadamente deja pasar en primer lugar a la chica. No desaprovecha la ocasión para darle un buen repaso visual al culo de la joven, tapado a duras penas por la falda de vuelo del uniforme escolar, prenda que hoy Anayd se ha subido más de la cuenta, doblándola varias veces por la cintura para dejar prácticamente la totalidad de sus muslos al aire y cubrir poco más que las nalgas. El maduro pulsa el botón para que el ascensor descienda hasta la planta baja y, a la vez, nota cómo su verga palpita de excitación. Sentir el aroma del cabello recién lavado de su vecina, oír la respiración de ésta y tener su cuerpo casi pegado al suyo en aquel reducido espacio hace que Josué esté completamente encendido. El ascensor continúa bajando cuando, de repente, a Anayd se le cae la carpeta con los folios y apuntes de clase.

  • ¡Uy, qué torpe me he levantado hoy!- exclama la chica, mientras inclina su cuerpo hacia delante para recoger del suelo los papeles.

Al hacer este movimiento, la falda se le sube más por detrás y rápidamente la joven nota cómo la desnudez de sus glúteos ha quedado expuesta ante el maduro. Pero Anayd no se inmuta: todo forma parte de su estrategia. Sigue cogiendo una a una las hojas y metiéndolas de nuevo en la carpeta, al tiempo que su vecino contempla, boquiabierto y a un par de centímetros de él, el imponente culo en pompa de Anayd, entre cuyas nalgas se pierde el delgado hilo del tanga blanco. La joven, en su afán por terminar de recoger los papeles, se mueve un poco hacia atrás y provoca que su trasero roce el ya hinchado paquete de Josué. La chica se muerde el labio inferior de la boca, al percibir en su culo la tremenda dureza de de los genitales del maduro. Ella, con picardía y disimulo, mueve las caderas despacio, restregando así las nalgas contra la entrepierna del hombre. A Anayd sólo le quedan por coger varios folios, cuando el ascensor se detiene súbitamente en plena bajada: el maduro ha pulsado el botón de “Parada de emergencia” justo antes de bajarse la cremallera del pantalón. Todavía con el culo puesto en pompa, la chica percibe sobre sus nalgas el deslizamiento de la polla tiesa de su vecino. Suspira al notar aquel miembro grueso y largo acariciando sus glúteos, yendo de arriba a abajo y de izquierda a derecha. Ahora sí, la adolescente se queda quieta y se deja hacer. Al mismo tiempo que la humedad que baña el glande del hombre empieza a dejar huellas evidentes sobre la piel de la joven, el sexo de ésta se moja, empapando de flujos la parte delantera del tanga. Los dedos del maduro apartan el hilo de la prenda íntima, que sale de inmediato de la raja del culo. La polla sube y baja a lo largo de la separación de las nalgas y amenaza con penetrar uno de los dos agujeros de la joven. Parece que será el ano, pues es ahí donde la cabeza de la verga de Josué traza varios círculos, dejando tras su paso pringosos rastros de humedad. Pero no: el hombre da un enérgico tirón del tanga y lo desgarra antes de arrojarlo al suelo, a una de las esquinas del ascensor. Ni siquiera le da tiempo de percatarse de que Anayd ha dejado la prenda chorreando.

Es entonces cuando el hombre toma de la cintura a la chica y, desde atrás, va insertando su polla en el abierto coño de la adolescente, que acaba engullendo el macizo y venoso miembro hasta el fondo. La chica gime de placer en cuanto se siente completamente penetrada y sigue haciéndolo conforme Josué comienza a darle ritmo a su bombeo. El pene entra y sale incesantemente en el sexo de Anayd, cuyo flujo chorrea por la ingle y resbala por la cara interna de los muslos, hasta contactar con la blonda de las medias negras. Con fuerza embiste Josué una y otra vez, incrementando en cada acometida el vigor de la penetración. El calor empieza a ser sofocante en el estrecho habitáculo del ascensor y ambos cuerpos están ya bañados en sudor. La empapada blusa de Anayd se pega como una segunda piel a su anatomía, transparentando por completo los pechos. Igual de mojada está la camisa de Josué, aunque eso ahora no le importa en absoluto y sigue empujando con las caderas impetuosamente. El ritmo es ya bestial y la polla irrumpe con tremenda virulencia en el ardiente coño de Anayd, que grita de gusto cerca ya de llegar al orgasmo. A Josué no le queda más remedio que taparle la boca a la chica para que sus gritos no alarmen a los vecinos. El hombre arremete con vehemencia un par de veces más contra el coño de Anayd que, al fin, estalla de éxtasis y se corre justo antes de que varios interminables chorros de semen la inunden por completo. 



Mientras eyacula complacido, Josué retira su mano de la boca de su preciosa vecina y oye la respiración aún acelerada y jadeante de ésta. Tras derramar su última gota de esperma dentro de la adolescente, el maduro aprieta el botón del ascensor para que retome el descenso.

Antes de llegar a la planta baja, el director de banco extrae su verga del sexo de Anayd y varias gotas de leche caen desde la vagina hasta el suelo, tiñiéndolo de espesa blancura. La joven se pone derecha y recompone como puede su vestimenta, húmeda de sudor. Lo mismo hace Josué, que introduce su polla dentro del pantalón y se cierra la cremallera. El maduro y la adolescente salen del ascensor y se dirigen a la puerta que da a la calle.



  • Que pases un buen día, Anayd.
  • Igualmente, señor banquero. ¿Me volverá a follar mañana en el ascensor?



  • Mañana y todos los días que te apetezca. Pero hazme un favor: no te pongas tanga de ahora en adelante. No quiero destrozar tu colección de lencería- le responde Josué antes de besar a la chica y mientras le mete la mano bajo la falda, acariciando las nalgas y el sexo de la joven, del que no para de manar el semen del maduro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario