- Pasa, cariño, la puerta no está cerrada del todo- digo sin mirar al oír tocar con los nudillos en la habitación del hotel en el que nos alojamos.
Mi
marido ha salido a comprar un par de cosas y yo, mientras, aprovecho
para ir haciendo las maletas antes de viajar de regreso a casa. Sólo
llevo puestas la fina camiseta y las braguitas azules con las que he
dormido. Me encuentro de espaldas a la puerta, con el cuerpo
inclinado, guardando un par de prendas en la maleta, cuando noto la
mano de mi esposo en mis nalgas. De manera deliciosa comienza a
restregarla por mis glúteos, por encima de las bragas. Me encanta
que Ignacio me sorprenda con uno de sus juegos sexuales, sea cual sea
la hora del día y el lugar en el que nos encontremos. Le dejo hacer
y siento cómo la mano se desliza por mi culo una y otra vez,
aumentando progresivamente la fuerza de los movimientos. Tras unos
instantes mi braguita es desplazada un poco hacia el lado y mi raja
vaginal, que ha comenzado a humedecerse, queda al descubierto. Un
dedo la recorre de arriba a abajo, llevándose pegado el flujo que ya
sale de mi coño. Suspiro de placer y le ruego a Ignacio que no pare,
que siga. Me despoja de las bragas y, rápidamente, juega en mis
genitales con un segundo y luego con un tercer dedo, que los frotan
sin cesar y con gran maestría. Comienzo a gemir y ya no presto
atención alguna a la maleta: permanezco con el culo en pompa para
que mi marido tenga vía libre para hacerme lo que desee por detrás.
No tardan sus dedos en ir perdiéndose progresivamente dentro de mi
sexo y en entrar y salir a un ritmo que me hace estremecer. Chorreo,
estoy empapada y mis tiesos pezones se marcan irremediablemente en el
tejido de la camiseta. Mi coño palpita y, en cuanto noto un violento
acelerón de los dedos en mi interior, gimo desesperada. La velocidad
de penetración es ahora vertiginosa y sobre el suelo de la
habitación empiezan a formarse pequeños charquitos con las gotas de
mis fluidos. Un último y enérgico arreón de la mano de mi esposo
está a punto de llevarme al éxtasis pero, de pronto, saca los dedos
y es su lengua la que me lame el coño con ganas, rozando mi clítoris
y ensañándose con él antes de aprisionarlo con los labios y de
apretarlo con fuerza.
En
el momento en que Ignacio se pone a meter y a sacar como un poseso la
punta de la lengua en mi raja, no aguanto más y me corro en su boca
llenándola de mis calientes jugos. Me quedo quieta, tratando de
recuperar la respiración al igual que mi esposo que, con su rostro
aún metido entre mis piernas, no dice absolutamente nada. Después
de unos segundos siento cómo retira su cara de mi coño y oigo unas
palabras:
- Ya tiene aquí su desayuno, señora. Buen provecho.
Sorprendida,
me giro y descubro a uno de los camareros del hotel limpiándose la
boca con mis bragas antes de guardárselas en el bolsillo del
uniforme y de abandonar la habitación tras haberme comido de forma
deliciosa mi coño.
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