9 de julio de 2017

COMPARTIENDO MI EMBARAZO

Me encuentro en pleno embarazo. Al fin seré madre de mi primer niño. La felicidad nos embarga a mi marido y a mí y ya lo estamos preparando todo para cuando llegue el día del parto. Hasta entonces toca cuidarse y seguir los consejos del médico y del ginecólogo. Entre otras cosas, me han recomendado hacer ejercicios corporales por la mañana temprano, en cuanto despierte y, a ser posible, tomar también el sol a la vez.

Cada mañana, una vez que mi esposo me da un beso de despedida y se marcha a trabajar, levanto la persiana del dormitorio y abro la ventana para dejar entrar los primeros rayos primaverales de sol del día. Completamente desnuda me siento sobre el borde de la cama, frente a la ventana, y comienzo con mi rutina de ejercicios. Mientras el sol acaricia mi piel con sus suaves y templados rayos, empiezo a mover y a girar despacio la cabeza hacia un lado y hacia otro para desentumecer el cuello. Luego es el turno de los brazos, que levanto y bajo alternativamente, a la vez que contemplo cómo mis pechos, más hinchados y grandes de lo normal por mi estado, son iluminados por la luz solar que penetra en la habitación. 



El aroma a azahar procedente de los árboles naranjos de la calle inunda la estancia y entra por mi nariz, aumentando la sensación de relax. Antes de ejercitar los muslos y las piernas, hago una breve pausa y respiro varias veces hondo y profundo. Llegado el momento, comienzo a elevar primero la pierna derecha, manteniéndola unos segundos suspendida en el aire hasta que la vuelvo a bajar. A continuación, repito la misma acción con la izquierda y luego voy alternando sucesivamente. El sol gana terreno dentro de la habitación y ya no sólo ilumina mis enormes senos y mis crecidos y duros pezones: ahora también le regala sus caricias a mi sexo, que brilla ligeramente debido a la fina capa de humedad que recubre sus labios rosados y carnosos.

La última tanda de ejercicios consiste en separar al máximo las piernas, mantener esa posición durante unos instantes, juntarlas de nuevo y repetir esos movimientos veinte veces. Con toda paciencia cumplo con la serie de este último ejercicio, al tiempo que contemplo cómo mi sexo se abre por completo con cada separación extrema de los muslos, dejando asomar por la raja vaginal los mojados pliegues de mi clítoris. Pero hoy me siento con fuerzas para repetir una segunda vez esta tanda de ejercicios. Y no sólo con fuerzas, sino también generosa: no me cuesta nada compartir durante unos minutos más la evolución de mi embarazo y la desnudez de mi cuerpo encinto con mi imberbe y adolescente admirador del piso de enfrente que, cada mañana, antes de irse a clase, se masturba y se corre de placer ante mis ojos, mientras observa mi sensual rutina, tras la cual yo hundo mis dedos en mi empapado sexo hasta la extenuación, recordando la imagen de la deliciosa y juvenil polla expulsando leche blanca como si fuera un volcán en erupción.



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