30 de julio de 2017

EL MADURO DEL ASCENSOR

Noche lluviosa, noche de insomnio y la mente de Anayd volando. Las gotas de agua que caen del cielo tintinean sobre los bordes metálicos de la ventana de la habitación de la adolescente. Pese a la lluvia, la temperatura es cálida y solamente un minúsculo tanga de color granate cubre el agraciado cuerpo de la joven. Realmente, no es el ruido de la lluvia lo que impide dormir a la chica, que no para de dar vueltas en la cama, sino su propia mente y las imágenes y fantasías eróticas que entran en ella y que van pasando como los fotogramas de una película llenando de calor y de ardor la anatomía y la piel de Anayd. Ella, en medio de la oscuridad de la madrugada, ni siquiera se ha percatado de que el tono rojo de su tanguita luce en la parte delantera, en esa pequeña porción de tejido triangular y fino, un oscuro cerco de humedad, justo a la altura de la raja de la vagina, cuyos labios se marcan de manera más que evidente sobre la sensual prenda. En efecto, el sexo de Anayd está mojado, incapaz de mantenerse al margen de los pensamientos lascivos que circulan por la mente de la adolescente. Cada gota de flujo que brota de su rasurado coño es absorbida por el tanga que se impregna así de del intenso olor de los genitales. Y es que Anayd lleva unos días turbada, atraída por el elegante y seductor hombre maduro al que se encuentra por las mañanas en el ascensor del edificio. Cada jornada, cuando ella sale de casa para dirigirse a las clases, allí está él esperando la llegada del ascensor. ¿Cómo no va a estarlo, si es la propia Anayd la que espera a que su nuevo vecino de enfrente cierre la puerta de su casa, en la que vive con su esposa, para salir ella también de la vivienda de sus padres y encontrarse con el maduro ante la puerta del ascensor?

Lo único que sabe de él es que es el nuevo director de una sucursal bancaria del barrio. Eso, al menos, es lo que le ha dicho a la joven su padre. Desde el primer día en que vio al maduro, Anayd quedó hipnotizada por los profundos y cálidos ojos marrones del hombre, por su exquisita barba de cuatro días, por la atrayente expresión de su rostro, por el cabello negro y corto en el que se mezclan ya algunas canas que le dan un toque todavía más interesante, por el impecable traje de chaqueta y por el delicioso y suave aroma del perfume que impregna la piel del vecino.

Ayer fue la primera vez que intercambió con él un breve diálogo, mientras bajaban en el ascensor. De esta forma, Anayd ya sabe que el hombre se llama Josué. Aún conserva la chica en la retina la imagen de los carnosos labios del maduro pronunciando “¿Anayd? Bonito nombre”, tras decirle ella cómo se llamaba. El recuerdo de ese instante provoca que el sexo de la adolescente se humedezca todavía más, pues ella no deja de imaginar cómo se sentiría esa provocativa boca en su coño, la manera en que haría presión sobre él, la lengua recorriendo una y otra vez la raja vaginal y lamiéndola de arriba a abajo.....Lo piensa y la mancha del tanga se extiende más y el sexo palpita en cuanto la chica fantasea con los labios de Josué apoderándose de su clítoris y tirando de él de manera incansable, provocando que en la garganta del vecino se mezclen la saliva de éste y los flujos vaginales de ella.

Sí, ayer fue, sin duda, un día especial porque, además de conocer por fin el nombre de su nuevo vecino, Anayd lo sorprendió por primera vez fijándose en ella. Lo pilló en una ocasión con los ojos clavados en su blusa blanca y en la redondez de sus pechos marcados en la prenda. Seguro que debió notar cómo se le transparentaba bajo la nívea blusa del uniforme colegial el color negro del sujetador que cubría sus medianos senos. Después, antes de salir del ascensor, se percató de cómo Josué recorría con su mirada las torneadas piernas que la escueta falda de vuelo dejaba en gran parte al descubierto. Y Anayd se sorprendió, gustosa, al observar el tremendo bulto que al hombre se le había formado bajo el pantalón gris oscuro del traje. Estaba excitado, se había empalmado mirándola.

Las gotas de lluvia no paran de caer y los minutos pasan muy lentos. Anayd está cada vez más ansiosa por que amanezca para volver a ver a Josué. La chica contempla por unos segundos en medio de la oscuridad, y con la única ayuda de la tenue luz de la luna llena que entra por el pequeño resquicio abierto de la persiana, su ropa ya lista para mañana y colocada sobre la silla. Al uniforme habitual le ha dado un par de cambios: ha sustituido los tradicionales zapatos de diario por unos de tacón, que suele usar en días festivos y más especiales. Las medias azules normales se han quedado en el cajón y en su lugar hay otras negras cargadas de sensualidad y de erotismo. Un tanga blanco y de encaje corona el montón de ropa dispuesto sobre la silla. Anayd no quiere dejar escapar ni un día más para impresionar al madurito y sabe que vestida así lo logrará sin duda alguna.

  • Buenos días, Anayd.
  • Hola, Josué- le responde la joven al vecino ya a la mañana siguiente junto a la puerta del ascensor.

A la adolescente se le escapa una sonrisa fruto de la satisfacción que nota al comprobar cómo el madurito se ha quedado asombrado al verla. Los ojos del hombre recorren centímetro a centímetro el cuerpo de la chica. Primero se detienen en los pechos, hoy desnudos bajo la blusa, sin sujetador que impida que los duros pezones de la estudiante se marquen sobre la parte superior del uniforme del colegio. Luego se fijan en el pronunciado escote de la prenda, más amplio de lo normal, ya que la adolescente ha dejado sin abrochar el segundo de los botones. Posteriormente, la mirada de Josué se desliza hasta las piernas de Anayd, tan sexys, tan espléndidas, cubiertas por las sensuales medias negras. Por último, al maduro no le pasan desapercibidos los sugerentes zapatos oscuros de tacón.

Anayd observa al hombre de reojo pero sintiendo el ardor de las deseosas y deseadas miradas de éste. El banquero abre la puerta del ascensor y educadamente deja pasar en primer lugar a la chica. No desaprovecha la ocasión para darle un buen repaso visual al culo de la joven, tapado a duras penas por la falda de vuelo del uniforme escolar, prenda que hoy Anayd se ha subido más de la cuenta, doblándola varias veces por la cintura para dejar prácticamente la totalidad de sus muslos al aire y cubrir poco más que las nalgas. El maduro pulsa el botón para que el ascensor descienda hasta la planta baja y, a la vez, nota cómo su verga palpita de excitación. Sentir el aroma del cabello recién lavado de su vecina, oír la respiración de ésta y tener su cuerpo casi pegado al suyo en aquel reducido espacio hace que Josué esté completamente encendido. El ascensor continúa bajando cuando, de repente, a Anayd se le cae la carpeta con los folios y apuntes de clase.

  • ¡Uy, qué torpe me he levantado hoy!- exclama la chica, mientras inclina su cuerpo hacia delante para recoger del suelo los papeles.

Al hacer este movimiento, la falda se le sube más por detrás y rápidamente la joven nota cómo la desnudez de sus glúteos ha quedado expuesta ante el maduro. Pero Anayd no se inmuta: todo forma parte de su estrategia. Sigue cogiendo una a una las hojas y metiéndolas de nuevo en la carpeta, al tiempo que su vecino contempla, boquiabierto y a un par de centímetros de él, el imponente culo en pompa de Anayd, entre cuyas nalgas se pierde el delgado hilo del tanga blanco. La joven, en su afán por terminar de recoger los papeles, se mueve un poco hacia atrás y provoca que su trasero roce el ya hinchado paquete de Josué. La chica se muerde el labio inferior de la boca, al percibir en su culo la tremenda dureza de de los genitales del maduro. Ella, con picardía y disimulo, mueve las caderas despacio, restregando así las nalgas contra la entrepierna del hombre. A Anayd sólo le quedan por coger varios folios, cuando el ascensor se detiene súbitamente en plena bajada: el maduro ha pulsado el botón de “Parada de emergencia” justo antes de bajarse la cremallera del pantalón. Todavía con el culo puesto en pompa, la chica percibe sobre sus nalgas el deslizamiento de la polla tiesa de su vecino. Suspira al notar aquel miembro grueso y largo acariciando sus glúteos, yendo de arriba a abajo y de izquierda a derecha. Ahora sí, la adolescente se queda quieta y se deja hacer. Al mismo tiempo que la humedad que baña el glande del hombre empieza a dejar huellas evidentes sobre la piel de la joven, el sexo de ésta se moja, empapando de flujos la parte delantera del tanga. Los dedos del maduro apartan el hilo de la prenda íntima, que sale de inmediato de la raja del culo. La polla sube y baja a lo largo de la separación de las nalgas y amenaza con penetrar uno de los dos agujeros de la joven. Parece que será el ano, pues es ahí donde la cabeza de la verga de Josué traza varios círculos, dejando tras su paso pringosos rastros de humedad. Pero no: el hombre da un enérgico tirón del tanga y lo desgarra antes de arrojarlo al suelo, a una de las esquinas del ascensor. Ni siquiera le da tiempo de percatarse de que Anayd ha dejado la prenda chorreando.

Es entonces cuando el hombre toma de la cintura a la chica y, desde atrás, va insertando su polla en el abierto coño de la adolescente, que acaba engullendo el macizo y venoso miembro hasta el fondo. La chica gime de placer en cuanto se siente completamente penetrada y sigue haciéndolo conforme Josué comienza a darle ritmo a su bombeo. El pene entra y sale incesantemente en el sexo de Anayd, cuyo flujo chorrea por la ingle y resbala por la cara interna de los muslos, hasta contactar con la blonda de las medias negras. Con fuerza embiste Josué una y otra vez, incrementando en cada acometida el vigor de la penetración. El calor empieza a ser sofocante en el estrecho habitáculo del ascensor y ambos cuerpos están ya bañados en sudor. La empapada blusa de Anayd se pega como una segunda piel a su anatomía, transparentando por completo los pechos. Igual de mojada está la camisa de Josué, aunque eso ahora no le importa en absoluto y sigue empujando con las caderas impetuosamente. El ritmo es ya bestial y la polla irrumpe con tremenda virulencia en el ardiente coño de Anayd, que grita de gusto cerca ya de llegar al orgasmo. A Josué no le queda más remedio que taparle la boca a la chica para que sus gritos no alarmen a los vecinos. El hombre arremete con vehemencia un par de veces más contra el coño de Anayd que, al fin, estalla de éxtasis y se corre justo antes de que varios interminables chorros de semen la inunden por completo. 



Mientras eyacula complacido, Josué retira su mano de la boca de su preciosa vecina y oye la respiración aún acelerada y jadeante de ésta. Tras derramar su última gota de esperma dentro de la adolescente, el maduro aprieta el botón del ascensor para que retome el descenso.

Antes de llegar a la planta baja, el director de banco extrae su verga del sexo de Anayd y varias gotas de leche caen desde la vagina hasta el suelo, tiñiéndolo de espesa blancura. La joven se pone derecha y recompone como puede su vestimenta, húmeda de sudor. Lo mismo hace Josué, que introduce su polla dentro del pantalón y se cierra la cremallera. El maduro y la adolescente salen del ascensor y se dirigen a la puerta que da a la calle.



  • Que pases un buen día, Anayd.
  • Igualmente, señor banquero. ¿Me volverá a follar mañana en el ascensor?



  • Mañana y todos los días que te apetezca. Pero hazme un favor: no te pongas tanga de ahora en adelante. No quiero destrozar tu colección de lencería- le responde Josué antes de besar a la chica y mientras le mete la mano bajo la falda, acariciando las nalgas y el sexo de la joven, del que no para de manar el semen del maduro.

23 de julio de 2017

MI COMPAÑERA DE CLASE

Siempre me siento en el mismo sitio en el aula de clase. Por nada del mundo quiero dejar de estar situado detrás de ella, por lo que cada mañana procuro llegar unos minutos antes de que comience la primera clase para evitar que cualquier otro compañero me robe mi privilegiado lugar. Y es que todo esfuerzo vale la pena, si sabes que vas a obtener como recompensa poder deleitarte contemplando, a escasamente un metro delante de ti, la tremenda y sureña belleza de Hellen. Su media melena negra de cabello suave, brillante y sedoso, la perfecta figura de su cuerpo, el rostro adolescente pero, a su vez, ya de toda una mujer a punto de cumplir los 17 años.....Todo en ella es puro imán para mí.

Ahora que estamos en plena primavera, Hellen es como una flor en plena ebullición y resulta pura delicia para mis ojos. La agradable temperatura, que aumenta con el paso de los días, hace que mi compañera de estudios haya dejado ya olvidadas hasta el próximo otoño las prendas de abrigo. Me conozco de memoria y de punta a cabo cada una de las camisetas que usa ceñidas a su anatomía y que resaltan todavía más sus encantos femeninos. Adoro los momentos en que se gira un poco y puedo admirar la sinuosa y voluptuosa forma de sus senos y el canalillo que se escapa a través de la abertura del escote. Algunos días, aquellos en los que tengo más fortuna, luce camisetas de encaje o semitransparentes por la espalda y eso supone una excitante tortura para mis ojos, ya que gozan observando la tira del sujetador, su color y su forma. Sé, incluso, que Hellen ha venido a clase en más de una ocasión sin sujetador porque bajo el tejido de la camiseta transparente sólo se veía el tono de la piel de la chica. Son días en los que aprovecho que mi compañera se levanta de su silla durante las breves pausas entre clase y clase para fijar mi mirada en la parte delantera de la camiseta y contemplar con disimulo la extraordinaria manera en que se le marcan los pezones, duros y gruesos. La ausencia de ropa de abrigo me permite conocer, igualmente, la colorida y variada colección de braguitas y de tangas de Hellen. En efecto, cuando está sentada, le asoma inevitablemente por la parte superior del short, del pantalón o de la minifalda la cinturilla de su prenda íntima y, a veces, buena parte del triángulo trasero del tanga. Y es ahí cuando mi mente echa a volar y fantaseo con la posibilidad de tener esos tangas rojos, celestes, verdes, blancos..., en mis manos para luego oler y aspirar el aroma intenso que el sexo de mi compañera ha dejado impregnado en ellos y la humedad que los empapa.

Despertado de mis pensamientos eróticos por la voz ronca del profesor de turno, me doy cuenta de que estoy totalmente empalmado y con mi miembro tieso bajo el pantalón. He perdido la cuenta de las veces en que me he masturbado en los servicios del centro de estudios con Hellen como musa de mis pajas, con su cara, con sus pechos, con sus torneadas piernas, con sus tangas y con esos carnosos y húmedos labios de su boca, que imagino resbalando una y otra vez por mi hinchado miembro desde la base hasta la punta, alcanzando ansiosos el glande, jugando con él, chupándolo y mezclando la saliva con mi líquido preseminal. Esa viscosidad que recubre la roja bola de mi verga mana del agujero central en forma de pequeñas burbujas tras cada lametón de la lengua de Hellen, hasta que ella aprieta y presiona más y comienza a mover su rostro hacia delante y hacia atrás a mayor velocidad, mientras que con las manos masajea mis testículos que se han endurecido debido a la inminente eyaculación. Cuando la chica succiona, incansable, mi glande y noto el roce de los dientes sobre la sensible terminación de mi polla, no aguanto más, gimo desesperado y me corro por completo, soltando varios chorros de semen que llenan de caliente y blancuzca leche el suelo y la pared del aseo.

Hoy, antes de la última clase del día, ha sucedido algo inesperado: Hellen y su compañera de pupitre estaban cuchicheando sobre algo, por lo que agudicé el oído y he podido enterarme de cómo le comentaba a su amiga su gusto por la literatura erótica y su costumbre de leer por las noches relatos eróticos antes de dormir. También he escuchado cómo le confesaba que, excitada por las palabras que iba leyendo, por las descripciones de las situaciones y la narración de la acción, suele usar su mano para jugar con sus pechos y con su sexo durante la lectura. Las dos sonreían cómplices y Hellen, que se había sentado en la mesa mientras esperábamos a que llegase el profesor, estaba tan distendida en medio del diálogo que se descuidó y me permitió ver durante unos instantes el precioso y sugerente triángulo delantero de su tanga negro bajo la escueta minifalda que llevaba. Yo estaba tan absorto mirando la prenda íntima y la marca de la raja de la vagina que se dibujaba sobre ella que, cuando quise darme cuenta, Hellen me había sorprendido mirándole la entrepierna. Justo en ese momento entró el profesor y la situación se cortó de raíz. Me sentí mal por haber sido pillado por mi compañera con la mirada clavada en su bajo su falda. ¿Qué pensaría ahora de mí? Yo, que apenas me había atrevido a cruzar con ella unas pocas palabras durante el curso debido a mi timidez y por considerarla como una especie de amor platónico, acababa de quedar ante sus ojos como el típico pervertido que babea por verle las bragas a una chica.

Al final de la clase no lo he podido evitar y me he dirigido al baño: al tiempo que todos los alumnos se marchaban poco a poco a casa, yo cerraba la puerta del aseo y me metía en uno de los habitáculos. Me bajé el pantalón y observé la mancha de flujo que impregnaba el color azul de mi bóxer. De un fuerte tirón lo hice descender hasta los tobillos, liberando mi miembro ya parcialmente erecto. Lo envolví con la mano derecha, cerré los ojos y, pensando en Hellen, empecé a mover mi mano sobre toda la extensión de mi verga. No se me iba de la cabeza la raja del sexo de la chica marcada en el tanga. Sin dejar de pasar la mano por mi falo, logré pronto que éste se pusiera totalmente erguido. Cada una de las verdosas venas se dibujaban sobre la estirada piel de mi macizo pene, en cuya punta ya asomaba el pringoso y mojado glande.

De repente, noté una mano ajena recorriendo mis desnudas nalgas y otra desplazándose por mi cintura hasta tocar mi propia mano, que aprisionaba la polla. Asustado y sorprendido, abrí los ojos y giré la cabeza: el sonriente y, en ese momento, pícaro rostro de Hellen apareció ante mí. Me quedé inmóvil y sin pestañear y fue mi compañera la que siguió con la iniciativa: continuó restregando su mano por mis glúteos y con la otra me apartó mi mano y se apoderó así de mi polla. A la vez que Hellen empezaba a agitar lentamente mi miembro, aproveché para sacarme por los pies los pantalones y el bóxer y quedarme más cómodo.

Fue entonces cuando mi compañera rompió su silencio:

  • Sabía desde hacía tiempo que me mirabas, que me observabas con deseo, y eso me halaga y me da un morbo y una calentura increíbles. Lo de antes, lo de enseñarte el tanga, lo he hecho queriendo, no fue ningún descuido: el curso se está acabando y quería terminar de provocarte, dar una vuelta más de tuerca, ver en tus ojos una mayor expresión de deseo hacia mí. ¡Y vaya si lo he conseguido! Me estabas comiendo hace un rato el coño con los ojos. Ahora quiero que me lo comas pero con la boca- me comentó, al tiempo que proseguía pajeándome despacio.
Sin darme tiempo a reaccionar, se bajó la minifalda de forma provocadora, contoneando las caderas. El tanga quedó ya al descubierto y pude observarlo esta vez ya sin miedo ni temor. Un lacito rosa lo adornaba en la parte superior. Entonces, Hellen se dio la vuelta y me mostró su culo prácticamente desnudo, pues el tanga por detrás sólo constaba de un fino hilo que se enterraba en la raja que separa ambas nalgas. Éstas, a su vez, se veían respingonas y duras.
Mi miembro palpitaba y cada una de esas palpitaciones provocaba que e moviese como si tuviera vida propia. Mi compañera de clase no perdió el tiempo y se despojó de su camiseta, dejando a la vista un magnífico sujetador a juego con el tanga. Luego se acercó a mí y me quitó la camiseta. Tras deslizar sobre mi pecho sus dedos, trazar círculos alrededor de mis areolas marrones y tocar los pequeños pezones, se llevó la mano a la espalda y se abrió el cierre del sujetador. Resoplé cundo ante mis ojos aparecieron aquellas dos maravillosas y espectaculares tetas, tan firmes y redondas. Hellen dio un paso más y se pegó tanto a mí que los tiesos pezones de sus pechos golpearon mi torso y mi polla tiesa impactó primero contra el bajo vientre de mi compañera y después resbaló por su piel hasta que quedó aprisionada entre nuestros cuerpos, con el glande reposando entre mi ombligo y el de la chica y dejando gotas de flujo tanto en su piel como en la mía. Con habilidad Hellen se despojó del tanga, mientras yo agachaba la mirada y me deleitaba viendo la desnudez de su coño, sobre cuya raja había una pequeña y fina capa de vello púbico negro que, al contactar con mi piel, producía una deliciosa sensación de roce áspero.
Mi compañera olió el tanga y luego me lo ofreció para que hiciera lo mismo. El olor que tantas veces había imaginado en mis fantasías penetró hasta lo más profundo de mi nariz justo en el momento en que se puso en cuclillas y engulló mi polla en su boca, entre los labios carmín. Sin miramiento alguno comenzó a mamarla con una energía brutal a la vez que yo seguía gozando del aroma que el sexo de mi compañera había dejado impregnado en el tejido del tanga. Mi glande no se libró de los lametones, de las chupadas ni de las succiones de la boca de Hellen, que me arrancó así los primeros gemidos.

Después de unos instantes, liberó mi verga, besó y mordisqueó mis duros testículos dejándolos empapados de saliva y me pidió lo siguiente:

  • ¡Fóllame el culo! Nadie lo ha hecho todavía. Quiero que me lo desvirgues.

Una vez que pronunció estas palabras, se separó de mí un metro, inclinó su cuerpo y me ofreció su esplendoroso trasero en pompa, con todo el ano y el coño abiertos.

  • Humedece mi agujero del culo con saliva para lubricarlo y para que tu polla entre sin dificultad y sin causarme mucho dolor- me indicó la joven.

Obedecí y acerqué mi cara al culo de la chica. Desprendía un calor inmenso y excitante y no dudé en escupir varias veces en él, hasta que quedó totalmente mojado. Valiéndome de mis dedos, restregué la saliva por el orificio anal y luego lo acaricié antes de introducir en él un dedo de manera cuidadosa. Hellen gimió al sentirlo dentro y al notar cómo iba metiéndose centímetro a centímetro. Penetré el culo de esa forma un par de veces, en cada ocasión de manera más rápida y provocando nuevos suspiros y gemidos en mi compañera.
Mi corazón latía a mil y decidí que era el momento: extraje el dedo del ano, agarré a Hellen por la cintura y empujé hacia delante. El glande comenzó a perderse por el oscuro agujero y, tras él, la primera parte de mi polla. Con un segundo arreón le clavé el resto de mi tranca a la chica, que gritó enormemente al sentirla dentro. Ya no paré: con un ritmo siempre creciente taladré ese hambriento y virgen culo una y otra vez.

  • ¡Sigue! ¡Sigueeee....! ¡Dios.....!- gritaba Hellen en pleno éxtasis.

Aceleré más la velocidad de penetración, con el cuerpo empapado en sudor por el esfuerzo y embistiendo con todas mis fuerzas.

  • ¡Síííí! ¡Síííííííí! ¡Un poco más, vamos, dame más por el culo!- exclamó mi compañera.

Seis violentos arreones más de mi pene hicieron que Hellen alcanzara el orgasmo gritando de placer. Yo, por mi parte, aguanté unos segundos más antes de soltar varios chorros de semen dentro del culo de la chica. Mi polla permaneció dentro hasta que no soltó las últimas gotas de esperma.

Cuando tanto Hellen como yo recuperábamos poco a poco la respiración, oímos la voz del conserje del centro de estudios, procedente del pasillo:

  • ¿Queda alguien por ahí? Voy a cerrar.
Mientras escuchábamos cómo se alejaba de la zona de los servicios, Hellen me miró riéndose.

  • ¿Qué hacemos ahora? Hasta dentro de dos horas no abrirán de nuevo las puertas del centro para las clases del turno de tarde- le comenté.
  • ¿Tú qué crees que vamos a hacer? Aprovechar el tiempo- me respondió la chica para acto seguido agarrarme la cabeza por la nuca y empujarla hacia delante, metiendo mi cara entre sus muslos y estámpandola contra su húmedo y palpitante coño, continuando así la inolvidable sesión de sexo en aquel sucio aseo.


16 de julio de 2017

DESAYUNO EN EL HOTEL

  • Pasa, cariño, la puerta no está cerrada del todo- digo sin mirar al oír tocar con los nudillos en la habitación del hotel en el que nos alojamos.

Mi marido ha salido a comprar un par de cosas y yo, mientras, aprovecho para ir haciendo las maletas antes de viajar de regreso a casa. Sólo llevo puestas la fina camiseta y las braguitas azules con las que he dormido. Me encuentro de espaldas a la puerta, con el cuerpo inclinado, guardando un par de prendas en la maleta, cuando noto la mano de mi esposo en mis nalgas. De manera deliciosa comienza a restregarla por mis glúteos, por encima de las bragas. Me encanta que Ignacio me sorprenda con uno de sus juegos sexuales, sea cual sea la hora del día y el lugar en el que nos encontremos. Le dejo hacer y siento cómo la mano se desliza por mi culo una y otra vez, aumentando progresivamente la fuerza de los movimientos. Tras unos instantes mi braguita es desplazada un poco hacia el lado y mi raja vaginal, que ha comenzado a humedecerse, queda al descubierto. Un dedo la recorre de arriba a abajo, llevándose pegado el flujo que ya sale de mi coño. Suspiro de placer y le ruego a Ignacio que no pare, que siga. Me despoja de las bragas y, rápidamente, juega en mis genitales con un segundo y luego con un tercer dedo, que los frotan sin cesar y con gran maestría. Comienzo a gemir y ya no presto atención alguna a la maleta: permanezco con el culo en pompa para que mi marido tenga vía libre para hacerme lo que desee por detrás. No tardan sus dedos en ir perdiéndose progresivamente dentro de mi sexo y en entrar y salir a un ritmo que me hace estremecer. Chorreo, estoy empapada y mis tiesos pezones se marcan irremediablemente en el tejido de la camiseta. Mi coño palpita y, en cuanto noto un violento acelerón de los dedos en mi interior, gimo desesperada. La velocidad de penetración es ahora vertiginosa y sobre el suelo de la habitación empiezan a formarse pequeños charquitos con las gotas de mis fluidos. Un último y enérgico arreón de la mano de mi esposo está a punto de llevarme al éxtasis pero, de pronto, saca los dedos y es su lengua la que me lame el coño con ganas, rozando mi clítoris y ensañándose con él antes de aprisionarlo con los labios y de apretarlo con fuerza.

En el momento en que Ignacio se pone a meter y a sacar como un poseso la punta de la lengua en mi raja, no aguanto más y me corro en su boca llenándola de mis calientes jugos. Me quedo quieta, tratando de recuperar la respiración al igual que mi esposo que, con su rostro aún metido entre mis piernas, no dice absolutamente nada. Después de unos segundos siento cómo retira su cara de mi coño y oigo unas palabras:

  • Ya tiene aquí su desayuno, señora. Buen provecho.


Sorprendida, me giro y descubro a uno de los camareros del hotel limpiándose la boca con mis bragas antes de guardárselas en el bolsillo del uniforme y de abandonar la habitación tras haberme comido de forma deliciosa mi coño. 

9 de julio de 2017

COMPARTIENDO MI EMBARAZO

Me encuentro en pleno embarazo. Al fin seré madre de mi primer niño. La felicidad nos embarga a mi marido y a mí y ya lo estamos preparando todo para cuando llegue el día del parto. Hasta entonces toca cuidarse y seguir los consejos del médico y del ginecólogo. Entre otras cosas, me han recomendado hacer ejercicios corporales por la mañana temprano, en cuanto despierte y, a ser posible, tomar también el sol a la vez.

Cada mañana, una vez que mi esposo me da un beso de despedida y se marcha a trabajar, levanto la persiana del dormitorio y abro la ventana para dejar entrar los primeros rayos primaverales de sol del día. Completamente desnuda me siento sobre el borde de la cama, frente a la ventana, y comienzo con mi rutina de ejercicios. Mientras el sol acaricia mi piel con sus suaves y templados rayos, empiezo a mover y a girar despacio la cabeza hacia un lado y hacia otro para desentumecer el cuello. Luego es el turno de los brazos, que levanto y bajo alternativamente, a la vez que contemplo cómo mis pechos, más hinchados y grandes de lo normal por mi estado, son iluminados por la luz solar que penetra en la habitación. 



El aroma a azahar procedente de los árboles naranjos de la calle inunda la estancia y entra por mi nariz, aumentando la sensación de relax. Antes de ejercitar los muslos y las piernas, hago una breve pausa y respiro varias veces hondo y profundo. Llegado el momento, comienzo a elevar primero la pierna derecha, manteniéndola unos segundos suspendida en el aire hasta que la vuelvo a bajar. A continuación, repito la misma acción con la izquierda y luego voy alternando sucesivamente. El sol gana terreno dentro de la habitación y ya no sólo ilumina mis enormes senos y mis crecidos y duros pezones: ahora también le regala sus caricias a mi sexo, que brilla ligeramente debido a la fina capa de humedad que recubre sus labios rosados y carnosos.

La última tanda de ejercicios consiste en separar al máximo las piernas, mantener esa posición durante unos instantes, juntarlas de nuevo y repetir esos movimientos veinte veces. Con toda paciencia cumplo con la serie de este último ejercicio, al tiempo que contemplo cómo mi sexo se abre por completo con cada separación extrema de los muslos, dejando asomar por la raja vaginal los mojados pliegues de mi clítoris. Pero hoy me siento con fuerzas para repetir una segunda vez esta tanda de ejercicios. Y no sólo con fuerzas, sino también generosa: no me cuesta nada compartir durante unos minutos más la evolución de mi embarazo y la desnudez de mi cuerpo encinto con mi imberbe y adolescente admirador del piso de enfrente que, cada mañana, antes de irse a clase, se masturba y se corre de placer ante mis ojos, mientras observa mi sensual rutina, tras la cual yo hundo mis dedos en mi empapado sexo hasta la extenuación, recordando la imagen de la deliciosa y juvenil polla expulsando leche blanca como si fuera un volcán en erupción.



2 de julio de 2017

NO ES AMOR

No es amor ni es ternura
lo que buscas tú de mí,
sino pasión y locura
sobre tu cuerpo juvenil.
No persigues mis caricias,
simple juego para ti,
sino el ardor de mi boca
en tus labios carmesí.
Ya eres toda una adulta,
torbellino, frenesí,
que cabalgas como loca
mientras yo te hago gemir.