Noche
lluviosa, noche de insomnio y la mente de Anayd volando. Las gotas de
agua que caen del cielo tintinean sobre los bordes metálicos de la
ventana de la habitación de la adolescente. Pese a la lluvia, la
temperatura es cálida y solamente un minúsculo tanga de color
granate cubre el agraciado cuerpo de la joven. Realmente, no es el
ruido de la lluvia lo que impide dormir a la chica, que no para de
dar vueltas en la cama, sino su propia mente y las imágenes y
fantasías eróticas que entran en ella y que van pasando como los
fotogramas de una película llenando de calor y de ardor la anatomía
y la piel de Anayd. Ella, en medio de la oscuridad de la madrugada,
ni siquiera se ha percatado de que el tono rojo de su tanguita luce
en la parte delantera, en esa pequeña porción de tejido triangular
y fino, un oscuro cerco de humedad, justo a la altura de la raja de
la vagina, cuyos labios se marcan de manera más que evidente sobre
la sensual prenda. En efecto, el sexo de Anayd está mojado, incapaz
de mantenerse al margen de los pensamientos lascivos que circulan por
la mente de la adolescente. Cada gota de flujo que brota de su
rasurado coño es absorbida por el tanga que se impregna así de del
intenso olor de los genitales. Y es que Anayd lleva unos días
turbada, atraída por el elegante y seductor hombre maduro al que se
encuentra por las mañanas en el ascensor del edificio. Cada jornada,
cuando ella sale de casa para dirigirse a las clases, allí está él
esperando la llegada del ascensor. ¿Cómo no va a estarlo, si es la
propia Anayd la que espera a que su nuevo vecino de enfrente cierre
la puerta de su casa, en la que vive con su esposa, para salir ella
también de la vivienda de sus padres y encontrarse con el maduro
ante la puerta del ascensor?
Lo
único que sabe de él es que es el nuevo director de una sucursal
bancaria del barrio. Eso, al menos, es lo que le ha dicho a la joven
su padre. Desde el primer día en que vio al maduro, Anayd quedó
hipnotizada por los profundos y cálidos ojos marrones del hombre,
por su exquisita barba de cuatro días, por la atrayente expresión
de su rostro, por el cabello negro y corto en el que se mezclan ya
algunas canas que le dan un toque todavía más interesante, por el
impecable traje de chaqueta y por el delicioso y suave aroma del
perfume que impregna la piel del vecino.
Ayer
fue la primera vez que intercambió con él un breve diálogo,
mientras bajaban en el ascensor. De esta forma, Anayd ya sabe que el
hombre se llama Josué. Aún conserva la chica en la retina la imagen
de los carnosos labios del maduro pronunciando “¿Anayd? Bonito
nombre”, tras decirle ella cómo se llamaba. El recuerdo de ese
instante provoca que el sexo de la adolescente se humedezca todavía
más, pues ella no deja de imaginar cómo se sentiría esa
provocativa boca en su coño, la manera en que haría presión sobre
él, la lengua recorriendo una y otra vez la raja vaginal y
lamiéndola de arriba a abajo.....Lo piensa y la mancha del tanga se
extiende más y el sexo palpita en cuanto la chica fantasea con los
labios de Josué apoderándose de su clítoris y tirando de él de
manera incansable, provocando que en la garganta del vecino se
mezclen la saliva de éste y los flujos vaginales de ella.
Sí,
ayer fue, sin duda, un día especial porque, además de conocer por
fin el nombre de su nuevo vecino, Anayd lo sorprendió por primera
vez fijándose en ella. Lo pilló en una ocasión con los ojos
clavados en su blusa blanca y en la redondez de sus pechos marcados
en la prenda. Seguro que debió notar cómo se le transparentaba bajo
la nívea blusa del uniforme colegial el color negro del sujetador
que cubría sus medianos senos. Después, antes de salir del
ascensor, se percató de cómo Josué recorría con su mirada las
torneadas piernas que la escueta falda de vuelo dejaba en gran parte
al descubierto. Y Anayd se sorprendió, gustosa, al observar el
tremendo bulto que al hombre se le había formado bajo el pantalón
gris oscuro del traje. Estaba excitado, se había empalmado
mirándola.
Las
gotas de lluvia no paran de caer y los minutos pasan muy lentos.
Anayd está cada vez más ansiosa por que amanezca para volver a ver
a Josué. La chica contempla por unos segundos en medio de la
oscuridad, y con la única ayuda de la tenue luz de la luna llena que
entra por el pequeño resquicio abierto de la persiana, su ropa ya
lista para mañana y colocada sobre la silla. Al uniforme habitual le
ha dado un par de cambios: ha sustituido los tradicionales zapatos de
diario por unos de tacón, que suele usar en días festivos y más
especiales. Las medias azules normales se han quedado en el cajón y
en su lugar hay otras negras cargadas de sensualidad y de erotismo.
Un tanga blanco y de encaje corona el montón de ropa dispuesto sobre
la silla. Anayd no quiere dejar escapar ni un día más para
impresionar al madurito y sabe que vestida así lo logrará sin duda
alguna.
- Buenos días, Anayd.
- Hola, Josué- le responde la joven al vecino ya a la mañana siguiente junto a la puerta del ascensor.
A
la adolescente se le escapa una sonrisa fruto de la satisfacción que
nota al comprobar cómo el madurito se ha quedado asombrado al verla.
Los ojos del hombre recorren centímetro a centímetro el cuerpo de
la chica. Primero se detienen en los pechos, hoy desnudos bajo la
blusa, sin sujetador que impida que los duros pezones de la
estudiante se marquen sobre la parte superior del uniforme del
colegio. Luego se fijan en el pronunciado escote de la prenda, más
amplio de lo normal, ya que la adolescente ha dejado sin abrochar el
segundo de los botones. Posteriormente, la mirada de Josué se
desliza hasta las piernas de Anayd, tan sexys, tan espléndidas,
cubiertas por las sensuales medias negras. Por último, al maduro no
le pasan desapercibidos los sugerentes zapatos oscuros de tacón.
Anayd
observa al hombre de reojo pero sintiendo el ardor de las deseosas y
deseadas miradas de éste. El banquero abre la puerta del ascensor y
educadamente deja pasar en primer lugar a la chica. No desaprovecha
la ocasión para darle un buen repaso visual al culo de la joven,
tapado a duras penas por la falda de vuelo del uniforme escolar,
prenda que hoy Anayd se ha subido más de la cuenta, doblándola
varias veces por la cintura para dejar prácticamente la totalidad de
sus muslos al aire y cubrir poco más que las nalgas. El maduro pulsa
el botón para que el ascensor descienda hasta la planta baja y, a la
vez, nota cómo su verga palpita de excitación. Sentir el aroma del
cabello recién lavado de su vecina, oír la respiración de ésta y
tener su cuerpo casi pegado al suyo en aquel reducido espacio hace
que Josué esté completamente encendido. El ascensor continúa
bajando cuando, de repente, a Anayd se le cae la carpeta con los
folios y apuntes de clase.
- ¡Uy, qué torpe me he levantado hoy!- exclama la chica, mientras inclina su cuerpo hacia delante para recoger del suelo los papeles.
Al
hacer este movimiento, la falda se le sube más por detrás y
rápidamente la joven nota cómo la desnudez de sus glúteos ha
quedado expuesta ante el maduro. Pero Anayd no se inmuta: todo forma
parte de su estrategia. Sigue cogiendo una a una las hojas y
metiéndolas de nuevo en la carpeta, al tiempo que su vecino
contempla, boquiabierto y a un par de centímetros de él, el
imponente culo en pompa de Anayd, entre cuyas nalgas se pierde el
delgado hilo del tanga blanco. La joven, en su afán por terminar de
recoger los papeles, se mueve un poco hacia atrás y provoca que su
trasero roce el ya hinchado paquete de Josué. La chica se muerde el
labio inferior de la boca, al percibir en su culo la tremenda dureza
de de los genitales del maduro. Ella, con picardía y disimulo, mueve
las caderas despacio, restregando así las nalgas contra la
entrepierna del hombre. A Anayd sólo le quedan por coger varios
folios, cuando el ascensor se detiene súbitamente en plena bajada:
el maduro ha pulsado el botón de “Parada de emergencia” justo
antes de bajarse la cremallera del pantalón. Todavía con el culo
puesto en pompa, la chica percibe sobre sus nalgas el deslizamiento
de la polla tiesa de su vecino. Suspira al notar aquel miembro grueso
y largo acariciando sus glúteos, yendo de arriba a abajo y de
izquierda a derecha. Ahora sí, la adolescente se queda quieta y se
deja hacer. Al mismo tiempo que la humedad que baña el glande del
hombre empieza a dejar huellas evidentes sobre la piel de la joven,
el sexo de ésta se moja, empapando de flujos la parte delantera del
tanga. Los dedos del maduro apartan el hilo de la prenda íntima, que
sale de inmediato de la raja del culo. La polla sube y baja a lo
largo de la separación de las nalgas y amenaza con penetrar uno de
los dos agujeros de la joven. Parece que será el ano, pues es ahí
donde la cabeza de la verga de Josué traza varios círculos, dejando
tras su paso pringosos rastros de humedad. Pero no: el hombre da un
enérgico tirón del tanga y lo desgarra antes de arrojarlo al suelo,
a una de las esquinas del ascensor. Ni siquiera le da tiempo de
percatarse de que Anayd ha dejado la prenda chorreando.
Es
entonces cuando el hombre toma de la cintura a la chica y, desde
atrás, va insertando su polla en el abierto coño de la adolescente,
que acaba engullendo el macizo y venoso miembro hasta el fondo. La
chica gime de placer en cuanto se siente completamente penetrada y
sigue haciéndolo conforme Josué comienza a darle ritmo a su bombeo.
El pene entra y sale incesantemente en el sexo de Anayd, cuyo flujo
chorrea por la ingle y resbala por la cara interna de los muslos,
hasta contactar con la blonda de las medias negras. Con fuerza
embiste Josué una y otra vez, incrementando en cada acometida el
vigor de la penetración. El calor empieza a ser sofocante en el
estrecho habitáculo del ascensor y ambos cuerpos están ya bañados
en sudor. La empapada blusa de Anayd se pega como una segunda piel a
su anatomía, transparentando por completo los pechos. Igual de
mojada está la camisa de Josué, aunque eso ahora no le importa en
absoluto y sigue empujando con las caderas impetuosamente. El ritmo
es ya bestial y la polla irrumpe con tremenda virulencia en el
ardiente coño de Anayd, que grita de gusto cerca ya de llegar al
orgasmo. A Josué no le queda más remedio que taparle la boca a la
chica para que sus gritos no alarmen a los vecinos. El hombre
arremete con vehemencia un par de veces más contra el coño de Anayd
que, al fin, estalla de éxtasis y se corre justo antes de que varios
interminables chorros de semen la inunden por completo.
Mientras
eyacula complacido, Josué retira su mano de la boca de su preciosa
vecina y oye la respiración aún acelerada y jadeante de ésta. Tras
derramar su última gota de esperma dentro de la adolescente, el
maduro aprieta el botón del ascensor para que retome el descenso.
Antes
de llegar a la planta baja, el director de banco extrae su verga del
sexo de Anayd y varias gotas de leche caen desde la vagina hasta el
suelo, tiñiéndolo de espesa blancura. La joven se pone derecha y
recompone como puede su vestimenta, húmeda de sudor. Lo mismo hace
Josué, que introduce su polla dentro del pantalón y se cierra la
cremallera. El maduro y la adolescente salen del ascensor y se
dirigen a la puerta que da a la calle.
- Que pases un buen día, Anayd.
- Igualmente, señor banquero. ¿Me volverá a follar mañana en el ascensor?
- Mañana y todos los días que te apetezca. Pero hazme un favor: no te pongas tanga de ahora en adelante. No quiero destrozar tu colección de lencería- le responde Josué antes de besar a la chica y mientras le mete la mano bajo la falda, acariciando las nalgas y el sexo de la joven, del que no para de manar el semen del maduro.