Mis
dedos enredados en su pelo
alborotan
cada uno de los rizos
de
su ensortijado cabello
que
me enloquece sin avisos.
El
color de sus pupilas,
del
tono de la avellana,
encienden
mis tiernas mejillas
siempre
que sobre mí se abalanza.
Cuando
la desnudez de su cuerpo
me
arrebata el sentido,
la
fugacidad del tiempo
acecha
cual cruel enemigo.
Mi
lengua pone en llamas
sus
sensuales pezones
que,
enhiestos como ramas,
no
escapan a mis fricciones.
No
se resiste mi boca
a
probar el néctar que mana
de
lo que mi miembro ya toca,
buscando
la húmeda entrada.
Si
la beso, suspira;
si
la penetro, estalla;
si
su pasión es mentira,
a
mí me destroza el alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario