¿Te
acuerdas, hermana? Pasó hace ya algunos años, cuando yo era un
adolescente de dieciséis primaveras y tú tenías dos más que yo,
dieciocho. Era una noche lluviosa de un sábado de noviembre. Papá y
mamá se habían divorciado un año antes y aquel fin de semana nos
quedamos solos tú y yo en casa, porque nuestro progenitor trabajaba
en el extranjero y no podía llevarnos a su domicilio y mamá se
encontraba en el pueblo debido a unos asuntos familiares. Así que te
quedaste como responsable de la casa, aunque os prometí a ti y a
mamá que yo ayudaría en todo lo posible. Porque, pese a que no os
quisierais dar cuenta, ya me había convertido en todo un hombre.
Vosotras, sin embargo, no queríais verlo y, por ejemplo, andabais a
menudo por la casa en camisetas finas y braguitas, siempre que os
poníais cómodas. Algunas veces, incluso, la braga era simplemente
un minúsculo tanga.
Aquella
noche de sábado no fue una excepción y, después de cenar,
apareciste en el salón con una camiseta blanca y un tanga negro,
acabado por detrás en un delgado hilo que se perdía entre tus
nalgas. Nos sentamos juntos para ver una película de terror, que
tanto nos gustaban a los dos, titulada “La matanza de Texas”.
Ambos estábamos en el sofá y tú no dejabas de agarrarte a mí con
cada susto o escena impactante de la película. Tu muslo derecho se
solapó a mi izquierdo, también desnudo como el tuyo, ya que mi
pantalón del pijama corto sólo me llegaba escasamente a los
primeros centímetros de la pierna. Bajo el pijama no llevaba nada
más ni slip ni bóxer. Nada.
Tus
manos, cada vez que dabas un respingo en el sofá a causa de la
película, iban aterrizando en diferentes partes de mi cuerpo en
busca de protección. Unas veces tocabas mis brazos; otras, mi pecho
y mis muslos....Por último, dejaste caer sin querer tu mano en mi
entrepierna. Me resulta difícil creer que no te dieras cuenta de
dónde reposaba tu mano, especialmente si tenemos en consideración
el bulto que se había formado en esa parte de mi anatomía. Estoy
seguro de que notaste la dureza de mi miembro empalmado y que había
dejado ya una pequeña mancha de flujo sobre el tejido del pantalón.
Y
es que, como te dije antes, yo ya era todo un hombrecito por aquel
entonces, y, además, uno no era de piedra: primero, me excité al
ver la marca de tus tiesos pezones sobre la camiseta blanca y cómo
llegaban hasta a transparentarse. Luego, me calenté más cuando,
entre escena y escena, mi mirada se dirigía al escote de tu camiseta
y penetraba por él con disimulo, hasta ver la perfecta desnudez de
tus grandes senos heredados genéticamente de mamá.
Por
último, en mi cuerpo el ardor crecía imparable cada vez que mis
ojos se fijaban en el triángulo delantero de tu tanga, a través de
cuyo encaje yo podía divisar la cuidada tira de vello púbico. La
rajita de tu sexo estaba , aparentemente, a buen recaudo bajo la
prenda, fuera de lo que era la zona de encaje, y tapada por un tejido
algo más grueso. Pero tus sobresaltos por el contenido de la
película provocaron que no parases de moverte ni un segundo y esto
hizo que tu tanga se desplazara, siendo ya incapaz de ocultar la
deliciosa raja de tu sexo durante el resto de la película. Tu mano,
que reposaba sobre mi paquete, no se movió más de allí y permanecí
justo entre mis muslos, en continuo contacto con mis testículos y mi
maciza polla.
No
sé si esto tuvo algo que ver o no con lo que sucedió tras la sesión
cinematográfica, cuando ya nos fuimos a nuestras habitaciones y, al
poco, empecé escuchar un extraño ruido procedente de tu
dormitorio. Sigilosamente me levanté de la cama y me acerqué a la
puerta de tu estancia. Estaba casi cerrada excepto una pequeña
rendija que quedaba abierta. Miré por ese hueco y te descubrí
totalmente desnuda en tu cama y con un extraño juguete que
aproximabas a tu coño. Ese juguete vibraba con fuerza y tú cerrabas
los ojos y gemías alocada cada vez que rozaba tus labios vaginales,
tu clítoris y terminaba penetrando en tu húmeda vagina.
¿Sabes?
Esa noche no dormí porque, ya en mi habitación, no paré de
masturbarme recordando el tremendo chorro de flujo que manó de tu
coño cuando te corriste de gusto empapando por completo la cama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario