29 de mayo de 2017

YOGA CON PERSÉFONE

Llevaba ya más de un mes asistiendo a las sesiones de yoga pero seguía sin conseguir relajarme, sin poder eliminar de mi mente todo el estrés y el agobio que me tenían atenazado emocionalmente desde hacía tiempo. Ni siquiera el hecho de que fuesen sesiones privadas con una profesora que me había recomendado un amigo había servido. Aquella tarde le comenté a Perséfone, que así se llamaba la chica, que no continuaría más, que abandonaba sus clases de yoga.

  • Estás demasiado tenso. No permites que tu mente se libere de toda la energía negativa que la inunda. Prácticamente no me has hecho caso a las indicaciones y consejos que te he ido dando hasta ahora. Así es normal que no te sientas mejor. Si deseas dejar las sesiones, me parece correcto. Pero permíteme antes hacer un último intento. Se trata de un método novedoso que sólo pongo en práctica en casos extremos y el tuyo, evidentemente, lo es- me comentó ella.

Enfundada en su traje de licra negro, ceñido a su joven y esbelto cuerpo, se levantó del suelo en el que estábamos sentados y apagó las luces de la habitación. Luego, encendió unas velas aromáticas y también incienso. La tenue luz que proporcionaba la llama de las velas daba algo de iluminación a la estancia. Unos segundos más tarde comencé a percibir una mezcla de intensos olores: vainilla, eucalipto, azahar y otras fragancias más que no supe distinguir.

  • Vamos, inspira y respira hondo. Deja que todo penetre por tu nariz y llegue a tu mente. Así, muy bien, lo estás haciendo perfecto- me dijo y animó Perséfone, mientras yo obedecía sus instrucciones al pie de la letra.

Los ojos empezaron a pesarme un poco y me sentía somnoliento. Las palabras de mi profesora de yoga me llegaban cada vez más débiles, como si ella se encontrase muy alejada de mí, a pesar de que estaba a mi lado. Llegó un momento en que yo ya no sabía si estaba despierto o soñando y el olor que invadía la habitación era cada vez mayor. De repente, las manos de Perséfone agarraron los tirantes de su body de licra negro y los fueron bajando por los hombros y los brazos. La prenda fue resbalando hacia lentamente hasta dejar al descubierto el torso completamente desnudo de la mujer. Observé incrédulo aquellas dos preciosas y medianas tetas, cuyos tiesos pezones se habían reflejado de forma insinuante antes y el resto de días de sesiones sobre la fina licra de la prenda deportiva y que habían sido fuente de inspiración de alguna que otra paja por mi parte en la intimidad de mi casa. Ahora, en cambio, tenía delante de mí los dos senos encumbrados por esos dos botones salientes.

Las fragancias no dejaban de envolverme por completo, a la vez que Perséfone no paraba de sonreírme, satisfecha por el desarrollo y funcionamiento de su método novedoso. Una enorme sensación de sopor y de relax se apoderó de mí y a duras penas podía mantener los ojos abiertos y mirar a Perséfone, quien volvió a agarrar su body negro y a bajarlo todavía más. Su vientre y la redondez del ombligo quedaron a mi vista antes de que la chica hiciera una pausa, pero inmediatamente siguió quitándose la prenda y me quedé atónito al contemplar su delicioso sexo poblado de una mata de oscuro vello púbico. Mientras mi vista continuaba clavada en la vagina de Perséfone, la mujer terminó de desprenderse de la prenda y quedó completamente desnuda ante mí.




  • Eso es. Así, relajado.....¿Notas una especie de sopor, verdad? ¿Una sensación de paz interior, de tranquilidad...?

Sólo pude asentir en silencio, embobado ante la belleza de aquella anatomía femenina. No puse impedimento alguno cuando Perséfone me despojó primero de la camiseta y luego de mi short deportivo, liberando mi empalmado miembro, que quedó a escasos centímetros de su rostro. La joven abrió la boca, agitó un par de veces con suavidad mi polla hasta dejar al aire el rojo y húmedo glande y engulló entero mi falo.
Hizo con él lo que quiso: recorrió toda la superficie tiesa, desde los testículos hasta la punta, subiendo y bajando a una velocidad cada vez mayor. Los labios aumentaban la presión conforme pasaban los segundos y oprimían cada milímetro de piel tersa y venosa.

Perséfone se giró sin dejar escapar mi verga y me permitió tener acceso a su coño con mi boca: lo tenía ya húmedo y desprendía un penetrante y excitante olor. Lo chupé con todas mis ganas, y restregué varias veces la lengua antes de enterrar su punta dentro de la raja vaginal y penetrarla. Atrapé el clítoris entre mis labios y tiré de él, primero suave, luego de forma más vehemente. Mientras lo hacía, sentía cómo mi verga palpitaba sin cesar y me moría de placer: jamás me habían mamado de semejante manera la polla y nunca había saboreado un coño tan rico como ese.

La chica aceleró sus impulsos, moviendo la cabeza como una loca hacia arriba y hacia abajo, hacia delante y hacia atrás, hasta que lancé un par de sonoros gemidos y no aguanté más: estallé de gusto, llenándole la boca de espesa y caliente leche, que la mujer tragó como buenamente pudo, a la vez que soltaba por su sexo en mi boca un interminable chorro de rico flujo.


Por supuesto, ya no dejé las clases y todos los jueves, a las 20.00 horas, asisto puntual y sin falta a la sesión de yoga de la insaciable Perséfone.


 

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