Ni
te imaginas lo mucho que espero cada día este momento de la mañana.
Ése en el que todos bostezan en el metro, ése en el que contemplo
una a una las caras de cansancio y de hastío de la gente ante una
nueva jornada laboral o estudiantil. Observo cómo algunos apoyan su
cabeza sobre el cristal de la ventanilla con la mirada perdida; otros
cierran los ojos tratando de ganarle al tiempo unos instantes más de
sueño; son pocos los que tienen abierto un libro y apuran la lectura
de un par de páginas antes de llegar a su destino. Pero la mayoría
teclea, incansable, en el móvil, sumida en esa creciente adicción
al teléfono, como si le fuera la vida en ello, como si resultara lo
más importante de su existencia mandar un mensaje a las ocho de la
mañana, subir una foto a cualquier red social o darle a “Me gusta”
a una publicación.
Tú
perteneces a este último y numeroso grupo de viajeros y yo me
aprovecho de tu bendita adicción al móvil, que se convierte en mi
aliada. Puedes llamarme pervertido, aunque yo preferiría el término
“morboso”. Porque es eso justo lo que me provoca tu presencia en
el vagón del metro: morbo. En todo caso, tú tampoco estás exenta
de culpa, así que no te hagas la “niña buena”: pudiendo elegir
cualquiera de los asientos libres del vagón, te sientas cada mañana
delante de mí, en los individuales colocados uno frente al otro.
¿Acaso te gusta que te mire? ¿Lo disfrutas?
No
sé cómo te llamas, ni a qué te dedicas: sinceramente, no me hace
falta. Porque, puestos a saber, prefiero conocer, como ya conozco, al
detalle y de memoria la amplia y variada gama de tus braguitas, sus
formas, sus colores y tejidos, esos encajes sensuales, las
provocativas transparencias y los minúsculos triángulos bajo los
que se marcan la raja de tu sexo y los carnosos labios vaginales.
¿Quién es más pervertido o morboso? ¿Yo, que miro, o tú, que
muestras? ¿El que con descaro penetra con su mirada bajo tu
minifalda y entre tus muslos o la que, haciéndose la inocente y la
despistada, juguetea con sus piernas, las abre y cierra y las vuelve
a separar, mientras no para de teclear en el móvil?
Hoy
tus bragas lucen espectaculares, con ese intenso color rojo pasión,
totalmente transparentes, sexys y, me atrevería a decir, obscenas.
Mi polla se empalma enseguida, a la vez que contemplo bajo la
minúscula prenda la pequeña y fina capa de vello castaño de tu
pubis, la cual parece actuar como guardián de la entrada de tu sexo.
Las yemas de tus dedos continúan golpeando, incansables, sobre el
móvil, a igual ritmo que siento las palpitaciones en mi verga que la
hacen crecer todavía un poco más hasta ponerla completamente maciza
y tiesa bajo el pantalón. Ummm....Mírate: seguro que ya te has dado
cuenta de que te observo, tal vez también del tremendo bulto que que
se marca en mis jeans. Porque ahora el rojo tejido de tus bragas
empieza a teñirse de oscuro por culpa de ese creciente cerco de
humedad que no para de aumentar su extensión segundo a segundo.
¿No
te importa que me toque el paquete sobre el pantalón? Nadie mira, ni
un alma nos contempla, perdidos en su propio mundo. Mi mano acaricia
ya lo que sobresale en mi entrepierna, que se ha puesto así de
grande en tu honor. La muevo y deslizo despacio, en círculos, de
arriba a abajo. Mi bóxer ya lleva rato mojado y esto hace que no
tarden en mancharse también los jeans. Eso es, así me gusta: abre
un poco más las piernas para que te vea todo bien, para que el aroma
de tu humedad penetre por mi nariz y acrecente mi excitación.
De
repente te levantas, pues ya se acerca tu parada. Un día más me
dejas totalmente empalmado y en pleno calentón, a punto de correrme.
Sin embargo, hoy me sorprendes, rompiendo tu rutina y dirigiéndome
por primera vez la palabra:
¿De qué color las quieres mañana?- me preguntas con
cara de pícara, refiriéndote a tus bragas.
De ningún color. No te las pongas: quiero ver
directamente tu coño al desnudo- te respondo con firmeza y
atrevimiento.
Finalmente,
me sonríes y me guiñas un ojo antes de desaparecer de mi vista.
¿Eso significa que has aceptado mi propuesta?