23 de abril de 2016

DIARIO DE UN PROFESOR ACOSADO (10)

Después de haber leído los mensajes de Patricia, me he quedado impresionado y sin palabras. Quiere dar un paso más en su juego, en nuestro juego. Desea realizar algo totalmente desafiante y lleno de provocación e, incluso, morbo y riesgo. Pero será luego cuando escriba aquí qué es lo que me ha sugerido. Antes voy a terminar de plasmar lo que ocurrió en el aula, sobre mi mesa de profesor.

Patricia se acercó a mí con mirada cargada de libido y de deseo. Sus ojos verdes estaban llenos de una expresión de ansia que jamás antes había visto ni ella ni en otra mujer. Tal efecto tuvo en mí que retrocedí un par de pasos hasta toparme con la mesa de profesor. Mi alumna dio un par de pasos más, quedó justo delante de mí y me dijo:

  • Hoy ya to te me escapas, profesor. Vas a ser mía y te voy a follar como ninguna lo ha hecho antes. Te juro que lo vas a recordar el resto de tu vida.

Se me puso un nudo en la garganta y tragué saliva al oír sus palabras. Colocó sus manos sobre mi torso y me empujó hacia atrás, hasta dejarme recostado sobre la mesa. Estaba en ese instante totalmente a su merced. Llevó una mano hacia mi entrepierna y empezó a magreármela sobre el pantalón. No dejaba de mirarme a los ojos, sonriente, disfrutando de mi cara de apuro y gozando al notar cómo mi polla se iba agrandando conforme ella me la sobaba. Me fijé en sus pechos y en esos pezones tan nítidamente marcados en su camiseta.
Miré su entrepierna y comprobé cómo la raja del coño se hacía perfectamente visible en las rasgadas mallas negras y también el pequeño bulto formado por la bala vibradora. El cerco de humedad sobre la prenda, que cada vez era más extenso, denotaba el alto grado de excitación en el que se encontraba Patricia. Sus manos se olvidaron por unos instantes de mis atributos y bajaron lentamente a mis muslos para masajearlos con intensidad. Lo hacía de las rodillas hacia arriba y llegaba justo hasta las ingles: me estaba haciendo sufrir deteniéndose ahí, al parar justo en el lugar donde mi paquete esperaba, palpitante, volver a ser tocado.
Pero mi alumna seguía centrada en mis piernas, prolongando así mi desesperación. Traté de levantar mi brazo para tocarle las tetas, pero ella me lo apartó dejando claro quién era la que llevaba la iniciativa del juego.

Tras hacerlo, situó sus manos en mi torso sobre la camisa y comenzó a acariciarme, deslizándolas con parsimonia de arriba a abajo y de izquierda a derecha. Con los dedos me abrió el primer botón que tenía abrochado y luego el segundo. Introdujo sus manos por dentro y comenzó a rozar la piel de mi pecho, restregando las palmas de las manos por todo mi torso. Con la yema de los dedos rozaba mis pequeños y redondos pezones que sobresalían unos milímetros de mis aureolas. Ella no era consciente de que esa zona de mi anatomía es la más erógena junto a mi verga y que con ese roce me estaba poniendo totalmente encendido. Descendió sus manos lentamente hasta mi vientre, mientras comenzaba a besarme el cuello. Aproveché entonces que tenía las manos ocupadas para llevar las mías hasta su culo. Ahora ya no me impidió palpar su cuerpo, entregada como estaba a llenar el mío de caricias y de apasionados e irresistibles besos.

Terminó de desabrocharme la camisa a la vez que yo apretaba sus macizos glúteos y los pellizcaba sin parar sobre las ajustadas mallas. Dejó todo mi torso al descubierto y con la húmeda lengua comenzó a recorrer uno a uno los centímetros de mi cada vez más ardiente y erizada piel.



Suspiré de placer al sentir su saliva empapar primero mi pecho, luego mis pezones y mojar progresivamente el resto de mi torso hasta llegar al ombligo y al vientre. Conforme más me mojaba de saliva, más le apretaba yo a ella el trasero.

Decidí dar un paso más y uno de mis dedos empezó a recorrer sobre la licra de las mallas de arriba a abajo la raja que separa ambas nalgas, hasta detenerse a la altura del agujero del ano. Noté cómo Patricia dio un pequeño respingo al sentir mi dedo “amenazar” su orificio anal. Ella se vengó quitándome del todo la camisa, arrojándola al suelo y friccionando con vehemencia mis pezones. Era mi turno: quería comenzar a desnudarla , a gozar de aquellas impresionantes tetas que parecían desear romper la camiseta buscando como vía de escape el orificio que los tiesos pezones estaban a punto de provocar en la prenda.

Agarré la camiseta y empecé a subirla poco a poco. Palmo a palmo fui dejando al aire la piel del torso de mi alumna, hasta que de un rápido tirón levanté la prenda por encima de los senos. Allí aparecieron esas dos enormes preciosidades desnudas, turgentes, coronadas por unas cimas de color café oscuro que eran aquellas circulares aureolas y los puntiagudos pezones. Mis manos se apoderaron de esos pechos tan deseados y los envolví y magreé con intensidad antes de terminar de despojar a Patricia de su camiseta.
Mientras mis dedos se afanaban en friccionar y jugar con los erguidos pezones, ella me abrió el botón del pantalón. Inmediatamente empezó a quedar a la vista mi slip azul de rejilla. Patricia sonrió al comprobar que lo llevaba puesto. Comenzó entonces a bajar la cremallera del pantalón y, conforme la deslizaba hacia abajo, dejaba más al descubierto mi prenda íntima. Ante sus ojos apareció en ese momento todo mi paquete perfectamente visible ya tras las cuadrículas del slip. Se mordió el labio inferior al ver mi bulto y no sólo eso: miró con fijeza el aro negro que llevaba la prenda. Situó su mano sobre mi paquete por encima del slip y acarició en primer lugar mi falo, hasta que consiguió ponerlo en su máxima erección. Con la otra mano envolvió mis testículos y los apretó, provocando que de mi boca salieran varios gemidos. La punta de mi polla se mojó ante tanto magreo y manchó el slip, dejando sobre él un extenso y pringoso cerco de líquido preseminal. Mi alumna agachó la cabeza, sacó la lengua y lamió aquella mancha que impregnaba el fino tejido de la prenda azul.
Cuando sentí su lengua rozar mi tieso miembro, una ráfaga de ardor me recorrió de arriba a abajo. Patricia me estaba llevando al límite y no aguantaba más: estaba deseando que me mamara la verga, metérsela entera en su caliente coño, penetrar cada uno de sus agujeros y correrme dentro de ella hasta dejarla inundada de leche.

Creo que ella estaba igual de caliente que yo, pues no tardó en quitarme los zapatos y el pantalón. Quedé únicamente tapado por el slip, aunque con todo mi bulto ya visible bajo él era como si estuviese totalmente desnudo. La prenda no era capaz ya de mantener dentro mi polla enhiesta y la punta y algunos centímetros de mi pene se escapaban por la cinturilla del slip. Al verlo, Patricia agarró el aro e introdujo mi miembro por él. Mi polla quedó completamente aprisionada y ajustada dentro de aquel círculo. Me lo colocó de tal manera que prácticamente toda mi verga atravesaba el aro y solo la base y los huevos quedaban fuera. La presión que ese círculo ejercía sobre mi nabo era placentera y ayudaba a mantener firme toda mi tranca.

Fue entonces cuando Patricia volvió a agachar la cabeza y comenzó a besar mi rojizo y mojado glande. Los tenues y delicados besos del principio pronto se tornaron en intensos y frenéticos, a la vez que con los labios recorría el resto de la piel de mi polla. La humedad de la saliva hacía que mi pene brillase y que en su cúspide se mezclaran tanto la saliva de mi alumna como los flujos que mi glande segregaba sin cesar. Empecé a suspirar de placer: Patricia era consciente de que me tenía en el terreno al que me había querido llevar y que me encontraba plenamente en sus manos.
Con los dientes atrapó la parte delantera del slip y empezó a tirar de ella. Al hacerlo el aro ejerció más presión todavía sobre mi polla. Mi alumna soltó el slip y volvió a tirar de él repitiendo la acción en innumerables ocasiones. Con ese gesto el aro se movía lo suficiente sobre mi verga como para rozarla y masturbarla. Cerré los ojos y apreté los dientes, mientras disfrutaba con esa sensación de simultánea de presión y placer en mi pene. Cuando abrí los ojos de nuevo, me percaté de cómo se me marcaban varias venas verdosas sobre la piel de mi nabo y justo en ese instante Patricia tiró del slip con la mano de forma decidida y me lo quitó. Mi polla saltó liberada de la presión del aro y sentí también alivio en mis endurecidos e hinchados huevos. La joven, ya con la prenda en sus manos, la lamió como una auténtica zorra, como si aquello fuera el más exquisito manjar jamás probado. A su boca debió llegar el sabor intenso que mi verga y sus flujos habían dejado en el slip. Tras arrojarlo al suelo del aula, se apoderó de mi empalmado miembro con su mano derecha y comenzó a agitarlo de arriba a abajo. Ya me tenía totalmente en pelotas, abierto de piernas y entregado a ella y a su juego, pero yo quería terminar al fin de desnudarla. Mientras notaba el vaivén de la mano sobre mi verga, tomé el elástico de la cintura de sus mallas y de un fuerte tirón le bajé de golpe aquellos leggings hasta el comienzo de los muslos.
Ahora sí tenía delante de mí, sin obstáculo alguno, el joven y depilado coño de Patricia, de cuya raja salía el final de la bala vibradora. Cogí el mando del juguete que yacía sobre un lateral de la mesa y apreté el botón para ponerlo en acción. El sonido de la vibración de la bala comenzó a hacerse sentir y mi alumna a acusar sus efectos: no tardó en ponerse a gemir de placer y a jadear. Cambié la velocidad de la vibración y la situé en el siguiente nivel. Los suspiros y gemidos de Patricia se redoblaron. Sus mejillas se enrojecieron por el sofoco y decidí poner la bala en su máxima vibración. En cuanto lo hice, mi alumna comenzó a acelerar también los movimientos de su mano, que machacaba mi polla ya sin piedad y de manera vehemente, sin darle respiro alguno. Los labios vaginales de la joven lucían sucios y cubiertos de flujo blanco. Opté por sacarle la bala y apareció totalmente embadurnada de los fluidos que el sexo de Patricia estaba soltando. Limpié la bala con mi lengua y disfruté del rico sabor y aroma de aquel excitado coño.
Mi alumna apretó aun con más ganas mi pene y no pude evitar lanzar varios gemidos escandalosos. Dejé la bala y el mando a un lado en la mesa y Patricia aprovechó ese momento para meterse toda mi erguida y dura tranca en su boca. Comenzó a chuparla y a mamarla a un ritmo endiablado, como si llevase siglos esperando ese instante. Mis testículos se habían endurecido hasta tal punto que parecían dos grandes pelotas de golf pero con palpitación exagerada. Sabía que, si Patricia seguía así con la felación, no tardaría mucho en correrme.

De nuevo pareció leerme el pensamiento, pues abrió la boca y liberó mi verga, de la que chorreaba gran cantidad de saliva y también mis propios flujos. Patricia se incorporó un poco, se puso en cuclillas y, frente a frente, mirándome llena de lujuria, empezó a inclinarse y acabó sentándose sobre mi pringoso y tieso nabo. En un instante, el coño de mi alumna engulló mi polla y sentí cómo quedaba clavada en su vientre. Con lentitud comenzó a cabalgar sobre mi miembro, con las palmas de las manos plantadas en la mesa e impulsándose con ellas, a la vez que su cuerpo se movía sin descanso en sentido ascendente y descendente.
Invadido de placer, me dejaba llevar: era delicioso notar cómo mi alumna me estaba follando, sentir cada roce, cada uno de sus irrefrenables movimientos. Rompí a sudar y mi piel se empapó, humedeciendo la superficie de la mesa sobre la que estaba tumbado. A Patricia, llevada por el esfuerzo, le ocurría lo mismo y su cuerpo brillaba impregnado por la sudoración, cuyas gotas caían incesantes sobre mi estómago.

Decidí ponerme a impulsar mi polla y con el culo y con las caderas apreté hacia arriba para aumentar el efecto de la penetración, mientras me agarraba a las tetas de la joven. Ella, imparable, se movía sobre mí y cada vez mi verga se le clavaba más profundamente.
Noté varios espasmos en mi abdomen y exclamé:

  • ¡Vas a hacer que me corra! ¡Estoy a punto de correrme dentro de ti!
  • ¡Hazlo! ¡Córrete, profesor! ¡Entrégale toda tu leche a tu alumna favorita y aquí mismo, en el aula y sobre tu mesa! ¡Riégame entera hasta que tu zumo blanco rebose de mi sexo porque ya no pueda tragar más! ¡Ahhhh....! ¡Así, sigue....! ¡Conviérteme en tu puta, profesor!- gritó Patricia cercana a alcanzar el éxtasis.

Alentado por estas palabras, empujé con fuerza un par de veces más y mi glande explotó, dejando escapar varios chorros enérgicos de semen que salieron disparados, perdiéndose dentro del coño de Patricia. No saqué mi pene hasta que no solté todo mi esperma dentro. Justo al extraerlo, la joven gritó:

  • ¡Dios...! ¡Arrrggghhhhh..!¡Yaaaa....ya......!

Se levantó un poco y del chocho de Patricia empezó a manar un interminable y caliente chorro, que regó mi cara, mi torso y toda mi entrepierna. Mi alumna no paraba de gemir, mientras la corriente de líquido continuaba salpicándome por completo hasta que fue menguando en fuerza e intensidad y, finalmente, se cortó.

Los dos quedamos exhaustos, pero yo quería más: no deseaba que aquello terminase todavía. Aún jadeante y con la respiración entrecortada, me levanté buscando el culo de Patricia. Sin embargo, ella me detuvo:

  • Tranquilo, profesor. Cada cosa a su tiempo. ¿Te gusta mucho mi culito, verdad? Lo he notado con creces. Sé cómo lo miras en cuanto tienes oportunidad. Por eso creo que se merece una larga y buena follada, acorde con su espectacularidad, sin prisas, para que puedas deleitarte y complacerme. Ahora se empieza a hacer tarde y pronto comenzarán las clases vespertinas. No querrás que nos pillen aquí en plena faena, ¿verdad?

Mi alumna tenía razón: el tiempo había pasado volando y no podíamos permanecer en aquel lugar. Así que, tras dedicarnos unos besos y caricias, empezamos a vestirnos.

  • ¿Buscas tal vez esto, profesor?- me preguntó con mi slip azul en la mano.
  • Justo eso era lo que buscaba- respondí con cierta ingenuidad.
  • Lo lamento, pero me parece que lo confiscaré y me lo llevaré a casa. ¡Algo tendré que usar para excitarme más cuando piense en ti y me vea obligada a masturbarme! Además, será mi trofeo por nuestra primera follada. Y te aseguro que no será la última- comentó.

Tuve que ponerme directamente el pantalón, que no tardó en mancharse por delante debido a los restos de semen que aún poblaban mi glande.

Antes de despedirnos y de abandonar de prisa el aula, Patricia me indicó que pronto tendría nuevas e “interesantes” noticias de ella. Y lo cumplió a rajatabla, mandándome ese mensaje del que hablé al principio. ¿Su contenido? Quiere que el próximo fin de semana, el sábado, vaya a su casa a follarle el culo. Su madre estará de viaje y tendrá toda la casa para ella.
Temblé al leerlo. La idea de meterme en su vivienda, en su habitación y en su cama hizo que mis piernas se reblandecieran automáticamente. Pero ya le he contestado y la repuesta ha sido que vaya preparando y abriendo su tremendo y deseado culo.





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