EL
MONITOR DEPORTIVO
A
base de tanto insistir, al final mi vecina madura se salió con las
suyas. Llevaba semanas dándome la lata con el hecho de que quería
empezar a ponerse en forma y a recuperar un poco la figura que había
perdido tras los excesos navideños. Sabía que yo practicaba
deporte, pues me había visto muchas veces por las escaleras del
bloque cuando iba a correr o cuando regresaba de hacerlo.
Un
sábado por la mañana que yo volvía a casa tras una hora de carrera
por el parque, coincidió conmigo en la entrada del bloque y se puso
pesada de nuevo con su afán por empezar con el ejercicio. Me lanzó
varias indirectas de que si yo no conocería a alguien que pudiera
ayudarla y enseñarle algún programa de rutina deportiva que le
viniese bien, que no podía permitirse el lujo de pagarle a un
preparador personal profesional que fuera a su casa....Me pilló en
un momento débil y eso, junto con el deseo de quitármela de encima
y de poder darme una ducha, hizo que me ofreciera a ir a su casa para
mostrarle algunos ejercicios y prepararle algún plan de
entrenamiento. Quedé con ella para el lunes siguiente por la tarde a
las ocho. Me percaté de que, mientras habíamos estado hablando,
Luna, que así se llamaba mi vecina, me había mirado varias veces la
entrepierna sin ningún tipo de pudor observando así mi paquete, que
se ocultaba sin ropa interior bajo unas ceñidas mallas grises de
atletismo y empapadas de sudor.
Unas
horas más tarde sonó el timbre de la puerta de casa. Era Luna:
había ido a un centro comercial para comprar ropa deportiva y quería
mostrármela para saber si era adecuada, pues ella no entendía de
ese tipo de prendas. Había adquirido dos equipaciones: un top y unas
mallas largas negras y otras del mismo modelo pero en rosa. Me dijo
que se las había probado y que creía que le quedaban bien, que se
había fijado en las que yo usaba para correr y que le quedaban igual
de ceñidas que a mí. Le di mi aprobación y le comenté que esas
prendas le servirían perfectamente. Me dio las gracias y se marchó
a su casa no sin antes recordarme nuestra cita del lunes.
A
la hora fijada de ese lunes llamé a la puerta de mi vecina. Había
dudado si ponerme un pantalón deportivo más amplio, ya que recordé
las miradas de la mujer a mi entrepierna. Pero al final opté por
usar las mismas mallas del sábado: cuando me estaba poniendo la ropa
de deporte, empecé a excitarme precisamente por recordar la forma en
que me miró Luna. Jamás me había sentido atraído por ella, ni
siquiera me había llamado la atención físicamente, sin embargo el
hecho de que se fijase de aquella manera en mi bulto, hizo que me
calentase. Tengo que reconocer que comencé a imaginarme cómo le
quedarían puestas aquellas prendas que me mostró y que, al
pensarlo, mi temperatura interior subió de golpe. Luna me abrió la
puerta y, tras saludarme, me hizo pasar. Llevaba el conjunto rosa y
le quedaba increíble: el top le cubría sólo hasta la mitad de su
torso. Siempre la había visto vestida con ropa amplia y hasta aquel
día no me di cuenta de las dos grandes tetas que tenía mi vecina.
Estaban
aprisionadas bajo aquel ceñido top que dejaba ver un generoso
escote. Los dos pezones de la mujer, marcados con nitidez, parecían
querer abrirse paso a través del tejido y encontrar así una
escapatoria. Mientras seguía a Luna hasta la habitación a la que me
conducía, me deleité observando su rotundo trasero envuelto en
aquella licra rosa. La forma preciosa de las dos nalgas se dibujaba a
través de las mallas y la raja del culo se marcaba a la perfección
y se tragaba con el caminar parte de la prenda. Sin darme cuenta me
empalmé y mi polla se endureció casi por completo.
Llegamos
a la habitación y me sorprendió que hubiese allí varios aparatos
de ejercicios: una bicicleta estática, una cinta de correr y un
banco de abdominales. Luna me dijo que eran de su ex marido, pero que
ella nunca los había usado hasta el momento. No quería que la mujer
se percatara de mi estado de excitación, así que intentaba colocar
con disimulo mis manos delante de mi entrepierna para taparla. Pero
fue un grave error: mi vecina se dio cuenta de que mi postura no era
nada natural y empezó a sospechar el motivo de esa posición de las
manos. Me pidió amablemente que, ahora que ya sabía los aparatos de
los que disponía, le intentara preparar una especie de planificación
de ejercicios para poder llevarlo a cabo durante la semana y que le
mostrase de forma práctica algunos de esos ejercicios. Me extendió
entonces una especie de bloc de notas y un bolígrafo para que le
anotase tranquilamente dicha planificación y no me quedó más
remedio que apartar las manos de mi entrepierna. Inmediatamente la
mujer me la miró y vi los ojos y la expresión de asombro que puso
al comprobar mi estado de excitación. Luego esbozó una ligera
sonrisa de satisfacción y se acercó un poco más a mí. Contemplé
cómo la raja de su coño y sus dos labios vaginales se le marcaban
en la parte delantera de las mallas. Nervioso, escribí como pude el
plan de entrenamiento para la mujer, mientras observaba de reojo cómo
ella no perdía detalle de cómo mi miembro terminaba definitivamente
de empalmarse en su máxima plenitud. Le entregué el bloc y me
dispuse a mostrarle cómo debía usar la bicicleta estática.
Me
senté sobre el sillín y, mientras le decía la postura que debía
mantener sobre la bici, la altura a la que debería poner el sillín
y algunos consejos más, comencé a pedalear para demostrárselo.
Luna estaba situada delante de mí y observaba con mucha atención.
Pero no precisamente lo referido a la posición sobre el aparato: lo
que miraba sin apartar los ojos era el movimiento de mi tiesa y
maciza verga con cada una de las pedaladas. Observé cómo se mordía
los labios de placer y, al bajar mi mirada a su entrepierna, comprobé
que un pequeño cerco de humedad mojaba las mallas. Mi vecina se
encontraba igual o más excitada que yo.
Sin
mediar palabra se acercó lentamente a mí, mirándome fijamente a
los ojos. No tardé en sentir su mano acariciando mi paquete sobre mi
prenda deportiva. Luna trataba de envolver con la mano mis bolas y mi
polla pero le resultaba imposible por la longitud que había
adquirido ésta. Me apresuré a quitarle el top y a dejar al aire
aquellas dos preciosas y grandes tetas con unos pezones marrones muy
oscuros, que sobresalían tremendamente de las aureolas de idéntico
tono marrón. Mientras la mujer introducía su mano dentro de mis
mallas en busca de mi polla, yo comencé a masajearle y a sobarle con
todas mis ganas los tremendos senos. Ella no tardó en hallar mi
erguido miembro y en empezar a agitarlo. Me levanté de la bicicleta
y Luna me bajó bruscamente las mallas hasta los tobillos. Blandía
mi tieso rabo en su mano como un trofeo de guerra, con el rosado
glande ya fuera y mojado. La mancha de humedad en la entrepierna de
mi vecina se había extendido, abarcando ya toda la zona de su coño.
Totalmente
fuera de mí, le quité a la mujer las zapatillas deportivas y de un
fuerte tirón le bajé las mallas hasta sacárselas por los pies.
Hice que se reclinase y que apoyase los brazos sobre el sillín de la
bicicleta, poniéndose con el culo en pompa. Le separé un poco las
piernas y ante mí apareció una perfecta vista trasera del sexo de
la mujer con aquellos dos carnosos y goteantes labios vaginales. Rocé
con la punta de mi pene las nalgas blancas de mi vecina y la raja del
culo, y fui dirigiendo mi pene pausadamente hasta la entrada del
coño. De una certera y seca embestida le clavé dentro todo mi falo,
provocando un enorme gemido en la mujer. Ya no paré. Impulsándome
con mis caderas y con el culo, comencé a bombear dentro de aquel
caliente y maduro sexo que destilaba continuamente gotas de flujo que
chorreaban por los muslos de Luna. Con mis manos apretándole las
tetas, aceleré todavía más, metiendo y sacando mi polla una y otra
vez a una velocidad endiablada y provocando que en la habitación
retumbasen los gemidos de Luna y míos entremezclados. Tras cuatro
vehementes embestidas más, Luna explotó de placer alcanzando el
orgasmo y haciéndome sentir todo su temblor. Yo aguanté unos
instantes más hasta que de la punta de mi polla salieron disparados
varios chorros de leche caliente que inundaron el coño de mi vecina
hasta hacerlo rebosar.
Aquella
tarde terminé de enseñarle los restantes ejercicios a Luna ya en
una sesión de deporte nudista que comenzaría a repetirse tres
tardes a la semana: lunes, miércoles y sábados.
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