3 de febrero de 2016

EL MONITOR DEPORTIVO

                                              EL MONITOR DEPORTIVO


A base de tanto insistir, al final mi vecina madura se salió con las suyas. Llevaba semanas dándome la lata con el hecho de que quería empezar a ponerse en forma y a recuperar un poco la figura que había perdido tras los excesos navideños. Sabía que yo practicaba deporte, pues me había visto muchas veces por las escaleras del bloque cuando iba a correr o cuando regresaba de hacerlo.

Un sábado por la mañana que yo volvía a casa tras una hora de carrera por el parque, coincidió conmigo en la entrada del bloque y se puso pesada de nuevo con su afán por empezar con el ejercicio. Me lanzó varias indirectas de que si yo no conocería a alguien que pudiera ayudarla y enseñarle algún programa de rutina deportiva que le viniese bien, que no podía permitirse el lujo de pagarle a un preparador personal profesional que fuera a su casa....Me pilló en un momento débil y eso, junto con el deseo de quitármela de encima y de poder darme una ducha, hizo que me ofreciera a ir a su casa para mostrarle algunos ejercicios y prepararle algún plan de entrenamiento. Quedé con ella para el lunes siguiente por la tarde a las ocho. Me percaté de que, mientras habíamos estado hablando, Luna, que así se llamaba mi vecina, me había mirado varias veces la entrepierna sin ningún tipo de pudor observando así mi paquete, que se ocultaba sin ropa interior bajo unas ceñidas mallas grises de atletismo y empapadas de sudor.

Unas horas más tarde sonó el timbre de la puerta de casa. Era Luna: había ido a un centro comercial para comprar ropa deportiva y quería mostrármela para saber si era adecuada, pues ella no entendía de ese tipo de prendas. Había adquirido dos equipaciones: un top y unas mallas largas negras y otras del mismo modelo pero en rosa. Me dijo que se las había probado y que creía que le quedaban bien, que se había fijado en las que yo usaba para correr y que le quedaban igual de ceñidas que a mí. Le di mi aprobación y le comenté que esas prendas le servirían perfectamente. Me dio las gracias y se marchó a su casa no sin antes recordarme nuestra cita del lunes.

A la hora fijada de ese lunes llamé a la puerta de mi vecina. Había dudado si ponerme un pantalón deportivo más amplio, ya que recordé las miradas de la mujer a mi entrepierna. Pero al final opté por usar las mismas mallas del sábado: cuando me estaba poniendo la ropa de deporte, empecé a excitarme precisamente por recordar la forma en que me miró Luna. Jamás me había sentido atraído por ella, ni siquiera me había llamado la atención físicamente, sin embargo el hecho de que se fijase de aquella manera en mi bulto, hizo que me calentase. Tengo que reconocer que comencé a imaginarme cómo le quedarían puestas aquellas prendas que me mostró y que, al pensarlo, mi temperatura interior subió de golpe. Luna me abrió la puerta y, tras saludarme, me hizo pasar. Llevaba el conjunto rosa y le quedaba increíble: el top le cubría sólo hasta la mitad de su torso. Siempre la había visto vestida con ropa amplia y hasta aquel día no me di cuenta de las dos grandes tetas que tenía mi vecina.

Estaban aprisionadas bajo aquel ceñido top que dejaba ver un generoso escote. Los dos pezones de la mujer, marcados con nitidez, parecían querer abrirse paso a través del tejido y encontrar así una escapatoria. Mientras seguía a Luna hasta la habitación a la que me conducía, me deleité observando su rotundo trasero envuelto en aquella licra rosa. La forma preciosa de las dos nalgas se dibujaba a través de las mallas y la raja del culo se marcaba a la perfección y se tragaba con el caminar parte de la prenda. Sin darme cuenta me empalmé y mi polla se endureció casi por completo.

Llegamos a la habitación y me sorprendió que hubiese allí varios aparatos de ejercicios: una bicicleta estática, una cinta de correr y un banco de abdominales. Luna me dijo que eran de su ex marido, pero que ella nunca los había usado hasta el momento. No quería que la mujer se percatara de mi estado de excitación, así que intentaba colocar con disimulo mis manos delante de mi entrepierna para taparla. Pero fue un grave error: mi vecina se dio cuenta de que mi postura no era nada natural y empezó a sospechar el motivo de esa posición de las manos. Me pidió amablemente que, ahora que ya sabía los aparatos de los que disponía, le intentara preparar una especie de planificación de ejercicios para poder llevarlo a cabo durante la semana y que le mostrase de forma práctica algunos de esos ejercicios. Me extendió entonces una especie de bloc de notas y un bolígrafo para que le anotase tranquilamente dicha planificación y no me quedó más remedio que apartar las manos de mi entrepierna. Inmediatamente la mujer me la miró y vi los ojos y la expresión de asombro que puso al comprobar mi estado de excitación. Luego esbozó una ligera sonrisa de satisfacción y se acercó un poco más a mí. Contemplé cómo la raja de su coño y sus dos labios vaginales se le marcaban en la parte delantera de las mallas. Nervioso, escribí como pude el plan de entrenamiento para la mujer, mientras observaba de reojo cómo ella no perdía detalle de cómo mi miembro terminaba definitivamente de empalmarse en su máxima plenitud. Le entregué el bloc y me dispuse a mostrarle cómo debía usar la bicicleta estática.

Me senté sobre el sillín y, mientras le decía la postura que debía mantener sobre la bici, la altura a la que debería poner el sillín y algunos consejos más, comencé a pedalear para demostrárselo. Luna estaba situada delante de mí y observaba con mucha atención. Pero no precisamente lo referido a la posición sobre el aparato: lo que miraba sin apartar los ojos era el movimiento de mi tiesa y maciza verga con cada una de las pedaladas. Observé cómo se mordía los labios de placer y, al bajar mi mirada a su entrepierna, comprobé que un pequeño cerco de humedad mojaba las mallas. Mi vecina se encontraba igual o más excitada que yo.

Sin mediar palabra se acercó lentamente a mí, mirándome fijamente a los ojos. No tardé en sentir su mano acariciando mi paquete sobre mi prenda deportiva. Luna trataba de envolver con la mano mis bolas y mi polla pero le resultaba imposible por la longitud que había adquirido ésta. Me apresuré a quitarle el top y a dejar al aire aquellas dos preciosas y grandes tetas con unos pezones marrones muy oscuros, que sobresalían tremendamente de las aureolas de idéntico tono marrón. Mientras la mujer introducía su mano dentro de mis mallas en busca de mi polla, yo comencé a masajearle y a sobarle con todas mis ganas los tremendos senos. Ella no tardó en hallar mi erguido miembro y en empezar a agitarlo. Me levanté de la bicicleta y Luna me bajó bruscamente las mallas hasta los tobillos. Blandía mi tieso rabo en su mano como un trofeo de guerra, con el rosado glande ya fuera y mojado. La mancha de humedad en la entrepierna de mi vecina se había extendido, abarcando ya toda la zona de su coño.

Totalmente fuera de mí, le quité a la mujer las zapatillas deportivas y de un fuerte tirón le bajé las mallas hasta sacárselas por los pies. Hice que se reclinase y que apoyase los brazos sobre el sillín de la bicicleta, poniéndose con el culo en pompa. Le separé un poco las piernas y ante mí apareció una perfecta vista trasera del sexo de la mujer con aquellos dos carnosos y goteantes labios vaginales. Rocé con la punta de mi pene las nalgas blancas de mi vecina y la raja del culo, y fui dirigiendo mi pene pausadamente hasta la entrada del coño. De una certera y seca embestida le clavé dentro todo mi falo, provocando un enorme gemido en la mujer. Ya no paré. Impulsándome con mis caderas y con el culo, comencé a bombear dentro de aquel caliente y maduro sexo que destilaba continuamente gotas de flujo que chorreaban por los muslos de Luna. Con mis manos apretándole las tetas, aceleré todavía más, metiendo y sacando mi polla una y otra vez a una velocidad endiablada y provocando que en la habitación retumbasen los gemidos de Luna y míos entremezclados. Tras cuatro vehementes embestidas más, Luna explotó de placer alcanzando el orgasmo y haciéndome sentir todo su temblor. Yo aguanté unos instantes más hasta que de la punta de mi polla salieron disparados varios chorros de leche caliente que inundaron el coño de mi vecina hasta hacerlo rebosar.

Aquella tarde terminé de enseñarle los restantes ejercicios a Luna ya en una sesión de deporte nudista que comenzaría a repetirse tres tardes a la semana: lunes, miércoles y sábados.



No hay comentarios:

Publicar un comentario