26 de febrero de 2016

DIARIO DE UN PROFESOR ACOSADO (9)

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Lentas, muy lentas pasaron las horas de hoy lunes por la mañana. Sabía que eso ocurriría, pero jamás imaginé que llegaría a ser así. Ahora aquí, en casa, ya más relajado, dedicaré unos minutos a plasmar por escrito lo sucedido con mi alumna Patricia.

Desde que salí de mi domicilio notaba en mi polla a cada paso que daba el roce del aro negro que viene integrado en el slip de rejilla azul. No quise meter mi verga por dicho aro, pues preferí cederle los honores a Patricia, cuando llegara la hora de nuestro encuentro. El contacto que se producía en la piel de mi pene hacía que pensase a cada instante en mi alumna, de forma que no me la pude quitar de la cabeza en toda la mañana. Sentía el slip constantemente húmedo, pues la punta de mi miembro no dejaba de segregar flujos, que empapaban el tejido de la minúscula prenda interior y que atravesaban las perforaciones en forma de rejillas, manchando mi pantalón. Afortunadamente fui previsor y llevaba puesto un jeans vaquero de color negro para que las previsibles manchas que se produjesen no fueran percibidas por nadie.

Las horas de clase iban pasando de forma monótona y pesadas como losas: como un autómata explicaba el tema correspondiente y realizaba los respectivos ejercicios. Conforme avanzaba la mañana me sentía más nervioso y notaba un creciente nudo en mi estómago. Fui incapaz de desayunar nada en el breve descanso de media mañana y aproveché mi falta de apetito para comunicarle al conserje que me quedaría en el aula tras la última hora de clase para aclararle unas dudas a una alumna que había faltado los últimos días y andaba algo despistada en la materia. Con esa mentira pude conseguir que me diera la llave del aula y el acuerdo de que yo cerraría tras concluir la reunión con mi alumna. El principal escollo, conseguir la llave del aula, ya estaba salvado.
Antes de la reanudación de las clases, me dirigí al servicio para orinar. No sé si Patricia me había estado vigilando o fue pura casualidad, pero cuando iba a entrar en el aseo para hombres, escuché detrás de mí la voz de mi alumna:

- Profesor, buenos días. Ya queda muy poco para su clase.

Me giré y la vi: iba acompañada por otra compañera pero que no es alumna mía. Me impresioné al contemplar la vestimenta de Patricia: una camiseta roja anudada por encima del ombligo y las mallas negras rasgadas del sexshop. Unos zapatos rojiblancos con tacón en forma de cuña completaban su vestuario. Había cumplido su “amenaza” de ir con esas mallas ceñidísimas y tan provocativas a clase. De la impresión que me llevé, no me dio tiempo a fijarme en nada más. Tanto ella como su amiga entraron en el servicio de las chicas, situado al lado del masculino. Al pasar junto a mí y con mucho disimulo, Patricia abrió su mano derecha y me mostró la bala vibradora. A través de ese gesto me dejó bien claro a lo que iba al servicio: estaba a punto de metérsela en su coño. Justo entonces me introduje la mano en el bolsillo del pantalón y me aseguré de no haber olvidado el pequeño mando a distancia para la bala. Al salir del aseo no me volví a topar con Patricia y supuse que aún seguía dentro dedicada a sus menesteres. Debo reconocer que estuve a punto de activar el botón del mando, pero desistí de esa pequeña travesura: quería respetar el acuerdo establecido con mi alumna de estrenarlo en el aula de clase.

Y, una hora después, al fin llegó ese momento. Última clase del día y era el turno para el grupo de Patricia. Respiré hondo antes de entrar en el aula. Lo primero que hice fue saludar a los alumnos presentes y luego buscar con la mirada a Patricia. Me sorprendió su ausencia. Algo extrañado comencé con la explicación del tema que tocaba ese día. Transcurridos unos instantes, mi alumna continuaba sin aparecer y empecé a preocuparme. ¿Se habría arrepentido del juego previsto? ¿Formaría parte de una nueva estratagema para ponerme más ansioso? Con estas dudas en mi mente, seguí moviéndome en la pizarra. El roce del aro se notaba ahora más intenso que nunca. Quizás era algo psicológico, pero lo notaba mucho más intenso al contactar con mi polla y con mis testículos. Al girarme hacia mis alumnos tras escribir un esquema en la pizarra, hizo acto de presencia Patricia. Reconozco que respiré aliviado, pues no quería posponer nuestro juego para otro día después de todo por lo que había pasado. La joven entró contoneando su cuerpo, sabedora de que era el centro de mis miradas y de algún que otro alumno que la observaba atónito. Vi cómo me sonrió ligeramente mientras caminaba hasta el fondo del aula. No pude evitar clavar mis ojos en el culo de la joven: las mallas le quedaban increíblemente perfectas y ajustadas, como una segunda piel. La espectacular forma de las nalgas quedaba nítidamente dibujada bajo la licra, que se enterraba por la raja que separa ambos glúteos. El blanco tono de piel del trasero se transparentaba lo suficiente como para saber que debajo no llevaba ropa interior alguna. Antes de que alcanzara su asiento en la última fila, mi pene ya había reaccionado ante ese delicioso estímulo visual y comenzó a palpitar y a agrandarse. Estaba convencido de que Patty había optado hoy por sentarse al final del aula de forma premeditada, como parte de su plan. Se había retrasado casi 15 minutos y si ella se creía muy lista “torturándome” de esa manera, yo también podía serlo y ya tendría ocasión de devolverle la jugada.

Después de unos instantes, templé los nervios y terminé de explicar el tema. Quedaba media hora de clase e iba a dedicarla a ejercicios. Tras indicarles a los alumnos cuáles íbamos a realizar, me callé y dejé que los trabajaran en silencio. Deberían entregármelos al final de la clase.
Mi corazón comenzó a acelerarse: todos los alumnos escribían menos Patricia. No dejaba de mirarme, alternando la atención de sus verdes ojos entre mi rostro y mi paquete. Mi pene estaba semierecto y sabía de sobra que el bulto bajo el pantalón era ya evidente. Fue entonces cuando Patricia levantó la mano fingiendo tener una duda. Recorrí metro a metro la distancia que me separaba de ella hasta que llegué a su posición.

  • ¿Tienes alguna duda?- le pregunté en voz baja.
  • Sí, una muy importante- contestó llevándose su mano derecha a la entrepierna.
  • ¿A qué espera mi profesor para usar cierto mando?- me preguntó sigilosamente tocándose su sexo sobre las ajustadas mallas negras.

Tras unos segundos de tocamientos la apartó y pude ver cómo los labios vaginales se le marcaban claramente y cómo una mancha de humedad, que al principio era minúscula, se extendía por la licra cada vez más. Además, un pequeño bultito sobresalía, evidenciando la presencia de algún objeto dentro del coño de la joven. Varios latigazos de excitación provocaron que mi verga ganase más grosor todavía y aumentase la hinchazón, cosa que no pasó desapercibida para mi atenta alumna. Extendió hacia mi paquete la misma mano con la que antes se había tocado y comenzó a masajearlo suavemente. De repente cerró la mano y me apretó todo el bulto. Lancé un pequeño gemido, que provocó que varios alumnos giraran la cabeza. Tuve que disimular y empecé a carraspear a toser hasta que todos volvieron a centrarse en los ejercicios. Miré con ojos acusadores a Patricia, que sonreía complacida por lo sucedido.

Me alejé unos pasos en dirección a mi mesa, metí la mano en el bolsillo y extraje al fin el pequeño mando. Rocé varias veces el botón de acción hasta que me decidí a pulsarlo de verdad. Con fuerza lo apreté durante varios segundos de forma ininterrumpida. Giré la cabeza hacia Patricia y observé cómo daba un respingo en la silla, sorprendida por las vibraciones que estaba recibiendo en su chochete. El artilugio funcionaba, eso era más que evidente. Dejé de pulsar el botón durante un brevísimo lapso de tiempo y luego lo apreté otra vez: mi alumna movía y apretaba las piernas tratando de soportar así mejor los efectos del juguete. Ahora era yo el que tenía la sartén por el mango y podía controlar la situación. Mi dedo continuaba presionando el botón de forma intermitente: unas veces un poco más largas, otras con pocos segundos de descanso entre apretón y apretón.
El rostro de Patricia reflejaba al mismo tiempo placer y cierto “sufrimiento”, pues la chica contenía a duras penas los gemidos. Vi cómo se mordía el labio inferior con los dientes, cómo su cuerpo temblaba con cada espasmo. Poco a poco se acercaba el final de la clase. Dejé pulsado el botón y me aproximé de nuevo hacia la joven. Sin despegar el dedo del mando, le pregunté a Patricia si seguía teniendo dudas con el ejercicio. No podía ni abrir la boca para responder. Con su mano intentó varias veces que apartase la mía del mando, pero no lo consiguió. Yo seguía haciendo que la bala vibrase de forma ininterrumpida en su coño, sin tener compasión alguna. Las mejillas de la joven empezaron a sonrosarse primero, luego a enrojecerse. Me puse en el ángulo adecuado para poder verle la entrepierna: se apreciaba la vibración del bultito del juguete que se marcaba en las mallas. Me encantó esa visión de la que estaba gozando. Me congratulé al ver cómo la licra negra estaba con un gran cerco de humedad y manchado de un viscoso flujo blanco, que delataba el alto grado de excitación de Patricia. Me incliné hasta situar mi boca pegada al oído de la joven y le susurré:

  • ¿Sabes que no pienso parar, verdad? Voy a hacer que te corras aquí mismo, antes de que termine la clase, en presencia de todos tus compañeros.

Cerró los ojos y los apretó, aguantando el incremento que le di a la intensidad de la vibración de la bala. Solté un par de segundos el botón y le otorgué un breve respiro a la joven antes del asalto final: proporcioné la máxima vibración posible y dejé mi dedo pegado al mando. Gotas de sudor inundaron la frente de mi alumna y resbalaban lentamente por su cara. Su vientre y su ombligo estaban también cubiertos por una fina película de humedad y brillaban bajo los efectos de la luz del aula. Patricia se encontraba a punto de llegar al clímax: con una de sus manos se tapó con fuerza la boca y con la otra se agarró a mi antebrazo apretándolo enérgicamente casi hasta provocarme dolor.

Veía cómo el cuerpo de la joven no paraba de moverse cada vez más por las sacudidas de placer y cómo Patricia respiraba agitada aunque silenciosamente debido a la presión que su mano ejercía sobre la boca. Me dio tiempo todavía de observar que la mancha de humedad en la entrepierna de la joven se había extendido de forma exagerada, justo antes de que Patricia alcanzara el orgasmo en plena clase.

  • Excelente alumna, aunque hoy me has dejado el ejercicio en blanco. Creo que deberás quedarte al final de la hora para hacerlo completo- le comenté en voz baja al oído, mientras ella seguía aún bajo los efectos de su corrida.

Me guardé el mando en el bolsillo, le retiré a mi alumna el papel del ejercicio sin realizar y fui mesa por mesa recogiendo los de los demás estudiantes, que fueron abandonando poco a poco el aula tras despedirse de mí. Detrás, sentada en la última fila, con la cara roja, sudorosa, con los pezones marcados totalmente sobre la camiseta y con las mallas mojadas, permanecía Patricia recuperándose del trabajo perfecto hecho a la limón por la bala y por mi dedo sobre el mando. Bajo el pantalón y el provocativo slip azul, mi polla estaba durísima, como un auténtico palo. Al fin había llegado el momento de liberarla.
Guardé todos los ejercicios en mi carpeta, me acerqué a la puerta y la cerré con llave. Patricia se levantó de su asiento y caminó de manera sexy hasta mi mesa. Se sentó sobre ella y yo me aproximé sin dejar de mirarla, hasta que me situé con mi cuerpo pegado al suyo. Seguro que ella podía oler el aroma a sexo masculino que desprendía la mancha de mi pantalón.

Lo que ocurrió a partir de ahí lo escribiré más tarde. Ahora está sonando el teléfono y es Patricia: ha llegado un mensaje. ¿Será que quiere más de lo que tuvimos esta mañana?


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