DIARIO DE
UN PROFESOR ACOSADO (9)
Lentas,
muy lentas pasaron las horas de hoy lunes por la mañana. Sabía que
eso ocurriría, pero jamás imaginé que llegaría a ser así. Ahora
aquí, en casa, ya más relajado, dedicaré unos minutos a plasmar
por escrito lo sucedido con mi alumna Patricia.
Desde
que salí de mi domicilio notaba en mi polla a cada paso que daba el
roce del aro negro que viene integrado en el slip de rejilla azul. No
quise meter mi verga por dicho aro, pues preferí cederle los honores
a Patricia, cuando llegara la hora de nuestro encuentro. El contacto
que se producía en la piel de mi pene hacía que pensase a cada
instante en mi alumna, de forma que no me la pude quitar de la cabeza
en toda la mañana. Sentía el slip constantemente húmedo, pues la
punta de mi miembro no dejaba de segregar flujos, que empapaban el
tejido de la minúscula prenda interior y que atravesaban las
perforaciones en forma de rejillas, manchando mi pantalón.
Afortunadamente fui previsor y llevaba puesto un jeans vaquero de
color negro para que las previsibles manchas que se produjesen no
fueran percibidas por nadie.
Las
horas de clase iban pasando de forma monótona y pesadas como losas:
como un autómata explicaba el tema correspondiente y realizaba los
respectivos ejercicios. Conforme avanzaba la mañana me sentía más
nervioso y notaba un creciente nudo en mi estómago. Fui incapaz de
desayunar nada en el breve descanso de media mañana y aproveché mi
falta de apetito para comunicarle al conserje que me quedaría en el
aula tras la última hora de clase para aclararle unas dudas a una
alumna que había faltado los últimos días y andaba algo despistada
en la materia. Con esa mentira pude conseguir que me diera la llave
del aula y el acuerdo de que yo cerraría tras concluir la reunión
con mi alumna. El principal escollo, conseguir la llave del aula, ya
estaba salvado.
Antes
de la reanudación de las clases, me dirigí al servicio para orinar.
No sé si Patricia me había estado vigilando o fue pura casualidad,
pero cuando iba a entrar en el aseo para hombres, escuché detrás de
mí la voz de mi alumna:
-
Profesor, buenos días. Ya queda muy poco para su clase.
Me
giré y la vi: iba acompañada por otra compañera pero que no es
alumna mía. Me impresioné al contemplar la vestimenta de Patricia:
una camiseta roja anudada por encima del ombligo y las mallas negras
rasgadas del sexshop. Unos zapatos rojiblancos con tacón en forma
de cuña completaban su vestuario. Había cumplido su “amenaza”
de ir con esas mallas ceñidísimas y tan provocativas a clase. De la
impresión que me llevé, no me dio tiempo a fijarme en nada más.
Tanto ella como su amiga entraron en el servicio de las chicas,
situado al lado del masculino. Al pasar junto a mí y con mucho
disimulo, Patricia abrió su mano derecha y me mostró la bala
vibradora. A través de ese gesto me dejó bien claro a lo que iba al
servicio: estaba a punto de metérsela en su coño. Justo entonces me
introduje la mano en el bolsillo del pantalón y me aseguré de no
haber olvidado el pequeño mando a distancia para la bala. Al salir
del aseo no me volví a topar con Patricia y supuse que aún seguía
dentro dedicada a sus menesteres. Debo reconocer que estuve a punto
de activar el botón del mando, pero desistí de esa pequeña
travesura: quería respetar el acuerdo establecido con mi alumna de
estrenarlo en el aula de clase.
Y,
una hora después, al fin llegó ese momento. Última clase del día
y era el turno para el grupo de Patricia. Respiré hondo antes de
entrar en el aula. Lo primero que hice fue saludar a los alumnos
presentes y luego buscar con la mirada a Patricia. Me sorprendió su
ausencia. Algo extrañado comencé con la explicación del tema que
tocaba ese día. Transcurridos unos instantes, mi alumna continuaba
sin aparecer y empecé a preocuparme. ¿Se habría arrepentido del
juego previsto? ¿Formaría parte de una nueva estratagema para
ponerme más ansioso? Con estas dudas en mi mente, seguí moviéndome
en la pizarra. El roce del aro se notaba ahora más intenso que
nunca. Quizás era algo psicológico, pero lo notaba mucho más
intenso al contactar con mi polla y con mis testículos. Al girarme
hacia mis alumnos tras escribir un esquema en la pizarra, hizo acto
de presencia Patricia. Reconozco que respiré aliviado, pues no
quería posponer nuestro juego para otro día después de todo por lo
que había pasado. La joven entró contoneando su cuerpo, sabedora de
que era el centro de mis miradas y de algún que otro alumno que la
observaba atónito. Vi cómo me sonrió ligeramente mientras caminaba
hasta el fondo del aula. No pude evitar clavar mis ojos en el culo de
la joven: las mallas le quedaban increíblemente perfectas y
ajustadas, como una segunda piel. La espectacular forma de las nalgas
quedaba nítidamente dibujada bajo la licra, que se enterraba por la
raja que separa ambos glúteos. El blanco tono de piel del trasero se
transparentaba lo suficiente como para saber que debajo no llevaba
ropa interior alguna. Antes de que alcanzara su asiento en la última
fila, mi pene ya había reaccionado ante ese delicioso estímulo
visual y comenzó a palpitar y a agrandarse. Estaba convencido de que
Patty había optado hoy por sentarse al final del aula de forma
premeditada, como parte de su plan. Se había retrasado casi 15
minutos y si ella se creía muy lista “torturándome” de esa
manera, yo también podía serlo y ya tendría ocasión de devolverle
la jugada.
Después
de unos instantes, templé los nervios y terminé de explicar el
tema. Quedaba media hora de clase e iba a dedicarla a ejercicios.
Tras indicarles a los alumnos cuáles íbamos a realizar, me callé y
dejé que los trabajaran en silencio. Deberían entregármelos al
final de la clase.
Mi
corazón comenzó a acelerarse: todos los alumnos escribían menos
Patricia. No dejaba de mirarme, alternando la atención de sus verdes
ojos entre mi rostro y mi paquete. Mi pene estaba semierecto y sabía
de sobra que el bulto bajo el pantalón era ya evidente. Fue entonces
cuando Patricia levantó la mano fingiendo tener una duda. Recorrí
metro a metro la distancia que me separaba de ella hasta que llegué
a su posición.
- ¿Tienes alguna duda?- le pregunté en voz baja.
- Sí, una muy importante- contestó llevándose su mano derecha a la entrepierna.
- ¿A qué espera mi profesor para usar cierto mando?- me preguntó sigilosamente tocándose su sexo sobre las ajustadas mallas negras.
Tras
unos segundos de tocamientos la apartó y pude ver cómo los labios
vaginales se le marcaban claramente y cómo una mancha de humedad,
que al principio era minúscula, se extendía por la licra cada vez
más. Además, un pequeño bultito sobresalía, evidenciando la
presencia de algún objeto dentro del coño de la joven. Varios
latigazos de excitación provocaron que mi verga ganase más grosor
todavía y aumentase la hinchazón, cosa que no pasó desapercibida
para mi atenta alumna. Extendió hacia mi paquete la misma mano con
la que antes se había tocado y comenzó a masajearlo suavemente. De
repente cerró la mano y me apretó todo el bulto. Lancé un pequeño
gemido, que provocó que varios alumnos giraran la cabeza. Tuve que
disimular y empecé a carraspear a toser hasta que todos volvieron a
centrarse en los ejercicios. Miré con ojos acusadores a Patricia,
que sonreía complacida por lo sucedido.
Me
alejé unos pasos en dirección a mi mesa, metí la mano en el
bolsillo y extraje al fin el pequeño mando. Rocé varias veces el
botón de acción hasta que me decidí a pulsarlo de verdad. Con
fuerza lo apreté durante varios segundos de forma ininterrumpida.
Giré la cabeza hacia Patricia y observé cómo daba un respingo en
la silla, sorprendida por las vibraciones que estaba recibiendo en su
chochete. El artilugio funcionaba, eso era más que evidente. Dejé
de pulsar el botón durante un brevísimo lapso de tiempo y luego lo
apreté otra vez: mi alumna movía y apretaba las piernas tratando de
soportar así mejor los efectos del juguete. Ahora era yo el que
tenía la sartén por el mango y podía controlar la situación. Mi
dedo continuaba presionando el botón de forma intermitente: unas
veces un poco más largas, otras con pocos segundos de descanso
entre apretón y apretón.
El
rostro de Patricia reflejaba al mismo tiempo placer y cierto
“sufrimiento”, pues la chica contenía a duras penas los gemidos.
Vi cómo se mordía el labio inferior con los dientes, cómo su
cuerpo temblaba con cada espasmo. Poco a poco se acercaba el final de
la clase. Dejé pulsado el botón y me aproximé de nuevo hacia la
joven. Sin despegar el dedo del mando, le pregunté a Patricia si
seguía teniendo dudas con el ejercicio. No podía ni abrir la boca
para responder. Con su mano intentó varias veces que apartase la mía
del mando, pero no lo consiguió. Yo seguía haciendo que la bala
vibrase de forma ininterrumpida en su coño, sin tener compasión
alguna. Las mejillas de la joven empezaron a sonrosarse primero,
luego a enrojecerse. Me puse en el ángulo adecuado para poder verle
la entrepierna: se apreciaba la vibración del bultito del juguete
que se marcaba en las mallas. Me encantó esa visión de la que
estaba gozando. Me congratulé al ver cómo la licra negra estaba con
un gran cerco de humedad y manchado de un viscoso flujo blanco, que
delataba el alto grado de excitación de Patricia. Me incliné hasta
situar mi boca pegada al oído de la joven y le susurré:
- ¿Sabes que no pienso parar, verdad? Voy a hacer que te corras aquí mismo, antes de que termine la clase, en presencia de todos tus compañeros.
Cerró
los ojos y los apretó, aguantando el incremento que le di a la
intensidad de la vibración de la bala. Solté un par de segundos el
botón y le otorgué un breve respiro a la joven antes del asalto
final: proporcioné la máxima vibración posible y dejé mi dedo
pegado al mando. Gotas de sudor inundaron la frente de mi alumna y
resbalaban lentamente por su cara. Su vientre y su ombligo estaban
también cubiertos por una fina película de humedad y brillaban bajo
los efectos de la luz del aula. Patricia se encontraba a punto de
llegar al clímax: con una de sus manos se tapó con fuerza la boca y
con la otra se agarró a mi antebrazo apretándolo enérgicamente
casi hasta provocarme dolor.
Veía
cómo el cuerpo de la joven no paraba de moverse cada vez más por
las sacudidas de placer y cómo Patricia respiraba agitada aunque
silenciosamente debido a la presión que su mano ejercía sobre la
boca. Me dio tiempo todavía de observar que la mancha de humedad en
la entrepierna de la joven se había extendido de forma exagerada,
justo antes de que Patricia alcanzara el orgasmo en plena clase.
- Excelente alumna, aunque hoy me has dejado el ejercicio en blanco. Creo que deberás quedarte al final de la hora para hacerlo completo- le comenté en voz baja al oído, mientras ella seguía aún bajo los efectos de su corrida.
Me
guardé el mando en el bolsillo, le retiré a mi alumna el papel del
ejercicio sin realizar y fui mesa por mesa recogiendo los de los
demás estudiantes, que fueron abandonando poco a poco el aula tras
despedirse de mí. Detrás, sentada en la última fila, con la cara
roja, sudorosa, con los pezones marcados totalmente sobre la camiseta
y con las mallas mojadas, permanecía Patricia recuperándose del
trabajo perfecto hecho a la limón por la bala y por mi dedo sobre el
mando. Bajo el pantalón y el provocativo slip azul, mi polla estaba
durísima, como un auténtico palo. Al fin había llegado el momento
de liberarla.
Guardé
todos los ejercicios en mi carpeta, me acerqué a la puerta y la
cerré con llave. Patricia se levantó de su asiento y caminó de
manera sexy hasta mi mesa. Se sentó sobre ella y yo me aproximé sin
dejar de mirarla, hasta que me situé con mi cuerpo pegado al suyo.
Seguro que ella podía oler el aroma a sexo masculino que desprendía
la mancha de mi pantalón.
Lo
que ocurrió a partir de ahí lo escribiré más tarde. Ahora está
sonando el teléfono y es Patricia: ha llegado un mensaje. ¿Será
que quiere más de lo que tuvimos esta mañana?
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