POLLA
EN ERUPCIÓN
Sentado
delante de nuestra cama, me dispongo a observar cómo te vas a
masturbar. Hoy no te follaré, sólo haré de espectador. Estás
desnuda, únicamente unas medias negras envuelven con magistral
sensualidad tus preciosas piernas. Todo tu cuerpo está a mi vista:
tus dos turgentes y sinuosos pechos, en cuya cima destacan unos
pezones gruesos y oscuros como granos de café puro, y tu coño
recién depilado, con esos labios carnosos separados por la raja
central que pide ya a gritos ser penetrada. Yo también me encuentro
desnudo y con la mano derecha empiezo a acariciar suavemente mis
bolas, cubiertas de una fina capa de vello castaño, y mi pene que
comienza a dar los primeros síntomas de despertar de su reposo.
Con
impaciencia aguardo el momento en el que decidas qué juguete vas a
emplear para autosatisfacerte y correrte ante mis ojos. Me miras,
sonríes y abres con misterio el cajón donde escondes celosamente
tus objetos de perversión. Metes la mano y extraes el enorme dildo
morado que simula a la perfección un tieso y largo pene
reproduciendo cada uno de los detalles que hay en él. Te llevas el
juguete a la boca, sacas la lengua y lames, traviesa, la redonda
punta del objeto como si se tratara de un dulce caramelo de fresa. La
envuelves con tus labios pintados de coral y recorres luego toda la
superficie con la lengua, dejándola empapada con tu saliva. Empujas
varias veces el juguete de dentro a fuera de tu boca en una
espléndida mamada, mientras que mi mano aprisiona ya mi verga,
secuestrada cual indefenso rehén. Desciendes el dildo por tu cuello
y lo desvías a la derecha buscando el contacto con tu teta. Trazas
varios círculos alrededor acariciando tu piel y luego se produce el
inevitable encuentro entre la cúspide de tu pecho y la del pene
morado. Aprietas tu pezón con él y lo golpeas de manera estudiada
para llevarlo a su máximo grosor.
Muevo
mi mano varias veces de arriba a abajo y desplazo la piel de mi
miembro, que se yergue ya sin remedio. El rojizo y húmedo glande se
abre paso con fuerza y corona mi polla hinchada. Tu juguete se
desliza silencioso resbalando por tu sedosa piel de tono canela y
alcanza la pizpireta esfera de tu ombligo. Pero no se detiene ahí,
no era ése su objetivo: continúa su imparable descenso y se
aproxima a tu sexo. Allí, sobre la raja que brilla por la humedad
que la recubre, hace una breve pausa que se convierte en un calvario
eterno para mí: me haces sufrir unos instantes interminables y yo
mismo contengo también los movimientos manuales sobre mi miembro.
Al
fin, la punta morada del dildo entra en contacto con tu vagina y,
todavía por fuera, se desplaza siguiendo el trazo que marca la raja,
como si quisiera masajearla. Los labios de tu coño besan el juguete
durante ese pequeño recorrido y lo humedecen con sus flujos. El
objeto empieza a perderse centímetro a centímetro engullido por tu
ardiente y palpitante tesoro, hasta quedar totalmente enterrado en
él. Mi mano retoma la actividad y agita con firmeza el palo que se
me ha formado entre las piernas. Los testículos acompañan con su
mecida cada sacudida que recibe mi venoso pene.
Sacas
el dildo casi en su totalidad y lo empujas de nuevo hacia dentro,
repitiendo la acción una vez, otra y una tercera. A la cuarta el
color morado del juguete sale cubierto por una espesa, blanca y
pringosa capa de flujo, que también sobresale de tu coño y ensucia
sus labios.
Un
intenso y penetrante aroma a sexo invade la habitación y se potencia
con el olor de la humedad que se extiende por mi mano y por toda la
piel de mi falo. Del agujerito que perfora mi glande brotan sin cesar
burbujas de líquido preseminal arrastradas rápidamente por la yema
de mis dedos. Aceleras tus movimientos y en cada invasión del dildo
en tu coño se escucha un celestial chapoteo, como cuando un niño se
baña en el océano. Eso es exactamente tu sexo en ese instante: un
mar bravío, desatado y enfurecido, en el que el juguete se abre paso
cada vez más enérgicamente.
Tu
cuerpo y el mío se empapan de sudor por la excitación y el
esfuerzo. Mis bolas se endurecen y gimo de placer dándole vehementes
arreones de arriba a abajo a mi maciza polla. Agarras tus tetas con
las manos, las envuelves, las sobas, las aprietas ferozmente,
mientras que con el talón del pie derecho, cubierto por la media
negra, no paras de empujar hacia dentro el dildo. Al verte hacer
esto, siento varias contracciones en mi abdomen: me tienes a punto de
estallar. Vuelves a tomar el extremo del juguete con la mano y te
machacas, indomable, el coño hasta que, en medio de gritos de gozo,
una furibunda cascada mana violentamente de tu raja, empapando por
completo las sábanas de la cama y mojando tus medias. A la vez que
tú te meas de placer, mi polla revienta y, como un volcán en plena
erupción, expulsa a chorros toda la lava blanca acumulada que
aterriza de golpe sobre tus muslos, sobre tu coño y sobre tus tetas,
cubriéndolas de caliente nieve líquida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario