7 de febrero de 2016

POLLA EN ERUPCIÓN

                                                  POLLA EN ERUPCIÓN


Sentado delante de nuestra cama, me dispongo a observar cómo te vas a masturbar. Hoy no te follaré, sólo haré de espectador. Estás desnuda, únicamente unas medias negras envuelven con magistral sensualidad tus preciosas piernas. Todo tu cuerpo está a mi vista: tus dos turgentes y sinuosos pechos, en cuya cima destacan unos pezones gruesos y oscuros como granos de café puro, y tu coño recién depilado, con esos labios carnosos separados por la raja central que pide ya a gritos ser penetrada. Yo también me encuentro desnudo y con la mano derecha empiezo a acariciar suavemente mis bolas, cubiertas de una fina capa de vello castaño, y mi pene que comienza a dar los primeros síntomas de despertar de su reposo.

Con impaciencia aguardo el momento en el que decidas qué juguete vas a emplear para autosatisfacerte y correrte ante mis ojos. Me miras, sonríes y abres con misterio el cajón donde escondes celosamente tus objetos de perversión. Metes la mano y extraes el enorme dildo morado que simula a la perfección un tieso y largo pene reproduciendo cada uno de los detalles que hay en él. Te llevas el juguete a la boca, sacas la lengua y lames, traviesa, la redonda punta del objeto como si se tratara de un dulce caramelo de fresa. La envuelves con tus labios pintados de coral y recorres luego toda la superficie con la lengua, dejándola empapada con tu saliva. Empujas varias veces el juguete de dentro a fuera de tu boca en una espléndida mamada, mientras que mi mano aprisiona ya mi verga, secuestrada cual indefenso rehén. Desciendes el dildo por tu cuello y lo desvías a la derecha buscando el contacto con tu teta. Trazas varios círculos alrededor acariciando tu piel y luego se produce el inevitable encuentro entre la cúspide de tu pecho y la del pene morado. Aprietas tu pezón con él y lo golpeas de manera estudiada para llevarlo a su máximo grosor.

Muevo mi mano varias veces de arriba a abajo y desplazo la piel de mi miembro, que se yergue ya sin remedio. El rojizo y húmedo glande se abre paso con fuerza y corona mi polla hinchada. Tu juguete se desliza silencioso resbalando por tu sedosa piel de tono canela y alcanza la pizpireta esfera de tu ombligo. Pero no se detiene ahí, no era ése su objetivo: continúa su imparable descenso y se aproxima a tu sexo. Allí, sobre la raja que brilla por la humedad que la recubre, hace una breve pausa que se convierte en un calvario eterno para mí: me haces sufrir unos instantes interminables y yo mismo contengo también los movimientos manuales sobre mi miembro.

Al fin, la punta morada del dildo entra en contacto con tu vagina y, todavía por fuera, se desplaza siguiendo el trazo que marca la raja, como si quisiera masajearla. Los labios de tu coño besan el juguete durante ese pequeño recorrido y lo humedecen con sus flujos. El objeto empieza a perderse centímetro a centímetro engullido por tu ardiente y palpitante tesoro, hasta quedar totalmente enterrado en él. Mi mano retoma la actividad y agita con firmeza el palo que se me ha formado entre las piernas. Los testículos acompañan con su mecida cada sacudida que recibe mi venoso pene.

Sacas el dildo casi en su totalidad y lo empujas de nuevo hacia dentro, repitiendo la acción una vez, otra y una tercera. A la cuarta el color morado del juguete sale cubierto por una espesa, blanca y pringosa capa de flujo, que también sobresale de tu coño y ensucia sus labios.

Un intenso y penetrante aroma a sexo invade la habitación y se potencia con el olor de la humedad que se extiende por mi mano y por toda la piel de mi falo. Del agujerito que perfora mi glande brotan sin cesar burbujas de líquido preseminal arrastradas rápidamente por la yema de mis dedos. Aceleras tus movimientos y en cada invasión del dildo en tu coño se escucha un celestial chapoteo, como cuando un niño se baña en el océano. Eso es exactamente tu sexo en ese instante: un mar bravío, desatado y enfurecido, en el que el juguete se abre paso cada vez más enérgicamente.


Tu cuerpo y el mío se empapan de sudor por la excitación y el esfuerzo. Mis bolas se endurecen y gimo de placer dándole vehementes arreones de arriba a abajo a mi maciza polla. Agarras tus tetas con las manos, las envuelves, las sobas, las aprietas ferozmente, mientras que con el talón del pie derecho, cubierto por la media negra, no paras de empujar hacia dentro el dildo. Al verte hacer esto, siento varias contracciones en mi abdomen: me tienes a punto de estallar. Vuelves a tomar el extremo del juguete con la mano y te machacas, indomable, el coño hasta que, en medio de gritos de gozo, una furibunda cascada mana violentamente de tu raja, empapando por completo las sábanas de la cama y mojando tus medias. A la vez que tú te meas de placer, mi polla revienta y, como un volcán en plena erupción, expulsa a chorros toda la lava blanca acumulada que aterriza de golpe sobre tus muslos, sobre tu coño y sobre tus tetas, cubriéndolas de caliente nieve líquida. 

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