26 de diciembre de 2015

DIARIO DE UN PROFESOR ACOSADO (REEDICIÓN 1-6)

CAPÍTULO 1

Hoy, como cada mañana, me disponía a disfrutar de mi media hora de descanso. Entré en la sala de profesores un momento para dejar unos libros, antes de salir ese pequeño rato a la calle a respirar un poco de aire y sentarme en un banco de un pequeño parque que hay al lado del centro académico donde ejerzo de profesor. Así lo hago siempre que la meteorología acompaña y no llueve. Al entrar en la sala de profesores, vi que en la taquilla que hay con mi nombre había un sobre rojo cerrado. En él se leía: “Para mi profesor de latín”. Me extrañó mucho su presencia, porque ahí solo me suelen dejar fotocopias y poco más. Intrigado lo cogí y me lo llevé conmigo a la calle.

Cuando me senté en el banco, abrí el sobre. Había una extensa nota y dos fotos en color. Al ver las imágenes, se me cortó la respiración: la primera eran los pechos desnudos de una chica, bastante grandes. Tenía los pezones duros y salidos hacia delante. El color de estos, al igual que el de las aureolas, eran de un marrón intenso increíble. La chica debía de estar tumbada en la cama en el momento de la foto, pues se veía una sábana roja cubriendo justo a partir de debajo de las tetas.

La segunda imagen reflejaba el sexo húmedo y depilado de la joven y los muslos. La mano de la protagonista estaba situada sobre el sexo y uno de los dedos lo penetraba. Estaba abierta de piernas y el dedo se perdía en la raja que separaba los dos gruesos y carnosos labios vaginales. En ninguna de las imágenes se apreciaba el rostro de la chica, si bien en la primera se vislumbraba su barbilla y el labio inferior de la boca. Pero nada más. Era imposible reconocerla.

Mi corazón empezó a latir rápido. Me aseguré de que no hubiera nadie cerca ni alrededor del banco y lancé un segundo vistazo a cada una de las imágenes. Mi polla se empezó a poner dura enseguida y noté cómo se agrandaba centímetro a centímetro. Guardé las fotos en el sobre y extraje la nota. No tardé en darme cuenta de que estaba perfumada. No soy bueno distinguiendo perfumes ni reconociéndolos, pero ese aroma sí que sabía cuál era: Channel nº 5. No había duda. Olí varias veces el perfume impregnado en el papel y me dispuse a leer la nota. No podía creerme lo que allí aparecía escrito ni de quién era. Se trataba de una de mis alumnas de latín. La nota era anónima y no venía firmada, pero sí que me daba ese dato inicial. ¿Cómo había hecho esa chica para depositar el sobre en mi taquilla? El acceso a esa zona del centro académico está vetado a los alumnos. ¿Habría aprovechado algún despiste del conserje?
La nota continuaba de la siguiente forma:

Ahora ya sabes que soy una de tus alumnas de latín. Soy mayor de edad y sé perfectamente lo que hago, así que no temas por nada. Soy una de las cinco alumnas que se sientan en primera fila en tus clases. Esto solo te servirá para que tengas una pista, aunque no para saber aún quién soy, de momento. Te deseo desde el primer día de clase cuando entraste por la puerta y nos dejaste con la boca abierta a todas las chicas. Sí, a todas, porque hemos hablado ya de eso más de una vez entre nosotras y a todas nos pasó lo mismo. Tu mirada tierna, tu rostro agradable, tu sonrisa eterna pese a lo temprano de las clases, sea lunes o viernes, siempre tienes una sonrisa dibujada en la cara. Y tu forma de hablar con esa dulce voz.
Sé que mis compañeras sienten lo mismo que yo de una u otra forma y no quiero que ninguna se me adelante, por eso me he decidido a escribirte esta nota o carta, llámalo como quieras, tú eres el profesor, no yo. No voy a parar hasta conseguirte, hasta tenerte en exclusiva para mí. Y ya no me refiero solo a tu forma de ser ni a tu dulzura, ahora me voy a referir a otra cosa y me voy a poner un poco más obscena. Estoy deseando que llegue tu clase y que entres para poder mirarte el culo, cuando te giras a escribir en la pizarra. Clavo mi mirada en él y ya no la aparto hasta que te vuelves. Lo firme y apretado que se te ve bajo tus jeans y lo sensual que se mueve al desplazarte poco a poco de un lado al otro de la pizarra, eso me vuelve loca. Tampoco te quedas atrás cuando te pones de frente: doy las gracias al cielo los días en que tus camisas de cuadros no son demasiado largas y no te tapan la entrepierna. Porque mientras explicas, mientras nos hablas, mis ojos se van a esa parte de tu anatomía. Todo tu paquete se te marca a la perfección bajo el pantalón. ¿Qué es lo que escondes ahí debajo, mi profesor? No sabes la de veces que he imaginado el tamaño que debe de tener tu miembro, su forma, la de tus bolas….¿Cómo llevarás esa parte? ¿Con pelos? ¿Afeitada? Lo he imaginado durante las clases, en casa mientras estudio tu asignatura, en la ducha, en mi cama….Como seguro que te lo estarás preguntando, sí, me he masturbado pensando en ti. No es que me haya masturbado, es que me masturbo cada mañana antes de levantarme para venir a tus clases. Mi madre aún está en casa a esas horas, así que enciendo la tele y le doy un poco de volumen para que tape los gemidos que salen de mi boca y no se entere de nada. Me imagino que eres tú quien acaricia lentamente todo mi cuerpo, quien me besa y me abraza, quien despierta todas mis zonas erógenas solo con un roce de los dedos. Que eres tú el que me penetra, el que me mete ese miembro tan duro hasta el fondo de mi húmedo y joven coño, el que me lleva al éxtasis cada vez que me partes el culo con tus embestidas secas, duras y despiadadas. Que eres tú quien me llenas por completo de tu leche caliente y el que hace que me corra y chorree sobre mi cama cada vez que me masturbo. El que tiene la culpa de que tenga que dormir noche tras noche con la ropa de cama sucia y con las manchas secas de mi flujo blanco y de mis corridas porque no la puedo cambiar a diario, si no quiero que mi madre sospeche algo.

Cada vez son más frecuentes mis sueños nocturnos y ardientes contigo. Hoy ha sido un ejemplo más de ello. Después del sueño ya no me he vuelto a dormir. Estaba tan excitada que no podía. Solo quería tocarme y masturbarme. Cuando abrí los ojos tenía el coño chorreando por tu culpa, por todo lo que me hacías y decías en el sueño. Debes saber que duermo desnuda por completo para que ninguna prenda me estorbe, cuando desee acariciarme y para sentir el roce de mi coño con las sábanas.

Sé que hay otras alumnas que han empezado a vestirse de forma más sugerente y provocativa, solo para atraer tu atención. Yo no pienso quedarme atrás. ¿Te cuento un secreto? Desde hace unas semanas he dejado de usar ropa interior. Vengo a tus clases sin sujetador ni bragas. Solo traigo lo que me ves puesto, nada más. He hecho limpieza en mi cajón y he tirado todos los sujetadores, desde el primero hasta el último. ¡Estúpida costumbre de oprimir los pechos! También he tirado casi todas mis braguitas. Solo he dejado un par de tanguitas para alguna circunstancia especial o sugerente y nada más. Igualmente he conservado un liguero que compré hace tiempo y sus medias negras correspondientes. ¿Te gustaría verme con ese conjuntito puesto algún día en clase, con minifaldita y, por supuesto, sin nada más debajo? Se acerca el Día del Maestro: igual te doy una sorpresa.
Mi madre descubrió el otro día que no uso sujetador. Estábamos comiendo y se percató de que se me marcaban los pezones sobre mi blusa azul y que se me transparentaban ligeramente. Se escandalizó un poco cuando lo supo. ¿Y tú? ¿También te has percatado ya? Quizás te hayas dado cuenta cuando te llamo para preguntarte alguna duda y te acercas a mí y me tienes a escasos centímetros. Lo mismo que yo te tengo entonces a ti y me llega el suave, rico y provocativo olor de tu after shave y percibo de forma directa toda tu sensualidad y todo ese imán erótico que transmites. Haces que me excite y que moje la entrepierna de mis jeans o de mis mallas (sí, esas que últimamente estoy usando más para que me mires el culito, si te apetece, cuando me levanto al terminar la clase). Termino tu hora con el coño empapado. Hay días que no aguanto más y, entre clase y clase, acudo como una desesperada al baño para volverme a masturbar después de tu clase de latín.

Te lo he dicho antes. Esto es solo el inicio, porque no pienso parar hasta tenerte desnudo ante mí, hasta que seas tú el que me supliques que te haga el amor, hasta sentir tu polla dentro de mí, hasta cabalgar sobre ella, tan dura y tiesa, hasta mamar tu verga y chupar y succionar tu pringoso glande, hasta que me partas el coño un día y otro, hasta sacar tu lado más salvaje, hasta que me cumplas una por una todas las fantasías que tengo en mi mente calenturienta, hasta volverte loco, hasta que me llames “puta”, tu “puta”.

Lo que he soñado esta noche te lo contaré en breve. Ahora ya me despido. No quiero robarle más tiempo de momento a mi sensual profesor. Pronto volverás a tener noticias de mí. Te deseo”.


Al acabar de leer la carta tengo que reconocer que estaba entre sorprendido y caliente. Todas esas cosas que me decía, esas confesiones…..Me empalmé por completo, sinceramente. El resto de la mañana ya no me pude casi ni concentrar. Di bien las clases, pero con mi mente puesta en la nota de mi alumna y en su ardiente contenido.
Cuando llegué a casa, no aguanté más e hice lo que llevaba deseando desde que leí esa carta: me masturbé como un poseso recordando lo que había leído y contemplando las fotos de mi alumna. Lo sé, es una falta de moral y de ética profesional, pero uno no es de piedra.

Ahora no sé qué va a suceder mañana o pasado o cuando ella decida volver a la carga. Lo que es seguro es que me pasaré la primera hora tratando de averiguar en secreto y de forma disimulada quién es esa alumna, quién es la que ha iniciado ese acoso hacia su profesor. Estoy intrigado, me puede la curiosidad por saber su identidad. No puedo vivir con esta incertidumbre. No sé si podré dormir esta noche. Espero que solo a una de ellas se le marquen mañana en clase los pezones.




CAPÍTULO 2

Casi no he podido conciliar el sueño en toda la noche. Me he pasado gran parte del tiempo dando vueltas en la cama, pensando en lo que me sucedió ayer. No consigo olvidarlo. Y lo que es peor: no quiero olvidarlo. Estoy ansioso e impaciente por llegar a la clase y ver si soy capaz de averiguar algo por mí mismo. No sé si mi alumna cumplirá de verdad su “amenaza” de no parar y de seguir acosándome hasta que consiga su objetivo. Me parece que la cosa va muy en serio: no creo que me hubiera dejado esas fotos de su desnudo así, sin más. ¿Qué será lo próximo que tendrá planeado? ¿Cuándo volverá a actuar?

Tengo que aparentar total normalidad, no quiero que nadie me vea diferente en cuanto a mi comportamiento. He de conservar la calma lo máximo posible, aunque sé que será difícil.

Antes de ducharme para ir a trabajar me he estado observando por unos instantes desnudo frente al espejo del baño. Sinceramente, no sé que habrá visto de especial mi alumna en mí o en mi cuerpo. Me veo completamente normal. Tal vez aparente algo de menos edad de la que tengo y mi cuerpo esté relativamente bien conservado, pero de ahí a despertar esa obsesión en ella hacia mí hay una gran diferencia. He contemplado mi polla, que siempre amanece empalmada y gruesa. Me he girado un poco y he visto en el espejo mi culo redondo y macizo. He recordado otra vez las palabras de mi alumna sobre que me mira el trasero cuando me giro en la pizarra y sobre que aprovecha para mirarme el paquete cuando hablo de frente y mi camisa no es demasiado larga. Se me han venido a la mente en ese momento pensamientos obscenos: ¿Qué daría mi acosadora por verme así? ¿Qué sería capaz de hacerme ella si me viera de esta forma, completamente desnudo y con la verga dura? Me he empezado a excitar. He comenzado a imaginar fantasías con mi propia alumna, algunas de ellas extremas y llenas de la más absoluta perversión. Sexo desenfrenado y salvaje, sin miramiento alguno, entre palabras lascivas tanto por su parte como por la mía. Juegos en privado y en sitios públicos con el morbo de poder ser descubiertos; prácticas de dominación y otras exhibicionistas; posturas inimaginables….Pensamientos sucios, obscenos, lascivos. Cuando me he dado cuenta, tenía mi mano derecha envolviendo la polla y había empezado a masturbarme. Mi alumna me dijo en la nota que se tocaba y se masturbaba todas las mañanas pensando en mí: a lo mejor estábamos coincidiendo en ese mismo momento en nuestros trabajos manuales. La diferencia radica en que ella sí puede ponerle cara y cuerpo completo a su inspiración masturbatoria, mientras que yo ando en esa maldita duda sobre de quién se tratará y lo que me ha llevado a pajearme es la situación que estoy viviendo, esas fantasías imaginadas y las dos fotos de mi acosadora que no se me han borrado aún de la retina. ¿Estará ahora ella gimiendo en su cama con uno o varios dedos dentro de su sexo? ¿Estará empapado su coño? ¿Tendrá ya las sábanas manchadas de flujo y se habrán mezclado esas manchas con las del día anterior ya resecas? ¿Cómo olerá esa cama? ¿Y su coño? ¿Qué olor desprenderá? ¿Intenso y penetrante? ¿Habrá jugado y acariciado también sus tetas hasta poner completamente tiesos esos pezones marrones oscuros? ¿Habrá alcanzado el orgasmo? ¿Uno? ¿Dos? ¿Cuántos?

Ya no he podido parar y he seguido masturbándome con ganas hasta el final. Mi pene, con esas venas tan marcadas sobre la piel, con ese glande rojo y palpitante, ha explotado de placer y los chorros de leche han salido disparados de forma descontrolada. He dejado el baño hecho un desastre, con mi semen derramado por el suelo y salpicado en los azulejos de la pared. Olía a sexo con un aroma profundo y penetrante.
La hora se me echaba encima y lo he limpiado a toda prisa antes de darme una ducha. Rápidamente he escogido la ropa y he optado por una camisa de cuadros verdes no muy larga, acordándome de mi alumna acosadora, para que no tapase ni mi trasero ni mi entrepierna. Durante el trayecto hacia el centro de estudios he decidido que trabajaría con los alumnos unos textos nuevos, textos que pocos profesores se atreven a leer y a traducir con sus alumnos en clase. Son poemas de Catulo, textos llenos de contenido sexual, con un vocabulario obsceno. No está mal que los alumnos vean que no todo en la Roma clásica era historiografía, filosofía, épica o dulces poemas de amor. Seguro que los voy a sorprender y que les va a gustar, en especial a esa alumna especial.

Puntual he entrado en el aula y ya estaban dentro todos los alumnos. He lanzado una inevitable mirada a la primera fila y allí, además de dos chicos más, estaban ellas, las cinco chicas entre las que está la acosadora. ¿Cuál de ellas será? ¿La rubia Lucía? ¿La tímida y callada Valentina? ¿La educada y aplicada Patricia? ¿Alba, la jugadora de voleibol? ¿Nuria, hija de un famoso periodista de la ciudad?

Me acordé de la nota, de la parte en la que hacía referencia a la forma de vestir de las chicas. Mientras disponía mis libros sobre la mesa antes de empezar la clase, hice un fugaz repaso visual a la forma en que venían vestidas. Mi acosadora tenía en parte razón: las alumnas de esa primera fila llevaban prendas algo más sugerentes de lo normal para un día de clase cualquiera. No era una cosa exagerada y además era primavera, pero daba la impresión de que había algo más detrás de esa forma de vestir. Mucha prenda ceñida y corta. Lucía incluso llevaba al aire su ombliguito. Nuria vestía una minifalda que dejaba a la vista unas preciosas piernas cruzadas. En ese momento Valentina se levantó y se agachó para buscar en su bolsa el diccionario de latín. Al agacharse sus jeans se le bajaron un poco por la cintura y mostró durante unos instantes el elástico y el inicio de la tira de un tanga rojo. Si mi acosadora acudía a clase sin ropa interior, como dijo en su escrito, Valentina quedaba descartada. Las sospechosas se reducían a cuatro.

Les anuncié que hoy traduciríamos a un autor nuevo, a Catulo. Después de hablarles unos minutos sobre su vida, época y obra, copié en la pizarra varios poemas de dicho autor para que lo tradujeran. No les comenté nada sobre la temática. Quería ver las caras de sorpresa que se les irían poniendo al ir traduciendo el texto.
No tardaron en aparecer los primeros signos de asombro en los ojos y en los rostros de los alumnos conforme encontraban en el diccionario el significado de esas nuevas palabras hasta ese día nunca trabajadas. Términos como “mamón”, “polla”, “tetas”, “dar por el culo”…No perdía detalle de las reacciones de las alumnas de la primera fila, de las cuatro aspirantes que quedaban al título de “acosadora”. Poemas sobre sexualidad en estado puro, sexo oral, anal, bisexualidad. Me estuve divirtiendo. Así tuvo que sentirse mi profesor de universidad cuando nos hizo traducir esos mismos poemas.

Vi cómo las chicas esbozaban sonrisas nerviosas y murmuraban cosas entre ellas. Las veía entusiasmadas, más que otros días. Les estaba gustando la traducción. Las notaba ansiosas por ver cómo continuaba el poema, cómo concluiría. También comprobé cómo cada una lanzaba de vez en cuando miradas hacia mí acompañadas de sonrisas pícaras. Únicamente Valentina parecía mantener la compostura y las formas.

Fue entonces cuando Lucía me pidió permiso para ir al baño. Por supuesto que se lo concedí. Se levantó de su asiento y se encaminó hacia la salida del aula. Mientras todos los alumnos seguían inmersos en la traducción, yo me fijé en Lucía, en su espalda: llevaba una camiseta negra sin mangas que dejaba prácticamente toda la espalda al descubierto. La prenda estaba sujeta al cuerpo únicamente por un lazo anudado al cuello. La espalda desnuda era la evidencia de que no llevaba sujetador. ¿Era Lucía la acosadora? ¿No podía aguantar más hoy, tal vez por el contenido del poema, e iba ya al servicio a masturbarse, sin esperar el cambio de clase?
Tenía las mejillas sonrosadas, ruborizadas, quizás por la excitación y por el deseo sexual. Mientras cerraba la puerta del aula, me lanzó una mirada directa hasta que finalmente se marchó.

Los alumnos continuaban traduciendo pero los minutos pasaban y Lucía no regresaba. Era ella, sin duda que tenía que ser ella. Me la imaginé tocándose, con esos jeans grises que llevaba hoy bajados hasta los tobillos, mientras su mano comenzaba a hacer travesuras sobre el coño húmedo a causa de la lectura y traducción del poema y debido también a la propia imaginación de la chica, a su calentura y a su deseo hacia mí. Probablemente se habría hasta desanudado la camiseta y tendría sus dos pechos al aire, encerrada en uno de los pequeños habitáculos de los aseos femeninos.

A la par que mi mente pensaba todo eso, mi polla crecía de tamaño y se me ponía tiesa bajo el pantalón, aprisionada en un bóxer negro con algunas tiras en blanco que delimitan la zona donde queda acomodado todo el “paquete”. Sentí enseguida cómo se humedecía la punta de mi pene hasta manchar el bóxer.

No podía dejar de pensar en Lucía. Pasó otro minuto y seguía sin volver. Ya debería de tener seguro varios dedos perforando su joven coño una y otra vez y de forma incansable. Tendría los dedos empapados, se los estaría llevando a la boca para probar el sabor de su propio sexo y los metería de nuevo en su raja para continuar con la masturbación. Estaría acelerando cada vez más, metiendo los dedos hasta el fondo, girándolos, retorciéndolos para aumentar el placer. Los gemidos y suspiros de Lucía inundarían el aseo mientras se acercaba el momento del orgasmo. Allí encerrada en ese estrecho espacio y con el calor que ya hacía esa mañana la joven estaría acalorada, con las gotas de sudor bañando su frente y el resto de su piel. Me imaginé a Lucía en un último acelerón, machacándose el coño, partiéndoselo por completo con toda la mano dentro, desenfrenada, alocada, sin importarle lo más mínimo ya el lugar en el que se encontraba ni el que sus gemidos pudieran ser escuchados por otra chica que entrase en esos momentos en el servicio. Mi miembro estaba ya completamente empalmado, en su máximo apogeo. Miré con disimulo hacia mi entrepierna y el pantalón era incapaz de ocultar lo duro y largo que estaba mi pene. En el instante en que me imaginaba a Lucía explotando de placer, corriéndose de gusto y temblando por el orgasmo alcanzado, Patricia levantó la mano y me requirió. Faltaban unos minutos para terminar la clase y la siempre estudiosa y aplicada Patricia ya había terminado con la traducción de los poemas. Cuando me acerqué a su asiento para que me entregase el ejercicio, pillé a la chica mirándome embobada la entrepierna. Me había descubierto. Se acababa de dar cuenta de que su profesor estaba completamente empalmado. Empecé a sentir vergüenza. Patricia me miró a los ojos y luego otra vez a mi “paquete”, mientras me entregaba los folios con las traducciones. Justo en ese instante regresó Lucía al aula. Traía las mejillas todavía más sonrojadas que antes. Me miró y esbozó una sonrisa en su rostro antes de sentarse. Seguro que mis pensamientos no se habían equivocado. Y yo ahora ahí, delante de Patricia, desprotegido ante sus miradas. Ya con los folios del ejercicio de la joven en mi mano, me disponía a regresar a mi mesa, pero Patricia empezó a hablarme: le habían gustado mucho los poemas y quería saber si traduciríamos más.

Cuando le dije que no, que tendríamos que volver a traducir a los autores más clásicos, como César, Salustio o Virgilio, me pidió información sobre dónde conseguir más poemas eróticos de Catulo para traducirlos por su cuenta. Le comenté que existían enlaces en internet donde los podría encontrar. Fue entonces cuando me apuntó en un folio su dirección de correo electrónico por si yo era tan amable de mandarle esos enlaces en un email. Le dije que sí, que no me importaba en absoluto y que esa misma tarde se los mandaba. Ella me dio las gracias y me sonrió, tras lanzar una última mirada a mi zona abultada. Me percaté entonces de que sobre la camiseta celeste y con adornos en negro de la cabeza de Mickey Mouse que llevaba puesta Patricia, se marcaban los dos pezones de la estudiante. Como dos botones, hacían presión sobre el tejido de la prenda. Daba la impresión de que tampoco llevaba sujetador debajo.
Regresé, desconcertado a mi mesa. Hacía unos instantes creía haber encontrado en Lucía a mi acosadora. Pero ahora existía otra sospechosa. Con menos pruebas y menos posibilidades, pues esa marca de los pezones tampoco era una prueba concluyente, pero no podía descartar tampoco a Patricia.

La hora finalizó y después de recogerles a los demás alumnos sus traducciones y de despedirme hasta la siguiente clase, abandoné el aula con el sofoco de la excitación vivida y envuelto aún en un mar de dudas.
Me quedaba todavía el resto de la mañana de clases. Y luego, la tarde en casa corrigiendo ejercicios y tratando de averiguar quién era la alumna que me estaba haciendo perder la cabeza.



CAPÍTULO 3

Eran las dos de la madrugada cuando sonó el móvil con la alerta de la llegada de un correo electrónico. Se me había olvidado ponerlo en silencio y el sonido me despertó. Supongo que tampoco estaría durmiendo muy profundo. En un primer momento pensé en no mirar el móvil, cambié de postura en la cama e intenté dormirme de nuevo. Pero pasaron varios minutos y continuaba despierto. Otra vez volvió a mi mente todo lo sucedido en la clase del día anterior: Lucía y mis pensamientos obscenos sobre ella, Patricia, sus miradas y esos pezones marcados en su camiseta como dos botones. Recordé las dos masturbaciones que llevaba por culpa de toda la situación que estaba viviendo, dos corridas causadas por mi acosadora. Seguro que estaría satisfecha si supiese que había logrado encender y excitar a su profesor hasta el punto de que tuviera que masturbarse ya un par de veces.

No podía seguir así. Necesitaba al menos descubrir quién era mi acosadora. No sé que sucedería después, si una vez descubierta, ella dejaría el juego o lo continuaría (según lo que me puso en la nota, lo más probable es que fuera esto último), pero tenía que saber de una vez de quién se trataba. Así podría ir más prevenido, tomar mis precauciones para que sus “ataques” no me pillaran tan por sorpresa.

En medio de todas estas reflexiones miré el móvil. Me asombré al ver quién me había mandado el correo: era mi alumna Patricia. Me daba las gracias por los enlaces con los poemas de Catulo. Había aprovechado para empezar a traducir algunos de ellos durante la noche y le habían encantado e impactado por su fuerza expresiva y por su alta carga erótica. Me comentaba también que iría traduciendo todos los demás poco a poco. Al final del correo me volvía a dar las gracias y se despedía de mí hasta la mañana siguiente, indicándome que le estaba costando trabajo dormirse.

¿Qué hacía Patricia a esas horas de la madrugada traduciendo a Catulo y escribiéndome un email? Los poemas a los que remitían los enlaces que le envié eran los más eróticos del autor, en los que, además, usaba un vocabulario todavía más obsceno y vulgar que en los textos que puse en clase. No me extrañaba nada que hubiera quedado impactada. Tal vez me había excedido al facilitarle el acceso a dichos poemas. Quizás demasiada carga erótica para la alumna más brillante de la clase. Me sentía culpable porque al día siguiente había examen y Patricia estaba aún despierta y sin descansar. Encendí la luz de mi mesita de noche, me levanté y busqué en la estantería de mis libros el de los poemas de Catulo. Me volví a acostar y comencé a leer algunos de los textos del autor, justo los mismos que Patricia. Ya los conocía de sobra, pero solo con releerlos me excité. Verso a verso, descripción a descripción, palabra a palabra sentía cómo el ardor interno se apoderaba de mí, cómo mi pene palpitaba cada vez más e iba creciendo hasta empalmarse por completo. Únicamente llevaba puesto un bóxer y mi miembro rápidamente se sintió apresado bajo la ceñida y roja prenda. ¿Y si los poemas de Catulo habían tenido los mismos efectos en mi alumna? Si a mí, que ya los conocía, me habían provocado tal excitación, ¿qué le habrían causado a Patricia? ¿Sería ese el motivo por el que ella no podía dormir, el calentón? Antes de apagar de nuevo la luz me di cuenta de que mi bóxer tenía un par de manchitas justo a la altura donde se encontraba la punta de mi verga. Los versos de Catulo habían hecho que mi líquido preseminal comenzara a brotar tímidamente de la punta de mi miembro y que mojaran el tejido suave de la prenda. Pero creo que no fueron solo los versos de Catulo: influyó más el hecho de saber que mi alumna también había leído esos poemas e imaginar cómo estaría ella ahora, en qué estado me habría escrito ese correo. ¿Tendría mojadas sus braguitas como yo mi bóxer? ¿Y si era ella la autora de la nota, la acosadora que dormía desnuda, y estaba así, como Dios la trajo al mundo, leyendo a Catulo y escribiéndome ese correo con su sexo húmedo? ¿Habría ido más allá? ¿Se habría acariciado y tocado? ¿Estaría recordando las miradas que lanzó a mi entrepierna durante la clase y lo que allí vio? ¿Tendría todavía más duros esos pezones que por la mañana parecían que iban a agujerear la camiseta de Mickey?

Patricia.., Lucía…, Lucía…, Patricia…., ¿cuál de las dos era la que me deseaba? ¿Cuál me acosaba? El cansancio y la tensión de los últimos días debieron poder conmigo y el sueño me venció. Cuando volví a abrir los ojos, faltaban pocos minutos para la hora en la que suelo levantarme. Pero durante mi descanso había pasado algo: noté las sábanas mojadas y comprobé que mi boxer tenía una enorme mancha en su parte delantera. Y el olor que me empezaba a llegar era inconfundible: olía a semen, a esperma recién eyaculado. Comprendí inmediatamente lo que me había ocurrido: había tenido una polución nocturna, una eyaculación involuntaria de semen mientras dormía. Demasiadas imágenes y fantasías eróticas en las últimas horas, demasiados pensamientos sobre sexo, demasiado acoso. ¿Tal vez un sueño erótico con Lucía? ¿O con Patricia? No lograba recordarlo y la hora se me echaba encima.

Salí de la cama con rapidez. Por tener que cambiar las sábanas mojadas me quedé sin tiempo para la ducha. Me aseé un poco, me despojé del bóxer sucio y me puse uno verde pistacho limpio. Escogí unos jeans azules y una camisa de cuadros grises y blancos y desayuné unas tostadas con miel y leche con cereales. Todo muy apurado de tiempo, pero logré salir a mi hora de casa para dirigirme a las clases. Seguía notando ese ardor interno, ese calor en mi entrepierna, esas ganas de tocarme, pero la falta de tiempo me había impedido que me masturbara imaginándome a mis posibles acosadoras. Sabía que el día se me iba a hacer duro, como siempre me pasa cuando salgo de casa con esa sensación de ganas de sexo y no puedo desahogarme hasta regresar de las clases.

Cuando llegué al centro de estudio, tomé las copias de los exámenes y me dirigí al aula de la clase de latín. Al entrar, puntual, todos los alumnos estaban ya en sus mesas dispuestos a comenzar con la prueba. Todos menos una: Patricia. Me extrañó porque siempre llega a su hora y nunca se retrasa. Tras saludar a los alumnos, empecé a repartir las copias con el texto de la prueba. Dejé para el final a la primera fila. Le di la hoja a un alumno, Ricardo, y luego a Nuria, a Valentina, a Alba y, por último, a Lucía. El asiento desocupado de Patricia volvió a recordarme su inesperada ausencia. Tras indicarles a los alumnos que ya podían empezar a trabajar el examen, me dirigí a mi mesa y me senté en la silla. Mientras vigilaba que ningún alumno se copiase, aproveché para comenzar a corregir los exámenes de otro grupo, en este caso de la asignatura de lengua española. Pero pronto tuve que desistir: no podía concentrarme. La imagen de Patricia venía una y otra vez a mi mente. Y luego el querer descubrir ya de una maldita vez quién era mi acosadora. Mis miradas pronto empezaron a centrarse con cierto disimulo en la primera fila, en Lucía, una de las dos “sospechosas”. Hoy traía una camiseta roja de manga corta, de cuello de caja, sin escote, pero muy ceñida. Le llegaba justo hasta el inicio de la cinturilla de los ajustadísimos leggings negros que tenía puestos como prenda inferior. Calzaba unas sandalias planas que dejaban al descubierto los dedos de los pies, cuyas uñas estaban perfectamente pintadas de un rojo pasión a juego con el tono de la camiseta. Me fijé entonces en sus manos y las uñas lucían el mismo color que las de los pies. Se notaba a leguas que era una chica muy coqueta y que cuidaba hasta el más mínimo de talle de su imagen y de su vestuario. Lucía alzó entonces la vista del papel y me pilló mirándola fijamente a sus pechos, cuya silueta se marcaba a la perfección bajo la apretada camiseta. Di un pequeño respingo al verme descubierto tratando de localizar la marca de los pezones de mi alumna y aparté rápidamente mi mirada por unos instantes. Cuando volví a mirar a Lucía, lo hice a los ojos y ella estaba esperando a que lo hiciera, pues sus ojos se clavaron en los míos y la joven me dedicó una sonrisa, antes de volver a centrarse en el examen. No le había molestado lo más mínimo que su profesor le estuviera observando las tetas en busca de la señal de los pezones. Todo lo contrario: parecía halagada y contenta de que lo hubiera hecho. Lucía ganaba enteros para ser mi acosadora: esa sonrisa cómplice, llena de ingenuidad pero también de travesura, esas prendas tan sensuales que hoy llevaba puestas, el rojo pasión de las uñas y, ahora ya sí los descubrí, los dos pezones en forma de redondeles marcados duros en la parte delantera de la camiseta. Recorrí con mis ojos los muslos de la chica: el tejido de licra de los leggings quedaba como una segunda piel sobre ellos. Eran unos muslos preciosos en su forma, casi perfectos. Digo “casi” porque los veía demasiado estilizados y delgaditos para lo que es mi gusto en una mujer. Por supuesto que ya llevaba un rato excitado, prácticamente desde que comencé a mirar a Lucía y a pensar que, casi con toda seguridad, era ella la alumna que me estaba acosando. Notaba mi miembro ya duro, aprisionado bajo mi ropa, palpitando y creciendo más y más conforme continuaba mi completo repaso visual a Lucía y en mi mente se disparaba todo tipo de pensamientos. Me estaba empalmando dentro del aula, sentado ante mis alumnos, ante esas cuatro alumnas que no podían ni imaginar lo dura que estaba en esos momentos la polla de su profesor de latín, al que le invadían ya las ganas de tocarse.

De nuevo miré hacia el asiento vacío de Patricia. Pasaban los minutos y seguía sin llegar. Daba por hecho que no se presentaría al examen. Otra vez esa sensación de culpa volvió a rondar por mi cabeza, esos poemas de Catulo que, tal vez, eran los causantes de la no presencia de Patricia hoy en el examen. Recordé letra a letra su correo electrónico y también vino a mi mente su imagen del día anterior en el aula, sentada en su lugar hoy desocupado, con esa camiseta de Mickey puesta, con los preciosos pechos y los pezones que parecían querer reventar la camiseta para poder liberarse de la presión, tan marcados en la prenda.

Me metí tan profundo en mis pensamientos sobre Patricia que, cuando me di cuenta, era prácticamente la hora de finalizar el examen. Me levanté y me pasé mesa por mesa para recoger las pruebas. Al caminar por el aula, notaba perfectamente mi pene hinchado apuntando hacia la izquierda y aprisionado bajo el bóxer y bajo mi pantalón. A duras penas mi prenda íntima podía ya contener dentro todo mi miembro. La última en entregar el examen y en abandonar el aula fue Lucía. Mientras me daba el papel, me dedicó una segunda sonrisa y, tras despedirse de mí, empezó a caminar lentamente hacia la puerta del aula. No pude contenerme y giré mi cabeza para verle el culo a Lucía. Ella creo que se sabía observada por mí y, en su caminar, contoneaba su trasero respingón con mucha provocación hasta que salió por la puerta y despareció de mi vista. Mientras recogía todos los exámenes de mi mesa, unos pasos que se aproximaban por el pasillo rompieron el silencio. Me dirigí hacia la puerta del aula para salir, a la vez que esos pasos se oían más nítidos. Justo en el momento en el que cruzaba el umbral de la puerta, me topé de cara con Patricia. Venía jadeante, con la respiración acelerada y con las mejillas sonrojadas. Me saludó y me pidió disculpas por no haber llegado al examen. Se había quedado dormida y, tras despertar, se había dado prisa por llegar aunque fuese al final de la clase para comentarme lo ocurrido. La tranquilicé y le dije que no se preocupase, que a todos nos podía pasar. Además, le comenté que parte de la culpa era mía por haberle mandado esos enlaces con los poemas de Catulo. Sin embargo, ella seguía preocupada por no haber podido realizar el examen y por el hecho de que apareciera en su expediente académico un “No presentada”. Sabía que en ese sentido yo era un profesor muy estricto y que no daba la oportunidad de recuperar el examen otro día salvo por motivos realmente graves.

Pero la sensación de culpabilidad seguía rondando mi cabeza y no deseaba arruinarle el expediente a mi alumna más brillante. Así que le propuse hacer el examen esa misma tarde, a las cuatro, en mi despacho. Las aulas no se abrían hasta las cinco, pero a partir de esa hora yo estaría ocupado y no podría ser la recuperación. La única opción era a las cuatro y en mi despacho. La cara de Patricia se iluminó cuando escuchó mi propuesta. Me dio las gracias varias veces, mientras parecía ya recuperada del sofoco. Debo reconocer que Patricia estaba bellísima: que es una chica guapa ya lo había observado desde principios de curso. Pero esa mañana estaba diferente, había algo más en la expresión de su rostro, en sus ojos. No llevaba ni una gota de maquillaje, ni de lápiz de labios, ni de rimmel. Nada. Venía al natural. Su pelo revuelto, supongo que sin peinar por las prisas, sus enormes ojos verdes más brillantes y expresivos que nunca, esa sonrisa interminable en sus labios, el dulce hoyito en su mentón. Mi mirada no pudo evitar fijarse a continuación en el escote de su camiseta, una prenda de color rojo pasión y con un escote en forma de “V” que dejaba ver el inicio del canalillo de Patricia. Mis ojos intentaron escudriñar con disimulo algo más por dentro de la camiseta, pero la voz de Patricia, advirtiéndome de que ya se hacía tarde y que la siguiente clase tanto para ella como para mí iba a empezar, me interrumpió los planes. Quedamos en vernos a las cuatro en mi despacho y se despidió de mí dándome de nuevo las gracias. Noté en la última mirada de mi alumna cierta picardía, cierta complicidad y una especie de recorrido de arriba abajo con sus ojos por todo mi cuerpo antes de marcharse.
El resto de la mañana transcurrió con normalidad. Sin embargo, no pude quitarme de la cabeza la idea de que por la tarde Patricia, una de mis posibles acosadoras, estaría en mi despacho a solas conmigo. Cada vez que lo pensaba, notaba un cosquilleo en mi estómago: si era ella, tal vez podría aprovechar para lanzarme una nueva acometida, aunque entonces desvelara su identidad. Tal vez no haría nada y dejaría pasar la ocasión, si quería mantener por más tiempo la intriga. Y si no se trataba de ella, no sucedería absolutamente nada.

Cuando acabé la última clase de la mañana, regresé a casa con el tiempo justo de comer algo y volver de nuevo al centro de estudio. Llegué a las 15.55. El centro académico estaba vacío. Solamente el conserje de la entrada se encontraba allí. Le avisé de que vendría una alumna a recuperar un examen a las cuatro, para que la dejara pasar. Tras comunicárselo, me dirigí hacia mi despacho, abrí la puerta y busqué una copia del examen para Patricia. Hacía bastante calor y abrí una de las ventanas, pero el aire que entraba era cálido y seco, así que la volví a cerrar. Fue en ese momento cuando llamaron a la puerta de mi despacho. Faltaba un minuto para las cuatro. Supuse que sería mi alumna y abría la puerta. En efecto, allí estaba ella. Tuve que contener la respiración unos instantes al ver a Patricia: la joven estaba espectacular. Tenía el cabello perfectamente peinado, brillante y desprendía un suave aroma a chocolate, seguro que producto de algún tratamiento capilar. Los ojos estaban ligeramente pintados de forma que resaltaban todavía más el intenso verde de sus pupilas. Una sencilla y elegante capa de maquillaje cubría sus mejillas y los labios estaban dibujados con rojo carmín.

Patricia iba vestida con una blusa blanca anudada justo sobre el ombligo, dejando esa parte de su anatomía al descubierto. Dos de los botones de la prenda estaban desabrochados, mostrando así el comienzo del escote. Llevaba un minishort tejano de color azul claro lo que permitía que quedaran a la vista todas sus piernas. Únicamente cubría la entrepierna y los primeros centímetros de los muslos. Unos zapatos rojiblancos con tacón en forma de plataforma completaban el vestuario de la joven.

Tuvo que ser ella la que me saludara primero y me pidiese permiso para pasar, porque yo ni siquiera había podido reaccionar. Después de tragar saliva, la hice entrar. Pasó a mi despacho sin perder la sonrisa que brillaba en su rostro. Cerré la puerta y, al girarme, observé a mi alumna de espaldas caminando hacia el interior del despacho. Mi mirada se fue directa a su trasero. No lo pude evitar, uno no es de piedra: aquel ceñido y mínimo short no era capaz de cubrirle por completo los macizos glúteos, cuyos inicios quedaban al aire. Patricia se dio la vuelta y yo alcé rápidamente la vista. Creo que se percató de que le estaba mirando el culo. Primero me quedo embobado frente a ella y ahora me pilla mirándole su trasero. ¿Qué pensaría de su profesor? ¿Que se dedica a mirarle el culo a sus alumnas en cuanto puede? Yo no soy así, no soy de esos pervertidos, pero toda la situación de no saber quién me estaba acosando estaba ya sobrepasándome. Ella, en cambio, pareció contener una sonrisa como de satisfacción.

Respiré profundo y le pedí que se acomodara en el asiento de mi mesa escritorio. Sacó de su bolso rojo un bolígrafo y el diccionario de latín, le entregué la copia del examen y comenzó a realizar la prueba. Dentro del despacho el calor cada vez era más intenso. No podía encender el aire acondicionado, porque llevaba un par de días estropeado y aún no lo habían arreglado. Vi cómo Patricia utilizaba unos folios en blanco, que yo le había proporcionado para que hiciera el examen, para echarse algo de aire y aliviar la sensación de sofoco. Yo también notaba ese calor abrasador en mi piel, así que decidí desabrocharme un botón más de mi camisa de cuadros dejando el inicio de mi torso al descubierto. Imité a Patricia, tomé un par de folios y comencé a abanicarme con ellos. Mi alumna, al comprobar que mi camisa se había abierto un poco más, optó por copiarme y abrió el siguiente botón de la suya sin dejar de mirarme a los ojos. En ese instante mi miembro, que ya había sufrido las primeras palpitaciones de excitación al ver el culito de Patricia ceñido en aquel minishort, comenzó a ponerse duro cuando vi que la joven había dejado al descubierto y expuesto todo su canalillo y gran parte de sus pechos. Lo único que la blusa tapaba ya eran las aureolas y los pezones. El resto de la redondez de los senos de la estudiante estaban a la vista.

Era obvio que no llevaba sujetador (hubiera aparecido ya con semejante apertura en la prenda) y, además, al trasluz observé con cierta nitidez el oscuro color café de la cumbre de sus pechos. Mi verga seguía creciendo y endureciéndose ante semejante vista. Gotitas de sudor comenzaron a caer por mi frente: al calor atmosférico se sumaba el que me provocaba ver así a Patricia. Ella no dejaba ahora de escribir, pero de vez en cuando me dirigía la mirada, contenía una leve sonrisa, bajaba la vista con cierto descaro a mi entrepierna, cada vez más hinchada y abultada, y luego continuaba escribiendo. Ante esas sugerentes miradas de la joven, mi polla aumentaba y aumentaba de tamaño bajo el pantalón y la sentía cada vez más oprimida, mientras no podía quitarme de la cabeza las fotos y el mensaje, mis pensamientos lascivos de los últimos días sobre Patricia y Lucía, sobre cuál de las dos sería mi acosadora, mis masturbaciones, mi leche derramada por culpa de esta situación.

Las ganas de tocarme, de masajear todo mi bulto endurecido, me invadieron por completo. Quise abstraerme, pero no pude. De nuevo los pezones transparentados al contraluz, otra vez las miradas de mi alumna a mi paquete….Con disimulo metí mi mano izquierda dentro del bolsillo del mismo lado del pantalón (pues es hacia la izquierda hacia donde se desvía mi pene cuando se hincha y se pone gordo con todas las venas marcadas). Ni el fino tejido del bolsillo del pantalón ni el bóxer fueron obstáculos para que mi mano tocase y notase la dureza de mi polla. Mantuve quieta la mano dentro durante unos instantes, pero pronto empecé a acariciar mi miembro cuando Patricia no me miraba. Mientras ella continuaba realizando el examen, yo me sobaba la polla cada vez más. En cuanto mi alumna empezaba a levantar la vista del folio, detenía mis movimientos, permanecía inmóvil con la mano metida en el bolsillo y reanudaba mi masaje una vez que Patricia volvía a retomar la escritura.

Sentí cómo mi verga estaba ya tan hinchada que se escapó por debajo del elástico del bóxer. A Patricia la seguía viendo muy acalorada: los grados centígrados en el despacho, la tensión del examen, tal vez alguna cosa más provocaron que agarrase la parte delantera de la blusa y la moviese hacia delante y hacia atrás varias veces, como buscando que algo de aire entrase por dentro de la prenda. En uno de esos rápidos movimientos logré atisbar uno de sus pechos completamente desnudos: la aureola de un intenso color marrón castaña y el pezón que sobresalía hacia delante. Cuando la joven dejó de agitarse la prenda y se centró de nuevo en su examen, aproveché para volver a rozar mi polla con la mano. Noté cómo la punta mojada y liberada del bóxer humedecía mi muslo izquierdo, a la altura de la ingle, acercándose a la cadera. El hormigueo continuo y las palpitaciones en mis testículos hacían presagiar que no faltaba mucho para que me corriese.

Pero fue en ese justo momento cuando Patricia terminó el examen. Guardó el diccionario y el bolígrafo en su bolso, se cerró el botón que se había desabrochado durante el ejercicio y se levantó del asiento para entregarme la prueba. Si llega a tardar un minuto más, hubiese eyaculado allí mismo, en mi despacho, delante de ella y no sé cómo hubiese podido ocultar la enorme mancha de semen que se hubiese formado en mi pantalón. Estaba tan alterado que únicamente acerté a preguntarle que cómo le había ido, a lo que ella me contestó que muy bien. Después nos despedimos hasta la clase de la mañana siguiente y otra vez fui incapaz de resistirme a mirarle el culo a Patricia mientras ella salía del despacho bamboleando sus dos glúteos con su sensual caminar.
Empecé a recoger mis cosas para salir del despacho y en eso estaba, cuando una voz con un breve “Gracias, profesor”, me asustó. Era de nuevo Patricia. Me dijo que se le había olvidado darme las gracias por lo bien que me había portado con ella en los últimos días, especialmente por permitirle recuperar el examen. Le resté importancia, mientras seguía notando la dureza de mi miembro durante el diálogo con mi alumna. Ella dio un paso más hacia mí y me y me insistió en que lo que había hecho no lo hacía ningún profesor. Con un paso más terminó por acercarse a mí, quedando su rostro a escasos centímetros del mío. Mi corazón parecía que se me iba a salir por la boca. Sin decir ninguna palabra más me besó en la mejilla derecha y luego en la izquierda. Durante esos dos besos sentí cómo algo había rozado mi polla. Dudé si había sido el muslo de Patricia, pero estaba casi convencido de que había sido su mano la que, disimuladamente, había tocado todo mi paquete. En medio de mi aturdimiento, la joven me dedicó una sonrisa antes de salir y de marcharse, ahora sí, definitivamente del despacho.


Con ese pensamiento de lo ocurrido me quedé el resto de la tarde y de la noche hasta que me acosté para dormir. Estaba agotado de todo el día y de las correcciones de los exámenes. Era la una de la madrugada y necesitaba descansar. Ya en la cama, el sonido del móvil me advirtió de la llegada de un correo electrónico. Consulté el teléfono y era de Patricia. Lo que empecé a leer en el mensaje me asombró por completo e hizo que no pudiese pegar prácticamente ojo en toda la noche.





CAPÍTULO 4

No pude resistirme a leer el correo: fui incapaz de dejarlo para la mañana siguiente y me quedé sin palabras en cuanto empecé a ver el contenido.

Profesor, después de lo que sucedió esta mañana creo que ha llegado el momento de que sepas, si es que no eras consciente ya, que soy yo, Patricia, la alumna que sueña contigo, la que te desea, la que se masturba a diario pensando en ti, en tu mirada, en tu voz, en tus manos, en todo tu cuerpo. Soy yo quien te ha estado provocando  estos últimos días. Sinceramente, he decidido confesártelo ya hoy porque observé que, mientras hacía el examen, no dejabas de mirarme con cara de deseo y, además, me di cuenta de que hacías movimientos extraños con tu mano dentro del bolsillo del pantalón. Por último, al acercarme para besarte como agradecimiento  por permitirme recuperar el examen, sentí tu entrepierna muy dura y abultada. Así que me parece que tú también te mueres de ganas por mí y con eso he logrado la primera parte de mi objetivo: acosarte hasta llamar tu atención para que estuvieras pendiente de mí y me desearas”.

Continué leyendo el correo lleno de asombro y curiosidad:

Cuando llegué a casa después del examen, ¿sabes que hice? Recordar la dureza sentida en tu cuerpo, tu miembro hinchado pegado a mí durante unos muy breves instantes pero suficientes para que encenderme todavía más y llevarme a hacerme unos dedos imaginándote. Me corrí delicioso, más que ninguna otra vez hasta ahora, pues jamás había tenido la ocasión de gozar del roce de tu cuerpo, de tu paquete.

Pero, por supuesto, no me voy a conformar con eso. Es sólo el primer paso. Ahora quiero más, mucho más. Todas las fantasías sexuales que he tenido desde que empezaron tus clases y desde que te vi por primera vez, todos esos instantes tocándome y masturbándome sola, aunque contigo en la mente, todo eso quiero compartirlo contigo. Soy muy impaciente y quiero comenzar ya a ver cumplidas esas fantasías contigo y a poseerte entero para mí.
Seré yo quien marque las reglas del juego, la que establezca qué, cómo, cuándo y dónde. Y lo digo así, tan segura, porque estoy convencida de que no podrás negarte, pues ya has caído en mis redes. Continuaré acosándote y teniéndote en vilo por no saber cuándo aparecerá la fiera sexual y en celo que estoy hecha. Si te lo ganas, te concederé luego el papel de “amo” para que seas tú tome las riendas del juego. Te advierto de que no será fácil. Para eso tendrás que cumplir todo lo que mi mente perversa, calenturienta, de puta, sí, de auténtica zorra, ha maquinado desde el principio de curso y siga tramando. Te aseguro que son cosas que nunca te habrías imaginado y menos de una mujer joven como yo y tu mejor alumna.

He preparado una lista con cada una de mis fantasías. No pienses que te las voy a revelar todas de golpe: perdería el encanto. La primera te la comunicaré mañana, después de las clases. Te esperaré en el baño de chicos, 10 minutos más tarde de que finalice la última clase. Así ya no quedará nadie por ahí y no nos molestarán. Estaré esperándote dentro de uno de los habitáculos con la puerta cerrada. Más vale que te presentes porque, si no, te acosaré de tal manera que terminarás por venir a mí desesperado, suplicándome e implorándome por mi cuerpo. Lo que has visto estos días no es nada comparado con aquello que te puedo dar.

P.D.: Por cierto, debes cuidar más la vigilancia sobre tus alumnos. Te he sacado fotos durante las últimas clases y ni siquiera te has percatado. ¡Qué deliciosas corridas he tenido mirándolas! Y eso que estabas vestido. Muero de ganas por ver ese cuerpo desnudo y tener todo ese bulto que se te marca bajo los pantalones dentro de mí”.


Así terminaba el correo electrónico. Aparecían varias imágenes de mi entrepierna y de mi culo que Patricia había logrado obtener durante las horas de clase. Yo mismo me sorprendí al comprobar que en algunas se me marcaba bastante el paquete. En una, incluso, se dibujaba sobre el tejido del jeans la silueta de mi polla.
Era innegable que mi alumna sabía jugar sus cartas a la perfección y que tenía una imaginación sexual muy desarrollada.
Otra vez tardé en conciliar el sueño. Patricia me tenía totalmente atrapado. Estaba sin escapatoria: si no acudía a ese encuentro en los baños, sabe Dios qué clase de “tortura” me tendría preparada. Debía acudir, no me quedaba más remedio. Me quedé pensando también cómo sería la situación durante la siguiente clase. ¿Cómo reaccionaría yo, cómo sería la actitud de Patricia?

El sonido del móvil me arrancó de golpe de todos estos pensamientos. Me alertaba de la llegada de un nuevo correo. A esas horas de la madrugada sólo podría ser de ella, de mi alumna. Tomé el teléfono y comprobé que había acertado.

¿No puedes dormir?” rezaba el asunto y venían cuatro archivos adjuntos.

-Esta chica es una auténtica experta. Conoce mis reacciones, sabe cómo me siento- pensé antes de pulsar sobre el correo para leerlo.

Querido profesor. Sé que después de haber leído mi primer correo estarás impactado, pero, por otra parte, aliviado por conocer ya definitivamente que soy yo tu acosadora. También me imagino que estarás ahí, en tu cama, dándole vueltas a la cabeza y que habrás tomado la decisión de acudir al encuentro. Tú también me vas conociendo poco a poco y habrás comprendido que es lo mejor, pues, si no, te quedaría por delante un auténtico martirio debido a mis artes. Relájate, mi profesor. Todo va a salir bien. Yo soy muy discreta y seguro que tú también lo eres. ¿sabes lo que estoy haciendo ahora? Te mando unas fotos para que lo compruebes por ti mismo. Tal vez deberías hacer lo mismo que yo. Te ayudará adormir a gusto y relajado. Buenas y ardientes noches, profesor. Nos vemos mañana”.

El poco sueño que tenía desapareció al leer las palabras de Patricia. Intuía cuál sería el contenido de las fotos, lo que no imaginaba era su intensidad. Abrí la primera y aparecía ella de cuerpo entero, desnuda por completo, tumbada en la cama y abierta de piernas. En su rostro se dibujaba una sonrisa pícara y sus ojos verdes miraban a la cámara llenos de provocación. La mano derecha estaba colocada sobre la teta del mismo lado. El pecho izquierdo estaba a la vista, precioso, y en esa posición se veía el oscuro pezón erguido en relieve. Mi polla reaccionó y noté el cosquilleo al empezar a aumentar de tamaño y a empalmarse. Centré luego mi mirada en el sexo de mi alumna que lucía espectacular, depilado y ligeramente brillante por la humedad producto de su excitación. La verga se me puso tiesa por completo bajo mi bóxer celeste, única prenda con la que me disponía a dormir.

En la segunda foto Patricia estaba de espaldas, de rodillas sobre la cama con su macizo culo en pompa ofreciéndomelo entero. La cabeza la tenía vuelta, mirando sonriente al objetivo. ¡Qué glúteos, qué forma tan sensual! ¡Y esa raja en medio y el agujero del ano! Ver todo ese espectáculo provocó que manchara mi bóxer, mojándolo con la intensa y olorosa humedad de mi polla.

En la tercera foto el asunto subía todavía más de tono. Mi alumna me ofrecía un perfecto primer plano de su coño penetrado por un dildo de color rosa. Lo tenía metido prácticamente hasta el fondo. El sexo de la joven estaba completamente húmedo y manchado de restos de flujo espeso y blanco. No pude resistirme más: introduje mi mano dentro del bóxer y empecé a masturbarme. Al primer contacto con mi polla la mano se me llenó de un líquido pegajoso y caliente. Otra vez Patricia me había llevado al límite. De nuevo tenía ahí a su profesor tocándose por ella, magreándose la verga y agitándosela. Sin perder de vista el coñito de mi alumna, me machacaba el pene a un ritmo cada vez mayor. Opté por quitarme el bóxer y tirarlo al suelo para estar más cómodo. Mi mano recorría toda la extensión de mi miembro, rozando el glande y cada milímetro de piel. Había perdido el control y lo único que deseaba en ese instante es que fuera la mano de patricia la que me estuviese masturbando, la que me apretase la polla hasta ordeñarme y sacar toda mi leche.

Abrí como pude la cuarta y última foto y observé una enorme mancha sobre las sábanas rojas de la cama de Patricia: había llegado hasta el final, se había corrido, empapando la cama por completo desde la entrepierna hasta los pies. Era increíble la oscura intensidad de aquella mancha. No dejé de mover mi mano ni un segundo, pero, al ver hasta dónde había llegado mi alumna, di un último acelerón a mi trabajo manual, noté el típico cosquilleo de antes de la eyaculación, pensé en Patricia, en su pronunciado escote, en sus magníficas tetas, en ese trasero que me volvía loco, en su coño penetrado, sucio y seguro que oliente y me corrí lanzando varios chorros de esperma que cayeron sin control alguno sobre mi cama y sobre el suelo del dormitorio.

Permanecí inmóvil unos segundos, con mi mano aún rodeando mi verga, de cuya punta todavía salían las últimas gotas de leche que resbalaban hacia abajo hasta impregnarme la mano.

-¡Joder! ¡Otra vez ha hecho conmigo lo que ha querido!- pensé mientras trataba de secar de mi frente el sudor que la bañaba.


Al final el sueño, ya a altas horas de la madrugada, me venció. El sonido del despertador interrumpió bruscamente mi corto descanso ya por la mañana temprano. Salí de la cama, me duché rápido, desayuné algo y salí para las clases. Tenía un cosquilleo en el estómago que no me dejaba tranquilo. Iba nervioso, sin saber cómo reaccionaría cuando viera a Patricia en el aula y, sobre todo qué sucedería al final de la mañana en el baño.
Al entrar en el aula de la clase de Latín, el miedo se apoderó de mí y fui incapaz de mirar a los alumnos en un primer momento. Sin levantar la vista del suelo dije “Buenos días” y me dirigí a mi mesa. Una vez allí ya no me quedó más remedio que elevar la mirada: justo delante de mí, en primera fila, en la mesa que está frente al profesor, se encontraba Patricia. Venía sin maquillar, al natural, preciosa, con su cabello recogido en una juvenil trenza. Llevaba una camiseta blanca sin mangas, con flores estampadas en la parte delantera. Debía de ser nueva, pues no se la había visto antes puesta y el tejido blanco estaba reluciente. Además lucía una minifalda de vuelo con cuadritos verdes y marrón café de tipo escocés. Apenas le cubría la primera parte de los muslos, dejando al descubierto las piernas casi en su totalidad.

Las tenía estratégicamente cruzadas y calzaba unos zapatos multicolor con plataforma. Estaba espectacular. Volví a mirar la faldita y parecía sacada de su época de colegiala. Patricia me pilló observando la prenda, me miró a los ojos y me sonrió.
Comencé a dar la clase, escribí unos conceptos en la pizarra y me giré para continuar con la explicación de cara a los alumnos. Mi mirada se dirigía una y otra vez a los muslos y a la falda de mi alumna, mientras proseguía como un autómata con la explicación del tema. Mi mente empezó a desear que Patricia descruzara las piernas: me moría en aquel instante por ver algo más. Me había dicho, cuando comenzó con el acoso, que no solía usar bragas, y mi verga se iba empalmando poco a poco al recordarlo y pensar que no llevase hoy.
Comprobé entonces cómo varias alumnas me miraron la entrepierna: se habrían dado cuenta de que mi bulto había aumentado de tamaño. Traté de concentrarme y de seguir la explicación pero ni hubo manera de impedir que mi polla se empalmase cada vez más. Continué dando la clase tratando de disimular al máximo mis miradas a la entrepierna de Patricia, que seguía en la misma postura. A veces movía un poco las piernas como si fuera a descruzarlas pero nunca llegaba a hacerlo. Me miraba y sonreía: estaba jugando conmigo y se sentía a gusto con ese juego.

La clase avanzaba y no fue hasta que faltaban unos minutos para concluir cuando pude ver algo más. Los alumnos estaban terminando de hacer una traducción y Patricia levantó la mano para avisarme de que tenía una duda. A la vez que levantó la mano, descruzó las piernas lentamente. La tela de la faldita quedó muy subida y mi alumna tenía los muslos parcialmente abiertos.
Era mi oportunidad: clavé mis ojos en la entrepierna de la joven y pude ver con total nitidez unas braguitas de encaje blancas inmaculadas. Mi polla palpitó varias veces ante semejante estímulo. Fue una auténtica delicia ver esa prenda íntima tan sexy. Sin embargo, estaba confuso: Patricia me había escrito al inicio del proceso de acoso que no usaba bragas y ahora, justo hoy, el día en que me había citado en los baños, llevaba unas puestas. No lo entendí en aquel momento pero un par de horas más tarde mis dudas al respecto se aclararon.

Me fui acercando a mi alumna y, al llegar ante ella, pude admirar todavía más de cerca la blancura de su ropa íntima. Sabía de sobra que tenía vía libre por parte de Patricia para observar las bragas sin necesidad de tener que disimular delante de ella, así que mantuve unos segundos más mi vista fija. Cuando le pregunté que cuál era la duda que le había surgido, me respondió que ninguna, que ya la había resuelto ella sola. En cuanto me hizo ese comentario, volvió a cruzar las piernas dando por concluida su breve exhibición.

La clase concluyó y los alumnos fueron abandonando el aula. Patricia se quedó rezagada a propósito. Fue la última en salir. Antes de hacerlo se acercó a mi mesa y me dijo:

- No te olvides, profesor. En los baños de chicos, minutos después de terminar la última clase.

Me limité a asentir y a seguir con mi vista cómo la joven salía del aula contoneando sus caderas y su culo a cada paso que daba a sabiendas de que yo la estaba observando.
Mi calentón era enorme pero debía dirigirme a la siguiente clase. Siempre dejo unos breves minutos entre clase y clase para dar tiempo a los alumnos a cambiar también de aula. Me sentía la polla dura, hinchada y tiesa y necesitaba aliviarme. No podía dar así la siguiente clase. Me apresuré a la zona de los baños, entré y me encerré en uno de esos pequeños aseos. Me bajé el pantalón y comprobé la mancha de humedad que había en la parte delantera de mi bóxer verde pistacho. Bajo la prenda se encontraba mi verga empalmada y gruesa. Deslicé el bóxer hasta la mitad de los muslos y comencé a masturbarme.


No disponía de mucho tiempo, tenía que ser una paja rápida, lo suficiente como para poder calmar por un rato mi calentón.

Comencé a agotar mi polla de forma rápida y enérgica. De fondo se oían las voces por el pasillo de los alumnos que cambiaban de aula. Con ese coro de fondo seguí machacándome el pene, con los ojos cerrados, pensando en Patricia, en su rostro, en su cuerpo, en sus muslos, en esa faldita tan corta que llevaba hoy y que con el caminar elevaba su vuelo de forma que casi dejaba al descubierto el inicio de los glúteos. El tiempo me apremiaba y aceleré un poco más. Dejé de recorrer con la mano la extensión de toda mi verga y me centré exclusivamente en el glande. Sé que cuando quiero precipitar la eyaculación eso nunca falla. Envolví con mi mano aquel rojo y húmedo redondel con su agujerito en el centro y lo agité una, dos, tres, cuatro veces. Me encogía del placer que sentía y, al notar que estaba a punto de correrme.
Apreté con fuerza varias veces más y provoqué que un interminable chorro de leche saliera disparado ensuciando las losas y el suelo del aseo. Un segundo y un tercer chorro, ya menos enérgicos, me dejaron vacío de esperma y a aquel baño impregnado por completo de mi semen y oliendo a él.

Llevado por las prisas, me subí el bóxer, que se manchó con los últimos restos de esperma que salían de mi polla, y luego me recompuse el pantalón. Todavía sofocado y con la respiración agitada, entré en mi siguiente clase.
Las horas transcurrieron lentas. No me podía quitar de la cabeza el encuentro que iba a tener con mi alumna. La ansiedad y la curiosidad por ver qué es lo que ella tenía en mente lo único que hacían era hacer más eterno y lento el paso del tiempo.
Finalmente concluyó la última clase de la mañana. Por precaución dejé transcurrir unos minutos antes de dirigirme a los aseos, por si todavía quedaba allí algún alumno. Con lentitud me encaminé hacia ese lugar. El corazón parecía que se me iba a salir del pecho. La breve distancia que tenía que recorrer se me hizo eterna hasta que finalmente llegué a la puerta de los servicios. No me había cruzado con ningún alumno pero entré con mucha cautela, por si acaso. No había nadie dentro, ni en la zona de los lavabos ni en la de los urinarios, por lo que respiré aliviado. Las puertas de los pequeños habitáculos dotados con retrete estaban abiertas, menos una. La casualidad quiso que fuera justo donde me había masturbado horas antes. Respiré profundo y me acerqué a esa puerta cerrada. Dentro no se oía nada. No sabía si era realmente Patricia la que estaba dentro. Toqué varias veces con los nudillos sobre la puerta. Me sorprendió ver que no había nadie dentro. Sin embargo, aún se apreciaban los restos de mi corrida.

No comprendía nada. ¿Se habría arrepentido mi alumna? ¿Formaría parte este plantón de su juego? Confuso y desconcertado me dispuse a salir del habitáculo pero me di cuenta de que detrás del retrete, en la parte de abajo, sobresalía un sobre grande de color blanco. Me agaché y lo cogí. Estaba cerrado y al palparlo noté algo abultado y blando dentro. Mi curiosidad me llevó a abrirlo y no di crédito a lo que había dentro: unas braguitas blancas. Y me resultaban familiar. Sin duda alguna eran las de Patricia. No salía de mi asombro e iba a sacarlas pero me percaté de que en el sobre había también un papel perfectamente doblado y plegado. Extraje primero ese papel y lo fui desdoblando. Era una nota de mi alumna en la que me aclaraba todo.

Mi deseado profesor:
Perdón por no estar presente en persona. Todo forma parte de mi plan, era algo premeditado. Seguro que antes, al verme las bragas durante la clase, te extrañaste de que las llevara. Sigo sin usarlas pero hoy he hecho una excepción. Las compré ayer en una tienda de lencería y me las he puesto hoy con un único fin: regalártelas.

Quiero que las tengas así, usadas, con mi olor íntimo impregnado en ellas para que puedas olfatearlas cada vez que quieras, para que cuando te masturbes puedas aspirar mi aroma a la vez y pienses en mí y me desees, para que te corras con mi olor dentro de tu nariz. Sé que te va a gustar tenerlas y que en cuanto acabes de leer la nota las abrirás, las tocarás, las olerás y las besarás. Al quitármelas hace unos instantes aún estaban húmedas. He estado toda la mañana con el coño chorreando y mojado, mirándote en clase, observando cómo te crecía tu bulto. Cuando entré en los baños y me metí aquí dentro, me he tocado, me he frotado el coño con la mano puesta sobre las bragas y te las he dejado bien empapaditas para que las disfrutes al máximo.

Pero yo también quiero mi premio. Sí, profesor, una de las expresiones que he aprendido contigo es “quid pro quo”. Te vas a llevar mis braguitas pero a cambio te voy a pedir dos cosas: la primera es que te bajes los pantalones, te quites el bóxer o slip que lleves puesto y lo metas en el sobre. Lo cierras y lo dejas en el mismo sitio y de la misma forma en que lo encontraste. Pasaré luego a recogerlo. Yo también quiero olerte, tener tu aroma, aspirar el olor que deja tu polla, el de tus flujos. Seguro que mientras me mirabas en clase has mojado y manchado tu prenda íntima. Así que a partir de ahora mis masturbaciones serán más deliciosas. Estoy ansiosa por saber si será bóxer o slip, el color, su textura.

La segunda cosa que te pido es que apuntes tu número de móvil en este mismo papel. Tener tu dirección de correo está muy bien, pero creo que me he ganado a pulso tener tu teléfono. No te arrepentirás de apuntarlo. Te lo aseguro.
Antes de terminar quiero decirte algo sobre mis fantasías. Ya te comenté que eran muchas, pero las irás sabiendo de una en una. Deseo realizarlas todas contigo. Hoy te indicaré cuál es la primera: ir juntos a un sexshop. Te he puesto una facilita para empezar, para que no te asustes. ¿vendrás conmigo, verdad profesor? No dejarás que una jovencita ingenua vaya sola a un sexshop, tu alumna tan aplicada. A saber las cosas que me puedo encontrar ahí dentro.
Me pondré en contacto contigo para darte las instrucciones necesarias. Ahora te toca desnudarte y quitarte tu prenda íntima. Quiero tenerla ya en mi poder.

Besos calientes, mi querido profesor.”

Me quedé impresionado tras leer la nota. Patricia era una perfecta estratega. Su forma de llevar ese juego me tenía totalmente excitado y ansioso. Y fue allí, dentro de aquel maloliente aseo y después de haber leído su escrito, cuando tuve por primera vez claro que quería hacer el amor con mi alumna, sin importarme nada más. Mejor dicho, deseaba follar con ella como un salvaje.
Saqué las braguitas de Patricia del sobre y las abrí por completo. Busqué la zona de la entrepierna y me la acerqué a la nariz. Aspiré muy profundo, embriagándome del íntimo aroma a coño que de allí salía. En efecto, esa zona de la braguita aún estaba mojada, tanto que me dejó la nariz húmeda después de olerla. ¡Qué delicia de olor tan penetrante, tan a sexo!

Terminé de oler las bragas al completo: la cinturilla, la zona de los glúteos y del culo…..Quedé extasiado. Doblé la prenda y me la guardé, como si fuera un auténtico tesoro, en uno de los bolsillos de mi pantalón. Me quité los zapatos, luego me bajé y me saqué el jeans y me despojé de mi bóxer de color verde pistacho.

Patricia se iba a llevar un buen y merecido obsequio: había restos de semen seco de mi corrida matutina y manchas de humedad de la excitación del momento. Lo metí en el sobre y acto seguido tomé un boli y fui apuntando dígito a dígito mi número de móvil en el papel de la nota. Al terminar de anotarlo, de meter el papel en el sobre y de cerrarlo, supe que ya no habría marcha atrás. Había sucumbido definitivamente al acoso de Patricia y estaba completamente en sus manos.



CAPÍTULO 5

Durante el resto del día no supe nada de Patricia. Conforme pasaban los minutos, las horas, la ansiedad se apoderaba más de mí. Me impacientaba por saber si mi alumna había regresado finalmente al servicio y había recogido el sobre con mi bóxer y mi número de móvil. Dudé de si ponerme en contacto con ella a través de un correo, pero opté por esperar. Era ella la que había comenzado el juego y trazado su propio plan, así que consideré que era mejor esperar.

La joven estuvo en mi mente toda la tarde, incluso toda la noche. No conseguía quitármela de la cabeza. Antes de acostarme a dormir saqué sus braguitas. Las había guardado en una pequeña bolsa de plástico transparente y las tenía en un cajón de mi mesita de noche. Tumbado en la cama, completamente desnudo, las extraje de la bolsa y las volví a examinar. Recorrí con la mirada cada milímetro de la prenda, cada pedacito del tejido. Mi polla empezó a endurecerse mientras mis ojos contemplaban el tesoro íntimo de mi alumna. Acerqué la prenda a mi nariz y de nuevo pude oler el intenso aroma que desprendían las bragas, ese olor a sexo, a coño húmedo, palpitante y caliente. Mi pene reaccionó, poniéndose tan tieso como el mástil de un banco, empalmado, apuntando hacia el techo. Restregué durante varios minutos la prenda por la nariz, por mi rostro. Mi mano derecha agarró con ganas y con ímpetu mi verga y comenzó a agitarla sin miramientos. Estaba tan excitado que poco después mi vientre quedó cubierto por la blanca espesura líquida del semen caliente.

Lo siguiente que recuerdo de aquella noche es que abrí los ojos sobresaltado. No sabía ni dónde estaba ni qué hora era. Miré el reloj y marcaba las 6.15. Aún tenía en mi mano izquierda las braguitas de Patricia y en mi cuerpo los restos secos de mi corrida. Debí quedarme dormido vencido por toda la tensión del día. Consulté el móvil y me sorprendí: mi alumna me acababa de enviar un correo sin texto pero con varias fotos adjuntas. Supongo que el sonido de la llegada de ese email fue lo que me despertó. Las fotos reflejaban que Patricia estaba en su habitación, vestida con la ropa con la que había acudido a clase. Mostraba orgullosa y con cara pícara mi bóxer de color verde pistacho. En otra imagen enseñaba el papel con mi número de móvil. Sus poses eran totalmente sensuales, provocativas, insinuantes, pero sin mostrar ninguna de sus intimidades. Jugaba con esas posturas para calentarme y tenerme desesperado. Colocaba su minifalda de cuadritos de forma estudiada para no enseñar más de la cuenta; sus muslos casi desnudos, el comienzo de sus blancas nalgas...Ahí acababa todo. Ansioso busqué por si había otra foto más explícita, pero no hubo fortuna. Tuve que conformarme con contemplar sus increíbles piernas y el inicio de su impresionante culo, que por otra parte ya era bastante premio.

Me llevé varios minutos admirando el cuerpo latino de Patricia hasta que mi móvil comenzó a sonar rompiendo el silencio de la madrugada. Era la llamada de un número desconocido. Mi corazón latía con fuerza. Pulsé, nervioso, para recibir la llamada y tras unos interminables segundos apareció la voz de mi alumna.

-Ummm....profesor, me encanta cómo huele tu bóxer. Era justo tal como esperaba. Y lo dejaste bien manchado y sucio de flujos de tu deliciosa polla. ¿Estabas excitado, verdad? Te gustó mi juego, lo sé. No puedo parar de oler tu prenda, de imaginar que estuvo en contacto con tu miembro, con ese pene que tanto deseo así, gordo, duro, mojadito en su punta, el glande y su pequeño agujero por el que salió el líquido que impregnó el tejido verdoso. Me muero de ganas por que me dejes ese aroma por toda mi piel, desde mi cara hasta mis muslos, hasta mis pequeños pies, pasando por mi cuello, por mis tetas y sus cumbres oscuras y duras. Quiero oler a ti. ¡Qué delicia sentir ahora mis dedos dentro de mi encharcada raja! ¡Ahhh...sííí....! Necesito darte unas indicaciones para cumplir mi primera fantasía. No deseo demorarla más.

Ya estamos a sábado. Quiero que estés a las 12.00 del mediodía en la puerta del centro académico. Pretendo que me acompañes desde allí a un sitio concreto al que no me atrevo a ir sola, pues no es un lugar muy apropiado para una chica joven e ingenua como yo. ¿Qué pensarán de mí si me ven entrar sola allí? ¿No dejarás que una inocente estudiante quede a merced de cuantos hombres se encuentro dentro, verdad?
Precisaré que estés conmigo, que me protejas de miradas lascivas y libidinosas. Además, necesito que me aconsejes y que me ayudes a elegir algo que tengo en mente comprar. Estoy convencida de que podré contar con mi guapo y sensual profesor, con su cálida y firme protección.
¡Ummmm....estos dedos son mágicos! ¡Qué placer! ¡Y tu bóxer, qué olor a polla! ¡Arggghhhhh...! ¡Sííí....más, más...!

Me despediré de ti antes de que sea incapaz de seguir hablando por culpa de mis gemidos. Nos vemos en unas horas en el sitio acordado y tranquilízate, querido profesor, que estoy oyendo tu respiración agitada. Resérvate para cuando te tenga entre mis piernas. ¡Muuuuuuaaaaccckkkk!-


Con ese beso se despidió de mí y no me dejó ni articular una sola palabra. De todas formas no hubiese sido capaz de hacerlo: me encontraba impactado por lo que acababa de oír. Tardé en reaccionar unos minutos hasta que por fin dejé en la mesa el móvil. El número de teléfono de Patricia había quedado ya registrado con lo que lo tenía disponible. Volví a tumbarme en la cama y procesé en mi cabeza todo lo que acababa de escuchar y la petición que la joven me había hecho. Tenía ya serias sospechas del lugar al que quería acudir Patricia conmigo.
Sin embargo, aún quedaban varias horas para confirmarlo.



CAPÍTULO 6

A las 12.00, puntual, llegué a la puerta del centro académico. Ataviado con una camisa de cuadros azules y grises y unos jeans azules, comencé a esperar a Patricia. Estaba nervioso e impaciente y esas sensaciones aumentaban conforme pasaban los minutos y ella no aparecía. Empecé a pensar si ese retraso formaba parte de su juego o si era involuntario. Consulté el móvil pero no había ninguna novedad. Miré el reloj y marcaba las 12.15. Cuando me disponía ya a abandonar el lugar, escuché un susurro a mis espaldas.

- Profesor, perdón por la impuntualidad.

Me giré y allí estaba mi alumna, radiante, sensual, espectacular: llevaba su cabello castaño en dos largas trenzas que le daban un aspecto juvenil pero, a la vez, pícaro. Su rostro al natural, sin el más mínimo rastro de maquillaje ni de lápiz de labios, cautivaba de inmediato.

- Pensé que ya no vendrías y estaba a punto de irme- le comenté.

-¿Crees que iba a perderme este encuentro y lo que tengo planeado para hoy?- me preguntó.

Esas últimas palabras “lo que tengo planeado para hoy” ya vaticinaban las intenciones de Patricia sólo con el tono con el que las había expresado.

- Veo que has decidido acudir a mi solicitud de “ayuda” que te hice ayer y me alegro. Ahora me sentiré protegida por mi profesor preferido- me indicó acercándose un poco más a mí y pegando sus labios casi a los míos.

Me invadió el nerviosismo y creo que hasta un sudor frío humedeció mi frente. La joven tenía razón: allí me encontraba yo siguiendo al pie de la letra las pautas que me estaba marcando ella en su juego. Aproximó su boca a mi oído y me musitó:

-Es hora de ir al lugar que tengo pensado. No perdamos más tiempo.

Un sentimiento contradictorio se apoderó de mí: por un lado respiré aliviado al librarme de que, allí mismo, a las puertas del centro, mi alumna sellara sus carnosos labios con los míos; pero, por otro, me moría de ganas por probar su sabor, por sentir la pasión y el calor de esos labios.

Patricia comenzó a caminar. Tardé unos segundos en reaccionar y seguirla. Aproveché entonces para observarla desde atrás: llevaba puesta una camiseta violeta, ajustada a su torso, y que llegaba justo hasta la cintura. Unos ceñidísimos leggings negros cubrían sus piernas, dibujando a la perfección su silueta. El hecho de que la camiseta sólo le llegase hasta la cintura, hacía que el culo de mi alumna quedara perfecta y totalmente a la vista, marcado bajo la pegada licra de los leggings.
Tan ajustada llevaba la prenda a su piel que la raja que separa los glúteos se dibujaba sobre el tejido que, con el caminar de la joven, se hundía cada vez más entre dicha raja. En los laterales exteriores de las piernas una ligera franja de encaje mostraba la piel de mi alumna desde casi los tobillos hasta las caderas. Unos zapatos de tacón a juego con el color violeta de la camiseta remataban el vestuario de Patricia.

Mis ojos no se desviaban ni un instante del trasero de la joven, viendo cómo se contoneaba a cada paso. Aquella exuberante y explosiva visión comenzó a excitarme y a provocar que mi miembro empezara a hincharse bajo el pantalón. Pero, lamentablemente, tenía que ponerme a la altura de Patricia mientras caminábamos y dejé de ver por unos minutos su perfecto culazo. Para mí el espectáculo había acabado momentáneamente, pero no así para los hombres con los que nos cruzábamos: todos sin excepción giraban su cabeza para admirar el monumento que mi alumna tenía como trasero.

No me salía ninguna conversación que entablar con Patricia, me encontraba como atenazado. Caminé a su lado en silencio unos segundos más hasta que por fin se me ocurrió una pregunta:

-¿No vas a decirme hacia dónde nos dirigimos?

-Pssssttt...Todo su tiempo. Ya lo averiguarás. Sólo te diré que no es un lugar muy apropiado para una chica ingenua y decente como yo- me respondió con una sonrisa.

No había manera de sacarle información, pese a que en mi mente ya existía una idea concreta.

-¿Sabes que estás muy sensual con ese tipo de camisas de cuadros? Me encanta cuando te las pones para venir a darnos las clases. Me entran unas ganas locas de desabrochártelas lentamente hasta dejar tu torso desnudo. Me gusta fantasear siempre que puedo con todo lo que te haría una vez que te tuviese desnudo. Ni te imaginas la cantidad de días que he terminado tus clases con mi coñito húmedo y empapado- me comentó la joven.

-Con lo buena alumna que eres pensé que te dedicabas sólo a atender mis explicaciones.

-Soy una chica inteligente. Capto tus explicaciones a la primera y luego me da tiempo a otras cosas muy provechosas, como fijarme en esa entrepierna que tienes.

Patricia iba subiendo su discurso cada vez más de tono. Entonces giró un poco la cabeza, la inclinó y me miró la zona genital.

-Parece que andas algo excitado, profesor. Tu bulto se ve hoy bastante grande. Siempre se ve grande, pero hoy lo está aún más. ¿A qué se deberá? Andaaa...que yo ya he confesado muchos secretos. Ahora te toca a ti. ¿No le vas a decir a tu mejor alumna el motivo de esa hinchazón que llevas ahí?- me preguntó.

Callé unos instantes, pero me decidí definitivamente a dar el paso de entrar en el juego de Patricia. No podía resistirme más. Me había estado provocando, encendiendo todo el tiempo y opté por liberarme de una vez de todas mis ataduras mentales.

-Se debe a que acabo de ver un culo macizo, rotundo, tremendamente prieto y duro marcado en esa licra que, además, se te mete en la raja con cada paso que das.

- ¡Vaya! Parece que el profesor al fin a dejado de reprimirse- exclamó mientras llevaba su mano derecha al trasero y se sacaba la licra hundida en su culo para calentarme todavía más.
Sin embargo, en cuanto avanzó un par de pasos, volvió a tenerla bien metida dentro. Entonces se detuvo repentinamente y se inclinó como si quisiera limpiar algo de uno de sus zapatos. Se mantuvo unos segundos en esa postura con el culo en pompa, lo que provocó que la licra de los leggings se tensara mucho más y dejara transparentar las nalgas y la raja del culo de Patricia desnudas, sin ropa interior. Ella ya me había dicho, cuando inició días antes su acoso hacia mí, que no usaba braguitas, pero constatarlo así, en plena calle y en esa posición en la que los glúteos parecían que iban a hacer estallar las mallas, hizo que una ráfaga de ardor sexual recorriese todo mi cuerpo.

-No llevas nada de bajo- fue lo único que acerté a comentar.

-Ya te dije que dejé de usar bragas. Ni siquiera me pongo un minúsculo tanga. Me estorban. Dime, profesor, ¿te pone “cachondo” saber que tu mejor alumna va a tus clases sin ropa interior y que ahora tampoco llevo? Tu bulto ha crecido. Me parece que la respuesta es “sí”.
Patricia tenía razón: mi verga estaba más dura que antes bajo el jeans y se me marcaba todo el bulto con nitidez. Seguimos caminando, sintiendo yo a cada paso la hinchazón de mi miembro, y nos acercamos a una calle por la que suelo pasar con cierta frecuencia. Tras unos instantes más de caminata, mi alumna me indicó:

- Ahora aquí, en la bocacalle de la izquierda, y empezarás a ver cuál era mi primera fantasía que deseaba cumplir contigo.

La confirmación de que yo había estado en lo cierto en cuanto a mis sospechas estaba a punto de producirse: pasamos de largo por una tienda de ropa, por unas oficinas y....el letrero luminoso que anuncia el sexshop que hay en ese lugar saltó a nuestra vista. Patricia se detuvo delante de la puerta:

- Ya llegamos, profesor. Quería hacer una compra, pero me daba reparo hacerla sola. Además, deseaba que mi sensual docente me diese su opinión y me ayudara a elegir- me susurró pasando su mano lentamente por mi muslo, aunque sin llegar a rozar mi entrepierna.

Yo había atravesado esa calle ya en múltiples ocasiones, pero jamás había entrado en el sexshop. Me quedé inmóvil y en silencio al notar por segunda vez la mano de mi alumna recorrer mi muslo de abajo a arriba y deteniéndose justo en el límite con mi entrepierna. Patricia mantuvo quieta su mano entre mi cadera y mi ingle unos segundos, llevándome a tal extremo de excitación que el movimiento de mi polla en erección y su postura de inclinación hacia la izquierda causaron que inevitablemente mi pene entrara en contacto con la mano inerte de la joven.

- Ummmmm..., profesor, un poco de cuidado y de decencia. Me acaba de rozar algo muy duro y estamos en plena calle.
Pero mi falo ya no podía contenerse y, palpitando, terminó por impactar por completo contra los dedos de la estudiante. Mi respiración se aceleró al contemplar y sentir cómo esos dedos empezaban a moverse y a acariciar la dureza de mi tieso miembro.

- Calma...Seré buena y dejaré tranquilo, de momento, eso tan duro y granítico que escondes- me comentó en voz baja para evitar que lo oyeran los transeúntes.

Sin embargo, me tomó el brazo y llevó mi mano directamente hacia sus nalgas. Dudé si apartarla pero no pude evitar dejarla sobre la licra. Sin darme apenas cuenta, uno de mis dedos comenzó a moverse, luego un segundo y un tercero. Por último, toda mi mano inició una deliciosa y suave caricia sobre la perfecta redondez del culo de Patricia. Entre la piel de mi mano y la de las nalgas de la chica sólo intermediaba la fina capa de licra de las mallas. La joven sonrío al sentirse tocada, mientras empujaba la puerta del sexshop, invitándome a pasar.







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