Cinco
y veinte de la madrugada de este templado día de diciembre. Hoy es
festivo así que no hay que trabajar. No sé qué es lo que ha
provocado que abra los ojos a tan temprana hora. Los vuelvo a cerrar
intentando dormir de nuevo, pero tras unos minutos desisto. Empiezo a
sospechar cuál es el verdadero motivo de que me haya desvelado y sé
perfectamente que, si no lo resuelvo, no podré conciliar el sueño
otra vez. ¿La causa? Mi polla. Todos estos días de calma y de relax
que ha tenido le habrán parecido ya demasiados y quiere “guerra”.
Siento el cosquilleo y las palpitaciones de cuando desea jugar o que
jueguen con ella. Noto también mis testículos endurecidos, con
carga acumulada, impacientes por explotar y calmarse.
Enciendo
la luz de la mesita de noche y deslizo mi mano entre las sábanas.
Los dedos rozan mi piel desnuda, mi pecho y sus pequeños pezones
salientes. Descienden despacio por mi vientre hasta palpar el fino y
suave tejido de mi bóxer, única prenda que llevo puesta. Es azul
eléctrico y bajo él se ocultan mi pene, mis bolas con una ligera
capa de vello púbico, que tal vez durante el día afeite, y mis
prietas y firmes nalgas. No me equivocaba: mi miembro luce ya
empalmado y tieso bajo la mezcla de algodón y licra del bóxer.
Retiro las sábanas y compruebo el enorme bulto marcado en la prenda
azul. Toda la gruesa silueta de mi verga queda a la vista dibujada y
ceñida tras el tejido: la observo milímetro a milímetro, desde
abajo, desde la base que se funde con los testículos, hasta la
punta, aún oculta bajo el prepucio. La polla se marca entera a la
perfección, trazando el sendero que recorre cada una de las venas a
lo largo de ella. Cubro con la mano mi paquete hinchado y empiezo a
masajearlo sobre el bóxer. Me muerdo los labios de placer al sentir
el roce en mi falo y en mis pesadas bolas. La prenda se mancha
enseguida por los flujos que segrego y un círculo oscuro y húmedo
aumenta cada vez más su diámetro, comiéndose el limpio azul.
Decido que es hora de deshacerme del bóxer y lo voy resbalando por
mis muslos bien torneados hasta sacarlo por los pies y dejarlo caer
al suelo. Ahora siento la total desnudez en mis glúteos y una ligera
corriente de aire acariciándolos y queriendo penetrar por la larga
raja que los separa.
De
repente unas voces parecen querer traspasar la fina pared de mi
habitación. Las vecinas nuevas que llegaron hace un par de meses se
hacen notar una vez más en medio de la madrugada, después de llegar
de esta toda la noche de fiesta. Cuando no son vecinos que se pasan
las noches haciendo sonar los muelles de la cama mientras follan y
transmitiéndome el audio completo de sus juegos mediante palabras y
gemidos que se oyen perfectamente, me tocan en suerte dos vecinas
jóvenes y corraleras, de vocabulario soez. La risa floja de la
borrachera es más que evidente, al igual que me obligan a escuchar
un breve diálogo sobre sus correrías nocturnas, que han dejado con
“ganas de una buena polla” a una de ellas.
Procuro
abstraerme de todo y centrarme en mi miembro, que no ha perdido lo
más mínimo de dureza. Lo agarro, lo envuelvo entero con mi mano y
la deslizo de arriba a abajo una y otra vez. No tarda en aparecer al
descubierto el rojo y mojado glande que me empapa la palma y los
dedos. De su pequeño agujero salen burbujitas de flujo que se
disuelven en cuanto lo toco. Empiezo a suspirar y varios leves
gemidos se escapan de mi boca. Al otro lado de la pared las risas y
las voces no cesan. Prácticamente me han narrado cómo las dos
chicas se han desnudado por completo y se han tumbado en sus
respectivas camas de la habitación compartida. Continúan hablando
de sexo y una le confiesa a la otra lo mucho que le gustaría tener
en esos momentos entre sus piernas, dentro de su coño, una polla
maciza. No se imagina que detrás de la pared, a escasos metros de su
sexo, posiblemente ya húmedo por la excitación, de sus manos y de
su boca, hay una verga así, enhiesta cual mástil de un barco.
Más
risas, esta vez nerviosas: tal vez ambas jóvenes se estén tocando
para calmar sus ansias y darse el placer deseado. Se oyen movimientos
y ruidos bruscos. Mi mano cada vez aprieta con más fuerza y acelera
sus movimientos sobre mi pene curvado hacia la izquierda. Cada
empuje, cada agitación me provoca nuevos suspiros y gemidos que
ganan intensidad. No hago nada por ocultarlos ni por silenciarlos. Me
da igual que me puedan oír las dos vecinas. No creo que se vayan a
asustar a estas alturas de la vida y menos siendo como son ni estando
como están. Oprimo fuerte cada músculo de mi verga y la machaco sin
cesar con agitaciones rápidas y secas. Gimo ya en voz alta mientras
me masturbo y el sudor empieza a bañar mi piel ardiente. En mi mano
se mezcla la humedad de ese sudor y la de los líquidos preseminales
que fluyen, incansables, de mi glande. Las
dos jóvenes dejan de oírse pero pronto descubro la razón. Me están
escuchando.
-¿No
oyes? En el otro piso también están teniendo sexo. O al menos hay
un tío que está gimiendo totalmente desesperado. ¡Joder con el
vecino! ¡Estoy por hacer un agujero aquí en la pared y mirar!-
exclama una a la otra.
Tras
oír esto, le doy un último arreón a mi mano, que estrangula sin
remisión todo mi pene. Grito de placer notando cómo surgen las
primeras contracciones en mi bajo vientre y en mis redondos y
abultados testículos. Un movimiento manual brusco, otro más, un
tercero y en medio de un resonante y prolongado “me corroooooooo”
varios chorros de leche blanca se estampan contra la pared de la
habitación sin control alguno.
Mi
respiración agitada tarda en calmarse unos minutos. La calma se
apodera por fin de mi habitación. Desde el momento de mi clímax no
he vuelto a tener noticias de las dos vecinas. Me quedo a solas con
mi polla manchada de semen, sin voces de fondo, sin risas, sin nada.
Sin embargo, segundos más tarde el silencio de la madrugada es roto
por el sonido del timbre de la puerta. Sudoroso y sucio por los
restos de esperma en mi cuerpo me levanto a observar por la mirilla:
son mis dos vecinas que, totalmente desnudas y blandiendo una un
dildo en la mano, la otra una fusta y un antifaz, me piden que las
deje entrar.
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