26 de diciembre de 2014

CONFESIONES EXHIBICIONISTAS. REMEDIOS.

                                   CONFESIONES EXHIBICIONISTAS. REMEDIOS.


Me llamo Remedios y tengo 43 años. Estoy felizmente casada y soy madre de Griselda, mi hija de 19 años. Mi vida sexual con mi marido es plenamente satisfactoria: tenemos buen y variado sexo varias veces por semana y de vez en cuando solemos introducir innovaciones en nuestros juegos para no caer en la rutina.

Mi físico es normal, no soy exuberante, pero tengo todavía un cuerpo bonito, al menos eso me sigue diciendo mi esposo. Yo también me sigo viendo guapa, la verdad. Por eso aún no logro comprender lo que me pasó hace unas semanas durante una tar4de de compras con mi hija.

Se acercaba su cumpleaños y mi marido Emilio y yo le dimos dinero para que se comprase lo que quisiera. Mi hija nos comentó que lo emplearía en ropa y en algunos complementos. Nos pareció perfecto y me tocó acompañar a Griselda aquel sábado por la tarde en el que ocurrieron los hechos. Iba en papel de “consejera”, según mi propia hija. Pensé que no estaría mal pasar una tarde las dos juntas, pues últimamente por nuestras obligaciones no nos veíamos mucho.

Salimos de casa sobre las 18.00, cuando ya casi oscurecía. Griselda es una chica muy guapa, con una cara y unos ojos marrones almendra preciosos. Iba vestida de “sport”: una camiseta roja de mangas largas, unos jeans azules claros muy ceñidos que marcaban toda su figura y unas zapatillas de deporte rojas a juego con la camiseta.

Yo me había puesto una blusa blanca, una faldita corta negra y unas medias-pantys también negras pero no muy gruesas, sino bastante finas y transparentes. Me miré al espejo antes de salir y, realmente, me vi espléndida.

Mi hija y yo nos dirigimos a la parada del autobús cercana a casa. Durante el corto trayecto a pie nos cruzamos con un par de hombres que venían caminando juntos. Al pasar a nuestra altura comprobé cómo sus miradas se clavaban en el rostro de Griselda primero, luego en sus pechos que, medianos, se marcaban bajo la roja camiseta ajustada. Cuando terminamos de cruzarnos con ellos, giré un poco la cabeza y comprobé cómo aquellos hombres se habían vuelto para mirarle el culo a mi hija. Ella seguía hablando conmigo ajena a todo o sin darle la más minima importancia. Yo trataba de continuar el diálogo, pero mi mente estaba en lo que acababa de ocurrir. Y no sé por qué motivo empecé a sentir cierta envidia de mi hija, de su belleza, de su lozanía, de la facilidad y capacidad que había tenido para atraer la atención de aquellos individuos de mediana edad, mientras que a mí me habían ignorado por completo. Jamás había sentido esa sensación antes, mi autoestima siempre había sido buena, pero ese día algo cambió. No es que me considere vanidosa y quiera acaparar las miradas masculinas, pero a una siempre le gusta sentirse de vez en cuando observada y, por qué no, deseada.

Al llegar  a la parada del bus había, entre otras personas, varios chicos esperando. De nuevo fue Griselda la que se llevó todas las atenciones de los jóvenes. Incluso llegué a ver y oír cómo dos de ellos murmuraban algo y luego miraban de arriba a abajo a mi hija.
Tras subir al vehículo, Griselda y yo nos sentamos en dos de los escasos asientos que quedaban libres. Dos de los cuatro jóvenes ocuparon los dos asientos vacíos que había frente a nosotras y el resto de los chicos se quedó de pie junto a sus amigos agarrados a una barra del bus. Los jóvenes que se habían sentado frente a nosotras eran los mismos que habían murmurado en la parada.
Griselda y yo hablábamos, pero yo parecía una autómata: le seguía la conversación pero con mi mente en otro sitio y mis ojos observando a los dos jóvenes que teníamos delante. Aunque los chicos conversaban entre ellos y con sus otros amigos, no dejaban de lanzarle miraditas a mi hija. Noté cómo el que estaba sentado en frente de mí se dignó al fin a a mirarme, a contemplar mis piernas cruzadas. Después de unos segundos volvió a mirarlas, esta vez de forma más prolongada. Empecé a sentirme algo halagada, pero en mi mente continuaba ese extraño pensamiento de envidia que me iría a llevar a un descontrol total de mis actos.

El joven subió un poco su mirada recorriendo mis muslos hasta dejarla clavada en la terminación de mi falda. Parecía estar esforzándose por ver lo que se ocultaba bajo mi faldita y que mi cruce de piernas le impedía. La situación empezó a excitarme: ahora me sentía deseada, observada, con el control sobre aquel joven. Hice un primer amago de descruzar las piernas y el chico se puso nervioso. Notaba su ansiedad, su anhelo de ver más, de descubrir lo prohibido. Muy lentamente descrucé mis piernas sin dejar de observar al joven, cuyos ojos seguían fijos en la zona de mi entrepierna e ignorando que estaba a punto de ver más de lo que esperaba: nunca uso braguitas cuando me pongo medias-pantys, es una costumbre que tengo desde que era adolescente. Todavía no se me ha olvidado la expresión de sorpresa en el rostro del chico al descubrir mi sexo recién depilado aquella misma tarde. Las finas medias no eran obstáculo para que contemplase mis labios vaginales y mi rajita que ya comenzaba a humedecerse por el juego que estaba llevando a cabo. Mantuve las piernas descruzadas, abiertas lo suficiente para que el chico siguiera deleitándose con mi coño, pero sin parecer una descarada. Todavía quedaba trayecto, así que aún no iba a dar por concluido el espectáculo. El joven se había interesado por mí a diferencia del resto y ahora se merecía una recompensa. Sin cambiar de postura continué la charla con mi hija. De reojo miraba al afortunado joven, que se había quitado la cazadora que llevaba y se la había puesto sobre su entrepierna. Entre su pantalón y la cazadora había escondido su mano derecha. Con mucho disimulo la estaba moviendo masajeándose su bulto. No sé si lo hacia sobre el pantalón o se había atrevido a meter la mano por dentro y tocar directamente su miembro.

Nadie más parecía darse cuenta de la situación. Tenía a aquel joven manoseándose por mí mientras me miraba el coño y yo no me reconocía a mí misma, mostrando mi intimidad a un desconocido. Pero era incapaz de parar de hacerlo. Todo lo contrario: deseaba seguir con todo aquello, incluso aumentarlo. El bus avanzaba en su trayecto y decidí separar un poco más las piernas para ofrecerle al chico una mejor visión. Con cada minuto que pasaba sentía mi sexo más mojado, notaba cómo mis medias empezaban a empaparse. Tal vez incluso el joven podía llegar a percibir esa humedad en la corta distancia que nos separaba. En su rostro se reflejaba el placer que le estaba proporcionando el ver mi coño y el que él mismo se estaba dando con sus tocamientos.

Me imaginaba cómo tendría que estar esa polla , una verga joven, impetuosa, quizás inexperta, a la que yo había provocado y había llevado seguro a su máxima erección. Me estaban invadiendo unas ganas terribles de ser follada allí mismo. No podía creerme lo que había conseguido con mi exhibición a causa de la envidia. Pero tenía que aguantar. Tendría que esperar a estar en un sitio cerrado para poder masturbarme o a la noche para ser penetrada por mi marido.

Opté por dar por finalizado el espectáculo y volví a cruzar las piernas. Las mantuve así durante el minuto escaso que tardó el bus en llegar a su parada final, que estaba cercana a los grandes almacenes de ropa. Cuando nos levantamos de los asientos, el chico me lanzó una última mirada de agradecimiento por todo lo que acababa de disfrutar. Me fijé en la zona de la bragueta de su pantalón y, pese a que era un jeans de tono oscuro, era más que evidente la mancha que había debido a su eyaculación.
Yo continuaba con la calentura que la situación me había provocado y sentía aún mi coño húmedo. Tras caminar unos minutos, llegué con Griselda al centro comercial. Subimos a la segunda planta, donde estaba la ropa para mujeres y, mientras mi hija empezaba a mirar prendas, cogí un par de pantalones y una falda y le dije a Griselda que iba a los probadores para ver cómo me quedaban y que luego la ayudaría, si necesitaba mi opinión para escoger su ropa. Por supuesto que mi intención no era realmente probarme esas prendas, sino poder tener al fin un poco de intimidad para apagar el fuego que ardía en mi sexo. Llegué a la zona de probadores y me encontré con que varios estaban ocupados, algunos con los acompañantes esperando fuera. Al fondo vi que quedaban dos libres y entré en uno de ellos. En el de al lado un hombre de unos 45 años esperaba pacientemente a que su mujer terminase de probarse varias prendas. No lo dudé mucho: era una buena oportunidad para volver a exhibirme, para captar de nuevo miradas masculinas. Corrí la cortina pero dejando una pequeña abertura, sin ser una cosa descarada, pero lo suficiente como para que el hombre pudiera verme desde su posición. Una vez dentro del probador me coloqué de forma que el desconocido tuviera un buen ángulo de visión en cuanto se percatara de mi “descuido” con la cortinilla. Pasaron unos instantes hasta que por fin el hombre echó un primer vistazo hacia dentro del habitáculo en el que me encontraba. El primer paso ya estaba dado: se había percatado de que podría verme durante el cambio de ropa.

Comencé a desabrocharme la blusa botón a botón: el primero ya lo tenía abierto, así que abrí el segundo y luego el tercero. Mi sujetador blanco quedó ya parcialmente a la vista. Terminé de desabrocharme la blusa y aparecieron mis dos tetas medianas cubiertas por el sostén. A través del espejo veía cómo el hombre no perdía ya detalle de mis movimientos y posturas. Incrédulo contempló a continuación cómo me llevaba las manos a la espalda y soltaba el cierre de mi prenda íntima. Dejé caer el sujetador al suelo y me giré por completo para que el mirón pudiera verme de frente. Lo observé de reojo y tenía su vista clavada en mis tetas desnudas. Empecé a acariciarme los pezones con la yema de los dedos, a tirar suavemente de ellos hacia delante y a friccionarlos. La mezcla entre el placer que yo misma me estaba dando y un cierto nerviosismo y morbo por el lugar y el cómo lo estaba llevando a cabo no hacían sino aumentar el grado de mi excitación. Vi cómo el individuo no tardó mucho en meter su mano derecha en uno de los bolsillos delanteros de su pantalón negro y comenzaba a masajear su bulto. De pronto se oyó a su esposa preguntarle cómo le quedaba la prenda que se estaba probando. Algo nervioso y con prisas le respondió que muy bien. Tras unos segundos de paréntesis volvió a dirigir su mirada hacia mi probador. En ese momento empecé a quitarme la falda. Lentamente la fui bajando desde mi cintura hasta mi bajo vientre. Si la bajaba un poco más, mi sexo cubierto sólo por las finas medias-pantys quedaría ya a la vista del desconocido. Perdí el pudor por completo y miré por primera vez de forma directa a los ojos del hombre: nuestras miradas se encontraron, cómplices en el juego. Deslicé hacia abajo la faldita unos centímetros más y dejé mi coño expuesto al individuo. Otra vez la misma cara de sorpresa en él que un rato antes en la cara del joven del bus. De nuevo el contemplar contra lo esperado mi sexo sin cubrir por unas braguitas causaba asombro. Observé entonces cómo los movimientos dentro del bolsillo del pantalón aumentaban de velocidad. Me encontraba completamente desnuda sólo cubierta por los transparentes pantys. Me puse de espaldas al hombre para que pudiera contemplar también mi culo. Con el pretexto de apartar un poco los zapatos, me agaché ofreciéndole durante unos instantes la imagen de mi trasero en pompa y abierto. Ya no aguantaba más: me metí la mano entre las medias y mi piel, la fui bajando hasta mi sexo y empecé a acariciarlo con mis dedos. No dejaba de mirar al individuo, que se había acercado todo lo que podía al espacio abierto en la cortina, pero sin descuidar el probador en el que todavía seguía su esposa. Se veía ya a la perfección el enorme bulto que se le había formado bajo el pantalón y que aquel desconocido continuaba masajeando.

De nuevo su mujer lo interrumpió brevemente y cuando volvió a mirarme, yo me había metido ya un dedo dentro de mi coño mojado y había comenzado a penetrarme. Giraba mi dedo dentro, lo doblaba haciendo el movimiento como si me rascase. Un solo dedo ya no me era suficiente: necesitaba más, estaba ardiendo. Introduje en mi sexo un segundo dedo, luego un tercero. Tenía más de la mitad de la mano dentro y no paraba de moverla. Mis pantys estaban mojados, mi mano empapada, llena de flujos y líquido blanco. Dejé de mirar por unos segundos al individuo y, cuando quise volver a hacerlo, se había tomado la licencia de descorrer la cortina, entrar en mi probador y volver a cerrarla. No dije nada, ni me opuse. Se abrió la cremallera del pantalón, sacó a duras penas su enorme miembro hinchado y duro, avanzó un paso más y se detuvo ante mí, con la polla a escasos centímetros de mi cuerpo. Empezó a agitársela a una gran velocidad, recorriendo una y otra vez toda la superficie, rozando su rosado glande. Las venas se le marcaban en el pene como si fuesen a estallar de un momento a otro. Estuvo así un minuto, hasta que paró de forma repentina. Vi cómo la polla le palpitaba, le daba pequeños latigazos hacia arriba, luego hacia abajo y otra vez hacia arriba. El olor a sexo y a sudor comenzó a inundar el pequeño espacio en el que nos encontrábamos. Sabía que aquel hombre no podría estar mucho más tiempo allí o sería descubierto, mejor dicho, seríamos descubiertos, por su mujer. Interpreté ese parón en su masturbación ese quedarse quieto con su polla empalmada apuntándome directamente como un ofrecimiento a que fuese yo la que continuase machacándosela. Con mi mano derecha le agarré de golpe su miembro y comencé a pajear al desconocido. Con la izquierda me frotaba el clítoris buscando mi ansiado orgasmo. El intenso aroma que procedía de aquella polla me penetraba por la nariz y me volvía todavía más salvaje. Sus testículos bailaban al ritmo de los movimientos de mi mano sobre el pene. Le escupí un par de veces sobre la verga para que mi mano se deslizara con mayor facilidad y para que sintiera mi saliva hirviendo sobre la piel.

Tras varios enérgicos y violentos movimientos con mi mano, al desconocido se le escapó un tenue gemido. No me dio tiempo a más: el semen comenzó a salir disparado del agujerito del glande y fue estrellándose sin pausa en mis pechos y en mi vientre. El caliente y espeso líquido blanco empezó a bajar desde mi estómago hasta el inicio de los pantys. Con mi mano abierta comencé a darme palmadas sobre mi coño para después volverme a meter un par de dedos y penetrarme de forma alocada bajo la atenta mirada del hombre, de cuya polla goteaban los últimos restos de leche. Me masturbé duro metiendo y sacando los dedos con todas mis ganas hasta que noté un estallido de placer en mi interior alcanzando el orgasmo. Terminé con toda la entrepierna de las medias chorreando para mayor satisfacción de aquel individuo. Éste no quiso arriesgarse más y con rapidez se metió la polla por dentro del pantalón, se subió la cremallera, descorrió por completo la cortina sin importarle lo más mínimo que alguien más me pudiese ver, me dedicó una sonrisa picarona y volvió a cerrar de golpe la cortina. Saqué de mi bolso un kleenex para limpiarme un poco el semen que tenía sobre mi cuerpo y secarme mi propia humedad, me vestí precipitadamente y cogí las prendas que ni me había probado. En el suelo del probador quedaron restos de esperma del individuo, de mis flujos y el kleenex sucio.

Al salir del habitáculo, me dirigí de nuevo hacia la zona en la que se encontraba mi hija que, ajena a todo, estaba ya terminando de seleccionar las prendas que iba a probarse antes de comprarlas.





Felices fiestas para todos mis lectores y que el nuevo año nos traiga a todos mucho sexo.
Mi diosa, te amo y te deseo. Te espero en mi camita. Si tienes frío, yo te lo quito con mi cuerpo ardiente. Te amo, corazoncito.

21 de diciembre de 2014

NO ES UN DÍA CUALQUIERA.

                                                        NO ES UN DÍA CUALQUIERA.


Son justo las 23.00 del sábado día 20 de diciembre. No sé el tiempo que me llevará escribir este texto pero voy a terminarlo antes de irme a dormir. El día ha sido bastante movido, con compras navideñas por la mañana y viaje al aeropuerto por la tarde para recibir a una de las personas que más quiero en este mundo, pero aun así voy a dejar el texto finalizado y publicado. Porque hoy no es un día cualquiera.

Quiero antes que nada pedir perdón a mis lectores que estén esperando un relato erótico. Hoy voy a dejar aparcado un poco ese tema. En breve publicaré un nuevo texto lleno de erotismo y placer pero en esta ocasión quiero dar rienda suelta a mis sentimientos. A veces también es bueno escribir sobre el amor dulce y tierno y todo aquello que uno siente por la persona a la que ama.

Y esa persona eres por supuesto tú, mi diosa. Así que no te vayas a poner “tomate” por la ruborización. Eso te pasa por derretirme con cada uno de tus detalles: me provocas dentro un torbellino de sensaciones hacia ti muy difícil de describir con palabras.
Esta semana andas acatarrada y lo único que deseo es que pronto desaparezcan esas molestias en la garganta.

Con el resfriado a cuestas me has obsequiado hoy con uno de esos días en los que uno se siente dichoso, lleno de alegría y de amor. Cuando desperté a la hora habitual, empezó uno de esos encuentros  en los que nos pasamos minutos y minutos hablando de muchas cosas. El sexo contigo es una cosa sublime pero estos ratos de dulzura me hacen ver que cada día que pasa te quiero más. Son momentos en los que te siento junto a mí de manera extremadamente cercana. Cada uno de tus “te amo”, de tus “te quiero”, cada uno de tus piropos y halagos van asaeteando mi corazón hasta hacerlo gigante y lleno de amor por ti. No voy a entrar en los temas de los que hablamos, eso queda entre tú y yo, pero sí que voy a destacar un aspecto: estando resfriada y bastante afónica, me regalaste el sonido de tu voz diciéndome cosas lindas y que me hicieron estremecer por completo. Siempre encuentras las palabras exactas y los momentos más oportunos para hablar

Durante la tarde estuvimos un pequeño ratito juntos, cuando yo había ya regresado del aeropuerto. Ibas a estar ocupada y te despediste hasta después. Pero minutos más tarde apareciste de nuevo enviándome un mensaje escrito sobre el pie de una foto. Hacías alusión a lo poquito que me queda para disfrutar de casi 15 días de vacaciones.

Ya en mi la noche, cuando te quedaste libre de todas las ocupaciones, me regalaste un largo rato. Después de una nueva avalancha de besos y de piropos mutuos, hiciste alusión a una compra que habías adquirido el día anterior y me dejaste con toda la ansiedad. Se trataba de una prenda íntima roja. Me habías prometido el día anterior que estrenarías la prenda. Pero es mejor así, siempre te lo he comentado:  La noche se presentará ardiente.

Llevaba varias jornadas sin ver tu rostro y sin comentarte nada de lo mucho que ya estaba empezando a extrañar tu cara. Sin previo aviso me dedicaste varias imágenes donde se apreciaba la perfección de tu rostro, la intensidad, luminosidad y dulzura de tu mirada, en definitiva, la belleza hecha persona. Fue durante ese espacio de tiempo cuando también empezaste con las insinuaciones que tanto me gustan. Me pusiste en bandeja la posibilidad de saber que, en efecto, llevabas la prenda íntima roja que habías comprado el día anterior y me emplazaste hasta que despierte el domingo para mostrármela en todo su esplendor. Ya lo estoy deseando. Después de despedirme de ti y de cenar, decidí, mi diosa, escribirte este texto o reflexión antes de dormirme.


Todos los días contigo son inolvidables pero el de hoy se ha llevado la palma. Me doy cuenta de lo afortunado que soy por darme tú la oportunidad de poder amarte. Tú con tu amabilidad, tu afecto, tu atención, tu amor, tu ternura, tu pasión y desenfreno, logras hacer que mi corazón lata cada vez más intenso por ti.  Cada jornada me llenas de detalles, me apoyas de forma incansable, me mimas. Lo que tengo metido en mi corazón, toda esa sensación de amor en mayúsculas hacia ti, crece sin cesar.
Estoy muy enamorado de ti, locamente enamorado de la mujer más especial y buena que existe en la Tierra. Te quiero, mi diosa.


Perdóname tú también, mi vida, por no ser hoy un relato erótico lo que publico. Sé que eres mi lectora favorita y que te encanta leer mis relatos pero hoy toca romanticismo….con un toque final de erotismo. Porque te recuerdo que te debo un relato sobre ciertas bolas juguetonas. Pronto estará, durante las vacaciones lo redactaré.
Erotismo también habrá en nuestro juego de las braguitas. Por eso voy a finalizar ya este texto y a acostarme a descansar. Mientras antes me duerma, antes llegará el momento de volver a verte y de ver el estreno de tu prenda roja.


Gracias por ser como eres. No me cambies nada. ¡Te quiero tanto, corazón mío! Siempre estaré a tu lado.

Ya me duermo en cuanto deje el texto publicado. He tenido que luchar con mis párpados que amenazaban con cerrar por hoy mis ojos pero al fianl ha quedado terminado. Te merecías estas líneas, mi vida, quería publicarlo hoy.


Ahora a descansar ya y a soñar con tu versión dulce…y con la diosa del sexo.

¡Te amo, mi mexicana y bellísima novia!








                       

11 de diciembre de 2014

UN DILDO DE RECAMBIO.

                                                    UN DILDO DE RECAMBIO.


No hace mucho me comentaste que tenías en mente comprar un sustituto para uno de tus dilos, para ese dildo azul que fue el primero que estrenamos juntos y que tantos ratos de placer nos ha dado. Por desgracia el juguete pronto dejó de funcionar en cuanto a su función de vibración. Lo seguíamos usando pero ya sólo como un dildo normal.

Habías conseguido otro, el rosa, también con vibración incorporada, pero seguías empeñada en hacerte con un sustituto del azul. Cuando te pregunté un día el motivo, me describiste a la perfección las ventajas y desventajas de ambos juguetes y destacaste la flexibilidad y el mayor tamaño del azul.

Ya habías estado mirando algunos modelos en el sexshop de la estación de tren en el que compraste las bolas chinas y te habías fijado en uno.
Las circunstancias hicieron que dejases aparcada la idea de comprar ese nuevo dildo. Pero yo sabía las enormes ganas que tenías de poseerlo, lo mucho que gozarías con él en la ducha, en la cama, conmigo en nuestros juegos.

Por eso el otro día, en la tarde-noche cuando salí de las clases, me acerqué al sexshop cercano al centro de estudio. Ya había estado allí una vez, cuando compré la vagina con vibración que sólo intenté usar una vez y que dejé arrinconada por no saber usarla correctamente y por mi poca paciencia por seguir probándola.
En esta ocasión no me costó tanto trabajo entrar en la tienda como la primera vez. Todavía sentí algo de nerviosismo, pero ni punto de comparación con el miedo que me paralizaba en la anterior visita.
Me dirigí hacia la zona de juguetes femeninos y curioseé varios minutos entre los dildos expuestos. No tardé en dar con el que andaba buscando: uno que se pareciera en tamaño al tuyo azul y, por supuesto, con vibración. Era exactamente igual, únicamente el color era diferente: verde oliva. Lo tomé del estante y fui al mostrador a pagarlo. Me atendió el mismo señor amable que la vez primera. Mientras me cobraba, una chica joven que estaba por allí cerca mirando unos geles lubricantes dirigió su mirada hacia la caja del dildo, clavando en ella sus ojos. Una sonrisa lasciva se reflejó en su cara sin dejar de mirar mi compra, imaginado tal vez el efecto que el juguete tendría dentro de su sexo. Pagué, salí de la tienda y emprendí el camino de regreso a casa satisfecho por la adquisición realizada.


La temperatura había bajado bastante en los últimos días, de modo que cuando entré en casa lo primero que hice fue darme una buena ducha caliente. El agua y la espuma del jabón y del champú se deslizaban por mi cuerpo desnudo recorriendo cada palmo de mi piel. Con mis manos me enjaboné toda la zona de la entrepierna dándome un suave masaje. Lo prolongué más de lo que tendría que ser habitual para limpiar mis atributos. Mi pene, que seguía siendo golpeado por las gotas de agua de la ducha, fue ganando en tamaño y en dureza. La sensación de sentir mi miembro endurecerse por el roce de mi mano y por el incesante chorro de agua que sobre él caía era muy placentera. Me acariciaba también mi torso húmedo, mi pecho, mis pezones. La polla estaba ya empalmada requiriendo de forma egoísta la atención de mi mano para ella sola. Pero quería reservar todo mi ardor para ti. Deseaba sorprenderte con el nuevo dildo y que pudieses disfrutar toda mi excitación, lo caliente y fogoso que yo estaba, mientras estrenábamos el juguete. No tardarías mucho en llegar.

Hacía una semana desde que te habías instalado conmigo en Sevilla. Después de encontrar vía internet un trabajo de diseñadora en una empresa de nueva creación dedicada al diseño, por fin se cumplió nuestro sueño de estar físicamente juntos. Pese a que esos primeros días habían sido un poco ajetreados para ti por todo lo que conllevaba el viaje y el inicio en el trabajo, fueron días de auténtico desenfreno sexual entre los dos. Habíamos tenido sexo todos los días dos veces, en las mañanas temprano y por las noches. Y no habíamos hecho más veces el amor debido a nuestros horarios laborales. Ya me había dado cuenta de la mucha razón que tenías cuando desde México me decías siempre que me preparase para cuando estuvieras en España conmigo y que aún no había visto casi nada. Habían sido juegos de tremendo desenfreno sexual y de pasión amorosa en los que habíamos dado rienda suelta a todas las ganas que teníamos acumuladas de tocarnos, palparnos, abrazarnos, besarnos acariciarnos, sentir nuestros cuerpos fundidos en uno solo, nuestras pieles pegadas, nuestras lenguas entrelazadas y el sudor mezclado bañando nuestros cuerpos. Cada día que pasaba teníamos aun más ganas de hacer el amor, de follar duro como salvajes hasta dejarnos el último gramo de fuerza y acabar extenuados.

Terminé de ducharme sin haber consumado la masturbación, satisfecho de haberme controlado para conservar en todo su apogeo mi excitación para ti. No tardaste ni quince minutos en aparecer por la puerta de casa. Cuando te vi entrar, me di cuenta una vez más de lo afortunado que era, de la gran suerte que me había deparado el destino en la vida. Tu cara llena de dulzura iluminó enseguida toda la estancia. Fue como si una ráfaga de bondad, de paz y de ternura cruzara cada centímetro de la vivienda. ¡Y qué guapa venías! Ni las horas de trabajo te habían restado un ápice de tu natural belleza. No te había dado mucho tiempo a peinarte por la mañana por prolongar nuestros juegos sexuales, así que te habías hecho una trencita en el pelo. Lo primero que hice fue estrecharte entre mis brazos y sellar mis labios a los tuyos en un interminable beso. Casi nos quedamos sin respiración. Traías tus mejillas y tus manitas un poco frías por la temperatura invernal, pero pronto entraron en calor.

- Te amo, mi vida- fue lo primero que te dije después del beso.

Me sonreíste y me dedicaste un “te quiero, muñeco” que me llegó al alma.

- ¿Todo bien en el trabajo?- te pregunté.

- Todo perfecto, amor- me respondiste mientras te quitabas tu chamarra roja.

Ibas vestida con ropa cómoda: una camiseta azul de manga larga, unos jeans oscuros y unos tenis rojos. Te comenté que mi jornada había ido bien y que las clases habían transcurrido tranquilas.

- He preparado algo de cenar: una tortilla de patatas y está terminándose de hacer en el horno una pizza de las que a ti te gustan- te indiqué.

- Amor, ¿por qué eres tan bueno? ¿Por qué no me has esperado para preparar algo entre los dos?

- Mi vida, otro día. Hoy ya está la cena casi lista. Así que a relajarnos y a cenar- te comenté.

Me acariciaste con la mano mi mejilla derecha y en la otra me diste un besito cariñoso.

- Además, tengo una sorpresa para después de la cena y para antes de dormir.

-¡Amo las sorpresas! ¿No hay pistas?- preguntaste ilusionada.

- Nada de pistas. Está en la habitación. Pero hasta que no cenemos no vayas a mirar- te pedí.

- ¡Está bien. Ya me tienes ansiosita!- exclamaste.

Tras disfrutar de la cena y ver un rato la televisión, te fuiste a dar una ducha. Mientras te duchabas, me fui desnudando hasta quedarme sólo con un bóxer celeste puesto y me quedé de pie. Esperaba impaciente tu entrada para ver la reacción que tenías al ver la sorpresa. Unos minutos más tarde apareciste por fin. Con el pelo mojado y suelto, llevabas puesto el camisón negro que tanto me gusta. Habías dejado que tu piel se secara sola antes de ponértelo y salir del baño.

- Estás preciosa, amor- te piropeé cuando te vi entrar.

- Tú lo estás también siempre, mi ángel- me replicaste.

Con la mirada empezaste a buscar el regalo por toda la habitación hasta que descubriste un paquete envuelto en papel de regalo. Me miraste como esperando un gesto de aprobación para abrirlo y tras mi asentimiento te dirigiste hacia él. Yo no dejaba de mirar tu cara para comprobar la expresión que pondrías al ver lo que era aquello. Nerviosa quitaste el papel y el gesto que pusiste lo decía todo. Se te abrieron los ojos y la boca y una amplia sonrisa de satisfacción se dibujó en tu cara.

- ¡Amor, gracias! ¡Eres increíble! ¡No me lo esperaba! ¡Pensé que sería otra cosa!

Con la caja del dildo en la mano viniste presurosa hacia  mí, me abrazaste y me diste varios besos en los labios.

- ¿Te gusta, verdad?- te pregunté.

- ¡Mucho! ¡Justo el que quería, el que queríamos los dos!- respondiste llena de alegría.

- Sería una pena dejar al pobre juguete en la caja por más tiempo, ¿no crees, Patty?- te pregunté lanzando una insinuación.

- Lo que sería una lástima es dejarlo por más tiempo sin conocer mi coño- dijiste llevando tu mano derecha a la parte delantera de mi bóxer y tocando con ella mi pene sobre el tejido de la prenda.

Me comenzaste a acariciar lentamente toda mi entrepierna mientras yo acercaba mi cara a la tuya y empezaba a besarte la frente, las mejillas, los labios. Con mi mano acariciaba tu pelo tan suave y en el que aún perduraba ese inconfundible y delicioso aroma a chocolate que le daba el nuevo tratamiento capilar que habías comprado en México unos días antes de venir. Seguiste frotando con delicadeza la palma de la mano sobre mis genitales y sobre mi miembro, que no hacía más que endurecerse con cada roce que le dabas. Busqué con mis labios los lóbulos de tus orejas y les dediqué sensuales pasadas con mi boca. Empezaste a suspirar: eso era lo que yo quería, que sintieras placer y gozaras como también yo lo estaba haciendo. Sin pausa alguna descendí con mi boca hasta tu cuello, recorriéndolo suavemente, notando tu olor a perfume de Channel. Te habías puesto algunas gotitas después de la ducha.

- El perfume de tu diosa- recuerdo que me dijiste una vez.

Llevé mis manos a las tirantas del camisón y las fui dejando caer por tu piel sedosa, por tus hombros y por el inicio de tus brazos. Bajé la prenda poco a poco, mientras tus senos empezaban a asomar conforme ésta iba cayendo. Ahí aparecieron tus pechos, con esa forma y tamaño que me vuelven  completamente loco. Y ese color marrón oscuro en las aureolas y en los dos pezones que hacen cima en tus montañas redondas.

Iba a acariciarlos pero me susurraste al oído:

- Mi tigre, ve al cesto de la ropa y trae el jeans que me acabo de quitar.

Me imaginé que se trataría de alguno de tus traviesos juegos, así que te obedecí de inmediato y salí en busca del pantalón. No tarde casi nada en regresar a la habitación.

- Mira la entrepierna del jeans- me pediste.

Busqué esa zona de la prenda y comprobé que estaba húmeda y manchada. Sabes de sobra lo mucho que me excita que no uses braguitas y entre eso y que siempre me dices que estás más cómoda sin ellas, aquel día no habías roto la norma y no habías usado ni tanga ni sujetador.

- Ahora quiero que huelas esa parte y me digas exactamente y sin rodeos a qué huele. Quiero oírlo de tu voz, de la voz de mi Raúl.

Conforme fui acercando mi nariz al jeans, me fue llegando el aroma inconfundible de tu sexo, de tu ardiente coño, de los flujos y fluidos que manan de él. Aspiré profundamente el olor y me quedé callado unos segundos.

- ¡Dímelo, quiero escucharlo!- me ordenaste con esa voz que se te pone cuando estás desatada para el sexo.

- Huele…huele a puta, a una puta caliente cuyo coño está mojado todo el día por estar pensando en la polla de su macho, en que la folle duro y no pare de hacerlo hasta que la deje llena de leche.

- Justo eso era lo que quería oír. Soy tu puta y he estado caliente y deseándote todo el día. Mi coño no ha estado seco ni un instante- me dijiste.

Te bajé de golpe el camisón hasta dejarte completamente desnuda. Arrojé tu prenda de dormir y el jeans al suelo y me percaté de que de tu depilado coño salía la anilla rosa de las bolitas chinas. Cuando viste mi cara de satisfacción me comentaste:

- Las he llevado dentro desde que salí de casa. Ni te imaginas el placer que me han dado hoy. Hasta tuve que entrar en el baño del trabajo a jugar unos minutos con ellas.

Mi polla ya casi se salía del elástico del bóxer de lo tiesa y alargada que estaba. Te diste cuenta inmediatamente y después de recorrer varias veces con tu lengua la extensión de mi pene sobre el bóxer, me sacaste la prenda de un tirón. Mi polla salió como un resorte, hinchada, dura, con varias venas marcándose sobre la tersa piel. Te tumbaste en la cama abierta de piernas, ofreciéndome tu coño penetrado por las bolitas. Empecé a tirar de la anilla hacia afuera, a empujar otra vez hacia adentro, de nuevo hacia afuera y hacia adentro. Repetí la acción varias veces y a la cuarta las bolitas aparecieron ya manchadas de tu flujo blanco. Poco a poco éste iba saliendo por tu rajita y llenaba por fuera tu vagina y sus labios. Aceleré un poco los movimientos y tus suspiros y gemidos no tardaron en aparecer. Te incorporaste un poco en la cama, lo suficiente para llegar a agarrar mi verga y masajearla, mientras yo no paraba de mover las bolas dentro de tu sexo.

Me giré y tomé la caja del dildo. Lo saqué del envoltorio y te lo ofrecí:

- Quiero que lo chupes. Métetelo en la boca y chúpalo. Demuéstrame que de verdad eres mi puta. Hoy quiero que explotes de placer, que te corras, que chorrees como nunca antes. Deseo que empapes las sábanas, que te mees de gusto.

Con una mano seguiste agitando lentamente mi trozo de carne hinchado y con la otra te metiste el enorme dildo en la boca para chuparlo.
En tus mejillas se marcaba el juguete al chocar por dentro contra ellas. Tu cara de disfrute y de gozo me estaba poniendo a reventar de calor. Aproveché para dejar dentro de tu sexo una de las bolas y meter la otra en tu ano. Cerraste los ojos al sentir cómo te penetraba ahora también tu culo. Tras un par de minutos lamiendo el dildo, lo sacaste de la boca y me ordenaste:

- ¡Párteme el coño! ¡Reviéntamelo entero! ¡Fóllame duro, Raúl! ¡Hazlo de una vez! ¡Fóllate a tu puta y déjame oliendo a ti, a tu semen! ¡Quiero dormir toda la noche con mi sexo chorreando los restos de tu corrida!

Te quité el dildo de las manos y empecé a acercarlo a tu coño. Las primeras manchas habían hecho ya hace rato acto de presencia en las sábanas rojas. Restregué un par de veces el juguete por la parte externa de tu coño, extraje la bola de tu culo, la volví a meter dentro de tu vagina y así, con las dos bolas dentro, empujé con fuerza el dildo hacia el interior de tu empapado sexo. Se mezcló el sonido del juguete chocando con las bolas y el del chapoteo al entrar en aquel mar de líquido que era tu coñito.

- Vas a explotar, vas a estallar entera. Haré que te duela todo ese coño de lo duro que te voy a follar- te dije completamente excitado y entregado.

- ¡Sííííí, así me gusta, que me folles duro, que me dejes saciada y llena de tu polla, aghhhh, más, sigueee!

No parabas de agitarme la verga y mi glande ya había emergido hacía rato, húmedo, mojándote la mano con las burbujitas de líquido preseminal que brotaban de la punta de mi pene, de aquel agujerito que se abría y se cerraba al compás de los movimientos de tu mano. Yo sentía ese cosquilleo de gusto en mi abdomen, notaba cómo mis testículos se endurecían paulatinamente conforme pasaban los minutos. Retiré momentáneamente el dildo de tu coño: mi intención era sacarte ya las bolas y empezar a hacer que el dildo vibrase. Y así lo hice: tiré de la anilla, salió primero una y luego la otra bolita, ambas cubiertas de blanco. Te pedí que chupases las bolas para que saborearas tus propios jugos y con la lengua dejaste ambos redondeles rosas completamente limpios. Te besé en los labios queriendo probar de tu propia boca el sabor de tu sexo.

Una vez que las bolas quedaron apartadas, puse en funcionamiento la vibración del dildo y volví a aproximar el juguete a tu coño. Rocé con él tu clítoris unos instantes, antes de decidirme a penetrarte con el objeto verde. En cuanto notaste la vibración dentro de tu cuerpo lanzaste un gemido que retumbó en toda la habitación. Yo movía el dildo a un ritmo medio, metiéndolo, sacándolo un poco, volviéndolo a meter.
´
- ¡Fóllame más, más duro!- pediste desesperada sin dejar de masturbarme.

Cada vez apretabas con más fuerza y ganas mi polla, con cada movimiento me aproximabas más a mi eyaculación.

Cambié de nivel la vibración aumentándola, al igual que incrementé la velocidad e intensidad con la que te taladraba tu sexo. Un enorme hilo grueso y espeso de flujo blanco comenzó a deslizarse desde la raja de tu vagina muy lentamente hasta tu ano, recorriendo los escasos centímetros que hay de separación. El agujero de tu culo se tragaba, sediento, todo el líquido que le iba llegando de tu coño.

- ¡Toma, toma, más, más! Dime que te gusta, que deseas que te folle así, como a una puta!- exclamé.

- ¡Reviéntame, rómpeme todo el coño! ¡Me gusta que lo hagas, quiero ser tu puta todas las noches!- gritaste exaltada de pasión.

- Ummm…ese culito…creo que te lo partiré también. Te meteré el dildo hasta el fondo, hasta llegar a tu estómago, para que lo sientas bien dentro, cómo recorre todo tu interior, cómo se desliza y te roza por completo.

No había acabado de hablar cuando ya tenías dentro el juguete. Lo metía con fuerza, lo volvía a sacar y de nuevo lo empujaba una y otra vez hasta el fondo. Tus gemidos eran cada vez más fuertes y ya no pudiste seguir masturbándome: soltaste mi polla y quedaste a merced de mí, de mis embestidas con la mano. Aceleré más y más, tu culo tenía mucha hambre de dildo y lo engullía ansioso, totalmente abierto.

-¡Ahhhh…como sigas me voy a correr…ahhhh, no aguantaré mucho!- exclamaste al borde del éxtasis.

Extraje el dildo de tu culo y volví a meterlo de un golpe seco y rotundo en tu sexo que ya ansiaba volver a ser penetrado. Subí al último nivel la vibración y casi enloqueciste al sentirla dentro. No parabas de gemir, no cesabas de pedirme que te hiciera estallar. Tu coñito rezumaba un olor a sexo que inundaba toda la habitación. Aceleré aun más hasta que decidí meterte el dildo varias veces seguidas de manera brusca. Lo saqué y deje que vibrara sobre tu clítoris.

- ¡Arrrgghhh, amor…me voy a correr. ¡Olvídate del dildo y méteme la polla! ¡Fóllame hasta el final! ¡Córrete dentro de mí!

- Quiero que te corras tú primero, que chorrees sin parar, que te mees de placer. Sé que vas a hacerlo. ¿No querías ser mi puta? ¡Demuéstrame que lo eres! Luego te meteré la polla hasta correrme dentro de ti- te respondí volviendo a clavar enérgicamente el dildo en tu coño.

No aguantaste mucho más: tras varias embestidas con mi mano, lanzaste un grito de gusto y de tu chocho comenzó a salir un interminable chorro de líquido con ligero tono amarillento que lo salpicó todo. Empapaste mi mano, mi abdomen, mi polla, las sábanas.
Cuando aún salían las últimas gotas, te metí mi verga. Volviste a gemir nada más sentirla. Con mis caderas me impulsaba todo lo que podía, moviendo mi cintura hacia delante y hacia atrás a un ritmo frenético.

-¡Ahhh, sííííí…..qué gusto! ¡Lléname, inúndame de leche caliente, de la leche de mi macho!

Mientras me entregaba con todas mis fuerzas en la penetración, con mi mano derecha apretaba tus tetas de forma alternativa. Las masajeaba, las acariciaba, tiraba de esos pedacitos oscuros de carne que te sobresalían queriendo alargarlos más de lo que ya estaban.

Mi verga se deslizaba ya a toda velocidad, en un mete y saca que resonaba. Mis bolas se bamboleaban al ritmo de mis movimientos y comencé a sentir los primeras contracciones en mi bajo vientre y los primeros latigazos dentro de mis testículos. Ya no había marcha atrás: la eyaculación era inminente. Apreté todo lo que pude, empuje cuatro veces más con las últimas energías que me quedaban y solté un grito:

- ¡Me corrooo, me voy a correr…Ahhhhrrrgggg!

- ¡Síííí…dame toda tu leche, la quiero toda dentro!- exclamaste.


Varios chorros de semen comenzaron a salir disparados de mi glande regando el interior de tu vagina, mientras los dos gemíamos de placer. Te dejé dentro mi pene hasta que sentí salir la última gota de esperma. Luego lo saqué y le diste varias mamadas con la boca para saborear los restos de semen que quedaban sobre mi polla.

Ambos caímos rendidos y exhaustos. Nos abrazamos y nos besamos estrechando nuestros sudorosos cuerpos.

- Eres increíble. No sabes lo que me has hecho disfrutar. Gracias, amor mío- me dijiste acariciando mis mejillas.

- Te amo, mi cielo. Tenías toda la razón cuando me comentabas que me preparase para tu llegada a Sevilla, que aún no había visto nada. Me haces siempre explotar de placer. Te quiero, amor.


Abrazados el uno al otro nos quedamos dormidos deseando que amaneciera para volver a entregarnos a nuestra pasión.








10 de diciembre de 2014

ENCUESTA: MEDIAS, PANTYS Y MINIFALDAS.

                                   ENCUESTA: MEDIAS, PANTYS Y MINIFALDAS.


Esta nueva encuesta tratará sobre medias, pantys y minifaldas. Las preguntas que planteo son las siguientes:

1. ¿Qué prefieres usar: medias (de las que llegan hasta medio muslo o se sujetan con ligas) o pantys (aclaro para algunos países: son las medias que llegan hasta la cintura, no las bragas) ? ¿De qué color?

2. Si usas pantys, ¿prefieres ponértelos con braguitas debajo o sin ellas?

3. ¿Te gusta usar minifaldas?

4. ¿Has llegado a ponerte alguna vez una minifalda sin braguita debajo?

5. ¿Alguna vez, vistiendo minifalda, has abierto intencionadamente las piernas más de lo normal para exhibirte y mostrar tu ropa íntima o incluso tu vagina?

6. ¿Cuál de estos temas prefieres para la próxima encuesta:
     -Encuesta sobre tu cuerpo
     -Encuesta sobre tus preferencias en un hombre
     -Encuesta sobre la masturbación femenina ?

7. ¿ Sobre qué otro tema te gustaría que hiciera una encuesta?




VIVE LA VIDA.

Seguimos con la encuesta.

Sí, suelo usar minifalda. Normalmente uso pantys, pero si tengo plan uso medias con liguero, son más sexys. Y sí, alguna vez se me han quedado mirando para la entrepierna y me imagino que habrán visto algo, jajajá.
Y sí, alguna vez me he puesto pantys sin nada debajo, cuando la intención es la de quitarlos en breve, jajajá.
Lo del color es relativo, depende del tiempo y de la ropa que ponga, y del propósito con el que me las pongo. Varía desde el típico color carne hasta las medias de fantasía.

Espero que te haya servido de algo. Un besín.


ESTER.

Hola, David. Mi respuesta a la encuesta:

1. Me gustan más las medias y dentro de las posibilidades las que llegan a medio muslo, a veces con ligas, pero éstas se marcan y dan problemas. Para el trabajo pantys. Siempre bastante transparentes y negras, excepcionalmente, salmón o similares.

2. De no tratarse de algún juego sexual, siempre con bragas.

3.  Sí, tengo unas piernas bonitas y a pesar de mi edad (cincuentona), las puedo llevar y le gustan mucho a mi pareja. Tengo algún vestido de fiesta muy, muy corto, no lo he medido pero más de un palmo por encima de la rodilla.

4. Sí.

5. Sí, más de una vez, pero siempre jugando con mi pareja, y ofreciéndome a algún mirón recalcitrante.

6. Me da igual, pero considero poco interesante una encuesta sobre mi cuerpo.

7. Gustos femeninos en el sexo (por ejemplo en "El urinario del placer" lo lógico, a mi modo de ver, hubiera sido follarla por detrás en el sexo y no practicar sexo anal), o, por ejemplo, sobre la fotografía erótica.


MERCEDES.

Hola David.
Antes de contestar a tu encuesta te diré que me sorprendió al tiempo que me agradó este tipo de encuestas. Son muy originales, la verdad, y yo que soy una mujer muy morbosa y coqueta... e incluso a veces provocativa, pues me agradan sobre manera estas encuestas. Seguiré contestando a las que publiques. Además, por las respuestas que he leído de otras autoras o lectoras, creo que estamos siendo sinceras y que coincidimos en muchas cosas, quedando claro que somos todas las mujeres bastantes coquetonas.. y en el fondo que nos gusta el coqueteo. Es una opinión personal, ¡¡por Dios!!, que ninguna se enfade.
Un beso fuerte, y ahora voy con mis respuestas:

1.- Siempre medias de medio muslo. Los pantys me oprimen mucho y me molestan. Además, ¡¡qué narices!! son mucho más sexys. Negras, de color carne y algunas veces grises o color ceniza.


2. No uso pantys, pero si los usara, supongo que los llevaría con tanguita. Tampoco uso bragas.


3. Muchísimo. Desde niña ya la falda del uniforme era más corta que la de las demás. Recuerdo que mi madre se enfadaba mucho cuando me ponía burra para que me la cortara. No recuerdo haber usado faldas que me llegaran a la rodilla. Y además tengo un montón y de todos los tipos. Eso sí, mi marido se pone de los nervios cada vez que me las pongo, aunque ya sabe de sobra que me da lo mismo, y que me las seguiré poniendo. Es lo que tiene estar casado con una mujer coqueta por excelencia. Jejejeje. Las más larga a medio muslo y las más enanas pues... unos cuatro o cinco dedos más cortas. Lo suficiente para taparme el culo.

4. Sí. Alguna vez.... pero escasas veces.

5. ¡¡¡Jejejeje...!!! Eres picarón !!! Sí, algunas veces. Me encanta la cara que ponéis los tíos cuando os dais cuenta de que se nos ve el tanga al estar sentadas. De todas formas en ocasiones por el tamaño de la mini se ve sin que lo hagas adrede. Al menos en mi caso.


6. Encuesta sobre tus preferencias en un hombre


7. Me da igual. Lo responderé de la misma manera.





MOONLIGHT.


1. Medias. Me molesta la ropa en la cintura y cadera, y con la ropa interior y el pantalón o falda tengo suficiente. Las medias son más cómodas para hacer pis, o cualquier otra actividad que exija bajarse las bragas, porque las medias no te las tienes que bajar, y los pantys sí, sin contar con que luego suben fatal y la entrepierna de la prenda no se ajusta a la tuya, lo que lo hace más incómodo todavía, sobre todo si llevas pantalones. Aparte, las medias son más sexys y los pantys me parecen una prenda completamente antimorbosa. Las medias que tengo ahora son negras o color carne, alguna con algún dibujo bordado. Las de otro color me parecen de peli porno cutre.

2.Como te digo, no uso pantys desde que era una cría.

3.Sí, tengo minifaldas. Tengo paulinas (por Paulina Rubio) son cortas pero sin enseñar el culo.

4.Ya te dije anteriormente que soy incapaz de salir a la calle sin braguitas, y si llevo una minifalda, menos todavía. No es plan de ir enseñándole el chocho a todo el mundo, eso ya lo hago en la playa, jaja. Usar mini no se trata de exhibirse, se trata de enseñar muslamen, de lucir piernas, pero no es lo mismo vestir que exhibirse. Si eres exhibicionista, me parece de puta madre, pero no es el motivo por el que normalmente una chica lleva minifalda.

5. En público, no que yo recuerde. Sin desconocidos, sí. No me considero exhibicionista y sé a quién le enseño y a quién no. Es más excitante la insinuación para poner cachondo a alguien que el exhibicionismo descarado por el simple hecho de exhibirse, porque, para que sea elegante y no quede chabacano y vulgar, hay que saber hacerlo, y es algo que no está al alcance de todas, por muy golfas y provocativas que quieran parecer. Además, para que te vean el culo, no es necesario llevar mini.

Las otras dos preguntas me son indiferentes.

Un beso. Sonia.



LAURA.

1. Medias de medio muslo. Color negro.

2. Depende de lo que se marque, si no se marca, tanga.

3. Sí, me gustan mucho. De dos dedos por donde empiezo los glúteos.

4. Si, bastantes veces.

5. Pues alguna vez sí, para provocar un poquito, jeje.

6. Encuesta sobre tu cuerpo

7. Sobre las fantasías que tenemos las chicas estaría bien.




ROTESINFONIE.

1. Usar medias, me parecen más sexys. Ya no recuerdo cuándo fue la ultima ocasión (y seguramente por necesidad tuve que usar).

2. Cuando las usé, siempre con tanga.

3. Sí. Tapa justo el término de mis glúteos. Mi esposo dice que es muy corta...... a lo que respondo: “Tú me la compraste”
Él: “ya lo sé pero así como me encanta a mi seguro a muchos otros también”.

4. Sí, en muchas ocasiones.

5. Claro de eso se trata. De exhibir, ponerle algo picante a la situación.

6. Encuesta sobre la masturbación femenina.

7. Sobre los relatos que preferimos las mujeres. Yo he comenzado a escribir, no he tenido éxito en la pagina para poder publicar.
Empecé mis propios relatos porque he leído muchos que me parecen el guión de una película porno. No es que me disgusten, igual me divierto leyendo, pero me pregunto si soy la única que prefiere relatos con personajes más reales. Está bien dejar fluir a los personajes como nos place, pero en ocasiones me parecen tan plásticos que pierdo el interés por el relato.



HELEN.

1. Prefiero usar pantys porque con las otras no me siento cómodas, no supe nunca usarlas.

(No respondió a la segunda pregunta).

3. Síiiii me gustan mucho. Hasta la mitad del muslo, ni corta ni largas. Sugieren más.

4. No, nunca pero me gustaría.

5. No, nunca. Me gusta insinuar, los hombres se calientan más.

6. Sobre la masturbación femenina ya que por más que lo intento todavía es una culpa en mí.

7. Sobre las fantasías que tenemos las mujeres.

Gracias.

Helen.


SKARLET.

Bien...Aquí voy:

1.- Siempre lo digo: depende del momento, aunque la mayoría de las veces agarro a medio muslo...Me parece mas insinuante...Suelen ser negras pero también las tengo blancas y otros colores, para casos especiales...

2.- Sin bragas...A veces me las pongo, pero prefiero ir sin ellas cuando las uso...

3.- ¡¡Claro!! Faldas, minifaldas y micro faldas, jajá jajá. Justo donde me terminan las nalgas..y esa la conservo para casos especiales...if you know what i mean..

4.- Muchas veces..

5.- Muchas veces........

6.- Los tres temas me llaman la atención...

7.- Buena pregunta...

Besitos..




GATACOLORADA.

David vuelve con sus encuestas en que sacamos ese punto exhibicionista que tenemos muchas. Y vayamos a las respuestas.

1.Medias, color negro, humo, carne, o con algún dibujo o tipo red. Y si puedo con liguero. Me hace sentirme sexy. Aunque también uso pantys y bodys completos.

2. Si uso pantys, lo hago sin bombachas o con tangas, para que no se marquen. Si uso body, busco que sean de los que tengan abertura abajo por si hay que miccionar, y uso bombacha sobre el body.

3. No suelo usar mini, ya soy una señora casada y madre de dos hijos.

Contestada en la respuesta anterior lo que queda test.

Y sobre próximo cuestionario, vos decides.


ELENA.

1. Uso medias y pantys. Quizá más habitualmente las segundas ya que aquí en España ir con faldita y medias es, en ocasiones, algo provocador. Negro, gris, azul metálico.

2. Normalmente lo uso con braguitas, pero me encanta usarlos sin braguitas.

3. Sí. Mucho. Alguna de verano muy corta de esas que si te agachas un poco se te ve el culito. Pero eso solo puede usarse en alguna ocasión más informal como cuando vas a la playa o es verano y estás luciendo piernas.

4. Sí.

5. Si. Lo he hecho en algunos momentos en los que era seguro hacerlo y yo andaba caliente y queriendo ser el centro de atención.

6. Lo que tú quieras.

7. Lo que quieras.





Encuesta sobre ropa interior.

                                        ENCUESTA: SOBRE ROPA INTERIOR.



1. ¿Qué tipo de ropa interior usas normalmente: tanga o braga?

2. ¿Cuál es tu color preferido para tu ropa interior?

3. ¿Te gusta usar ropa íntima transparente?

4. ¿Sales a veces a la calle sin sujetador bajo la camiseta, blusa…?

5. ¿Le has regalado tus braguitas o tanga usado a un hombre después de practicar sexo con él?





BITRIR:

Ya que esto (pienso) que es sólo para alimentar tu morbo y dado que a mí también me encanta, ¿tendrás que compensarnos, no? Jejejeje...

1- ¿Braga o tanga? Indiferente, uso ambos por igual.

2- ¿Color? Rojo, el 80% de mi ropa interior es roja, el resto, granate, morada y negra. Odio el blanco para mí.

3- ¿Transparente? Fifty/fifty. Depende de la ocasión. Pero sí, en la mayoría de los casos.

4- ¿Sin sujetador? Sí, sobretodo cuando se semi-trasparenta la blusa, suéter... sin que llegue a saberse con total seguridad. Lo que me encanta es no llevar tanga o bragas cuando me pongo pantalones blancos. Me pone hasta escribirlo.

5- ¿Regalar braguitas usadas? Sí, pero sólo con la condición de que me regalen unas nuevas que superen a las regaladas. ¡¡¡Y siempre lo consigo!!!
No hay nada que me seduzca más que ver a un hombre afeitándose (con la espuma blanca en la cara) y bóxers blancos. ¡Es demasiado!

SKARLET:

1.- Dependiendo del momento. Las bragas son cómodas, las tangas sexys...Aunque para ser sincera, suelo usar más tangas que bragas. Estas últimas las uso más que todo cuando estoy en mis días (Si sabes a que me refiero...)

2.- Soy casi indiferente al color..digo "casi" porque suelo declinarme por el color negro...Pero sí, cualquier color al final...

3.- De nuevo, depende del momento y de mis ánimos...

4.- Depende también del momento, no sólo sin sujetador, también salgo sin braga o tanga... Aunque la mayoría de las veces por juegos eróticos...

5.- Sí...De hecho, y como nota curiosa que le puede servir a alguien de inspiración para algún relato, hay un allegado a mi vida que colecciona a modo de trofeos las prendas intimas de las mujeres que se tira. Las guarda en bolsitas plásticas con nombres y todo, y en muchos casos, con fotos de las anteriores dueñas...Soy parte de esa "galería de trofeos"...

Espero te haya dejado satisfecho la respuesta, sea cual sea tu objetivo...

Besitos.


MANGODULCE:

Bueno soy nueva, pero por mi parte estoy dispuesta a aclarar tus dudas:

1- No soy de las que les gusta usar ropa interior, pero de vez en cuando me pongo tangas o si acaso complazco a mi hombre poniéndome su boxer.

2- No tengo preferencias en color.

3- Sí me gusta usarlas ya que eso me ayuda a provocar a mis hombres.

4- Cuando voy a la facu sí, pero del resto no mucho.

5- Jejeje, síí. Hay hombres a los que les gusta quedársela de recuerdo y me da morbo pensar que se masturban oliendo mis fluidos..



MOONLIGHT:

Sigo pensando que solo buscas el morbo, porque con el tipo o color de la ropa interior de una autora en concreto no vas a mejorar tus relatos. Es una cuestión de gustos, unas utilizarán un tipo de ropa y otras otro tipo diferente.

A ver, respuestas:

1. Me encanta la ropa interior, y uso tangas, braguitas, culottes y, alguna que otra vez, bóxers de mi chico. Me gusta cómo algunos, los de lycra, me ciñen las caderas y son un poquito más largos.

2. Tengo ropa interior de todos los colores, creo yo, con dibujitos y sin ellos. Igual los tejidos.

3. Sí, tengo.

4. Como te dije en la anterior encuesta, soy incapaz de salir a la calle sin bragas, pero sin sujetador sí que he salido alguna vez. Normalmente ha sido para sacar al perro o tirar la basura, pero tengo prendas que tiene que ir sin sujetador, porque quedo muy feo si se ve. Tengo los pechos operados, así que no tengo problemas de flacidez, jajaja.

5. No.



GATACOLORADA:

Como dice “luz de luna” , sos un poco perverso, pero contestaré a tus preguntas.

1. Braguitas, pequeñas de tiro bajo. (En mi país se llaman bombachitas).

2. Blanco, negro o color carne.

3. Sí o con muchos calados, de nido de abeja.

4.Sí.
5. No, llevo muchos años de pareja. Alguna vez sí se las he dado en algún lugar público para ponerle nervioso y caliente.

Como nota añadida, soy fanática de los corsés y de las medias y ligueros.



ESTER:

Hola, soy una lectora de TodoRelatos y me ha parecido interesante contestar tu encuesta. Espero que te sirva para mejorar los relatos en la parte femenina.

1. Para el trabajo bragas, para el resto de los momentos tanga.

2. Negro.

3. Sí, muchísimo y cada vez es más difícil encontrarla.

4. En verano y cuando el vestido así lo requiere, escotados, que marcan etc...

5. En una ocasión regalé la tanga a un hombre con el que me había acostado. He regalado más veces (2 o 3) mis medias.

Un beso.

Ester.




VIVE LA VIDA:

Ahí van mis respuestas:

1. Depende de lo que te pongas por encima: con vaquero braguitas o culot, con mallas o vestido tanga. Como ves depende de muchas cosas, jajajá.

2. Mi color favorito de ropa interior es el negro, aunque depende de los planes que tenga, del humor, y si voy a enseñarla o no.

3. Salgo a veces sin sujetador.

4. Sí, me gusta usar ropa interior transparente, sobre todo cuando estoy totalmente depilada.

5.  No nunca he regalado ropa interior. Si te queda alguna duda....



MERCEDES:

1. Siempre tanga, pero no de hilo dental, pues me molesta un poco. Me gustan con triangulito detrás.


2. Blancas, rosas o azul celeste, aunque tengo de todos los colores y formas.


3. Sí. Sobre todos las de blonda. Me parecen muy eróticas


4. Alguna vez si. Aunque normalmente uso sujetador.


5.Sí. Alguna vez me las han pedido, y otras no me las devuelven. No muchas veces, pero si alguna.

Por cierto, ¡me encantan lo tíos buenos con bóxer tipo slip blanco, ajustaditos y marcando todo! Me pone a cien.



LAURA:


Ahí van mis respuestas:

1. Tanga.

2. Negro.

3. Sí.

4. Algunas veces, sobre todo si por tema de ropa se va a marcar mucho.

5. Sí, algunos chicos me lo han pedido y no me importa.



RoteSinfonie:


1. La mayor parte del tiempo, tanga.


2. Negro.


3. Sí.

4. Regularmente, no. Salvo excepciones muy contadas.

5. Después del sexo, no. Antes sí.



ELENA:

Hola. He descubierto por casualidad alguno de tus relatos y vi que alguno de ellos eran tipo encuesta para chicas. Me apetecía responder. Nunca he hecho algo así y quería participar en tu encuesta.
Me llamo Elena y tengo 26 años.

1. Normalmente braguita, es lo que más me gusta. También uso tangas, claro, pero generalmente braguita.

2. Negro.

3. Tengo muchos tipos. Deportivas, cómodas, alguna más aniñada, otras más vestidas y elegantes y, cómo no, alguna transparente.

4. Normalmente no lo hago, pero sí que lo he hecho en muchas ocasiones: bien porque la ocasión así lo requería (al volver del “gym” o de la playa) o simplemente por comodidad en verano.

5. Sí. Lo he hecho en 5 ocasiones.









22 de noviembre de 2014

ENCUESTA: SOBRE EL USO DE LAS MALLAS.

                                  ENCUESTA: SOBRE EL USO DE LAS MALLAS.


Hace ya bastante tiempo, cuando comencé a escribir relatos eróticos, decidí publicar en la página a la que subía mis textos (TodoRelatos) una serie de encuestas destinadas a mujeres. Eran encuestas bastante breves, de cinco preguntas. Cada una de las encuestas estaban orientadas a un tema específico.

El hecho es que se generó cierta polémica por la publicación. Participaron más mujeres de lo que en un principio imaginé. Algunas de las participantes eran autoras de esa página; otras eran lectoras. Hubo quienes  respondieron sin más a las preguntas; otras, además de contestarlas, dijeron que les había gustado la idea y me animaron a seguir publicando más. Pero también hubo algunas chicas que se enfadaron o se molestaron un poco, no sólo conmigo, sino también con las mujeres que participaban. Sin embargo, estas chicas que se mostraban un tanto enojadas terminaban respondiendo a las preguntas, cosa que nunca entendí, pues, si tanto les molestaban las encuestas, ¿por qué seguían participando? Por supuesto que algunas preguntas tenían su dosis de morbo, pero al fin y al cabo se trataba de una página de relatos eróticos, no de cuentos infantiles.
Algunas de las participantes eran autoras de esa página; otras eran lectoras.

Para mí fue una experiencia nueva como autor: cambiar de registro y centrarme por un tiempo en dichas encuestas fue una novedad positiva y enriquecedora, pues me sirvió para tomar ideas para futuros relatos, especialmente para la caracterización de personajes femeninos o para la creación de situaciones.

Ya llevaba un tiempo queriendo publicar aquí en mi blog esas encuestas y hoy me he decidido a hacerlo. Empezaré por la primera, que trataba sobre las mallas (también llamadas leggings o licras).

Hubo participantes que ofrecieron respuestas escuetas pero también otras que se extendieron ampliamente a la hora de contestar. Cada una lo hizo según su parecer, cosa que siempre es respetable. Estas son las preguntas y una selección de las chicas que participaron con sus respuestas.




1) ¿De qué color sueles ponerte las mallas?

2) Cuando usas mallas, ¿te gusta usar prendas largas por arriba para tapar tu trasero o prefieres dejar el culo a la vista de los demás?

3) ¿Qué tipo de prenda íntima usas bajo las mallas? ¿Te las pones alguna vez sin bragas ni tanga?

4) ¿Usas las mallas por comodidad o para sentirte sexy y atraer las miradas de los hombres?

5) Si usas mallas para hacer deporte en el gimnasio o para salir a correr por la calle, ¿utilizas ropa interior debajo?





SKARLET.

A ver...Guiándome por el comentario de Moonlight, veo que ustedes le llaman "malla" a lo que por acá en mi tierra le llamamos "licra" o "legging"...

 Todo depende del gusto y del momento. Aquí voy con mis respuestas:

1.- Tengo de muchos colores, pero predominan las negras, grises y blancas. Aunque estas últimas las guardo para ciertas ocasiones donde quiero que me miren por lo general...

2.- Depende del momento y de mis ánimos...

3.- Tangas tipo hilo o sencillas. Sí me las he puesto sin nada debajo, muchísimas veces.

4.- De nuevo, depende del momento y de los ánimos. Aunque te diré que me parecen excesivamente cómodas, pero aun así muchas veces lo hago para que me miren.


5.- Diré que también depende del momento y de los ánimos, aunque no suelo llevar nada debajo al momento de hacer ejercicios con ellas en el “gym” o al salir a correr.



MERCEDES.


1) Tengo de muchos colores y estampados, pues me gustan mucho. Si es verano, me gustan blancos.


2) Suelo usar prendas cortas en la parte de arriba. No me importa, y hasta me gusta, que se me marque la figura


3) Siempre tanga. Un vez las llevé sin nada. Pero solo una vez.


4) Para sentirme sexy y atraer las miradas.


5) Salir a correr no lo practico. En el gimnasio, sin nada debajo.





GATACOLORADA.


Bueno, pues es que al principio no lo entendía, las mallas en mi tierra son los trajes de baño. Pero una vez que sé de que va, me adhiero a parte del comentario de la wonderfull “luz de luna”, y paso a contestar para que tengas una opinión desde el cono sur.

1. Negras o grises, en casa alguna vez rosas.

2. Depende: o las uso con camisolas o con musculosas o remeras.

3. A veces con tanga, otras sólo con un carefree.

4. Por comodidad. Mucho en casa, poco en la calle.
5. Sólo voy al gimnasio después de los partos para volver a estar en forma, y ahí llevo debajo tanga o colaless.

Bueno, así es la vida. Erótico de verdad son las medias y ligueros.


MOONLIGHT.

Muchas reflexiones tienes tú. Sin ánimo de ofender, me parece que este texto es solo para alimentar tu libido.

Las mallas, ahora llamadas leggins, han existido siempre, pero desde el invierno pasado en España ha surgido la moda de llevarlas bajo un jersey o camisola larga. Sin embargo, la manera de llevarlas no responde a la forma de ser de una mujer, ni que se sea más recatada o más atrevida. Yo no suelo usarlas para salir a la calle, a no ser que las tenga puestas en casa y baje a pasear al perro o a tirar la basura. Pero es como con todo: te pones algo que combine bien o te siente mejor, simplemente. No pienses que las mujeres nos vestimos solo para que nos miren; las mallas ofrecen una comodidad que otras prendas no.

Ahora, respondiendo a tus preguntas morbosas:

1) Tengo mallas negras, fucsia y de otros colores; cortas, largas y pirata; igual que tengo pantalones y faldas de distintos colores. Vamos, no entiendo que no encontraras respuesta a esta pregunta pensando lo mínimo. ¿Tú vistes siempre el mismo color?


2) Ya he respondido a esta pregunta más arriba. El dejar el trasero a la vista no es para que los babosos nos miren más. Responde a muchas cuestiones. Si es invierno, obviamente no vamos a llevar una camisetita que deje al aire la tripa.

3) Yo soy incapaz de salir al acalle sin ropa interior. La única excepción la hago en el gimnasio. Yo no llevo nada debajo de ellas cuando estoy en el gimnasio o, algunas veces, en casa, que en verano puedo estar incluso en pelota picada. Hay otras que sí llevan algo debajo, pero es cuestión de gustos, supongo. Es mi caso estoy más cómoda, pero es que tampoco enseño nada. Ahora, si tú te pones cardíaco, el problema es tuyo, jaja.


4) También está respondida.

5) Lo mismo.

Espero haber resuelto tus dudas y haberte aclarado que nuestras decisiones no siempre van ligadas a la provocación ni nada parecido.



ELENA. 26 años.

1) Negras. Grises también.

2) Depende. Para ir al “gym” o algunos días de verano voy con el culito a la vista, pero a veces utilizar una camisa larga que te tape un poco es sexy.

3) Tanguita. A veces nada.

4) Por comodidad para hacer deporte y el resto de las veces para atraer miradas de los hombres. Es como las minifaldas, no hay hombre que no mire cuando una se las pone.

5) Tanguita.



17 de noviembre de 2014

VECINOS RUIDOSOS.

                                                          VECINOS RUIDOSOS.


Es domingo por la noche. Se acaba un nuevo fin de semana. Éste ha sido especial para mí por haber celebrado mi cumpleaños y por haber recibido tantas muestras de amor de las personas a las que quiero, principalmente de mi novia, que se ha dejado todo su tiempo, su alma y su voz en hacerme el hombre más feliz de la Tierra.

He podido practicar deporte durante el sábado y el domingo y eso ha hecho que esté ya un poco cansado a estas horas de la noche. De hecho, debería estar en la cama descansando y no escribiendo este texto. Pero me he vuelto a levantar para redactar lo que ha sucedido.

En cuanto mi novia se puso en contacto conmigo para darme las buenas noches, me tumbé en la cama para dormir. Esta tarde la he echado un poco de menos por sus ocupaciones y, entre el cansancio de mi cuerpo y el deseo de verla cuando me despierte temprano, no quería demorar mucho más el quedarme dormido.
El sueño estaba a punto de vencerme, cuando he comenzado a escuchar las risas de los vecinos de al lado. No sé qué diablos pasa con las paredes de este bloque de pisos que se oye absolutamente todo y más todavía en el silencio de la noche. Conozco a la perfección lo que ocurre a partir de esas risas, pues son ya tantas veces las que las he oído: carcajadas más fuertes, luego susurros, suspiros, el crujir de los muelles de la cama, incluso golpes en la pared con no sé qué partes del cuerpo (supongo que con los brazos), gemidos y toda clase de expresiones y palabras de índole sexual que se suelen usar mientras una pareja folla.

Aunque son muchas las veces en las que he sido partícipe involuntario, oyente casi por obligación, de los juegos sexuales de esa pareja, hoy ha sido distinto.
He andado caliente todo el día y no he parado de pensar en mi novia, en nuestros encuentros ardientes, llenos de pasión y de entrega. Por eso, al oír los gemidos de la chica cada vez que su pareja le metía la polla hasta el fondo, al escuchar los jadeos de él en pleno esfuerzo, he cerrado los ojos y me he puesto a recordar a mi novia: su rostro lleno de dulzura, su precioso cuerpo desnudo, el cuerpo de una diosa. Me he llevado la mano a mi bóxer gris, que es la única ropa que traía puesta por abajo, y me he empezado a acariciar sobre la prenda ceñida. El estímulo de mi mano no ha tardado mucho en hacer efecto y mi pene ha comenzado a endurecerse, a ponerse tieso. A pesar de que estaba tapada por el bóxer, sabía que las venas ya se estarían marcando sobre la piel de mi verga como si fuesen a explotar en cualquier momento. La prenda gris ha comenzado a humedecerse: sobre ella ha aparecido una ligera manchita justo donde se encontraba la punta de mi polla. He rozado esa mancha con mis dedos y lo único que he logrado es agrandarla más de lo mojada que se encontraba ya mi miembro. He continuado masajeando todo mi paquete con la palma de la mano, incluyendo por supuesto los testículos, notando cada vez más las palpitaciones de mi pene. Lentamente he bajado el bóxer, dejando que asomara mi polla primero, mis bolas después.  He encerrado en mi mano derecha la verga, empezando a agitarla con suavidad. Pronto ha quedado al descubierto mi glande rojizo, empapado de flujo, con su agujerito central abriéndose y cerrándose al compás de cada palpitación. He acelerado imaginando que es mi chica la que cabalga sobre mi pene o la que me masturba o la que engulle mi polla con su húmeda boca.

El deleite de sentir el roce de mi mano y la fricción sobre mi duro miembro va en aumento. Sé que ya no habrá marcha atrás, que no pararé hasta correrme de gusto. Acaricio mi glande que está pringoso. Con los dedos juego con él formando finos y largos hilos con el líquido que ese redondel carnoso desprende.
Vuelvo a acelerar, a agitar enérgicamente mi polla. De mi boca salen los primeros gemidos. Recorro toda la extensión de mi miembro empalmado una vez, otra, otra más.
Noto que se acerca el momento de la eyaculación, cómo se endurecen mis testículos, cómo el cosquilleo en ellos y en mi abdomen anuncian lo que ya es irremediable. Agito mi pene con todas mis fuerzas y de forma seca. Repito la acción varias veces más hasta perder la cuenta. Una nueva vez y ya no aguanto más: varios incontrolables chorros de esperma salen disparados uno tras otro impactando contra mi vientre, mi pecho y la ropa de cama.

Ahora todo huele aún a semen, a ese inconfundible fuerte olor a semen blanco y espeso, mientras termino de escribir este texto para, ahora ya sí, acostarme a dormir en mi cama revuelta y manchada.
                       

1 de noviembre de 2014

El ciclista y la indigente.

                                                EL CICLISTA Y LA INDIGENTE.

 Aquel domingo de septiembre de hace varios años, como suelo hacer muchos otros domingos, salí de casa a media mañana para hacer una ruta en bicicleta por los alrededores de mi ciudad. El día había amanecido con alternancia de nubes y claros pero yo estaba tranquilo de que no llovería, pues las previsiones no daban agua. Vestido con mi equipación ciclista (culotte negro ceñido a mi cuerpo y maillot azul) emprendí la ruta sobre mi bicicleta. Comencé a pedalear y atravesé el centro de la ciudad hasta llegar al río. Continué unos kilómetros más y alcancé una zona muy tranquila, poco transitada, ya a las afueras de la localidad. A un buen ritmo iba recorriendo kilómetros y deleitándome con el paisaje poblado de campos y arboledas. Me fijé entonces en que el cielo poco a poco se empezó a encapotar. Al principio no le otorgué mayor importancia pero conforme pasaban los minutos comprobé que la cosa se ponía seria: los nubarrones eran cada vez más negros y comenzaron a caer las primeras gotas dispersas. Enseguida inicié el camino de regreso a la ciudad. Montar en bicicleta con algo de lluvia no me importa pero el aspecto del cielo no presagiaba nada bueno. Con cada minuto que transcurría la lluvia se hacía más intensa. Aceleré mi ritmo de pedalada, ya con toda mi ropa empapada de agua, tratando de buscar algún lugar cubierto bajo el que resguardarme. Sin embargo, todo era campo abierto y aún me quedaban varios kilómetros para llegar a la entrada de la ciudad. El fuerte viento de cara dificultaba más mi avance. Ya no llovía, diluviaba y los goterones de agua golpeaban mi anatomía sin compasión. A lo lejos comencé a divisar al fin el primer puente que hay a la entrada de la ciudad. Pensé que sería un buen sitio bajo el que protegerme. Completamente mojado llegué hasta el puente y me puse a cubierto bajo él. Todo aquel lugar estaba solitario: nadie pasaba, ningún coche circulaba por allí. Mientras trataba a duras penas de recomponerme un poco, escuché unos ruidos a mi espalda. Me giré y vi a una mujer de mediana edad con un carrito de los que se usan para la compra. Dentro de él llevaba varios enseres y también cartones. Se trataba de una indigente que probablemente vivía bajo aquel puente. La saludé con educación y ella me respondió el saludo. Su acento me indicaba que era una mujer extranjera. Llevaba una camiseta blanca de tirantas ajustada al cuerpo y una falda larga verde de vuelo que le llegaba casi hasta los pies. No tardé en percatarme de que los pezones de la mujer se le marcaban exageradamente sobre la camiseta. Era evidente que no llevaba sujetador. Se veían unos pezones grandes y gruesos. Inicié una breve conversación con ella para romper el hielo de la situación. Le hablé de lo mucho que llovía y de mi error de haber salido ese día con la bicicleta. Ella me escuchaba y me dijo que allí estaría resguardado hasta que pasara la tormenta. Le pregunté que de dónde era y me dijo que de Rumanía. La mujer no hablaba muy bien el español pero se le entendía más o menos. Mientras conversábamos, sorprendí a la indigente lanzando una mirada a mi entrepierna. El ajustado pantalón ciclista marcaba todo mi “paquete” y más todavía mojado y pegado totalmente a mi piel como estaba. Eso era lo que estaba mirando la rumana. Después de nuestra breve conversación se hizo el silencio entre los dos. Ella dirigió una nueva mirada a mi polla; yo a sus pezones y a sus tetas medianas y algo caídas. Empecé a notar cómo mi verga comenzaba a ponerse dura y tiesa, lo que provocó que la mujer la mirase cada vez con más frecuencia. Llegó un momento en que pareció no importarle que yo me diese cuenta de sus miradas, pues se quedaba contemplando mi entrepierna segundos seguidos, cada vez de forma más descarada. La actitud de la mujer, sus miradas, sus dos pezones que parecían que iban a perforar de un momento a otro la camiseta hicieron que me excitase sobremanera. Perdí el pudor de que me viese completamente empalmado y empecé a imaginar el tiempo que tal vez haría que esa mujer no probaba una polla, no follaba, no disfrutaba del placer del sexo. De pronto la indigente se acercó más a mí, se puso en cuclillas extendió su brazo derecho hacia mi entrepierna y con su mano palpó por primera vez todo mi bulto sobre el pantalón ciclista. Pegué un pequeño respingo al sentir su mano sobre mis atributos, porque tras el primer contacto algo suave, la rumana me apretó todo con su mano. Abría y cerraba la mano oprimiendo y liberando sucesivamente mi polla y mis testículos. Lo hacía con fuerza, con ganas, con ansia. Yo me mordía el labio inferior aguantando aquellos apretones de la mujer. Tras unos instantes, la indigente se centró en mi verga. Con la yema de los dedos la recorría de arriba abajo sin sacarla aún del pantalón ciclista. Era una delicia sentir el recorrido de los dedos de la mujer sobre mi pene y cómo hacía círculos una vez que llegaba a la punta de mi polla. Estaba deseando verle las tetas desnudas a la mujer. Con mi mano tiré del cuello de la camiseta de la rumana hacia delante y mantuve unos instantes esa parte de la prenda separada de su cuerpo: por fin pude contemplar aquellos dos pechos al desnudo, la piel clara pero unas aureolas y pezones oscuros. Solté el cuello de la camiseta y elevé la prenda por encima de las tetas de la rumana, dejándolas al descubierto. Esto sirvió de estímulo a la mujer, que con un movimiento rápido y brusco me bajó el pantalón ciclista hasta las rodillas. Mi polla salió liberada, tiesa, apuntando hacia arriba, ligeramente desviada a la izquierda y con varias venas marcándose sobre ellas. Todo mi aparato genital completamente depilado quedó a merced de la indigente. Empezó a masajearlo con su mano, acariciando mis bolas, envolviendo con la mano mi verga y recorriéndola varias veces en toda su extensión. La mujer se puso entonces de pie y aproveché para tocar aquellos dos senos que tenía ante mí. La rumana se dejaba hacer, con la vista bajada hacia sus tetas y observando cómo yo jugaba con ellas. Comencé a friccionar con mis dedos los pezones de la mujer, a tirar de ellos suavemente primero, luego algo más fuerte. Ella había cerrado los ojos y suspiraba al sentirse tocada por una mano extraña. Volvió a ponerse en cuclillas y aprisionó mi polla entre sus dos tetas. Empezó a moverse y a deslizar mi verga entre sus dos pechos. Al tercer deslizamiento mi glande rojizo salió fuera del prepucio y quedó al aire. - ¡Sigue, sigue así, por favor!- le pedí lleno de gusto. Ella continuaba con su práctica sin mediar palabra. Mi líquido preseminal comenzó a manchar las tetas. Al sentirse humedecida por mi flujo, la indigente paró, recogió con su dedo el líquido y lo chupó. Acto seguido acercó su boca a mi polla y se la metió hasta dentro. Empezó a mover la cabeza hacia delante y hacia atrás, recorriendo con sus labios toda la piel de mi pene. La lengua jugueteaba con mi glande, lo rozaba, buscaba con afán el agujerito. Estuvo así unos minutos más hasta que se detuvo y se puso de pie. Se quedó quieta, sin decir nada. Entendí que se me estaba ofreciendo para que le bajase la falda. Lentamente le bajé la prenda hasta que cayó a sus pies. La mujer levantó primero un pie, luego el otro y terminó por deshacerse de la falda verde. No llevaba bragas: supongo que entre sus escasas pertenencias la ropa interior no tenía cabida. Allí tenía ante mí ese coño: con una gran mata de vello púbico, con unos gruesos labios vaginales y ya humedecido por la excitación. Varios hilitos de flujo le chorreaban por la cara interna de los muslos. Aproximé mi rostro al sexo de la rumana y el fuerte olor que éste desprendía no hizo más que aumentar mis deseos. Planté mi boca de golpe sobre el chocho y empecé a mover la cabeza de lado a lado para “comerme” todo el coño. Con mi lengua lamía sus labios, se la metía por la rajita jugando con su clítoris. La indigente comenzó a gemir, me agarraba de los pelos y apretaba mi cabeza contra su sexo para que no parase. Los labios de mi boca rozaban enérgicamente la vagina. Mi saliva se mezclaba con los flujos que salían cada vez más abundantes del coño de la rumana. Ya casi no podía ni respirar. Aparté mi cabeza de la entrepierna de la mujer e hice que la rumana se pusiera a cuatro. En esa postura y desde atrás le introduje con lentitud mi pene hasta dejarlo bien encajado en su coño. La mujer suspiró al notar mi polla gruesa dentro de su cuerpo. Comencé a bombear despacio y a impulsarme con mis caderas. Mi verga se deslizaba hacia dentro y hacia fuera. Tras unos comienzos pausados, decidí imprimirle mayor ritmo a la penetración. Sentía el ardor de la mujer, notaba mi polla cada vez más mojada y empapada . Mi pene salía del coño y volvía a entrar con rapidez, sin detenerse. En cada salida mi verga aparecía manchada por un espeso líquido blanco segregado por la vagina de la indigente. Notaba que mi eyaculación se acercaba y desde atrás veía cómo los pechos de la mujer se bamboleaban de un lado a otro con cada una de mis acometidas. El enorme trasero estaba expuesto ante mí y no dudé en darle nalgadas y cachetadas con mi mano mientras seguía taladrando aquel coño velludo. De repente los gemidos de la rumana se hicieron más intensos: jadeaba, suspiraba, lanzaba gritos de placer con cada fuerte embestida de mi polla.
 - ¡Ohhh…sí…ohhhh….yaaa, yaaaaa, yaaaaaaaaaa….!- exclamó la indigente en el momento justo de su corrida, con mi verga dentro, dándole varios puntazos secos y enérgicos. Se estaba corriendo de gusto y continué metiéndosela hasta el fondo, volviéndola a sacar, impulsándola de nuevo hacia dentro, otra vez fuera, dentro. Le dejé mi verga encajada unos segundos y con mis caderas hacía giros para que la polla hiciera círculos dentro del coño de la mujer. De repente mis testículos, mis muslos y mis piernas empezaron a llenarse de un chorro de líquido que manaba del coño de la rumana: se estaba meando de puro placer mientras terminaba de follarla. Yo ya no aguanté mucho más: impulsé un par de veces más mi verga, sentí cómo mi abdomen se contraía y a continuación varias descargas de semen salieron lanzadas de mi polla para perderse en el coño y en las entrañas de la indigente. Exhausto y jadeante dejé mi miembro metido dentro de la vagina hasta que terminé de eyacular la última gota de leche, a la vez que me mantenía agarrado a las tetas de la rumana. La tormenta climatológica ya se había calmado y había dejado de llover. Cuando al fin saqué mi polla, la mujer limpió con su lengua los últimos restos de esperma que habían quedado sobre la piel de mi pene y probó el sabor. Me subió el culotte y me dejó listo para que reanudase la marcha de regreso a casa. Nos intercambiamos unas sonrisas cómplices y me alejé de los bajos de aquel puente, mientras la rumana trataba de volverse a poner la falda, todavía con la camiseta subida sobre sus tetas.

6 de julio de 2014

  UN ÁNGEL LLAMADO PATTY.


Después de unos días de recuperación, por fin tengo la mente clara para poder encontrar las palabras necesarias para agradecerte todo lo que has hecho por mí en mis 12 días de frenética actividad laboral. Mi vida, de verdad que eres increíble. Ya te agradecí todo en privado, pero fue en esta página donde nos conocimos y quería hacerte este pequeñísimo y humilde agradecimiento también a través de ella. Eres la mejor persona que pueda existir y no empieces a ponerme excusas conforme leas el texto, que te conozco. Ni vayas a ponerte “tomate” ni digas que yo me merezco lo bien que te portas conmigo, como me dices siempre. Mi niña, lo que has hecho por mí durante este periodo de duro trabajo está por encima de todo. No hay persona en el planeta, excepto tú, que sea digna de recibir todo el amor que me has dado y que me das, tu afecto, tus mimos, tus besos, tus cuidados, tu atención, tu preocupación constante…todo, amor, me lo has entregado absolutamente todo. Te ha dado igual si tú también estabas más o menos ocupada en tu trabajo, con mejor o peor ánimo, más o menos cansada. Nada ha sido obstáculo para ti: ahí estabas siempre, cada segundo, como apoyo para mí. Lograste que mi fatiga mental se disipase a través del inmenso poder de tus besos. Conseguiste con cada uno de tus “te amo” que mi cansancio físico, que mi dolor de piernas saltaran por los aires hechos añicos. Cada vez que tenía la posibilidad de conectarme, allí estaban tus mensajes de amor esperándome o tú misma en directo. Hacías que sacara fuerzas de donde ya casi ni me quedaban para continuar el resto de la jornada, el resto de las pesadas y eternas tardes. ¡No sé qué hubiera sido de mí durante esos días si no llegas a estar tú! En cada amanecer, al mediodía, durante las horas vespertinas y en nuestra cita, siempre me derretías con tu ternura, con tus palabras, con tus piropos y con tu dulce presencia. Tampoco olvidaré jamás lo que hiciste por mí el día en el que cumplíamos nuestros 11 meses juntos. Habías tenido un día difícil y, sin embargo, seguías apoyándome. Mientras regresabas a casa, surgió un problema de comunicación y perdimos el contacto. Pese a estar agotada, no dudaste en bajarte del bus y buscar una forma de ponerte en contacto conmigo. Me conoces ya muy bien y sabías que estaría preocupado. ¡Y vaya si lo estaba! Tenía un nudo en la garganta que no me dejaba ni respirar solo de pensar que te hubiese ocurrido algo durante el trayecto. Y ahí estabas tú, a miles de kilómetros de distancia, intentando avisarme. Cuando me llegó primero tu email, me tranquilicé un poco y luego, cuando unos minutos más tarde me llamaste, me volví a dar cuenta de que soy la persona más afortunada que existe en la Tierra por ser amado por ti. Tu voz angelical y las cositas que me dijiste hicieron que me tranquilizase mucho. Por fin pude dormirme relajado cuando más tarde supe que ya estabas en casa. He querido dejar para el final toda la pasión que me has regalado en esos 12 días. Por si no hubiera sido suficiente con tu dulzura, vas y te encargas de tenerme con mi deseo sexual por las nubes. Jamás me había sentido tan excitado tantas jornadas seguidas. El cansancio que se iba acumulando por el trabajo no podía hacer frente a tantas ganas de sexo. Amor mío, estuvimos 5 días consecutivos a la hora de mi despertar dando rienda suelta a nuestra pasión desenfrenada. Y después seguimos en días alternos. Fue algo extraordinario. Pese a que por mi horario no podíamos estar mucho tiempo, como en otras ocasiones, esos instantes fueron tan salvajes y descontrolados que ardía de excitación. Unas veces eras tú la que dirigías los pasos a seguir; otras veces era yo el que te hacía las indicaciones, que tú siempre cumplías. Recuerdo especialmente lo de tu tanga. ¡Cómo lo empapaste! También el día en que usamos a la vez a nuestros “dos amigos”, el azul y el rosa. Terminábamos en un estallido mutuo de placer y hacías que me fuese a trabajar feliz, con una sonrisa en la cara y deseando volver a repetir. Lograbas mantenerme excitado no solo con nuestros juegos, sino también con esas otras formas que siempre empleas cuando me quieres estimular. Sé que algunos de esos días estarías cansada y con ganas de dormir y no creas que no valoro ese esfuerzo que hacías, aunque no me dijeses nada. ¡Mi cielo, si solo con que hubieses estado conmigo esos minutos, hablándome, escribiéndome, ya me hubiese valido para irme contento a trabajar! Gracias por todos esos momentos de sexo, mi vida. Ahora ya esos días pasaron y estoy gozando de vacaciones. Lo bueno es que también sigo disfrutando de tu dulzura, de tu amor y de tu pasión. Estoy enamoradísimo de ti, mi ángel de la guarda. Gracias por tratarme así, por quererme, por amarme como me amas, por confiar en mí para contarme tus problemas como yo hago contigo. Siempre estaré apoyándote, nunca te voy a dejar solita. Te mereces todo mi amor, por ser siempre tan buena. Sé fuerte y valiente, mi niña. Sueño cada día con tenerte físicamente a mi lado, poder abrazarte y estrecharte entre mis brazos. Sé que tú también sueñas así conmigo. Verás como tarde o temprano nuestros sueños se harán realidad. TE AMO, PATTY.

Tocándome al amanecer.

                                                 TOCÁNDOME AL AMANECER. 

Es temprano. Comienza lentamente a amanecer. La noche ha sido calurosa, demasiado para la altura del año en la que estamos, mediados de junio. “Ola de calor africano” dicen los expertos. Suelo dormir con un pijama corto, pero esta noche he hecho una excepción: el calor era asfixiante. Así que sólo me he dejado puesto un bóxer negro con unas rayas blancas de adorno en la cintura, en la parte que entra en contacto con los muslos y en la zona central, bordeando el espacio donde queda ceñido todo mi sexo. Al despertar me he dado cuenta de que mi pene estaba erecto, apretado entre mi cuerpo y el colchón, aprisionado bajo el bóxer. Últimamente amanezco empalmado a diario. Antes me pasaba de vez en cuando, pero ahora se ha convertido en costumbre cotidiana.

Hoy, como otras muchas mañanas, he decidido tocarme, jugar con mi miembro, gozar hasta correrme. Sentía esa necesidad al notar mi polla palpitar, dura e hinchada. Llevé mi mano derecha a mi torso desnudo y con suavidad comencé a acariciar mis pequeños pezones. Con la yema de mis dedos los rocé hasta que se pusieron un poco más grandes y tiesos. Pasé luego varias veces la palma de mi mano sobre ellos con fuerza hasta que fui descendiendo, llegando a la altura de mi vientre. Bajé un poco más la mano derecha por mi abdomen y palpé el inicio del bóxer, su tejido suave y fino. Mi mano se dirigió entonces al centro de la prenda y empecé a masajear lentamente mi polla sobre el bóxer. Tumbado en mi cama notaba cómo con cada roce de mi mano el pene palpitaba y se endurecía más de lo que ya estaba. Deslicé mi mano un poco hacia abajo, hasta llegar a los testículos. Con delicadeza los encerré en mi mano y los masajeé, sintiéndolos hinchados. Abría mi mano, la volvía a cerrar apretaba un poco, aflojaba, volvía a apretar, así hasta unas diez veces en total. Mis bolas parecían querer escapar de la prisión que suponía para ellas el bóxer. Comencé a notar la punta de mi pene húmeda y no tardé en percibir sobre la prenda dicha humedad. Me llevé la mano a la nariz y aspiré con fuerza el intenso olor a líquido preseminal. Con parsimonia comencé a bajar el bóxer negro: mi verga salió como un resorte. Después fueron mis testículos los que quedaron al descubierto, poblados por una ligera capa de vello. Me saqué el bóxer por los pies y lo arrojé al suelo. Acerqué mi mano a mi pene, lo agarré y suavemente deslicé varias veces mi mano sobre la piel de mi tieso miembro.


El glande estaba ya al descubierto, rosado y mojado, con su agujerito central dispuesto a soltar en unos minutos una descarga de blanco semen caliente. Empecé a combinar series de movimientos lentos con otras más rápidas y enérgicas. Las venas de mi polla se marcaban sobremanera. Entonces cogí de la mesita de noche los dos geles estimulantes que tengo, uno de efecto calor y el otro de efecto frío. Apliqué primero el de frío sobre toda la longitud de la polla: los 17 centímetros quedaron embadurnados y no tardé en percibir esa sensación de hielo sobre mi pene. Con cada movimiento de mi mano, con cada roce, el efecto parecía intensificarse. A continuación extendí el otro gel y el contraste fue muy placentero. El cambio de frío a calor hizo que mi polla ardiese como si estuviera envuelta en fuego. Aceleré un poco más con la mano derecha sobre mi verga, mientras que con la izquierda volví a masajear mis testículos. Trataba de acompasar el bamboleo de mis huevos con la agitación a la que estaba sometiendo a mi polla. Con los ojos cerrados estuve disfrutando varios minutos, hasta que noté que se acercaba el momento de la eyaculación. Agité con fuerza mi verga con toda la rapidez de la que fui capaz, noté varias contracciones en el abdomen y una explosión de placer en mis testículos. Varios chorros de leche salieron disparados de forma incontrolada, manchando la cama, el suelo y mi vientre. Seguí moviendo mi mano hasta que las últimas gotas de esperma manaron de mi glande. Con la respiración aún agitada y sudoroso permanecí recostado unos instantes más, mientras el olor al semen derramado penetraba hasta lo más profundo de mi nariz.


2 de febrero de 2014

El corazón de una diosa.


EL CORAZÓN DE UNA DIOSA.
 
El corazón de mi diosa es enorme, inmenso, tan grande que casi se le sale de su precioso y joven cuerpo. Es un corazón lleno de amor, bondad y afecto. Con cada latido es capaz de estremecerme, derrochando dulzura a borbotones.
Todo lo que mi diosa encierra en su corazón es pura ternura, que hace que ella me trate como nadie me ha tratado ni me tratará en la vida.
Si estoy preocupado por algo, ella sabe cómo hacer para quitarme esa preocupación.
Si me siento apenado, ahí aparece ella para eliminar mi pena.
Si intuye que me voy a agobiar por algún motivo, me pide que no me estrese.
Si me encuentro enfermo o dolorido, mi diosa es capaz de sentarse junto a mi lecho y estar pendiente de mí para aliviarme el dolor.
Cuando le pregunto que por qué es tan buena, ella me responde con una sonrisa angelical, sin palabras. Le vuelvo a insistir otra vez y nada, no me lo aclara: de nuevo obtengo como única contestación una sonrisa.
Esa bondad la empuja a tener tantos y tantos detalles conmigo….A ella igual le parecen insignificantes, pero para mí son muy especiales y los valoro como se merecen.
¿Es normal regalarme cada mañana el despertar más maravilloso que pueda haber?
¿Es normal dedicarme a diario todas esas palabras amorosas besos y piropos?
¿Es normal permitirme oír su voz, dulce y melosa, sin importarle la hora, el día y el momento que sea?
¿Es normal ofrecerme su compañía cada noche hasta que cierro mis ojos para dormir?
¿Es normal que me cante y me dedique canciones románticas para expresarme lo que siente por mí?
¡Sabes, mi diosa, lo único que has conseguido con toda esa bondad? Has logrado que me enamore de ti como jamás pensé que me enamoraría de nadie. Has logrado que no deje de pensar en ti noche y día. Has logrado que mi corazón sienta lo que es el amor verdadero, el AMOR en letras grandes.
Has logrado derretirme y emocionarme hasta el punto de que en más de una ocasión las lágrimas han resbalado por mis mejillas.
Has logrado que te entregue mi corazón abierto de par en par.
Sé de sobra que mi corazón no es tan bueno como el tuyo, pero tienes que tener en cuenta que yo soy un simple mortal y tú una diosa.
Eres una diosa a la que quiero con todo mi alma, una diosa llamada PATTY, así, en mayúsculas. Porque cada una de esas cinco letras que forman tu nombre las llevo grabadas a fuego en mi corazón.
TE AMO, PATTY.