UN DILDO DE RECAMBIO.
No hace mucho me comentaste que tenías en mente comprar un sustituto para uno de tus dilos, para ese dildo azul que fue el primero que estrenamos juntos y que tantos ratos de placer nos ha dado. Por desgracia el juguete pronto dejó de funcionar en cuanto a su función de vibración. Lo seguíamos usando pero ya sólo como un dildo normal.
Habías conseguido otro, el rosa, también con vibración incorporada, pero seguías empeñada en hacerte con un sustituto del azul. Cuando te pregunté un día el motivo, me describiste a la perfección las ventajas y desventajas de ambos juguetes y destacaste la flexibilidad y el mayor tamaño del azul.
Ya habías estado mirando algunos modelos en el sexshop de la estación de tren en el que compraste las bolas chinas y te habías fijado en uno.
Las circunstancias hicieron que dejases aparcada la idea de comprar ese nuevo dildo. Pero yo sabía las enormes ganas que tenías de poseerlo, lo mucho que gozarías con él en la ducha, en la cama, conmigo en nuestros juegos.
Por eso el otro día, en la tarde-noche cuando salí de las clases, me acerqué al sexshop cercano al centro de estudio. Ya había estado allí una vez, cuando compré la vagina con vibración que sólo intenté usar una vez y que dejé arrinconada por no saber usarla correctamente y por mi poca paciencia por seguir probándola.
En esta ocasión no me costó tanto trabajo entrar en la tienda como la primera vez. Todavía sentí algo de nerviosismo, pero ni punto de comparación con el miedo que me paralizaba en la anterior visita.
Me dirigí hacia la zona de juguetes femeninos y curioseé varios minutos entre los dildos expuestos. No tardé en dar con el que andaba buscando: uno que se pareciera en tamaño al tuyo azul y, por supuesto, con vibración. Era exactamente igual, únicamente el color era diferente: verde oliva. Lo tomé del estante y fui al mostrador a pagarlo. Me atendió el mismo señor amable que la vez primera. Mientras me cobraba, una chica joven que estaba por allí cerca mirando unos geles lubricantes dirigió su mirada hacia la caja del dildo, clavando en ella sus ojos. Una sonrisa lasciva se reflejó en su cara sin dejar de mirar mi compra, imaginado tal vez el efecto que el juguete tendría dentro de su sexo. Pagué, salí de la tienda y emprendí el camino de regreso a casa satisfecho por la adquisición realizada.
La temperatura había bajado bastante en los últimos días, de modo que cuando entré en casa lo primero que hice fue darme una buena ducha caliente. El agua y la espuma del jabón y del champú se deslizaban por mi cuerpo desnudo recorriendo cada palmo de mi piel. Con mis manos me enjaboné toda la zona de la entrepierna dándome un suave masaje. Lo prolongué más de lo que tendría que ser habitual para limpiar mis atributos. Mi pene, que seguía siendo golpeado por las gotas de agua de la ducha, fue ganando en tamaño y en dureza. La sensación de sentir mi miembro endurecerse por el roce de mi mano y por el incesante chorro de agua que sobre él caía era muy placentera. Me acariciaba también mi torso húmedo, mi pecho, mis pezones. La polla estaba ya empalmada requiriendo de forma egoísta la atención de mi mano para ella sola. Pero quería reservar todo mi ardor para ti. Deseaba sorprenderte con el nuevo dildo y que pudieses disfrutar toda mi excitación, lo caliente y fogoso que yo estaba, mientras estrenábamos el juguete. No tardarías mucho en llegar.
Hacía una semana desde que te habías instalado conmigo en Sevilla. Después de encontrar vía internet un trabajo de diseñadora en una empresa de nueva creación dedicada al diseño, por fin se cumplió nuestro sueño de estar físicamente juntos. Pese a que esos primeros días habían sido un poco ajetreados para ti por todo lo que conllevaba el viaje y el inicio en el trabajo, fueron días de auténtico desenfreno sexual entre los dos. Habíamos tenido sexo todos los días dos veces, en las mañanas temprano y por las noches. Y no habíamos hecho más veces el amor debido a nuestros horarios laborales. Ya me había dado cuenta de la mucha razón que tenías cuando desde México me decías siempre que me preparase para cuando estuvieras en España conmigo y que aún no había visto casi nada. Habían sido juegos de tremendo desenfreno sexual y de pasión amorosa en los que habíamos dado rienda suelta a todas las ganas que teníamos acumuladas de tocarnos, palparnos, abrazarnos, besarnos acariciarnos, sentir nuestros cuerpos fundidos en uno solo, nuestras pieles pegadas, nuestras lenguas entrelazadas y el sudor mezclado bañando nuestros cuerpos. Cada día que pasaba teníamos aun más ganas de hacer el amor, de follar duro como salvajes hasta dejarnos el último gramo de fuerza y acabar extenuados.
Terminé de ducharme sin haber consumado la masturbación, satisfecho de haberme controlado para conservar en todo su apogeo mi excitación para ti. No tardaste ni quince minutos en aparecer por la puerta de casa. Cuando te vi entrar, me di cuenta una vez más de lo afortunado que era, de la gran suerte que me había deparado el destino en la vida. Tu cara llena de dulzura iluminó enseguida toda la estancia. Fue como si una ráfaga de bondad, de paz y de ternura cruzara cada centímetro de la vivienda. ¡Y qué guapa venías! Ni las horas de trabajo te habían restado un ápice de tu natural belleza. No te había dado mucho tiempo a peinarte por la mañana por prolongar nuestros juegos sexuales, así que te habías hecho una trencita en el pelo. Lo primero que hice fue estrecharte entre mis brazos y sellar mis labios a los tuyos en un interminable beso. Casi nos quedamos sin respiración. Traías tus mejillas y tus manitas un poco frías por la temperatura invernal, pero pronto entraron en calor.
- Te amo, mi vida- fue lo primero que te dije después del beso.
Me sonreíste y me dedicaste un “te quiero, muñeco” que me llegó al alma.
- ¿Todo bien en el trabajo?- te pregunté.
- Todo perfecto, amor- me respondiste mientras te quitabas tu chamarra roja.
Ibas vestida con ropa cómoda: una camiseta azul de manga larga, unos jeans oscuros y unos tenis rojos. Te comenté que mi jornada había ido bien y que las clases habían transcurrido tranquilas.
- He preparado algo de cenar: una tortilla de patatas y está terminándose de hacer en el horno una pizza de las que a ti te gustan- te indiqué.
- Amor, ¿por qué eres tan bueno? ¿Por qué no me has esperado para preparar algo entre los dos?
- Mi vida, otro día. Hoy ya está la cena casi lista. Así que a relajarnos y a cenar- te comenté.
Me acariciaste con la mano mi mejilla derecha y en la otra me diste un besito cariñoso.
- Además, tengo una sorpresa para después de la cena y para antes de dormir.
-¡Amo las sorpresas! ¿No hay pistas?- preguntaste ilusionada.
- Nada de pistas. Está en la habitación. Pero hasta que no cenemos no vayas a mirar- te pedí.
- ¡Está bien. Ya me tienes ansiosita!- exclamaste.
Tras disfrutar de la cena y ver un rato la televisión, te fuiste a dar una ducha. Mientras te duchabas, me fui desnudando hasta quedarme sólo con un bóxer celeste puesto y me quedé de pie. Esperaba impaciente tu entrada para ver la reacción que tenías al ver la sorpresa. Unos minutos más tarde apareciste por fin. Con el pelo mojado y suelto, llevabas puesto el camisón negro que tanto me gusta. Habías dejado que tu piel se secara sola antes de ponértelo y salir del baño.
- Estás preciosa, amor- te piropeé cuando te vi entrar.
- Tú lo estás también siempre, mi ángel- me replicaste.
Con la mirada empezaste a buscar el regalo por toda la habitación hasta que descubriste un paquete envuelto en papel de regalo. Me miraste como esperando un gesto de aprobación para abrirlo y tras mi asentimiento te dirigiste hacia él. Yo no dejaba de mirar tu cara para comprobar la expresión que pondrías al ver lo que era aquello. Nerviosa quitaste el papel y el gesto que pusiste lo decía todo. Se te abrieron los ojos y la boca y una amplia sonrisa de satisfacción se dibujó en tu cara.
- ¡Amor, gracias! ¡Eres increíble! ¡No me lo esperaba! ¡Pensé que sería otra cosa!
Con la caja del dildo en la mano viniste presurosa hacia mí, me abrazaste y me diste varios besos en los labios.
- ¿Te gusta, verdad?- te pregunté.
- ¡Mucho! ¡Justo el que quería, el que queríamos los dos!- respondiste llena de alegría.
- Sería una pena dejar al pobre juguete en la caja por más tiempo, ¿no crees, Patty?- te pregunté lanzando una insinuación.
- Lo que sería una lástima es dejarlo por más tiempo sin conocer mi coño- dijiste llevando tu mano derecha a la parte delantera de mi bóxer y tocando con ella mi pene sobre el tejido de la prenda.
Me comenzaste a acariciar lentamente toda mi entrepierna mientras yo acercaba mi cara a la tuya y empezaba a besarte la frente, las mejillas, los labios. Con mi mano acariciaba tu pelo tan suave y en el que aún perduraba ese inconfundible y delicioso aroma a chocolate que le daba el nuevo tratamiento capilar que habías comprado en México unos días antes de venir. Seguiste frotando con delicadeza la palma de la mano sobre mis genitales y sobre mi miembro, que no hacía más que endurecerse con cada roce que le dabas. Busqué con mis labios los lóbulos de tus orejas y les dediqué sensuales pasadas con mi boca. Empezaste a suspirar: eso era lo que yo quería, que sintieras placer y gozaras como también yo lo estaba haciendo. Sin pausa alguna descendí con mi boca hasta tu cuello, recorriéndolo suavemente, notando tu olor a perfume de Channel. Te habías puesto algunas gotitas después de la ducha.
- El perfume de tu diosa- recuerdo que me dijiste una vez.
Llevé mis manos a las tirantas del camisón y las fui dejando caer por tu piel sedosa, por tus hombros y por el inicio de tus brazos. Bajé la prenda poco a poco, mientras tus senos empezaban a asomar conforme ésta iba cayendo. Ahí aparecieron tus pechos, con esa forma y tamaño que me vuelven completamente loco. Y ese color marrón oscuro en las aureolas y en los dos pezones que hacen cima en tus montañas redondas.
Iba a acariciarlos pero me susurraste al oído:
- Mi tigre, ve al cesto de la ropa y trae el jeans que me acabo de quitar.
Me imaginé que se trataría de alguno de tus traviesos juegos, así que te obedecí de inmediato y salí en busca del pantalón. No tarde casi nada en regresar a la habitación.
- Mira la entrepierna del jeans- me pediste.
Busqué esa zona de la prenda y comprobé que estaba húmeda y manchada. Sabes de sobra lo mucho que me excita que no uses braguitas y entre eso y que siempre me dices que estás más cómoda sin ellas, aquel día no habías roto la norma y no habías usado ni tanga ni sujetador.
- Ahora quiero que huelas esa parte y me digas exactamente y sin rodeos a qué huele. Quiero oírlo de tu voz, de la voz de mi Raúl.
Conforme fui acercando mi nariz al jeans, me fue llegando el aroma inconfundible de tu sexo, de tu ardiente coño, de los flujos y fluidos que manan de él. Aspiré profundamente el olor y me quedé callado unos segundos.
- ¡Dímelo, quiero escucharlo!- me ordenaste con esa voz que se te pone cuando estás desatada para el sexo.
- Huele…huele a puta, a una puta caliente cuyo coño está mojado todo el día por estar pensando en la polla de su macho, en que la folle duro y no pare de hacerlo hasta que la deje llena de leche.
- Justo eso era lo que quería oír. Soy tu puta y he estado caliente y deseándote todo el día. Mi coño no ha estado seco ni un instante- me dijiste.
Te bajé de golpe el camisón hasta dejarte completamente desnuda. Arrojé tu prenda de dormir y el jeans al suelo y me percaté de que de tu depilado coño salía la anilla rosa de las bolitas chinas. Cuando viste mi cara de satisfacción me comentaste:
- Las he llevado dentro desde que salí de casa. Ni te imaginas el placer que me han dado hoy. Hasta tuve que entrar en el baño del trabajo a jugar unos minutos con ellas.
Mi polla ya casi se salía del elástico del bóxer de lo tiesa y alargada que estaba. Te diste cuenta inmediatamente y después de recorrer varias veces con tu lengua la extensión de mi pene sobre el bóxer, me sacaste la prenda de un tirón. Mi polla salió como un resorte, hinchada, dura, con varias venas marcándose sobre la tersa piel. Te tumbaste en la cama abierta de piernas, ofreciéndome tu coño penetrado por las bolitas. Empecé a tirar de la anilla hacia afuera, a empujar otra vez hacia adentro, de nuevo hacia afuera y hacia adentro. Repetí la acción varias veces y a la cuarta las bolitas aparecieron ya manchadas de tu flujo blanco. Poco a poco éste iba saliendo por tu rajita y llenaba por fuera tu vagina y sus labios. Aceleré un poco los movimientos y tus suspiros y gemidos no tardaron en aparecer. Te incorporaste un poco en la cama, lo suficiente para llegar a agarrar mi verga y masajearla, mientras yo no paraba de mover las bolas dentro de tu sexo.
Me giré y tomé la caja del dildo. Lo saqué del envoltorio y te lo ofrecí:
- Quiero que lo chupes. Métetelo en la boca y chúpalo. Demuéstrame que de verdad eres mi puta. Hoy quiero que explotes de placer, que te corras, que chorrees como nunca antes. Deseo que empapes las sábanas, que te mees de gusto.
Con una mano seguiste agitando lentamente mi trozo de carne hinchado y con la otra te metiste el enorme dildo en la boca para chuparlo.
En tus mejillas se marcaba el juguete al chocar por dentro contra ellas. Tu cara de disfrute y de gozo me estaba poniendo a reventar de calor. Aproveché para dejar dentro de tu sexo una de las bolas y meter la otra en tu ano. Cerraste los ojos al sentir cómo te penetraba ahora también tu culo. Tras un par de minutos lamiendo el dildo, lo sacaste de la boca y me ordenaste:
- ¡Párteme el coño! ¡Reviéntamelo entero! ¡Fóllame duro, Raúl! ¡Hazlo de una vez! ¡Fóllate a tu puta y déjame oliendo a ti, a tu semen! ¡Quiero dormir toda la noche con mi sexo chorreando los restos de tu corrida!
Te quité el dildo de las manos y empecé a acercarlo a tu coño. Las primeras manchas habían hecho ya hace rato acto de presencia en las sábanas rojas. Restregué un par de veces el juguete por la parte externa de tu coño, extraje la bola de tu culo, la volví a meter dentro de tu vagina y así, con las dos bolas dentro, empujé con fuerza el dildo hacia el interior de tu empapado sexo. Se mezcló el sonido del juguete chocando con las bolas y el del chapoteo al entrar en aquel mar de líquido que era tu coñito.
- Vas a explotar, vas a estallar entera. Haré que te duela todo ese coño de lo duro que te voy a follar- te dije completamente excitado y entregado.
- ¡Sííííí, así me gusta, que me folles duro, que me dejes saciada y llena de tu polla, aghhhh, más, sigueee!
No parabas de agitarme la verga y mi glande ya había emergido hacía rato, húmedo, mojándote la mano con las burbujitas de líquido preseminal que brotaban de la punta de mi pene, de aquel agujerito que se abría y se cerraba al compás de los movimientos de tu mano. Yo sentía ese cosquilleo de gusto en mi abdomen, notaba cómo mis testículos se endurecían paulatinamente conforme pasaban los minutos. Retiré momentáneamente el dildo de tu coño: mi intención era sacarte ya las bolas y empezar a hacer que el dildo vibrase. Y así lo hice: tiré de la anilla, salió primero una y luego la otra bolita, ambas cubiertas de blanco. Te pedí que chupases las bolas para que saborearas tus propios jugos y con la lengua dejaste ambos redondeles rosas completamente limpios. Te besé en los labios queriendo probar de tu propia boca el sabor de tu sexo.
Una vez que las bolas quedaron apartadas, puse en funcionamiento la vibración del dildo y volví a aproximar el juguete a tu coño. Rocé con él tu clítoris unos instantes, antes de decidirme a penetrarte con el objeto verde. En cuanto notaste la vibración dentro de tu cuerpo lanzaste un gemido que retumbó en toda la habitación. Yo movía el dildo a un ritmo medio, metiéndolo, sacándolo un poco, volviéndolo a meter.
´
- ¡Fóllame más, más duro!- pediste desesperada sin dejar de masturbarme.
Cada vez apretabas con más fuerza y ganas mi polla, con cada movimiento me aproximabas más a mi eyaculación.
Cambié de nivel la vibración aumentándola, al igual que incrementé la velocidad e intensidad con la que te taladraba tu sexo. Un enorme hilo grueso y espeso de flujo blanco comenzó a deslizarse desde la raja de tu vagina muy lentamente hasta tu ano, recorriendo los escasos centímetros que hay de separación. El agujero de tu culo se tragaba, sediento, todo el líquido que le iba llegando de tu coño.
- ¡Toma, toma, más, más! Dime que te gusta, que deseas que te folle así, como a una puta!- exclamé.
- ¡Reviéntame, rómpeme todo el coño! ¡Me gusta que lo hagas, quiero ser tu puta todas las noches!- gritaste exaltada de pasión.
- Ummm…ese culito…creo que te lo partiré también. Te meteré el dildo hasta el fondo, hasta llegar a tu estómago, para que lo sientas bien dentro, cómo recorre todo tu interior, cómo se desliza y te roza por completo.
No había acabado de hablar cuando ya tenías dentro el juguete. Lo metía con fuerza, lo volvía a sacar y de nuevo lo empujaba una y otra vez hasta el fondo. Tus gemidos eran cada vez más fuertes y ya no pudiste seguir masturbándome: soltaste mi polla y quedaste a merced de mí, de mis embestidas con la mano. Aceleré más y más, tu culo tenía mucha hambre de dildo y lo engullía ansioso, totalmente abierto.
-¡Ahhhh…como sigas me voy a correr…ahhhh, no aguantaré mucho!- exclamaste al borde del éxtasis.
Extraje el dildo de tu culo y volví a meterlo de un golpe seco y rotundo en tu sexo que ya ansiaba volver a ser penetrado. Subí al último nivel la vibración y casi enloqueciste al sentirla dentro. No parabas de gemir, no cesabas de pedirme que te hiciera estallar. Tu coñito rezumaba un olor a sexo que inundaba toda la habitación. Aceleré aun más hasta que decidí meterte el dildo varias veces seguidas de manera brusca. Lo saqué y deje que vibrara sobre tu clítoris.
- ¡Arrrgghhh, amor…me voy a correr. ¡Olvídate del dildo y méteme la polla! ¡Fóllame hasta el final! ¡Córrete dentro de mí!
- Quiero que te corras tú primero, que chorrees sin parar, que te mees de placer. Sé que vas a hacerlo. ¿No querías ser mi puta? ¡Demuéstrame que lo eres! Luego te meteré la polla hasta correrme dentro de ti- te respondí volviendo a clavar enérgicamente el dildo en tu coño.
No aguantaste mucho más: tras varias embestidas con mi mano, lanzaste un grito de gusto y de tu chocho comenzó a salir un interminable chorro de líquido con ligero tono amarillento que lo salpicó todo. Empapaste mi mano, mi abdomen, mi polla, las sábanas.
Cuando aún salían las últimas gotas, te metí mi verga. Volviste a gemir nada más sentirla. Con mis caderas me impulsaba todo lo que podía, moviendo mi cintura hacia delante y hacia atrás a un ritmo frenético.
-¡Ahhh, sííííí…..qué gusto! ¡Lléname, inúndame de leche caliente, de la leche de mi macho!
Mientras me entregaba con todas mis fuerzas en la penetración, con mi mano derecha apretaba tus tetas de forma alternativa. Las masajeaba, las acariciaba, tiraba de esos pedacitos oscuros de carne que te sobresalían queriendo alargarlos más de lo que ya estaban.
Mi verga se deslizaba ya a toda velocidad, en un mete y saca que resonaba. Mis bolas se bamboleaban al ritmo de mis movimientos y comencé a sentir los primeras contracciones en mi bajo vientre y los primeros latigazos dentro de mis testículos. Ya no había marcha atrás: la eyaculación era inminente. Apreté todo lo que pude, empuje cuatro veces más con las últimas energías que me quedaban y solté un grito:
- ¡Me corrooo, me voy a correr…Ahhhhrrrgggg!
- ¡Síííí…dame toda tu leche, la quiero toda dentro!- exclamaste.
Varios chorros de semen comenzaron a salir disparados de mi glande regando el interior de tu vagina, mientras los dos gemíamos de placer. Te dejé dentro mi pene hasta que sentí salir la última gota de esperma. Luego lo saqué y le diste varias mamadas con la boca para saborear los restos de semen que quedaban sobre mi polla.
Ambos caímos rendidos y exhaustos. Nos abrazamos y nos besamos estrechando nuestros sudorosos cuerpos.
- Eres increíble. No sabes lo que me has hecho disfrutar. Gracias, amor mío- me dijiste acariciando mis mejillas.
- Te amo, mi cielo. Tenías toda la razón cuando me comentabas que me preparase para tu llegada a Sevilla, que aún no había visto nada. Me haces siempre explotar de placer. Te quiero, amor.
Abrazados el uno al otro nos quedamos dormidos deseando que amaneciera para volver a entregarnos a nuestra pasión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario