Llevaba
ya más de un mes asistiendo a las sesiones de yoga pero seguía sin
conseguir relajarme, sin poder eliminar de mi mente todo el estrés y
el agobio que me tenían atenazado emocionalmente desde hacía
tiempo. Ni siquiera el hecho de que fuesen sesiones privadas con una
profesora que me había recomendado un amigo había servido. Aquella
tarde le comenté a Perséfone, que así se llamaba la chica, que no
continuaría más, que abandonaba sus clases de yoga.
- Estás demasiado tenso. No permites que tu mente se libere de toda la energía negativa que la inunda. Prácticamente no me has hecho caso a las indicaciones y consejos que te he ido dando hasta ahora. Así es normal que no te sientas mejor. Si deseas dejar las sesiones, me parece correcto. Pero permíteme antes hacer un último intento. Se trata de un método novedoso que sólo pongo en práctica en casos extremos y el tuyo, evidentemente, lo es- me comentó ella.
Enfundada
en su traje de licra negro, ceñido a su joven y esbelto cuerpo, se
levantó del suelo en el que estábamos sentados y apagó las luces
de la habitación. Luego, encendió unas velas aromáticas y también
incienso. La tenue luz que proporcionaba la llama de las velas daba
algo de iluminación a la estancia. Unos segundos más tarde comencé
a percibir una mezcla de intensos olores: vainilla, eucalipto, azahar
y otras fragancias más que no supe distinguir.
- Vamos, inspira y respira hondo. Deja que todo penetre por tu nariz y llegue a tu mente. Así, muy bien, lo estás haciendo perfecto- me dijo y animó Perséfone, mientras yo obedecía sus instrucciones al pie de la letra.
Los
ojos empezaron a pesarme un poco y me sentía somnoliento. Las
palabras de mi profesora de yoga me llegaban cada vez más débiles,
como si ella se encontrase muy alejada de mí, a pesar de que estaba
a mi lado. Llegó un momento en que yo ya no sabía si estaba
despierto o soñando y el olor que invadía la habitación era cada
vez mayor. De repente, las manos de Perséfone agarraron los tirantes
de su body de licra negro y los fueron bajando por los hombros y los
brazos. La prenda fue resbalando hacia lentamente hasta dejar al
descubierto el torso completamente desnudo de la mujer. Observé
incrédulo aquellas dos preciosas y medianas tetas, cuyos tiesos
pezones se habían reflejado de forma insinuante antes y el resto de
días de sesiones sobre la fina licra de la prenda deportiva y que
habían sido fuente de inspiración de alguna que otra paja por mi
parte en la intimidad de mi casa. Ahora, en cambio, tenía delante de
mí los dos senos encumbrados por esos dos botones salientes.
Las
fragancias no dejaban de envolverme por completo, a la vez que
Perséfone no paraba de sonreírme, satisfecha por el desarrollo y
funcionamiento de su método novedoso. Una enorme sensación de sopor
y de relax se apoderó de mí y a duras penas podía mantener los
ojos abiertos y mirar a Perséfone, quien volvió a agarrar su body
negro y a bajarlo todavía más. Su vientre y la redondez del ombligo
quedaron a mi vista antes de que la chica hiciera una pausa, pero
inmediatamente siguió quitándose la prenda y me quedé atónito al
contemplar su delicioso sexo poblado de una mata de oscuro vello
púbico. Mientras mi vista continuaba clavada en la vagina de
Perséfone, la mujer terminó de desprenderse de la prenda y quedó
completamente desnuda ante mí.
- Eso es. Así, relajado.....¿Notas una especie de sopor, verdad? ¿Una sensación de paz interior, de tranquilidad...?
Sólo
pude asentir en silencio, embobado ante la belleza de aquella
anatomía femenina. No puse impedimento alguno cuando Perséfone me
despojó primero de la camiseta y luego de mi short deportivo,
liberando mi empalmado miembro, que quedó a escasos centímetros de
su rostro. La joven abrió la boca, agitó un par de veces con
suavidad mi polla hasta dejar al aire el rojo y húmedo glande y
engulló entero mi falo.
Hizo
con él lo que quiso: recorrió toda la superficie tiesa, desde los
testículos hasta la punta, subiendo y bajando a una velocidad cada
vez mayor. Los labios aumentaban la presión conforme pasaban los
segundos y oprimían cada milímetro de piel tersa y venosa.
Perséfone
se giró sin dejar escapar mi verga y me permitió tener acceso a su
coño con mi boca: lo tenía ya húmedo y desprendía un penetrante y
excitante olor. Lo chupé con todas mis ganas, y restregué varias
veces la lengua antes de enterrar su punta dentro de la raja vaginal
y penetrarla. Atrapé el clítoris entre mis labios y tiré de él,
primero suave, luego de forma más vehemente. Mientras lo hacía,
sentía cómo mi verga palpitaba sin cesar y me moría de placer:
jamás me habían mamado de semejante manera la polla y nunca había
saboreado un coño tan rico como ese.
La
chica aceleró sus impulsos, moviendo la cabeza como una loca hacia
arriba y hacia abajo, hacia delante y hacia atrás, hasta que lancé
un par de sonoros gemidos y no aguanté más: estallé de gusto,
llenándole la boca de espesa y caliente leche, que la mujer tragó
como buenamente pudo, a la vez que soltaba por su sexo en mi boca un
interminable chorro de rico flujo.
Por
supuesto, ya no dejé las clases y todos los jueves, a las 20.00
horas, asisto puntual y sin falta a la sesión de yoga de la
insaciable Perséfone.