Estoy
sentado ante mi escritorio. Varios folios en blanco esperan a que la
tinta del bolígrafo plasme sobre ellos las palabras que conformen un
nuevo relato. Pero eso será mañana. Hoy haré una pequeña
excepción y escribiré algo diferente a lo normal, nada de
personajes ni de diálogos entre ellos.
Porque
este texto va dirigido a ti, apreciada lectora. Que me perdonen los
chicos que puedan estar leyendo esto, pero en esta ocasión voy a
dedicarles un poco de tiempo sólo a ellas. Por ejemplo, a ti, que me
lees desde Colombia, o a ti, que lo haces desde Perú, México o
Costa Rica, sin olvidarme de las que disfrutan con la lectura desde
Puerto Rico, Venezuela, Ecuador, Argentina..... o desde la misma
España. Da igual de dónde seas, porque ésa es una de las cosas
preciosas de la escritura: el poder que tiene para llegar a cualquier
parte del mundo, sea una ciudad grande o un pequeño y humilde
pueblo.
Me
dirijo a ti para darte las gracias por leer mis textos, haya sido
sólo uno, varios o muchos. No hay mayor satisfacción para un
escritor aficionado que la de saber que el tiempo que dedica a narrar
sus historias tiene luego recompensa con la lectura de las mismas por
parte de otras personas. Ni te imaginas la alegría que me supone ver
que has votado en uno de mis relatos o que has dejado un breve
comentario o que, incluso, has añadido mi obra a la lista de tus
lecturas favoritas. Esa satisfacción personal genera la ilusión y
las ganas por seguir escribiendo y por crear nuevos personajes e
historias, a veces totalmente ficticias, en otras ocasiones partiendo
de algún suceso o vivencia real.
Pero
también existe otra cosa muy importante: el hecho de que mis textos
puedan llegar a causar algún tipo de sensación en ti, que te
sorprendan, que te impacten, que despierten curiosidad o cierto
morbo, que te calienten, que te exciten...Puesto que si te adentras
en uno de mis relatos, sea breve o extenso, lo haces sabiendo de
sobra que no va a tratar de Blancanieves o de Caperucita (al menos no
de la versión infantil que todos conocemos). Por lo tanto, si los
lees es porque, además del placer de la lectura, buscas sensualidad,
erotismo y sexo. Y esto último también me complace mucho, que
compartas conmigo no sólo el gusto por leer y escribir, sino también
por lo erótico. Me encanta saber que después de un interminable día
de estudio o de una dura jornada laboral o de quehaceres domésticos
e independientemente de que seas una chica joven, una entrañable
madre y esposa o una mujer madura, uno de mis textos haya podido
servir para hacerte pasar un pequeño rato ameno y ardiente a la vez
y que hayas podido desconectar de todo.
Pero
ya iré dejando el apartado de agradecimientos. Al fin y al cabo
estamos en una obra de contenido adulto y sexual, así que no te vas
a librar hoy de una dosis o de una perla de erotismo.
Te
voy a contar un secreto: siempre que escribo un relato, tanto
mientras lo redacto como ya una vez finalizado, me pregunto qué
acogida tendrá por tu parte. Y es entonces cuando dejo volar la
imaginación: pienso en ti, lectora, y trato de visualizarte
mentalmente. Comienzas a leer mi historia, recorriendo con tus ojos
cada palabra y buscando, ansiosa, la siguiente frase para devorarla.
Conforme la trama avanza, tu corazón se acelera y un calor interno
se abre paso por todo tu cuerpo. Tu piel empieza a hacerse más
sensible y, sin darte apenas cuenta, tus pezones se han endurecido y
sobresalen con descaro de las areolas que culminan la redondez de tus
senos. Rozan el sujetador, si lo llevas puesto, y se mueren y
desesperan por sentir el tacto de tus dedos. Continúas leyendo, pero
una de tus manos es incapaz de resistir la tentación y se acerca
lentamente a tus pechos hasta acariciarlos. Los masajeas despacio,
trazando círculos, envolviéndolos, jugando, traviesa, con ellos.
Los dedos buscan esos pezones que apuntan hacia el frente con un
atrevido desafío y, tras encontrarlos, atrapan esos botones carnosos
y los friccionan sin descanso. Con las yemas los rozas y los aprietas
hacia dentro, antes de aprisionar toda la teta con la mano,
intentando acercarla a la boca. Agachas la cabeza, despegas los
labios y dejas salir tu húmeda lengua, cuya punta logra alcanzar el
pezón y mojarlo de saliva. Suspiras al sentir el líquido de tu boca
sobre él y repites la acción sobre el otro seno.
La
lectura se acerca a su fin y llevas notando desde hace rato cierto
cosquilleo en tu sexo: es momento de complacerlo y de calmar las
palpitaciones que en él se suceden de forma cada vez más continua.
Bajas la mano por tu torso y llega pronto al ombligo y a tu bajo
vientre. Te percatas de que tu prenda íntima está mojada e
impregnada de líquido vaginal. No esperas más y te despojas del
tanga dispuesta a masturbarte. Pero antes de penetrarte, aproximas la
prenda a tu rostro y hueles la mancha, que se había ido extendiendo
poco a poco. Inspiras a fondo y resoplas embriagada de gusto por el
olor que tu coño ha dejado en el tanga. Arrojas la minúscula
braguita al suelo y la palma de la mano se posa sobre tu sexo,
cubriéndolo al completo. Los protagonistas del relato acaban de
eyacular y de correrse y ahora te toca a ti follarte.
Después
de restregar la mano de arriba a abajo sobre la raja vaginal, hundes
un dedo dentro, hasta el fondo.
Inmediatamente notas cómo se empapa,
cómo tu flujo lo recubre por completo. Mueves dentro el dedo de un
lado a otro, lo extraes un poco y vuelves a introducirlo. Repites la
misma acción de manera incansable, aumentando progresivamente la
velocidad y la vehemencia de la penetración. Cierras los ojos y
aceleras más, un poco más, otro poco.....Estás gimiendo y ya no
piensas en que es tu dedo el que te folla, sino una maciza y gruesa
polla, empalmada e hinchada al máximo, con varias venas marcadas
sobre ella. Y no, no es la punta del dedo la que empuja con
insistencia hacia dentro, sino la rojiza esfera del glande, cuyo
pequeño orificio central se abre para dar paso a una explosión de
placer en forma de chorros de níveo y espeso semen, que llegan hasta
tu vientre justo segundos antes de que, en pleno éxtasis, alcances
el deseado orgasmo.
Estoy
seguro de que alguna vez te has llegado a tocar mientras leías. ¿Es
verdad o es fruto de mi calenturienta imaginación?
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