En
silencio Sandro terminó de aplicarme la crema en las tetas, en el
torso y en el vientre. Con cada movimiento de sus brazos y manos, su
cintura también se movía y esto hacía que su empalmada polla se
deslizara unas veces por mi muslo, otras por mi estómago y mi
ombligo. Yo ansiaba que acabase de una vez con ese “castigo” al
que me estaba sometiendo y que me penetrase ya, que me metiese hasta
el fondo aquella verga enorme e hinchada que blandía ante mí.
Necesitaba sentirla dentro, notar su empuje y toda su dureza en mi
interior. Lo único que quería era que Sandro me convirtiera, por
fin, en su puta y que me follase por cada uno de mis orificios hasta
llenarlos de leche.
Sumida
en esos pensamientos lascivos, noté la mano de mi hijo acariciando
mi sexo: la palma se deslizaba con total parsimonia de arriba a
abajo, siguiendo la dirección que marcaba la húmeda raja de mi coño
palpitante. Suspiré en repetidas ocasiones ante el cada vez más
intenso roce de la mano, que no tardó en empaparse con mis flujos
vaginales. Mi vástago apartó, entonces, por unos segundos la mano
de mi sexo y se la llevó a la boca. Sacó la lengua y comenzó a
chupar y a saborear mi líquido íntimo. Sandro me miraba de una
manera como nunca antes lo había hecho: parecía estar conteniéndose
antes de lanzarse definitivamente al ataque. Colocó luego sus dos
manos sobre mis tetas y se puso a magrearlas a su antojo: apretaba
mis los senos, los masajeaba, los oprimía con fuerza y tiraba de mis
dos pezones hasta encendérmelos mucho más de lo que ya lo estaban.
A la vez que los friccionaba con la yema de los dedos, empezó a
mover la cintura y las caderas, de modo que su polla se restregaba
sin cesar por mi abdomen. Tras un nuevo movimiento, orientó el pene
hacia mi entrepierna y con el rojizo glande rozó mi raja vaginal.
Solté un gemido al sentir el contacto de esa húmeda bola carnosa
sobre la entrada de mi coño y la respiración se me aceleró todavía
más. Durante unos segundos mi hijo se entretuvo haciendo pasar su
tieso miembro por toda la raja y el flujo de mi coño comenzó a
mezclarse con el líquido que recubría, de forma cada vez más
abundante, el glande de Sandro y que, a modo de pequeñas burbujas,
brotaba del pequeño agujero central que corona la bola de la polla.
Me
estaba volviendo loca y me comía la desesperación, pero mi hijo
continuaba “divirtiéndose”, jugando con su polla sobre el
exterior de mi vagina, sin penetrarla. No aguanté más, le agarré
el tieso falo con mi mano, me incorporé sobre la toalla, me quedé
sentada y agaché la cabeza entre los muslos de Sandro. Un fuerte
aroma a sexo llegó a mi nariz justo antes de que yo abriese la boca,
sacara la lengua y rozara con la punta la roja esfera del glande de
mi vástago. Sandro suspiró al notar el suave y continuo
deslizamiento de mi lengua. Comencé a lamer toda la extensión de la
polla de arriba a abajo, hasta los mismos testículos. Repetí la
acción en varias ocasiones más y la verga de Sandro se fue
empapando de mi saliva. Restregué mis labios por los huevos de mi
hijo, antes de aprisionar la piel que los recubre y tirar con
suavidad de ella. Sandro gemía sin parar: ahora le tocaba a él
“sufrir” un poco antes de tener mi coño de nuevo a su
disposición y bajo su dominio. Tras poder comprobar lo duras y
cargadas que estaban las dos bolas de mi hijo, decidí liberarlas de
mi boca y desplacé la lengua en sentido ascendente, hasta volver a
llegar a la cumbre. Separé los labios, atrapé bien fuerte el glande
y comencé a succionarlo.
- ¡Dios, mamá! ¿Qué me estás haciendo?- grito mi hijo enardecido de placer.
Solté
momentáneamente el glande para poder responder y dije:
- Ahora no me llames “mamá”: quiero ser tu puta, ¿lo entiendes? Deseo que me hagas sentir sucia, como una auténtica puta de barrio, como tu zorra, ésa que se muere de ganas por cumplirte todas tus fantasías.
En
el sudoroso rostro de mi vástago se dibujó una sonrisa cómplice y
de satisfacción y volví a engullir en mi boca la redonda punta del
pene. Con vehemencia comencé a deslizar la boca, recorriendo todo el
caliente miembro de mi hijo. Ante cada una de mis subidas y bajadas
Sandro dejaba escapar un gemido más sonoro que el anterior. Aceleré
más y como una auténtica loca descontrolada mamaba la polla de mi
vástago.
- ¡Ahhhh! ¡Para....Para, puta.....! ¡Si sigues comiéndome así verga, me correré en tu boca y quiero hacerlo dentro de tu coño!- exclamó mi hijo.
- Veo que aprendes pronto. Pero necesito más, un vocabulario más soez, como el que usas en tus relatos- le repliqué.
- ¡Dame ya tu coño, zorra: quiero follártelo hasta reventarlo! Te lo voy a machacar hasta y no pararé hasta inundártelo de leche. Cuando lo haya hecho, me pedirás todos los días que te folle y no dejarás de pensar en mí nin un segundo. Serás una adicta a mi polla, una sucia e insaciable ninfómana.
- ¡Fóllame, vamos!¡Hazlo con todas tus ganas!- le grité, mientras le sujetaba el pene con una mano, me abría de piernas y me sentaba sobre el grueso nabo de Sandro.
Al
fin sentí cada centímetro del miembro de mi vástago entrando en mi
vagina. Fue delicioso e inolvidable notar esa sensación, esa
penetración de aquel falo enorme. La verga quedó entera encajada
dentro de mí, llegando casi hasta mis entrañas. La percibía
palpitando y fue entonces cuando Sandro empezó a mover su cintura y
a empujar con las caderas. Yo acompañaba el ritmo marcado por mi
hijo cabalgando sobre él, que se sujetaba a mí desde atrás,
agarrándose con fuerza a mis tetas. El compás inicial un tanto
tranquilo se transformó pronto en acelerado. Sandro me penetraba ya
con vehemencia y yo botaba sobre él con todo mi cuerpo bañado en
sudor. Mi hijo estaba aguantando más de lo que había imaginado y
comenzó a demostrarme que, pese a su juventud, era un amante
perfecto que sabía cómo follar a una mujer y darle placer.
Volvió
a incrementar el ritmo y su verga martilleaba sin compasión una y
otra vez mi coño, que estaba a punto de estallar. Por la cara
interna de mis muslos se deslizaban surcos de flujo vaginal que,
lentamente, recorrían la piel de mis piernas. Mi vástago embistió
con una fuerza descomunal una vez, otra, otra más y grité ante el
tremendo empuje de la polla en mi interior. Sandro repitió la acción
y de nuevo su verga se abrió pasó por todo mi coño, provocándome
varios espasmos en el abdomen y en el bajo vientre. Tras una feroz y
nueva embestida no aguanté más: contraje todo mi cuerpo y luego lo
relajé justo antes de explotar de placer. Mientras Sandro se afanaba
por seguir bombeando en mi sexo, me corrí por completo: con la polla
de mi hijo aún dentro, comencé a chorrear y a empapar la toalla y
la arena de la playa, cuyo color dorado se fue tiñendo
paulatinamente de oscuro conforme absorbía el líquido que manaba de
mi vagina. Sin darme pausa, los dedos de Sandro atraparon mis pezones
y, a la vez que de mi coño continuaba saliendo flujo, él tiraba con
ganas de los dos botones que coronan mis tetas, sin dejar de meter y
sacar la polla en ningún momento.
Finalmente,
mi corrida cesó pero mi hijo seguía sin eyacular, por lo que dio un
último y definitivo arreón: acompañando cada embestida con un
intenso grito de esfuerzo, me penetró en cinco ocasiones más hasta
que noté cómo su semen ardiente y espeso invadía mi coño. Yo
estaba extasiada sintiendo toda la leche de mi hijo saliendo de su
verga y llenándome por completo. Mi vástago suspiró y, tras soltar
un par de gotas más dentro, sacó su polla de mi interior. Me giré
y estreché su pecho contra el mío, rodeé con mis brazos el cuello
de Sandro, acercamos al máximo nuestros rostros y los húmedos
labios de ambos se encontraron en un largo e interminable beso
apasionado, durante el cual mi lengua y la de mi hijo se apoderaron
de la boca del otro.
Permanecimos
así, abrazados y comiéndonos a besos, varios minutos más hasta que
me levanté y extendí mi brazo izquierdo, ofreciéndole la mano a
Sandro. Él también se levantó de la toalla, me agarró la mano y
empezamos a caminar hacia el agua para refrescarnos. Nos bañamos un
largo rato sin que faltaran durante el mismo las caricias ni los
roces ni los besos entre Sandro y yo.
Fue inevitable: cuando
recuperamos las fuerzas, volvimos a follar dentro del agua con
nuestros cuerpos unidos como si fueran uno solo. Mi hijo volvió a
arrancarme un increíble orgasmo y mi coño se llenó por segunda vez
de su leche.
Tras
salir del agua, comimos algo y nos tumbamos al sol para descansar.
Cerré los ojos durante un tiempo para relajarme, pero no estaba
dispuesta a que Sandro se enfriase, por lo que con mi mano recorría
una y otra vez el torso de mi vástago, su vientre y su polla. Con
suaves y lentas caricias jugaba con la verga hasta que la ponía bien
dura, luego regresaba al pecho de mi hijo y volvía a bajar hacia sus
genitales, atrapándolos, rozándolos y repitiendo nuevas caricias
sobre el pene hasta ponerlo, de nuevo, tieso. Mi hijo tampoco se
quedó quieto y no dejó de sobarme primero las tetas y después el
coño, separando los labios vaginales y buscando el clítoris para
pellizcarlo.
Tras
un buen rato en el que no paramos ni un instante de tocarnos
mutuamente, le propuse a Sandro:
- Vamos a dar un paseo a lo largo de la playa, ¿te parece?
Mi
hijo asintió dedicándome una sonrisa y se levantó de la toalla. Yo
hice lo mismo y, después, sacudimos las toallas, las guardamos en
nuestras mochilas, nos las pusimos a la espalda y abandonamos el
lugar empujando las bicicletas. Nos dirigimos a la parte donde se
encontraba la arena mojada y dura para poder avanzar mejor y pronto
nos cruzamos con una pareja madura e, instantes más tarde, con una
familia formada por padre, madre un hijo y una hija. Me llamó la
atención la polla del padre, completamente tiesa, mientras que la
del hijo adolescente se encontraba sólo parcialmente empalmada.
Tampoco me pasó desapercibido el contraste entre el sexo velludo de
la madre y la perfecta depilación integral del de su hija, que
debería rondar los veinte años.
En
silencio, gozando de los rayos de sol y de la leve brisa marina sobre
nuestros desnudos cuerpos, Sandro y yo seguimos caminando un rato
más. Mi hijo no sabía, realmente, cuál era mi intención, además
de la de dar ese paseo. Ajeno a todo continuaba caminando, seguro que
reviviendo en su mente lo que acababa de ocurrir antes entre
nosotros. Así, paseamos como veinte minutos más, hasta donde la
creciente marea del agua nos lo permitió. Al llegar a una zona en la
que el mar bañaba una pared de rocas, impidiendo que se pudiera
pasar por allí, decidimos darnos la vuelta y dirigirnos de nuevo
hacia el sitio de la playa por donde habíamos entrado. Sin embargo,
me percaté de que Sandro iba unos metros por detrás de mí
Extrañada le pregunté por qué lo hacía.
- ¿No resulta obvio? Lo hago porque me encanta observar tu culo, ver cómo se bambolea con cada paso que das; porque adoro deleitarme con la forma de tus nalgas; porque me muero de ganas por.....- dijo mi hijo interrumpiendo brevemente sus palabras.
Me
alcanzó de nuevo, se situó detrás de mí, pegando su cuerpo al mío
y continuó la oración que antes había cortado precipitadamente:
- Por follarte ese culazo.
No
me dio tiempo a reaccionar: dejó caer su bicicleta y la mochila
sobre la arena y empujó también mi bici junto a la suya. Me despojó
de la mochila y empezó a lamerme el cuello. Inmediatamente sentí la
polla de Sandro sobre mis glúteos y cómo ésta se iba endureciendo
conforme me besaba y me acariciaba. Su húmeda lengua recorría cada
poro de la piel de mis hombros y de la parte alta de la espalda. Mis
suspiros se mezclaban con el graznido de algunas gaviotas que
sobrevolaban la orilla y con los soplidos leves del viento marítimo.
- Cariño....Ummmmm....Cariño, por favor.....- le dije a mi hijo
Fui
incapaz de terminar de hablar y de pedirle que nos apartáramos un
poco de la orilla: sus besos y sus caricias me estaban derritiendo y
me dejé hacer. Sandro se fue agachando lentamente y deslizó la
lengua por toda mi columna vertebral hasta llegar a mi cintura y al
lugar en el que la espalda pierde su nombre. Allí se detuvo, respiró
profundamente y pasó en repetidas ocasiones la lengua por la raja de
mi culo. Las primeras veces se limitó simplemente a rozarla, pero en
las siguientes se puso a lamerla y a chuparla con fuerza. Ante el
empuje de mi hijo, me abrí un poco de piernas, hecho que aprovechó
Sandro para meter su mano derecha entre ambos muslos y llegar hasta
mi sexo. A la vez que se daba un festín con mi culo, mientras
mordisqueaba mis nalgas, restregaba la mano sobre mi palpitante coño.
Me lo presionaba, tocaba la raja de la vagina y los pringosos y
mojados labios. Envuelta en placer, cerré los ojos y justo después
noté cómo metía la cabeza entre mis piernas y cómo con la lengua
jugueteaba con mi coño y con el orificio anal. Luego, trazó un par
de círculos alrededor del ano, que me arrancaron varios gemidos.
- ¡Fóllame de una vez el culo, no me tortures más, por Dios- grité desesperada.
- ¡Dímelo de otra forma, las putas no hablan así! ¡Háblame como lo hacen las putas!- me ordenó.
- ¡Reviéntame el culo, cabrón! ¡Pártemelo entero! ¡Haz que mañana no puede ni sentarme por el dolor! ¡Quiero tu leche, deseo que me inundes de semen el ano hasta que no puede tragar más y rebose y chorree por las nalgas y los muslos!
Casi
no me dejó terminar de hablar.
- ¡Ábrete más de piernas y ponte a cuatro patas, putita!- me pidió Sandro con sus manos puestas en mis caderas.
Le
obedecí y me incliné, ofreciéndole todo mi culo bien abierto y en
pompa. Noté rápidamente varios chorreones de saliva de mi vástago
sobre mi ano para lubricarlo. Mi hijo los extendió con la mano por
todo el agujero antes de acariciarlo con la bola de su glande.
Durante varios segundos estuvo restregando la punta de su polla por
mi culo y por los alrededores de mi orificio anal. Al fin se decidió
a hincarme en el culo la polla y empecé a sentir cómo ésta me lo
iba penetrando poco a poco para deleite mío. Cuando la dejó bien
encajada dentro de mí, la mantuvo quieta unos instantes, mientras me
agarraba por la cintura. Luego comenzó a bombear despacio, una y
otra vez, sacando y metiendo su duro pene a través de mi ano,
llegando siempre hasta el fondo. Cada entrada, cada penetración del
falo me proporcionaba increíbles dosis de placer, que aumentaban
conforme las embestidas de Sandro se iban haciendo más enérgicas y
rápidas.
Mientras mi hijo me seguía follando por detrás, observé
cómo un tipo se acercaba caminando por la orilla. Se detuvo a unos
diez metros de nosotros y empezó a mirarnos. No le dije nada a
Sandro, pues no hacía ninguna falta: él también había advertido
la presencia de aquel desconocido y no había cesado en su acción de
follarme. Y yo tampoco quería que dejara de hacerlo: sólo deseaba
que continuase hasta el final y me diese por el culo hasta que
acabara corriéndose dentro. No me importó, por lo tanto, la
presencia del individuo. Éste, al ver que Sandro y yo seguíamos a
lo nuestro pese a su presencia, se fue acercando poco a poco, a la
vez que llevaba su mano derecha a su polla y empezaba a magreársela.
Era un hombre de mediana edad, con pinta de extranjero del norte,
nórdico o algo así. Se paró a unos dos metros de mi cara y aceleró
en las agitaciones a su polla. El tío estaba bastante bien dotado y
pasaba la mano a toda velocidad a lo largo del macizo pene. Al mismo
tiempo, Sandro volvió a dar otro acelerón por detrás y su miembro
machacaba una y otra vez y sin piedad alguna mi culo. Me puse a gemir
como una loca ante cada embestida de mi hijo y, cuando quise darme
cuenta, el desconocido estaba justo delante de mi rostro, tan cerca
que podía olerle el aroma que salía de la punta de su verga. En mi
nariz y en mi frente aterrizaron varias gotas de líquido preseminal
del individuo, escupidas por su glande ante los fuertes movimientos
manuales del hombre. En una reacción espontánea, extendí mi brazo
derecho, abrí la mano y le aparté la suya al desconocido para poder
apoderarme de su falo. Lo envolví con la mano y retomé la paja que
el tipo se estaba haciendo a mi costa. Cuanto más apretaba mi hijo
por detrás, más fuerte le machacaba yo la verga al extranjero,
cuyos gemidos empezaron a mezclarse con los míos. Las bolas peludas
del hombre se bamboleaban al compás marcado por mi mano. La
vehemencia con la que Sandro me taladraba el ano comenzaba a hacerse
casi inaguantable para mí.
Sandro
se impulsó varias veces más con las caderas, mi mano estrujó con
toda su fuerza la polla del desconocido y un interminable chorro de
espeso y caliente semen aterrizó de golpe en mi cara, impactando en
los ojos y en la nariz.
La leche empezó a resbalar hacia la boca y
pronto probé el sabor de la deliciosa corrida de aquel tipo, que aún
gritaba de placer, mientras expulsaba la últimas gotas de esperma.
No me dio tiempo a tragarme toda la leche que llegaba a mi boca:
Sandro dio un par de fuertes alaridos de placer e, inmediatamente, mi
culo y mis entrañas comenzaron a ser inundadas por la abundante
corrida que el pene de mi hijo segregaba, a la vez que me hacía llegar a un increíble e inolvidable orgasmo. Dejó su polla enterrada en
mí hasta que soltó la última gota. Luego la retiró, se acercó a
mi cara y juntó su verga con la del “invitado” extranjero.
Simultáneamente mi lengua fue limpiando aquellas dos majestuosas e
imponentes pollas hasta que las dejé limpias de semen y relucientes.
El
desconocido, plenamente satisfecho, se marchó de allí tal y como
había venido, en silencio. Sandro, por su parte, recogió con sus
dedos los últimos restos de esperma que había en mi rostro y me los
acercó a la boca para que los lamiera. Los dos nos dimos cuneta del
morbo que nos había generado la presencia allí del desconocido y
ése sería sólo el principio de todo lo que vendría a partir de
aquel día.
Ha
pasado ya algo más de un año desde entonces y han ocurrido muchas
cosas en este periodo. Sandro y yo seguimos siendo unos amantes
salvajes, llenos de pasión y desenfreno. Tenemos sexo a diario y, a
veces incluso en varias ocasiones al día. Al poco tiempo de comenzar
a practicar sexo con mi hijo, mi rendimiento en el trabajo empezó a
resentirse: las largas madrugadas follando como locos y de manera
incansable me pasaban factura por las mañanas y terminé,
finalmente, siendo despedida. Con la indemnización que me dieron por
el despido y con algunos ahorros que tenía monté un sexshop en el
centro de la ciudad que funciona de maravilla y tiene muchos clientes
y ventas. Tan bien fluí el negocio que le pedí a Sandro que
trabajase conmigo allí y no entrase en la Universidad para estudiar
la carrera que tenía en mente. No le costó mucho aceptar mi
propuesta y desde que terminó el Bachillerato es mi ayudante en el
sexshop.
Sabía
que follar a pelo con Sandro, sin usar preservativo, traería como
consecuencia tarde o temprano un embarazo, pero no me importaba, pues
deseaba tener un hijo de mi propio vástago. Y así sucedió: me
quedé embarazada de Sandro y ahora tengo un pequeño bebé de un par
de meses, del que Sandro es hermano y padre a la vez. Y no me
extrañaría nada que aumentáramos la familia dentro de poco.
El
hecho de haber vuelto a ser madre no ha apagado ni un ápice mi deseo
sexual, todo lo contrario: lo noto todavía mayor que antes y creo
que estoy convirtiendo en una verdadera ninfómana. Gracias al
sexshop que regento con mi hijo, Sandro y yo podemos llevar a cabo
mil y una fantasías sexuales y conocer las últimas novedades del
mercado en juguetes, lencería y otro tipo de productos. Con bastante
frecuencia engatusamos a algún que otro cliente, tanto a hombres
como a mujeres, para hacerlos partícipes de nuestros juegos y
fantasías, como intercambios de pareja, tríos y orgías.
Sin
embargo, sigo pensando que las veces en las que Sandro y yo follamos
a solas y en pleno desenfreno hasta altas horas de la madrugada
continúan siendo las experiencias más fascinantes de todas.
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