30 de marzo de 2017

TE ANSÍO

Te ansío, aunque tú no quieras verlo,
aunque sumergida en tu nuevo mundo,
ya no desees comprenderlo.

Te ansío, mas tu miras a otro lado
embaucada por no sé qué sueños,
como si en la vida existiese
algo más importante que esto.

Que esto que sale de mi alma,
desgarrada por tus crueles silencios;
de lo que brota de mi boca
y que no oyen tus oídos necios.

¿Dónde quedan esas miradas tuyas,
ardientes como el fuego?
¿Dónde los salvajes besos
que derramabas por todo mi cuerpo?

¿Por qué ya no me acarician tus manos,
las que antes aprisionaban mi miembro?
¿Por qué tu boca ya no ejerce
de experta maestra en el sexo?

23 de marzo de 2017

MIENTRAS LEES

Estoy sentado ante mi escritorio. Varios folios en blanco esperan a que la tinta del bolígrafo plasme sobre ellos las palabras que conformen un nuevo relato. Pero eso será mañana. Hoy haré una pequeña excepción y escribiré algo diferente a lo normal, nada de personajes ni de diálogos entre ellos.

Porque este texto va dirigido a ti, apreciada lectora. Que me perdonen los chicos que puedan estar leyendo esto, pero en esta ocasión voy a dedicarles un poco de tiempo sólo a ellas. Por ejemplo, a ti, que me lees desde Colombia, o a ti, que lo haces desde Perú, México o Costa Rica, sin olvidarme de las que disfrutan con la lectura desde Puerto Rico, Venezuela, Ecuador, Argentina..... o desde la misma España. Da igual de dónde seas, porque ésa es una de las cosas preciosas de la escritura: el poder que tiene para llegar a cualquier parte del mundo, sea una ciudad grande o un pequeño y humilde pueblo.

Me dirijo a ti para darte las gracias por leer mis textos, haya sido sólo uno, varios o muchos. No hay mayor satisfacción para un escritor aficionado que la de saber que el tiempo que dedica a narrar sus historias tiene luego recompensa con la lectura de las mismas por parte de otras personas. Ni te imaginas la alegría que me supone ver que has votado en uno de mis relatos o que has dejado un breve comentario o que, incluso, has añadido mi obra a la lista de tus lecturas favoritas. Esa satisfacción personal genera la ilusión y las ganas por seguir escribiendo y por crear nuevos personajes e historias, a veces totalmente ficticias, en otras ocasiones partiendo de algún suceso o vivencia real.

Pero también existe otra cosa muy importante: el hecho de que mis textos puedan llegar a causar algún tipo de sensación en ti, que te sorprendan, que te impacten, que despierten curiosidad o cierto morbo, que te calienten, que te exciten...Puesto que si te adentras en uno de mis relatos, sea breve o extenso, lo haces sabiendo de sobra que no va a tratar de Blancanieves o de Caperucita (al menos no de la versión infantil que todos conocemos). Por lo tanto, si los lees es porque, además del placer de la lectura, buscas sensualidad, erotismo y sexo. Y esto último también me complace mucho, que compartas conmigo no sólo el gusto por leer y escribir, sino también por lo erótico. Me encanta saber que después de un interminable día de estudio o de una dura jornada laboral o de quehaceres domésticos e independientemente de que seas una chica joven, una entrañable madre y esposa o una mujer madura, uno de mis textos haya podido servir para hacerte pasar un pequeño rato ameno y ardiente a la vez y que hayas podido desconectar de todo.
Pero ya iré dejando el apartado de agradecimientos. Al fin y al cabo estamos en una obra de contenido adulto y sexual, así que no te vas a librar hoy de una dosis o de una perla de erotismo.

Te voy a contar un secreto: siempre que escribo un relato, tanto mientras lo redacto como ya una vez finalizado, me pregunto qué acogida tendrá por tu parte. Y es entonces cuando dejo volar la imaginación: pienso en ti, lectora, y trato de visualizarte mentalmente. Comienzas a leer mi historia, recorriendo con tus ojos cada palabra y buscando, ansiosa, la siguiente frase para devorarla. Conforme la trama avanza, tu corazón se acelera y un calor interno se abre paso por todo tu cuerpo. Tu piel empieza a hacerse más sensible y, sin darte apenas cuenta, tus pezones se han endurecido y sobresalen con descaro de las areolas que culminan la redondez de tus senos. Rozan el sujetador, si lo llevas puesto, y se mueren y desesperan por sentir el tacto de tus dedos. Continúas leyendo, pero una de tus manos es incapaz de resistir la tentación y se acerca lentamente a tus pechos hasta acariciarlos. Los masajeas despacio, trazando círculos, envolviéndolos, jugando, traviesa, con ellos. Los dedos buscan esos pezones que apuntan hacia el frente con un atrevido desafío y, tras encontrarlos, atrapan esos botones carnosos y los friccionan sin descanso. Con las yemas los rozas y los aprietas hacia dentro, antes de aprisionar toda la teta con la mano, intentando acercarla a la boca. Agachas la cabeza, despegas los labios y dejas salir tu húmeda lengua, cuya punta logra alcanzar el pezón y mojarlo de saliva. Suspiras al sentir el líquido de tu boca sobre él y repites la acción sobre el otro seno.

La lectura se acerca a su fin y llevas notando desde hace rato cierto cosquilleo en tu sexo: es momento de complacerlo y de calmar las palpitaciones que en él se suceden de forma cada vez más continua. Bajas la mano por tu torso y llega pronto al ombligo y a tu bajo vientre. Te percatas de que tu prenda íntima está mojada e impregnada de líquido vaginal. No esperas más y te despojas del tanga dispuesta a masturbarte. Pero antes de penetrarte, aproximas la prenda a tu rostro y hueles la mancha, que se había ido extendiendo poco a poco. Inspiras a fondo y resoplas embriagada de gusto por el olor que tu coño ha dejado en el tanga. Arrojas la minúscula braguita al suelo y la palma de la mano se posa sobre tu sexo, cubriéndolo al completo. Los protagonistas del relato acaban de eyacular y de correrse y ahora te toca a ti follarte.

Después de restregar la mano de arriba a abajo sobre la raja vaginal, hundes un dedo dentro, hasta el fondo. 



Inmediatamente notas cómo se empapa, cómo tu flujo lo recubre por completo. Mueves dentro el dedo de un lado a otro, lo extraes un poco y vuelves a introducirlo. Repites la misma acción de manera incansable, aumentando progresivamente la velocidad y la vehemencia de la penetración. Cierras los ojos y aceleras más, un poco más, otro poco.....Estás gimiendo y ya no piensas en que es tu dedo el que te folla, sino una maciza y gruesa polla, empalmada e hinchada al máximo, con varias venas marcadas sobre ella. Y no, no es la punta del dedo la que empuja con insistencia hacia dentro, sino la rojiza esfera del glande, cuyo pequeño orificio central se abre para dar paso a una explosión de placer en forma de chorros de níveo y espeso semen, que llegan hasta tu vientre justo segundos antes de que, en pleno éxtasis, alcances el deseado orgasmo.

Estoy seguro de que alguna vez te has llegado a tocar mientras leías. ¿Es verdad o es fruto de mi calenturienta imaginación?





13 de marzo de 2017

CRÓNICA DE UN INCESTO (11 Y FINAL)


En silencio Sandro terminó de aplicarme la crema en las tetas, en el torso y en el vientre. Con cada movimiento de sus brazos y manos, su cintura también se movía y esto hacía que su empalmada polla se deslizara unas veces por mi muslo, otras por mi estómago y mi ombligo. Yo ansiaba que acabase de una vez con ese “castigo” al que me estaba sometiendo y que me penetrase ya, que me metiese hasta el fondo aquella verga enorme e hinchada que blandía ante mí. Necesitaba sentirla dentro, notar su empuje y toda su dureza en mi interior. Lo único que quería era que Sandro me convirtiera, por fin, en su puta y que me follase por cada uno de mis orificios hasta llenarlos de leche.

Sumida en esos pensamientos lascivos, noté la mano de mi hijo acariciando mi sexo: la palma se deslizaba con total parsimonia de arriba a abajo, siguiendo la dirección que marcaba la húmeda raja de mi coño palpitante. Suspiré en repetidas ocasiones ante el cada vez más intenso roce de la mano, que no tardó en empaparse con mis flujos vaginales. Mi vástago apartó, entonces, por unos segundos la mano de mi sexo y se la llevó a la boca. Sacó la lengua y comenzó a chupar y a saborear mi líquido íntimo. Sandro me miraba de una manera como nunca antes lo había hecho: parecía estar conteniéndose antes de lanzarse definitivamente al ataque. Colocó luego sus dos manos sobre mis tetas y se puso a magrearlas a su antojo: apretaba mis los senos, los masajeaba, los oprimía con fuerza y tiraba de mis dos pezones hasta encendérmelos mucho más de lo que ya lo estaban. A la vez que los friccionaba con la yema de los dedos, empezó a mover la cintura y las caderas, de modo que su polla se restregaba sin cesar por mi abdomen. Tras un nuevo movimiento, orientó el pene hacia mi entrepierna y con el rojizo glande rozó mi raja vaginal. Solté un gemido al sentir el contacto de esa húmeda bola carnosa sobre la entrada de mi coño y la respiración se me aceleró todavía más. Durante unos segundos mi hijo se entretuvo haciendo pasar su tieso miembro por toda la raja y el flujo de mi coño comenzó a mezclarse con el líquido que recubría, de forma cada vez más abundante, el glande de Sandro y que, a modo de pequeñas burbujas, brotaba del pequeño agujero central que corona la bola de la polla.

Me estaba volviendo loca y me comía la desesperación, pero mi hijo continuaba “divirtiéndose”, jugando con su polla sobre el exterior de mi vagina, sin penetrarla. No aguanté más, le agarré el tieso falo con mi mano, me incorporé sobre la toalla, me quedé sentada y agaché la cabeza entre los muslos de Sandro. Un fuerte aroma a sexo llegó a mi nariz justo antes de que yo abriese la boca, sacara la lengua y rozara con la punta la roja esfera del glande de mi vástago. Sandro suspiró al notar el suave y continuo deslizamiento de mi lengua. Comencé a lamer toda la extensión de la polla de arriba a abajo, hasta los mismos testículos. Repetí la acción en varias ocasiones más y la verga de Sandro se fue empapando de mi saliva. Restregué mis labios por los huevos de mi hijo, antes de aprisionar la piel que los recubre y tirar con suavidad de ella. Sandro gemía sin parar: ahora le tocaba a él “sufrir” un poco antes de tener mi coño de nuevo a su disposición y bajo su dominio. Tras poder comprobar lo duras y cargadas que estaban las dos bolas de mi hijo, decidí liberarlas de mi boca y desplacé la lengua en sentido ascendente, hasta volver a llegar a la cumbre. Separé los labios, atrapé bien fuerte el glande y comencé a succionarlo.

  • ¡Dios, mamá! ¿Qué me estás haciendo?- grito mi hijo enardecido de placer.

Solté momentáneamente el glande para poder responder y dije:

  • Ahora no me llames “mamá”: quiero ser tu puta, ¿lo entiendes? Deseo que me hagas sentir sucia, como una auténtica puta de barrio, como tu zorra, ésa que se muere de ganas por cumplirte todas tus fantasías.

En el sudoroso rostro de mi vástago se dibujó una sonrisa cómplice y de satisfacción y volví a engullir en mi boca la redonda punta del pene. Con vehemencia comencé a deslizar la boca, recorriendo todo el caliente miembro de mi hijo. Ante cada una de mis subidas y bajadas Sandro dejaba escapar un gemido más sonoro que el anterior. Aceleré más y como una auténtica loca descontrolada mamaba la polla de mi vástago.




  • ¡Ahhhh! ¡Para....Para, puta.....! ¡Si sigues comiéndome así verga, me correré en tu boca y quiero hacerlo dentro de tu coño!- exclamó mi hijo.
  • Veo que aprendes pronto. Pero necesito más, un vocabulario más soez, como el que usas en tus relatos- le repliqué.
  • ¡Dame ya tu coño, zorra: quiero follártelo hasta reventarlo! Te lo voy a machacar hasta y no pararé hasta inundártelo de leche. Cuando lo haya hecho, me pedirás todos los días que te folle y no dejarás de pensar en mí nin un segundo. Serás una adicta a mi polla, una sucia e insaciable ninfómana.
  • ¡Fóllame, vamos!¡Hazlo con todas tus ganas!- le grité, mientras le sujetaba el pene con una mano, me abría de piernas y me sentaba sobre el grueso nabo de Sandro.

Al fin sentí cada centímetro del miembro de mi vástago entrando en mi vagina. Fue delicioso e inolvidable notar esa sensación, esa penetración de aquel falo enorme. La verga quedó entera encajada dentro de mí, llegando casi hasta mis entrañas. La percibía palpitando y fue entonces cuando Sandro empezó a mover su cintura y a empujar con las caderas. Yo acompañaba el ritmo marcado por mi hijo cabalgando sobre él, que se sujetaba a mí desde atrás, agarrándose con fuerza a mis tetas. El compás inicial un tanto tranquilo se transformó pronto en acelerado. Sandro me penetraba ya con vehemencia y yo botaba sobre él con todo mi cuerpo bañado en sudor. Mi hijo estaba aguantando más de lo que había imaginado y comenzó a demostrarme que, pese a su juventud, era un amante perfecto que sabía cómo follar a una mujer y darle placer.

Volvió a incrementar el ritmo y su verga martilleaba sin compasión una y otra vez mi coño, que estaba a punto de estallar. Por la cara interna de mis muslos se deslizaban surcos de flujo vaginal que, lentamente, recorrían la piel de mis piernas. Mi vástago embistió con una fuerza descomunal una vez, otra, otra más y grité ante el tremendo empuje de la polla en mi interior. Sandro repitió la acción y de nuevo su verga se abrió pasó por todo mi coño, provocándome varios espasmos en el abdomen y en el bajo vientre. Tras una feroz y nueva embestida no aguanté más: contraje todo mi cuerpo y luego lo relajé justo antes de explotar de placer. Mientras Sandro se afanaba por seguir bombeando en mi sexo, me corrí por completo: con la polla de mi hijo aún dentro, comencé a chorrear y a empapar la toalla y la arena de la playa, cuyo color dorado se fue tiñendo paulatinamente de oscuro conforme absorbía el líquido que manaba de mi vagina. Sin darme pausa, los dedos de Sandro atraparon mis pezones y, a la vez que de mi coño continuaba saliendo flujo, él tiraba con ganas de los dos botones que coronan mis tetas, sin dejar de meter y sacar la polla en ningún momento.

Finalmente, mi corrida cesó pero mi hijo seguía sin eyacular, por lo que dio un último y definitivo arreón: acompañando cada embestida con un intenso grito de esfuerzo, me penetró en cinco ocasiones más hasta que noté cómo su semen ardiente y espeso invadía mi coño. Yo estaba extasiada sintiendo toda la leche de mi hijo saliendo de su verga y llenándome por completo. Mi vástago suspiró y, tras soltar un par de gotas más dentro, sacó su polla de mi interior. Me giré y estreché su pecho contra el mío, rodeé con mis brazos el cuello de Sandro, acercamos al máximo nuestros rostros y los húmedos labios de ambos se encontraron en un largo e interminable beso apasionado, durante el cual mi lengua y la de mi hijo se apoderaron de la boca del otro.

Permanecimos así, abrazados y comiéndonos a besos, varios minutos más hasta que me levanté y extendí mi brazo izquierdo, ofreciéndole la mano a Sandro. Él también se levantó de la toalla, me agarró la mano y empezamos a caminar hacia el agua para refrescarnos. Nos bañamos un largo rato sin que faltaran durante el mismo las caricias ni los roces ni los besos entre Sandro y yo. 


Fue inevitable: cuando recuperamos las fuerzas, volvimos a follar dentro del agua con nuestros cuerpos unidos como si fueran uno solo. Mi hijo volvió a arrancarme un increíble orgasmo y mi coño se llenó por segunda vez de su leche.

Tras salir del agua, comimos algo y nos tumbamos al sol para descansar. Cerré los ojos durante un tiempo para relajarme, pero no estaba dispuesta a que Sandro se enfriase, por lo que con mi mano recorría una y otra vez el torso de mi vástago, su vientre y su polla. Con suaves y lentas caricias jugaba con la verga hasta que la ponía bien dura, luego regresaba al pecho de mi hijo y volvía a bajar hacia sus genitales, atrapándolos, rozándolos y repitiendo nuevas caricias sobre el pene hasta ponerlo, de nuevo, tieso. Mi hijo tampoco se quedó quieto y no dejó de sobarme primero las tetas y después el coño, separando los labios vaginales y buscando el clítoris para pellizcarlo.
Tras un buen rato en el que no paramos ni un instante de tocarnos mutuamente, le propuse a Sandro:

  • Vamos a dar un paseo a lo largo de la playa, ¿te parece?

Mi hijo asintió dedicándome una sonrisa y se levantó de la toalla. Yo hice lo mismo y, después, sacudimos las toallas, las guardamos en nuestras mochilas, nos las pusimos a la espalda y abandonamos el lugar empujando las bicicletas. Nos dirigimos a la parte donde se encontraba la arena mojada y dura para poder avanzar mejor y pronto nos cruzamos con una pareja madura e, instantes más tarde, con una familia formada por padre, madre un hijo y una hija. Me llamó la atención la polla del padre, completamente tiesa, mientras que la del hijo adolescente se encontraba sólo parcialmente empalmada. Tampoco me pasó desapercibido el contraste entre el sexo velludo de la madre y la perfecta depilación integral del de su hija, que debería rondar los veinte años.

En silencio, gozando de los rayos de sol y de la leve brisa marina sobre nuestros desnudos cuerpos, Sandro y yo seguimos caminando un rato más. Mi hijo no sabía, realmente, cuál era mi intención, además de la de dar ese paseo. Ajeno a todo continuaba caminando, seguro que reviviendo en su mente lo que acababa de ocurrir antes entre nosotros. Así, paseamos como veinte minutos más, hasta donde la creciente marea del agua nos lo permitió. Al llegar a una zona en la que el mar bañaba una pared de rocas, impidiendo que se pudiera pasar por allí, decidimos darnos la vuelta y dirigirnos de nuevo hacia el sitio de la playa por donde habíamos entrado. Sin embargo, me percaté de que Sandro iba unos metros por detrás de mí Extrañada le pregunté por qué lo hacía.

  • ¿No resulta obvio? Lo hago porque me encanta observar tu culo, ver cómo se bambolea con cada paso que das; porque adoro deleitarme con la forma de tus nalgas; porque me muero de ganas por.....- dijo mi hijo interrumpiendo brevemente sus palabras.

Me alcanzó de nuevo, se situó detrás de mí, pegando su cuerpo al mío y continuó la oración que antes había cortado precipitadamente:

  • Por follarte ese culazo.

No me dio tiempo a reaccionar: dejó caer su bicicleta y la mochila sobre la arena y empujó también mi bici junto a la suya. Me despojó de la mochila y empezó a lamerme el cuello. Inmediatamente sentí la polla de Sandro sobre mis glúteos y cómo ésta se iba endureciendo conforme me besaba y me acariciaba. Su húmeda lengua recorría cada poro de la piel de mis hombros y de la parte alta de la espalda. Mis suspiros se mezclaban con el graznido de algunas gaviotas que sobrevolaban la orilla y con los soplidos leves del viento marítimo.

  • Cariño....Ummmmm....Cariño, por favor.....- le dije a mi hijo

Fui incapaz de terminar de hablar y de pedirle que nos apartáramos un poco de la orilla: sus besos y sus caricias me estaban derritiendo y me dejé hacer. Sandro se fue agachando lentamente y deslizó la lengua por toda mi columna vertebral hasta llegar a mi cintura y al lugar en el que la espalda pierde su nombre. Allí se detuvo, respiró profundamente y pasó en repetidas ocasiones la lengua por la raja de mi culo. Las primeras veces se limitó simplemente a rozarla, pero en las siguientes se puso a lamerla y a chuparla con fuerza. Ante el empuje de mi hijo, me abrí un poco de piernas, hecho que aprovechó Sandro para meter su mano derecha entre ambos muslos y llegar hasta mi sexo. A la vez que se daba un festín con mi culo, mientras mordisqueaba mis nalgas, restregaba la mano sobre mi palpitante coño. Me lo presionaba, tocaba la raja de la vagina y los pringosos y mojados labios. Envuelta en placer, cerré los ojos y justo después noté cómo metía la cabeza entre mis piernas y cómo con la lengua jugueteaba con mi coño y con el orificio anal. Luego, trazó un par de círculos alrededor del ano, que me arrancaron varios gemidos.

  • ¡Fóllame de una vez el culo, no me tortures más, por Dios- grité desesperada.
  • ¡Dímelo de otra forma, las putas no hablan así! ¡Háblame como lo hacen las putas!- me ordenó.
  • ¡Reviéntame el culo, cabrón! ¡Pártemelo entero! ¡Haz que mañana no puede ni sentarme por el dolor! ¡Quiero tu leche, deseo que me inundes de semen el ano hasta que no puede tragar más y rebose y chorree por las nalgas y los muslos!

Casi no me dejó terminar de hablar.

  • ¡Ábrete más de piernas y ponte a cuatro patas, putita!- me pidió Sandro con sus manos puestas en mis caderas.

Le obedecí y me incliné, ofreciéndole todo mi culo bien abierto y en pompa. Noté rápidamente varios chorreones de saliva de mi vástago sobre mi ano para lubricarlo. Mi hijo los extendió con la mano por todo el agujero antes de acariciarlo con la bola de su glande. Durante varios segundos estuvo restregando la punta de su polla por mi culo y por los alrededores de mi orificio anal. Al fin se decidió a hincarme en el culo la polla y empecé a sentir cómo ésta me lo iba penetrando poco a poco para deleite mío. Cuando la dejó bien encajada dentro de mí, la mantuvo quieta unos instantes, mientras me agarraba por la cintura. Luego comenzó a bombear despacio, una y otra vez, sacando y metiendo su duro pene a través de mi ano, llegando siempre hasta el fondo. Cada entrada, cada penetración del falo me proporcionaba increíbles dosis de placer, que aumentaban conforme las embestidas de Sandro se iban haciendo más enérgicas y rápidas. 




Mientras mi hijo me seguía follando por detrás, observé cómo un tipo se acercaba caminando por la orilla. Se detuvo a unos diez metros de nosotros y empezó a mirarnos. No le dije nada a Sandro, pues no hacía ninguna falta: él también había advertido la presencia de aquel desconocido y no había cesado en su acción de follarme. Y yo tampoco quería que dejara de hacerlo: sólo deseaba que continuase hasta el final y me diese por el culo hasta que acabara corriéndose dentro. No me importó, por lo tanto, la presencia del individuo. Éste, al ver que Sandro y yo seguíamos a lo nuestro pese a su presencia, se fue acercando poco a poco, a la vez que llevaba su mano derecha a su polla y empezaba a magreársela. Era un hombre de mediana edad, con pinta de extranjero del norte, nórdico o algo así. Se paró a unos dos metros de mi cara y aceleró en las agitaciones a su polla. El tío estaba bastante bien dotado y pasaba la mano a toda velocidad a lo largo del macizo pene. Al mismo tiempo, Sandro volvió a dar otro acelerón por detrás y su miembro machacaba una y otra vez y sin piedad alguna mi culo. Me puse a gemir como una loca ante cada embestida de mi hijo y, cuando quise darme cuenta, el desconocido estaba justo delante de mi rostro, tan cerca que podía olerle el aroma que salía de la punta de su verga. En mi nariz y en mi frente aterrizaron varias gotas de líquido preseminal del individuo, escupidas por su glande ante los fuertes movimientos manuales del hombre. En una reacción espontánea, extendí mi brazo derecho, abrí la mano y le aparté la suya al desconocido para poder apoderarme de su falo. Lo envolví con la mano y retomé la paja que el tipo se estaba haciendo a mi costa. Cuanto más apretaba mi hijo por detrás, más fuerte le machacaba yo la verga al extranjero, cuyos gemidos empezaron a mezclarse con los míos. Las bolas peludas del hombre se bamboleaban al compás marcado por mi mano. La vehemencia con la que Sandro me taladraba el ano comenzaba a hacerse casi inaguantable para mí.
Sandro se impulsó varias veces más con las caderas, mi mano estrujó con toda su fuerza la polla del desconocido y un interminable chorro de espeso y caliente semen aterrizó de golpe en mi cara, impactando en los ojos y en la nariz.


La leche empezó a resbalar hacia la boca y pronto probé el sabor de la deliciosa corrida de aquel tipo, que aún gritaba de placer, mientras expulsaba la últimas gotas de esperma. No me dio tiempo a tragarme toda la leche que llegaba a mi boca: Sandro dio un par de fuertes alaridos de placer e, inmediatamente, mi culo y mis entrañas comenzaron a ser inundadas por la abundante corrida que el pene de mi hijo segregaba, a la vez que me hacía llegar a un increíble e inolvidable orgasmo.  Dejó su polla enterrada en mí hasta que soltó la última gota. Luego la retiró, se acercó a mi cara y juntó su verga con la del “invitado” extranjero. Simultáneamente mi lengua fue limpiando aquellas dos majestuosas e imponentes pollas hasta que las dejé limpias de semen y relucientes.

El desconocido, plenamente satisfecho, se marchó de allí tal y como había venido, en silencio. Sandro, por su parte, recogió con sus dedos los últimos restos de esperma que había en mi rostro y me los acercó a la boca para que los lamiera. Los dos nos dimos cuneta del morbo que nos había generado la presencia allí del desconocido y ése sería sólo el principio de todo lo que vendría a partir de aquel día.

Ha pasado ya algo más de un año desde entonces y han ocurrido muchas cosas en este periodo. Sandro y yo seguimos siendo unos amantes salvajes, llenos de pasión y desenfreno. Tenemos sexo a diario y, a veces incluso en varias ocasiones al día. Al poco tiempo de comenzar a practicar sexo con mi hijo, mi rendimiento en el trabajo empezó a resentirse: las largas madrugadas follando como locos y de manera incansable me pasaban factura por las mañanas y terminé, finalmente, siendo despedida. Con la indemnización que me dieron por el despido y con algunos ahorros que tenía monté un sexshop en el centro de la ciudad que funciona de maravilla y tiene muchos clientes y ventas. Tan bien fluí el negocio que le pedí a Sandro que trabajase conmigo allí y no entrase en la Universidad para estudiar la carrera que tenía en mente. No le costó mucho aceptar mi propuesta y desde que terminó el Bachillerato es mi ayudante en el sexshop.

Sabía que follar a pelo con Sandro, sin usar preservativo, traería como consecuencia tarde o temprano un embarazo, pero no me importaba, pues deseaba tener un hijo de mi propio vástago. Y así sucedió: me quedé embarazada de Sandro y ahora tengo un pequeño bebé de un par de meses, del que Sandro es hermano y padre a la vez. Y no me extrañaría nada que aumentáramos la familia dentro de poco.
El hecho de haber vuelto a ser madre no ha apagado ni un ápice mi deseo sexual, todo lo contrario: lo noto todavía mayor que antes y creo que estoy convirtiendo en una verdadera ninfómana. Gracias al sexshop que regento con mi hijo, Sandro y yo podemos llevar a cabo mil y una fantasías sexuales y conocer las últimas novedades del mercado en juguetes, lencería y otro tipo de productos. Con bastante frecuencia engatusamos a algún que otro cliente, tanto a hombres como a mujeres, para hacerlos partícipes de nuestros juegos y fantasías, como intercambios de pareja, tríos y orgías.

Sin embargo, sigo pensando que las veces en las que Sandro y yo follamos a solas y en pleno desenfreno hasta altas horas de la madrugada continúan siendo las experiencias más fascinantes de todas.


4 de marzo de 2017

CRÓNICA DE UN INCESTO (10)

Después de la primera jornada en la playa, Sandro y yo dimos un paseo por las calles de la localidad. Era ya bien entrada la tarde y nos dedicamos a visitar el casco histórico y algún que otro monumento interesante, además de hacer algunas pequeñas compras. Al caer la noche, cenamos tranquilamente en una terraza al aire libre, disfrutando de la excelente temperatura. La cena transcurrió en animada charla y entre las continuas miradas de mi hijo hacia el escote del fino vestido estampado que yo lucía y bajo el cual no llevaba nada más, ni siquiera unas simples bragas.

Después de cenar, regresamos al apartamento. Era casi medianoche y mi hijo se retiró enseguida a su habitación para descansar. Yo me quedé un rato en el salón viendo la televisión y luego me dirigí a mi dormitorio. Pero mi intención no era, ni mucho menos, dormirme: cogí una toalla y las llaves del piso y salí de la vivienda en dirección hacia la playa. Había llegado el momento de cumplir ese deseo de bañarme desnuda en el mar. La noche seguía siendo espléndida, con una perfecta y redonda luna llena en lo alto del cielo. Recorrí a pie el trayecto hacia la playa, despacio, disfrutando de la suave brisa y del olor a mar que se hacía más intenso conforme me acercaba a la playa. Una vez allí, caminé por las tablas de madera que conducen hasta la arena blanda y luego me aparté unos metros hacia la izquierda, alejándome así algo de la entrada. Me acerqué a la orilla, dejé caer sobre la arena mi toalla y situé mis sandalias sobre la toalla para evitar que pudiera ser desplazada por el viento. Miré a mi alrededor y no había nadie más, sólo yo en medio de la oscuridad nocturna y con la tenue luz que la luna me ofrecía.

Lentamente me fui despojando del vestido hasta que quedé completamente desnuda. Sin dudarlo más, avancé un par de pasos y comencé a introducirme en el agua, un poco fría a esas horas de la noche. Poco a poco fui sintiendo las caricias del mar sobre mi piel: primero en mis pies, luego en la parte baja de las piernas, en los muslos.....Me detuve unos segundos antes de dar un par de pasos más y permitir que el agua entrara en contacto con mi sexo, rozando sus labios y la raja hasta cubrirlos por completo. Suspiré de placer al sentir la sensación del frío del agua sobre mi coño caliente. No esperé más y me zambullí en el agua, mojando ya el resto de mi cuerpo. 



Nadé unos metros mar adentro y cerré los ojos, relajándome y notándome en plena armonía con la Naturaleza. Tras unos minutos de relax absoluto, abrí los ojos, me giré y miré hacia la orilla. Me quedé de piedra cuando vi allí, sentado junto a mi toalla, a Sandro. Mi hijo me había seguido y se encontraba inmóvil, mirándome y vestido con la misma ropa que había llevado puesta durante la tarde-noche. Lo observé unos instantes para ver cuál sería su reacción y deseando que me acompañara en el baño. Debió leerme la mente, porque no tardó en levantarse y en comenzar a desnudarse. Ante mi atenta mirada, se quitó la camiseta y dejó al descubierto el torso. A continuación, se bajó y se sacó los pantalones, quedándose sólo con un bóxer negro puesto. Empezó a recorrer la pequeña distancia que separaba de la orilla y, cuando yo creía que no se atrevería a desnudarse del todo y que se bañaría con el bóxer puesto, lo deslizó hacia abajo y lo dejó caer en la arena justo antes de entrar al agua. 

Mi corazón se aceleró, cuando contemplé la maravillosa polla de Sandro al aire, crecida y dura, y cómo las suaves olas del mar iban empapando progresivamente los testículos de mi vástago y, finalmente, la verga. Segundos más tarde y tras dar un par de enérgicas brazadas, Sandro llegó a mi altura. Nos miramos fijamente y fui yo la que rompí el silencio:

  • Creí que no vendrías.
  • Si estoy aquí es por varios motivos- me comentó.
  • ¿Ah, sí? ¿Cuáles?- quise saber.
  • Uno es que, desde que me hablaste hace unas horas sobre tu deseo de bañarte desnuda y por la noche, me invadió a mí también la curiosidad por ver qué se sentía al hacerlo.
  • ¿Y te está gustando?
  • Ya lo creo: es muy relajante, delicioso, notas una sensación increíble con el agua acariciando el cuerpo desnudo- respondió mi hijo.
  • No iba mal encaminada cuando te lo comenté. ¿Y por qué otros motivos has venido?
  • Te oí salir de la casa y decidí seguirte. No quería dejarte sola por la noche aquí, en la playa.
  • Muchas gracias, Sandro. Pero ya ves que estamos solos. No me hubiese pasado nada. De todas formas, gracias por ofrecerte como mi protector- le dije, a la vez que con mi mano derecha le hacía una caricia en la mejilla.

Nuestros cuerpos estaban cada vez más pegados, aunque tapados casi en su totalidad por el agua del mar, que nos llegaba hasta los hombros.

  • ¿Y qué hacías sentado? ¿Cómo es que no te metiste enseguida en el agua? ¿Estuviste en la arena mucho tiempo?- le pregunté.
  • No, no llevaba mucho tiempo. Vamos, llegué justo cuando te dirigías al agua para bañarte. Preferí quedarme entado unos instantes para ver cómo entrabas en el mar. Fue precioso verte.
  • ¿Por qué?

Sandro se sinceró entonces:

  • Ver la imagen de tu cuerpo completamente desnudo en medio de la oscuridad, únicamente bajo la luz de la luna y con el suave sonido de las olas rompiendo en la orilla, fue una estampa bellísima.

Nuestras miradas volvieron a encontrarse durante unos segundos en los que mis ojos miraron fijamente a los de Sandro.

  • Gracias por la parte que me toca en ese halago que acabas de hacer. Me alegro mucho de que estés aquí. De hecho, cuando durante el día te hablé de mi intención de bañarme de noche, lo hice con la esperanza de que captaras la indirecta y te apuntarás tú también al plan. Así que me encuentro feliz de que estés ahora aquí conmigo. Yo también he disfrutado viendo cómo entrabas al agua: no eres el único que ha podido admirar un “paisaje” hermoso- le comenté, mientras me desplazaba un poco más hacia él para acariciar su mojado cabello.

Ese movimiento mío de aproximación en el agua hizo que nuestros cuerpos terminasen por estar prácticamente pegados de frente el uno al otro. Esa cercanía entre ambos provocó que el pene tieso de mi hijo rozase inevitablemente mi vientre. Al mismo tiempo que braceábamos para mantenernos a flote sobre el agua, nuestros cuerpos se movían y esos movimientos hacían que la polla de mi hijo entrase en contacto una y otra vez con mi piel. Se notaba su tremenda dureza pese a estar sumergida en el agua y cada una de las caricias del miembro de Sandro me encendía hasta límites insospechados. 



Ninguno de los dos dijimos nada al respecto, simplemente nos mirábamos más fijamente conforme pasaban los segundos. Entonces, la mano de mi vástago empezó a acariciar mi pelo.
  • Tengo a la mejor madre del mundo y a la más guapa, lo sabes, ¿verdad?- me dijo mi hijo.

La verga de Sandro ya no sólo me rozaba, sino que en ese instante estaba totalmente pegada a mi vientre, aprisionada entre su cuerpo y el mío.

  • Yo también estoy muy orgulloso de ti, hijo, y te quiero- le respondí muriéndome de ganas por tocar con las manos aquella empalmada polla.
Sabía que Sandro estaba esperando que yo diera el primer paso para que tuviéramos sexo allí mismo, dentro del agua, pero me contuve: prefería aplazarlo hasta el día siguiente, tal y como había planeado. No quería que esa primera vez con mi hijo fuese dentro del mar, sin poder follar del todo a gusto por el agua y por la imposibilidad de ver el cuerpo desnudo de Sandro mientras hacíamos el amor. Tenía ya ideada una forma de provocar a mi hijo al día siguiente para, ya sí, lanzarme a tener sexo con él. Hice, por lo tanto, un enorme esfuerzo para contener mis impulsos sexuales y, a la vez que limpiaba del rostro de mi vástago algunas gotas de agua, le dije:

  • Anda, cariño, salgamos del agua, que empieza a hacer ya un poco de frío aquí dentro después de todo este rato que llevamos.

La mirada de sorpresa de mi hijo ante mis palabras no se me olvidará nunca: percibí su extrañeza, por un lado, pero también cierto enfado y desilusión por haber cortado yo la situación, cuando parecía que iba definitivamente encaminada a desembocar en una sesión de sexo. Agachó la mirada y, tras unos instantes de silencio, dijo:

  • Sí, mamá, creo que será lo mejor.

Me sentí fatal y culpable de, en cierta forma, haber actuado como una auténtica “calientapollas” hacia mi hijo, pero era lo mejor para los dos. Al día siguiente pensaba recompensarlo con creces y estaba segura de que no se arrepentiría de haber tenido que esperar unas horas más.

Una de vez de regreso al apartamento, me costó bastante conciliar el sueño, pese al cansancio acumulado. Ni siquiera ayudó la ducha que tomé antes de meterme en la cama: sólo valió para quitarme la salitre del agua marina pero no para relajarme. No podía dejar de pensar en lo sucedido en la playa y en haber tratado así a Sandro. Finalmente, el sueño me venció y cuando volví a abrir los ojos ya eran las 9.30 de la mañana. Mi hijo despertó un poco más tarde y, después de saludarme, se sentó a desayunar. Yo acababa de hacerlo y estaba esperando a mi vástago para comentarle cuál era el plan para aquel día. Así que aproveché y, mientras él degustaba un par de tostadas con mermelada y un café, le dije:

  • Hoy el día ha amanecido espléndido otra vez y creo que hará, incluso, más calor que ayer. ¿Te apetece ir a algún sitio en concreto,vamos a la misma playa de ayer....?
  • No, mamá, no he pensado nada, pero la playa en la que estuvimos ayer está bastante bien: cercana, tranquila, limpia...Me gustó mucho. Podemos ir otra vez allí, si tú quieres, claro. No hace falta perder tiempo en desplazarnos a cualquier otra playa que esté más lejos- respondió mi hijo, a quien parecía habérsele pasado el disgusto de la noche anterior.
  • Sí, la verdad es que a mí también me encantó el lugar donde estuvimos ayer tomando el sol. Se está muy a gusto en esa playa y está a tiro de piedra del apartamento. Pero, no sé, había pensado que tal vez....
  • ¿Sí? ¿Qué habías pensado?- me preguntó Sandro ante la pausa intencionada que yo había realizado al hablar.

Me acerqué un poco más a la mesa en la que estaba desayunando mi hijo, retiré una silla y me senté junto a él. Respiré un par de veces hondo y le indiqué:

  • Verás, Sandro, la realidad es que tenía en mente ir a otra playa distinta que se encuentra bastante cerca de aquí, a unos cinco kilómetros, por lo que no perderemos mucho tiempo en ir y venir. He estado mirando en internet algunas playas cercanas y ésa es espectacular: aislada, virgen, paradisíaca....Creo que te va a encantar. El problema es que no hay autobús ni tren que lleve hasta allí.
  • Entonces, ¿cómo piensas llegar hasta ese lugar?- quiso saber.
  • De una forma ecológica y sana: he consultado y en esta localidad hay un servicio de alquiler de bicicletas públicas. Se pueden alquilar por horas o por un día completo. De esta manera, además de pasar un buen día de playa, haremos algo de ejercicio.
  • Ummm.....No suela mal. Me apunto a tu plan- comentó mi hijo sonriendo.
  • Me alegro de que te haya parecido bien la idea, aunque aún me queda algo más que decir- le indiqué, añadiendo cierto misterio al asunto.
  • ¿De qué se trata?
  • Bueno, pues que es una playa naturista, es decir, nudista- le respondí a bote pronto.

Sandro puso cara de extrañeza ante lo que yo acababa de decir y se mostraba incrédulo. Me quedé unos instantes en silencio, esperando algún comentario por parte de mi hijo pero, viendo que no reaccionaba, retomé la conversación:

  • Sandro, ya te confesé las ganas que tenía de bañarme desnuda en la playa. Lo hice ayer y me encantó y creo que a ti también te gustó esa experiencia. La disfrutaste tanto como yo, de modo que he pensado que por qué no repetirla pero ya sin ningún tipo de tapujos, sin tener que hacerlo de noche, a escondidas de la gente, sino a plena luz del día, tomando el sol y disfrutando de la Naturaleza. Hijo, ya nos vimos ayer desnudos el uno al otro así que el pudor o la vergüenza que pudiese existir al respecto ya pasó. De hecho, anoche todo ocurrió de una manera completamente natural, Sinceramente, me encantaría pasar el día de hoy en esa playa pero si a ti no te apetece, lo comprendo y no pasa nada. Volvemos a ir a la de ayer y ya está.

Con cara de inocente me quedé mirando a Sandro, que guardó silencio unos segundos más. Le acababa de ofrecer en bandeja la posibilidad de pasar una jornada completa ambos desnudos y confiaba en que su respuesta fuera afirmativa, pero después de lo que había sucedido la noche anterior, cuando corté de forma radical aquella escena, tenía alguna que otra duda. Al fin rompió su silencio y me dijo:

  • Jamás se me había pasado por la cabeza ir contigo a una playa nudista. Solo, con amigos o en pareja tal vez sí, pero acudir con mi madre... Nunca lo había pensado. Sin embargo, creo que tienes razón. Fue maravilloso el baño nocturno y, en efecto, ya nos hemos visto los dos desnudos, de manera que no va a pasar nada por repetir.
  • ¿Eso es un sí?
  • Sí, mamá. Anda, recojamos lo del desayuno y a prepararnos para aprovechar al máximo el día.

Me congratulé de que mi hijo hubiese aceptado la propuesta y de que mi plan, por tanto, pudiese continuar adelante. Porque, pese a que Sandro me acababa de decir que nunca había pensado en pasar un día conmigo en una playa nudista, la realidad era bien diferente: uno de los últimos relatos que había publicado en la página y que yo había leído y gozado como se merecía versaba justo sobre ese tema. Me sentí aliviada, satisfecha y ansiosa por llegar a esa playa.

No tardamos ni media hora en salir del apartamento. Decidí vestirme con ropa fresca y deportiva: una camiseta roja de tirantes, ajustada a mi torso, unos leggings negros y unas zapatillas deportivas. Nada más: bajo la camiseta y los leggings no llevaba ninguna otra prenda.
Sandro también iba con ropa cómoda: camiseta azul y unos shorts. Alquilamos para todo el día dos bicicletas en una de las estaciones habilitadas para tal fin y comenzamos a pedalear rumbo a la playa nudista. Tanto mi hijo como yo llevábamos a la espalda una mochila con lo necesario para pasar el día. Unos minutos más tarde alcanzamos el paseo marítimo de la localidad. Desde allí, una larga recta, siempre bordeando la playa, conducía hasta las afueras. Me situé delante de Sandro, marcando el ritmo y el camino a seguir y, también, dándole la posibilidad de que me mirase el culo, bien prieto en aquellas mallas negras, que marcaban a la perfección la silueta de las nalgas y la raja que las separa. Un par de kilómetros más adelante, la carretera asfaltada llegó a su fin y nos adentramos en un camino de tierra, sin dejar de ver el mar a nuestra derecha. El calor comenzaba a apretar y el esfuerzo del pedaleo hizo también que mi piel empezara a bañarse en sudor. El calor atmosférico, mi excitación acumulada y el movimiento de las piernas para dar cada pedalada provocaron en mi sexo cierto cosquilleo. El roce continuo con el sillín no hacía más que aumentar esa ardiente sensación y pronto noté cómo la licra comenzaba a empaparse en la zona de la entrepierna. Si el trayecto hubiese durado un par de minutos más, me hubiese corrido sentada sobre la bicicleta, pero la llegada del cartel donde se leía “Playa nudista” y una flecha a la derecha hizo que Sandro y yo nos bajásemos de la bici. Entre un precioso pinar y a pie, empujando los ciclos, accedimos a la playa a través de una hilera de tablas de madera sobre la arena. El paisaje era idílico: el cielo celeste sin una sola nube que lo cubriera, el color azul del agua transparente del mar, el tono dorado de la fina arena....

Nos acercamos a la zona de arena húmeda para poder empujar con mayor facilidad las bicicletas y recorrimos unos metros a lo largo de la orilla, desplazándonos hacia la izquierda del acceso a la playa. Durante ese breve recorrido nos cruzamos con una pareja madura, que paseaba desnuda, ella con dos generosas tetas, aunque algo caídas; él, con un buen paquete que se bamboleaba a cada paso que daba el hombre. Miré de reojo a Sandro y comprobé cómo se fijaba en el coño totalmente depilado de la madura justo cuando se cruzaba con ella. También había por allí cerca varias parejas tumbadas en la arena y tomando el sol. Después de avanzar unos metros más, le comenté a mi hijo:

  • Creo que allí estaríamos bien, es un sitio bastante tranquilo.

Sandro asintió y subimos un poco hacia arriba, hasta situarnos entre los pinares y la orilla. Dejamos las bicicletas sobre la arena y sacamos de las mochilas nuestras toallas. Tras extender la mía, bebí un par de sorbos de agua y me despojé de las zapatillas deportivas. Sandro hizo lo mismo y luego se quedó quieto, mirándome. Había llegado el momento de desnudarnos. Intentando mantener la máxima naturalidad posible, me quité la camiseta. Mi vástago observó cada uno de mis movimientos hasta que descubrí mis senos. La mirada de mi hijo se fijó inmediatamente en mis pechos durante unos segundos, antes de apartarla para no parecer muy descarado. Mientras yo guardaba la prenda en la mochila, Sandro se despojó de la suya y dejó el torso al aire y a mi vista. Me deleité un breve instante con la sensual desnudez de Sandro y ya no quise demorarme más: agarré los leggings por la cinturilla y comencé a bajármelos lentamente. Mi hijo no perdía detalle de cómo cada centímetro de mi piel iba quedando desnuda y acariciada por la suave brisa marina. El pubis, la raja de mi sexo, los labios vaginales, el inicio de los muslos....Todo quedó expuesto ante Sandro, que no apartó la mirada de mí hasta que no terminé de sacarme los leggings por los pies.
A continuación, los sacudí varias veces para eliminar de ellos la arena y los metí en la mochila junto a la camiseta.

Me quedé ya completamente desnuda ante los abiertos ojos de Sandro, que volvieron a recorrer de nuevo, y de arriba a abajo, todo mi cuerpo. 

Ninguno de los dos nos decíamos nada, a la espera de que fuese el otro quien rompiera el silencio. Le tocaba ya a Sandro quitarse el short deportivo y eso hizo, deslizándolo casi de golpe hacia los pies. No llevaba nada más debajo y ante mis ojos apareció el sexo de Sandro: la polla semierecta y aquellos los dos testículos bailones y grandes. Aproveché que mi hijo se puso a meter la ropa en su mochila para darle un repaso visual a su cuerpo. Pese a que ya le había visto los genitales la noche anterior en la playa, poder observarlos a plena luz del día, con la magnífica claridad que reinaba y con la iluminación del sol lo hacía mucho más especial. Ver ese miembro que se hinchaba cada vez más, el brillo de la humedad en su punta, el color verdoso de varias venas dibujadas sobre la piel del pene hizo que mi boca empezara a hacerse agua. Entonces, decidí romper, por fin, el silencio:

  • Como no nos pongamos crema pronto, nos vamos a achicharrar- le comenté.

Acto seguido extraje de la mochila el bote de crema protectora, lo abrí, me eché una generosa cantidad de loción en la mano y le dije a Sandro:

  • Date la vuelta para que te pueda poner por el cuello, los hombros y la espalda.

Justo ésa era la continuación de mi plan: rozar y acariciar el cuerpo de mi hijo con el pretexto de aplicarle crema. Sandro me miró unos instantes y luego se giró Me acerqué un poco más a él y empecé a extender despacio y con delicadeza la crema sobre su cuello. Mi mano recorrió cada milímetro de la piel de esa zona antes de bajar a los hombros. Con la palma de la mano hice que éstos quedaran cubiertos de una fina capa de crema blanca, que rápidamente fue absorbida por la piel. Volví a echarme un poco más de crema en la mano y comencé a extenderla por la parte alta de la espalda. Mi corazón latía rápido y yo me derretía de placer al sentir el tacto con el cuerpo desnudo de Sandro, el calor corporal que desprendía y hasta su propia respiración. Conforme mi mano descendía y alcanzaba la mitad de la espalda, el ardor que yo sentía iba en aumento, pues estaba a punto de llegar a las nalgas de mi hijo.

Tras terminar con la espalda, me detuve unos segundos: había llegado el momento del todo o nada, de dar el paso definitivo y restregar la mano por los glúteos de Sandro o dar por finalizada ahí mi acción y dejar que fuese él quien acabara de aplicarse la crema. Pero no estaba dispuesta a dejar pasar más oportunidades ni a prolongar aquella tortura para ambos. Así que respiré hondo y mi mano derecha comenzó a recorrer muy despacio la nalga izquierda de mi vástago. Hice un par de movimientos circulares sobre ella, luego de arriba a abajo y dejé esa zona del culo impregnada de loción. A continuación, repetí la misma acción en el glúteo derecho: cerré los ojos para paladear al máximo la deliciosa sensación del roce de mi mano con el trasero de mi hijo. Por último, me puse en cuclillas y extendí crema por la parte trasera de los muslos y por las pantorrillas. Al adoptar esa postura, con las piernas flexionadas, mi coño se abrió y me di cuenta de que lo tenía completamente empapado. Entonces, me levanté y le comenté a Sandro:

  • Toma, termina de ponerte crema por delante y luego te toca a ti aplicarme loción a mí.

Sandro hizo lo que le dije y empezó a cubrir su torso de crema blanca ante mi atenta mirada. Con la mano extendió parsimoniosamente el pegote de loción que había echado en su pecho y distribuyó la crema por los pectorales. Los dedos rozaban una y otra vez la piel y las dos tetillas rosadas donde los pequeños pezones sobresalían ligeramente de las areolas. Luego volvió a derramar más loción sobre su mano y se la extendió por el vientre y por el costado. A continuación se aplicó una nueva dosis de loción en el ombligo y en el bajo vientre, mientras yo me derretía contemplando los sensuales y un tanto provocadores movimientos de la mano y de los dedos, que rozaban ya el pubis. Mi corazón palpitaba más rápido conforme mi hijo aproximaba la mano a los genitales. Yo esperaba ansiosa el siguiente movimiento porque sabía que sería ya el momento de restregar crema por la polla y los testículos. Sólo un par de segundos tardó Sandro en llegar a esa parte de su cuerpo, pero justo en el instante en que iba a volcar en su mano más cantidad de crema, ésta se agotó y sólo unas escasa gotas salieron a duras penas del bote. Mi vástago se quedó parado, resignado ante la falta de loción pero yo aproveché la ocasión y reaccioné de forma rápida. Sin decirle nada, abrí de nuevo mi bote de crema, que estaba casi lleno, dejé caer varios chorros en mi mano, me acerqué todo lo que pude al cuerpo de mi hijo y me puse en cuclillas ante él. La verga de Sandro, que permanecía tiesa y apuntando bien erecta hacia el frente, quedó situada a un par de centímetros de mi cara. Podía ver con claridad la humedad que cubría la punta del pene, pese a que el glande aún no estaba fiera del prepucio, sino que asomaba ligeramente por él. El aroma fresco de la crema no fue suficiente para contrarrestar el intenso olor que manaba de la cabeza de la polla de mi hijo, un olor que penetró por mi nariz inmediatamente. Jamás se me olvidará la expresión de nerviosismo que se dibujaba en el rostro de Sandro, unida a la de ansiedad y expectación. Creo que mi hijo aún dudaba de que yo fuera capaz de hacer lo que estaba a punto de realizar. Alargué ligeramente el brazo derecho y con los dedos de la mano acaricié la verga de Sandro con suavidad. Al sentir el contacto, mi hijo dio un ligero respingo y se contrajo un poco. Pero ante un nuevo roce de mis pringosos dedos llenos de crema, mi hijo se relajó y notó cómo yo recorría su miembro desde la base hasta la punta. Repetí la acción un par de veces, aunque imprimiendo en cada ocasión algo más de fuerza. La polla de Sandro se fue cubriendo de nívea loción y fue entonces cuando envolví el grueso pene con la mano, deslizándola un par de veces sobre él hasta dejar al descubierto el glande. 




Mis mirabas se alternaban entre la maciza polla de mi hijo y su cara y ojos, que se iban cerrando de placer conforme mi mano continuaba con su infatigable trabajo.

Sin embargo, como deseaba dejar a mi hijo encendido por completo pero sin que llegara todavía al éxtasis, liberé la verga y le comenté a Sandro:

  • Yo ya he terminado de ponerte loción. Ahora te toca a ti.

Sandro suspiró varias veces cuando sintió su falo libre de la presión que había ejercido mi mano y tomó el bote de crema. Opté, entonces, por tumbarme boca abajo en la toalla para que Sandro me aplicase crema en la parte trasera de mi cuerpo. En cuanto me tumbé, sentí caer sobre mi piel, en la espalda, varios goterones de crema. A continuación, las dos manos de mi hijo empezaron a masajear esa zona de mi cuerpo, extendiendo suave y delicadamente la loción. Con movimientos circulares recorría mi piel desde los hombros hasta la parte baja de la espalda. Repitió en varias ocasiones dichos movimientos y luego se detuvo. Pasaron un segundo, dos, tres, cuatro....Tras unos instantes de parón, que se me hicieron eternos, volví a notar cómo más loción caía sobre mi cuerpo. Suspiré al sentirla impactar sobre mis dos nalgas, en un placentero contraste entre el frío de la crema y el calor de mis glúteos. Los dedos de Sandro comenzaron a moverse por mi trasero, desplazándose por él de forma lenta a la vez que distribuían la crema. Pronto la suavidad inicial se transformó en presión y las yemas de los dedos apretaban cada glúteo. De manera instintiva abrí un poco las piernas, separando los muslos y ofreciéndoselos a mi hijo para que continuase con su trabajo. Pero antes de centrase en ellos, recorrió con la palma de la mano toda la raja de mi culo de arriba a abajo una vez, luego otra más y una tercera y última. Después fue resbalando un dedo muy despacio por la línea marcada por mi raja trasera, entre ambas nalgas. No pude evitar dejar escapar un gemido por la boca en cuanto noté que el dedo se estaba aproximando irremediablemente a mi sexo. Contuve la respiración y un segundo más tarde Sandro rozó mi coño. Sentí perfectamente el tacto de su dedo en mi húmeda vagina y cómo mi hijo la acariciaba en un par de ocasiones, antes de proseguir con la aplicación de la crema en la cara interna de los muslos, en la parte posterior y en las pantorrillas. Yo estaba descontrolada, completamente encendida debido a los roces de mi hijo. Con mucho disimulo restregué mi sexo varias veces contra la toalla para darme placer e intentar calmar el fuego que se había apoderado de mis genitales.

  • Date la vuelta, mamá- me pidió Sandro, despertándome en cierta forma del “shock” en el que me encontraba.

No lo dudé ni un segundo: me incorporé un poco sobre la toalla, me giré y me volví a tumbar en ella, ya boca arriba. Mi mirada se cruzó con la de mi hijo y de forma simultánea se dibujó en nuestros rostros una sonrisa de complicidad. Bajé la vista y me percaté de la enorme erección que tenía Sandro: su verga estaba completamente tiesa y gruesa, apuntando directamente hacia mí. Las intensas palpitaciones que la sacudían provocaba que se moviese ligeramente por sí sola. Cada palpitación suponía un leve desplazamiento hacia arriba de la polla de Sandro, cuyo glande relucía húmedo y pringoso bajo los rayos del sol. Mi hijo se arrodilló ante mí y se disponía ya a ponerme crema en la parte delantera de mi anatomía. Separé todavía más las piernas, que tenía semiflexionadas y con la planta de los pies sobre la toalla y mi coño se abrió entero ante los gozosos ojos de mi hijo. Ya sin disimulo alguno fijó en él su atención durante un buen puñado de segundos y se deleitó observando toda mi intimidad y mi ardiente clítoris. Pero Sandro quiso prolongar más la “tortura”, se desplazó de rodillas unos centímetros más hacia delante y quedó justo entre mis piernas. Cuando lo vi en esa posición, cerré un poco los muslos y los pegué a la cintura y a las caderas de Sandro, como si las estuviese abrazando con ellos. En el momento en que mi vástago se inclinó levemente hacia delante para ponerme loción, sentí cómo su polla entraba en contacto con mi vientre y resbalaba por él con cada movimiento de mi hijo. Un nuevo gemido salió de mí justo antes de que Sandro dejase caer varias gotas de crema en el duro pezón de mi teta derecha y luego en el de la izquierda. Esas dos bolas marrones de mis senos quedaron ocultas bajo la capa de blanca loción. Luego, mi hijo extendió su brazo hacia la mochila, abrió la cremallera pequeña de delante y extrajo su móvil. Enfocó mis pechos y les hizo un par de fotos. Realizó, después, lo mismo con su verga, de la que tomó un par de imágenes mientras reposaba caliente sobre mi ombligo. Por último, apuntó con el móvil hacia mi sexo y lo fotografió en diversas ocasiones ante mi plena permisividad.

  • Los relatos eróticos ilustrados con fotos reales quedan mucho mejor, ¿no crees?- dijo Sandro, a la vez que guardaba de nuevo el móvil en la mochila.

Me quedé un tanto sorprendida ante sus palabras hasta que mi hijo continuó hablando:

  • Desde ayer sabía que eras tú mi lectora favorita, la que me mandaba sus fotos, la que esperaba ansiosa mis nuevos relatos, a la que le hacía mis peticiones y quien me las satisfacía; que eras tú a quien le escribía los correos describiendo cómo me masturbaba y me corría a chorros....¿Ves este lunar que hay junto a tu teta izquierda? ¿Y este otro justo aquí, entre los dos senos? ¿Y estos otros dos, uno pegado a la areola de la teta derecha y el otro aquí, al lado del ombligo? De tanto ver y contemplar las fotos que mi lectora favorita me mandaba acabé por conocerme de memoria su cuerpo y ayer, cuando tomaste el sol en topless, me fijé en que tenías exactamente los mismos lunares y en los mismos sitios que la mujer de las fotos. Sin que te dieras cuenta y para salir de dudas, te tomé una imagen ayer y luego la comparé con las que ya tenía: el resultado fue clarificador. No había lugar a dudas: mi propia madre era mi admiradora secreta y la mujer con cuyas fotos y vídeos me había pajeado tantas veces.

Me quedé de piedra al oír a mi vástago, pero, al mismo tiempo, me alegré de que me hubiera descubierto, porque así ya no habría secretos entre nosotros.

  • Ya veo que has averiguado y solucionado el misterio de tu lectora favorita. Y ahora, ¿qué piensas hacer?- le pregunté.

Mi hijo, mientras me extendía crema por el torso y me magreaba a gusto las tetas, contestó:

  • Follarte hasta que me quede sin fuerzas.