Unas
risas me despertaron aquella fría y lluviosa madrugada de diciembre.
A duras penas logré abrir los ojos y mirar el reloj de la mesita de
noche. Marcaba las 2.15 y pensé que, tal vez, mi imaginación me
había jugado una mala pasada o que lo oído había sido fruto de un
sueño inoportuno. Me dispuse a volver a cerrar los ojos y a tratar
de conciliar de nuevo el sueño, pero otra vez unas risas femeninas
rompieron el silencio nocturno. Sí, ya no había dudas: procedían
del salón, donde antes de acostarme había dejado a mi madre y a su
amiga Esmeralda viendo la televisión. La amiga estaba de visita en
la ciudad y se había quedado en casa a pasar la noche.
Resoplé
indignado por el hecho de que me hubieran despertado y me cubrí con
la manta para paliar la bajísima temperatura. Al día siguiente, a
primera hora, tenía un examen en el instituto y debía descansar,
pero las risas no cesaban, todo lo contrario: cada vez se hacían más
frecuentes. Cuando empecé a oír unos leves gemidos que se mezclaban
con dichas risas, decidí levantarme sin hacer ruido para comprobar
qué diablos estaba ocurriendo. La enorme sensación de frío que
sentí al salir de la cama iba a desaparecer pronto, en el momento en
que llegué a la puerta del salón, que estaba semiencajada, y asomé
ligeramente la cabeza hacia dentro.
La
escena que observé me cortó de golpe la respiración y me dejó
paralizado: a la izquierda estaba el televisor, en cuya pantalla se
sucedían las imágenes de una película porno de tintes lésbicos:
dos actrices de tetas siliconadas se estaban comiendo el coño
mutuamente con unas ganas y vehemencia descomunales. Pero la película
estaba silenciada. Eran Esmeralda y mamá las que me habían
despertado: a la derecha, tumbadas en el amplio y cómodo sofá,
ambas trataban de imitar a las protagonistas de la película. Observé
a mi progenitora: sólo llevaba puestas las medias negras que había
lucido durante todo el día. El resto de su cuerpo se encontraba
desnudo y a merced de la boca y de las manos de su amiga. La lengua
de ésta recorría una y otra vez la raja del sexo completamente
depilado de mi madre, mientras que ella besaba y chupaba sin
interrupción el coño de Esmeralda, cubierto por una cuidada y fina
capa de vello púbico en forma de corazón.
Un
intenso calor invadió mi cuerpo y el ritmo del corazón se me
aceleró. Mi verga, desnuda bajo el pantalón del pijama, comenzó a
palpitar y a hincharse a pasos agigantados hasta que alcanzó la
máxima erección. Notaba las continuas palpitaciones recorriendo
toda la superficie de mi polla hasta llegar al glande. En el momento
en que mamá le metió un par de dedos a su amiga por la raja
vaginal, Esmeralda lanzó un grito de placer, luego un segundo y un
tercero, pese a las indicaciones de mi madre para que intentara
contenerlos. Sin embargo, eso era misión imposible ante las
embestidas enérgicas de la mano de mi progenitora, que no dejaba ya
de perforar hasta el fondo el coño de su invitada. Ésta trató de
pagarle con la misma moneda y de follarla con los dedos, pero le
resultó imposible: extasiada por las acometidas que sufría en su
sexo por los dedos de mamá, se rindió y se dejó caer totalmente
sobre el sofá, exponiéndose a todo lo que su amiga quisiera
practicarle. Esmeralda abrió más todavía las piernas y le facilitó
el trabajo a mamá, cuya mano se deslizaba ya entera por el interior
de los genitales de su amiga. Me fijé en el coño de mi madre y me
percaté de su brillo y de cómo varios débiles surcos de flujo
descendían parsimoniosamente por las ingles hasta manchar las
medias. Esmeralda jadeaba y suspiraba de placer y agarró con las
manos el pie derecho de mamá. Lo acercó a su boca y comenzó a
restregar la lengua por el pie cubierto por el suave, sedoso y fino
tejido de la media. De forma incansable lo lamía constantemente, sin
dejar un solo centímetro sin recorrer: desde el talón, pasando por
la planta, hasta alcanzar los dedos, la lengua humedecía de saliva
la prenda. Luego Esmeralda chupó uno por uno los dedos del pie,
oprimiéndolos entre sus carnosos labios pintados de intenso carmín.
Metí
mi mano por dentro del pantalón para comenzar a masturbarme pero, ya
cuando había atrapado mi erguido miembro, preferí soltarlo de nuevo
y pajearme después en la intimidad de mi habitación sin riesgos de
ser descubierto.
Mamá
dio un par de arreones más en el coño de Esmeralda y ésta ya no
pudo aguantar más: un chorro de flujo manó de su sexo empapando las
tetas de mi madre, de cuyos duros pezones marrones goteaba a
borbotones el líquido vaginal de su amiga.
Permanecí
allí observándolo todo, hasta que la mujer terminó de correrse. A
continuación, me fui rápido a mi dormitorio y, cuando estaba a
punto de cerrar la puerta, una mano me lo impidió: Esmeralda, con su
imponente cuerpo desnudo de mujer madura, se encontraba delante de la
puerta y me empujó hacia dentro, provocando que yo cayera en la
cama.
- ¿No te han dicho que es de mala educación espiar a las personas?- me preguntó, mientras me arrancaba de cuajo el pantalón del pijama y me dejaba en pelotas.
Se
metió en mi cama, separó los muslos y se sentó lentamente sobre mi
tieso nabo, que se fue perdiendo en el caliente y húmedo coño de la
madura. Cuando ella comenzó a cabalgar sobre mi polla, miré a la
puerta del dormitorio y descubrí a mi madre, apoyada en el marco y
acariciando su sexo, a la vez que contemplaba el inicio de la
cabalgada de su amiga sobre mí.
Aquella
noche ya no dormí más y perdí la cuenta de las veces en que
Esmeralda hizo que me corriese dentro de ella, siempre bajo la atenta
mirada de mi progenitora. Por supuesto que al día siguiente suspendí
el examen, agotado y con la mente puesta en otra cosa, pero eso era
lo de menos. Porque desde aquel día, cada vez que Esmeralda viene de
visita, ella, mamá y yo ponemos una película porno de tríos e
imitamos a la perfección cada una de las impactantes escenas del
film.
No hay comentarios:
Publicar un comentario