Un
poco antes de llegar al descampado, recibí un mensaje de mi hijo, en
el que me decía que iría a cenar él solo a la hamburguesería,
puesto que Joaquín se había marchado justo después de irme yo. La
parte del trabajo que les había quedado por hacer se la habían
repartido para terminarla cada uno por su cuenta y después ya lo
juntarían todo y entregarían dicho trabajo. Le respondí diciéndole
que disfrutase de la cena y que se olvidase por unas horas de los
estudios.
Luego
accedí, por fin, al descampado. Seguía siendo un sitio deshabitado,
abandonado y bastante solitario, justo lo que me convenía. Estaba
rodeado, en buena parte, por matorrales e hierbajos que habían ido
creciendo con el paso del tiempo. Aún no había anochecido del todo,
por lo que decidí esperar un rato hasta que esto sucediese. Maté el
tiempo de espera leyendo un nuevo relato que mi hijo había
publicado. Me senté en la base del tronco de un árbol que había
sido talado y me adentré en la magnífica y excitante lectura de la
nueva historia de Sandro. Como siempre, logró incendiarme por
completo, más de lo que ya venía de casa. Las tremendas escenas
descritas, esa trama de un maduro follándose salvajemente a una
joven, me puso el coño en plena ebullición.
Al
fin la oscuridad de la noche empezó a cernirse sobre el lugar y supe
que había llegado el momento de iniciar la sesión fotográfica.
Comprobé varias veces que no hubiera nadie por allí y después
saqué mi cámara de fotos, que llevaba en el bolso. En el redondel
de la madera del tronco del árbol talado y en el que había estado
sentada, coloqué el bolso y delante de él la cámara, en buen
ángulo para poderla usar mediante el temporizador del disparo. Acto
seguido comencé a desnudarme: tenía que desprenderme a la fuerza de
la camiseta y de la minifalda para no ser reconocida por mi hijo. Por
supuesto, no le mostraría el rostro, que yo eliminaría de las
imágenes ya en casa, cuando las editara. Me despojé de la camiseta
azul y dejé al aire mis pechos. No pude evitar acariciar aquellos
dos salientes pezones que destacaban de la punta de los senos y
durante unos instantes estuve rozándolos, tocándolos y
friccionándolos con los dedos. Cada roce suponía una inyección de
placer para mi cuerpo, pero no quise demorarme mucho con eso y me
quité pronto la minifalda. Inmediatamente mis braguitas negras
quedaron al descubierto junto con el liguero y mis muslos con las
medias. Dejé la camiseta y la minifalda sobre el bolso y programé
el temporizador de la cámara. Me situé unos metros delante de la
misma, introduje mi mano dentro entre las bragas, sin bajarlas ni
mostrar mi sexo, y un par de segundos más tarde oí el ruido del
disparador de fotos de la cámara, que acababa de efectuar el primer
disparo. Repetí la misma acción un par de veces más en diferentes
y sensuales poses. A continuación me bajé las braguitas y, con el
coño al aire y a merced de la cámara, me hice varias fotos jugando
con la prenda íntima, oliéndola y lamiéndola. Estaba húmeda, todo
lo mojada que la había puesto mi ya empapado sexo. Antes de soltar
las bragas de las manos, me giré y me tomé un par de fotos más de
espaldas para que Sandro se deleitara con mi culo. Incluso, me llegué
a poner en pompa para que mi hijo gozara de una espectacular vista
trasera de mí. Antes de dar por concluida la sesión fotográfica,
dejé las bragas dentro del bolso y me realicé unas últimas
instantáneas acariciándome el coño, restregando sobre él la palma
de la mano y recorriendo con uno de los dedos toda la pringosa raja
vaginal. Varios gemidos se me escaparon con aquellos roces y lo que
conseguí fue que mi coño palpitase sin cesar. Las caricias me
habían calentado demasiado y necesitaba más. Los dedos de las manos
no serían suficientes para calmar todas las ganas acumuladas. De
modo que busqué con desesperación algo en el bolso que sirviera
para satisfacer mis necesidades pero no hallé nada útil, nada
grueso ni largo.
Entonces,
me percaté de la presencia de una botella en el descampado. Estaba
unos metros por detrás del tronco talado y tirada en el suelo. Era
de color verde y de cuello bastante alargado. Justo lo que
necesitaba. Me dirigí hacia ella, la cogí y vi que era de una marca
de vino. Como estaba cubierta de un poco de tierra, saqué de mi
bolso una pequeña botella de plástico de agua y usé el líquido
que aún quedada en ella para limpiar la botella de vino.
Aunque
ya había dado por terminada la sesión de fotos, decidí darle una
sorpresa a mi hijo: orienté la cámara de forma que sólo enfocara
la parte baja de mi cuerpo, la preparé en modo “grabación de
vídeo” y activé dicha grabación. Puse la botella de pie sobre el
suelo , me fui agachando lentamente y, ya en cuclillas, fui bajando
mi cuerpo hasta que la punta del vidrio verde comenzó a perderse
dentro de mi vagina. Descendí un poco más y toda la parte alargada
de la botella se fue introduciendo milímetro a milímetro en mi
coño. Suspiré y gemí al notar la penetración del vidrio y me
quedé quieta sobre él. Agarrando con una mano la botella para que
no se cayese, comencé a subir y a bajar sobre ella, iniciando así
una auténtica cabalgada. No tardé en empapar de flujo blanco el
vidrio y un par de hileras de líquido resbalaban hacia abajo.
Cada
nueva subida y bajada sobre la botella me arrancaba un gemido más
intenso que el anterior e incrementé la velocidad. Me encontraba ya
totalmente encendida y sabía que no tardaría en alcanzar el
orgasmo. Como una posesa, me moví un par de veces más, cosa que
hizo que sintiera un fortísimo espasmo en mi abdomen. Aparté la
botella y un enérgico chorro de flujo empezó a salir de la raja de
mi coño, empapando la tierra que había bajo él. Permanecí en
cuclillas hasta que salió la última gota y luego me incorporé y me
acerqué a la cámara para apagarla. Yo estaba extasiada y me quedé
unos instantes más tocando mi clítoris y secando con la mano mi
coño mojado. Cuando, finalmente, opté por dejar el lugar, me vestí,
recompuse un poco mi cabello alborotado y me marché de aquel oscuro
descampado rumbo a casa.
No
fue hasta el día siguiente por la noche cuando, tras editar las
fotos que me había tomado, le envié las imágenes a mi hijo. Habían
quedado perfectas: provocadoras, ardientes, eróticas....Y, por
supuesto, el vídeo que contenía grandes dosis de pornografía.
Sabía perfectamente que le iban a encantar. Sería cuestión de
tiempo que Sandro me respondiese. En efecto, la contestación de mi
vástago no se hizo esperar. Me confesó punto por punto todo lo que
había hecho mientras contemplaba mis fotos, que habían superado con
creces, según él, todas las expectativas. Me detalló las veces que
se había pajeado y corrido viéndolas, además de llenarme de
halagos y de piropos, algunos de ellos expresados con un vocabulario
vulgar y obsceno que no hizo más que ponerme a mil. Yo también me
masturbé a la vez que leía el correo de mi hijo, lleno de precisas
descripciones de sus actos.
Pero
lo que más le impresionó fue el vídeo en el que yo cabalgaba sobre
la botella. Según Sandro, no recordaba haberse machacado la polla de
forma tan brutal como lo hizo mientras veía el vídeo.
Dejé
volar mi mente, imaginándome la escena. Y volví a masturbarme, a
penetrarme y a jugar con mi clítoris hasta que me corrí y me meé
de gusto como una perra en celo.
Durante
el resto de la semana mis ganas de que llegara el viernes se fueron
incrementando con el paso de los días. Veía tan cerca el momento de
estar con Sandro en la playa que esa ansiedad generada en mí parecía
provocar que el tiempo transcurriese más lento. En esos días
previos a la escapada playera leí un nuevo relato de Sandro, en el
que había incluido algunas de las imágenes del descampado. La
calentura que ardía en mi cuerpo era enorme: mis bragas no duraban
secas mucho tiempo y las sentía completamente húmedas. En el
trabajo casi no podía concentrarme pensando en Sandro y en más de
una ocasión tuve que entrar en el baño y masturbarme durante la
jornada laboral. Para mi hijo la cosa tampoco fue muy distinta: sus
estancias en el cuarto de baño de casa se hacían, generalmente, muy
largas y más de un gemido llegué a oír procedente del interior.
Pero
por fin llegó el viernes. Mi hijo concluyó las clases en el
instituto y yo también tenía ya libre hasta el lunes por la mañana.
Así que dejamos todo listo para salir el sábado temprano hacia la
localidad costera en la que yo había alquilado un pequeño
apartamento para sábado y domingo. La vivienda estaba en primera
línea de playa y en una zona muy tranquila . Por supuesto que me
aseguré de que mi hijo llevara en su bolsa de viaje los trajes de
baño que le había comprado en su momento en el centro comercial.
Pensé que me costaría conciliar el sueño esa noche debido a lo que
se me venía encima al día siguiente, pero no fue así: caí rendida
y el sonido del despertador me sacó del descanso de forma brusca.
Eran las siete de la mañana y había quedado con Sandro en salir de
casa a las ocho. Puntuales abandonamos nuestra vivienda y salimos
hacia la estación para coger el tren media hora más tarde con
destino a la playa. El viaje duraría una hora, aproximadamente, por
lo que tendríamos toda la mañana y el resto del fin de semana para
disfrutar del mar y del sol...y de algo más.
Yo
llevaba puesta una minifalda negra y debajo un tanguita rojo y desde
el mismo momento en que nos subimos al tren y me senté frente a
Sandro, no paré de jugar con mis piernas: cruzándolas,
descruzándolas, abriéndolas unas veces un poco, otras algo
más....Pero siempre con naturalidad, como tratándole de restar
importancia a ese hecho y como si quisiera hacerle ver a mi hijo que
no pasaba nada por el hecho de que me viera el tanga. Al fin y al
cabo nos habíamos puesto cómodos los dos y nos encontrábamos
solos. Sin embargo, las miradas de Sandro a mi entrepierna no cesaron
en ningún momento durante todo el trayecto en tren, ni tampoco dejó
de estar hinchado su paquete ante el estímulo de lo que mi vástago
estaba contemplando bajo mi minifalda. El viaje se me hizo muy breve
sumida en ese juego y, por supuesto, cuando llegamos a la estación
de ferrocarriles, mi tanga estaba empapado. Dejé a mi hijo
desayunando en la cafetería de la estación y, antes de sentarme con
él, entré en los aseos y me alivié con los dedos el deseo sexual
que había estado reprimiendo.
Poco
después llegamos al apartamento y, tras deshacer las bolsas de
viaje, llegó el momento de prepararnos para ir a la playa. Tanto
Sandro como yo cogimos todo lo necesario: crema solar, toalla,
agua...Después entré en la habitación que yo ocuparía y me
desnudé. Por fin llegaba el instante tan deseado: poderme lucir ante
mi hijo sin necesidad de tener que estar pendiente de no parecer muy
descarada ni tener que estar forzando situaciones para excitarlo. El
contexto de la playa sería mi aliado perfecto, pues es bastante
normal que en una playa te encuentres con mujeres en tanga o en
topless. Y ésa era justo mi intención: no ponerme nada más que un
tanga para estar en la playa con Sandro. De modo que saqué el que me
había comprado en el centro comercial tiempo atrás. Era de color
plateado, acabado por detrás en un pequeño triángulo y me lo puse
cubriendo con él mi sexo, depilado al completo aquella misma mañana
antes de salir de casa. Con dicha prenda puesta me sentía sensual,
arrebatadora. Sabía que iba a provocarle un cortocircuito a mi hijo
cuando me viese así, con los pechos al aire y con sólo ese pequeño
tanga sobre mi cuerpo. Acto seguido cubrí mi torso desnudo con un
“top” que sólo tapaba las tetas, dejando al descubierto el
vientre y el ombligo, y me puse un mini-short vaquero que a duras
penas alcanzaba a tapar completamente mis nalgas. Salí de la
habitación y me encontré con Sandro, que esperaba ya en el salón
vestido con una camiseta azul y unas bermudas rojas. Deseaba con
todas mis ganas que debajo de aquella prenda llevase el bañador tipo
bóxer de tono celeste que le había comprado, aunque aún tendría
que esperarme un rato para salir de dudas.
La
playa se encontraba a escasos metros de distancia del apartamento
alquilado, por lo que hicimos el breve trayecto a pie. El día lucía
espectacular, con un cielo azul completamente despejado y un sol
cuyos rayos empezaban a calentar cada vez más con el paso de los
minutos. Al llegar a la playa y acceder a ella, comprobamos que
estaba tranquila, sin muchos bañistas, debido a que todavía no
estábamos en época alta. Algunas personas tomaban sobre la arena,
varios deportistas corrían a lo largo de la orilla y un par de
matrimonios se bañaban en el mar. Sandro y yo caminamos unos metros
más hacia la izquierda y elegimos un sitio muy tranquilo para
extender nuestras toallas. Había llegado el momento de dar inicio a
mi plan trazado para las dos jornadas playeras, un plan que iría
increscendo en cuanto al morbo y al ardor de las situaciones. Pese a
que ya me había exhibido con anterioridad ante mi hijo, mi corazón
latía a gran velocidad y no puedo negar que un gran nerviosismo se
apoderó de mí. En las ocasiones anteriores, las situaciones que yo
había creado para mostrarme ante Sandro habían sido de forma
disimulada, como si fuesen accidentales o casuales, excepto la de un
rato antes en el tren, aunque ahí no le había enseñado ninguna
parte íntima al desnudo. Sin embargo, en la playa estaba a punto de
quedarme en topless ante mi hijo y cubierta sólo por el pequeño
tanga plateado.
Fue
Sandro el que comenzó a desnudarse primero: se despojó de su
camiseta, que guardó en la mochila, y luego me miró unos instantes,
un tanto cohibido. Tras unos segundos que se me hicieron eternos, mi
vástago comenzó a bajarse las bermudas: con lentitud fue
apareciendo ante mi vista el bañador ceñido, tipo bóxer, que le
había comprado. La satisfacción fue inmensa al constatar que Sandro
había cumplido el trato verbal que hicimos de que se pondría dicha
prenda el día que fuésemos juntos a la playa. Mientras él
terminaba de sacarse las bermudas, mis ojos estaban ya clavados en la
entrepierna de mi hijo, donde su paquete se ocultaba bajo el ajustado
tejido del bañador. El pene de Sandro aún no estaba erecto y su
silueta se dibujaba en reposo. Aparté, rauda, la mirada porque no
quería que él me descubriera a las primeras de cambio mirando su
entrepierna.
- Me alegro de que te hayas decidido a ponerte ese bañador. Te queda realmente estupendo, hijo- le comenté en forma de halago y para romper el hielo.
- Gracias, mamá, te lo había prometido- me comentó a la vez que metía también las bermudas en la mochila y sacaba el bote de crema solar.
- Yo también estreno uno de los trajes de baño que tú elegiste para mí, ¿recuerdas?
- ¡Claro que me acuerdo! Mire que te pusiste pesada con eso- me señaló Sandro.
- Bueno, realmente sólo estreno la parte inferior. Por arriba voy más cómoda sin nada- le indiqué, anunciándole, como la que no quería la cosa, que iba a tomar el sol en topless.
Noté
una reacción de sorpresa en el rostro de Sandro, cuando mi hijo oyó
mis palabras. Me miraba un tanto incrédulo y esperando a que
empezara a desnudarme. Me bajé primero el short: lo llevaba tan
ajustado que tuve que tener cuidado de no arrastrar en la bajada de
la prenda también el tanga.
Estratégicamente me giré, le dí la espalda a mi hijo e incliné el torso para guardar el short en mi bolsa de playa. Con esa postura le ofrecí a Sandro durante unos segundos la imagen de mi culo completamente en pompa, con el escueto tanga tapándome sólo una pequeña parte de mis nalgas. Luego me incorporé y volví a situarme de cara a Sandro. Lancé una breve mirada su bulto y me percaté de que la verga estaba ya casi erecta, resultado evidente de la visión que le acababa de regalar a mi vástago. Él no parpadeaba y me miraba fijamente, esperando el momento en que yo me deshiciera del top que cubría mis senos.
Estratégicamente me giré, le dí la espalda a mi hijo e incliné el torso para guardar el short en mi bolsa de playa. Con esa postura le ofrecí a Sandro durante unos segundos la imagen de mi culo completamente en pompa, con el escueto tanga tapándome sólo una pequeña parte de mis nalgas. Luego me incorporé y volví a situarme de cara a Sandro. Lancé una breve mirada su bulto y me percaté de que la verga estaba ya casi erecta, resultado evidente de la visión que le acababa de regalar a mi vástago. Él no parpadeaba y me miraba fijamente, esperando el momento en que yo me deshiciera del top que cubría mis senos.
Al
fin llegó el momento de dejar al aire mis tetas ante Sandro sin
tener que aparentar accidentalidad o descuido, sino de forma natural
y con la coartada perfecta de estar en la playa. Agarré la pequeña
prenda por la parte baja y tiré de ella hacia arriba. Sentí cómo
milímetro a milímetro la piel de mis pechos iba quedando al
desnudo, hasta que me saqué la prenda por la cabeza. Bajé la mirada
hacia mis senos desnudos y después observé a mi hijo, que todavía
no acababa de creerse que tenía ante sí las sensuales tetas de su
madre. Se quedó callado, sin apartar los ojos de mis pechos. El
silencio entre ambos se prolongó unos segundos más, tiempo que
aproveché para fijarme en el paquete de mi hijo: la polla había
aumentado de tamaño y su silueta gorda y maciza se dibujaba
claramente bajo la prenda. Sandro había terminado de empalmarse
rápidamente al verme semidesnuda y ya no podía ocultar su erección.
Pese a que intentó disimularla poniendo sus manos delante de la
entrepierna, no le sirvió de mucho ya que le comenté:
- Creo que no deberíamos retrasarnos a la hora de ponernos crema protectora. El sol pica bastante y como no nos protejamos, nos vamos a achicharrar.
Con
mis palabras obligué a mi hijo a apartar las manos de su
entrepierna. Inmediatamente él empezó a aplicarse la loción blanca
sobre la piel. Yo lo imité enseguida, cogí mi bote de crema y
comencé a extender una generosa cantidad por mi rostro, por el
cuello y por mis hombros. Sandro me miraba de reojo, aguardando el
momento en que me pusiera crema en las tetas. Y eso fue lo que hice a
continuación: me eché un buen chorreón sobre la palma de la mano y
restregué la loción primero sobre mi seno derecho. Lo masajeé con
ganas y en repetidas ocasiones, extendiendo toda la crema. Rocé el
pezón que, ya duro, quedó también cubierto por un fina capa de
crema, al igual que la redonda areola. Mi hijo miraba absorto cómo
mi pecho se movía conforme yo lo masajeaba y cómo el pezón
terminaba por endurecerse al máximo debido a mis roces y a mi
creciente excitación, al sentirme objeto de las intensas y cada vez
más descaradas miradas de mi vástago.
Tras
aplicarme la crema también en el seno izquierdo, embadurné mis
muslos con ella para protegerlos de los rayos solares. Recorrí con
las manos cada centímetro de mis piernas varias veces, de forma
lenta y sensual ante la atenta mirada de mi hijo, que no perdía
detalle mientras yo terminaba de ponerme crema por el resto del
cuerpo. Por unos instantes pensé en ir un poco más allá y en
ponerle yo misma la crema a Sandro por la espalda y luego pedirle que
hiciera él lo mismo conmigo. Pero decidí reservar ese juego para el
día siguiente, para el plan que ya tenía establecido. No me
convenía quemar todas las naves de golpe, sino que prefería ir poco
a poco durante el fin de semana. De modo que dejé que Sandro se
pusiera la crema, cosa que logró a duras penas, al igual que hice
yo. Por último, apliqué loción mis dos nalgas y lo hice casi
pegada a mi hijo para provocarlo más. Su erección continuaba en
todo lo alto y me resultaba delicioso contemplar a escasos
centímetros de mí la hinchazón de la verga de mi hijo, la cual se
desviaba ligeramente hacia la izquierda y llegaba casi hasta la
cinturilla del ajustado bañador.
- Toca disfrutar un rato de sol. Me tumbaré sobre la toalla y luego me daré un baño. Espero que el agua no esté demasiado fría- le dije a mi hijo a la vez que empezaba a echarme sobre la toalla.
La
había colocado sobre la arena de manera que la parte de los pies
quedara delante de la cabecera de la de Sandro para que, cuando él
se tumbase, tuviese una perspectiva perfecta de mi entrepierna. Él,
astuto, se colocó bocabajo, ocultando de esa forma su erección.
Planté los pies sobre la toalla y comencé a abrir y a cerrar muy
despacio las piernas flexionadas, dándole la oportunidad a mi hijo
de ver cómo el triángulo del tanga cubría mi sexo por delante y
cómo se perdía entre mis nalgas por detrás. Ni un metro de
distancia separaba nuestras toallas y el calor en mi interior
continuaba creciendo ante las miradas de mi hijo, por más que tomara
sus gafas de sol y se las pusiera para disimular el objetivo al que
dirigía sus ojos. Me mantuve un largo rato en esa postura y con
dicha actitud. Cuando me percaté de que la braguita de mi tanga
había comenzado a mojarse por la excitación, opté por levantarme y
darme un baño.
- ¿Te vienes?- le propuse a Sandro.
- Sí, mamá, ahora mismo voy- me contestó.
Comencé
a caminar despacio sobre la fina arena contoneándome, a sabiendas
de que tenía los ojos de mi hijo clavados en mi culo. La orilla
estaba a escasos metros de donde habíamos colocado las toallas y
pronto mis pies entraron en contacto con el agua del mar. Di un
pequeño respingo al notar el frío del agua, me detuve y me giré
hacia Sandro.
- ¡Vamos! Está riquísima!- exclamé, invitando a mi hijo a que me acompañase de una vez.
Mis
palabras hicieron efecto y Sandro se levantó y empezó a acercarse a
mi posición. Me dí cuenta del motivo por el que mi vástago había
intentado retrasar su baño conmigo: se encontraba totalmente
empalmado y su tremendo miembro aparecía duro y tieso bajo el
bañador y suspiré al ver aquella polla cada vez más cerca de mí.
Cuando mi hijo llegó a la posición en la que yo estaba, nos metimos
en el agua. El frescor marino sirvió para mitigar el calor que había
sobre mi piel. Permanecimos dentro del agua unos minutos, nadando y
bromeando entre nosotros. Luego, regresamos a las toallas y nos
quedamos de pie un rato para que nuestros cuerpos se secasen del
todo.
- Mamá, ¿te apetece dar un paseo por la playa?- me preguntó Sandro.
- Me encantaría: te me has adelantado, porque yo misma te lo iba a proponer también. Damos ese paseo y, cuando regresemos, comemos algo- le contesté.
Dejamos
la botellas bien fijas al suelo, para que no volaran con la brisa,
Cogimos las escasas cosas de valor, las metimos en la la mochila de
mi hijo y comenzamos a caminar a lo largo de la orilla. Conforme
avanzábamos, cada vez había menos bañistas en la playa, pues nos
alejábamos de la parte más cercana al núcleo urbano. Durante el
paseo, las miradas de Sandro, unas veces más disimuladas que otras,
hacia mis pechos se sucedieron con cierta frecuencia y yo tampoco me
contuve a la hora de fijarme en repetidas ocasiones en su paquete,
que continuaba teniendo un tamaño considerable. Hicimos la pequeña
promesa de no hablar ni de estudios ni de trabajo durante el fin de
semana y en el paseo también respetamos dicha promesa: conversamos
sobre varios temas pero dejando de lado las rutinas cotidianas.
Fue
entonces cuando decidí dar el siguiente paso en mi plan trazado y le
comenté a mi hijo con toda naturalidad posible:
- ¿Sabes lo que me gustarían hacer?
- No- me respondió.
- Bañarme desnuda por la noche en la playa. Es algo que siempre he querido realizar y que todavía no he llevado a cabo.
- Mamá, pero si te acabas de bañar casi desnuda- me dijo Sandro sin rehuir el tema de la charla, cosa que me alegró.
- Ya, pero tú lo has dicho: casi desnuda. Me refiero a hacerlo completamente en pelotas, bajo la luz de la Luna. Debe de ser increíble sentir el roce del agua en la piel- le confesé a mi hijo.
Mi
vástago guardó silencio unos instantes y luego me preguntó:
- ¿No te importa que puedan verte desnuda entera?
Esbocé
una sonrisa antes de contestarle:
- Mira, hijo, por un lado, de noche no creo que haya nadie en la playa y, por otro, no seré ni la primera ni la última mujer que me bañe desnuda en el mar. Así que, tal vez, esta noche cumpla mi deseo- terminé apuntando.
Sandro
sonrió y levantó el pulgar en signo de complicidad y aceptación
ante lo que acababa de decirle. Tenía la esperanza de que captase la
indirecta que le había lanzado y que se uniese a la idea del baño
nocturno, pero ya no comentó nada más referente a eso.
Sin
embargo, me iba a llevar una sorpresa mayúscula cuando, tras
finalizar la jornada playera y transcurrir varias horas, me dirigí a
medianoche a la playa para cumplir mi deseo.
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