Deberías
estar durmiendo. Pasan ya varios minutos de la medianoche y mañana
tienes clases. En tu casa reina el silencio, ya que todos descansan a
estas horas, excepto tú. ¿Qué te ocurre? Sé que llevas varios
días sintiéndote rara, nerviosa, ansiosa. Notas un cierto ardor
dentro de tu cuerpo y un continuo cosquilleo en la punta de tus senos
y, especialmente, en tu virgen sexo. Intentas relajarte, pero no lo
consigues. Escuchas un par de canciones en el móvil, das varias
vueltas en la cama...Nada te ayuda a conciliar el sueño. ¿Y si de
una vez por todas reúnes la valentía suficiente como para volver a
entrar en esa página de novelas, cuentos y relatos que descubriste
por casualidad a principio de semana y para, esta vez sí, darle a
“Leer la historia”, ésa a la que le echaste el ojo y que tanto
te llamó la atención?
Llevas
varias jornadas queriéndolo hacer, sin embargo la advertencia que
aparecía al lado (“Sólo para mayores de 18 años”) te hace
desistir. Hasta hoy has seguido las normas, has sido una niña buena
y no has caído en la tentación. Pero esta noche el calor interno es
insoportable y necesitas hacer algo con urgencia. No te preocupes:
todos hemos pasado por la misma situación que tú, por ese despertar
sexual irrefrenable e inevitable. ¿Cuántos años tienes?
¿Dieciséis? ¿Un poco menos? Prefiero que no me respondas porque no
quiero sentirme culpable de haber llevado a la perdición a una
adolescente por el simple hecho de escribir y de publicar un relato
subido de tono y plagado de erotismo. Te tocará decidirlo a ti
solita, poco a poco tendrás que ir tomando decisiones en la vida.
Veo
que te tiembla la mano que sujeta la tablet. Es normal que te ocurra,
viviendo como vivimos en una sociedad hipócrita que impone unas
normas un tanto absurdas. Te pondré un par de ejemplos: en EEUU
prácticamente cualquiera puede poseer armas y no lo ven como algo
increíblemente demencial. Eso sí, el sexo es pecado y mucho más si
aún no has llegado a los dieciocho años. En mi país, España, se
les permite a los menores de edad ir a algo tan repugnante y vil como
es una corrida de toros, donde varios “mamarrachos” vestidos de
toreros torturan y asesinan a seis toros ante el disfrute de los
asistentes. Sangre, dolor y sufrimiento en directo puro y duro. Pero,
al parecer, eso no causa daño a la candidez de un chico, ni a su
mente, ni a su personalidad. Leer un relato, un simple y,
generalmente, ficticio relato, sí.
Ahora
es tu dedo el que tiembla conforme se va acercando a la pantalla y lo
dejas caer sobre el enlace que te llevará al texto en cuestión. ¡Lo
has hecho, has sido capaz de realizarlo! Tu dosis de rebeldía
juvenil ha derrotado a las imposiciones sociales y, de momento, no ha
pasado nada, no se ha acabado el mundo, no huele a azufre ni se ve al
demonio por ningún lado. Ahí lo tienes: ya aparece en la pantalla
el texto del relato.
Mientras
tú lo lees, yo me dedicaré a observarte y a reflejar lo que veo.
Empecemos: la expresión de tu cara deja claro que la historia te
está gustando desde el principio. Tus ojos se abren como platos y
recorren ávidos cada línea del texto. Te muerdes el labio inferior
al avanzar en la lectura y adentrarte en esa narración sobre
voyeurismo que conforma la trama. Tu mente vuela e imaginas que eres
la protagonista del relato, que está espiando a un tipo que se pajea
despreocupado y agitando con fuerza y de manera incansable su tiesa
polla.
Empiezas a experimentar lo mismo que la mujer del texto: tus
pezones se han puesto duros y se marcan exageradamente sobre la
camiseta que llevas puesta. Como dos botones parecen querer
desgarrarla y abrirse paso para poder ser tocados. Tu mano se mete
despacio por dentro de la prenda y busca las dos cumbres redondas y
marrones de los pechos. Juegas con ellas rozándolas una y otra vez,
apretándolas y friccionándolas con la yema de los dedos. Oigo un
suspiro y, luego, un gemido de placer. ¿Y esa mancha en las
braguitas rojas? ¿Tan excitada estás? ¿Tan húmeda se encuentra ya
tu vagina? No aguantas más tener puesta la camiseta y te desprendes
de ella, dejando al aire y desnudas tus preciosas y bien formadas
tetas, con esas areolas del color del café que las embellecen
todavía más y las dotan de plena sensualidad.
Tu
mano se desliza, imparable, por el torso, acariciando el vientre,
haciendo un par de sugerentes círculos a la altura del ombligo hasta
toparse con la cinturilla de las bragas. La mancha de humedad se
extiende cada vez más y oscurece el tono rojo pasión de la prenda
íntima. Me pregunto si habrás llegado ya a la parte del relato en
la que la protagonista no resiste más y comienza a masturbarse sin
dejar de mirar al desconocido, que sigue machacándose como un bestia
su tremendo y macizo falo coronado por el pringoso y rojizo glande.
Creo que sí, que ya estás en esa parte del texto, pues introduces
la mano entre las bragas y la frotas contra tu coño. Eso es, así,
restriégala más, un poco más. Pásala por toda la raja; aprieta
sobre tus labios vaginales, oprímelos. Haces una breve pausa,
acercas la mano a tu boca, sacas la lengua y lames los restos de
flujo que hay sobre ella. Una vez limpia, utilizas la mano para
quitarte las bragas de un fuerte tirón. Antes de arrojarlas al
suelo, te las llevas a la nariz y hueles el aroma que tu sexo ha
dejado en ellas. El dedo que ahora recorre de arriba a abajo la raja
de tu sexo parece querer dar guerra y no conformarse con lo que está
haciendo.
En
efecto, milímetro a milímetro empieza a perderse en tu coño, que
está adornado en la zona superior de una fina capa de negro vello
púbico. Aceleras los movimientos con el dedo y te penetras con
vigor, metiéndolo y sacándolo sin parar, de forma continua.
Aumentas de nuevo el ritmo y tus mejillas se encienden por el
esfuerzo y por el placer que sientes. Tras acabar de leer el relato,
optas por soltar la tablet, cierras los ojos y te abres todavía más
de piernas, sin dejar de acelerar con el dedo. Como puedes, logras
silenciar tus propios gemidos tapándote la boca con la almohada, al
tiempo que varios espasmos contraen tu bajo vientre justo antes de
que no resistas más y estalles de puro placer. No te preocupes por
ese chorro de líquido que mana sin cesar de tu sexo: estás teniendo
un morboso y delicioso “squirt”.
No todas las mujeres llegan
siempre a él, así que tendrías que sentirte afortunada por haberlo
conseguido siendo novata. Una vez finalizado el chorro, tratas de
recuperar lentamente el ritmo normal de respiración. Ya sí más
estás relajada, ¿verdad? Así me gusta, que puedas descansar bien.
Creo
que te iré dejando tranquila para que puedas dormir. ¿Cómo? ¿Qué
dices? ¿Que quieres repetir mañana? Ya veo que has disfrutado. Eso
era lo que yo deseaba. Haremos una cosa: mientras tú duermes, yo me
pondré a escribir otro relato para que lo tengas disponible mañana
a estas horas. Será exclusivamente para adultos, ya sabes cómo son
las normas. Pero también será para jovencitas rebeldes, atrevidas y
ardientes como tú.
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