26 de febrero de 2017

HUMILLADO Y FOLLADO EN NOCHEBUENA

  • ¡Maldita borracha!- exclamé indignado, cuando una voz femenina procedente de la calle y que canturreaba una canción me despertó en plena madrugada, en el tránsito del día 24 al 25 de diciembre.

Tras la típica cena familiar, había regresado a casa y me había acostado a dormir a una hora prudente. Sin embargo, ese descanso se vio bruscamente interrumpido por aquel estúpido cántico. Se oía justo debajo de la ventana de mi habitación y era evidente que quien lo entonaba estaba bastante ebria. De repente, la canción cesó por unos segundos y escuché cómo la puerta del bloque de viviendas se cerraba. Segundos más tarde, en medio del silencio de la noche, el ruido de unos tacones golpeando los escalones del edificio comenzó a sonar y poco después también se oyó de nuevo la canción que me había desvelado. Cada vez todo ese jaleo era más perceptible para mis oídos y el taconeo se escuchaba más cerca: estaba claro que la chica que protagonizaba aquello subía por las escaleras. Y lo hizo hasta detenerse en el descansillo de la planta de mi piso. La voz de la joven penetraba por mis oídos a escasos metros de donde yo dormía y retumbaba dentro de ellos. La chica se había detenido allí mismo y empecé a darme cuenta de que, seguramente, se trataba de la vecina de al lado.

Se llamaba Ruth y hacía sólo un par de meses que había alquilado el piso junto al mío. Era fisioterapeuta y tendría unos 25 años. No sabía mucho de ella, pese a que ya había tenido que ayudarla en dos ocasiones con algunos problemas en su vivienda, uno con la lavadora y otro con un corte de luz.

Al ver que la chica seguía sin entrar en su casa y que parecía estar dispuesta a continuar con aquel escándalo, decidí levantarme de la cama y salir a ver qué diablos pasaba. Me puse sobre el bóxer un pantalón del pijama y sin más, descalzo y con el torso desnudo, abrí la puerta de la vivienda. En efecto, en el rellano de la escalera, entre su puerta y la mía, se encontraba mi vecina. Me quedé un tanto sorprendido al ver su vestimenta. Iba ataviada con un traje de Mamá Nöel: lucía en su cabeza un gorro rojiblanco que cubría su cabello castaño; un escueto vestido rojo se ceñía a su cuerpo, atado a la cintura por un cinturón negro, y que tapaba poco más que el culo y la entrepierna, dejando al aire la práctica totalidad de los muslos de la chica, embellecidos por unos pantyhose negros, finos y transparentes. Unas botas rojas y unos guantes negros del mismo tejido que los pantyhose completaban el vestuario.

Al verme, Ruth sonrió y, antes de que yo pudiera abrir la boca para hablar, me dijo:

  • ¡Feliz Navidad, vecino! ¿Qué haces despierto a estas horas? ¿Acaso no puedes dormir?
  • Lo hacía, hasta que cierta mujer me despertó con su escándalo- le respondí de forma seca y agria.
  • No te pongas así, hombre, que es día de fiesta- me replicó.
  • Lo único que quiero es dormir, así que, por favor, compórtate un poco, ¿vale?- le advertí antes de girarme para entrar de nuevo en mi piso.

Pero inmediatamente sentí la mano de la chica sujetándome mi brazo derecho:

  • ¿Te vas así, sin felicitarme las Navidades y enfadado conmigo?- señaló Ruth, cuyo aliento olía enormemente a alcohol.
  • Feliz Navidad, Ruth, y buenas noches- le comenté intentando acceder por fin a mi vivienda.

Pero la presión de la mano sobre mi brazo se hizo mayor.
  • ¿No puedo ni siquiera invitarte a una copa? Tengo un anís delicioso, típico de estas fechas. Anda, coge las llaves de tu casa, cierra la puerta y tómate ese anís conmigo. Te prometo que ya luego te dejo descansar- me dijo Ruth.

Dudé unos instantes: no me apetecía nada una copa a esas horas de la madrugada ni en esas circunstancias, pero consideré que, si aceptaba y si invertía un par de minutos en eso, podría definitivamente volver a dormir. Accedí finalmente a tomarme el anís con mi vecina de modo que cogí las llaves, cerré la puerta y le dije a Ruth:

  • Sólo uno rápido y me dejas descansar, ¿de acuerdo?
  • Trato hecho- me respondió satisfecha por haber logrado su objetivo.

A duras penas acertó la joven a meter la llave de su domicilio por la cerradura debido a su estado de embriaguez. Cuando por fin lo logró, me invitó a entrar y a pasar al salón. Una vez allí, me senté en un sofá, mientras ella cogía dos copas de un mueble y se dirigía a la cocina.

  • Enseguida vuelvo- me indicó.

Unos segundos más tarde regresó con las dos copas llenas y me ofreció una de ellas.

  • ¡Chin, chin, feliz Navidad!- exclamó Ruth, chocando su copa con la mía, antes de darle un primer sorbo.

Bebí yo también un poco de anís y, ante la atenta mirada de mi vecina que me desafiaba a que me bebiera el resto, apuré toda la copa.

  • Yo he cumplido la parte de mi trato. Te toca a ti cumplir tu parte y dejarme descansar- le indiqué.

La chica estaba sentada a mi lado, con las piernas cruzadas, rozando una de ellas mi muslo derecho. La blonda de los pantyhose estaba a mi vista y no pude evitar recorrer con los ojos de arriba a abajo las sensuales piernas de la joven. Nunca hasta aquel día Ruth me había atraído físicamente pero así vestida, tan escasa de ropa y tan pegada a mí provocó que me fijase atentamente en ella. Sin embargo, decidí levantarme del sofá para marcharme pero, de pronto, mi cabeza empezó a dar vueltas y los ojos a pesarme. Algo debió de echarle mi vecina al anís que me ofreció, porque lo siguiente que recuerdo es que desperté tumbado en su cama y que vi sobre el suelo de la habitación mi pantalón del pijama. El estúpido bóxer rojo con motivos navideños que llevaba puesto casi por obligación, regalo habitual de una de mis tías cada Nochebuena, se encontraba en poder de Ruth, la cual se hallaba a los pies de la cama y exhibiendo mi prenda íntima en sus manos como si fuese un trofeo conquistado.

Miré el reloj que había en la mesita de noche y había pasado ya una hora desde que entré en la vivienda de la vecina. Fue entonces, al internar incorporarme sobre la cama, cuando me percaté de que estaba atado de pies y manos, por medio de unas esposas, a las barras de la cama. Y no sólo eso: tras salir definitivamente del aturdimiento del sueño, me di cuenta de que Ruth me había puesto su bata de Mamá Nöel y también los pantyhose. Me vi ridículo y humillado vestido así, con ropa de mujer y de esa guisa. Debido a mi mayor altura en comparación con Ruth, la falda de la bata dejaba al aire mi entrepierna y pude observar mi polla y todo el paquete bajo la fina licra de aquellos pantyhose.

Volví a mirar a Ruth: estaba semidesnuda. Conservaba puestos el gorro y los guantes, pero su torso sólo estaba cubierto por una especie de tiras rojas que tapaba, a modo de “V”, únicamente los pezones y la raja vaginal. 



Se giró delante de mí y exhibió su rotundo y macizo culo, entre cuyas nalgas se perdía la tira de aquella especie de “trikini”. Luego, volvió a darse la vuelta, acercó mi bóxer a su boca y comenzó a lamerlo. La lengua de la chica recorría una y otra vez toda la superficie de mi prenda y, en especial, la zona de la entrepierna. Yo estaba tan atónito que me costó reaccionar. Cuando por fin lo hice, le pregunté a Ruth:

  • ¿Pero qué demonios está pasando aquí?

Ella dejó de chupar el bóxer por unos instantes y me contestó:

  • Lo siento, pero no me ha quedado más remedio que hacerlo. Tú te lo has buscado.
  • ¿Qué me he buscado? ¡No entiendo nada!

Aquella joven, que hasta ese día me había parecido una chica normal y un tanto reservada, se mostraba ahora completamente distinta, autoritaria, con aires dominantes y segura de sí misma.

  • Desde que me vine aquí a vivir, te he ofrecido un par de veces un café y siempre me lo rechazaste. ¿Recuerdas? Sucedió el día de la lavadora y también el del corte eléctrico: no quisiste aceptar mi ofrecimiento en ninguna de las dos ocasiones. Y eso no se le hace a una mujer como yo.
  • ¡Sigo sin entender nada!- grité desesperado, mientras trataba de liberarme de las esposas.
  • Donde pongo el ojo, pongo la bala. Tío que me atrae y que me gusta, tío al que me termino follando. Hasta ahora ninguno se me había resistido: en cuanto me insinúo lo más mínimo, caen en mis garras como moscas. Pero tú fuiste un torpe y no captaste mis señales, o te quisiste hacer el despistado. Así que ahora tendrás que pagar por ello y voy a follarte. No pienso consentir que un madurito como tú rompa mi inmaculado expediente de mujer fogosa.

Tras oír todo esto, lamenté no haber sido lo suficientemente hábil para haber captado, en su momento, las insinuaciones de Ruth, Porque ahora me veía allí tumbado en la cama, vestido de mujer, humillado e indefenso ante mi vecina. Forcejeé una última vez para tratar de liberarme de las ataduras, pero me percaté de que era imposible. Me rendí ante el rostro sonriente de Ruth.

  • Tu bóxer huele y sabe delicioso, más de lo que imaginaba. ¡Además, es tan navideño! Hace juego con mi disfraz.
  • ¿Era necesario vestirme así y humillarme?- le pregunté.
  • Me gusta jugar a eso con los tíos: dominarlos y someterlos. A ti, por rechazarme, te he castigado vistiéndose así. Estás muy “mono”, por cierto: tienes unas piernas preciosas- dijo, divirtiéndose conmigo.
  • ¡Joder! ¡Estás loca!- exclamé.
  • Pssttt...Calma, tranquilízate. Te prometo que no dirás lo mismo, cuando empecemos realmente con el juego.

Una de las tiras que ocultaba los pezones se desplazó un poco y dejó al descubierto el oscuro, carnoso y tieso pezón de la joven. No hizo absolutamente nada por volver a taparlo, todo lo contrario: deslizó del hombro la otra tira y dejó al descubierto ambos pezones. Luego se acercó más a la cama, se subió a ella y puso su culo y su entrepierna pegado a mi cara., mientras se inclinaba y acercaba sus manos a mi bulto. No tardó en penetrar por mi nariz el intenso y fuerte aroma que manaba del coño de Ruth, que había ya empapado de flujo la tira roja que lo cubría. Mi vecina terminó de despojarse de la prenda y dejó su cuerpo completamente desnudo. Sólo conservó el gorro y los guantes. El sexo de la chica lucía totalmente depilado y brillaba de humedad.
Entonces Ruth me dio una primera orden:

  • Quiero me lo chupes hasta que no sientas la lengua y te quedes sin respiración.

Obedecí, no me quedaba más remedio, y con la lengua comencé a rozar los labios vaginales de la mujer. Una explosión de sabor ácido inundó mi garganta, cuando probé el flujo de la joven. De forma automática, mi verga empezó a palpitar: centímetro a centímetro se fue acrecentando e hinchando, atrapada bajo los pantyhose.

  • Eso es...Así...Ummmm....Delicioso. Sé que te está gustando, no lo puedes ocultar: tu polla no para de ponerse tiesa y dura.

Inmediatamente sentí la mano de Ruth acariciando mi pene sobre la medias: la finura del guante de la mano de la chica rozaba una y otra vez mi miembro desde la base hasta la punta. Poco a poco los movimientos manuales se fueron haciendo más rápidos y vehementes y noté cómo mi glande salía del prepucio. Rápidamente la humedad que había en mi rojiza bola manchó los pantyhose, para alegría de Ruth, que con su lengua se puso a chupar la mancha creada sobre el tejido. Mientras lo hacía, masajeaba mis testículos envolviéndolos con la mano, acariciándolos y apretándolos con suavidad.

  • ¡Qué bien me comes y me lames el coño! Ahora quiero que me lo penetres con tu lengua- me ordenó.

De nuevo seguí las directrices de mi vecina y empecé a darme cuenta de que ya no lo hacía por obligación o para acabar con esa situación humillante para mí lo antes posible, sino que cumplí la orden de forma gustosa. Mi lengua se perdió una primera vez dentro de la raja del coño de mi vecina, la saqué y volví a hundir la punta. Repetí la acción innumerables ocasiones, cada vez más rápida y enérgicamente. Empezó a faltarme el aire y la saliva me chorreaba por la boca, empapando las nalgas y los muslos de Ruth, cuyos labios no paraban ahora de rozar mi polla y de tratar de atraparla. Con los dientes mi vecina romper los pantyhose, sin obtener resultado. Tuvo que valerse de las manos para tirar con fuerza de la prenda y abrir un boquete por el que salió, liberada y como un resorte, mi verga empalmada y mirando hacia arriba.

Ruth engulló lentamente mi miembro y empezó a recorrerlo entre sus labio, desplazando, incansable, el rostro hacia delante y hacia atrás. Noté cómo mis huevos se endurecían ante el placer que mi polla estaba recibiendo. Los dientes de Ruth rozaban mi glande, cuya sensibilidad provocaba que sintiese cada roce como una auténtica ráfaga de deleite. La chica dejó escapar mi polla de la boca y se dio la vuelta, mirándome.

  • Te voy a follar el culo. Prepárate- me comentó.
  • ¿El culo? ¡No, por favor! ¡Hazme cualquier cosa menos esa!

Pero la chica hizo caso omiso: de un fuerte tirón desgarró todavía más los pantyhose hasta dejar al descubierto mi orificio anal. Liberó mis pies de las ataduras para poderme penetrar más cómoda y me advirtió:

  • No te resistas o será peor. Nada de usar las piernas para defenderte o te las vuelvo a atar. Estoy convencida de que, si te relajas, lo vas a disfrutar y te acabará gustando.

Tras terminar de hablar, sacó de un cajón un dildo de color morado, bastante grueso y de unos quince o dieciséis centímetros, lo chupo varias veces para lubricarlo con saliva y lo acercó a mi culo. Noté cómo la punta del dildo entraba despacio, invadiendo la intimidad de mi ano. Ruth empujó un poco más y dejó el juguete enterrado hasta la mitad. Paró un segundo, al escuchar varios gemidos míos pero rápidamente introdujo hasta el fondo el dildo. Cerré los ojos al sentirlo entero dentro y apreté los labios, cuando Ruth empezó con el mete y saca.

El ritmo calmado del principio pronto se fue transformando en veloz y frenético. Cada entrada del juguete erótico me arrancaba un gemido mayor que el anterior pero no de dolor, sino de placer. De forma magistral y experta la joven usaba el dildo taladrando mi ano, a la vez que con la otra mano envolvía mi enhiesta polla y comenzaba a agitarla. Llegó un momento en que la tenía totalmente apretada y la sacudía con sumo vigor. De mi glande salían múltiples y minúsculas burbujas de líquido preseminal que desaparecían en cuanto los dedos de Ruth rozaban la pringosa bola.

  • ¿Qué me estás haciendo?- pregunté, pese a saber perfectamente la respuesta.

Ruth se limitó a esbozar una sonrisa y a seguir usando las dos manos para masturbarme. Noté que se acercaba el momento de la eyaculación y creo que me hubiese terminado de correr simplemente con la penetración anal. Pero mi vecina debió de darse cuenta de que estaba a punto de explotar de placer, porque sacó de golpe el dildo de mi culo, lo chupó de arriba a abajo y lo dejó caer al suelo. La chica se sentó, a continuación, sobre mi venosa verga y me dijo:

  • Ahora riégame de una vez el coño de leche. ¡Vamos!

Con sus dedos atrapó mis pequeños pezones y comenzó a friccionarlos y a tirar de ellos, al mismo tiempo que cabalgaba como una posesa sobre mi polla.
Los goterones de sudor de la morbosa fisioterapeuta caían, incesantes, sobre mi torso, ya desnudo tras ser despojado de la bata roja.
La joven dio un par de bruscas cabalgadas más sobre mi granítico nabo, tiró muy fuerte de mis pezones y ya no aguanté más: el pequeño agujero de mi glande se abrió de par en par para escupir varios chorros de leche que llegaron a lo más profundo de Ruth, quien suspiraba de placer al notar el caliente y espeso líquido inundando su vientre. Permaneció sobre mí hasta que solté laa última gota de semen y luego me liberó las manos, para que pudieran realizar un “trabajo”: que masajearan y manosearan las tetas de Ruth y aquellos enormes y salientes pezones.

Lo hice, a la vez que ella trazaba con su cintura suaves círculos, todavía con mi miembro encajado en su coño. Mis manos aceleraban conforme el ritmo pélvico de Ruth crecía. La chica dejó escapar de la boca un inmenso gemido que precedió al momento en que de su sexo comenzó a manar un interminable manantial de líquido: se estaba corriendo y meando de gusto, dejando mis muslos y las ingles empapados y con los pantyhose pegados a mi piel. Cuando Ruth estaba terminando de echarlo todo por el coño, me corrí una segunda vez dentro de la chica. Quedé agotado y exhausto por la tensión inicial del principio y por el placer y la relajación posteriores. Mi vecina también había consumido todas sus energías y se tumbó en la cama, a mi lado.

Hasta bien entrada la mañana siguiente no regresé a casa, con el pantalón del pijama en la mano y con los sucios y desgarrados pantyhose de Ruth puestos. Ella se quedó con mi bóxer rojo, tras reconocerme que coleccionaba los de los tíos a los que se follaba.

El primer día hábil después de las Navidades, al regresar del trabajo a casa, me encontré un pequeño paquete junto a mi puerta. Intrigado por su contenido, entré en la vivienda y lo abrí. Extraje una tarjeta firmada por Ruth y un pendrive o lápiz de memoria. Después leí la tarjeta y no daba crédito a lo que ponía:

  • Gracias por el regalo de Nochebuena. Aquí tienes el tuyo. Seguro que lo vas a disfrutar. Yo ya lo he hecho varias veces a solas en casa. ¿Me permitirás que repitamos pronto lo del otro día? Besos ardientes.

Me apresuré y conecté el pendrive a mi portátil para despejar la intriga: me quedé boquiabierto, cuando en la pantalla empezó a reproducirse segundo a segundo el encuentro sexual con mi vecina, que ella misma había grabado con algún tipo de dispositivo y sin que yo me percatase de ello.

Faltan pocos días para fin de año y sospecho que Ruth tendrá marcada esa noche en rojo en el calendario.






19 de febrero de 2017

CRÓNICA DE UN INCESTO (9)

Un poco antes de llegar al descampado, recibí un mensaje de mi hijo, en el que me decía que iría a cenar él solo a la hamburguesería, puesto que Joaquín se había marchado justo después de irme yo. La parte del trabajo que les había quedado por hacer se la habían repartido para terminarla cada uno por su cuenta y después ya lo juntarían todo y entregarían dicho trabajo. Le respondí diciéndole que disfrutase de la cena y que se olvidase por unas horas de los estudios.

Luego accedí, por fin, al descampado. Seguía siendo un sitio deshabitado, abandonado y bastante solitario, justo lo que me convenía. Estaba rodeado, en buena parte, por matorrales e hierbajos que habían ido creciendo con el paso del tiempo. Aún no había anochecido del todo, por lo que decidí esperar un rato hasta que esto sucediese. Maté el tiempo de espera leyendo un nuevo relato que mi hijo había publicado. Me senté en la base del tronco de un árbol que había sido talado y me adentré en la magnífica y excitante lectura de la nueva historia de Sandro. Como siempre, logró incendiarme por completo, más de lo que ya venía de casa. Las tremendas escenas descritas, esa trama de un maduro follándose salvajemente a una joven, me puso el coño en plena ebullición.

Al fin la oscuridad de la noche empezó a cernirse sobre el lugar y supe que había llegado el momento de iniciar la sesión fotográfica. Comprobé varias veces que no hubiera nadie por allí y después saqué mi cámara de fotos, que llevaba en el bolso. En el redondel de la madera del tronco del árbol talado y en el que había estado sentada, coloqué el bolso y delante de él la cámara, en buen ángulo para poderla usar mediante el temporizador del disparo. Acto seguido comencé a desnudarme: tenía que desprenderme a la fuerza de la camiseta y de la minifalda para no ser reconocida por mi hijo. Por supuesto, no le mostraría el rostro, que yo eliminaría de las imágenes ya en casa, cuando las editara. Me despojé de la camiseta azul y dejé al aire mis pechos. No pude evitar acariciar aquellos dos salientes pezones que destacaban de la punta de los senos y durante unos instantes estuve rozándolos, tocándolos y friccionándolos con los dedos. Cada roce suponía una inyección de placer para mi cuerpo, pero no quise demorarme mucho con eso y me quité pronto la minifalda. Inmediatamente mis braguitas negras quedaron al descubierto junto con el liguero y mis muslos con las medias. Dejé la camiseta y la minifalda sobre el bolso y programé el temporizador de la cámara. Me situé unos metros delante de la misma, introduje mi mano dentro entre las bragas, sin bajarlas ni mostrar mi sexo, y un par de segundos más tarde oí el ruido del disparador de fotos de la cámara, que acababa de efectuar el primer disparo. Repetí la misma acción un par de veces más en diferentes y sensuales poses. A continuación me bajé las braguitas y, con el coño al aire y a merced de la cámara, me hice varias fotos jugando con la prenda íntima, oliéndola y lamiéndola. Estaba húmeda, todo lo mojada que la había puesto mi ya empapado sexo. Antes de soltar las bragas de las manos, me giré y me tomé un par de fotos más de espaldas para que Sandro se deleitara con mi culo. Incluso, me llegué a poner en pompa para que mi hijo gozara de una espectacular vista trasera de mí. Antes de dar por concluida la sesión fotográfica, dejé las bragas dentro del bolso y me realicé unas últimas instantáneas acariciándome el coño, restregando sobre él la palma de la mano y recorriendo con uno de los dedos toda la pringosa raja vaginal. Varios gemidos se me escaparon con aquellos roces y lo que conseguí fue que mi coño palpitase sin cesar. Las caricias me habían calentado demasiado y necesitaba más. Los dedos de las manos no serían suficientes para calmar todas las ganas acumuladas. De modo que busqué con desesperación algo en el bolso que sirviera para satisfacer mis necesidades pero no hallé nada útil, nada grueso ni largo.

Entonces, me percaté de la presencia de una botella en el descampado. Estaba unos metros por detrás del tronco talado y tirada en el suelo. Era de color verde y de cuello bastante alargado. Justo lo que necesitaba. Me dirigí hacia ella, la cogí y vi que era de una marca de vino. Como estaba cubierta de un poco de tierra, saqué de mi bolso una pequeña botella de plástico de agua y usé el líquido que aún quedada en ella para limpiar la botella de vino.
Aunque ya había dado por terminada la sesión de fotos, decidí darle una sorpresa a mi hijo: orienté la cámara de forma que sólo enfocara la parte baja de mi cuerpo, la preparé en modo “grabación de vídeo” y activé dicha grabación. Puse la botella de pie sobre el suelo , me fui agachando lentamente y, ya en cuclillas, fui bajando mi cuerpo hasta que la punta del vidrio verde comenzó a perderse dentro de mi vagina. Descendí un poco más y toda la parte alargada de la botella se fue introduciendo milímetro a milímetro en mi coño. Suspiré y gemí al notar la penetración del vidrio y me quedé quieta sobre él. Agarrando con una mano la botella para que no se cayese, comencé a subir y a bajar sobre ella, iniciando así una auténtica cabalgada. No tardé en empapar de flujo blanco el vidrio y un par de hileras de líquido resbalaban hacia abajo.

Cada nueva subida y bajada sobre la botella me arrancaba un gemido más intenso que el anterior e incrementé la velocidad. Me encontraba ya totalmente encendida y sabía que no tardaría en alcanzar el orgasmo. Como una posesa, me moví un par de veces más, cosa que hizo que sintiera un fortísimo espasmo en mi abdomen. Aparté la botella y un enérgico chorro de flujo empezó a salir de la raja de mi coño, empapando la tierra que había bajo él. Permanecí en cuclillas hasta que salió la última gota y luego me incorporé y me acerqué a la cámara para apagarla. Yo estaba extasiada y me quedé unos instantes más tocando mi clítoris y secando con la mano mi coño mojado. Cuando, finalmente, opté por dejar el lugar, me vestí, recompuse un poco mi cabello alborotado y me marché de aquel oscuro descampado rumbo a casa.

No fue hasta el día siguiente por la noche cuando, tras editar las fotos que me había tomado, le envié las imágenes a mi hijo. Habían quedado perfectas: provocadoras, ardientes, eróticas....Y, por supuesto, el vídeo que contenía grandes dosis de pornografía. Sabía perfectamente que le iban a encantar. Sería cuestión de tiempo que Sandro me respondiese. En efecto, la contestación de mi vástago no se hizo esperar. Me confesó punto por punto todo lo que había hecho mientras contemplaba mis fotos, que habían superado con creces, según él, todas las expectativas. Me detalló las veces que se había pajeado y corrido viéndolas, además de llenarme de halagos y de piropos, algunos de ellos expresados con un vocabulario vulgar y obsceno que no hizo más que ponerme a mil. Yo también me masturbé a la vez que leía el correo de mi hijo, lleno de precisas descripciones de sus actos.

Pero lo que más le impresionó fue el vídeo en el que yo cabalgaba sobre la botella. Según Sandro, no recordaba haberse machacado la polla de forma tan brutal como lo hizo mientras veía el vídeo.
Dejé volar mi mente, imaginándome la escena. Y volví a masturbarme, a penetrarme y a jugar con mi clítoris hasta que me corrí y me meé de gusto como una perra en celo.

Durante el resto de la semana mis ganas de que llegara el viernes se fueron incrementando con el paso de los días. Veía tan cerca el momento de estar con Sandro en la playa que esa ansiedad generada en mí parecía provocar que el tiempo transcurriese más lento. En esos días previos a la escapada playera leí un nuevo relato de Sandro, en el que había incluido algunas de las imágenes del descampado. La calentura que ardía en mi cuerpo era enorme: mis bragas no duraban secas mucho tiempo y las sentía completamente húmedas. En el trabajo casi no podía concentrarme pensando en Sandro y en más de una ocasión tuve que entrar en el baño y masturbarme durante la jornada laboral. Para mi hijo la cosa tampoco fue muy distinta: sus estancias en el cuarto de baño de casa se hacían, generalmente, muy largas y más de un gemido llegué a oír procedente del interior.




Pero por fin llegó el viernes. Mi hijo concluyó las clases en el instituto y yo también tenía ya libre hasta el lunes por la mañana. Así que dejamos todo listo para salir el sábado temprano hacia la localidad costera en la que yo había alquilado un pequeño apartamento para sábado y domingo. La vivienda estaba en primera línea de playa y en una zona muy tranquila . Por supuesto que me aseguré de que mi hijo llevara en su bolsa de viaje los trajes de baño que le había comprado en su momento en el centro comercial. Pensé que me costaría conciliar el sueño esa noche debido a lo que se me venía encima al día siguiente, pero no fue así: caí rendida y el sonido del despertador me sacó del descanso de forma brusca. Eran las siete de la mañana y había quedado con Sandro en salir de casa a las ocho. Puntuales abandonamos nuestra vivienda y salimos hacia la estación para coger el tren media hora más tarde con destino a la playa. El viaje duraría una hora, aproximadamente, por lo que tendríamos toda la mañana y el resto del fin de semana para disfrutar del mar y del sol...y de algo más.

Yo llevaba puesta una minifalda negra y debajo un tanguita rojo y desde el mismo momento en que nos subimos al tren y me senté frente a Sandro, no paré de jugar con mis piernas: cruzándolas, descruzándolas, abriéndolas unas veces un poco, otras algo más....Pero siempre con naturalidad, como tratándole de restar importancia a ese hecho y como si quisiera hacerle ver a mi hijo que no pasaba nada por el hecho de que me viera el tanga. Al fin y al cabo nos habíamos puesto cómodos los dos y nos encontrábamos solos. Sin embargo, las miradas de Sandro a mi entrepierna no cesaron en ningún momento durante todo el trayecto en tren, ni tampoco dejó de estar hinchado su paquete ante el estímulo de lo que mi vástago estaba contemplando bajo mi minifalda. El viaje se me hizo muy breve sumida en ese juego y, por supuesto, cuando llegamos a la estación de ferrocarriles, mi tanga estaba empapado. Dejé a mi hijo desayunando en la cafetería de la estación y, antes de sentarme con él, entré en los aseos y me alivié con los dedos el deseo sexual que había estado reprimiendo.


Poco después llegamos al apartamento y, tras deshacer las bolsas de viaje, llegó el momento de prepararnos para ir a la playa. Tanto Sandro como yo cogimos todo lo necesario: crema solar, toalla, agua...Después entré en la habitación que yo ocuparía y me desnudé. Por fin llegaba el instante tan deseado: poderme lucir ante mi hijo sin necesidad de tener que estar pendiente de no parecer muy descarada ni tener que estar forzando situaciones para excitarlo. El contexto de la playa sería mi aliado perfecto, pues es bastante normal que en una playa te encuentres con mujeres en tanga o en topless. Y ésa era justo mi intención: no ponerme nada más que un tanga para estar en la playa con Sandro. De modo que saqué el que me había comprado en el centro comercial tiempo atrás. Era de color plateado, acabado por detrás en un pequeño triángulo y me lo puse cubriendo con él mi sexo, depilado al completo aquella misma mañana antes de salir de casa. Con dicha prenda puesta me sentía sensual, arrebatadora. Sabía que iba a provocarle un cortocircuito a mi hijo cuando me viese así, con los pechos al aire y con sólo ese pequeño tanga sobre mi cuerpo. Acto seguido cubrí mi torso desnudo con un “top” que sólo tapaba las tetas, dejando al descubierto el vientre y el ombligo, y me puse un mini-short vaquero que a duras penas alcanzaba a tapar completamente mis nalgas. Salí de la habitación y me encontré con Sandro, que esperaba ya en el salón vestido con una camiseta azul y unas bermudas rojas. Deseaba con todas mis ganas que debajo de aquella prenda llevase el bañador tipo bóxer de tono celeste que le había comprado, aunque aún tendría que esperarme un rato para salir de dudas.

La playa se encontraba a escasos metros de distancia del apartamento alquilado, por lo que hicimos el breve trayecto a pie. El día lucía espectacular, con un cielo azul completamente despejado y un sol cuyos rayos empezaban a calentar cada vez más con el paso de los minutos. Al llegar a la playa y acceder a ella, comprobamos que estaba tranquila, sin muchos bañistas, debido a que todavía no estábamos en época alta. Algunas personas tomaban sobre la arena, varios deportistas corrían a lo largo de la orilla y un par de matrimonios se bañaban en el mar. Sandro y yo caminamos unos metros más hacia la izquierda y elegimos un sitio muy tranquilo para extender nuestras toallas. Había llegado el momento de dar inicio a mi plan trazado para las dos jornadas playeras, un plan que iría increscendo en cuanto al morbo y al ardor de las situaciones. Pese a que ya me había exhibido con anterioridad ante mi hijo, mi corazón latía a gran velocidad y no puedo negar que un gran nerviosismo se apoderó de mí. En las ocasiones anteriores, las situaciones que yo había creado para mostrarme ante Sandro habían sido de forma disimulada, como si fuesen accidentales o casuales, excepto la de un rato antes en el tren, aunque ahí no le había enseñado ninguna parte íntima al desnudo. Sin embargo, en la playa estaba a punto de quedarme en topless ante mi hijo y cubierta sólo por el pequeño tanga plateado.

Fue Sandro el que comenzó a desnudarse primero: se despojó de su camiseta, que guardó en la mochila, y luego me miró unos instantes, un tanto cohibido. Tras unos segundos que se me hicieron eternos, mi vástago comenzó a bajarse las bermudas: con lentitud fue apareciendo ante mi vista el bañador ceñido, tipo bóxer, que le había comprado. La satisfacción fue inmensa al constatar que Sandro había cumplido el trato verbal que hicimos de que se pondría dicha prenda el día que fuésemos juntos a la playa. Mientras él terminaba de sacarse las bermudas, mis ojos estaban ya clavados en la entrepierna de mi hijo, donde su paquete se ocultaba bajo el ajustado tejido del bañador. El pene de Sandro aún no estaba erecto y su silueta se dibujaba en reposo. Aparté, rauda, la mirada porque no quería que él me descubriera a las primeras de cambio mirando su entrepierna.

  • Me alegro de que te hayas decidido a ponerte ese bañador. Te queda realmente estupendo, hijo- le comenté en forma de halago y para romper el hielo.
  • Gracias, mamá, te lo había prometido- me comentó a la vez que metía también las bermudas en la mochila y sacaba el bote de crema solar.
  • Yo también estreno uno de los trajes de baño que tú elegiste para mí, ¿recuerdas?
  • ¡Claro que me acuerdo! Mire que te pusiste pesada con eso- me señaló Sandro.
  • Bueno, realmente sólo estreno la parte inferior. Por arriba voy más cómoda sin nada- le indiqué, anunciándole, como la que no quería la cosa, que iba a tomar el sol en topless.

Noté una reacción de sorpresa en el rostro de Sandro, cuando mi hijo oyó mis palabras. Me miraba un tanto incrédulo y esperando a que empezara a desnudarme. Me bajé primero el short: lo llevaba tan ajustado que tuve que tener cuidado de no arrastrar en la bajada de la prenda también el tanga.




Estratégicamente me giré, le dí la espalda a mi hijo e incliné el torso para guardar el short en mi bolsa de playa. Con esa postura le ofrecí a Sandro durante unos segundos la imagen de mi culo completamente en pompa, con el escueto tanga tapándome sólo una pequeña parte de mis nalgas. Luego me incorporé y volví a situarme de cara a Sandro. Lancé una breve mirada su bulto y me percaté de que la verga estaba ya casi erecta, resultado evidente de la visión que le acababa de regalar a mi vástago. Él no parpadeaba y me miraba fijamente, esperando el momento en que yo me deshiciera del top que cubría mis senos.

Al fin llegó el momento de dejar al aire mis tetas ante Sandro sin tener que aparentar accidentalidad o descuido, sino de forma natural y con la coartada perfecta de estar en la playa. Agarré la pequeña prenda por la parte baja y tiré de ella hacia arriba. Sentí cómo milímetro a milímetro la piel de mis pechos iba quedando al desnudo, hasta que me saqué la prenda por la cabeza. Bajé la mirada hacia mis senos desnudos y después observé a mi hijo, que todavía no acababa de creerse que tenía ante sí las sensuales tetas de su madre. Se quedó callado, sin apartar los ojos de mis pechos. El silencio entre ambos se prolongó unos segundos más, tiempo que aproveché para fijarme en el paquete de mi hijo: la polla había aumentado de tamaño y su silueta gorda y maciza se dibujaba claramente bajo la prenda. Sandro había terminado de empalmarse rápidamente al verme semidesnuda y ya no podía ocultar su erección. Pese a que intentó disimularla poniendo sus manos delante de la entrepierna, no le sirvió de mucho ya que le comenté:

  • Creo que no deberíamos retrasarnos a la hora de ponernos crema protectora. El sol pica bastante y como no nos protejamos, nos vamos a achicharrar.

Con mis palabras obligué a mi hijo a apartar las manos de su entrepierna. Inmediatamente él empezó a aplicarse la loción blanca sobre la piel. Yo lo imité enseguida, cogí mi bote de crema y comencé a extender una generosa cantidad por mi rostro, por el cuello y por mis hombros. Sandro me miraba de reojo, aguardando el momento en que me pusiera crema en las tetas. Y eso fue lo que hice a continuación: me eché un buen chorreón sobre la palma de la mano y restregué la loción primero sobre mi seno derecho. Lo masajeé con ganas y en repetidas ocasiones, extendiendo toda la crema. Rocé el pezón que, ya duro, quedó también cubierto por un fina capa de crema, al igual que la redonda areola. Mi hijo miraba absorto cómo mi pecho se movía conforme yo lo masajeaba y cómo el pezón terminaba por endurecerse al máximo debido a mis roces y a mi creciente excitación, al sentirme objeto de las intensas y cada vez más descaradas miradas de mi vástago.

Tras aplicarme la crema también en el seno izquierdo, embadurné mis muslos con ella para protegerlos de los rayos solares. Recorrí con las manos cada centímetro de mis piernas varias veces, de forma lenta y sensual ante la atenta mirada de mi hijo, que no perdía detalle mientras yo terminaba de ponerme crema por el resto del cuerpo. Por unos instantes pensé en ir un poco más allá y en ponerle yo misma la crema a Sandro por la espalda y luego pedirle que hiciera él lo mismo conmigo. Pero decidí reservar ese juego para el día siguiente, para el plan que ya tenía establecido. No me convenía quemar todas las naves de golpe, sino que prefería ir poco a poco durante el fin de semana. De modo que dejé que Sandro se pusiera la crema, cosa que logró a duras penas, al igual que hice yo. Por último, apliqué loción mis dos nalgas y lo hice casi pegada a mi hijo para provocarlo más. Su erección continuaba en todo lo alto y me resultaba delicioso contemplar a escasos centímetros de mí la hinchazón de la verga de mi hijo, la cual se desviaba ligeramente hacia la izquierda y llegaba casi hasta la cinturilla del ajustado bañador.

  • Toca disfrutar un rato de sol. Me tumbaré sobre la toalla y luego me daré un baño. Espero que el agua no esté demasiado fría- le dije a mi hijo a la vez que empezaba a echarme sobre la toalla.

La había colocado sobre la arena de manera que la parte de los pies quedara delante de la cabecera de la de Sandro para que, cuando él se tumbase, tuviese una perspectiva perfecta de mi entrepierna. Él, astuto, se colocó bocabajo, ocultando de esa forma su erección. Planté los pies sobre la toalla y comencé a abrir y a cerrar muy despacio las piernas flexionadas, dándole la oportunidad a mi hijo de ver cómo el triángulo del tanga cubría mi sexo por delante y cómo se perdía entre mis nalgas por detrás. Ni un metro de distancia separaba nuestras toallas y el calor en mi interior continuaba creciendo ante las miradas de mi hijo, por más que tomara sus gafas de sol y se las pusiera para disimular el objetivo al que dirigía sus ojos. Me mantuve un largo rato en esa postura y con dicha actitud. Cuando me percaté de que la braguita de mi tanga había comenzado a mojarse por la excitación, opté por levantarme y darme un baño.

  • ¿Te vienes?- le propuse a Sandro.
  • Sí, mamá, ahora mismo voy- me contestó.

Comencé a caminar despacio sobre la fina arena contoneándome, a sabiendas de que tenía los ojos de mi hijo clavados en mi culo. La orilla estaba a escasos metros de donde habíamos colocado las toallas y pronto mis pies entraron en contacto con el agua del mar. Di un pequeño respingo al notar el frío del agua, me detuve y me giré hacia Sandro.

  • ¡Vamos! Está riquísima!- exclamé, invitando a mi hijo a que me acompañase de una vez.

Mis palabras hicieron efecto y Sandro se levantó y empezó a acercarse a mi posición. Me dí cuenta del motivo por el que mi vástago había intentado retrasar su baño conmigo: se encontraba totalmente empalmado y su tremendo miembro aparecía duro y tieso bajo el bañador y suspiré al ver aquella polla cada vez más cerca de mí. Cuando mi hijo llegó a la posición en la que yo estaba, nos metimos en el agua. El frescor marino sirvió para mitigar el calor que había sobre mi piel. Permanecimos dentro del agua unos minutos, nadando y bromeando entre nosotros. Luego, regresamos a las toallas y nos quedamos de pie un rato para que nuestros cuerpos se secasen del todo.

  • Mamá, ¿te apetece dar un paseo por la playa?- me preguntó Sandro.
  • Me encantaría: te me has adelantado, porque yo misma te lo iba a proponer también. Damos ese paseo y, cuando regresemos, comemos algo- le contesté.

Dejamos la botellas bien fijas al suelo, para que no volaran con la brisa, Cogimos las escasas cosas de valor, las metimos en la la mochila de mi hijo y comenzamos a caminar a lo largo de la orilla. Conforme avanzábamos, cada vez había menos bañistas en la playa, pues nos alejábamos de la parte más cercana al núcleo urbano. Durante el paseo, las miradas de Sandro, unas veces más disimuladas que otras, hacia mis pechos se sucedieron con cierta frecuencia y yo tampoco me contuve a la hora de fijarme en repetidas ocasiones en su paquete, que continuaba teniendo un tamaño considerable. Hicimos la pequeña promesa de no hablar ni de estudios ni de trabajo durante el fin de semana y en el paseo también respetamos dicha promesa: conversamos sobre varios temas pero dejando de lado las rutinas cotidianas.

Fue entonces cuando decidí dar el siguiente paso en mi plan trazado y le comenté a mi hijo con toda naturalidad posible:

  • ¿Sabes lo que me gustarían hacer?
  • No- me respondió.
  • Bañarme desnuda por la noche en la playa. Es algo que siempre he querido realizar y que todavía no he llevado a cabo.
  • Mamá, pero si te acabas de bañar casi desnuda- me dijo Sandro sin rehuir el tema de la charla, cosa que me alegró.
  • Ya, pero tú lo has dicho: casi desnuda. Me refiero a hacerlo completamente en pelotas, bajo la luz de la Luna. Debe de ser increíble sentir el roce del agua en la piel- le confesé a mi hijo.

Mi vástago guardó silencio unos instantes y luego me preguntó:

  • ¿No te importa que puedan verte desnuda entera?
Esbocé una sonrisa antes de contestarle:

  • Mira, hijo, por un lado, de noche no creo que haya nadie en la playa y, por otro, no seré ni la primera ni la última mujer que me bañe desnuda en el mar. Así que, tal vez, esta noche cumpla mi deseo- terminé apuntando.

Sandro sonrió y levantó el pulgar en signo de complicidad y aceptación ante lo que acababa de decirle. Tenía la esperanza de que captase la indirecta que le había lanzado y que se uniese a la idea del baño nocturno, pero ya no comentó nada más referente a eso.

Sin embargo, me iba a llevar una sorpresa mayúscula cuando, tras finalizar la jornada playera y transcurrir varias horas, me dirigí a medianoche a la playa para cumplir mi deseo.






15 de febrero de 2017

RISAS EN LA MADRUGADA

Unas risas me despertaron aquella fría y lluviosa madrugada de diciembre. A duras penas logré abrir los ojos y mirar el reloj de la mesita de noche. Marcaba las 2.15 y pensé que, tal vez, mi imaginación me había jugado una mala pasada o que lo oído había sido fruto de un sueño inoportuno. Me dispuse a volver a cerrar los ojos y a tratar de conciliar de nuevo el sueño, pero otra vez unas risas femeninas rompieron el silencio nocturno. Sí, ya no había dudas: procedían del salón, donde antes de acostarme había dejado a mi madre y a su amiga Esmeralda viendo la televisión. La amiga estaba de visita en la ciudad y se había quedado en casa a pasar la noche.

Resoplé indignado por el hecho de que me hubieran despertado y me cubrí con la manta para paliar la bajísima temperatura. Al día siguiente, a primera hora, tenía un examen en el instituto y debía descansar, pero las risas no cesaban, todo lo contrario: cada vez se hacían más frecuentes. Cuando empecé a oír unos leves gemidos que se mezclaban con dichas risas, decidí levantarme sin hacer ruido para comprobar qué diablos estaba ocurriendo. La enorme sensación de frío que sentí al salir de la cama iba a desaparecer pronto, en el momento en que llegué a la puerta del salón, que estaba semiencajada, y asomé ligeramente la cabeza hacia dentro.
La escena que observé me cortó de golpe la respiración y me dejó paralizado: a la izquierda estaba el televisor, en cuya pantalla se sucedían las imágenes de una película porno de tintes lésbicos: dos actrices de tetas siliconadas se estaban comiendo el coño mutuamente con unas ganas y vehemencia descomunales. Pero la película estaba silenciada. Eran Esmeralda y mamá las que me habían despertado: a la derecha, tumbadas en el amplio y cómodo sofá, ambas trataban de imitar a las protagonistas de la película. Observé a mi progenitora: sólo llevaba puestas las medias negras que había lucido durante todo el día. El resto de su cuerpo se encontraba desnudo y a merced de la boca y de las manos de su amiga. La lengua de ésta recorría una y otra vez la raja del sexo completamente depilado de mi madre, mientras que ella besaba y chupaba sin interrupción el coño de Esmeralda, cubierto por una cuidada y fina capa de vello púbico en forma de corazón.



Un intenso calor invadió mi cuerpo y el ritmo del corazón se me aceleró. Mi verga, desnuda bajo el pantalón del pijama, comenzó a palpitar y a hincharse a pasos agigantados hasta que alcanzó la máxima erección. Notaba las continuas palpitaciones recorriendo toda la superficie de mi polla hasta llegar al glande. En el momento en que mamá le metió un par de dedos a su amiga por la raja vaginal, Esmeralda lanzó un grito de placer, luego un segundo y un tercero, pese a las indicaciones de mi madre para que intentara contenerlos. Sin embargo, eso era misión imposible ante las embestidas enérgicas de la mano de mi progenitora, que no dejaba ya de perforar hasta el fondo el coño de su invitada. Ésta trató de pagarle con la misma moneda y de follarla con los dedos, pero le resultó imposible: extasiada por las acometidas que sufría en su sexo por los dedos de mamá, se rindió y se dejó caer totalmente sobre el sofá, exponiéndose a todo lo que su amiga quisiera practicarle. Esmeralda abrió más todavía las piernas y le facilitó el trabajo a mamá, cuya mano se deslizaba ya entera por el interior de los genitales de su amiga. Me fijé en el coño de mi madre y me percaté de su brillo y de cómo varios débiles surcos de flujo descendían parsimoniosamente por las ingles hasta manchar las medias. Esmeralda jadeaba y suspiraba de placer y agarró con las manos el pie derecho de mamá. Lo acercó a su boca y comenzó a restregar la lengua por el pie cubierto por el suave, sedoso y fino tejido de la media. De forma incansable lo lamía constantemente, sin dejar un solo centímetro sin recorrer: desde el talón, pasando por la planta, hasta alcanzar los dedos, la lengua humedecía de saliva la prenda. Luego Esmeralda chupó uno por uno los dedos del pie, oprimiéndolos entre sus carnosos labios pintados de intenso carmín.

Metí mi mano por dentro del pantalón para comenzar a masturbarme pero, ya cuando había atrapado mi erguido miembro, preferí soltarlo de nuevo y pajearme después en la intimidad de mi habitación sin riesgos de ser descubierto.
Mamá dio un par de arreones más en el coño de Esmeralda y ésta ya no pudo aguantar más: un chorro de flujo manó de su sexo empapando las tetas de mi madre, de cuyos duros pezones marrones goteaba a borbotones el líquido vaginal de su amiga.

Permanecí allí observándolo todo, hasta que la mujer terminó de correrse. A continuación, me fui rápido a mi dormitorio y, cuando estaba a punto de cerrar la puerta, una mano me lo impidió: Esmeralda, con su imponente cuerpo desnudo de mujer madura, se encontraba delante de la puerta y me empujó hacia dentro, provocando que yo cayera en la cama.

  • ¿No te han dicho que es de mala educación espiar a las personas?- me preguntó, mientras me arrancaba de cuajo el pantalón del pijama y me dejaba en pelotas.

Se metió en mi cama, separó los muslos y se sentó lentamente sobre mi tieso nabo, que se fue perdiendo en el caliente y húmedo coño de la madura. Cuando ella comenzó a cabalgar sobre mi polla, miré a la puerta del dormitorio y descubrí a mi madre, apoyada en el marco y acariciando su sexo, a la vez que contemplaba el inicio de la cabalgada de su amiga sobre mí.


Aquella noche ya no dormí más y perdí la cuenta de las veces en que Esmeralda hizo que me corriese dentro de ella, siempre bajo la atenta mirada de mi progenitora. Por supuesto que al día siguiente suspendí el examen, agotado y con la mente puesta en otra cosa, pero eso era lo de menos. Porque desde aquel día, cada vez que Esmeralda viene de visita, ella, mamá y yo ponemos una película porno de tríos e imitamos a la perfección cada una de las impactantes escenas del film. 

10 de febrero de 2017

TALLER DE MASTURBACIÓN

Hace unos meses me suscribí a un blog cuya autora es una sexóloga de cierto prestigio. Cada mes, cuando publica una nueva entrada, me llega a mi correo electrónico una notificación para avisarme.
El contenido de dicho blog es variado y su temática va desde libros eróticos, hasta salud sexual, consejos sobre posturas para el sexo, pasando por novedades de juguetes eróticos, entre muchas otras cosas.

A finales de la semana pasada recibí la notificación correspondiente al mes de diciembre. La entrada iba dedicada a un taller sobre masturbación. La sexóloga, de nombre Úrsula, iba a comenzar a impartir dicho taller en diferentes ciudades de España. En esas charlas pretendía enseñar técnicas para aumentar el placer durante la masturbación. Cada taller se dividía en dos jornadas: una destinada a la masturbación femenina y otra a la masculina, aunque ambas sesiones estaban abiertas a personas de los dos géneros.
La primera de esas charlas-taller iba a celebrarse justo en mi ciudad, el lunes día 5, a las 20.00 horas.

Cinco minutos antes de la hora fijada para el comienzo de la charla llegué al hotel donde tendría lugar. En la recepción me indicaron hacia qué sala debía dirigirme. Caminé por el hotel hasta dar con la puerta de la sala y una vez allí, asomé la cabeza hacia el interior y comprobé que el espacio habilitado tenía una capacidad para unas cien personas. Casi todos los asientos estaban ya ocupados, exclusivamente por mujeres, excepto un hombre en la segunda fila. Eso me echó un poco para atrás e hizo que me invadiera la duda de si quedarme y entrar o marcharme de allí. Me acomplejé y me acobardé tanto que decidí darme la vuelta para irme a casa. Pero al girarme, me topé de bruces con la sexóloga que iba a dar la charla.

  • ¡Hola! ¿No te quedas?- me preguntó al ver que me marchaba.
  • Bueno es que.....Creo que yo aquí no pinto nada. Ya vendré mañana para el taller masculino- le respondí.
  • Supongo que sabrás que ambos están abiertos a hombres y mujeres, así que puedes quedarte, si te apetece. Te prometo que aprenderás muchas cosas que podrás aplicar a tu esposa, novia o a la chica con la que vayas a tener sexo. Soy buena en mi profesión.

Permanecí quieto, pensativo. Finalmente, las palabras de Úrsula hicieron que me replantease mi postura y optara por entrar a la sala.

  • Hay pocos sitios libres pero, mira, ahí tienes uno. Y, además, vas a estar muy bien acompañado: podrás sentarte junto a Nerea, mi amiga y compañera de profesión- me indicó la sexóloga.

Me dirigí hacia el asiento que me había mostrado Úrsula y ella me acompañó.

  • ¡Hola, Nerea! Me alegro de verte por aquí- saludó Úrsula a su amiga.
  • Sabes que nunca me pierdo ninguna de tus charlas.
  • Y yo te lo agradezco. ¿Te importa que se siente él a tu lado? Estaba indeciso y he logrado convercerlo para que se quede- le comentó Úrsula.
  • Por supuesto que no. Yo soy Nerea, ¿y tú?.
  • Me llamo David- le respondí a la mujer.
  • Pues encantada, David. Toma asiento y dejemos que Úrsula comience ya la charla.

Me senté junto a Nerea y Úrsula se dirigió hacia el estrado, donde había un atril, un proyector para diapositivas e imágenes, una pantalla, una mesa y un par de sillas. Mientras la ponente del taller ultimaba los preparativos, me fijé en Nerea. Tendría unos 40 años, morena, de pelo largo y liso. Iba ligeramente maquillada y sus carnosos labios resaltaban todavía más gracias al espectacular brillo del carmín rojo. Lucía un vestido azul corto, hasta la mitad de los muslos y sus bonitas piernas estaban cubiertas por unas medias marrones, finas y transparentes. Unos zapatos oscuros con algo de tacón remataban la vestimenta de la mujer. Aparté momentáneamente la mirada de Nerea y contemplé la situación en el estrado: Úrsula se disponía ya a comenzar su exposición. Tras un rápido agradecimiento a todos los asistentes por su presencia y una breve introducción, realizó una pregunta que me dejó sorprendido.

  • ¿Alguna voluntaria que quiera ser mi ayudante? Necesito a alguien que se siente aquí, a mi lado, para que vaya llevando a cabo de forma práctica los consejos que iré ofreciendo- señaló Úrsula.

Yo no terminaba de dar crédito a lo que acababa de escuchar: pretendía darle un carácter práctico al taller y representar una masturbación en directo gracias a la voluntaria. Pensé que ninguna mujer daría el paso de ofrecerse como voluntaria para tales efectos, pero estaba muy equivocado. Tras las palabras de Úrsula, una decena de mujeres alzaron el brazo. Nerea debió de ver la cara de extrañeza que puse, porque me dijo:

  • Las mujeres ya no tenemos ningún tipo de complejos, afortunadamente.

Úrsula tuvo que escoger de entre todas las candidatas y terminó por elegir a una chica de unos 25 años que estaba sentada en primera fila. La joven se levantó, subió al estrado y se sentó junto a Úrsula. Ésta le preguntó a la elegida:

  • ¿Estás dispuesta a seguir todas las indicaciones que te dé?
  • Por supuesto que sí, sin ningún problema. Quiero experimentar qué se siente- contestó la chica.

Durante unos minutos la sexóloga dio una serie de consejos a través de gráficos y diapositivas proyectados en la pantalla y luego, inmediatamente, pasó a la parte práctica de la conferencia.

  • Muy bien. Ahora vamos a aplicar a la práctica todo lo que acabamos de ver en las imágenes y todo lo que os he explicado- dijo Úrsula.

Abrí los ojos como platos, todavía incrédulo por lo que allí estaba a punto de ocurrir.

  • Comienza lentamente a realizar los movimientos que se están proyectando en la pantalla- le indicó la sexóloga a la voluntaria.

Ante mi asombro, la chica se bajó los leggings negros que llevaba puestos y dejó al descubierto su sexo. Sobre la raja vaginal se vislumbraba una fina tira de vello púbico castaño. La joven acercó su mano derecha a sus genitales y empezó a imitar lo que aparecía en la pantalla. Con los dedos en forma de “v” invertida aprisionó los labios vaginales y deslizó un dedo de la mano izquierda a lo largo de toda la raja de abajo a arriba. Poco a poco la presión ejercida sobre los labios se fue haciendo mayor, al igual que se incrementaba el ritmo de deslizamiento del dedo.
El coño de la chica comenzó a humedecerse y a brillar y una capa de flujo blanco empezó a cubrir el sexo. El dedo, en sus movimientos, arrastraba el flujo y lo extendía sobre toda la vagina de la chica. Ésta proseguía obedeciendo a pies juntillas los consejos y pautas de la sexóloga y sus gemidos no tardaron en comenzar a invadir la sala.
Cuando me di cuenta, numerosas mujeres de las allí presentes se estaban masturbando también, imitando a la joven voluntaria, experimentando el mismo placer. Giré la cabeza y contuve la respiración al comprobar que Nerea también se estaba tocando: había subido su vestido hasta la cintura y se había despojado del tanga verde, que yacía en el suelo, junto a sus pies. Tenía el coño completamente depilado y ya empapado. Nerea me miró unos segundos y no se inmutó: continuó acariciándose, observando lo que hacía la chica para seguir así sus mismos movimientos.

Mi polla llevaba ya un buen rato empalmada, desde que la voluntaria dejó al descubierto su sexo, pero ahora, al ver a Nerea masturbándose, me palpitaba sin cesar. Agarré la tira de la cremallera de mi pantalón y la deslicé hasta abajo. Metí la mano por la abertura, aparté el bóxer negro que llevaba puesto y liberé al fin mi hinchado miembro, que salió como un resorte, tieso y apuntando al techo. Nerea alternaba sus miradas hacia el estrado con las dirigidas a mi entrepierna y se mordía el labio inferior de la boca, mientras observaba mi tiesa verga. Mi mano envolvió la polla y empecé a pajearme. A un ritmo lento deslizaba la mano desde la punta hasta los huevos, rozando en cada ocasión el rojo y mojado glande. Aceleré los movimientos en cuanto la joven voluntaria introdujo dentro de su coño, siguiendo las órdenes de Úrsula, un primer dedo, luego un segundo y los empujaba hacia dentro y hacia fuera de manera veloz. Estuvo así un minuto, antes de meter el resto de dedos y toda la mano dentro. La chica cerró los ojos de puro placer y no dejaba de girar la mano en el interior de su coño, haciendo movimientos circulares, primero de derecha a izquierda y luego al revés.

Incrementé el ritmo de mi masturbación y la mano se desplazaba ya de forma vertiginosa por toda la venosa superficie de mi falo. De repente, una de las manos de Nerea se posó sobre mi paquete, apartó mi propia mano y se apoderó de mi verga. Dejé hacer a la mujer, que con suma maestría retomó la paja sobre mi polla, mientras que con su otra mano continuaba penetrando su coño. Mis jadeos no se hicieron esperar y se mezclaron con los gemidos femeninos que se oían en la sala del hotel.
Yo veía cómo la voluntaria se retorcía de gozo; por mis fosas nasales penetraba el intenso olor del coño empapado de Nerea y mi polla estaba a punto de estallar ante el vehemente ímpetu que la desbocada mujer ejercía manualmente sobre mi erguido pene. Nerea machacó con virulencia un par de veces más mi falo y ya no resistí más: varios chorros de semen manaron de mi polla sin control alguno, aterrizando sobre el vestido y sobre las medias de la mujer. Ella no detuvo sus movimientos y, mientras mi leche seguía saliendo a borbotones del glande, prosiguió agitándome el miembro y no paró de hacerlo hasta que, finalmente, las últimas gotas de leche cayeron de forma débil al suelo.

Unos segundos después de mi eyaculación, un enorme grito de la voluntaria precedió al momento de su corrida: un río de flujo brotó de su sexo como un auténtico caño ante la satisfacción de Úrsula, que contemplaba la escena satisfecha, al comprobar los efectos que habían tenido sobre la joven sus indicaciones para la masturbación. 



Una a una las restantes mujeres que habían estado tocándose fueron llegando al orgasmo. Entre las últimas en hacerlo estuvo Nerea: después de correrme, me pidió que terminara de masturbarla y eso fue lo que hice. Froté la palma de la mano contra su coño con tal fuerza que acabó meándose de gusto allí mismo, completamente abierta de piernas.

Úrsula esperó unos instantes para dar tiempo a que todos recuperáramos un poco el aliento y, posteriormente, empezó a agradecer la presencia a los asistentes y dio por finalizado el taller, no sin antes recordar que, al día siguiente, tendría lugar el dedicado a la masturbación masculina. Acto seguido se acercó hacia donde nos encontrábamos Nerea y yo, esbozó una sonrisa al ver las manchas de esperma sobre las medias de su amiga y me comentó:

  • Te dije que te convenía quedarte. Supongo que también vendrás mañana, ¿no?

Me limité a asentir con la cabeza.


  • Muy bien. En ese caso, ya tengo voluntario masculino que se siente conmigo en el estrado. Eso sí, te advierto de que siempre soy yo la que se encarga de masturbar a los hombres voluntarios durante mis charlas- dijo, mientras cogía del suelo el tanga de su amiga y limpiaba con él los restos de mi semen sobre las medias de Nerea.


 

6 de febrero de 2017

LECTURAS PROHIBIDAS

Deberías estar durmiendo. Pasan ya varios minutos de la medianoche y mañana tienes clases. En tu casa reina el silencio, ya que todos descansan a estas horas, excepto tú. ¿Qué te ocurre? Sé que llevas varios días sintiéndote rara, nerviosa, ansiosa. Notas un cierto ardor dentro de tu cuerpo y un continuo cosquilleo en la punta de tus senos y, especialmente, en tu virgen sexo. Intentas relajarte, pero no lo consigues. Escuchas un par de canciones en el móvil, das varias vueltas en la cama...Nada te ayuda a conciliar el sueño. ¿Y si de una vez por todas reúnes la valentía suficiente como para volver a entrar en esa página de novelas, cuentos y relatos que descubriste por casualidad a principio de semana y para, esta vez sí, darle a “Leer la historia”, ésa a la que le echaste el ojo y que tanto te llamó la atención?
Llevas varias jornadas queriéndolo hacer, sin embargo la advertencia que aparecía al lado (“Sólo para mayores de 18 años”) te hace desistir. Hasta hoy has seguido las normas, has sido una niña buena y no has caído en la tentación. Pero esta noche el calor interno es insoportable y necesitas hacer algo con urgencia. No te preocupes: todos hemos pasado por la misma situación que tú, por ese despertar sexual irrefrenable e inevitable. ¿Cuántos años tienes? ¿Dieciséis? ¿Un poco menos? Prefiero que no me respondas porque no quiero sentirme culpable de haber llevado a la perdición a una adolescente por el simple hecho de escribir y de publicar un relato subido de tono y plagado de erotismo. Te tocará decidirlo a ti solita, poco a poco tendrás que ir tomando decisiones en la vida.

Veo que te tiembla la mano que sujeta la tablet. Es normal que te ocurra, viviendo como vivimos en una sociedad hipócrita que impone unas normas un tanto absurdas. Te pondré un par de ejemplos: en EEUU prácticamente cualquiera puede poseer armas y no lo ven como algo increíblemente demencial. Eso sí, el sexo es pecado y mucho más si aún no has llegado a los dieciocho años. En mi país, España, se les permite a los menores de edad ir a algo tan repugnante y vil como es una corrida de toros, donde varios “mamarrachos” vestidos de toreros torturan y asesinan a seis toros ante el disfrute de los asistentes. Sangre, dolor y sufrimiento en directo puro y duro. Pero, al parecer, eso no causa daño a la candidez de un chico, ni a su mente, ni a su personalidad. Leer un relato, un simple y, generalmente, ficticio relato, sí.

Ahora es tu dedo el que tiembla conforme se va acercando a la pantalla y lo dejas caer sobre el enlace que te llevará al texto en cuestión. ¡Lo has hecho, has sido capaz de realizarlo! Tu dosis de rebeldía juvenil ha derrotado a las imposiciones sociales y, de momento, no ha pasado nada, no se ha acabado el mundo, no huele a azufre ni se ve al demonio por ningún lado. Ahí lo tienes: ya aparece en la pantalla el texto del relato.

Mientras tú lo lees, yo me dedicaré a observarte y a reflejar lo que veo. Empecemos: la expresión de tu cara deja claro que la historia te está gustando desde el principio. Tus ojos se abren como platos y recorren ávidos cada línea del texto. Te muerdes el labio inferior al avanzar en la lectura y adentrarte en esa narración sobre voyeurismo que conforma la trama. Tu mente vuela e imaginas que eres la protagonista del relato, que está espiando a un tipo que se pajea despreocupado y agitando con fuerza y de manera incansable su tiesa polla. 



Empiezas a experimentar lo mismo que la mujer del texto: tus pezones se han puesto duros y se marcan exageradamente sobre la camiseta que llevas puesta. Como dos botones parecen querer desgarrarla y abrirse paso para poder ser tocados. Tu mano se mete despacio por dentro de la prenda y busca las dos cumbres redondas y marrones de los pechos. Juegas con ellas rozándolas una y otra vez, apretándolas y friccionándolas con la yema de los dedos. Oigo un suspiro y, luego, un gemido de placer. ¿Y esa mancha en las braguitas rojas? ¿Tan excitada estás? ¿Tan húmeda se encuentra ya tu vagina? No aguantas más tener puesta la camiseta y te desprendes de ella, dejando al aire y desnudas tus preciosas y bien formadas tetas, con esas areolas del color del café que las embellecen todavía más y las dotan de plena sensualidad.

Tu mano se desliza, imparable, por el torso, acariciando el vientre, haciendo un par de sugerentes círculos a la altura del ombligo hasta toparse con la cinturilla de las bragas. La mancha de humedad se extiende cada vez más y oscurece el tono rojo pasión de la prenda íntima. Me pregunto si habrás llegado ya a la parte del relato en la que la protagonista no resiste más y comienza a masturbarse sin dejar de mirar al desconocido, que sigue machacándose como un bestia su tremendo y macizo falo coronado por el pringoso y rojizo glande. Creo que sí, que ya estás en esa parte del texto, pues introduces la mano entre las bragas y la frotas contra tu coño. Eso es, así, restriégala más, un poco más. Pásala por toda la raja; aprieta sobre tus labios vaginales, oprímelos. Haces una breve pausa, acercas la mano a tu boca, sacas la lengua y lames los restos de flujo que hay sobre ella. Una vez limpia, utilizas la mano para quitarte las bragas de un fuerte tirón. Antes de arrojarlas al suelo, te las llevas a la nariz y hueles el aroma que tu sexo ha dejado en ellas. El dedo que ahora recorre de arriba a abajo la raja de tu sexo parece querer dar guerra y no conformarse con lo que está haciendo.
En efecto, milímetro a milímetro empieza a perderse en tu coño, que está adornado en la zona superior de una fina capa de negro vello púbico. Aceleras los movimientos con el dedo y te penetras con vigor, metiéndolo y sacándolo sin parar, de forma continua. Aumentas de nuevo el ritmo y tus mejillas se encienden por el esfuerzo y por el placer que sientes. Tras acabar de leer el relato, optas por soltar la tablet, cierras los ojos y te abres todavía más de piernas, sin dejar de acelerar con el dedo. Como puedes, logras silenciar tus propios gemidos tapándote la boca con la almohada, al tiempo que varios espasmos contraen tu bajo vientre justo antes de que no resistas más y estalles de puro placer. No te preocupes por ese chorro de líquido que mana sin cesar de tu sexo: estás teniendo un morboso y delicioso “squirt”. 



No todas las mujeres llegan siempre a él, así que tendrías que sentirte afortunada por haberlo conseguido siendo novata. Una vez finalizado el chorro, tratas de recuperar lentamente el ritmo normal de respiración. Ya sí más estás relajada, ¿verdad? Así me gusta, que puedas descansar bien.


Creo que te iré dejando tranquila para que puedas dormir. ¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Que quieres repetir mañana? Ya veo que has disfrutado. Eso era lo que yo deseaba. Haremos una cosa: mientras tú duermes, yo me pondré a escribir otro relato para que lo tengas disponible mañana a estas horas. Será exclusivamente para adultos, ya sabes cómo son las normas. Pero también será para jovencitas rebeldes, atrevidas y ardientes como tú.