DIARIO DE UN PROFESOR ACOSADO (3).
Eran las dos de la madrugada cuando sonó el móvil con la alerta de la llegada de un correo electrónico. Se me había olvidado ponerlo en silencio y el sonido me despertó. Supongo que tampoco estaría durmiendo muy profundo. En un primer momento pensé en no mirar el móvil, cambié de postura en la cama e intenté dormirme de nuevo. Pero pasaron varios minutos y continuaba despierto. Otra vez volvió a mi mente todo lo sucedido en la clase del día anterior: Lucía y mis pensamientos obscenos sobre ella, Patricia, sus miradas y esos pezones marcados en su camiseta como dos botones. Recordé las dos masturbaciones que llevaba por culpa de toda la situación que estaba viviendo, dos corridas causadas por mi acosadora. Seguro que estaría satisfecha si supiese que había logrado encender y excitar a su profesor hasta el punto de que tuviera que masturbarse ya un par de veces.
No podía seguir así. Necesitaba al menos descubrir quién era mi acosadora. No sé que sucedería después, si una vez descubierta, ella dejaría el juego o lo continuaría (según lo que me puso en la nota, lo más probable es que fuera esto último), pero tenía que saber de una vez de quién se trataba. Así podría ir más prevenido, tomar mis precauciones para que sus “ataques” no me pillaran tan por sorpresa.
En medio de todas estas reflexiones miré el móvil. Me asombré al ver quién me había mandado el correo: era mi alumna Patricia. Me daba las gracias por los enlaces con los poemas de Catulo. Había aprovechado para empezar a traducir algunos de ellos durante la noche y le habían encantado e impactado por su fuerza expresiva y por su alta carga erótica. Me comentaba también que iría traduciendo todos los demás poco a poco. Al final del correo me volvía a dar las gracias y se despedía de mí hasta la mañana siguiente, indicándome que le estaba costando trabajo dormirse.
¿Qué hacía Patricia a esas horas de la madrugada traduciendo a Catulo y escribiéndome un email? Los poemas a los que remitían los enlaces que le envié eran los más eróticos del autor, en los que, además, usaba un vocabulario todavía más obsceno y vulgar que en los textos que puse en clase. No me extrañaba nada que hubiera quedado impactada. Tal vez me había excedido al facilitarle el acceso a dichos poemas. Quizás demasiada carga erótica para la alumna más brillante de la clase. Me sentía culpable porque al día siguiente había examen y Patricia estaba aún despierta y sin descansar. Encendí la luz de mi mesita de noche, me levanté y busqué en la estantería de mis libros el de los poemas de Catulo. Me volví a acostar y comencé a leer algunos de los textos del autor, justo los mismos que Patricia. Ya los conocía de sobra, pero solo con releerlos me excité. Verso a verso, descripción a descripción, palabra a palabra sentía cómo el ardor interno se apoderaba de mí, cómo mi pene palpitaba cada vez más e iba creciendo hasta empalmarse por completo. Únicamente llevaba puesto un bóxer y mi miembro rápidamente se sintió apresado bajo la ceñida y roja prenda. ¿Y si los poemas de Catulo habían tenido los mismos efectos en mi alumna? Si a mí, que ya los conocía, me habían provocado tal excitación, ¿qué le habrían causado a Patricia? ¿Sería ese el motivo por el que ella no podía dormir, el calentón? Antes de apagar de nuevo la luz me di cuenta de que mi bóxer tenía un par de manchitas justo a la altura donde se encontraba la punta de mi verga. Los versos de Catulo habían hecho que mi líquido preseminal comenzara a brotar tímidamente de la punta de mi miembro y que mojaran el tejido suave de la prenda. Pero creo que no fueron solo los versos de Catulo: influyó más el hecho de saber que mi alumna también había leído esos poemas e imaginar cómo estaría ella ahora, en qué estado me habría escrito ese correo. ¿Tendría mojadas sus braguitas como yo mi bóxer? ¿Y si era ella la autora de la nota, la acosadora que dormía desnuda, y estaba así, como Dios la trajo al mundo, leyendo a Catulo y escribiéndome ese correo con su sexo húmedo? ¿Habría ido más allá? ¿Se habría acariciado y tocado? ¿Estaría recordando las miradas que lanzó a mi entrepierna durante la clase y lo que allí vio? ¿Tendría todavía más duros esos pezones que por la mañana parecían que iban a agujerear la camiseta de Mickey?
Patricia.., Lucía…, Lucía…, Patricia…., ¿cuál de las dos era la que me deseaba? ¿Cuál me acosaba? El cansancio y la tensión de los últimos días debieron poder conmigo y el sueño me venció. Cuando volví a abrir los ojos, faltaban pocos minutos para la hora en la que suelo levantarme. Pero durante mi descanso había pasado algo: noté las sábanas mojadas y comprobé que mi boxer tenía una enorme mancha en su parte delantera. Y el olor que me empezaba a llegar era inconfundible: olía a semen, a esperma recién eyaculado. Comprendí inmediatamente lo que me había ocurrido: había tenido una polución nocturna, una eyaculación involuntaria de semen mientras dormía. Demasiadas imágenes y fantasías eróticas en las últimas horas, demasiados pensamientos sobre sexo, demasiado acoso. ¿Tal vez un sueño erótico con Lucía? ¿O con Patricia? No lograba recordarlo y la hora se me echaba encima.
Salí de la cama con rapidez. Por tener que cambiar las sábanas mojadas me quedé sin tiempo para la ducha. Me aseé un poco, me despojé del bóxer sucio y me puse uno verde pistacho limpio. Escogí unos jeans azules y una camisa de cuadros grises y blancos y desayuné unas tostadas con miel y leche con cereales. Todo muy apurado de tiempo, pero logré salir a mi hora de casa para dirigirme a las clases. Seguía notando ese ardor interno, ese calor en mi entrepierna, esas ganas de tocarme, pero la falta de tiempo me había impedido que me masturbara imaginándome a mis posibles acosadoras. Sabía que el día se me iba a hacer duro, como siempre me pasa cuando salgo de casa con esa sensación de ganas de sexo y no puedo desahogarme hasta regresar de las clases.
Cuando llegué al centro de estudio, tomé las copias de los exámenes y me dirigí al aula de la clase de latín. Al entrar, puntual, todos los alumnos estaban ya en sus mesas dispuestos a comenzar con la prueba. Todos menos una: Patricia. Me extrañó porque siempre llega a su hora y nunca se retrasa. Tras saludar a los alumnos, empecé a repartir las copias con el texto de la prueba. Dejé para el final a la primera fila. Le di la hoja a un alumno, Ricardo, y luego a Nuria, a Valentina, a Alba y, por último, a Lucía. El asiento desocupado de Patricia volvió a recordarme su inesperada ausencia. Tras indicarles a los alumnos que ya podían empezar a trabajar el examen, me dirigí a mi mesa y me senté en la silla. Mientras vigilaba que ningún alumno se copiase, aproveché para comenzar a corregir los exámenes de otro grupo, en este caso de la asignatura de lengua española. Pero pronto tuve que desistir: no podía concentrarme. La imagen de Patricia venía una y otra vez a mi mente. Y luego el querer descubrir ya de una maldita vez quién era mi acosadora. Mis miradas pronto empezaron a centrarse con cierto disimulo en la primera fila, en Lucía, una de las dos “sospechosas”. Hoy traía una camiseta roja de manga corta, de cuello de caja, sin escote, pero muy ceñida. Le llegaba justo hasta el inicio de la cinturilla de los ajustadísimos leggings negros que tenía puestos como prenda inferior. Calzaba unas sandalias planas que dejaban al descubierto los dedos de los pies, cuyas uñas estaban perfectamente pintadas de un rojo pasión a juego con el tono de la camiseta. Me fijé entonces en sus manos y las uñas lucían el mismo color que las de los pies. Se notaba a leguas que era una chica muy coqueta y que cuidaba hasta el más mínimo de talle de su imagen y de su vestuario. Lucía alzó entonces la vista del papel y me pilló mirándola fijamente a sus pechos, cuya silueta se marcaba a la perfección bajo la apretada camiseta. Di un pequeño respingo al verme descubierto tratando de localizar la marca de los pezones de mi alumna y aparté rápidamente mi mirada por unos instantes. Cuando volví a mirar a Lucía, lo hice a los ojos y ella estaba esperando a que lo hiciera, pues sus ojos se clavaron en los míos y la joven me dedicó una sonrisa, antes de volver a centrarse en el examen. No le había molestado lo más mínimo que su profesor le estuviera observando las tetas en busca de la señal de los pezones. Todo lo contrario: parecía halagada y contenta de que lo hubiera hecho. Lucía ganaba enteros para ser mi acosadora: esa sonrisa cómplice, llena de ingenuidad pero también de travesura, esas prendas tan sensuales que hoy llevaba puestas, el rojo pasión de las uñas y, ahora ya sí los descubrí, los dos pezones en forma de redondeles marcados duros en la parte delantera de la camiseta. Recorrí con mis ojos los muslos de la chica: el tejido de licra de los leggings quedaba como una segunda piel sobre ellos. Eran unos muslos preciosos en su forma, casi perfectos. Digo “casi” porque los veía demasiado estilizados y delgaditos para lo que es mi gusto en una mujer. Por supuesto que ya llevaba un rato excitado, prácticamente desde que comencé a mirar a Lucía y a pensar que, casi con toda seguridad, era ella la alumna que me estaba acosando. Notaba mi miembro ya duro, aprisionado bajo mi ropa, palpitando y creciendo más y más conforme continuaba mi completo repaso visual a Lucía y en mi mente se disparaba todo tipo de pensamientos. Me estaba empalmando dentro del aula, sentado ante mis alumnos, ante esas cuatro alumnas que no podían ni imaginar lo dura que estaba en esos momentos la polla de su profesor de latín, al que le invadían ya las ganas de tocarse.
De nuevo miré hacia el asiento vacío de Patricia. Pasaban los minutos y seguía sin llegar. Daba por hecho que no se presentaría al examen. Otra vez esa sensación de culpa volvió a rondar por mi cabeza, esos poemas de Catulo que, tal vez, eran los causantes de la no presencia de Patricia hoy en el examen. Recordé letra a letra su correo electrónico y también vino a mi mente su imagen del día anterior en el aula, sentada en su lugar hoy desocupado, con esa camiseta de Mickey puesta, con los preciosos pechos y los pezones que parecían querer reventar la camiseta para poder liberarse de la presión, tan marcados en la prenda.
Me metí tan profundo en mis pensamientos sobre Patricia que, cuando me di cuenta, era prácticamente la hora de finalizar el examen. Me levanté y me pasé mesa por mesa para recoger las pruebas. Al caminar por el aula, notaba perfectamente mi pene hinchado apuntando hacia la izquierda y aprisionado bajo el bóxer y bajo mi pantalón. A duras penas mi prenda íntima podía ya contener dentro todo mi miembro. La última en entregar el examen y en abandonar el aula fue Lucía. Mientras me daba el papel, me dedicó una segunda sonrisa y, tras despedirse de mí, empezó a caminar lentamente hacia la puerta del aula. No pude contenerme y giré mi cabeza para verle el culo a Lucía. Ella creo que se sabía observada por mí y, en su caminar, contoneaba su trasero respingón con mucha provocación hasta que salió por la puerta y despareció de mi vista. Mientras recogía todos los exámenes de mi mesa, unos pasos que se aproximaban por el pasillo rompieron el silencio. Me dirigí hacia la puerta del aula para salir, a la vez que esos pasos se oían más nítidos. Justo en el momento en el que cruzaba el umbral de la puerta, me topé de cara con Patricia. Venía jadeante, con la respiración acelerada y con las mejillas sonrojadas. Me saludó y me pidió disculpas por no haber llegado al examen. Se había quedado dormida y, tras despertar, se había dado prisa por llegar aunque fuese al final de la clase para comentarme lo ocurrido. La tranquilicé y le dije que no se preocupase, que a todos nos podía pasar. Además, le comenté que parte de la culpa era mía por haberle mandado esos enlaces con los poemas de Catulo. Sin embargo, ella seguía preocupada por no haber podido realizar el examen y por el hecho de que apareciera en su expediente académico un “No presentada”. Sabía que en ese sentido yo era un profesor muy estricto y que no daba la oportunidad de recuperar el examen otro día salvo por motivos realmente graves.
Pero la sensación de culpabilidad seguía rondando mi cabeza y no deseaba arruinarle el expediente a mi alumna más brillante. Así que le propuse hacer el examen esa misma tarde, a las cuatro, en mi despacho. Las aulas no se abrían hasta las cinco, pero a partir de esa hora yo estaría ocupado y no podría ser la recuperación. La única opción era a las cuatro y en mi despacho. La cara de Patricia se iluminó cuando escuchó mi propuesta. Me dio las gracias varias veces, mientras parecía ya recuperada del sofoco. Debo reconocer que Patricia estaba bellísima: que es una chica guapa ya lo había observado desde principios de curso. Pero esa mañana estaba diferente, había algo más en la expresión de su rostro, en sus ojos. No llevaba ni una gota de maquillaje, ni de lápiz de labios, ni de rimmel. Nada. Venía al natural. Su pelo revuelto, supongo que sin peinar por las prisas, sus enormes ojos verdes más brillantes y expresivos que nunca, esa sonrisa interminable en sus labios, el dulce hoyito en su mentón. Mi mirada no pudo evitar fijarse a continuación en el escote de su camiseta, una prenda de color rojo pasión y con un escote en forma de “V” que dejaba ver el inicio del canalillo de Patricia. Mis ojos intentaron escudriñar con disimulo algo más por dentro de la camiseta, pero la voz de Patricia, advirtiéndome de que ya se hacía tarde y que la siguiente clase tanto para ella como para mí iba a empezar, me interrumpió los planes. Quedamos en vernos a las cuatro en mi despacho y se despidió de mí dándome de nuevo las gracias. Noté en la última mirada de mi alumna cierta picardía, cierta complicidad y una especie de recorrido de arriba abajo con sus ojos por todo mi cuerpo antes de marcharse.
El resto de la mañana transcurrió con normalidad. Sin embargo, no pude quitarme de la cabeza la idea de que por la tarde Patricia, una de mis posibles acosadoras, estaría en mi despacho a solas conmigo. Cada vez que lo pensaba, notaba un cosquilleo en mi estómago: si era ella, tal vez podría aprovechar para lanzarme una nueva acometida, aunque entonces desvelara su identidad. Tal vez no haría nada y dejaría pasar la ocasión, si quería mantener por más tiempo la intriga. Y si no se trataba de ella, no sucedería absolutamente nada.
Cuando acabé la última clase de la mañana, regresé a casa con el tiempo justo de comer algo y volver de nuevo al centro de estudio. Llegué a las 15.55. El centro académico estaba vacío. Solamente el conserje de la entrada se encontraba allí. Le avisé de que vendría una alumna a recuperar un examen a las cuatro, para que la dejara pasar. Tras comunicárselo, me dirigí hacia mi despacho, abrí la puerta y busqué una copia del examen para Patricia. Hacía bastante calor y abrí una de las ventanas, pero el aire que entraba era cálido y seco, así que la volví a cerrar. Fue en ese momento cuando llamaron a la puerta de mi despacho. Faltaba un minuto para las cuatro. Supuse que sería mi alumna y abría la puerta. En efecto, allí estaba ella. Tuve que contener la respiración unos instantes al ver a Patricia: la joven estaba espectacular. Tenía el cabello perfectamente peinado, brillante y desprendía un suave aroma a chocolate, seguro que producto de algún tratamiento capilar. Los ojos estaban ligeramente pintados de forma que resaltaban todavía más el intenso verde de sus pupilas. Una sencilla y elegante capa de maquillaje cubría sus mejillas y los labios estaban dibujados con rojo carmín.
Patricia iba vestida con una blusa blanca anudada justo sobre el ombligo, dejando esa parte de su anatomía al descubierto. Dos de los botones de la prenda estaban desabrochados, mostrando así el comienzo del escote. Llevaba un minishort tejano de color azul claro lo que permitía que quedaran a la vista todas sus piernas. Únicamente cubría la entrepierna y los primeros centímetros de los muslos. Unos zapatos rojiblancos con tacón en forma de plataforma completaban el vestuario de la joven.
Tuvo que ser ella la que me saludara primero y me pidiese permiso para pasar, porque yo ni siquiera había podido reaccionar. Después de tragar saliva, la hice entrar. Pasó a mi despacho sin perder la sonrisa que brillaba en su rostro. Cerré la puerta y, al girarme, observé a mi alumna de espaldas caminando hacia el interior del despacho. Mi mirada se fue directa a su trasero. No lo pude evitar, uno no es de piedra: aquel ceñido y mínimo short no era capaz de cubrirle por completo los macizos glúteos, cuyos inicios quedaban al aire. Patricia se dio la vuelta y yo alcé rápidamente la vista. Creo que se percató de que le estaba mirando el culo. Primero me quedo embobado frente a ella y ahora me pilla mirándole su trasero. ¿Qué pensaría de su profesor? ¿Que se dedica a mirarle el culo a sus alumnas en cuanto puede? Yo no soy así, no soy de esos pervertidos, pero toda la situación de no saber quién me estaba acosando estaba ya sobrepasándome. Ella, en cambio, pareció contener una sonrisa como de satisfacción.
Respiré profundo y le pedí que se acomodara en el asiento de mi mesa escritorio. Sacó de su bolso rojo un bolígrafo y el diccionario de latín, le entregué la copia del examen y comenzó a realizar la prueba. Dentro del despacho el calor cada vez era más intenso. No podía encender el aire acondicionado, porque llevaba un par de días estropeado y aún no lo habían arreglado. Vi cómo Patricia utilizaba unos folios en blanco, que yo le había proporcionado para que hiciera el examen, para echarse algo de aire y aliviar la sensación de sofoco. Yo también notaba ese calor abrasador en mi piel, así que decidí desabrocharme un botón más de mi camisa de cuadros dejando el inicio de mi torso al descubierto. Imité a Patricia, tomé un par de folios y comencé a abanicarme con ellos. Mi alumna, al comprobar que mi camisa se había abierto un poco más, optó por copiarme y abrió el siguiente botón de la suya sin dejar de mirarme a los ojos. En ese instante mi miembro, que ya había sufrido las primeras palpitaciones de excitación al ver el culito de Patricia ceñido en aquel minishort, comenzó a ponerse duro cuando vi que la joven había dejado al descubierto y expuesto todo su canalillo y gran parte de sus pechos. Lo único que la blusa tapaba ya eran las aureolas y los pezones. El resto de la redondez de los senos de la estudiante estaban a la vista.
Era obvio que no llevaba sujetador (hubiera aparecido ya con semejante apertura en la prenda) y, además, al trasluz observé con cierta nitidez el oscuro color café de la cumbre de sus pechos. Mi verga seguía creciendo y endureciéndose ante semejante vista. Gotitas de sudor comenzaron a caer por mi frente: al calor atmosférico se sumaba el que me provocaba ver así a Patricia. Ella no dejaba ahora de escribir, pero de vez en cuando me dirigía la mirada, contenía una leve sonrisa, bajaba la vista con cierto descaro a mi entrepierna, cada vez más hinchada y abultada, y luego continuaba escribiendo. Ante esas sugerentes miradas de la joven, mi polla aumentaba y aumentaba de tamaño bajo el pantalón y la sentía cada vez más oprimida, mientras no podía quitarme de la cabeza las fotos y el mensaje, mis pensamientos lascivos de los últimos días sobre Patricia y Lucía, sobre cuál de las dos sería mi acosadora, mis masturbaciones, mi leche derramada por culpa de esta situación.
Las ganas de tocarme, de masajear todo mi bulto endurecido, me invadieron por completo. Quise abstraerme, pero no pude. De nuevo los pezones transparentados al contraluz, otra vez las miradas de mi alumna a mi paquete….Con disimulo metí mi mano izquierda dentro del bolsillo del mismo lado del pantalón (pues es hacia la izquierda hacia donde se desvía mi pene cuando se hincha y se pone gordo con todas las venas marcadas). Ni el fino tejido del bolsillo del pantalón ni el bóxer fueron obstáculos para que mi mano tocase y notase la dureza de mi polla. Mantuve quieta la mano dentro durante unos instantes, pero pronto empecé a acariciar mi miembro cuando Patricia no me miraba. Mientras ella continuaba realizando el examen, yo me sobaba la polla cada vez más. En cuanto mi alumna empezaba a levantar la vista del folio, detenía mis movimientos, permanecía inmóvil con la mano metida en el bolsillo y reanudaba mi masaje una vez que Patricia volvía a retomar la escritura.
Sentí cómo mi verga estaba ya tan hinchada que se escapó por debajo del elástico del bóxer. A Patricia la seguía viendo muy acalorada: los grados centígrados en el despacho, la tensión del examen, tal vez alguna cosa más provocaron que agarrase la parte delantera de la blusa y la moviese hacia delante y hacia atrás varias veces, como buscando que algo de aire entrase por dentro de la prenda. En uno de esos rápidos movimientos logré atisbar uno de sus pechos completamente desnudos: la aureola de un intenso color marrón castaña y el pezón que sobresalía hacia delante. Cuando la joven dejó de agitarse la prenda y se centró de nuevo en su examen, aproveché para volver a rozar mi polla con la mano. Noté cómo la punta mojada y liberada del bóxer humedecía mi muslo izquierdo, a la altura de la ingle, acercándose a la cadera. El hormigueo continuo y las palpitaciones en mis testículos hacían presagiar que no faltaba mucho para que me corriese.
Pero fue en ese justo momento cuando Patricia terminó el examen. Guardó el diccionario y el bolígrafo en su bolso, se cerró el botón que se había desabrochado durante el ejercicio y se levantó del asiento para entregarme la prueba. Si llega a tardar un minuto más, hubiese eyaculado allí mismo, en mi despacho, delante de ella y no sé cómo hubiese podido ocultar la enorme mancha de semen que se hubiese formado en mi pantalón. Estaba tan alterado que únicamente acerté a preguntarle que cómo le había ido, a lo que ella me contestó que muy bien. Después nos despedimos hasta la clase de la mañana siguiente y otra vez fui incapaz de resistirme a mirarle el culo a Patricia mientras ella salía del despacho bamboleando sus dos glúteos con su sensual caminar.
Empecé a recoger mis cosas para salir del despacho y en eso estaba, cuando una voz con un breve “Gracias, profesor”, me asustó. Era de nuevo Patricia. Me dijo que se le había olvidado darme las gracias por lo bien que me había portado con ella en los últimos días, especialmente por permitirle recuperar el examen. Le resté importancia, mientras seguía notando la dureza de mi miembro durante el diálogo con mi alumna. Ella dio un paso más hacia mí y me y me insistió en que lo que había hecho no lo hacía ningún profesor. Con un paso más terminó por acercarse a mí, quedando su rostro a escasos centímetros del mío. Mi corazón parecía que se me iba a salir por la boca. Sin decir ninguna palabra más me besó en la mejilla derecha y luego en la izquierda. Durante esos dos besos sentí cómo algo había rozado mi polla. Dudé si había sido el muslo de Patricia, pero estaba casi convencido de que había sido su mano la que, disimuladamente, había tocado todo mi paquete. En medio de mi aturdimiento, la joven me dedicó una sonrisa antes de salir y de marcharse, ahora sí, definitivamente del despacho.
Con ese pensamiento de lo ocurrido me quedé el resto de la tarde y de la noche hasta que me acosté para dormir. Estaba agotado de todo el día y de las correcciones de los exámenes. Era la una de la madrugada y necesitaba descansar. Ya en la cama, el sonido del móvil me advirtió de la llegada de un correo electrónico. Consulté el teléfono y era de Patricia. Lo que empecé a leer en el mensaje me asombró por completo e hizo que no pudiese pegar prácticamente ojo en toda la noche.
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