20 de marzo de 2018

LA TÍMIDA LESBIANA


Te conocí a principios de curso en la Universidad. Eras tan callada, tan reservada y tan tímida que enseguida me fijé en ti de entre todas las chicas de la clase. Además, tu dulce belleza me cautivó inmediatamente: ese aspecto juvenil, el rostro de no haber roto nunca un plato, la candidez de tu mirada....No lo dudé ni un segundo: tenías que ser mía y estaba dispuesta a hacer lo que fuera por conseguirlo.

Me senté a tu lado en la segunda hora de nuestra primera jornada de clase e hice lo mismo durante varias jornadas más hasta que logré entablar una conversación contigo. A partir de ahí me fui ganando poco a poco tu confianza y comenzaste a abrirte, pese a que la barrera de la timidez seguía estando presente. A mitad de curso nuestra amistad era ya bastante mayor y venías habitualmente al piso de estudiante, que yo había alquilado, para preparar los exámenes conmigo. Aún recuerdo el día en que, en un breve descanso en los estudios, saqué el tema del sexo. Tus mejillas enrojecieron sobremanera y de forma inmediata y casi ni te atrevías a mirarme, mientras yo hablaba de tíos buenos y macizos y de juegos y fantasías sexuales. Aquella vez te dejé escapar, intencionadamente, vivita y coleando, pero no así en tu siguiente visita a casa. Después de pasar varias horas estudiando juntas, se hizo tarde. Llovía a cántaros y te propuse quedarte a cenar y a dormir. En mi habitación había una cama de sobra. Tuve que insistirte varias veces hasta que conseguí el anhelado “sí”.

Yo tenía ya todo planeado: saqué un buen vino que había comprado y, aunque me dijiste que no bebías alcohol, logré que tomaras una copa. Te engatusé para que bebieras una segunda y luego tú misma te serviste una tercera. Terminaste la cena bastante “alegre” y chisposa, desinhibida y dicharachera, como jamás antes te había visto. “Lo que hace el alcohol”, pensé. Tu risa floja inundaba todo el salón y me di cuenta de que era el momento de culminar mi plan. Me dirigí a mi habitación y saqué la caja donde guardaba mi juego de cuatro “plugs” negros. Nadie puede imaginarse los ratos de placer que me han proporcionado desde que los adquirí en el sexshop que hay cerca de la Facultad. Me quité la camiseta y la minifalda que llevaba, desabroché mi sujetador negro y me despojé del tanga del mismo color, dejándolos sobre el suelo del dormitorio. Aparecí completamente desnuda en el salón y con la caja con los juguetes en mi mano derecha. Tus ojos se abrieron como platos al verme pasar y recorriste con tu mirada en varias ocasiones mi cuerpo de arriba a abajo. Noté cómo mirabas, embobada, mis pechos y los salientes pezones; observé cómo después contemplabas mi sexo, que me ardía y quemaba por la excitación y que ya estaba húmedo.

Ni tú ni yo dijimos nada: abrí la caja y empecé a sacar uno a uno los “plugs” y a colocarlos sobre una tabla. Ordenados de menor a mayor tamaño, quedaron dispuestos para ser usados. Me abrí de piernas y me senté lentamente sobre el más pequeño. La punta del juguete penetró en mi coño resbalando hasta el fondo y me puse a cabalgar lentamente sobre el objeto. De manera deliciosa el juguete invadía una y otra vez mi sexo, proporcionándome un placer infinito. Pero lo que más me calentaba y me hacía estar desesperada como una perra en celo era la manera en que me mirabas. Reaccionaste comenzando a morderte con suma sensualidad el labio inferior de la boca. Poco después tu mano derecha se perdió entre tu blusa azul y empezó a palpar tus senos. Yo me senté sobre el siguiente “plug” y aceleré mi cabalgada. El juguete se mojó rápidamente con los flujos de mi coño y, al volver a mirarte, te habías desnudado de cintura para arriba, regalándome la visión de tus medianos pechos. Boté con fuerza unos instantes más antes de pasar al tercer “plug”. Te levantaste del sofá y te acercaste a mí. Tomaste el juguete que yo acababa de abandonar y empezaste a lamerlo, mientras observabas el movimiento descontrolado de mi cuerpo sobre el penúltimo “plug”. Mis gemidos llenaban todo el salón y sentí cómo se aproximaba el momento del orgasmo. Pasé al último de los juguetes en cuanto te quitaste los jeans y las bragas blancas de encaje, cuya humedad era más que evidente. Como una posesa subía y bajaba sobre el “plug”, que rozaba con fuerza cada milímetro del interior de mi vagina. Un ensordecedor grito salió de mi boca, al tiempo que de mi coño comenzaba a manar un chorro de líquido transparente que lo empapó absolutamente todo. Tras chuparme la raja vaginal restregando y pasando sobre ella tu caliente y hábil lengua, te sentaste sobre el primero de los “plugs”.

Aquella noche no pasaste del primero: te corriste enseguida de lo caliente que estabas. Pero ahora, cuando los usamos, tienes más aguante que yo y es que has pasado de ser una chica tímida a mi perfecta y viciosa amante lesbiana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario