Te
conocí a principios de curso en la Universidad. Eras tan callada,
tan reservada y tan tímida que enseguida me fijé en ti de entre
todas las chicas de la clase. Además, tu dulce belleza me cautivó
inmediatamente: ese aspecto juvenil, el rostro de no haber roto nunca
un plato, la candidez de tu mirada....No lo dudé ni un segundo:
tenías que ser mía y estaba dispuesta a hacer lo que fuera por
conseguirlo.
Me
senté a tu lado en la segunda hora de nuestra primera jornada de
clase e hice lo mismo durante varias jornadas más hasta que logré
entablar una conversación contigo. A partir de ahí me fui ganando
poco a poco tu confianza y comenzaste a abrirte, pese a que la
barrera de la timidez seguía estando presente. A mitad de curso
nuestra amistad era ya bastante mayor y venías habitualmente al piso
de estudiante, que yo había alquilado, para preparar los exámenes
conmigo. Aún recuerdo el día en que, en un breve descanso en los
estudios, saqué el tema del sexo. Tus mejillas enrojecieron
sobremanera y de forma inmediata y casi ni te atrevías a mirarme,
mientras yo hablaba de tíos buenos y macizos y de juegos y fantasías
sexuales. Aquella vez te dejé escapar, intencionadamente, vivita y
coleando, pero no así en tu siguiente visita a casa. Después de
pasar varias horas estudiando juntas, se hizo tarde. Llovía a
cántaros y te propuse quedarte a cenar y a dormir. En mi habitación
había una cama de sobra. Tuve que insistirte varias veces hasta que
conseguí el anhelado “sí”.
Yo
tenía ya todo planeado: saqué un buen vino que había comprado y,
aunque me dijiste que no bebías alcohol, logré que tomaras una
copa. Te engatusé para que bebieras una segunda y luego tú misma te
serviste una tercera. Terminaste la cena bastante “alegre” y
chisposa, desinhibida y dicharachera, como jamás antes te había
visto. “Lo que hace el alcohol”, pensé. Tu risa floja inundaba
todo el salón y me di cuenta de que era el momento de culminar mi
plan. Me dirigí a mi habitación y saqué la caja donde guardaba mi
juego de cuatro “plugs” negros. Nadie puede imaginarse los ratos
de placer que me han proporcionado desde que los adquirí en el
sexshop que hay cerca de la Facultad. Me quité la camiseta y la
minifalda que llevaba, desabroché mi sujetador negro y me despojé
del tanga del mismo color, dejándolos sobre el suelo del dormitorio.
Aparecí completamente desnuda en el salón y con la caja con los
juguetes en mi mano derecha. Tus ojos se abrieron como platos al
verme pasar y recorriste con tu mirada en varias ocasiones mi cuerpo
de arriba a abajo. Noté cómo mirabas, embobada, mis pechos y los
salientes pezones; observé cómo después contemplabas mi sexo, que
me ardía y quemaba por la excitación y que ya estaba húmedo.
Ni
tú ni yo dijimos nada: abrí la caja y empecé a sacar uno a uno los
“plugs” y a colocarlos sobre una tabla. Ordenados de menor a
mayor tamaño, quedaron dispuestos para ser usados. Me abrí de
piernas y me senté lentamente sobre el más pequeño. La punta del
juguete penetró en mi coño resbalando hasta el fondo y me puse a
cabalgar lentamente sobre el objeto. De manera deliciosa el juguete
invadía una y otra vez mi sexo, proporcionándome un placer
infinito. Pero lo que más me calentaba y me hacía estar desesperada
como una perra en celo era la manera en que me mirabas. Reaccionaste
comenzando a morderte con suma sensualidad el labio inferior de la
boca. Poco después tu mano derecha se perdió entre tu blusa azul y
empezó a palpar tus senos. Yo me senté sobre el siguiente “plug”
y aceleré mi cabalgada. El juguete se mojó rápidamente con los
flujos de mi coño y, al volver a mirarte, te habías desnudado de
cintura para arriba, regalándome la visión de tus medianos pechos.
Boté con fuerza unos instantes más antes de pasar al tercer “plug”.
Te levantaste del sofá y te acercaste a mí. Tomaste el juguete que
yo acababa de abandonar y empezaste a lamerlo, mientras observabas el
movimiento descontrolado de mi cuerpo sobre el penúltimo “plug”.
Mis gemidos llenaban todo el salón y sentí cómo se aproximaba el
momento del orgasmo. Pasé al último de los juguetes en cuanto te
quitaste los jeans y las bragas blancas de encaje, cuya humedad era
más que evidente. Como una posesa subía y bajaba sobre el “plug”,
que rozaba con fuerza cada milímetro del interior de mi vagina. Un
ensordecedor grito salió de mi boca, al tiempo que de mi coño
comenzaba a manar un chorro de líquido transparente que lo empapó
absolutamente todo. Tras chuparme la raja vaginal restregando y
pasando sobre ella tu caliente y hábil lengua, te sentaste sobre el
primero de los “plugs”.
Aquella
noche no pasaste del primero: te corriste enseguida de lo caliente
que estabas. Pero ahora, cuando los usamos, tienes más aguante que
yo y es que has pasado de ser una chica tímida a mi perfecta y
viciosa amante lesbiana.
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