11 de febrero de 2018

ESCUELA DE LITERATURA

Sorprendido me quedé hace unos días, cuando recibí un correo electrónico en el que la directora de una escuela femenina de literatura me invitaba a leer uno de mis relatos en su centro. La verdad, no sabía que allí tuvieran conocimiento de mis textos eróticos ni, mucho menos, me esperaba que me hicieran semejante ofrecimiento. Al parecer, la directora llevaba años como lectora en Wattpad y también había escrito alguna que otra obra y fue por ese medio como conoció mis relatos.

La mujer se llamaba Isis y me explicaba el funcionamiento de su escuela en las breves líneas de las que constaba el correo: sólo admitían chicas de entre 16 y 20 años y les inculcaban el gusto por las letras, por la literatura pero también por otras artes como la danza y la pintura. Se reunían tres veces por semana y una vez al mes invitaban a un escritor, pintor o artista para que diera una pequeña charla y, en el caso de los escritores, para que leyeran fragmentos de sus novelas o relatos íntegros. Una vez que leí en el email que la escuela pretendía ser una especie de imitación a la que dirigía Safo en la isla de Lesbos en la Antigua Grecia, me quedó bastante más claro cómo sería realmente dicha escuela. Safo no sólo transmitía enseñanzas artísticas a sus discípulas, sino que también tenía sexo lésbico con aquellas que más le agradaban y todas consideraban esas prácticas sexuales con su maestra como parte del aprendizaje. Por lo tanto, no había que ser un adivino para intuir que la escuela literaria de de Isis sería de la misma índole que la de Safo. Tardé poco en responder y aceptar el ofrecimiento: era la primera vez que se fijaban en mí para una lectura literaria en público y no era cuestión de desaprovechar la ocasión. Por otra parte, lo que las jóvenes hicieran o no con su instructora no era de mi incumbencia. Esa misma noche recibí un segundo correo en agradecimiento a mi asistencia y en el que Isis me indicaba el lugar, el día y la hora del acto. “Miércoles 10 de noviembre. Calle Ambrosía, número 69. Hora: 18:00”, leí en el correo.

El día fijado, unos minutos antes de las 18.00 horas, llamé la puerta que me habían indicado en el email. Era un edificio viejo, aunque reformado, de dos plantas. En mi mano llevaba una carpeta con una copia del relato que había elegido para la ocasión, “Pasiones lésbicas”, y que les leería a las chicas y a su mentora. Me abrió la puerta una mujer morena, de pelo largo y vestida de forma un tanto extraña: únicamente un fino manto blanco cubría su cuerpo y en la cabeza lucía una diadema de laurel. La semitransparencia del peplo o manto dejaba ver bajo la prenda la redondez de los generosos pechos de la mujer y el color oscuro de las areolas y de los pezones. No pude evitar fijarme en ellos un par de segundos hasta que la mujer se me presentó como Iris y me besó en las mejillas

  • No te diré mi nombre, sólo el pseudónimo con el que escribo y que supongo que ya conocerás: Diecisietecomacinco- le aclaré.
  • Encantada de conocerte al fin. Pasemos al fondo, allí esperan ya las chicas- me dijo Isis sonriendo.

Seguí a la mujer, mientras observaba los cuadros que colgaban de la pared: en todos ellos se representaban escenas eróticas de la antigua cultura griega y también había retratos de la propia Safo. 




Aquel lugar estaba diseñado de tal forma que te hacía retroceder sigilos y siglos en el tiempo y eso me generaba un poco de nerviosismo e inquietud. Al acceder a la sala, contemplé a unas quince chicas sentadas en el suelo. Todas iban vestidas igual que Isis, con esos mantos blancos semitransparentes. La única diferencia era que no llevaban la corona de laurel como su mentora. Supuse que dicha corona le otorgaba a la profesora el símbolo de autoridad y de liderazgo. La estancia no era muy grande y las chicas se encontraban sentadas alrededor de una enorme cesta de mimbre rebosante de racimos de uvas. Junto a la cesta se hallaban dispuestas decenas de copas plateadas repletas de vino de un intenso color rojo.

En cuanto entré, las jóvenes se pusieron en pie y se acercaron a mí una a una para saludarme con un beso en cada mejilla, al tiempo que me iban diciendo sus nombres: Melisa, Carla, Penélope....Imposible retenerlos todos en esa rápida sucesión y menos todavía ante semejante desfile de hermosos cuerpos en plena juventud: esbeltos y exuberantes, unos; generosos en curvas, otros; pero todos con un enorme halo de erotismo y sensualidad. Pese a que fuera hacía frío, me empezó a invadir un calor sofocante y bebí un sorbo de agua de la que tenía dispuesta en la pequeña mesa donde Isis me indicó que me colocara para comenzar a leer. Ante de poder hacerlo, la mujer se situó entre sus alumnas, de pie, en primera fila, y abrió su peplo blanco que se deslizó lentamente pero de forma imparable hasta caer al suelo. Isis quedó totalmente desnuda. Sus senos volvieron a atraer mi mirada, que fue descendiendo despacio por aquel cuerpo femenino hasta llegar al vientre y, luego, detenerse en el sexo poblado de una abundante capa de vello púbico negro. Tragué saliva una vez, una segunda y tomé otro trago de agua debido a la impresión. Después sentí cómo las gotas de sudor empezaban a cubrir mi frente.

Aún estaba acalorado por lo que estaba viviendo, cuando Isis hizo una señal con la mano a sus alumnas y éstas se despojaron una tras otra de sus níveos mantos. Ante mí se encontraban, entonces, todas aquellas chicas proporcionándome un increíble y majestuoso espectáculo visual: pechos grandes y pequeños, pezones y areolas rosadas, marrones y oscuras, muslos macizos.....La variedad en la anatomía era amplia, pero todas las adolescentes tenían algo en común: la perfecta depilación del sexo, que lucía libre de todo rastro de vello, a diferencia de lo que ocurría con el de Isis. Ésta les indicó a las jóvenes que se sentaran y ellas obedecieron de inmediato.

  • Cuando quieras, puedes comenzar con la lectura del relato- me indicó Isis.

Mi corazón palpitaba acelerado, mi boca estaba seca por más agua que bebiese y las primeras palabras de mi lectura brotaron temblorosas entre mis labios. En cuanto llegué a la primera escena erótica, cada chica fue llevando una de sus manos a sus senos. Mientras yo leía, ellas masajeaban sus tetas al igual que Isis, quien usaba ambas manos para para apretar sus pechos. Mi espalda y mi torso se empaparon de sudor y noté cómo mi miembro comenzaba a empalmarse. Las palpitaciones en mi verga fueron en aumento hasta provocar que mi pene alcanzara su máximo estado de dureza. Yo tenía que hacer esfuerzos para no perder la concentración y poder continuar leyendo, a la vez que no me perdía detalle de lo que estaba sucediendo ante mis ojos: las jóvenes ya no se autosatisfacían, sino que cada una acariciaba a la que tenía a su lado. Se sobaban los pechos, jugueteaban con los pezones tiesos, a los que friccionaban y de los que tiraban con ansia, antes de aprisionarlos con los húmedos y carnosos labios de la boca. Mi voz seguía dando lectura al relato, mientras las adolescentes escuchaban sin dejar de deleitarse entre sí, chupándose los senos, dejándolos brillantes de saliva y bajando las manos hacia el ya mojado sexo de la respectiva compañera. Una de ellas, creo que la de menor edad, tenía la cabeza metida entre las piernas de Isis y le lamía el coño sin cesar ante los constantes gemidos de la profesora. A veces, las chicas paraban un par de segundos, tomaban una uva de los racimos y la introducían en la boca de otra joven antes de besarla y de compartir el sabor y el jugo de la verdosa fruta. Yo leía y leía casi sin atender ya al contenido del texto y sin saber si las jóvenes estaban siguiendo todavía la trama del relato o, por el contrario, se encontraban plenamente cegadas por el goce sexual. Ahora cada una le comía apasionadamente el coño a otra, restregándole la lengua con suma habilidad por toda la raja y apoderándose del clítoris Fuertes gemidos y suspiros inundaban la estancia y un delicioso aroma a sexo empezaba a llegar a mi nariz. Las chicas no tardaron mucho más en usar los dedos para penetrar con vehemencia el empapado y pringoso monte de Venus de las compañeras de al lado.

El final del relato se acercaba y, como si lo hubiesen calculado al milímetro, las chicas fueron llegando al éxtasis un tras otra. Cuando leí la última frase, todas yacían en el suelo jadeantes, tratando de recuperar la respiración e intentando apoderarse de una copa de vino que calmase su sed. Fue entonces cuando Isis me llamó con la mano. Me encaminé lentamente hacia ella y, al llegar a su altura, varias jóvenes se levantaron, me rodearon y comenzaron a despojarme de la ropa. Mi camisa, los zapatos, los pantalones....Todo era arrancando de mi cuerpo por más de una decena de manos, al tiempo que Isis miraba el espectáculo comiendo uvas y derramando vino sobre sus senos para que varias de sus discípulas lo bebiesen directamente de ellos. La última prenda que me arrancaron fue el bóxer rojo, manchado de líquido preseminal. Una chica rubia y con cara angelical limpió con su lengua la espumosa mancha que mojaba mi prenda íntima antes de arrojarla al suelo. Una vez que me quedé totalmente desnudo, Isis apartó a todas sus alumnas y se acercó a mí. Las adolescentes formaron un corrillo rodeándonos a su mentora y a mí y asistieron como espectadoras privilegiadas al momento en que Isis agarraba mi tiesa verga y comenzaba a agitarla con la mano. Deseosas de ver mi corrida, las chicas jaleaban d¡cada una de las agitaciones que su maestra le propinaba a mi venoso falo. Lo engullía en su boca, mordisqueaba el rojo y palpitante glande, soltaba el pene, lo apretaba y lo sacudía varias veces más antes de volver a empezar de nuevo con todo el proceso paso a paso. Tras varios placenteros minutos, yo no podía más: la cabeza me daba vueltas, en mis oídos retumbaba sin parar el griterío coral de las jóvenes y mi polla estaba a punto de reventar. Cuando Isis me la machacó un par de veces más con una fuerza descomunal, de mi glande empezaron a manar varios chorros de semen caliente y espeso que aterrizaron sin control alguno en la cara y en los senos de la mujer, hasta dejarlos prácticamente teñidos de blanco. Mientras de la punta de mi verga al suelo los últimos restos de esperma, las chicas se abalanzaron como posesas sobre su profesora para lamer de ella la leche de mi eyaculación, probar su intenso sabor u no detenerse ya hasta dejar el cuerpo y la piel de Isis completamente limpio y sin rastro alguno de mi corrida.

Hoy, días después de lo sucedido, me ha llegado un email. Es de Isis: quiere que me convierta en lector fijo de su escuela y que acuda allí cada mes para leer uno de mis relatos. Evidentemente, acabo de responderle con una respuesta afirmativa.



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