17 de agosto de 2016

CUATRO POLLAS Y UN FUNERAL

No lo niegues: te casaste con ese ricachón por su dinero. Era lo único que te importaba. Sus montones de monedas, los fajos enormes de billetes y su cuenta corriente con muchos ceros hicieron que te unieses a ese maduro sexagenario. Todo eso hacía que el tener que chuparle de vez en cuando su arrugado nabo y recibir sus débiles embestidas en tu coño fuera más llevadero. Al fin y al cabo el pobre sólo aguantaba ya un par de minutos antes de soltar un tenue y escueto chorro de leche.

Pero un día se te fue la mano: lo excitaste más de la cuenta con ese provocativo picardías que te regaló unas horas antes y el maduro cayó fulminado en pleno coito. El cuerpo de puta de una joven de 28 años fue demasiado para él.
Su familia, de extrañas costumbres, quiso celebrar una comida tras el funeral como homenaje al difunto. El chalet que acababas de heredar tras su fallecimiento fue el lugar escogido. Vestida de viuda, con ese traje negro cuya falda no llegaba ni a la mitad de los muslos, atrajiste desde un primer momento la atención de los cuatro chicos que servían el cátering. ¿Cuánto tiempo hacía que no sentías dentro una verdadera polla? ¿Cuánto sin que te follasen en condiciones? ¿Cuánto sin tener uno de esos orgasmos que alcanzabas cuando mi macizo y tieso rabo te penetraba incansable en los años en que estuvimos juntos? Sin embargo, elegiste el dinero de aquel desgraciado tipo y ahora ansiabas como nunca antes una buena verga. Y esos cuatro del cátering parecían tenerlas duras. Así se las habías puesto, mostrándoles con disimulo tus infinitas piernas envueltas en las medias negras. Provocaste que se les empalmara el pene, cuando se turnaban para acercarse a ti, de uno en uno, para servirte más vino caro y delicioso en tu copa y separabas las piernas exponiendo ante ellos tu negro y transparente tanga. Con cada mirada al paquete de esos jóvenes el tanga se mojaba más y tus pezones se empitonaban por la excitación. Encendiste sobremanera a esos chicos pasando la húmeda lengua por tus labios rojos carmín.




Poco a poco los invitados se fueron marchando, no sin antes reiterarte las condolencias, que tú agradecías secándote alguna lágrima de cocodrilo, mientras tu sexo no dejaba de palpitar ni de derramar otro tipo de “lágrimas”. Al fin te quedaste a solas con los cuatro muchachos, que debían recoger todo lo del banquete y marcharse. Pero eso sucedió después de que cada uno de ellos, de dos en dos, te follara como bestia tus tres agujeros hasta dejarte atascada y llena de leche, cosa que les compensaste entregándoles como trofeo a uno, tu sujetador negro; a otro, el más afortunado, el tanga impregnado de aroma a zorra; al tercero, tus medias desgarradas y con restos de semen y flujos; y al cuarto, tus oscuros zapatos de vertiginoso tacón. 

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