No
lo niegues: te casaste con ese ricachón por su dinero. Era lo único
que te importaba. Sus montones de monedas, los fajos enormes de
billetes y su cuenta corriente con muchos ceros hicieron que te
unieses a ese maduro sexagenario. Todo eso hacía que el tener que
chuparle de vez en cuando su arrugado nabo y recibir sus débiles
embestidas en tu coño fuera más llevadero. Al fin y al cabo el
pobre sólo aguantaba ya un par de minutos antes de soltar un tenue y
escueto chorro de leche.
Pero
un día se te fue la mano: lo excitaste más de la cuenta con ese
provocativo picardías que te regaló unas horas antes y el maduro
cayó fulminado en pleno coito. El cuerpo de puta de una joven de 28
años fue demasiado para él.
Su
familia, de extrañas costumbres, quiso celebrar una comida tras el
funeral como homenaje al difunto. El chalet que acababas de heredar
tras su fallecimiento fue el lugar escogido. Vestida de viuda, con
ese traje negro cuya falda no llegaba ni a la mitad de los muslos,
atrajiste desde un primer momento la atención de los cuatro chicos
que servían el cátering. ¿Cuánto tiempo hacía que no sentías
dentro una verdadera polla? ¿Cuánto sin que te follasen en
condiciones? ¿Cuánto sin tener uno de esos orgasmos que alcanzabas
cuando mi macizo y tieso rabo te penetraba incansable en los años en
que estuvimos juntos? Sin embargo, elegiste el dinero de aquel
desgraciado tipo y ahora ansiabas como nunca antes una buena verga. Y
esos cuatro del cátering parecían tenerlas duras. Así se las
habías puesto, mostrándoles con disimulo tus infinitas piernas
envueltas en las medias negras. Provocaste que se les empalmara el
pene, cuando se turnaban para acercarse a ti, de uno en uno, para
servirte más vino caro y delicioso en tu copa y separabas las
piernas exponiendo ante ellos tu negro y transparente tanga. Con cada
mirada al paquete de esos jóvenes el tanga se mojaba más y tus
pezones se empitonaban por la excitación. Encendiste sobremanera a
esos chicos pasando la húmeda lengua por tus labios rojos carmín.
Poco
a poco los invitados se fueron marchando, no sin antes reiterarte las
condolencias, que tú agradecías secándote alguna lágrima de
cocodrilo, mientras tu sexo no dejaba de palpitar ni de derramar otro
tipo de “lágrimas”. Al fin te quedaste a solas con los cuatro
muchachos, que debían recoger todo lo del banquete y marcharse. Pero
eso sucedió después de que cada uno de ellos, de dos en dos, te
follara como bestia tus tres agujeros hasta dejarte atascada y llena
de leche, cosa que les compensaste entregándoles como trofeo a uno,
tu sujetador negro; a otro, el más afortunado, el tanga impregnado
de aroma a zorra; al tercero, tus medias desgarradas y con restos de
semen y flujos; y al cuarto, tus oscuros zapatos de vertiginoso
tacón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario