30 de agosto de 2016

FEMDOM PALACE: LA MUJER DOMINA (2)

Fusta, medias negras, botas de tacón, arnés....¿Ya estás preparada para convertirte en una perfecta Ama?





28 de agosto de 2016

BESANDO TU CUELLO




Sé que si mis apasionados labios
humedecen tu cuello con besos;
sé que si mi traviesa boca
arranca ansiosa tu ropa,
se estremecerá todo tu cuerpo,
brillarán tus verdosos ojos,
se encenderán tus tibios pechos,

arderá, húmedo y palpitante, tu sexo.

FEMDOM PALACE: LA MUJER DOMINA (1)

Bienvenidos a Femdom Palace, el palacio donde las mujeres son las que dominan. ¿Te has portado mal y mereces ser castigado? ¿Quieres que te aten y quedar a merced de una Ama?

¿Y tú, mujer? ¿Te gusta jugar a Ama y llevar las riendas del juego? ¿Atarlo de pies y manos, vendarle los ojos y que quede indefenso ante ti?

Pasad a este palacio. No os arrepentiréis.


 




20 de agosto de 2016

CRÓNICA DE UN INCESTO (1)

Llevaba ya varios meses observando que mi hijo Sandro se pasaba horas y horas sentado ante su ordenador portátil. Comencé a tener esa percepción al poco tiempo de separarme de mi esposo. Tras el divorcio, mi exmarido se marchó a trabajar al extranjero, por lo que me hice cargo de la custodia de mi hijo prácticamente durante todos los meses del año, excepto algún que otro periodo vacacional. En un primer momento me preocupé por la actitud de Sandro: pensé que la separación le había afectado hasta el punto de encerrarse muchas horas en su cuarto y no salir apenas.

Al cabo de varias semanas intenté averiguar en qué invertía todo ese tiempo ante la pantalla, creyendo que estaba “enganchado” a algún juego o red social. Entré varias veces en su dormitorio con la excusa de llevarle algún refresco o de preguntarle algo y me quedé más tranquila al comprobar que cada una de esas ocasiones en las que accedía a su habitación estaba escribiendo. No había rastro de juegos ni de cosas raras en la pantalla, sino de largos textos de los que no podía concretar el contenido. Me sentí aliviada tras hacer esa comprobación. Nunca antes lo había visto dedicarse a la escritura y me pareció un tanto extraño que un chico joven de 17 años hubiese empezado con esa nueva afición de manera tan obsesiva pero, al menos, era una actividad provechosa y beneficiosa. Los días seguían pasando y la situación no cambiaba: Sandro llegaba del instituto, comíamos juntos, se metía en su habitación y ya casi no lo veía hasta la hora de cenar.

Una mañana que no tuve que ir a trabajar a la oficina por estar en obras de reforma, me dediqué a hacer un poco de limpieza en casa y a reciclar ropa vieja y usada y a llevarla a un contenedor cercano dispuesto para tales efectos. Tras dejar en orden mi dormitorio, fui al de mi hijo. Quería aprovechar el hecho de que estuviera en clase para arreglar el pequeño caos que había en el interior de su cuarto. Me encontraba limpiando el polvo, cuando se me cayó una caja azul de cartón duro y de tamaño mediano. Al golpear contra el suelo, se abrió la tapa y de la caja salieron un cuaderno rojo y un pendrive del mismo color. Fui a introducirlos de nuevo en la caja pero la curiosidad me invadió y me empujó a pasar la cubierta del cuaderno y llegar a la primera página. Me quedé paralizada al leer en letras mayúsculas: “MASTURBÁNDOME CON EL TANGA DE MI MADRE”.

De pronto, mi corazón se aceleró y, tras unos segundos de dudas y de incredulidad ante lo que acababa de ver, empecé a leer lo que parecía un relato erótico. Conocía de sobra la letra a mano de mi hijo y sabía que aquello que estaba leyendo estaba escrito de su puño y letra. En ese texto Sandro narraba y describía con todo lujo de detalles cómo se había hecho una paja con un tanga de su propia madre hasta correrse a chorros. No era un relato demasiado extenso pero el erotismo y el alto grado de pornografía que contenía le daban un elevado nivel de intensidad. Al acabar la lectura, me sentía desconcertada: me entró la duda de si lo contado por mi hijo era fruto de su imaginación o era algo real, que él había experimentado. Fuera como fuese, una cosa estaba bien clara: Sandro fantaseaba conmigo.

Me encontraba sumida en esos pensamientos, cuando de repente sentí que las braguitas azules que llevaba puestas se me habían mojado: el relato de mi hijo había provocado que me excitase hasta el punto de empapar la prenda con mis flujos. Debo reconocer que me avergoncé y me sentí culpable al notar dicha humedad en mi ropa íntima y cerré de inmediato el cuaderno enfadada conmigo misma. Fui a meterlo en la caja junto con el lápiz de memoria y fue entonces cuando me percaté de que dentro había un pequeña bolsa de plástico blanca y semitransparente. Se apreciaba con nitidez que en su interior había algo rojo. Al observarlo mejor, me di cuenta de que se trataba de un tanga mío rojo al que hacía ya tiempo que daba por perdido, creyendo que se me habría caído por el patio interior de la comunidad de vecinos mientras tendía la ropa.



No daba crédito cuando extraje el tanga de la bolsa y confirmé que era el mío: Sandro se había apoderado de él y lo había escondido allí.
Recordé el relato que acababa de leer y comencé a considerar seriamente la opción de que lo que mi hijo había escrito no era algo ficticio, sino real. Justo en ese instante comencé a percibir un olor intenso. Acerqué el tanga a mi nariz y el olor que de él manaba me hizo saber que estaba sucio. No tardé en reconocer en el forrito interno para la entrepierna el aroma salvaje de mi coño, lo cual me llevó a pensar que mi hijo había cogido el tanga del cesto de la ropa sucia.
Pero no era el único olor que impregnaba mi tanga: en el tejido, en la parte delantera, distinguí el inconfundible olor a semen seco. Durante el tiempo en que estuve casada con mi marido, una de las prácticas que más realizábamos era el sexo oral: en infinidad de ocasiones mi esposo se corrió en mi boca, en mi frente, en mi rostro y me familiaricé con ese intenso y fuerte olor y sabor.

Mi asombro y mi sorpresa iban cada vez en aumento al darme cuenta de que Sandro se había corrido en mi propio tanga. ¿Habría sido esa la primera vez? ¿Desde cuándo tenía esas fantasías conmigo? ¿Mi hijo era fetichista de las bragas y tangas usados de su madre y se machacaba la polla pensando en ellos y en mí, hasta terminar por correrse?

Yo estaba con un tremendo desorden mental ante lo vivido y en mi cabeza se mezclaban la indignación, el estupor y el enfado, más aun cuando continuaba notando mi tanga mojado por culpa del relato de mi hijo. Supuse que el pendrive que había en la caja tenía algo que ver con los relatos y estuve tentada en aquel momento de averiguar qué contenía exactamente. Pero Sandro no iba ya a tardar mucho en regresar y además necesitaba calmarme un poco de tantas emociones fuertes vividas en tan poco tiempo. Así que coloqué todo en su sitio tal y como estaba antes para que mi hijo no notase nada raro, terminé de hacer la limpieza en la habitación y salí de ella. En mi cabeza seguía presente todo lo que acababa de descubrir y, mientras preparaba la comida, no dejé de pensar en ello.

Cuando mi hijo abrió la puerta de la vivienda y me saludó, se me encogió el corazón. Apenas pude balbucear un tímido “Hola, Sandro”. Sabía que tenía que tranquilizarme, si no quería que mi hijo notase que ocurría algo y empezara a hacer preguntas. Pero me resultó difícil fingir naturalidad. Durante la comida, Sandro, al ver que yo estaba mucho más callada que de costumbre, me preguntó:

  • Mamá, ¿te pasa algo? ¿Estás bien?
  • No te preocupes, no es nada. Es que tuve una mañana muy atareada aquí en casa y estoy un poco cansada. Ahora dormiré una siesta y se me pasará- le respondí.

Mis palabras parecieron convencer a mi hijo y terminamos de comer. Después de que me ayudase a recoger la cocina y tras ver juntos un rato la tele, Sandro se levantó del sofá y se dirigió a su cuarto. No tardé en oír el sonido del ordenador al iniciar sesión y luego el de las teclas pulsadas por Sandro. De inmediato comencé a imaginar qué estaría escribiendo. Decidí encaminarme hacia mi habitación y tumbarme en la cama para descansar. Tras varios minutos de reflexión, el sueño se apoderó de mí y me quedé dormida. Al despertar de la siesta, me arreglé un poco y fui tomar un café con una amiga, con la que había quedado el día anterior. Cuando me despedí de mi hijo y salí de casa, Sandro continuaba en su habitación escribiendo, cosa que no hizo más que recordarme mi descubrimiento matutino.

Tomando el café con mi amiga Jéssica, ella también percibió algo extraño en mí y tuve que mentir de nuevo diciendo que me encontraba cansada.

  • A ti lo que te hace falta es olvidarte de una vez del capullo de tu exmarido y buscarte a alguien que te dé un poco de marcha para ese cuerpo que tienes- me indicó Jéssica riéndose.
Consiguió arrancarme una sonrisa y continuó hablando:

  • ¿Ves? Esa sonrisa es un “sí”, o sea, que me das la razón. Mírame a mí: después de separarme, me llevé un tiempo desanimada y alicaída Pero desde que estoy con mi monitor de gimnasio, casi diez años más joven que yo, soy otra. Créeme, lo que te hace falta es follar a diario como hacemos nosotros.

Los intentos de mi amiga por animarme y su interpretación errónea de lo que me sucedía sólo consiguieron meter todavía más el dedo en la llaga, pues tuve que aguantar varios minutos más de escucha de sus hazañas y juegos sexuales con el monitor. Lo que yo menos necesitaba era oír hablar sobre sexo, pero ella seguía y seguía. Cuando nos despedimos, nos citamos para la siguiente semana para volver a tomar café juntas. Regresé a casa con un caos aun mayor del que tenía cuando salí. En lugar de poder olvidarme un rato de lo de mi hijo, la charla sexual de Jéssica lo había impedido y debo reconocer que algunos de los episodios narrados y descritos por ella habían llegado a encenderme un poco. Al fin y al cabo una no es de piedra.

Al entrar en mi vivienda, vi que Sandro no estaba. Supuse que habría salido un momento o que habría ido a casa de algún amigo. Allí sola, parada delante de la puerta de su habitación, contemplando la caja en la que se escondía ese cuaderno y el pendrive, me invadieron las ganas de entrar y volver a curiosear y a leer más y despejar mis dudas sobre el contenido de aquel lápiz de memoria. Finalmente accedí al cuarto de mi hijo y, cuando iba a destapar la caja, escuché la puerta de casa abrirse. Inmediatamente abandoné la habitación justo antes de que Sandro me pillara allí. Con el corazón en la garganta por el sobresalto y por el susto, lo saludé y respiré aliviada por no haber sido descubierta.

Aquella tarde-noche transcurrió ya con cierta normalidad, si bien el asunto no dejó de estar presente en mi mente ni un instante. Ya acostada en mi cama antes de dormir, tomé la decisión de que, en cuanto tuviese una buena oportunidad, volvería a la habitación de Sandro a saciar definitivamente toda mi curiosidad. Y, afortunadamente, no tardó mucho en presentarse. Y digo “afortunadamente” porque en los siguientes días al descubrimiento del cuaderno empecé a obsesionarme tanto que cada vez mi hijo entraba al baño a ducharse o a lo que fuese, yo estaba pendiente del tiempo que se llevaba dentro y, si tardaba demasiado en salir, no podía evitar pensar en el hecho de que tal vez estuviese masturbándose o jugando nuevamente con mi tanga robado.

Como digo, no tardé mucho en lograr mi objetivo. El domingo, unos días más tarde de mi hallazgo, Sandro quedó con un par de compañeros de clase para ir al Salón Internacional del Cómic, que se celebraba aquel fin de semana en la ciudad. Me dijo que pasaría allí toda la mañana y que luego comería algo con sus compañeros en un establecimiento de comida rápida, antes de regresar a casa.
Cuando se marchó temprano aquella mañana dominical, supe que tenía al fin vía libre durante unas horas para explorar en el cuaderno y averiguar el contenido del pendrive.
Por precaución dejé pasar unos minutos desde que mi hijo se marchó de casa y luego me dirigí ya a su cuarto. Lo hice nerviosa, con el corazón palpitándome a mil por hora. Abrí la caja y saqué el cuaderno con las manos temblorosas. Inmediatamente comencé a pasar las hojas y comprobé que, además del relato que ya había leído, existían otros tres más. Todos ellos hacían alusión en el título a una madre y los relacioné enseguida con el primero. Supuse que esa madre a la que hacían referencia los nuevos títulos era de nuevo yo.

No pude resistirme a echar un rápido vistazo a las primeras líneas de cada una de esas tres historias y eso no hizo más que confirmar mis sospechas. En efecto, la mujer descrita era yo y no sólo eso: el otro protagonista de los hechos era mi propio hijo. Uno de esos relatos se titulaba “Mi madre se exhibe en el autobús”, otro “Gozando de mi madre en la playa” y el último “Follando a mi madre con dos amigos”.
De nuevo la perplejidad se apoderó de mí: era evidente que mi hijo fantaseaba conmigo y que yo le servía como inspiración para sus relatos.
Tendría que haber cerrado en ese momento el cuaderno y haber intentado olvidarme del asunto. Debería haber abandonado la habitación de Sandro y dejar de obsesionarme con el tema. Pero no lo hice: la curiosidad por saber qué cosas imaginaba mi hijo sobre mí pudo con todo lo demás. Eso y el recuerdo de lo que me provocó la lectura días antes del relato de mi tanga que, aunque me avergüence reconocerlo, me excitó. El no salir de la habitación y continuar investigando fue mi perdición.

Una vez que decidí quedarme, pensé en leer uno por uno los relatos del cuaderno pero mi mirada se fijó entonces en el pendrive rojo: allí estaba, dentro de la caja y todavía no tenía ni idea de lo que podría contener. Así que tomé la decisión de dejar para luego el cuaderno y centrarme en el lápiz de memoria. Salí del cuarto de Sandro y me dirigí a la mía con el pendrive en la mano. Encendí mi ordenador, conecté el lápiz de memoria y abrí su contenido: había varias carpetas, cada una con un nombre: “Microrrelatos”, “Voyeurismo”, “Sexo con maduras” y “Amor filial”. Tardé unos segundos en salir de mi asombro y, cuando reaccioné, lo primero que hice fue volcar en mi ordenador todo el contenido del lápiz de memoria. Así ya no tendría problemas para revisarlo con toda la tranquilidad del mundo. Acto seguido regresé a la habitación de Sandro y volví a poner en la caja el pendrive.
Me sentí un tanto aliviada, pues ahora ya podría curiosear sin miedo a ser descubierta por mi hijo.
Con esa tranquilidad en el cuerpo y recordando los títulos de esos relatos y los nombres de las carpetas de archivos, me encaminé de nuevo a mi habitación.

Tras entrar, opté por pinchar primero en la que ponía “Microrrelatos”: aparecieron varios archivos de texto con títulos muy sugerentes. Repetí la acción con el resto de carpetas y cada una englobaba tres o cuatro textos. Preferí no abrir ninguno más, pues mi siguiente objetivo era investigar en la carpeta de “Amor filial”. Me encontré entonces con los tres mismos textos que había visto antes en el cuaderno y pinché sobre el que ya había leído al completo (“Masturbándome con el tanga de mi madre”).
Ante mis ojos aparecieron las palabras que conformaban ese texto pero había una gran novedad: en la parte final aparecía añadida un foto del tanga que mi hijo cogió del cesto de la ropa. Me impresionó ver ahí expuesta la imagen de mi sucio tanga entre la últimas líneas del texto. Pero en lugar de cerrar el archivo, lo que hice fue releer la historia, en esta ocasión más despacio que la vez anterior. Cada párrafo, cada línea del relato rezumaban un gran dosis de erotismo y de provocación. Sentí cómo mi coño se humedecía conforme yo avanzaba en la lectura. Noté mis bragas mojadas bajo el jeans que llevaba puesto y cómo mis oscuros pezones se endurecían oprimidos por el sujetador y por la camiseta azul. Eso me llevó a sucumbir a la tentación de leer otro de los relatos. Elegí el titulado “Mi madre se exhibe en el autobús”. En él Sandro narraba y describía un viaje juntos en un autobús urbano y mis juegos exhibicionistas ante sus ojos y los de otro viajero. Toda la escena del bus estaba tan bien detallada que te hacía sentir como si la estuvieras viviendo realmente. Mi calentura estaba llegando al límite y, a la mitad del relato, mi mano se perdió entre el jeans y comenzó a acariciar mi palpitante sexo. Mientras avanzaba en la lectura, mis dedos se empapaban cada vez más de mis flujos vaginales y opté por bajarme el pantalón y las bragas hasta los tobillos para tocarme y masturbarme con mayor comodidad y facilidad. En ese momento dejé a un lado el pensamiento de que me estaba masturbando por culpa de mi hijo: sólo me dejaba llevar por mis ganas, por mi deseo sexual y no era capaz de pensar en nada más. Varios dedos penetraron a la vez mi coño hasta hundirse por completo en él. Cada línea leída de la historia venía acompañada por un par de impulsos de mi mano que me causaban un enorme placer. Chupé y lamí mis propios jugos antes de volver a enterrar los dedos entre mis carnosos labios vaginales y empujarlos y sacarlos una y otra vez. Aceleré como un loca y no aguanté mucho más: me corrí sin ni siquiera haber llegado al final del relato. Lo hice justo a la altura de la historia en la que mi hijo se deleitaba observando mis braguitas mojadas en el autobús, mientras mi mirada se clavaba en su hinchado bulto bajo el pantalón y en el del pasajero que asistía también complacido a la escena.

Extasiada, abierta de piernas y con la respiración agitada continué leyendo el relato. Sandro terminaba la historia dándole otra vuelta de tuerca: narraba cómo por la noche, ya de regreso a casa tras la exhibición en el autobús, yo me masturbaba en mi habitación pensando en todo lo acontecido y usando para ello un dildo. El color, el tamaño y la forma coincidían con el que tengo guardado en uno de mis cajones y, al pasar a la siguiente página del relato, mis sospechas se confirmaron: una foto de mi dildo azul estaba ahí, casi al final del texto para ilustrar mejor las escenas descritas. Me quedé con la boca abierta: Sandro había rebuscado en los cajones donde guardo la lencería y ese juguete erótico y tras tomarle una foto la había publicado en el relato.

Lo normal era que me hubiese indignado con mi hijo y que me hubiese enfado en ese instante. Pero no tuve esos sentimientos de enfado: el ardor que recorría todo mi cuerpo me lo impedía. Me quité las zapatillas deportivas que llevaba, me saqué los jeans y las bragas y me despojé de la camiseta y del sujetador, quedándome completamente desnuda. 


Observé mis marrones pezones, tiesos y endurecidos, apuntando hacia delante. Abrí mi cajón, retiré un par de prendas y allí apareció el dildo ante mis ojos. Lo extraje celosamente y pasé la yema los dedos de arriba a abajo por toda la larga y gruesa superficie empezando por la redondez de su punta hasta acabar en la base. Repetí varias veces más la acción con los ojos cerrados, imaginando que aquello que tenía en mi mano no era un dildo sino una auténtica polla gorda y empalmada que estaba a punto de follarme y de partirme el coño.

Me tumbé en la cama y, tras juguetear unos instantes con la punta del juguete sobre mis areolas y pezones, deslicé el dildo por mi cuerpo, llegué hasta mi vientre y rocé mi vello púbico justo antes de restregarlo sobre la raja de mi sexo. Inmediatamente el color azul comenzó a brillar por la humedad y empecé a enterrar el dildo centímetro a centímetro dentro de mi coño. Lo metí entero, hasta el fondo; lo saqué despacio y lo volví a meter. Poco a poco fui incrementando la velocidad tratando de imitar la descripción que momentos antes había leído en el relato de Sandro. Mis primeros gemidos rompieron el silencio que reinaba hasta entonces en la habitación. Sentía placer, mucho deleite y no recordaba haber experimentado tanto goce en ninguna de las muchas ocasiones anteriores en las que había hecho uso del juguete. Imprimí mayor vehemencia a mis movimientos y el objeto azul taladraba mi sexo sin compasión. Sudorosa y acalorada seguí empujando sin cesar el juguete hasta que noté que se acercaba el clímax. En el relato mi hijo narraba cómo su madre paraba justo antes de correrse y cómo luego, tras unos segundos de pausa, retomaba la masturbación. Eso fue precisamente lo que hice: disminuí el ritmo y dejé mi coño con ganas de explotar y de reventar por completo. Proseguí, pero me masturbaba ya muy despacio, de forma lenta, sintiendo al máximo cada penetración del dildo. Estuve así varios minutos y luego volví a acelerar de forma progresiva hasta alcanzar de nuevo un ritmo endiablado.

Con todas mis ganas machacaba una y otra vez mi sexo, mientras los flujos resbalaban parsimoniosamente por la cara interna de los muslos y empapaban las sábanas de la cama. Yo gemía sin detenimiento y sentía contracciones en el bajo vientre. Según el relato de mi hijo, debía parar otra vez, y luego comenzar de nuevo a masturbarme. Pero ya no me fue posible prolongar más la “tortura” descrita en el texto: tras un último arreón, de mi sexo empezó a brotar un imparable chorro de líquido blancuzco que terminó mojando mis desnudas piernas y gran parte de la cama. Exhausta lamí con la lengua el dildo de arriba a abajo y probé el rico sabor de mi propio sexo.

Permanecí unos minutos tumbada hasta recuperar las fuerzas suficientes como para levantarme. Me acerqué entonces al ordenador y retomé la lectura del último párrafo del relato, tras el cual me esperaba una última sorpresa: mi hijo invitaba a la lectura de todos sus otros relatos y añadía la dirección de una página web donde estaban publicados. Sandro no se limitaba a escribir para él sus fantasías ni, tal vez, para que las leyeran sus amigos, sino que publicaba sus textos en una página de relatos eróticos y pornográficos que tenía gran cantidad de usuarios.
Me encontraba agotada y empezaba a hacerse tarde, por lo que decidí reservar para luego el momento de entrar en dicha página e investigar más a fondo en ella las andanzas de mi hijo.







19 de agosto de 2016

EL ARTE DEL EROTISMO (7)

Gozando mientras le comen el coño.




EL CURA YA TIENE PUTA

  • Podéis ir en paz- pronuncia Gerardo desde su púlpito.

Una a una las feligresas van abandonando la parroquia y digo “feligresas” en femenino porque todas las asistentes a la misa de 11.00 son mujeres. Es lo que sucede cuando el cura es alguien como Gerardo: alto, corpulento, con aires de galán, con voz grave y penetrante y con un carisma tal que sería capaz de convencer de cualquier cosa a quienes lo escuchan predicar. Tiene a todas las parroquianas comiendo a sus pies, suspirando por un sonrisa suya, embobadas y pendientes de cada uno de sus gestos.

Tú eres una de ellas: usas cada domingo tu perfume caro, te maquillas como si fueras a una fiesta nocturna y te pones tus vestidos más sexys y escotados. Tu marido, inocente y que se queda en casa, ni siquiera imagina el motivo: deseas atraer las miradas del cura en plena competición con las demás feligresas por ver quién se lleva el gato o, en este caso, el cura al agua.
Mírate hoy: tus grandes pechos libres de sujetador casi se salen del escote del vestido que luces y los pezones tiesos se marcan como dos enormes botones en el tejido. Tus piernas esbeltas quedan al aire casi al completo, pues la fina tela del vestido apenas cubre hasta el final de tus glúteos. Un tanga blanco transparente, cuyo triángulo trasero viola la raja de tu culo a cada paso que das, completa tu vestimenta junto con unos zapatos rojos de tacón.

Mientras todas salen, te acercas a Gerardo y tras saludarlo efusivamente te quejas de un molesto dolor en la cintura, sabedora de que el sacerdote alardea con frecuencia en las reuniones parroquiales de tener la capacidad para aliviar dolores. Lo miras de forma pícara y Gerardo te invita a pasar hacia dentro, hacia la casa sacerdotal. No dudas en tumbarte en esa especie de camilla que hay y comienzas a quitarte el vestido tras la indicación del cura, que mira para otro lado. Cuando vuelve a girarse te ve ya desnuda, tumbada bocabajo, únicamente con el minúsculo tanga puesto, cuya blancura resalta sobre tu piel acanelada. Las manos del cura no tardan en masajear tu cintura y la parte baja de tu espalda. Cierras los ojos disfrutando de esa sensación placentera y de haber logrado que Gerardo te ponga sus manos encima. Pero no sólo has conseguido esa pequeña victoria sobre las otras feligresas: la polla del cura se va empalmando conforme roza tu cuerpo. Se muere de deseo por ti. Lo habías calentado durante la liturgia cuando, sentada en primera fila y sin cruzar las piernas, habías exhibido ante sus ojos la transparencia de tu sensual tanguita, bajo el cual se hacían visibles una fina y cuidada capa de vello púbico y la raja húmeda de tu coño.

Se te escapan un par de gemidos cuando las manos del cura rozan tus nalgas y deslizan con atrevimiento el tanga hasta sacártelo por los pies y dejarte en pelotas por completo. Aspira con fuerza el olor que has dejado impregnado en la prenda antes de guardársela en el bolsillo de su pantalón. Lo siguiente que oyes es el sonido de la cremallera del mismo que se baja, dejando salir el miembro erecto y tieso de Gerardo. Te lo restriega por los glúteos, humedeciéndolos de líquido preseminal. Es entonces cuando te giras y te abres entera de piernas, ofreciéndole tu coño mojado al cura, que no duda en insertar su macizo y grueso falo dentro.
¡Con qué fuerza empuja! ¡Con qué ganas embiste, llevando su polla una y otra vez hacia lo más hondo de ti! Gimes de placer, mientras los dedos del párroco agarran tus tetas y las manosean con frenesí.
Tu sexo palpita ante cada incursión vehemente de ese tremendo y santo rabo que acelera el ritmo de penetración, provocando que grites extasiada. La polla del cura ya no aguanta más y, tras un par de violentos arreones y después de haberte arrancado un delicioso orgasmo, inunda tu coño de sagrada e hirviente leche blanca.

  • El domingo que viene vendré para otra sesión de masaje- le dices, sonriente, a Gerardo.
  • La casa de Dios siempre está abierta, puedes venir cuando quieras, no solamente los domingos- te contesta el párroco, mientras tú te vistes y él saca del bolsillo tu tanga para limpiarse los restos de semen que gotean de su rojizo glande, antes de volver a guardar la prenda en el pantalón.

                                                 (Dibujo del artista italiano Milo Manara)


Contoneando las caderas y moviendo el trasero provocativamente, abandonas la casa y la parroquia ante la atenta mirada del sacerdote. Las masturbaciones diarias de Gerardo han pasado a mejor vida porque desde hoy el cura ya tiene puta. 

18 de agosto de 2016

GIFS XXX (1)

Hoy estreno una nueva etiqueta, una nueva sección, que va dedicada a gifs de alto contenido erótico y pornográfico. Algunos están tomados de internet, otros serán de mi propia elaboración.
Espero que con este primer gif suba un poco la temperatura....corporal, que la ambiental ya está muy elevada, al menos por el sur.


17 de agosto de 2016

CUATRO POLLAS Y UN FUNERAL

No lo niegues: te casaste con ese ricachón por su dinero. Era lo único que te importaba. Sus montones de monedas, los fajos enormes de billetes y su cuenta corriente con muchos ceros hicieron que te unieses a ese maduro sexagenario. Todo eso hacía que el tener que chuparle de vez en cuando su arrugado nabo y recibir sus débiles embestidas en tu coño fuera más llevadero. Al fin y al cabo el pobre sólo aguantaba ya un par de minutos antes de soltar un tenue y escueto chorro de leche.

Pero un día se te fue la mano: lo excitaste más de la cuenta con ese provocativo picardías que te regaló unas horas antes y el maduro cayó fulminado en pleno coito. El cuerpo de puta de una joven de 28 años fue demasiado para él.
Su familia, de extrañas costumbres, quiso celebrar una comida tras el funeral como homenaje al difunto. El chalet que acababas de heredar tras su fallecimiento fue el lugar escogido. Vestida de viuda, con ese traje negro cuya falda no llegaba ni a la mitad de los muslos, atrajiste desde un primer momento la atención de los cuatro chicos que servían el cátering. ¿Cuánto tiempo hacía que no sentías dentro una verdadera polla? ¿Cuánto sin que te follasen en condiciones? ¿Cuánto sin tener uno de esos orgasmos que alcanzabas cuando mi macizo y tieso rabo te penetraba incansable en los años en que estuvimos juntos? Sin embargo, elegiste el dinero de aquel desgraciado tipo y ahora ansiabas como nunca antes una buena verga. Y esos cuatro del cátering parecían tenerlas duras. Así se las habías puesto, mostrándoles con disimulo tus infinitas piernas envueltas en las medias negras. Provocaste que se les empalmara el pene, cuando se turnaban para acercarse a ti, de uno en uno, para servirte más vino caro y delicioso en tu copa y separabas las piernas exponiendo ante ellos tu negro y transparente tanga. Con cada mirada al paquete de esos jóvenes el tanga se mojaba más y tus pezones se empitonaban por la excitación. Encendiste sobremanera a esos chicos pasando la húmeda lengua por tus labios rojos carmín.




Poco a poco los invitados se fueron marchando, no sin antes reiterarte las condolencias, que tú agradecías secándote alguna lágrima de cocodrilo, mientras tu sexo no dejaba de palpitar ni de derramar otro tipo de “lágrimas”. Al fin te quedaste a solas con los cuatro muchachos, que debían recoger todo lo del banquete y marcharse. Pero eso sucedió después de que cada uno de ellos, de dos en dos, te follara como bestia tus tres agujeros hasta dejarte atascada y llena de leche, cosa que les compensaste entregándoles como trofeo a uno, tu sujetador negro; a otro, el más afortunado, el tanga impregnado de aroma a zorra; al tercero, tus medias desgarradas y con restos de semen y flujos; y al cuarto, tus oscuros zapatos de vertiginoso tacón. 

14 de agosto de 2016

SEXO EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS

Un escándalo sexual ha sacudido los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Al parecer una saltadora de trampolín brasileña y un palista de agua de su misma nacionalidad decidieron pasar una fogosa noche en la Villa Olímpica. Dejo el enlace para quienes estén ya con la curiosidad a cuestas.

http://masdeporte.as.com/masdeporte/2016/08/13/juegosolimpicos/1471102878_889461.html


Y también algunas fotos de la pareja. Y es que deporte y sexo siempre van de la mano.










A mí, como aficionado y deportista amateur, se me hace muy difícil entender que le pidas a tu compañera de habitación que se vaya esa noche a otra porque vas a tener sexo con otro atleta en la que compartís y más compitiendo al día siguiente. Mi opinión: aquí alguien quería saltar a la fama sabiendo que el escándalo se iba a descubrir. Así que creo que ya tenemos a la primera musa de estos Juegos.



9 de agosto de 2016

EL ARTE DEL EROTISMO (3)

¿Qué tal una comida de coño?


PAPÁ ME PONE CREMA EN LA PLAYA

Estoy tumbada, contigo a mi lado, en una toalla rosa sobre la fina y dorada arena de esta solitaria cala mediterránea. Sólo el suave sonido de las olas y el graznido de algunas gaviotas blancas nos acompañan. Solíamos venir aquí cuando yo era pequeña, ¿te acuerdas? Pero siempre venían otras personas con nosotros, no como hoy, que tenemos este idílico paisaje playero para ti y para mí en exclusiva. Hace unos años que dejamos de venir y en ese tiempo yo ya he crecido y no soy la niña frágil y débil de entonces, a la que arropabas en la cama y le contabas cuentos. Ahora, a mis 17 años, soy toda una mujer, con un cuerpo perfectamente desarrollado y sensual por el que babean mis compañeros de instituto y alguna que otra chica de dicho centro de estudios. Pero ellos no me interesan: únicamente te deseo a ti, aunque seas un amor prohibido, una fuente de “placeres prohibidos” como decía Luis Cernuda.

El sol, implacable, empieza a apretar y es momento de ponerse crema protectora. Gentil, como siempre eres, te ofreces para aplicármela sobre la espalda. Siento alivio al notar el frescor de la loción sobre la caliente piel acanelada de mis hombros, piel que no sólo arde por el efecto de los rayos solares. Con tus manos empiezas a esparcir la blanca crema de delicioso olor a coco y deslizas despacio las manos haciendo círculos. Cierro los ojos y disfruto de esa sensación tan placentera de tu masaje. Desciendes hacia mi espalda y te topas con el cierre del sujetador verde fosforito del bikini. Noto cómo te detienes, siempre tan respetuoso y prudente. Tengo que ser yo la que desabroche el sujetador y te dé vía libre para que prosigas con tu tarea. Al fin vuelvo a sentir el roce de tus fornidas manos en mi cuerpo, que se va impregnando del penetrante y rico aroma de la crema. No sé si lo notas, pero los latidos de mi corazón se aceleran cuando percibo tus manos acercarse a mi culo, cuyas nalgas están prácticamente al descubierto, pues sólo el minúsculo triángulo del tanga lo protegen tímidamente de una completa desnudez. Esta vez ya no dudas y palpas de inmediato mi nalga izquierda, a la que recubres de crema solar con los cada vez más fuertes movimientos manuales. Aprietas con la palma y te encuentras con la firmeza de mi glúteo. Repites la acción sobre el derecho y las primeras gotas de flujo vaginal se escapan de mi sexo y son absorbidas por el fino y brillante tejido delantero del tanga. Maldigo que no te atrevas a más y que pases a apoderarte de mis muslos. Con ambas manos a la vez distribuyes loción primero sobre una pierna y después sobre la otra, recorriendo desde el final de las nalgas hasta los tobillos.

Cuando, resignada, creo que ya has terminado, subes de repente con las manos por los muslos y chocas con el inicio de mi trasero. Percibo unos instantes de duda, mientras me muero de ganas por que te atrevas de una vez a hacerlo. Reconfortada siento al fin varios de tus dedos untando crema por la cara interna de las nalgas, rozando inevitablemente mi ya húmedo y ardiente sexo. Suspiro al notar tocado lo más íntimo que poseo. Bajo un poco la cinturilla del tanga para que me pongas protección donde la espalda pierde su nombre y tú lo haces lleno por fin de atrevimiento. Deslizas el tanga por mis piernas hasta quitármelo y dejarme totalmente desnuda en plena naturaleza. Me saco el sujetador que había quedado atrapado entre mi torso y la toalla y me giro, poniéndome boca arriba. Tus ojos incendiados se encuentran con los míos justo antes de que claves la mirada en mis voluminosas y rotundas tetas coronadas por unas oscuras areolas y por los pezones que se me han empitonado por culpa de los movimientos de tus maduras y expertas manos. Mi coño, totalmente depilado, brilla al recibir los rayos de sol sobre la humedad que mana de mi raja y que no pasa ya desapercibida para tus deseosos ojos.

Echas crema en tus manos y recorres mis senos hasta dejarlos cubiertos de blanco. Le dedicas unos segundos de atención a los pezones, a los que friccionas con la yema de los dedos. Un hilo de líquido resbala por mi sexo y hace camino descendente por el interior de mi muslo derecho, antes de que uno de tus dedos limpie el surco trazado y de que acaricies mis carnosos labios vaginales. Me sorprende y me alegra tu osadía de meter ese dedo dentro de mi coño y de comenzar a penetrarlo a la vez que sueltas sobre la arena el bote de crema.

He estado observando tu entrepierna y he descubierto cómo bajo ese ceñido bañador tipo bóxer, de color azul marino, tu polla ha comenzado a palpitar y a agrandarse centímetro a centímetro, hasta quedar totalmente empalmada y a punto de sobresalir y de asomar por la cintura del bañador.
Noto tu dedo acelerar más dentro de mí y decido arrancarte el bóxer de un tirón y liberar así lo que tanto deseaba ver: tu maciza y venosa polla y esos testículos sin rastro alguno de vello y que cuelgan en forma de dos perfectas bolas.

Acerco mi cara, abro la boca y encierro entre mis húmedos labios tu granítico miembro maduro. Descubro tu glande, lo rozo con la lengua y degusto su intenso sabor. No aguanto más y te pido que te tumbes boca arriba en la toalla. Obedeces, me pongo en cuclillas sobre tu verga, que apunta al cielo, y me siento lentamente sobre ella.

  • ¡Fóllame, papá!- te pido antes de comenzar a cabalgar sobre el enhiesto pene y de que tú, con tus impulsos, ayudes a que minutos más tarde mi coño quede inundado de ardiente leche paterna.

Repentinamente, unos golpes hacen que abra a duras penas mis ojos: llamas a la puerta cerrada de mi habitación.

  • Es hora de levantarse, si no queremos llegar muy tarde a la playa- te escucho decirme desde el otro lado de la puerta.

Aún con el excitante sueño erótico en mi cabeza, salto de la cama, abro el cajón y extraigo de él el sujetador y el tanga verdes fosforito.


7 de agosto de 2016

EL ARTE DEL EROTISMO

Afortunadamente hay grandes fotógrafos y espectaculares modelos que permiten que la fotografía erótica se convierta en un auténtico arte.

Hoy dejo aquí está imagen que me ha gustado bastante. Otra me ha servido para inspirarme y escribir un relatito del que pronto tendréis noticias y que me ha salido de golpe y de una sola vez.
Poco a poco iré poniendo más fotos, una en cada entrada porque las cosas exquisitas hay que saborearlas como se merecen.
Disfrutadlas.


Saludos sensuales para todos.

4 de agosto de 2016

DIARIO DE UN PROFESOR ACOSADO: NUEVA PERSPECTIVA

No habría nadie mejor que ella para escribir mi serie "Diario de un profesor acosado" desde el punto de vista de la alumna. Así que os dejo el enlace del blog donde podéis leer la historia contada desde el ángulo de la alumna acosadora. Espero que os guste. Yo ya he leído la primera parte y me ha sorprendido y encantado. Estoy deseando que lleguen las escenas de sexo.

https://entrelineasypasiones.wordpress.com/2016/08/01/memoriasdeunaalumna-1/

3 de agosto de 2016

CICLISMO: LA "DUREZA" DEL DEPORTE

Inauguro esta nueva etiqueta dentro del blog con una fotogalería dedicada al ciclismo, más en concreto, a los ciclistas.

Dicen algunos que el ciclismo es un deporte aburrido; otros, que es demasiado esforzado y sacrificado; hay quienes sostienen que en el ciclismo todo es dopaje y trampa. Dejaré ese debate para otro día, pues aquí estamos en un blog de sexo. Tal vez os preguntéis, ¿cuál es la relación entre ciclismo y sexo? Y yo respondería con otra pregunta, ¿hacia dónde miran las mujeres cuando hay un ciclista cerca de ellas? ¿Tal vez contemplan la bicicleta? ¿O se distraen observando el casco del deportista? Frío, frío.....Las miradas se dirigen más abajo. ¿Qué atraerá

Disfrutad, chicas, que esta entrada va pensada especialmente para vosotras. ¡Ojo con la última foto! Portaos bien y las manos quietecitas....

Hasta pronto.

P.D. : He cambiado finalmente de opinión y el nuevo blog que creé hace unos días al margen de éste no existirá como tal, sino que iré poniendo aquí, en fotogalerías, lo que iba a publicar en el otro blog.