- Ya tengo el pedido que esperaba. Esta noche, cuando los dos regresemos a casa, lo verás. Sólo te diré que es algo rojo y sonriente- me escribes en un mensaje al móvil.
Ni
una pista más. Me quedo desconcertado: creía que tu nueva compra en
el sexshop online sería un dildo, un vibrador o algo similar. Pero
eso de “sonriente” me rompe los esquemas. Me dejas lleno de dudas
durante varias horas que se hacen interminables.
Al
fin llego a casa. Tú ya estás ahí, en el dormitorio, completamente
desnuda. Sólo llevas puestos tus zapatos rojos de tacón, que te
otorgan un punto más de sensualidad y erotismo. Estás espectacular,
con los ojos verdes ligeramente pintados y tus carnosos labios
adornados con un tono rosa chicle. Tus preciosos y macizos pechos
atraen inmediatamente mi mirada y despiertan las primeras
palpitaciones en mi polla. Observo tu sexo, con una ligera capa de
vello púbico que le da un aire más racial. Por lo que veo, hoy no
habrá preámbulos: tienes que encontrarte ansiosa por estrenar la
compra. Mientras busco el objeto en cuestión con la vista,
aprovechas para quitarme la camisa, los zapatos y el pantalón.
Acaricias, deseosa, mi bulto hinchado que se esconde bajo el bóxer
de color azul marino. Tuya es la culpa de que no tarde en mancharse
con la humedad que brota de la punta de mi verga. Lames esas manchas
y me despojas del bóxer con un fuerte tirón, liberando mi empalmado
miembro, cuyo glande rojizo besas primero con delicadeza y succionas
y chupas luego con ganas.
De
una bolsa negra que hay sobre la cama extraes otra de papel y de ella
sacas una caja con un muñeco rojo que muestras como un trofeo de
guerra. Creyendo ser objeto de una broma, te pregunto:
- ¿Ése es el nuevo juguete erótico? ¡Eso no excita a nadie!- exclamo un tanto decepcionado.
- ¿Acaso dudas de mi compra? Pues nada, te castigaré con sólo mirar hoy, para que veas que estás equivocado.
Sacas
el muñeco, flacucho de cuerpo pero con una cabeza grande y gruesa y
con una sonrisa en la cara, y me muestras un botón que lleva detrás.
Lo pulsas y el juguete comienza a vibrar. Lo acercas a tu sexo hasta
rozarlo y pasas la cabeza vibradora por toda tu raja de arriba a
abajo. Empiezo a darme cuenta de que estaba equivocado, envuelvo mi
pene erguido con la mano y comienzo a masturbarme.
Aumentas el nivel
de vibración y empapas con tus flujos la cabeza del muñeco. Me
tienes encendido y acelero mis movimientos manuales justo antes de
que metas la cabeza del juguete en tu vagina. Tus gemidos se
entremezclan con mis jadeos y, a la vez que tu coño palpita, mi
polla venosa hierve a punto de estallar. Con la máxima vibración ya
activada, entierras la cabeza de ese “hombrecito” de juguete un
par de minutos en tu sexo: comienzas a sufrir espasmos, a contraer el
abdomen, a cerrar las piernas. Pero ya es inútil: la cara sonriente
del muñeco metida en tu chocho te arranca un orgasmo descomunal,
mientras mis chorros de semen cubren de blanco tus turgentes tetas y
tu vientre, resbalando poco a poco hacia el pubis, entrando en
contacto con tu vello y colándose por último parsimoniosamente en
la raja de tu coño.
A
partir de hoy hay un nuevo miembro en la familia: ese “inocente”
muñequito que preside, sonriente, la estantería de tus juguetes
eróticos.
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