Pensé
que, tras lo ocurrido en el aula, Patricia calmaría un poco sus
ansias sexuales hacia mí. Creí que serenaría su ímpetu y que
esperaría al sábado siguiente en su casa, tal y como yo le había
confirmado. La ausencia de mensajes durante las primeras horas
después de lo sucedido en el aula así parecía indicarlo. Pero me
equivoqué por enésima vez.
Al
día siguiente desayuné rápido antes de ir al centro de estudios.
Había dejado el móvil en mi habitación para que se cargase
mientras yo desayunaba y, al ir cogerlo antes de salir de casa, vi
que había un par de mensajes. Llevaba prisa, así que los miré
mientras abandonaba el edificio y caminaba por la calle. Tuve que
detenerme en seco en plena acera cuando, tras leer en el móvil un
breve pero provocativo texto de Patricia, apareció una foto suya.
Estaba desnuda de cintura para arriba con la mano derecha tocando su
teta izquierda. Sólo llevaba una prenda puesta de cintura para
abajo: mi slip azul de rejillas y completamente abierto por detrás.
No me lo podía creer: se había puesto mi propio slip y lo había
hecho, tal y como me comentaba al pie de la foto, sin lavarlo, pues
quería tener sobre su coño el aroma que mi polla había dejado
impregnado sobre la prenda. Con la mano izquierda se estaba
acariciando su sexo sobre el slip y me torturó al no permitirme ver
sus labios vaginales y su raja a través de las pequeñas cuadrículas
de la prenda.
Me
quedé con la mirada clavada en la pantalla y con la polla que,
palpitación a palpitación, se iba agrandando y endureciendo ante lo
que mis ojos veían. Sólo el llanto de un niño pequeño desde
dentro de su carrito que su madre empujaba me devolvió a la
realidad. Aceleré mis pasos hacia el centro de estudios para no
llegar tarde a la primera clase, justo la del grupo de Patricia.
Al
llegar, me dirigí a mi pequeño despacho y cogí un libro que
necesitaba. Luego me encaminé al aula y entré. Saludé a mis
alumnos y allí estaba ya Patricia. Ataviada con un ceñido y
cortísimo vestido, me siguió con la mirada sin apartar sus ojos de
mí hasta que llegué a mi mesa, ese mueble en el que habíamos
follado el día antes. Observé sus zapatos rojos de tacón a juego
con el color del vestido. Fui recorriendo con la mirada cada
centímetro de sus piernas, de sus muslos. Al darse ella cuenta,
separó las piernas justo en el momento en que mi atención se iba a
centrar en la abertura de la prenda. Se me aceleró el corazón al
comprobar que todavía llevaba puesto mi slip azul y que, tras él,
se divisaba a la perfección todo el carnoso y depilado coño de mi
alumna. El tejido de la prenda se veía mojado, con un cerco de
humedad a la altura de la raja del sexo y a su alrededor. Patricia
seguía excitada, de eso no había dudas. Tal vez había estado
tocándose hasta poco antes de entrar en clase. Quizás no había
dejado de hacerlo desde que me mandó la foto.
Se
pasó toda la clase con las piernas abiertas, moviéndolas a veces,
cambiando un poco de postura, haciéndome rabiar porque sabía que
así me enloquecía por completo y que no podría hacer nada para
aliviarme, pues estaba en plena clase. Comprobé cómo juntaba y
apretaba los muslos y los volvía a separar. Cada vez que me giraba a
a la pizarra, repetía la acción, dejándome claro que que estaba
rozando su coño con la cara interna de los muslos. El cerco había
aumentado de extensión considerablemente al igual que había crecido
el tamaño de mi polla que, totalmente empalmada, pedía a gritos ser
liberada del ajustado bóxer verde pistacho que llevaba puesto.
Afortunadamente
pude terminar de explicar el tema del día, pese a que en los últimos
minutos la falta de concentración me había llevado a decir varias
oraciones sin mucho sentido. Mis ojos se abrieron exageradamente
cuando comprobé que el aro negro que iba integrado en el slip se
hallaba perdido en el interior del coño de Patricia y que seguro que
estaba potenciando aun más los efectos de los movimientos de sus
piernas. El torso de mi alumna se movía acelerada al compás de su
agitada respiración. Se estaba masturbando así en medio de la
clase, con la presión de sus muslos y con la ayuda de los efectos
que la anilla negra tenía dentro del empapado coño. Yo estaba
sufriendo por no poder tocarme, por no poder aplacar el ardor que
sentía, el fuego que envolvía mi tiesa verga en aquel momento.
Les
iba a poner unos ejercicios a los alumnos para que los realizaran en
los últimos minutos de la clase y para que me los entregasen al
acabar la misma y justo cuando me disponía a indicarles cuáles
eran, Patricia me comentó:
- Profesor, no me encuentro muy bien. ¿Le importa si saldo del aula unos instantes?
Como
un ingenuo caí en la trampa y le di permiso para que abandonara la
sala. Sus grandes dotes de actriz, con gesto pálido y llevándose
las manos a la sien como si le doliera la cabeza, engañaron también
a sus propios compañeros.
- Profesor, si lo cree conveniente salga con ella para atenderla y para ver si necesita ayuda. Vaya tranquilo, nosotros nos quedamos haciendo los ejercicios.
La
sugerencia de uno de los alumnos no me dejó más opciones que la de
señalarles rápidamente varios ejercicios e ir a “interesarme”
por Patricia. Por supuesto que hubiese hecho eso inmediatamente con
cualquier alumno y en circunstancias normales, pero no tratándose de
lo que estaba sospechando. Cuando abrí la puerta del aula, salí al
pasillo y la cerré, me encontré con Patricia que, sin darme tiempo
a reaccionar, me agarró el paquete con la mano aprovechándose de
que no había nadie por allí y, magreándomelo por encima del
pantalón, me ordenó:
- Me vas a llevar ahora mismo a tu despacho y allí vas a atender a tu achacosa alumna. ¿O piensas irte a la siguiente clase y dejarme “malita”?
- ¿Estás loca? ¡No puedo hacer eso! ¡Los demás están ahí en clase, en plena hora lectiva!
- He oído perfectamente lo que ha dicho uno de mis compañeros: pueden quedarse solitos un rato. No les ocurrirá nada, profesor.
Mi
alumna apretaba cada vez con más fuerza mi polla y mis huevos,
proporcionándome mucho placer. Pero yo aún dudaba y seguía sin
estar dispuesto a cumplir su petición.
- ¿Quieres follarme el culo el sábado, verdad? Pues si no te lo quieres perder, más te vale que me lleves ahora mismo a tu despacho- me dijo en tono chantajista e intentando bajar la cremallera de mi pantalón.
En
cuanto la boca de Patricia se acercó a la mía y sentí en mis
labios la presión y el intenso calor de los suyos, no pude
resistirme ni un segundo más a su orden. Con paso rápido para
llegar lo antes posible y evitar que nadie nos viera, la conduje
hacia el despacho. Pocas veces en mi vida he estado tan nervioso como
durante el breve trayecto hacia ese lugar. Parecía que la puerta del
mismo se alejaba cada vez más en lugar de acercarse conforme
caminábamos. Al fin llegamos, abrí la puerta y noté cómo las
manos me temblaban, sudorosas, por el miedo. Entramos y cerré con
llave enseguida.
Patricia
estaba tranquila y creo que hasta disfrutaba viendo mi estado de
nerviosismo. Sabía que no teníamos mucho tiempo hasta que terminara
la clase y rápidamente me espetó lo que quería que hiciese:
- Hoy no vamos a follar, profesor. Lamentablemente no hay tiempo para eso.
- Entonces, ¿para qué me has traído aquí?- le pregunté sorprendido.
- Muy sencillo: deseo algo más breve pero que apague momentáneamente la calentura que tengo encima.
Se
subió el vestido hasta casi la cintura, empezó a bajarse el slip
azul, el aro negro salió de su coño completamente cubierto de un
espeso y blanco flujo y, tras sacarse la prenda por los pies, me la
entregó y me dijo:
- Te vas masturbar con esto, profesor. Quiero que pajees delante de mí con tu slip y me lo devuelvas bien pringado y sucio de leche. Deseo llevármelo luego a casa empapado de tu néctar, de tu esperma, de tu sabroso semen. Pero antes vas a chupar vas a chupar el aro y lo vas a dejar bien limpio y sin restos de mis fluidos. No te olvides de que soy tu putita.
En
cuanto acabó de hablar, se puso en cuclillas y me abrió la
cremallera del pantalón. Metió por dentro la mano, apartó mi
bóxer, ya manchado de flujos, y mi verga salió como un resorte,
erguida cual mástil macizo y firme. Patricia besó mi pene en su
punta y comentó:
- Yo ya no haré nada más hoy. Me limitaré a partir de ahora a mira cómo te masturbas para mí.
Se
levantó, se alejó unos pasos y se sentó en un sillón del despacho
con las piernas abiertas y mostrándome de par en par su húmedo
coño. Me dispuse a obedecer las órdenes que me había dado mi
alumna. Mientras mi miembro seguía asomando erecto por la raja del
pantalón, acerqué el slip a mi cara, cogí con los dedos el sucio
aro, saqué la lengua y comencé a limpiar y a lamer con ella toda la
capa blanca que lo cubría. Fui tragando aquel espeso jugo hasta que
dejé el círculo de nuevo con su color negro original.
En mi boca
reinaba el intenso sabor que el coño de Patricia había dejado
impregnado en el aro. Tras limpiarlo por completo y viendo cómo el
rostro de la joven reflejaba satisfacción, bajé el slip hasta mi
entrepierna y envolví con él mi tieso falo. Mi alumna metió sus
manos bajo el vestido y separó los labios vaginales para para
mostrarme hasta lo más íntimo de de su sexo, aumentar así mi grado
de excitación y ofrecerme un mayor estímulo para mi raja.
Lentamente
comencé a agitar mi nabo cubierto por el fino tejido azul de la
prenda. Con la mano recorría toda la extensión de mi dura verga
desde la base hasta la punta, rozando el glande. Cada vez que esa
rojiza bola pringosa recibía la fuerza de la presión manual, me
proporcionaba un placer infinito.
Patricia
no perdía detalle de lo que yo hacía: sus miradas se alternaban
entre mi polla y mis ojos, gozando a la vez de la expresión de
deleite que éstos reflejaban y del grosor y dureza que mi pene había
adquirido.
Continué
agitando mi verga y sentía cómo la humedad que manaba de su punta
iba manchando la prenda, lo cual placía sobremanera a la joven.
Aceleré el ritmo en cuanto comprobé que el sexo de mi alumna
brillaba todavía más por la excitación. Estaba cumpliendo a
rajatabla lo que me había dicho: no se acariciaba lo más mínimo,
no se tocaba; sólo seguía mostrándome su coño abierto y asistía
como espectadora privilegiada a mi masturbación. Al volver a
incrementar el ritmo del movimiento de mi mano, no pude evitar ya
emitir los primeros gemidos, mientras el sudor empezaba a bañar mi
frente. Mis testículos se habían endurecido por completo y luchaban
por salir de la presión del pantalón. Comencé a hacer círculos
sobre mi glande, apretándolo y estrujándolo sin parar. Patricia se
mordía, complacida, el labio inferior ardiente de deseo.
Mi
bajo vientre comenzó a sufrir los primeros espasmos y supe que ya no
iba a aguantar mucho más sin correrme. Di un par de arreones más a
mi miembro venoso, lo aprisioné enérgicamente, lo sacudí seis o
siete veces más y lancé un fuerte e intenso gemido mientras la
leche comenzaba a brotar de mi polla y a empapar enteramente el slip
azul. Por las pequeñas cuadrículas escapaban gotas de esperma que
impregnaban mi mano y algunas terminaban cayendo al suelo del
despacho.
Hasta
que no solté todo el semen, no aparté la prenda de mi polla. El
slip quedó totalmente cubierto de leche caliente y blanca y con él
en la mano me dirigí a Patricia y se lo entregué. Satisfecha por lo
que había visto y por la entrega de mi prenda sucia, sacó una
bolsita de plástico de su bolso, metió dentro el slip y lo guardó.
- Gracias por el espectáculo, profesor. Ni te imaginas cómo está ahora palpitando mi coño. Pero se hace tarde. Luego en casa me ocuparé de él como se merece. Ahora es momento de regresar al aula. No queremos que nadie sospeche nada, ¿verdad?
Tras
acabar de hablar, se bajó de nuevo su vestido y yo metí como pude
mi sucia polla dentro del pantalón. Me sequé el sudor de la frente
y de la cara y ambos salimos del despacho en dirección al aula. Allí
los alumnos estaban a punto de terminar los ejercicios que recogí en
cuanto un par de minutos más tarde finalizó la hora de clase.
Todos
abandonaron el aula y Patricia lo hizo en último lugar, cuando ya no
había nadie a la vista.
- Te has ganado con creces mi culito el sábado, profesor- me dijo antes de besarme en los labios y salir por la puerta.