26 de mayo de 2016

DIARIO DE UN PROFESOR ACOSADO (11)

Pensé que, tras lo ocurrido en el aula, Patricia calmaría un poco sus ansias sexuales hacia mí. Creí que serenaría su ímpetu y que esperaría al sábado siguiente en su casa, tal y como yo le había confirmado. La ausencia de mensajes durante las primeras horas después de lo sucedido en el aula así parecía indicarlo. Pero me equivoqué por enésima vez.

Al día siguiente desayuné rápido antes de ir al centro de estudios. Había dejado el móvil en mi habitación para que se cargase mientras yo desayunaba y, al ir cogerlo antes de salir de casa, vi que había un par de mensajes. Llevaba prisa, así que los miré mientras abandonaba el edificio y caminaba por la calle. Tuve que detenerme en seco en plena acera cuando, tras leer en el móvil un breve pero provocativo texto de Patricia, apareció una foto suya. Estaba desnuda de cintura para arriba con la mano derecha tocando su teta izquierda. Sólo llevaba una prenda puesta de cintura para abajo: mi slip azul de rejillas y completamente abierto por detrás. No me lo podía creer: se había puesto mi propio slip y lo había hecho, tal y como me comentaba al pie de la foto, sin lavarlo, pues quería tener sobre su coño el aroma que mi polla había dejado impregnado sobre la prenda. Con la mano izquierda se estaba acariciando su sexo sobre el slip y me torturó al no permitirme ver sus labios vaginales y su raja a través de las pequeñas cuadrículas de la prenda.
Me quedé con la mirada clavada en la pantalla y con la polla que, palpitación a palpitación, se iba agrandando y endureciendo ante lo que mis ojos veían. Sólo el llanto de un niño pequeño desde dentro de su carrito que su madre empujaba me devolvió a la realidad. Aceleré mis pasos hacia el centro de estudios para no llegar tarde a la primera clase, justo la del grupo de Patricia.

Al llegar, me dirigí a mi pequeño despacho y cogí un libro que necesitaba. Luego me encaminé al aula y entré. Saludé a mis alumnos y allí estaba ya Patricia. Ataviada con un ceñido y cortísimo vestido, me siguió con la mirada sin apartar sus ojos de mí hasta que llegué a mi mesa, ese mueble en el que habíamos follado el día antes. Observé sus zapatos rojos de tacón a juego con el color del vestido. Fui recorriendo con la mirada cada centímetro de sus piernas, de sus muslos. Al darse ella cuenta, separó las piernas justo en el momento en que mi atención se iba a centrar en la abertura de la prenda. Se me aceleró el corazón al comprobar que todavía llevaba puesto mi slip azul y que, tras él, se divisaba a la perfección todo el carnoso y depilado coño de mi alumna. El tejido de la prenda se veía mojado, con un cerco de humedad a la altura de la raja del sexo y a su alrededor. Patricia seguía excitada, de eso no había dudas. Tal vez había estado tocándose hasta poco antes de entrar en clase. Quizás no había dejado de hacerlo desde que me mandó la foto.
Se pasó toda la clase con las piernas abiertas, moviéndolas a veces, cambiando un poco de postura, haciéndome rabiar porque sabía que así me enloquecía por completo y que no podría hacer nada para aliviarme, pues estaba en plena clase. Comprobé cómo juntaba y apretaba los muslos y los volvía a separar. Cada vez que me giraba a a la pizarra, repetía la acción, dejándome claro que que estaba rozando su coño con la cara interna de los muslos. El cerco había aumentado de extensión considerablemente al igual que había crecido el tamaño de mi polla que, totalmente empalmada, pedía a gritos ser liberada del ajustado bóxer verde pistacho que llevaba puesto.

Afortunadamente pude terminar de explicar el tema del día, pese a que en los últimos minutos la falta de concentración me había llevado a decir varias oraciones sin mucho sentido. Mis ojos se abrieron exageradamente cuando comprobé que el aro negro que iba integrado en el slip se hallaba perdido en el interior del coño de Patricia y que seguro que estaba potenciando aun más los efectos de los movimientos de sus piernas. El torso de mi alumna se movía acelerada al compás de su agitada respiración. Se estaba masturbando así en medio de la clase, con la presión de sus muslos y con la ayuda de los efectos que la anilla negra tenía dentro del empapado coño. Yo estaba sufriendo por no poder tocarme, por no poder aplacar el ardor que sentía, el fuego que envolvía mi tiesa verga en aquel momento.
Les iba a poner unos ejercicios a los alumnos para que los realizaran en los últimos minutos de la clase y para que me los entregasen al acabar la misma y justo cuando me disponía a indicarles cuáles eran, Patricia me comentó:

  • Profesor, no me encuentro muy bien. ¿Le importa si saldo del aula unos instantes?

Como un ingenuo caí en la trampa y le di permiso para que abandonara la sala. Sus grandes dotes de actriz, con gesto pálido y llevándose las manos a la sien como si le doliera la cabeza, engañaron también a sus propios compañeros.

  • Profesor, si lo cree conveniente salga con ella para atenderla y para ver si necesita ayuda. Vaya tranquilo, nosotros nos quedamos haciendo los ejercicios.

La sugerencia de uno de los alumnos no me dejó más opciones que la de señalarles rápidamente varios ejercicios e ir a “interesarme” por Patricia. Por supuesto que hubiese hecho eso inmediatamente con cualquier alumno y en circunstancias normales, pero no tratándose de lo que estaba sospechando. Cuando abrí la puerta del aula, salí al pasillo y la cerré, me encontré con Patricia que, sin darme tiempo a reaccionar, me agarró el paquete con la mano aprovechándose de que no había nadie por allí y, magreándomelo por encima del pantalón, me ordenó:

  • Me vas a llevar ahora mismo a tu despacho y allí vas a atender a tu achacosa alumna. ¿O piensas irte a la siguiente clase y dejarme “malita”?
  • ¿Estás loca? ¡No puedo hacer eso! ¡Los demás están ahí en clase, en plena hora lectiva!
  • He oído perfectamente lo que ha dicho uno de mis compañeros: pueden quedarse solitos un rato. No les ocurrirá nada, profesor.

Mi alumna apretaba cada vez con más fuerza mi polla y mis huevos, proporcionándome mucho placer. Pero yo aún dudaba y seguía sin estar dispuesto a cumplir su petición.

  • ¿Quieres follarme el culo el sábado, verdad? Pues si no te lo quieres perder, más te vale que me lleves ahora mismo a tu despacho- me dijo en tono chantajista e intentando bajar la cremallera de mi pantalón.

En cuanto la boca de Patricia se acercó a la mía y sentí en mis labios la presión y el intenso calor de los suyos, no pude resistirme ni un segundo más a su orden. Con paso rápido para llegar lo antes posible y evitar que nadie nos viera, la conduje hacia el despacho. Pocas veces en mi vida he estado tan nervioso como durante el breve trayecto hacia ese lugar. Parecía que la puerta del mismo se alejaba cada vez más en lugar de acercarse conforme caminábamos. Al fin llegamos, abrí la puerta y noté cómo las manos me temblaban, sudorosas, por el miedo. Entramos y cerré con llave enseguida.
Patricia estaba tranquila y creo que hasta disfrutaba viendo mi estado de nerviosismo. Sabía que no teníamos mucho tiempo hasta que terminara la clase y rápidamente me espetó lo que quería que hiciese:

  • Hoy no vamos a follar, profesor. Lamentablemente no hay tiempo para eso.
  • Entonces, ¿para qué me has traído aquí?- le pregunté sorprendido.
  • Muy sencillo: deseo algo más breve pero que apague momentáneamente la calentura que tengo encima.

Se subió el vestido hasta casi la cintura, empezó a bajarse el slip azul, el aro negro salió de su coño completamente cubierto de un espeso y blanco flujo y, tras sacarse la prenda por los pies, me la entregó y me dijo:
  • Te vas masturbar con esto, profesor. Quiero que pajees delante de mí con tu slip y me lo devuelvas bien pringado y sucio de leche. Deseo llevármelo luego a casa empapado de tu néctar, de tu esperma, de tu sabroso semen. Pero antes vas a chupar vas a chupar el aro y lo vas a dejar bien limpio y sin restos de mis fluidos. No te olvides de que soy tu putita.

En cuanto acabó de hablar, se puso en cuclillas y me abrió la cremallera del pantalón. Metió por dentro la mano, apartó mi bóxer, ya manchado de flujos, y mi verga salió como un resorte, erguida cual mástil macizo y firme. Patricia besó mi pene en su punta y comentó:

  • Yo ya no haré nada más hoy. Me limitaré a partir de ahora a mira cómo te masturbas para mí.

Se levantó, se alejó unos pasos y se sentó en un sillón del despacho con las piernas abiertas y mostrándome de par en par su húmedo coño. Me dispuse a obedecer las órdenes que me había dado mi alumna. Mientras mi miembro seguía asomando erecto por la raja del pantalón, acerqué el slip a mi cara, cogí con los dedos el sucio aro, saqué la lengua y comencé a limpiar y a lamer con ella toda la capa blanca que lo cubría. Fui tragando aquel espeso jugo hasta que dejé el círculo de nuevo con su color negro original. 



En mi boca reinaba el intenso sabor que el coño de Patricia había dejado impregnado en el aro. Tras limpiarlo por completo y viendo cómo el rostro de la joven reflejaba satisfacción, bajé el slip hasta mi entrepierna y envolví con él mi tieso falo. Mi alumna metió sus manos bajo el vestido y separó los labios vaginales para para mostrarme hasta lo más íntimo de de su sexo, aumentar así mi grado de excitación y ofrecerme un mayor estímulo para mi raja.

Lentamente comencé a agitar mi nabo cubierto por el fino tejido azul de la prenda. Con la mano recorría toda la extensión de mi dura verga desde la base hasta la punta, rozando el glande. Cada vez que esa rojiza bola pringosa recibía la fuerza de la presión manual, me proporcionaba un placer infinito.
Patricia no perdía detalle de lo que yo hacía: sus miradas se alternaban entre mi polla y mis ojos, gozando a la vez de la expresión de deleite que éstos reflejaban y del grosor y dureza que mi pene había adquirido.

Continué agitando mi verga y sentía cómo la humedad que manaba de su punta iba manchando la prenda, lo cual placía sobremanera a la joven. Aceleré el ritmo en cuanto comprobé que el sexo de mi alumna brillaba todavía más por la excitación. Estaba cumpliendo a rajatabla lo que me había dicho: no se acariciaba lo más mínimo, no se tocaba; sólo seguía mostrándome su coño abierto y asistía como espectadora privilegiada a mi masturbación. Al volver a incrementar el ritmo del movimiento de mi mano, no pude evitar ya emitir los primeros gemidos, mientras el sudor empezaba a bañar mi frente. Mis testículos se habían endurecido por completo y luchaban por salir de la presión del pantalón. Comencé a hacer círculos sobre mi glande, apretándolo y estrujándolo sin parar. Patricia se mordía, complacida, el labio inferior ardiente de deseo.
Mi bajo vientre comenzó a sufrir los primeros espasmos y supe que ya no iba a aguantar mucho más sin correrme. Di un par de arreones más a mi miembro venoso, lo aprisioné enérgicamente, lo sacudí seis o siete veces más y lancé un fuerte e intenso gemido mientras la leche comenzaba a brotar de mi polla y a empapar enteramente el slip azul. Por las pequeñas cuadrículas escapaban gotas de esperma que impregnaban mi mano y algunas terminaban cayendo al suelo del despacho.

Hasta que no solté todo el semen, no aparté la prenda de mi polla. El slip quedó totalmente cubierto de leche caliente y blanca y con él en la mano me dirigí a Patricia y se lo entregué. Satisfecha por lo que había visto y por la entrega de mi prenda sucia, sacó una bolsita de plástico de su bolso, metió dentro el slip y lo guardó.

  • Gracias por el espectáculo, profesor. Ni te imaginas cómo está ahora palpitando mi coño. Pero se hace tarde. Luego en casa me ocuparé de él como se merece. Ahora es momento de regresar al aula. No queremos que nadie sospeche nada, ¿verdad?

Tras acabar de hablar, se bajó de nuevo su vestido y yo metí como pude mi sucia polla dentro del pantalón. Me sequé el sudor de la frente y de la cara y ambos salimos del despacho en dirección al aula. Allí los alumnos estaban a punto de terminar los ejercicios que recogí en cuanto un par de minutos más tarde finalizó la hora de clase.

Todos abandonaron el aula y Patricia lo hizo en último lugar, cuando ya no había nadie a la vista.



  • Te has ganado con creces mi culito el sábado, profesor- me dijo antes de besarme en los labios y salir por la puerta.
 




25 de mayo de 2016

EL MUÑECO ORGÁSMICO

  • Ya tengo el pedido que esperaba. Esta noche, cuando los dos regresemos a casa, lo verás. Sólo te diré que es algo rojo y sonriente- me escribes en un mensaje al móvil.

Ni una pista más. Me quedo desconcertado: creía que tu nueva compra en el sexshop online sería un dildo, un vibrador o algo similar. Pero eso de “sonriente” me rompe los esquemas. Me dejas lleno de dudas durante varias horas que se hacen interminables.
Al fin llego a casa. Tú ya estás ahí, en el dormitorio, completamente desnuda. Sólo llevas puestos tus zapatos rojos de tacón, que te otorgan un punto más de sensualidad y erotismo. Estás espectacular, con los ojos verdes ligeramente pintados y tus carnosos labios adornados con un tono rosa chicle. Tus preciosos y macizos pechos atraen inmediatamente mi mirada y despiertan las primeras palpitaciones en mi polla. Observo tu sexo, con una ligera capa de vello púbico que le da un aire más racial. Por lo que veo, hoy no habrá preámbulos: tienes que encontrarte ansiosa por estrenar la compra. Mientras busco el objeto en cuestión con la vista, aprovechas para quitarme la camisa, los zapatos y el pantalón. Acaricias, deseosa, mi bulto hinchado que se esconde bajo el bóxer de color azul marino. Tuya es la culpa de que no tarde en mancharse con la humedad que brota de la punta de mi verga. Lames esas manchas y me despojas del bóxer con un fuerte tirón, liberando mi empalmado miembro, cuyo glande rojizo besas primero con delicadeza y succionas y chupas luego con ganas.
De una bolsa negra que hay sobre la cama extraes otra de papel y de ella sacas una caja con un muñeco rojo que muestras como un trofeo de guerra. Creyendo ser objeto de una broma, te pregunto:

  • ¿Ése es el nuevo juguete erótico? ¡Eso no excita a nadie!- exclamo un tanto decepcionado.
  • ¿Acaso dudas de mi compra? Pues nada, te castigaré con sólo mirar hoy, para que veas que estás equivocado.

Sacas el muñeco, flacucho de cuerpo pero con una cabeza grande y gruesa y con una sonrisa en la cara, y me muestras un botón que lleva detrás.



 Lo pulsas y el juguete comienza a vibrar. Lo acercas a tu sexo hasta rozarlo y pasas la cabeza vibradora por toda tu raja de arriba a abajo. Empiezo a darme cuenta de que estaba equivocado, envuelvo mi pene erguido con la mano y comienzo a masturbarme. 



Aumentas el nivel de vibración y empapas con tus flujos la cabeza del muñeco. Me tienes encendido y acelero mis movimientos manuales justo antes de que metas la cabeza del juguete en tu vagina. Tus gemidos se entremezclan con mis jadeos y, a la vez que tu coño palpita, mi polla venosa hierve a punto de estallar. Con la máxima vibración ya activada, entierras la cabeza de ese “hombrecito” de juguete un par de minutos en tu sexo: comienzas a sufrir espasmos, a contraer el abdomen, a cerrar las piernas. Pero ya es inútil: la cara sonriente del muñeco metida en tu chocho te arranca un orgasmo descomunal, mientras mis chorros de semen cubren de blanco tus turgentes tetas y tu vientre, resbalando poco a poco hacia el pubis, entrando en contacto con tu vello y colándose por último parsimoniosamente en la raja de tu coño.


A partir de hoy hay un nuevo miembro en la familia: ese “inocente” muñequito que preside, sonriente, la estantería de tus juguetes eróticos. 


11 de mayo de 2016

HALLAZGO ARQUEOLÓGICO

Llevas varios días de excavaciones arqueológicas en ese zona remota y apartada del mundanal ruido. Te encuentras sola, esta vez no te has hecho acompañar de ningún miembro de tu equipo científico. Sabes que las posibilidades de encontrar algún resto antiguo son escasas y no has querido malgastar el tiempo y el esfuerzo de tus expertos colaboradores. Sin embargo, conservas la esperanza de poder hallar algo. Tu intuición así te lo dice y nunca te suele fallar. Por eso aún no has regresado a casa pese a unos primeros días sin resultados. Echas de menos a tu familia, a tus dos hijos pequeños, a tu marido y, por supuesto, su polla, esa que casi a diario te penetra y te folla hasta provocarte múltiples orgasmos y dejarte bien repleta de leche. En cuanto pasan un par de jornadas sin sentirla dentro, te entra el ansia y no puedes dejar de pensar en ella. Eres una adicta a ese trozo de carne bien tieso y duro de tu marido, a la forma en que él lo maneja, a la manera en que utiliza ese empalmado e hinchado falo, a la humedad del redondo capullo rojo que sientes palpitar cuando lo tienes en tu coño o en tu ano, o cuando lo encierras entre tus labios y lo lames con tu traviesa lengua mojada de saliva. Estás obsesionada con su sabor y olor inconfundibles e intensos y con esos chorros de esperma que acaban inundándote cualquiera de tus tres sedientos agujeros.

Mientras excavas cuidadosamente, no puedes quitarte de la mente esos ardientes pensamientos. Te hallas a pleno sol, bajo un fuerte calor y notas cómo se te empapa la escasa ropa que llevas. Bajo el short, tienes mojado el tanga y no es sólo por el sudor: tu sexo ha empezado a humedecerse debido a tus lascivos pensamientos.

De repente, tu mano toca algo bajo la tierra. Apartas un poco más de arena y sientes que es duro y de un tamaño considerable. Estás convencida de que has encontrado algún resto interesante, lo presientes. Escarbas más y aparece el color marrón de un objeto alargado y perfectamente conservado. Con suma precaución terminas de apartar la tierra y lo sacas a la superficie. Te sobresaltas al ver tu descubrimiento: ese objeto que tienes ante tu vista es la perfecta imitación de una polla masculina y calculas que es de época paleolítica. Lo recorres con tus dedos de arriba a abajo y muerdes tu labio inferior al dejar volar la imaginación. No pensabas que en aquella época existieran ya dildos y menos tan perfectos como ése. Te invade la curiosidad que, junto con tu estado de excitación, te empujan a probar los efectos de ese juguete. 



Lo limpias con un poco de agua y te quitas el short. Nerviosa te despojas rápidamente del tanga manchado, que dejas tirado en la tierra. Tu coño peludito brilla de humedad y acercas a él el falo. Rozas con su punta la raja de tu vagina y suspiras de placer cuando vas enterrando centímetro a centímetro el objeto, hasta dejarlo clavado en tu sexo. Tu mano comienza a impulsarlo hacia afuera y hacia adentro una y otra vez. Te quitas la camiseta y te quedas completamente desnuda en aquel descampado, pues no llevas sujetador.

Acaricias tus tetas a la vez que aceleras la velocidad a la que impulsas el dildo, que se va ensuciando con los flujos blancos que suelta tu chocho. Aprietas fuerte el objeto hacia adentro con golpes secos y duros, incrementas de nuevo la velocidad y gimes totalmente sin control y fuera de tus cabales. Tu vientre se contrae y varios latigazos en forma de espasmos sacuden tu abdomen justo antes de que tu coño estalle y riegue con varios chorros de líquido vaginal la sequedad de la arena.


Sabes que no es ni profesional ni éticamente correcto pero, cuando regreses a la ciudad y te pregunten si has descubierto algo, dirás que no. No piensas entregar tu útil hallazgo para quede en las vitrinas de algún museo pudiéndolo gozar tú en exclusiva y en privado.