LA
PROMOTORA
Un
día más mi jornada va contrarreloj. La tarde languidece y aún me
falta hacer unas compras. Apurado llego al centro comercial y entro
en el supermercado. En escasos treinta minutos cierran, así que debo
darme prisa.
Voy
llenando la cesta con los productos que necesito desplazándome como
un robot por las calles del establecimiento. Cereales, cacao...De
repente una cálida y sensual voz femenina suena a mis espaldas
saludándome y sacándome momentáneamente del estrés. Sin haberme
girado todavía sé que debe corresponder a un mujer joven y
atractiva. Lo presiento. Esa voz, sin duda, corresponde a una mujer
bella. Me doy la vuelta y compruebo mi acertado pronóstico: pelo
moreno y largo, ojos de color marrón caramelo y unos labios carnosos
de intenso carmín. Una enorme sonrisa adorna la preciosa cara de la
chica. Mientras la joven promotora me ofrece amablemente probar una
de las variedades de una nueva marca de café, mis ojos examinan con
detalle su uniforme: chaqueta ceñida negra bajo la que se esconde
una inmaculada y fina blusa blanca, minifalda escueta a juego con la
chaqueta y que deja al descubierto más de la mitad de unas esbeltas
e interminables piernas enfundadas en unas medias pantys marrones y,
por último, un os zapatos oscuros con varios centímetros de tacón.
Ante
la insistencia de la azafata pido un capuccino. Por suerte para mí
las cápsulas que había en el pequeño mostrador se han agotado y
esto hace que la promotora tenga que agacharse para abrir una caja
nueva. Siento cómo mi corazón se revoluciona al ver a la mujer
ponerse en cuclillas y flexionar las piernas justo delante de mí.
Los pantys brillan ahora más bajo las luces del supermercado y en
ese estado de tirantez. La chica trata en vano de abrir la caja, pues
pone gran atención en no romper sus largas y cuidadas uñas pintadas
de azul intenso. Le ofrezco ayuda y me inclino imitando su postura. A
la vez que el cartón se va resquebrajando por el empuje de mis
dedos, recorro con mi mirada cada milímetro de las piernas de la
joven casi pegas a mí rodillas con rodillas. Subo la vista muy
lentamente desde esos redondos y pequeños tobillos hacia los muslos,
casi descubiertos en su totalidad debido a la escasa longitud de la
falda y a la forma en la que se encuentra la azafata.
Sé
que, si avanzo un poco más con los ojos, me adentraré sin obstáculo
alguno en su entrepierna y podré ver el color de sus braguitas. La
promotora mete la mano en la caja y extrae una cápsula de color
morado; yo deslizo mis ojos entre sus piernas y descubro, bajo el
marrón transparente de las medias, más de lo que había imaginado:
una fina capa de negruzco y semirrizado vello púbico que adorna la
desnudez de ese abierto y húmedo sexo.
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