1 de noviembre de 2015

LA PROMOTORA

                                          LA PROMOTORA

Un día más mi jornada va contrarreloj. La tarde languidece y aún me falta hacer unas compras. Apurado llego al centro comercial y entro en el supermercado. En escasos treinta minutos cierran, así que debo darme prisa.

Voy llenando la cesta con los productos que necesito desplazándome como un robot por las calles del establecimiento. Cereales, cacao...De repente una cálida y sensual voz femenina suena a mis espaldas saludándome y sacándome momentáneamente del estrés. Sin haberme girado todavía sé que debe corresponder a un mujer joven y atractiva. Lo presiento. Esa voz, sin duda, corresponde a una mujer bella. Me doy la vuelta y compruebo mi acertado pronóstico: pelo moreno y largo, ojos de color marrón caramelo y unos labios carnosos de intenso carmín. Una enorme sonrisa adorna la preciosa cara de la chica. Mientras la joven promotora me ofrece amablemente probar una de las variedades de una nueva marca de café, mis ojos examinan con detalle su uniforme: chaqueta ceñida negra bajo la que se esconde una inmaculada y fina blusa blanca, minifalda escueta a juego con la chaqueta y que deja al descubierto más de la mitad de unas esbeltas e interminables piernas enfundadas en unas medias pantys marrones y, por último, un os zapatos oscuros con varios centímetros de tacón.

Ante la insistencia de la azafata pido un capuccino. Por suerte para mí las cápsulas que había en el pequeño mostrador se han agotado y esto hace que la promotora tenga que agacharse para abrir una caja nueva. Siento cómo mi corazón se revoluciona al ver a la mujer ponerse en cuclillas y flexionar las piernas justo delante de mí. Los pantys brillan ahora más bajo las luces del supermercado y en ese estado de tirantez. La chica trata en vano de abrir la caja, pues pone gran atención en no romper sus largas y cuidadas uñas pintadas de azul intenso. Le ofrezco ayuda y me inclino imitando su postura. A la vez que el cartón se va resquebrajando por el empuje de mis dedos, recorro con mi mirada cada milímetro de las piernas de la joven casi pegas a mí rodillas con rodillas. Subo la vista muy lentamente desde esos redondos y pequeños tobillos hacia los muslos, casi descubiertos en su totalidad debido a la escasa longitud de la falda y a la forma en la que se encuentra la azafata.


Sé que, si avanzo un poco más con los ojos, me adentraré sin obstáculo alguno en su entrepierna y podré ver el color de sus braguitas. La promotora mete la mano en la caja y extrae una cápsula de color morado; yo deslizo mis ojos entre sus piernas y descubro, bajo el marrón transparente de las medias, más de lo que había imaginado: una fina capa de negruzco y semirrizado vello púbico que adorna la desnudez de ese abierto y húmedo sexo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario